Mi pajerito


Lucas es mi nieto preferido. Siempre está dispuesto a echarme una mano en lo que necesite. A él le fascina atender la despensa que tenemos en casa con mi marido, y aunque sé que también lo hace para mironear a las mujeres que vienen a comprar, le doy libertades para que ordene y disponga del negocio como quiera. Es muy honesto, meticuloso y metódico con temas de dinero. Por lo que mi marido y yo confiamos plenamente en él.
Luquitas tiene 18 años listos para atender a cualquier pendeja, porque es atlético, morocho y de ojos claros, muy pícaro, pulcro, ocurrente y bonachón. Aunque, solía ser muy tímido con las chicas, y eso me preocupaba un poco. Todavía no había presentado a ninguna noviecita a la familia, cuando mis otros nietos, la mayoría noviaba. Es más, 4 de ellos fueron padres a edades tempranas. Pero eso, no es algo de lo que nosotros tengamos que hacernos cargo. a mi marido le hacía ruido aquello, y en varias ocasiones tuve que pedirle que no sea mal pensado cuando dudaba de la sexualidad de nuestro nieto.
Lucas se vino a vivir con nosotros ni bien se egresó del secundario, porque el instituto en el que estudiaba algo relacionado a la computación estaba mucho más cerca que desde su casa.
Por la tarde me ayuda con el negocio, y para mí es una alegría complacerle en todo. Me encanta cocinarle, prepararle ricos postres, llevarle el desayuno a la cama mientras mi marido abre la despensa, y, a pesar de sus negativas, ordenarle el cuarto.
Apenas él salía para el instituto, yo entraba decidida a inspeccionar las revistas pornos que leía, a oler las sábanas y la ropa que dejara tirada por accidente, porque, siempre fue bastante cuidadoso. Pero, un par de veces me topé con calzoncillos usados, y no puedo explicarme qué fue lo que los llevó a mi nariz para embriagarme con su aroma de macho viril, repleto de hormonas, y esos restos de pis que le caen involuntariamente. A todos los varones les pasa lo mismo. Una de esas veces, no lo soporté y comencé a masajearme las tetas mientras un bóxer negro me endulzaba los pulmones con un olor especial. Estaba convencida que esa noche mi Luquitas se había acabado encima, sin querer, o dormido, o como fuera. Lo imaginaba pajeándose, y un escalofrío me recorría por los huesos como si buscara congelarme del estupor. Cuando reparé en mi estado, la mano que antes apretaba mis tetas haciendo que los pezones se me endurezcan, se entrometía bajo el calor de mi bombacha para frotarme el clítoris. Hacía tanto que no sentía tan rico, caliente y desprejuiciado que, creo que hasta gemí. Mi marido me sacó del trance cuando me gritó desde el almacén, porque había llegado un proveedor de gaseosas, y no encontraba el cuaderno con los pedidos.
Claro que Lucas no podía sospechar de mi repentino comportamiento. Pero, de algún modo, mi ser necesitaba enterarlo de todo. Una vez, le dije apenas mi marido salió a tomar un café con un amigo: ¡Luqui, encontré esta revista debajo de tu cama! ¡Tené cuidado tesoro, que si tenés que estudiar, y ves esto, bueno, vos sabés a lo que me refiero, me imagino!
El mocoso se ruborizó, y me la sacó de las manos diciendo: ¡abuela, no te metas en mi pieza, ya lo hablamos! ¿Además, qué tiene de malo?
¡Nada hijo! –le dije-, ¡Solo entro a ordenarte un poco, porque vos no podés con todo! ¡Y, ¿Qué vas a hacer con esa cosa?! ¿Te gusta ver minas desnudas? ¡En mis tiempos, no existían esas cochinadas!
¡Obvio! ¡A quién no abuela!, dijo sonriendo, mientras mis ojos se encontraban con la erección de su verga, la que solo le vi muchas veces cuando era chiquito, y le cambiaba los pañalines.
Ya había descubierto que el guacho tenía un montón de esas revistas, y películas condicionadas, entre las que abundaban colegialas y chicas con pitos en la boca. Supongo que, aturdida y desorientada, esa misma noche me compadecí de las peticiones de mis ratones, y, después de que mi marido se acostó y Lucas se dio una ducha, me puse a ver tele, esperando que se duerma mi vieji, y que Lucas, tal vez necesite tocarse. Como mi cachorrito siempre duerme con la puerta semi abierta, por si mi marido llegaba a tener problemas de presión, cuando lo creí prudente me descalcé y me acerqué a la entrada de su cuarto.
¡No podía creer en lo que mis ojos atesorarán para toda mi existencia!
Lucas estaba viendo la tele, desde donde solo pude divisar siluetas moviéndose. No se oía ni un sonido. En una mano tenía su celular, y con la otra se meneaba el pitulín en un estado soberbio, único, elegante y casi tan duro que corría el riesgo de partírselo en dos. Dos por tres lo oía decir cosas como: ¿Te gusta perra, querés que me pajee más fuerte?!, y soltaba el celular para seguir pajeándose. Se ladeaba en la cama, se babeaba la mano para lubricarse la pijota que tenía, abría y cerraba las piernas, se la sacudía rápido hacia los costados y se apretaba suave la cabecita, la que ya expulsaba cada vez más de ese líquido previo al chorro de semen final. ¡Encima, le compartía su momento más privado a alguna chirusita desde su teléfono!
Yo me mojaba como una pendeja. Sentía que la bombacha me rozaba los labios vaginales con su humedad, y quería tocarme, meterme algo, desnudarme y tirarme encima de ese pendejo con ganas de una buena concha caliente.
A pesar de mis casi 60 años, tengo unas buenas tetas, me conservo ágil y elástica porque voy al gimnasio 3 veces a la semana. Yo sé que Lucas me mira las tetas, pero casi nunca me daba lugar a decirle algo, porque lo hacía con mucha sutileza. Así todo, preferí abandonar a mi nieto, lavarme la cara, cambiarme la bombacha y pensar en que era una locura, que estaba enferma, que si mi marido me pescaba toda la armonía familiar se nos haría polvo, y en un montón de consuelos inservibles más.
No lo vi acabar, pero sí supe que me fui cuando mi nene estaba muy cerquita de lograrlo, porque sus movimientos eran más contundentes. Por momentos se cacheteaba la pija, gemía suave, se acariciaba las bolas, se escupía el pito incorporándose un poco en la cama, y hasta lo vi tomar un bóxer azul para limpiarse la barriga salpicada.
Esa noche dormí sin calzones, como hacía añares que no me animaba. Mi marido y yo habíamos dejado el sexo por sus problemas de salud, y yo me prendía fuego con mi nieto en la casa.
Pero todo tiene que suceder, tarde o temprano. Y fue una mañana de lluvia torrencial. Mi esposo tenía una reunión importante, y Lucas optó por no ir al instituto. Yo no abrí la despensa esa mañana. Le llevé el desayuno pasadas las 10, y creo que fue el mejor acierto de toda mi vida. Lucas estaba dormido, pero, evidentemente se había destapado por la noche. Yacía boca arriba, en slip, y bajo esa tela un poco manchadita me esperaba una erección a medio terminar. No lo llamé para no molestarlo. Más bien, elegí sacarme la blusa y el corpiño, acercar mis tetas lentamente a su paquete y apoyárselas. Ese contacto me hizo crepitar la sangre. Pero él no abría los ojos, por lo que las froté suavemente, casi sin tocarlo para que mis pezones me duelan de tan calientes, mientras mi mano llevaba mi pantalón a mis rodillas.
De inmediato empecé a notar que mis flujos resbalaban por mis piernas, porque mi bombacha no los contenía de tan abundantes. Veía cómo el glande se le escapaba por el elástico del slip, y cómo su tronco reaccionaba a los mimos de su abuela tan en celo, y no lo pensé más. Se lo bajé sin cuidado, y mientras lo escuchaba bostezar le di una lamidita a su pija, desde arriba hacia abajo.
¡Heeey, abuuuu, qué hacés cochina!, dijo con la voz ronca, seca y poco amable, porque quiso apartar mi rostro de su pene con las manos, con cierta violencia.
¡Callate Luqui, dejame hacerlo, dale, que tu abuelita te hace todo lo que querés, y vos estás re alzado mocoso!, le dije poniéndole las tetas en la cara.
¡Chupalas nene, dale, sí sé que me las mirás, y que se te para el pito cuando lo hacés, así chiquito, dale, animate y comeme las tetas!, le decía mientras su lengua no podía hacerle caso a su cerebro, y entonces mis pezones se incendiaron en su saliva, en sus lametazos y sus chupones estruendosos, a la vez que yo le masajeaba el pito, ahora un poco más tieso. Los dos gemíamos, pero yo un tanto más emocionada. Él me mamaba las tetas con entusiasmo, y más desde que le dije: ¡Te gustaría chuparle las tetas a la Marina no, con esas remeritas escotadas que usa, viste? Es re putita tu prima, y encima se sabe hasta que bombacha se puso con esas calcitas! ¡Nunca le tocaste el culo?!
Yo sabía que Marina lo calentaba, y que en menor medida su tía Mariela. No porque me lo haya contado.
¡Sí abu, me la re trancé a la Marina, y estuvo cerca de hacerme un pete!, dijo conmocionado, agitado y ahogado por lo generoso de mis gomas babeadas a puntos inimaginables, porque me las escupía el mocosito.
¡Aaaah, ¿sí? ¿Y qué más hiciste con tu primita asqueroso?!, le decía ahora dándole tetazos en la cara, apretándole un poquito el glande y pensando en sentarme en esa verga y que me la ponga entera hasta el fondo.
¡Nada más abu, pero quiero llenarla de leche, embarazarla y cogerla cuando esté gordita, y que me chupe el culo!, dijo al borde de eyacular. Lo supe por lo irritable de su estado, y por los movimientos de las venas que le rodean el pene. Se lo solté de inmediato y lo privé de mis tetas. En ese momento le acerqué la concha a la cara y le dije: ¡Oleme pendejo, y mirá cómo se moja tu abuelita por vos, sos un nene muy malo Luqui!
El guacho atrapó mi bollo con sus manos para masajearlo sin experiencia. Digamos que con bastante torpeza. Pero logró hacerme gemir de igual modo. ¡Eran las manitos de mi nieto!
Cuando no pude más, me saqué la bombacha y le dije: ¡Sé que está como el orto Lucas, pero quiero que me cojas, rompeme la concha pendejo!, mientras me le subía a su cuerpo, sin importarme si él lo quería o no. En cuanto mis tetas impactaron en su pecho, me froté unas poquitas veces el clítoris contra su glande. Hasta que esa pija solita se enterró de lleno en mi concha por lo lubricada y ardiente que la tenía. Sentía como que los huesos se me desprenderían del cuerpo cuando empecé a cabalgarlo, casi sentadita en su pubis para sentirla bien adentro, mientras él me escupía las tetas y me pegaba en el culo, gimiendo como un nene envuelto en una fiebre desconocida.
¡Te gusta pendejo? ¡Dame pija Luquitas, daleeee atorrante, dame la leche mocoso de mierda, me calienta mucho ese pitito, y a vos mis tetas, no cierto?!, le decía cada vez más abotonada a esa verga punzante, que parecía ensancharse más en mi canal.
¡Abuuu, ahí te va la lecheeee, te acaboooo putaaaa, a vos y a la Marinaaaaa, por putitaaa, tomá la lechitaaaa abuuuu!, dijo mi nieto, cuando sus uñas hacían surcos indescifrables en mis nalgas al aferrarse, su aliento era el de un dragón prisionero, sus ojos apenas podían visualizar la realidad, y su pija comenzaba a expulsar todo su semen en mi interior, luego de que su pubis golpeara peligrosamente el mío. En ese estallido fatal, el pendejo me mordió una teta, me dio un chirlo que me hizo gritar de dolor y me revoleó mi bombacha en la cara mientras yo me bajaba con todos mis temblores y aturdimientos de su cuerpo. Más tarde tuve que ponerme una curita en la lola, y decirle a mi marido que me picó el lorito que tenemos hace años, cuando le fui a dar de comer.
Esa mañana estuvimos largos minutos sin saber qué decirnos, si cuestionarnos algo, pedirnos disculpas, enojarnos o reírnos.
Pero actuamos con toda la naturalidad. Le pedí a Lucas que se dé una ducha, que yo calentaría su desayuno, y que lo esperaba en la cocina.
Mi nieto salió de la cama, con gotas de sudor en el rostro, con la pija a medio pararse y la mirada turbada. Sin embargo, me galardonó con toda la caballerosidad que lo distingue, tal vez sin que yo me lo espere: ¡Abu, estuviste genial… no sabía que, bueno, que necesitabas sexo, o, no sé, que me miraste la pija! Sos re chanchita abu!
Soltó una carcajada mientras yo me ponía la blusita así nomás, y nos dimos un abrazo junto a un beso tibio en los labios. Eso, solo indujo a mi sangre a encenderme sin más, y a él se le puso dura la pija otra vez.
¡Me baño y bajo a desayunar abu, ¿sí?!, dijo el atrevido, sabiendo que al menos él tenía ganas de más. Yo trataba de no mostrarme tan alzada como al principio.
Cuando bajó, ya vestido, perfumado y peinado, se sentó a la mesa a tomar su café con leche y a morfarse los alfajores de maicena que tanto le gustan. En ese momento, aproveché su segundo de distracción, mientras chateaba desde su celular, y me agaché para hacerle mimitos con la mano y la cara a ese pito maravilloso.
¡Querés la lechita en la boca abu? ¡¿Te quedaste con las ganas?!, dijo insolente, y yo no lo medité. Le bajé el pantalón y el calzoncillo, y hasta que no me dio la leche en la boca no paré de succionarlo, babearlo, lamerlo, olerlo como endemoniada, de besarle los huevitos y de pegarme en la nariz con su dureza. ¡Casi se cae para atrás el pendejito cuando todo ese semen caliente detonó entre mis labios!
Desde entonces, mi nieto sabe que su abuela le saca la lechita cuando quiera. No volvimos a coger, porque hasta hoy no se dio la oportunidad. Pero mi boca lo complace antes de que se acueste, o mientras toma su desayuno en la cama, o antes de salir al club con sus amigos. Ojo, él también me pajea o me chupa la conchita. no lo hace como un fenómeno, pero para la calentura que traen mis años, acabo enseguida, en ocasiones ni bien su lengua encuentra mi clítoris y me lo chupa o le da algún mordisquito.
Un par de veces lo premié dejándolo que me acabe en las tetas, y no me las limpié. Solo me puse el corpiño y el resto de la ropa ante sus ojos, para asegurarle que las tendría sucias todo el día.
La vez que me pidió que le chupe la pija, porque, por la noche saldría con una pibita, sentí unos celos horribles. Pero, pronto entendí que, a su edad, posiblemente si intimaba con una chica, se iría en leche tan rápido que quedaría en ridículo.
Mi nietito tiene mucha leche para su abuela, y eso me complace.
Y ya me enteré que para su primita Marina también. Una tarde la encontré desnudita en su cama, y a él poniéndole el pito en la cara. Pero eso es parte de otra historia. ¡Lo mejor es que mi marido no sospecha absolutamente nada! ¡No sabe que hoy su mujer es una zorra que solo responde a la lechita de su nieto!     Fin

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