Mis tíos Zulma y Cacho me recibían todos los
veranos en su inmensa casa de campo, y yo no podía negarme. Desde los 5 años
que voy, y siempre quedo maravillado con los caballos del tío, la tremenda
piscina ubicada cerca de una arboleda preciosa, las comidas exquisitas de la
tía, y con todo ese olor a tierra mojada, a flores atardeciendo y a la miel de
las colmenas que daban fin a un patio interminable. Me fascinaba el silencio
solo interrumpido por los grillos, las aves, el silbo del viento en las copas
de los árboles frondosos, las copiosas lluvias, o por el arrollo que colinda
con la casa.
Yo no estaba solo. Mis tíos tenían una hija
llamada Luna. Me llevaba dos años, y casualmente nació un 22 de diciembre, al
igual que yo. Era muy inquieta y siempre insistía con los cuentos de terror del
tío por las noches, aunque después no se pudiera dormir.
Jugábamos hasta que el cuerpo no nos servía ni
para descansar. Atesoraba una sonrisa que embellecía aún más su rostro de niña
pícara. Le encantaban los alfajores tanto como ensuciarse, y no le gustaba la
sopa. Casi siempre andábamos descalzos, ella en shortcito o bombachita, y yo en
calzoncillo o maya. Nada debía privarnos del sol, del aire fresco y de la
pureza de la libertad en la piel.
Recuerdo que la tía a veces retaba a Luna
porque, en el afán de no parar de jugar, por ahí se hacía pis encima. Luna
odiaba mi carcajada burlesca, y en ocasiones me corría para pegarme o hacerme
caer en el barro. No lo hacía de malo. Es que me encantaba el enrojecer de sus
cachetes cuando se enojaba. Si la tía no notaba que mi prima se había hecho pis,
seguíamos jugando como si nada, y eso parecía enfurecer aún más a mi primita.
Cuando ella cumplió 10 y yo 8, empezamos sin
querer a jugar a cosas un tanto peligrosas para ser niños. Pero las
cosquillitas que nos invadía el cuerpo cuando nos dábamos besos en la boca nos
inyectaba un placer desconocido. Siempre nos escondíamos en la arboleda por si
los tíos nos pescaban.
Nada nos entusiasmaba tanto como corretearnos
por el campo, entre pastizales y alambradas hasta caernos bajo un sauce magnífico
en el que nos besábamos como sin poder despegarnos, y ella me decía que me
amaba. Ella me explicaba que a eso juegan los tíos a la noche, o por la siesta.
yo, naturalmente le hacía caso en todo, por ser la mayor.
Ese fue el último verano que compartimos
siendo niños. Aquel año el tío Cacho decidió que Luna debía ir al mismo colegio
para señoritas, al que asistieron todas las mujeres de la familia. Para eso
Luna tuvo que irse a vivir a lo de mis
abuelos, en la ciudad. Mis tíos iban a verla una vez por mes, pero a mí se me
hacía difícil. Mis padres estaban peleados a muerte con ellos, y con un juicio
mediante por asuntos de negocios, los cuales no tenía la capacidad de
entenderlos por mi corta edad. En los veranos Luna y sus amigas nuevas iban al
club, a la pile de alguna de ellas o a la heladería. Yo seguía feliz en lo de
mis tíos, andando a caballo, ansioso por las empanadas o los guisos de la tía,
y con todo el tiempo del mundo. Pero una angustia en el pecho a veces no me
dejaba respirar. Especialmente por las noches. Luna no estaba, y enero no
resplandecía igual para mí. Llegué a pensar que me había enamorado de ella por
como la añoraba. Pero me sentía un idiota novelero por sentir eso. ¿Menos mal
que nadie podía ahondar en mis pensamientos, porque hubiese quedado como un
bobo con el tío!
A los 13 empecé a dormir en su pieza, para
estar más cerca del baño. me acuerdo que una noche, buscando un libro de
leyendas universales, abrí un cajón lleno de ropa interior de Luna, y entonces
examiné cada una de sus bombachas, corpiños y medias. Me fui a la cama con un
corpiñito rojo y una bombachita usada. Tenía el dibujo de una gatita en la
parte de la cola, y adelante el resabio de su olorcito a pipí que nunca olvidé.
Creo que me hice como 7 pajas con su nombre en los labios, su ropita contra mi
verga y su imagen en la foto de un ancho cuadro que parecía pedirme que no
pare. Eran mis primeras pajas, mis primeros derrames seminales, y los sofocones
más cortos de mi vida. Había aprendido a tocarme la verga sin haber visto
realmente cómo se hacía, pero de igual forma lo disfrutaba.
La tía una noche me descubrió, y en vez de
regañarme me dijo con aire amistoso: ¡Yo también extraño a Lunita… ¡Pero no sé
si a vos te hace bien dormir rodeado de sus cosas!
Esa noche me fijé por primera vez en las tetas
de la tía, que solo tenía un pantalón corto, y en cuanto cerró la puerta le
dediqué una paja mortal. Sabía que no era correcto, pero ella nunca se iba a
enterar. Soñaba con Luna y amanecía con un palo terrible, o todo acabado. No
tenía razón de ser, porque no sabía nada de ella. Solo lo que los tíos me
contaban de sus cartas.
A mis 14 la tía me pescó pajeándome con una
bombacha de Luna puesta, y creo que no pensó en lo que hizo.
¡Perdón hijo… es que… sólo venía a cerrarte la
ventana por la tormenta… pero… al parecer ni escuchaste los ruidos! ¿Vos, qué
hacés así, tan calentito nene?, balbuceó, y me tocó la pija. Luego subió y bajó
envolviendo mi tronco con su mano, apretando y deteniéndose un poco en mi
glande para jugar con su pulgar, mientras decía: ¡Largala toda, ensuciale la
bombachita a Luna con tu leche nenito, ¡qué caliente estás, dale, acabate todo!
La tía se mordía los labios y hacía grandes
esfuerzos por no tocarse la tuna por debajo de su pantalón gastado habitual.
Tenía los pezones hinchados, desnudos y tan mamables que, no quería dejar de
mirárselos.
Cuando acabé me sacó la bombacha, la olió con
sutileza y se la llevó diciendo que mañana hablaríamos en privado. Pero eso jamás
pasó.
La tía me pajeó un par de veces más, siempre
entrando al cuarto con alguna excusa. Cuando cumplí los 15, tuve el mejor
regalo de navidad de mi vida. El tío Cacho leyó en voz alta una carta de Luna
en la que nos contaba que, por su indisciplina, su desinterés por la religión y
por algunos sucesos inmorales, el colegio no la contaría entre sus alumnas el
año siguiente. Cacho y Zulma no estaban tan de acuerdo con esa enseñanza, por
lo que entonces Luna volvió al campo. A ellos parecía no incomodarles los
pormenores de la carta, ni las malas notas de Luna, ni las firmas en el acta de
disciplina que parecía coleccionar. Más bien se mostraban orgullosos, o tal
vez, felices de que al fin Luna volvía a casa.
Recién nos encontramos el 2 de enero. Cuando
la vi me emocioné al punto de no poder hablarle. Estaba radiante, morocha con
el pelo suelto, con una remera escotada colorinche que mostraba el desarrollo
de sus tetas, un jean ajustado con tachas en la cintura, con sus ojos negros
húmedos de alegría, con un aroma distinto y ensordecedor, y con una caja de
alfajores en la mano. Su voz hizo que se me pare y se me moje la punta del pito
de inmediato, apenas me abrazó y pronunció en mi oído: ¡¿Cómo está mi primito
favorito? ¿Me extrañaste mucho pendejito hermoso?!
Me besó el cuello, y hasta me manoteó el
paquete con asombroso disimulo. Creo que los tíos se dieron cuenta porque,
ambos se rieron y nos dejaron solos. Me pidió que la ayude a llevar su equipaje
a su pieza, y acepté al borde de acabarme todo por el contacto de su piel.
Cuando entramos ella trabó la puerta con uno de los bolsos y dijo ¡Esperame que
me cambio y vamos a comer! ¿Sí?
Sin otra alternativa que esa, me senté en la
cama mientras ella se quitaba los zapatos, el pantalón, la remera y el corpiño,
a la vez que decía: ¡Che nene, estás re grande vos eh, pegaste un lindo estirón
me parece… deben estar contentas tus compañeritas en la escuela… espero que no
te dé vergüenza verme en bombacha!
Me reí, y le hablé de uno de los caballos que
estaba medio enfermo. Ella pareció no escucharme.
¡Nunca me mandaste ni una carta Guille! ¡Pensé
que te habías olvidado de mí! ¡Bueno, por ahí tiene alguna novia pensé, y a lo
mejor es tan celosa que… che, ya no sos virgen me imagino! ¿No?!
Cuando terminó de ponerse un shortcito y una
remera con la espalda al descubierto, yo salí embalado de la cama y la
arrinconé contra la puerta para comerle la boca, sin experiencia, pero con toda
la calentura dispuesta a saciarse con ella.
¡No tengo novia pibita… y te extrañé mucho… y
sigo siendo virgen! ¿Sabés?, le dije mientras me refregaba contra sus piernas y
le amasaba ese culito parado, besándola como solo podía hacerlo en mis sueños
hasta entonces.
¡Eeeeepaaaa, mi primito tiene ganitas con su
priimiii! ¡Qué rico! ¿Estás caliente mi amor? ¡Mirá como está tu pito… me
encanta… te la chuparía toda bebito, te gustan mis gomas eh!, decía ella
mientras me tocaba, me frotaba las uñas en la espalda y pegaba sus pezones a mi
pecho con su remera en el cuello. ¡Yo me acabé encima como un gil, justo cuando
el tío golpeaba la puerta para recordarnos que se enfriaban los canelones, ¡y
casi la abre y nos ve!
El almuerzo fue genial, como todos los que la
tía preparaba. Luego llegó un budín de frutas, más tarde un truco en familia
con un cafecito, y todo repleto de las anécdotas de Luna en el convento. A la
noche comimos un cordero que el tío nos asó con una felicidad que parecía
durarle toda la vida. Al día siguiente Luna y yo salimos al campo. Hablamos de
muchas cosas. Nos mojamos en el arrollo, trepamos al viejo sauce y anduvimos a
caballo. También peloteamos un poco atrás de la ventana que da a la cocina
donde la tía horneaba una pastafrola, solo para que nos rete y nosotros echar a
reír descostillados por sus ocurrencias.
Le dimos de comer a las gallinas, jugamos un poco con los perros y luego
nos pusimos a corretearnos, tan libres como antes.
Era único ver el bamboleo de sus gomas y su
pelo al viento. Oírla reír y respirar de la estela de su aroma cuando casi la
alcanzaba era más excitante que la bombachita rosa que se le veía por lo
descosido de su short. Mi pene tenía tanta presión que llegaba a dolerme, y más
cuando dijo: ¡Guille, si me alcanzás me podés sacar el short! ¿Querés?
Corrí en el nombre de mis huevos y mi honor,
hasta que la atrapé junto al bebedero de los perros y le saqué el pantalón sin
su resistencia. Enseguida salió corriendo, y yo iba detrás. Fueron como 30
minutos de carrera sostenida.
Pronto se detuvo en un alambrado, y dijo casi
sin aliento: ¡Espero que mami ya no me rete por haberme hecho pis! ¿Vos qué
pensás?!
Pero enseguida nos vimos sorprendidos por un
cielo negro, encapotado y con pesadas nubes, acompañadas por un viento cada vez
más furioso y unos truenos que hacían temblar todo. Entramos presurosos a la
casa, y la tía Zulma le sacó en persona la bombachita meada a Luna diciéndole
que es una grandulona para comportarse así, y ambos reíamos. No quise mirar su desnudez,
y Luna me trató de tonto por taparme los ojos.
Me bañé, ordené mi cuarto y dejé velas,
linternas y fuentones a mano, porque había unas goteras en el baño y en la
pieza de los tíos. Afuera los rayos ya gobernaban tiranos y cegadores, y
adentro los tíos dormían cuando se cortó la luz, y Luna se quejó porque no
podía seguir leyendo. Eso fue lo último que escuché antes de quedarme dormido
en mi pieza.
Pero en breve, un rayo sonó como un parlante
tronador, y al despertarme descubrí que a mi lado estaba Luna, acariciando mis
piernas desnudas como casi toda ella, de no ser por una bombacha violeta.
¿No tenés ganas de contarme un cuentito de
terror? ¡La tía duerme, y el tío… no sé! ¡Pero dale, chupame las tetas
tontito!, dijo poniéndolas en mi cara, y comencé a mamar de esos pezones
dulces, erectos y calientes mientras ella metía su mano por adentro de mi bóxer
para tocarme la pija. Supongo que para no haber estado aún con una mujer, se
los chupé con cierta decencia.
¡Dale, acabame en la mano chanchito, y después
haceme el amor! ¿Qué pensás que hacen los tíos ahora? ¡Deben estar cogiendo
como locos en una noche como esta! ¡Tocame toda, acabá que después te la chupo
y me cogés, y dejás de ser un virgo nenito!, decía colmando mi piel de besos
ruidosos, fregando sus tetas hasta por mis piernas y masajeando mi pene que no
pudo contenerse mucho tiempo. Sacó su mano enchastrada de mi pubis, la lamió,
se puso como perrita sobre mis piernas, me corrió el bóxer y me olió la pija. No
podía verla, pero por el tono de su voz le gustó pasarle la lengua y sentir que
empezaba a crecerme con prisa. Se la metió en la boca, y tuve la sensación de
querer clavársela en la garganta, que me la muerda, la mastique y que la
saboree toda. Pero entre los truenos resonó la voz grave y asmática del tío.
¡Lunaaaa, ¿Dónde estás hijaaa? ¿Estás bien?!
Ella salió de inmediato de mi pieza y le dijo
que yo le había pedido una vela. Entonces tuvo que acompañarlo a ver qué pasaba
con la tía que se sentía mal y no salía del baño. la pobre había visto una
víbora en el pasillo, y presa del pánico se encerró allí. Por suerte no fue
grave. Pero Luna esa noche no volvió a mi cuarto. Me dejó re loquito con su
perfume y su olor a sexo en la sábana, y no paré de pajearme hasta el amanecer.
Al otro día estuvo nublado, espeso y eclipsado
por el canto de las ranas clamando por más agua. Luna y yo no podíamos evitar
mirarnos con deseo. La luz regresó al mediodía, justo cuando la tía servía un
pastel de papas. La siesta se consumió entre películas y mates con pan casero. ¡El
dulce de frutillas de la tía es pura divinidad de los dioses!
A la noche hubo sopa para nosotros, y
salchichas para Luna, y afuera la tormenta desplegaba su repertorio nuevamente.
Esa noche cayó piedra, y la temperatura bajó demasiado. Menos para mí después
de ver incrédulo tamaño cuadro en la sala. Ya era de madrugada cuando me
levanté a buscar un alfajor y agua. No hice ruido, por lo que no se alarmaron.
Mi tía estaba de cuclillas sobre la alfombra, desnuda de la cintura para arriba
y con una banana en la mano. Vi como le puso un preservativo con los labios, y
luego cómo le abría las piernas a Luna que permanecía sentada en un sillón de
mimbre, con unas medias blancas y una bombacha negra. Luna lamió la banana, la
tía se la fregó entre las tetas, las que luego se encargó de chupar mientras
gemía bajito, y le desplazaba la lengua desde el cuello al ombligo.
¡No podés estar así de calentita mi vida! ¡Tenés
que coger vos, y cuanto antes! ¡Tenés que entregarte, gozar y aprender mucho de
los hombres! ¡No seas como yo, aburrida y estructurada!, le decía la tía a la
vez que la hacía gemir con el roce de las yemas de sus dedos sobre su bombacha.
¡Pero, yo, yo cogí muchas veces ma, en el cole…
por eso me echaron! ¡Una vez la preceptora me encontró peteando en el baño de
mujeres a dos pibes!, dijo Luna, justo cuando Zulma empezaba a empujar la
banana en la entrada de su vagina. Yo ni lo pensé, y pelé el pito para
masturbarme. Pero la tía me vio, y sin saber qué decir optó por invitarme.
Cuando estuve al frente de Luna no lo podía
creer. Temí por la salud de mis huevos afiebrados, y por mi ritmo cardíaco.
Zulma se quedó en calzones, alzó en brazos a Luna y dijo con toda la
naturalidad del mundo: ¡Vamos a tu pieza, que si el tío se entera nos mata!, y
caminamos hacia allá, mientras Luna sollozaba de calentura.
Cuando tranqué la puerta con un ladrillo la
tía me sacó el calzoncillo y me hizo parar junto a mi cama, donde Luna me
esperaba arrodillada.
¡Quiero ver cómo se la chupás Lunita, dale
chiquita, hacelo!, dijo Zulma con una voz muy sensual, y mi prima tras lamer
mis huevos y pajearme un poquito se la mandó a la boca. No duré mucho. Luna
succionó unas 8 veces entre mordiditas y lametones para quedarse con un chorro
de semen que me mareó al salir como una flecha, toda adentro de su boca.
¡Sacale la bombacha Guille, y olele la
concha!, dijo la tía ahora parada contra el armario con la banana entre sus
lolas. Cuando acerqué mi nariz a su sexo sentí ganas de morderla, chuparla y de
inundarme los pulmones con esa fragancia femenina. Le pasé la lengua desde el
inicio de su vagina hasta el culo, y parte a parte era más deliciosa cada vez.
Estaba mojada, pero ahora con sus jugos de hembra en celo, y yo los saboreaba
como ella lo hacía con la leche que me había extraído con tanto deseo acumulado.
¿Viste? ¡Ahora no tengo olor a pichí como
cuando te reías de mí primito! ¡Aparte, ¿Cómo fue eso que mi mamá te hizo la
paja, y vos tenías mi bombacha puesta?!, dijo Luna cuando yo ya estaba metiendo
mi lengua en lo más hondo que me fuera posible de su conchita presumida,
depilada y sensible.
¡No sabés cómo me mojé cuando la tía me lo
contó en una carta!, prosiguió Luna oliendo mi calzoncillo.
¡Dale nenito, subite encima y cogetelá!, dijo
Zulma ya con la banana pugnando por entrar en su argolla por el costado de su
bombacha. La tía la tenía peluda y gordita. Pero no tenía demasiado tiempo para
observarla como hubiese querido. Luna no me dejó hacer nada. Me maniató para
tumbarme en la cama y se me subió como una leona desbocada. Mi poronga tiesa
entró en el hueco de su flor y ella controló cada movimiento, con sus manos en
mi pecho, boquiabierta y con las tetas danzando para mí. Gemía pidiendo más, y
la tía la alentaba a que no pare, lamiendo la bombacha de Luna y enterrándose
sin más la banana en la almeja. Sentir el calor de mi primita hermosa en toda
mi pija, tenerla movediza, jadeante y gobernando con seriedad cada entrechoque
de nuestros pubis y saber que nada deseábamos tanto como acabarnos hasta
derretirnos en nuestros propios fluidos corporales, era para mí la eterna
sensación de querer explotar adentro suyo. Tenía escalofríos hasta en el culo.
Ella me pedía que la sujete de las nalgas y le pegue, que le diga putita, que
cruce las piernas y que le avise cuando estuviera cerca de darle la leche. Se
lo advertí, justo cuando la tía se le acercó para manosearle las lolas, ya sin
bombacha y frotándose el clítoris con un dedo. Luna parecía intentar comerse
toda mi verga con su vagina que, enseguida empezaba a contraerse, a
presionármela y a liberar una ola de jugos que empaparon la sábana. Cuando se
despegó de mí me comió la boca, mientras una mezcla de semen y flujos caía al
suelo, y su manito acariciaba mi pene como agradeciendo una buena acción.
¡Ya te desvirgué primito! ¡Ahora tenés que
aprender a chupar mejor la concha, y a coger de verdad… pero yo siempre voy a
estar con vos, y con esa pija de pendejito alzado!, dijo Luna mientras se
acostaba a mi lado, sin ducharse, totalmente desnuda y con la ausencia de tía
Zulma. No sé en qué momento desapareció del cuarto. Tenía muchas preguntas para
hacerle.
Esa noche volvimos a coger, pero solos y con
menos carga emotiva, aunque con mayores sutilezas, besos tiernos, lamidas y
abrazos dulces, palabritas chanchas y, esta vez yo estuve penetrando su panal
de mieles prohibidas encima de ella.
Hoy tengo 30 años, soy odontólogo y vivo en lo
de mis tíos. Tengo novia hace 2 años, y recién ahora piensa en venirse a vivir
conmigo. Luna está casada hace 6 años, y su flamante esposo vive con ella y
nosotros. Todos en la misma gran casa que el tío Cacho y sus hermanos
construyeron hace tiempo. Naturalmente, Luna y yo seguimos cogiéndonos a
escondidas de todos, menos de la tía. Hoy mi primita está obsesionada con
quedar embarazada. ¡Espero que su maridito haga bien los trámites! ¡Yo no
tendría inconvenientes en darle una manito si lo necesitara! Fin
Recordá que este, o cualquier otro relato del blog, podés pedírmelo en audiorelato, a un costo más que interesante. Consultame precios y modalidades por mail.
Este es mi correo ambarzul28@gmail.com si quisieras sugerirme o contarme tus fantasías te leeré! gracias!
Acompañame con tu colaboración!! así podré seguir haciendo lo que más amo hacer!!
Cafecito nacional de Ambarzul para mis lectores nacionales 😉
Dios como me calientan estos relatos. Quede extasiado con una corrida brutal desde el ombligo hasta mi pecho. Me encanta. Me mato a pajas con tus relatos. Son muy buenos querida Ambar. A ver si un día haces de coneja para mi y saltas en esta pija dura. Te amo bombón.
ResponderEliminarjajajaja! Muy ocurrente de tu parte! gracias por los elogios al relato! siempre los de incesto son los más valorados! y ya sabes que, cuando gustes podés escribirme al mail, si quisieras alguna historia en particular! ¡Gracias!
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