He titulado así este relato, porque creo que
es lo que más me calienta que me susurren al oído mientras me la ponen en la
cola, o me dan mucha bomba en la conchita. Actualmente tengo 24 años. Soy
rellenita, morocha, vistosa por lo despampanante de mis gomas, risueña siempre
que no me haya despertado a la fuerza, calentona y muy coqueta para vestirme
cuando salgo. Pero, en mi casa me gusta andar en calzones, en ojotas, hecha un
desastre con el pelo y con la cara sin maquillaje. En ocasiones disfruto de no
bañarme, y por alguna razón que no comprendo, me encanta usar la misma bombacha
por tres o cuatro días.
Vivo con mi hermana y mi madre, tengo un
gatito, algunas amigas, mucho tiempo al pedo porque no consigo trabajo, y no
tengo novio. Me cuesta mucho sostener una relación, debido a mis infidelidades
reiteradas y totalmente involuntarias.
Me gusta pasar algunas tardes en la placita
del barrio, donde por lo general me llevo el mate, el termo con agua caliente,
algunos fasitos de mariguana, un poco de musiquita en el celu, una mantita para
sentarme y algo para comer. Como vivo a una cuadra de la plaza, casi siempre
salgo así nomás.
Hice varias chanchadas en la plaza cuando era
más guacha. Pero, la semana pasada me puse re loquita, en particular con 3
pibitos que venían de la canchita de fútbol. Estaban eufóricos, sudados, al
parecer sedientos, y con la ropa roñosa. Por ahí esa tarde el faso me pegó por
el lado sexual. Y cuando me pasaba eso, no podía detener a la locomotora de mi
otro cerebro, que es mi clítoris hambriento.
Los conozco a los 3. Uno es Renzo, un guacho
pintón pero muy engreído. Se supone que porque tiene auto todas las pibas deben
rendirse a sus pies. El otro es Tobías, un villerito feo por donde lo mires,
que vive a la vuelta de casa. El último era Rodrigo, un pequeño diablillo de
unos 14 años, que no hace otra cosa que ratearse del colegio, gritarle
porquerías a las chicas y robar celulares. De hecho, lo conocen como El Diablo.
Esa tarde yo estaba sola, porque, en la otra
esquina recién había 2 nenes dibujando. Tenía una musculosa, una calza ajustada
y unas chatitas viejas.
Cuando los tuve a unos metros de distancia, y
como irremediablemente pasarían por donde yo estaba, les dije sin pensarlo: ¡Ahí
los tenés a los vagos del barrio! ¡Lo único que saben hacer es patear una
pelota todo el día, en vez de buscar una novia o algo! ¡Son re giles loco!
Los 3 se me vinieron al humo, y lejos de
tenerles miedo les ofrecí un mate. Ninguno me lo aceptó.
¿Qué te pasa guacha? ¡Los varones jugamos al
fútbol! ¡Y ustedes a las muñecas, por si no lo sabías! ¡Pero nosotros tenemos
unos muñequitos para vos, si querés! ¡Séeee, ni hablar, así jugás un ratito,
pendeja bardera! ¡Aparte vos sos re caretita nena! ¿Qué hacés en la placita
fumando porro?!, se agolpaban sus voces amedrentándome con restos de
adrenalina.
¡Yo fumo porro donde quiero, y porque tengo
plata para comprarme! ¡Aparte, un poco de respeto, que soy mayor que ustedes! ¡Además,
es cierto, deben ser muñequitos nomás, si son re pendejos! ¡Seguro tienen pitos
de nenes, y ni se les para! , les dije desafiante, mientras empezaba a
convidarles de mi faso en una ronda algo violenta. En especial Tobías me sacaba
el porro de la mano para darle las pitadas que quería.
¡Callate pendeja, si vos sos mansa trolita! ¿Querés
que pelemos el choto acá guacha? ¡Seguro que te encanta mamar verga putita!,
dijeron Renzo y Tobías, y no pude evitar todo lo que pasó luego.
En cuestión de segundos tenía el pito de Renzo
pegado a mis labios cerrados, los que él forzaba para que se lo mame.
Entretanto, una de mis manos naufragaba adentro del calzoncillo transpirado de
Rodri, para amasarle el pene. Lo tenía pegoteado y baboso, y eso me animó a
separar mis labios para comenzar a saborear el glande de Renzo, y también el de
Tobi, que no traía ropa interior.
Para colmo, no me dejaban usar la otra mano, y
bloqueaban mis intentos de colocarme en otra posición. Por eso, no tardaron en
cogerme la boca, mientras al nene se le endurecía el pitito y se arqueaba de
atrás hacia adelante. Hasta se me burlaban porque les pedí que me rasquen la
cabeza. No es que tuviera piojos, pero el sol de la primavera siempre me afecta
un poco al cuero cabelludo, y me hace picar hasta el apellido.
¡Dale zorrita, abrí más la boca, mirá como la
chupa la piojosa! ¡Tan linda y con piojitos! ¡Escupime la pija mami, y sacale
la leche al Rodri que anda re alzado! ¡Cómo te brillan los ojitos con una pija
en la boca putona! ¡Yo quiero echarme un polvo en esas tetas!, me decían los
atrevidos, al tiempo que mi saliva, los chorros de presemen y mi flujo
acumulado en mi conchita no me dejaban volver a la realidad.
Rodrigo gemía casi como una nena, me apretaba
la mano que lo pajeaba y me decía todo el tiempo: ¡Dale chiquita, haceme acabar
guacha, quebrame la pija y sacame la lechitaaaa!
Empecé a notar que me estaba yendo al carajo
cuando Renzo me dio una cachetada, porque gritaba muy fuerte cada vez que me
dejaban renovar el aire. Pero ese olor a pija sucia, sudada y cargada de restos
de todo me emputecía.
Renzo logró acabar en mi boca, y durante un
largo rato me sostuvo de la nariz para que me trague su ofrenda, sin darme la
opción de moverme aún. Al segundo, Rodri largó todo su semen en mi mano, y los
3 vieron cómo me lamía los dedos, la palma y hasta la muñeca, apenas al
pendejín se le empezaba a contraer el pito.
Tobías fue un poco más osado. Me pidió que me
ponga en 4 patas, me dio unos azotes en el culo y, luego de exigirme unas
lamiditas a su pija colorada, se puso detrás de mí, para punzarme la zanjita
del culo con la punta de su estaca, sin bajarme la calza. Entonces, se dio
cuenta enseguida que, quizás por la calentura o por no poder contener mis ganas
de acabar, me había hecho pis encima.
¡Aaaah bueeee, la grandulona se meó toda!
¿Cómo era eso que, que sos mayor que nosotros y toda esa mierda? ¡Y sí, se puso
a tomar la mamadera y se meó la bebé! ¡Estás zarpada en trola nena, y ahora te
vas a tragar toda mi leche!, decían entre todos.
Tobías hablaba muy en serio. Por lo que ni
bien me puso la pija en la boca me la cogió con una velocidad, una fuerza y
unos pellizcos a mis tetas que me dificultaban hasta respirar. Encima los otros
se reían de mí, me pegaban en la cola y decían que me apure porque alguien nos
podía ver. Era curioso, pero ni siquiera me había percatado del tiempo, de la
gente, ni del bochorno que sería para mi familia si alguien del barrio le iba
con el chisme a mi madre. Mi hermana ya estaba más que acostumbrada a mis
locuritas, así que eso no me asustaba. Pero a mi madre, podría darle un infarto
si se enteraba que su hija andaba peteando en la placita del barrio.
Finalmente el semen de Tobías se derramó
todito en el hueco de mis tetas y mi remerita, ni bien me puso rodillas contra
el suelo. Los otros me sujetaban las manos y no me dejaban perder el equilibrio
hasta que él no hubiera consumado su tremenda acabada. Enseguida, y sin esperar
a que mi aturdimiento cese aunque sea un poco, los tres me pusieron de pie y me
dijeron mientras me pegaban en la cola: ¡Andate a tu casa meona, que ahí viene
la caña, y si te ven drogada y con fasos en la mano se te arma con tu mami!
Era cierto. ¡Había una patrulla merodeando en
las calles. Y yo toda enlechada, hecha pis y mareadita!
Mientras me alejaba de la plaza los oía
gritarme cosas.
¡De la que te salvaste guacha eh! ¡Ya te vamos
a coger entre todos bebé! ¡Y no te olvides de cambiarte el pañal, cochina!
Además me silbaban, me llenaban de abucheos y
deliradas.
Cuando llegué a mi casa, mi hermana estaba
preparando una ensalada. Yo no pude evitarlo. Me despatarré en el sillón y me
empecé a masturbar con todo.
¡Qué te pasó Luchi? ¿Cuál te mandaste? ¿Te
measte en la calle boluda? ¡Mirá que mami ya viene! ¡Andá a la pieza si querés
pajearte!, me decía mi hermana, viéndome colarme los dedos con un desenfreno
imposible de describir. Ella sabía que si me caliento demasiado me hago pis
encima, y se acostumbró a eso, ya que, en infinidad de veces llegué meada del
cole, de un boliche, de alguna juntada con amigos en la que hubo sexo, o de la
calle, como aquella tarde.
Le conté todo lo que pasó sin privarme
detalles, y re loquita como estaba ni reparé en lo que le dije.
¡Tocate las tetas Agus, dale, y sacale el
pañal a tu hermanita!
Agustina tiene 8 años más que yo. Por lo que,
cuando insinuó que me haría caso no lo podía creer.
¡Mirala vos a la cochina! ¡Así que, ahora te
tengo que cambiar como cuando eras chiquitita!, decía mientras me sacaba la
calza y la bombacha, con mis dedos pegoteándose como nunca en las mieles de mi
vagina. Mi espalda se incineraba contra el tapizado del sillón, mis tetas se
sacudían por la gravedad de los movimientos de mis piernas, ya que yo se las
movía como una beba repleta de cosquillas, y mi clítoris parecía prenderse
fuego en su éxtasis divino. Encima, para hacerme acabar como una perra, Agus
olió mi bombacha, se la pasó por debajo de su topcito y la dejó entre sus
lolas, y me dijo: ¡Sos una perrita sucia, y apestás a pichí pendejita, como
cuando eras pibita! ¿A ver cómo se mete más rápido los deditos la cochina? ¡Así
nena, tocate, sos una alzadita, una perra sucia y golosa mi amor!
Acabé en el exacto momento en el que la vi
morder mi bombacha, y me enloqueció cuando me dio un chirlito en la mano que
estimulaba mi clítoris.
Después de eso, nos sentamos a comer. Mi madre
llegó de su estudio jurídico, y compartimos una cena normal. ¡Por suerte no
sospechó nada! Yo estaba con una pollerita, sin lavarme y todavía caliente por
todo lo que había vivido horas antes.
Pasaron unos días. Creo que no habíamos
llegado a una semana. Eran cerca de las 12 de la medianoche cuando le pedí a mi
hermana que me ayude a regar los arbolitos y plantas que tenemos en la vereda.
Hacía mucho calor, y para colmo me moría de ganas de fumarme un fasito.
Agustina le puso onda y me acompañó. Prendió
la manguera, regó un rato ella mientras yo preparaba una jarra de jugo,
hablamos de cosas de la familia, me cedió unos minutos la manguera para que
riegue unos malvones, y echamos a un perro que no es de nadie, pero que hace
sus cositas en los árboles de todo el barrio.
De repente, ella me dijo después de silbarme:
¡Che Lu, te ves re sexy con ese vestidito salpicado!, y se rió con alboroto.
Le dije que era una chamuyera, que si no
estuviese tan gordita sería otra cosa, y le di la manguera otra vez.
Entre fumada y juguito, risas, pavadas y
chusmeríos, de repente dije sin meditarlo, y bastante audible: ¡Che Agus, me
estoy meando! Voy al baño!
Pero ella me detuvo en seco diciéndome: ¡boluda,
no seas chota! ¡No me dejes sola! ¡Hacete pis encima, que yo te mojo y no se
nota! ¡Dale, cruzá las piernas y meate tontita!
No lo dudé. Me apoyé en un arbolito, crucé las
piernas y me hice pis. Ella se reía, pero el agua no llegaba nunca a mi cuerpo.
Pensé que estaba tan fumada que no coordinaba sus movimientos. Pero la zorra no
parecía tener verdaderas intenciones de mojarme..
¡Dale Agus, mojame tarada, que estoy toda
meada!, le dije con un dedo en la boca. Estábamos boludeando entre nosotras.
Pero ese jueguito me daba un morbo inquietante. Saltábamos, ella me mojaba y me
tocaba las tetas, me subía el vestido para echarme agua helada en la cola, y yo
la corría por la vereda para quitarle la manguera y así pagarle con la misma
moneda. Nos descostillábamos de risa, como dos nenas rebeldes.
Pasó como una media hora más, y nuestra
diversión no se detenía. Todo hasta que, en un momento escuchamos a lo lejos
unas voces. Yo al menos las reconocí de inmediato.
¡Uuuuh, miren che, quién está ahí! ¡Seee, la
peterita de la plaza, mirala, parece que le gusta la manguera! ¡Así que la
piojosa tuvo que ponerse a regar! ¿Qué pasó morocha? ¿Te retó tu mamita el otro
día, y te puso en penitencia? ¿Ya te cambiaste el pañal bebota?!
Eran las voces de los pendejos que me dejaron
loquita en la plaza. Renzo, Tobías y Rodrigo.
No supe qué hacer. Pero, en primer lugar le
pedí a mi hermana que entre a la casa.
¿Estás segura Luchi? ¿No querés que me quede
por las dudas?!, me sugirió.
¡No Agus, andá, que, dioooos, no sé que me
pasa con esos guachitos!, la convencí.
¡Bueno, pero avisame si la bebé necesita que
su hermana mayor la cambie otra vez!, me dijo sacándome la lengua, y entró con
la jarrita de jugo.
Los chicos ya estaban en la vereda del frente,
otra vez sudados y con una pelota que boyaba de un pie al otro, cuando empezó
la guerrita de deliradas.
¡Qué masa tu hermana pendeja! ¡Te dejó solita
para nosotros! ¡Che, ¿sabés usar la manguera nena?! ¡Parece que tiene calor la
caretona, mirá negro, ta toda mojada! ¡Dale piojosa, hacenos un pete a los tres!
¡Déjenme tranquila… ustedes son unos
mugrientos! ¡Seguro deben tener la pija sucia, transpirada, meada como los
nenes! ¡No los toco ni con un palo forros!, les dije amenazándolos con
mojarlos.
¡Eeeeeh, qué te cuesta mamasa, si tenés una
boca re rica guasa! ¡Dale nena, sacate la gorra, si te gusta la verga! ¡Y bien
que el otro día te comiste las tres pijas sucias!, seguían superponiendo sus
acusaciones.
En eso me doy cuenta que tengo un olor a pis
que mata, y me calenté peor. No lo dudé y me levanté el vestidito de verano que
traía para mostrarles mi cola. Solo llevaba una colaless abajo, y estaba
descalza. Ahí los chiflidos, guarradas y arengas crecieron a medida que sus
pasos los acercaban más a mi humanidad. Cuando quise acordar, los tres me
rodeaban. Yo les mojaba los pies con la manguera, les tiraba la pelota a la
calle, les manoteaba las pijas y les ponía cara de asquito. les escupía las
manos y los mandaba a la mierda a cada rato. Hasta que todo fue inevitable.
Rodri fue el que prendió la vela apenas dijo: ¡Che nena, tenés manso olor a
pichí guacha salvaje!
Entonces, los tres me olieron el vestido, y
Renzo me levantó una pierna para palpar si tenía la bombacha mojada. Nos
sentamos en el escalón que tenemos en la puerta de casa, y mientras la manguera
nos mojaba los pies me los empecé a chapar mal. las tres lenguas en mi boca
eran un descalabro, pero lograban que gima como una estúpida.
Creí que era mi imaginación cuando vi a Rodri
pajearle la pija a Renzo. Pero era tan verdadero como las chupadas que Tobías
le regalaba a mis tetas, ya con mi vestido todo corrido.
¡Sos una guacha meona, y no sé por qué me
calienta tanto tu olorcito mami!, me dijo Tobi al oído, y entonces me puse a
pajearlo. Los tres querían tocarme la chocha, pero yo les cerraba las piernas,
y eso los ponía de los pelos. Pensé en Agus, y tuve ganas de verla atragantada
con las pijas de esos turritos. Pero no quería darle todo el crédito a ella. Me
sentía tan puta que, si hubiese sido por mí me los cogía en la vereda, para que
todo el que pasara se detenga a observarnos.
¡Vamos giles, entren a casa mejor, que si sale
la vieja de al lado estoy al horno!, les dije mientras me arreglaba el vestido.
No quería salir ni loca de arriba de las piernas de Renzo, que no paraba de
fregarme la pija en el orto mientras nos tranzábamos, y los otros boludos me
tocaban las tetas. Rodri no paraba de olerme.
Una vez en el living, les pedí que se queden
en calzoncillo, y me hicieron caso, a pesar que se me hacían los malos. Los tres
se sentaron en el suelo, dispersos en distintas partes, y entonces yo empecé a
ir y venir, gateando con mis manos y rodillas. Renzo estaba sentado, bien
pegado a la puerta de calle. Rodrigo junto a una vitrina repleta de adornos, y
Tobías contra uno de los sillones. Empecé con Rodri, al que le rompí el
calzoncillo con los dientes para que se deje de hacer el guacho langa conmigo.
Se la escupí toda, me pegué con su cabecita en la boca entreabierta, se la olí
re enviciadita, porque tenía olor a pichí, y salí corriendo después de darle
tres sorbitos. Enseguida me encariñé con la de Renzo, al que no pude prohibirle
que me manipule la cabeza para cogerme la garganta. La tenía re empalmada el
pendejo, y llena de juguito.
Pero pude zafarme apenas le pellizqué una
tetilla, y fui a reconocerle la verga a Tobi. A él le chupé bien los huevos, y
durante un largo rato le hice la pajita mientras le lamía el culo. Yo misma lo
tumbé en el suelo y le abrí las gambas para regalarle mis lamiditas. Me volvía
loca escucharlo gemir, decir mi nombre con tanto cariño, y que me pida la cola
para dejarme toda su leche.
En eso veo que Rodri se acaba encima en medio
de una paja rabiosa. Entonces, decido abandonar a Tobi para correr a limpiar el
suelo con mi lengua, ya que se le había volcado toda al chancho.
¡Dale perrita, sacate el vestidito puta,
dejanos verte la concha nena! ¡Seee mamasa, dale que querés pija, y no podés
más de lo alzada que estás!, decían Renzo y Tobías, mientras yo volvía a
saborear el pitito hermoso del pendejo, rasguñándole el pecho y la espalda,
tirándole mi alientito en la cara y diciéndole todo el tiempo, usando la mejor
voz de tarada que me saliera: ¡Oleme el vestidito nene… dale que te gusta…
olelo todo… que me hice pichí mientras regaba con la Agus… dale, y cuando vos
quieras me lo sacás!
Entonces, mi hermana grita desde su
habitación, o el baño, o qué sé yo desde dónde: ¡Luciana, ¿Necesitás ayuda
bebé?!
Le juré que no, y de inmediato Renzo y Tobi se
me vinieron al humo. Me voltearon boca arriba en el suelo. Renzo me encajó la
pija en la boca y el otro me pedía que lo pajee, que le pegue en la chota y que
se la mame a su amigo como una petera de la villa. No tenía fuerzas para
quitármelos de encima, ni la voluntad de hacerlo. Por eso, me envicié saboreándole
los huevos, el tronco y la cabecita gorda de la verga a Renzo que me amasaba
los pechos sin controlarse. Hasta que no quise dejarme someter ni un minuto
más. Me escapé con mucho esfuerzo de los brazos de los pendejos, me levanté y
les dije: ¡El primero que me atrape me puede romper el vestido y sacarme la
bombachita!
Y, me puse a correr por la casa, pero en
cuatro patas, como una perra. Ellos debían perseguirme de la misma forma, por
todo el living, la cocina, y por los pasillos que comunican el baño con las
habitaciones y el patio de la casa.
En un momento todos me tironeaban el vestido.
Me lo olían, me lo mordisqueaban y babeaban, en especial el chiquitín. Pero yo
no paraba de correr, incluso chocándome paredes, sillas o lo que encontrara en
mi camino.
Cuando me subí a uno de los sillones, Renzo y
Rodrigo me atraparon. Se me cayeron encima, y ahí empezaron a besarme la cola,
las piernas y los pies. Creo que Renzo fue el que me hizo mierda el vestido en
cuanto me escuchó decir: ¿Qué le van a hacer a esta perrita alzada
degeneraditos?!
Rodrigo me sacó la bombacha y me la colgó en
el cuello. Ahí, hecha una bolita, abajo del cuerpo de Renzo, les chupé la verga
a Rodri y a Tobías, mientras el otro me re apoyaba la pija en el culo. Pero en
un instante sublime, logré escaparme una vez más. Los tres tenían los pitos tan
hinchados, los huevos tan cargados y los ojos tan al borde de asesinarme que,
les movía la cola mientras corría, me pegaba en la conchita y les decía: ¡Denle
chicos, quiero que me huelan como perros alzados, y que se peleen por cogerme,
quiero lechita, y andar preñadita como las perritas de la calle, con las tetas
con leche, y toda sucia, babeada y maricona!
Entonces, un poco rendida de tanto ir y venir,
ya dejaba que me alcancen. Cuando me apresaron debajo de la mesa de la cocina,
todos en cuatro patas, Rodrigo me levantó una pierna y me dijo al oído: ¡Queremos
verte haciendo pis en el suelo putona!
Y yo, con lo entregada que estaba no podía
resistirme. Apenas terminé de colorear las baldosas con mi abundante río
amarillo, como una nena chiquita, los guachos me tiraron en el suelo meado. Me
hicieron pajearlos un ratito, y Rodrigo se me quiso sentar en la cara para que
le chupe el culo. Sin embargo, nuevamente me les escapé.
Me agarraron justo contra la puerta de la
pieza de mi hermana, y ahí empezaron a olerme toda, desde el culo a la boca,
mientras se empujaban, se mordían y puteaban entre ellos. Se disputaban mis
agujeritos, todos encima de mí. No sé quién fue el que de repente, me abrió las
nalgas y me hizo pichí. Eso me terminó de llevar al límite de la locura.
Especialmente porque algunas gotitas entraban en mi culo sin permiso, y me
regalaba un placer que me calentaba hasta las uñas de los pies.
¡Basta perros! ¡Vení Rencito, cogeme toda, quiero
que me rompas la concha ahora, no aguanto más!, dije mientras me acomodaba
mejor, después de abrirle la puerta a mi hermana para que pueda escucharlo todo
con claridad.
Renzo se me montó sin atreverse a preguntarme
nada, y los otros dos le intercambiaban sus pijas a mi boquita. Rodri me
ahorcaba con mi bombacha que permanecía en mi cuello, me daba sus dedos para
que se los muerda, me pedía que le escupa las manos y me sonaba mocos
invisibles. Tobías jadeaba como loco, llegaba una y otra vez a mi garganta con
su glande empachado de presemen y me pedía que eructe cada vez que me la
sacaba. Yo no podía ni gemir de tanto trabajo no forzado en mi paladar. Encima
los pijazos de Renzo me hacían lagrimear. Además, el guacho me meó los pies
antes de comenzar a darme bomba.
Luego nos trasladamos al living, donde me
senté a upita de Tobías. El pibito me la calzó en la concha de una, y mi boca
ahora se enfiestaba con el sabor de mis jugos al mamarle la pija a Renzo.
Cuando me tiraron con todo en el suelo, medio
que me desconcertaron. Pero enseguida Tobías y Renzo me inmovilizaron con sus
cuerpos y me la metieron, los dos juntos en la concha, al mismo tiempo. Me re
dolió al principio, pero a medida que mi cola se prendía fuego contra el piso,
mis gomas se colmaban de moretones y escupiditas, que los pibes veían cómo se
me desfiguraba la cara cuando me presionaban el cuello y esas pijas se
apretaban como locas entre mis paredes vaginales, empecé a gritar de placer como
una turrita.
¡Así putita! ¡Mirá cómo te cogen los mugrientos
mamita! ¡Te gusta perra!, me decían sin privarme de sus apretones a mi culo.
¡así, quiero quedar bien abotonadita! ¡Quiero
más pija guachitos de mierda, quiero leche! ¡Cójanme más fuerte, asíii, más
verga quierooo!, resonaban mis aullidos en la casa. Hasta que Rodrigo se hincó
sobre mi cara, y silenció mis gemidos con su pija.
Pronto, Renzo empezó a retorcerse, a jadear
cada vez más rápido y a machucarme los pezones. A eso le siguió un chorro de
semen adentro mío, el que hizo que se levante de inmediato y lo corra de una
trompada a Rodrigo. Es que, el pobre quería que se la limpie con la boca, y que
me trague sus últimas gotitas de leche.
Tobías no detenía sus bombazos imprecisos,
porque de vez en cuando se le salía la pija de mi concha, seguro que por lo
lubricada que estaba. Pero cuando me metió un dedo en el orto, se los pedí,
mientras Renzo se ponía el calzoncillo: ¡Quiero un pito en la conchita, y otro
en la colita!
Rodri y Tobías me dejaron un rato tirada en el
suelo, luego de separarse de mi sudor, como si tuvieran que debatir el futuro
de mi destino.
¡No podés estar tan rica, y ser tan puta
Luciana!, articuló Renzo, pajeándose contra la pared, oliendo mi vestido
destrozado.
¿Y pendejos? ¿Qué onda con ustedes? ¡Al final
son re cagones boludos!, les dije para intimidarlos. Y, tanto resultó que los 3
volvieron a mis garras. Solo que yo no podía decidir nada esta vez. Me
acostaron sobre mi lado derecho, me re tranzaron, y de repente, Tobías me la
ensartó en la chocha, mientras los dedos de Rodrigo me lubricaban el culo con
mi propia saliva, luego de obligarme a escupirle la mano.
Cuando el guacho apoyó su glande en mi
agujero, estimulada por la pija de Tobi abriéndome toda, le grité: ¡Culeame
hijo de puta, cogeme el culoooo!
Rodrigo no tuvo piedad. Me la clavó con todo y
de una. No me dolió tanto como la doble vaginal que me había ganado antes,
porque tengo la cola bastante entrenadita. Pero me re calentó la
desorganización de esas dos vergas perforando mis partes nobles. Rodri me
bombeaba suavecito, disfrutando del choque de su pubis en mis nalgas,
pellizcándomelas y haciendo resonar los deslices de su pija cada vez más
adentro. En cambio, Tobi se calentaba cuando le escupía la cara o le mordía las
tetillas. Tanto que me penetraba rapidito, jadeaba murmurando que soy una
putita, y me manoseaba las tetas como si nunca hubiese manoseado unas.
Se me había acalambrado el brazo que yacía
debajo de mi cuerpo. Me hacían doler cuando de brutos nomás me arrancaban o me
pisaban el pelo con sus manos, y me urgía otra pose para seguir cogiendo más
cómoda. Pero los machitos no me soltaban. Tobías me levantó una pierna para
taladrarme más con su pito cerca de acabarme entera. Cuando supe que le faltaba
poco le grité: ¡Acabame todo adentro puto… embarazame taradito, dame toda esa
leeecheee!
Tobías disparó lo más profundo que pudo en mi
conchita, y se dejó ayudar por Renzo, ya que no podía levantarse por sus
propios medios. Entonces, Rodrigo me aprovechó todita para él. Me puso en 4,
casi sin sacarme la pija del culo, y me hizo gatear con él encima de mi cuerpo,
mientras me seguía dando y dando
Tobías se vistió y se sirvió un vaso de
gaseosa, como si fuese su casa. De hecho, Renzo le dijo que era un desubicado. Sin
embargo, el guacho se puso a manosearme las gomas mientras Rodrigo seguía
dándole candela a mi colita. Hasta que se bajó el calzoncillo, me levantó un
poco de las manos y le pidió a Rodri que me la saque un ratito de la cola.
Renzo ya tenía la verga durísima otra vez. Por lo que le permití que me sobe
las tetas con ella, me las escupa y me las empape de su juguito, hasta que se
echó una flor de acabada allí. Tenía prohibido limpiármelas.
Entonces, Rodrigo volvió a empomarme el culo,
y creo que el solo empellón de la envestida de su pija en mi agujerito hizo que
su semen explote como una catarata furiosa, que su pubis y sus huevos se
golpeen contra mis mitades, que sus dedos no tengan piedad de mi boca al
metérmelos para que se los lama mientras me llenaba toda, y que sus jadeos no
se repriman en absoluto.
Ni bien me la sacó, ya casi sin su
vigorosidad, me dejé caer al suelo, encima de los trozos de mi vestido. Aún
tenía mi bombacha como un collar en el cuello, y me dolía hasta cada intento
para hablar. No recuerdo bien cómo es que se fueron. Pero evidentemente la
puerta principal estaba sin llaves, y los 3 se las tomaron en cuanto vieron que
yo no podía ni parpadear. Sé que me manosearon, que me dijeron cosas que no
tenía la capacidad de comprender, y que Rodrigo me quería comer la boca, y yo
lo mandaba al carajo.
Sé que me dormí en cuanto el silencio me acunó
en sus brazos, tirada en el suelo como la postal perfecta de una mujer adicta
al sexo. No sé cuánto tiempo pasó hasta que mi hermana empezó a sacudirme para
despertarme.
¡Dale Luchi, vamos a mi cama, que ya se fueron
los chicos! ¡Te dejaron leche por todos lados, y te re measte! ¿No? ¡Dale
chiquita, no me la hagas más difícil, que son las 4, y si mami te ve así nos
mata a las dos!, me decía intentando levantarme. Pero el peso muerto de mi
cuerpo dolorido no le hacía las cosas tan sencillas. Tuvo que darme algunos
zamarreos, dos cachetadas y algunos tirones de pelo para hacerme reaccionar.
Fuimos caminando hasta su cama como un trencito,
yo adelante para que sus tetas desnudas me rocen la espalda, y cuando llegamos
me tiró sobre el colchón como a una bolsa de papas. Me sacó la colaless del
cuello y me hizo cosquillas con ella en los pezones, se agachó para olerme casi
toda, y cuando se acercó a mi oído me dijo con dulzura: ¡Te juro que, no pude
dejar de tocarme la concha, de apretarme las gomas y de imaginarte garchando! ¡Sé
que está mal… pero… no pude parar ni bien te escuché gemir! ¡No quise ni
prender la luz! ¡Mirá cómo te dejaron! ¡Toda pegoteada, con el pelo enredado, y
llena de rasguños!
No demoró mucho en acostarse a mi lado bajo
sus sábanas. Por suerte tiene una confortable cama de 2 plazas. Yo no podía
sostenerme despierta. Entre el faso, el dolor de mi mandíbula, el ardor de mi
culo, los latidos de mi clítoris y los raspones de mis rodillas, solo quería
descansar.
Pero cuando la escuché decirme, acariciándome
las tetas, y sin ninguna vergüenza: ¡Mañana me vas a contar todo lo que te hicieron
mi amor, y yo me voy a pajear escuchándote! ¡Sos muy putita nena, y te amo por
ser así! ¡Ahora dormí, que tenés un olorcito a pichí que, no sé cómo voy a
hacer para no soñar con lo que pasó, y sin tocarme!
Tuve unas ganas inmensas de comerle la boca.
Sin embargo, la guacha me ganó de mano, y paseó su lengua por mis labios
ansiosos y calientes, pero cerrados y cansados. Sentí unas cosquillitas nuevas,
un calor desconocido y excitante. ¡No podía creer que me calentara estar así de
sucia en la cama de mi hermana! Siempre supe que Agus dormía desnuda, y eso me
hizo soñar un par de cosas chanchas con ella. Pero nunca me hubiese animado a
irrumpir su privacidad.
Lamenté la derrota de mi cuerpo y su
incapacidad para hacer cualquier cosa, porque ahora quería que mi hermana me
coja, y ni me importaba si mi madre nos veía. Pero eso no sucedió, aunque me
prometió que en mi próxima ronda de petes, ella estaría junto a mí, para cuidar
de su hermanita menor, y ponerle ella misma la mamadera en la boquita! Fin
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