¡Yo solo cumplo con mi deber, y estas no son
horas de hacer chanchadas en una plaza pública señorita! ¡Y usted caballero,
retírese, si no quiere problemas con la ley!, retumbó mi voz en una plaza
desierta, en una capital oscura y tan cerrada como la madrugada desalineada,
sucia y perversa. En uno de los bancos, a donde ninguno de los focos iluminaba,
una chica de unos 17 años le chupaba la pija a un tipo con la camisa
desprendida, la mirada perdida y el rostro tan tenso como la dureza de su
miembro. Los vi durante unos minutos, y no voy a negar que me excité viendo la
cabellera rubia de la nena subiendo y bajando, cada hilito de baba que sus
labios le tatuaban en las piernas y en los huevos, y cómo ese pelado cuarentón
le manoseaba el culo. La chica estaba sobre sus pies pegadita al banco, y el
flaco tenía su celular en la mano. Podría haberle tomado alguna foto y todo,
porque la pendeja estaba enviciadísima.
Cuando los alerté, un poco se asustaron por mi
uniforme de policía. Pero enseguida ella me miró desafiante, mientras al tipo
se le bajaba la verga y se le atragantaban las excusas.
¡Es mi novia oficial… no se preocupe, es que,
pasa que en su casa… no podemos… bueno, usted entenderá!, intentaba explicarme cuando
mi linterna lo encandilaba.
¡Mire señor, tiene suerte de que hoy me tocó
patrullar a mí y a mis compañeros, que no somos tan jodidos! ¡Pero por su bien,
le ruego que se retire! ¡Yo me hago cargo de la menor! ¡Evidentemente, esta
chica no llega a los 18 años!, lo tranquilicé, mientras la pibita cambiaba
aquellos ojitos de puro gozo por una agonía que le acortaba hasta las palabras.
¿Cómo te llamás nena, y qué edad tenés? ¿Vivís
lejos de acá? ¿Tus padres? ¿Cómo no saben tus padres que estás sola a estas
horas, y en una plaza?!, se me precipitaron las preguntas apenas el fulano
comenzaba a tornarse una sombra cada vez más imperceptible en la oscuridad nocturna.
¡Juliana oficial, y tengo 16! ¡No vivo lejos,
pero, por favor, no llame a mis padres!, dijo entre algunas lágrimas
inevitables.
¡Tranquila chiquita! ¡Debiste haber pensado
antes en tus acciones! ¡Me parece que, por lo pronto, me vas a acompañar a la
comisaría!, le dije ayudándola a ponerse de pie. Recién entonces pude
observarla detenidamente. Tenía unas tetas impresionantes que se le salían del
diminuto corpiño que las sostenía, y la remerita azul que le combinaba a su
faldita tampoco podía con ellas. Sus ojos, a pesar del pánico que los cegaba,
eran profundamente negros, y su boquita era preciosa. No pude hacer nada por
evitarlo. Mi clítoris comenzó a palpitar en la desnudez imaginaria de esa
pendeja, y entonces tomé la determinación de esposarla para llevarla al
patrullero, pese a sus grititos ahogados, a su forcejeo para complicarme las
cosas y al pataleo que me hizo mientras me la llevaba caminando, casi que a los
empujones. Hasta tuve que sopapearla un poco para que se calme.
¡Basta pendeja, o llamo a tus padres, y se te
pudre peor! ¡Bien que para andar metiéndote pitos en la boca no tenías
problemas! ¡Ahora te la bancás como una señorita, y me acompañás a la
comisaría! ¿Si te reusás, te juro que es peor!, le grité antes de subirme al
móvil con ella. Le expliqué al Ruso y a la Susi, que era la que manejaba que la
mocosa estuvo peteando en la plaza. Tuve que frenarlo al Ruso. Es que, cuando
se mandaba alguna pepa se le encendía la testosterona y, a veces se le iba la
mano con alguna borrachita que salía del boliche con ganas de agarrarse a
trompadas con otra. Le dije que esta era menor de edad, y que yo me haría cargo
personalmente de su situación. Por suerte me escuchó, y no se animó a
contradecirme.
July lloró todo el camino hasta el
destacamento, y cuando llegamos, me obligó a mostrarle la pistola reglamentaria
para serenarla. Otra vez desató una ola de berrinches, y eso podía alarmar a
los vecinos de la zona.
Entramos a mi oficina, cerré la puerta con
llave, le quité las esposas y la até a una silla para interrogarla. Yo me senté
a su lado.
¡Bueno nena, necesito que seas sincera
conmigo, y te juro que te voy a facilitar las cosas! ¿Tomaste alcohol, o te
drogaste con algo?, le dije sin mirarla, para no inhibirla.
¡No tomé nada, pero, perooo, le di unas
pitadas a un porro!, dijo sollozando, anudando los dedos de sus manos y
respirando con violencia.
¡Muy bien! ¿Y, quién era ese tipo? ¿Es tu
novio? ¿O algún amiguito con el que sólo cogés?!, le largué directamente.
¡Es, bueno, es un tipo que conocí por internet!
Quedamos en encontrarnos, y eso!, concluyó con cierta vergüenza.
¿O sea que, vos le chupás la pija a un tipo
que acabás de conocer, y no te importa? ¿Sos consciente de los peligros que corrés
con un total desconocido? ¿Y en plena calle?, le dije, mirándole las piernitas
cruzadas. Sus muslos rosados brillaban en la tenue luz que iluminaba la
oficina, y ahora que la veía mejor, su sonrisa era la de una nena bastante
atorrantita.
¡Eso a usted no le importa!, me contestó
rebelde. Le di un tirón de pelo, solo para imponerle mi poder a su situación, y
ella se quejó.
¡Creo que no estás en condiciones de
contestarme, pendejita mal educada! ¿Esto no es tu casa. Ni yo soy tu madre!
¡Tengo que revisarte! ¡Así que ponete de pie!, le decía mientras desataba el
cordón con el que le apresaba los brazos al respaldo de la silla. En fin, yo
tuve que levantarle el culo del asiento casi que a la fuerza. Solo la palpé
superficialmente, y cuando supe que no tenía nada, le pedí que se siente otra
vez.
¿Le cobraste a ese tipo por hacerle sexo
oral?!, le cuestioné retomando mi lugar, con mis ojos enamorados de cada
pedacito de sus gomas que podía vislumbrar desde su cuello.
¡Ay, nooo! ¿Que se cree? ¿Que soy una putita
barata?!, se defendió irascible.
¡Mi función es investigar Juliana! ¡Además,
justamente, con más razón! ¡Si no le cobraste, considerate una putita barata!,
la acusé, solo para humillarla un poquito.
¡Necesito que te saques la musculosa!, le
solicité. ¿Tengo que inspeccionarte para saber si no tenés algún daño en el
cuerpo, lo que sea!
¡Pero, señora, fue solo un pete! ¡Le juro que
él no me, ni me, solo se la chupé, y ni siquiera…!, intentó abstraerse a mi
pedido.
¡No me importa Juliana! ¡Acá no están tus padres,
y yo respondo por eso! ¡Sacate la remera, y después desabrochate el corpiño! ¡Y
no tengas vergüenza, que estamos entre mujeres! ¿O, preferís que te revisen los
hombres? ¡Digo, por ahí te quedaste con ganas de tomar lechita!, le dije luego
de tironearle el pelo. A regañadientes se quitó la remerita, y yo la ayudé a
desprenderse el corpiño, ya que se sujetaba desde atrás. ¡dios mío! Cuando esas
tetotas brincaron libres, tersas, suavecitas como dos manzanas, con un perfume
tan juvenil como el rosado de sus mejillas, no me contuve, y se las acaricié.
¡Tranquilita nena, que te estoy revisando! ¡Solo
que, es bueno que a estos pechitos le hagan unos buenos mimitos! ¡Son
preciosos!, me salió decirle, mientras su cuerpo me transmitía la confusión que
reinaba en su cerebro.
¿Así que el tipo no te acabó en la boquita
mami?!, agregué, al tiempo que olía su corpiño, embriagando a los ratones de mi
equilibrio, y seguía palpándole las tetas.
¡No, usted no lo dejó, pero yo la quería
toda!, dijo, suspirando de a ratitos, como no queriendo, pero ardiendo de ganas
por hacerlo con cada vez más frecuencia.
¿Y te pareció rica la pija de ese tipo? ¿A
ver? Abrime la boquita nena! ¡Dale, o llamo a tus padres!, le decía
intercambiándole algunas cachetaditas por pellizcos a sus brazos, para que me
suplique que me detenga. Cuando la abrió, acerqué mi nariz a sus labios y tomé
una buena porción de su aliento fresco. Su saliva comenzaba a convertirse en un
suplicio de lava, y sus tetas en mis manos parecían calentarse más y más.
¡Hagamos un trato nena! ¡Si vos hacés todo lo
que yo te pido, en una hora o menos, yo te mando en un taxi a tu casa! ¡Podés
decirle a tus viejos que te quedaste en lo de una amiga, o bueno, vos sabrás!
¡Y, acá no pasó nada! ¡Yo rompo este informe, y vos acá nunca estuviste! ¿Qué
te parece?!, le ofrecí, fantaseando con poseerla definitivamente. Supuse que se
escandalizaría. Pero se mostró abierta a mis propuestas. Tal vez por no
conocerlas realmente. Por eso, antes de que piense en arrepentimientos, zambullí
mi rostro entre esas montañas sedosas, con olor a nena rebelde, con el tinte de
un sudor nervioso y dos pezones cada vez más duritos, los que me atreví a
sitiarle con mis besos obscenos. Recién luego de chuponearle la barriga, los
contornos de sus tetas, de lamerle los dedos de la mano derecha con algo de resistencia
de su parte, y de morderle el mentón, saboreé esos puntitos erectos, febriles y
tan sensibles como el brillo de su mirada, la que ahora se abría como un
paraíso en medio de un planeta enfermo de corrupción.
¡Abrí las piernitas nena, y lameme los dedos!,
le dije abriéndole los labios con la mano con la que no le recorría la espalda,
tan suave como un amanecer. Apenas el calor de su boca rozó mis falanges, yo
misma le abrí las piernas con las mías, aunque a esa altura creo que me
histeriqueaba. Los suspiros se le escapaban a voluntad, las mejillas se le
ponían cada vez más rojas, y quién sabe lo que estaría pasando en su sexo.
¡Quiero que saques la lengua pendejita, y me
la muestres!, le decía mientras me quitaba el arma de la cintura y me
desprendía el pantalón. Entonces, le agarré una mano y la introduje en la
superficie de mi bombacha, mientras le pedía que me lama la oreja, susurrándole
cosas como: ¡Estoy mojadita Juli? ¿Eeee? ¿Te parece lindo calentar así a una
policía? ¿Con esa lengüita estuviste saboreando pija zorrita?
Ella gemía, balbuceaba que sí a todo con un
deseo inocultable, y masajeaba mi vulva sin atreverse a romper los límites de
mi bombacha odiosa. Hasta que me separé de ella y le acerqué el revólver a la
carita. ¡Cómo me calentó ver el terror y el cagazo en sus pupilas!
¡Dale guachita, chupá mi pistola peterita
mugrienta! ¡Acordate, que si no querés que te vuele la cabeza, o que te
entregue a tus viejos, tenés que hacer lo que yo te digo! ¡Así que abrí las
piernas de una puta vez!, le grité impulsándola de los pelos para no darle
libertades ni escapatoria. Entonces lo hizo, mientras le pasaba la lengua al
chumbo, se agitaba, se rascaba una pierna y cerraba los ojos. Ahí le vi una
bombachita verde casi hundida en sus labios vaginales ni bien le subí la
faldita, y me arriesgué a hincarme entre sus piernas. Claro que, antes de
llegar a su tesoro prohibido, le recorrí los muslos, las rodillas, los gemelos,
los tobillos y hasta los dedos de los pies con un desfile de besos, mordiditas,
escupidas y lametazos desesperados. Ella tuvo cosquillas, escalofríos, ganas de
saltar de la silla, atisbos de risas nerviosas y varias caricias a mi cabeza,
en especial cuando resoplaba en los restos de mi saliva que le decoraban la
piel luego del viaje de mis labios para saborear cada partícula de esa
pendejita cada vez más sumisa.
En un instante plagado de poca lucidez,
tironeé un poco la tela de esa bombachita, y luego de olerla la sostuve un
ratito entre los dientes. Le pasé la lengüita mientras le acariciaba las
piernas, y le dije, justo cuando algunos gemiditos le colgaban de la garganta:
¡Mmmm, qué rica bombachita tiene la nena! ¡Está saladita mi amor! ¡Y, decime,
sos grande para llevarte un pito a la boca, pero no para lavarte la bombacha
Juli? ¡Tenés un olorcito a concha y a pichí que, que, me vuelve más puta!
Enseguida le pedí que se ponga de pie, que se
suba la pollerita y se nalguee la cola, mientras yo le iba bajando la
bombachita de a poquito, centímetro a centímetro.
¡Dale nena, levantame la piernita, y después
la otra! ¡Me parece que vas a volver a casita sin bombacha pendeja!, le decía
mientras mi lengua rodaba por su cuello, y mis manos se apropiaban de esa tela
caliente, húmeda y brillante en la parte de adelante por la cantidad de flujos.
Me la froté en los labios y en la nariz, le pedí que abra las piernas para
fregarla en su vagina, y entonces me detuve a mirarle los pliegues, los
pequeños vellitos que cercaban su cavidad, lo estrechito de su orificio y,
hasta una puntita de su botoncito femenino.
¡Me bañé esta mañana señora, así que no sé por
qué dice que tengo olor a pis!, dijo avergonzada, temblando y respirando en una
síncopa peligrosa. Pero hasta allí pude hacerle el aguante al fuego que me
sofocaba la sangre. La recosté a lo bruto sobre la mesa que funciona de
escritorio, me quedé en tetas más rápido de lo que me dieron las habilidades
manuales, le abrí las piernas hasta el tope y me dispuse a darle tetazos en la
vagina, y a frotarle mis pezones en el clítoris. Antes de eso, me babeé como
una pendeja oliéndole la conchita. Por lo tanto, después de unos frenéticos
minutos de teta contra concha, se las encajé en la cara y le grité: ¡Olelas
pendeja, chupalas, que tienen el gusto de tu conchita, y tu olor a pendejita
villera!
Ella no se animó a chuparlas, y eso me
calentaba más. Aunque sí me las escupió y olió mientras le revolvía la vagina
con algunos dedos, y con el pulgar le presionaba el clítoris.
¿Viste lo que les pasa a las nenas que se
hacen las vivas? ¡Por pendeja callejera, sucia, por chupapitos te pasa esto
taradita! ¡Por acá pasaron muchas peteras de plaza! ¡Pero ninguna tan linda y
tetona como vos!, le decía casi sin aliento, a la vez que le escupía la cara,
continuaba dedeándole el clítoris y multiplicando jugos en su conchita, los que
ya patinaban en la mesa. Además le re manoseaba las tetas, le abría la boca
para pasarle la lengua por los labios, le pedía que me la roce con sus
dientitos y que me gima al oído. Me encantaba que me balbuceara: ¡No puedo más
señora, me, creo que, soy re chupapitos, me encantaaa la piiijaaa, y vivo re
alzada por la piiiijaaaa!
De repente alguien comenzó a golpear la puerta
con insistencia. No le di importancia al primer llamado. Pero luego la voz de
Susana deslizó: ¡Elenaaaa, te falta mucho? ¿Qué pasó con la chiquita? ¡Yo en 10
minutos me voy al carajo! ¡Si querés te llevo!
Sabía que no podía hacerme la desentendida con
ella, que es mi superior. Por lo tanto, le puse la remerita a la pendeja, la
obligué a que se arrodille y a que frote su carita de falsa inocencia en mi
vulva, sobre el pantalón. Tuve que amenazarla de nuevo con sus padres si no lo
hacía. Al punto que hasta me dio un mordisco suave encima de la tela que me
hizo tener uno de los orgasmos más sutiles. En ese instante le pedí otra
mordida mientras le enredaba mis dedos en el pelo y olía su corpiño. Su
bombacha ya permanecía guardadita en el cajón del escritorio. No pensaba
devolvérsela!
Susana volvió a llamar, y entonces le grité:
¡Aguantame negri, que ya salgo!
Ella dijo que me esperaba en su oficina, y
entonces le resolví el traslado a Juli con un amigo tachero desde mi celular,
mientras le manoseaba las tetas por última vez, y le decía: ¡Hoy te volvés a
casita sin bombachita, y sin corpiño nena! ¡me parece un acuerdo justo! ¡Y ojo
con hablar, porque tengo muchas pruebas para que tus papis no te dejen salir ni
a la esquina!
Guillermo, mi amigo llegó más rápido de lo que
hubiesen querido mis ansias. Por eso le di un último vistazo a esas tetas más
bamboleantes que al principio, ya que no
tenían el sostén del corpiño, le pellizqué la cola, le hice lamer mis dedos
para calentarme como una zorra, le di el dinero para el taxi, y la acompañé a
la puerta.
Cuando volví a mi oficina, junté mis cosas,
inventé una nota conforme a los acontecimientos para liberar a la chica,
incluso fraguando su edad, y la guardé en el mismo cajón del que extraje
aquella ropita interior, todavía calentita. Atesoré bien esos trofeos en mis
manos, y fui corriendo a la oficina de Susana. Ella tenía que oler, tocar y
admirar esa bombachita y ese corpiñito precioso, recién expropiado del cuerpito
de esa chiquita petera! Obvio, esa misma mañana nos fuimos con la negri a un
telo para comernos las conchitas como nos lo merecíamos después de un arduo día
de trabajo, mientras le narraba sin privarme detalles todo lo que le hice a
Juli. Tuvimos tantos orgasmos como gemidos atrasados, chupones groseros,
lenguas impacientes y dedos penetrantes por todos nuestros cuerpos. Hacía mucho
que no me revolcaba con mi jefa. Y sí, yo también fui una sumisita con ella
cuando entré a la policía, y evidentemente para ella pasé la prueba! Fin
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