¡Seño, me hice pis!


Tenía 11 años. Por aquel entonces les temía a la oscuridad y a mi padre con el mismo desaliento. Era buena alumna en el cole, no le daba trabajo a mi madre con el orden de mi cuarto, y siempre estaba dispuesta a colaborar con ella en lo que me pidiese. No me gustaba que mis padres discutan por cosas que yo no razonaba. No podía ponerme de parte de ninguno, aunque siempre me daba un poco más de pena mi madre. Ella era más débil, no usaba la violencia en su voz ni le profería los insultos que utilizaba mi padre. En ocasiones terminaba consolándola en la cocina cuando la tormenta de improperios, acusaciones, gritos, amenazas y algún que otro manotazo entre ellos cesaba. Ahí era cuando mi madre notaba que, tal vez por el susto, la impotencia de querer hacer algo y no saber qué, o lo que fuera, me había hecho pis encima. Entonces me llevaba en silencio al cuarto, me recostaba en mi cama, me desnudaba, y luego de darme un beso en la frente me hablaba con preocupación, pero con todo el amor del mundo.
¡Sole, ya sos grande para hacerte pichí mi vida! ¡Sabés que a tu padre no le gusta esa conducta! ¡Yo entiendo que tengas miedo chiquita! ¡Pero vos no tenés la necesidad de meterte, ni de estar siquiera en ese momento! ¿Y a mami no le va a pasar nada! ¡Son cosas de adultos! ¡Cuando ves que la cosa se pone tensa entre nosotros, te venís a tu pieza y te quedás acá! ¿Me prometés que me vas a hacer caso?!, me decía, aún agitada por el talante de la discusión que de a poco se esfumaba.
No era la primera vez que me hacía pisen una situación así. Una de esas veces, justo cuando yo le suplicaba a mi padre que se detenga, que deje de gritar y que no insulte más a mamá, él mismo descubrió que mi pantalón estaba empapado.
¡Ahí la tenés a la cochina de tu hija Graciela! ¡Se mea encima todavía, por tu culpa, porque no querés entender que la protegés demasiado!, gritaba mi padre mientras me bajaba el pantalón y la bombacha ante los ojos entristecidos de mi madre.
Cuando cumplí los 13, mi madre pensó que lo mejor para mí era anotarme en un colegio de señoritas. A mí me gustaba la idea, ya que me costaba mucho socializar con los varones. Además, para ese entonces la psicopedagoga de mi antiguo colegio mixto, le había dicho a mi madre que aquello podía ser una buena solución. Es que, aparte de hacerme pis en la escuela, tenía muchos problemas. Era muy retraída, sumisa por demás, poco participativa en clase, bastante ausente en los recreos, y muy llorona. Por eso, mis primeros días de clase en el nuevo colegio no fueron tan difíciles. Había muchas chicas, una más buena que otra. Pero aún así, equivoqué mis primeras amistades. O tal vez no.
Las discusiones en casa seguían a la orden del día. Por eso algunas mañanas, cuando no llegaba a bañarme, sin querer, o por descuido, iba con olor a pis al cole, ya que mientras persistían las peleas, mis accidentales impulsos me llevaban a mojarme en la cama. Valeria lo notaba siempre, y me ridiculizaba por eso. Ella era rubia, grandota, con fama de peleadora, de mirada dura y carácter fuerte. Se sentó a mi lado desde que la profesora de biología armó los grupos de trabajo.
¿Qué te pasó hoy mi amor? ¿no le embocaste a la pelela, y te mojaste?!, me dijo una vez mientras la de inglés tomaba asistencia
¡Che gordita, decile a tu mami que te compre pañales nuevos la próxima! ¡Parece que esos se desbordan un poco! ¿Todavía te meás encima?!, me dijo en el recreo, delante de otras dos chicas que intentaron defenderme. Pero Valeria le pegó en el labio a Vanina, (una de esas chicas), y apenas vio que tenía sangre, nunca más volvió a defenderme. Ni ella, ni cualquiera de sus amigas. Yo procuraba no hacer caso a sus boludeces. Pero por otro lado, no sabía cómo contestarle sin tener problemas.
Hasta que un día, sucedió algo que me hizo volar, sentir un odio tremendo, pero a la vez algo que me llenaba el cuerpo de cosquillitas. Fue durante un recreo. Estaba en el baño, exactamente al lado de Valeria. Ella estaba fumando, respondiendo un sms y hablando un poco a los gritos con otra chica que andaba por alguno de los otros cubículos. Cuando me vio me acarició el pelo, y me dijo: ¡Hola Sole! ¿Te estás meando? ¡Creo que todos los baños están ocupados! ¡Pero, si querés podés entrar al mío! ¿Entramos juntas?
Ni llegué a responderle. Ella me tomó de una mano y me arrastró al cubículo que había pegado al lavatorio.
¿Vos primero?! Me preguntó apagando el cigarrillo.
¡No, mejor vos, y después yo!, dije, sin pensar. No me sentía cómoda, pero ya estaba en el baile.
¡Aaaaah, querés ver, cochina! ¿No es eso? ¿Querés mirarme la chucha? ¡Sos una degenerada! ¡Así que, mejor vos primero! ¿Te parece?!, me dijo con una voz que jamás le había oído. Era dulce, cargada de algo que no comprendía, pero que se sentía como una caricia. De repente, al notarme inmóvil, me desabrochó la falda para que caiga al suelo y me sentó de un empujón en el inodoro.
¡Bajate la bombacha tontita!, gruñó en el tenue silencio del baño, cuando afuera todo se alborotaba. Sin embargo, ella misma tomó con sus manos el elástico de mi bombacha y la deslizó hasta mis tobillos. En esa posición no pude más que disponerme a hacer pis. Ella me miraba como extasiada. Se reía, se pasaba la lengua por los labios y se balanceaba hacia los costados. Incluso, en un momento me separó un poco las piernas con una mano. Sentí el filo de su dura mirada en mi sexo, y la odié con el mismo fuego con el que me sentía flotar. Nada de eso tenía lógica en mi cabecita inocente. En un momento paseó su cigarrillo apagado sobre mis labios, justo cuando pensaba en decirle algo.
¿Te falta mucho hermosa?, me decía luego, mientras me alcanzaba papel para limpiarme. Ni bien terminé y arrojé el papel al cesto, me levanté como pude del inodoro. Pero gracias a lo estrecho del cubículo, no pude evitar que ella me suba la bombacha. No llegaba a subirme la pollera con mis manos. Entonces, Valeria aprovechó a tocarme la cola, a palpar mi sexo sobre mi bombacha, y a besarme en la boca, ni bien nuestras caras estuvieron tan cerca que casi podíamos latir juntas, y escuchar cada martillazo de nuestros corazones.
¡Tenés una bombachita preciosa nena! ¿Tu mami te las compra?, me dijo apretujándome contra ella.
¡Dale nenita, dame otro besito de esa boquita hermosa que tenés!, me decía buscando mi boca todo el tiempo. Pero como me negué, salió hecha una furia. No sin antes dirigirme una mirada fulminante, y decirme: ¿Ya vas a ver nena! ¡Vos te la buscaste! ¡Si no me querés besar, ahora vas a tener problemas serios pendeja! ¡Lo lamento!
Al rato estábamos en clases. Valeria me ignoraba por completo. Aunque en un momento me escribió en la carpeta que era una pendeja sucia. Le pedí que lo borre. Pero no me dio bola. De repente, mientras la profesora de filosofía nos hablaba de la luz de la verdad, alguien golpea tres veces la puerta.
¡Perdone profesora, pero vengo a buscar a una alumna!, dijo una mujer alta, morocha, de finos labios, sin uniforme pero con aspecto de importante. Tenía una cabellera larga, casi hasta el inicio de sus nalgas, una sonrisa radiante, anteojos y no más de 40 años. Aunque su voz parecía rejuvenecerla aún más cuando hablaba con esa voz tan melosa que, era imposible no estremecerse.
¡Por supuesto Elena! ¿A quién busca?, dijo la profesora, como restándole importancia. Yo veía que la mujer miraba insistentemente a nuestro banco. Hasta que al fin dijo: ¡A Soledad Carreras profesora! ¡Es urgente! ¡Pero, enseguida se la traigo!
Inmediatamente me levanté. no esperé a que me llame. Por un momento pensé lo peor. ¿Mi madre estaría en grave peligro por culpa del salvaje de mi padre? ¿Habría pasado algo con mis abuelos? ¿Mi madrina habría recuperado el conocimiento después de sus largos días en el hospital, tras su fatal accidente en moto? ¿Eso sería una buena noticia!
De repente estaba de pie frente a un escritorio lleno de papeles y carpetas, en una sala con piso de madera, un espejo empotrado al lado de un armario gigante, un piano de cola y varias bibliotecas pequeñas. Los ventanales estaban cerrados, y las cortinas no permitían que el sol penetre los cristales. Apenas un leve tintineo procedía de un llamador de ángeles colgado de una repisa. La impaciencia me carcomía. Ella no se sentaba, ni me invitaba a hacerlo. Tal vez, cuando pensaba en eso, tuvo que contestar un llamado telefónico. Por suerte para mis nervios, fue una comunicación breve. Ni siquiera me importó saber de qué podía tratarse. Cuando terminó, me acercó una silla, y ella se sentó en otra a mi lado.
¡Así que vos, sos, Soledad Carreras!, me dijo resuelta y amable.
¡Si señorita, soy yo!, le respondí con seguridad.
¡A ver, según tu legajo, tenés 13 años, sos hija única, y, estás hace poquito en la escuela! ¿Verdad?, me preguntó. Yo asentí con la cabeza.
¡Hablá mi amor! ¡Acá son muy importantes las palabras! ¡Y más las de las nenas hermosas como vos! ¿Te sentís bien en el colegio?, me cuestionó sin inmutarse. Una estela de perfume floral emergió de su cuello mientras hablaba, y algo me invadió de felicidad.
¿Si señorita, hace tres semanas que estoy, y, sí, me siento bien acá!, le respondí.
¡Muy bien Sole! ¿Y te parece bien lo que hiciste?, me dijo desconcertándome por completo. Pensé en lo que le iba a responder, pero algo no me cerraba del todo.
¡No sé a qué se refiere señorita!, le sinceré, sin desviarle la mirada.
¿Mirá vos! ¡Bueno amor, me contó un pajarito que en el recreo, vos, le tocaste la cola a Valeria, en el baño de chicas! ¿Es eso cierto?, me consultó, sin alterarse.
¿Quée? ¡Yo no, le juro que, yo no le hice nada señorita, se lo juro!, le dije, totalmente sorprendida.
¡No te creo! ¡Yo no estaba en ese baño con ustedes! ¡Pero te aclaro que eso no se hace Sole! ¡En tu antigua escuela, tal vez las reglas eran otras! ¡Pero eso no lo toleramos acá! ¡Es muy grave lo que hiciste chiquita!, me decía Elena, apoyando una de sus finas manos en mi hombro. Tenía las uñas perfectamente pintadas, y, cuando se agachó, sentí el tacto de uno de sus pechos en mi brazo. Un calor me invadió por completo, aunque no entendía sus causas. Pero el fuego de la injusticia me abrazaba la garganta, de la misma forma que cuando mi padre insultaba a mi madre.
¿Señorita, le juro que no le hice nada! ¡Ella fue la que, la que me besó, me manoseó, y hasta me amenazó! ¡Tiene que creerme, por favor! ¡Además, esa pendeja es una patotera, es re violenta, y mandona! ¡Se cree que es la más brava en el salón! ¡Y encima fuma en el baño! ¿Eso no está prohibido acaso?, le expuse, arrugando el seño y juntando las manos para tranquilizarme.
¡También, ese pajarito me contó que, al parecer tenés algunos problemitas de higiene! ¿Tenés la ropita interior mojada?, me largó, como sin escuchar mi defensa. me sentí avergonzada. Pero sin embargo le dije: ¡Bueno, si me deja explicarle… eso es porque… bueno… pero lo de esa chica… yo no le hice nada!
¡Shhhh, tranqui Sole, no hay necesidad de levantar la voz!, me dijo posando una de sus manos en mis tetas.
¡Vos ya te desarrollaste? ¿Sabías que tenés unos pechos muy lindos?, susurró de golpe, lejos de toda razón comprensible. Le dije que me vino por primera vez a los 12, con toda la mala gana del mundo, y le aclaré que no me interesaba hablar de mis intimidades con una desconocida.
¡A ver si nos entendemos corazón! ¡Yo no soy ninguna desconocida! ¡Soy la directora de este colegio! ¡Por lo tanto tengo derecho a saber todo acerca de mis alumnas! ¡Y, por otro lado, Valeria, esa pendeja como la llamaste, es mi sobrina! ¡No tengo muchas razones para creerte, porque vos sos la nuevita, y ella tiene muy buena reputación en esta escuela! ¡Salvo que decidas confiar en mí!, me dijo mientras volvía a sentarse en su silla. Su rostro no mostraba disgusto alguno, por más que su voz no era tan blanda como antes.
¡Perdón señorita, directora! ¡Pero le juro que, yo no le hice nada a su, a Valeria! ¡Ella me escribe cosas, me insulta, se burla de mí, y todo eso!, le dije, sin ocultarle algunas lágrimas impotentes.
¡Mirá corazoncito! ¡Esta escuela está llena de chicas con problemas! ¡Están las que tienen dramas con las adicciones, las mentirosas compulsivas, las cleptómanas, las que no aceptan su homosexualidad, las que arrastran una indisciplina feroz, las bulímicas o anoréxicas, o las que no creen en Dios! ¡Pero hay muchas como vos, que simplemente mojan la cama porque sus papis se pegan! ¡Sin embargo, tu mamá confía en mí para tu educación! ¡Así que, si no confiás en mí, ahora mismo hablo con tu madre, y te buscás otra escuela! ¡Eso sí, obviamente me va a creer a mí cuando le diga que le tocaste la cola a una alumna! ¿O pensás que le va a creer a una niñita inmadura que se hace pipí hasta en el colegio?, me decía ahora, respirando hondamente, bien cerquita de mi cuerpo, descendiendo lentamente con su cabeza hasta detenerse a la altura de mis tetas. Su cabellera caía sobre mis piernas, y eso me hacía sentir en paz.
¡Sole, te digo que puedo notarlo con claridad! ¿Te orinaste en el colegio? ¿O mientras le mirabas la cola a Valeria, o a otra chica?, me acusó sin pruebas, llevándome a un nuevo concierto de lágrimas. Pero ella inmediatamente me secó el llanto con un pañuelo de seda precioso, y me dijo acariciándome el pelo: ¡Ya está Sole, no te preocupes, que no es tan grave mojarse la bombacha!
Entonces, Elena volvió a su silla, y mientras me acariciaba una pierna me serenó con sus palabras.
¡Mirá Sole, si vos confiás en mí, yo te puedo ayudar! ¡Conozco mucha gente importante! ¡Abogados influyentes! ¡yo puedo hacer que, por ejemplo, tu papi no vuelva a pegarle a tu mamá, nunca más! ¿Te gustaría saber que tu papá está preso?!
Sentí unas ganas locas de abrazarla, de agradecerle por anticipado semejante ofrecimiento. Pero no pude moverme. Solo cuando ella tomó una de mis manos y la besó, sentí que todo adentro mío gritaba, saltaba y se estremecía como un niño con juguete nuevo.
¡Sí señorita, yo confío en usted! ¿Qué tengo que hacer para que me crea?, le dije, sin saber por qué elegí decirlo.
¡Yo, podría creerte, si vos hacés todo lo que te digo! ¡Por ejemplo, ahora me gustaría que te sientes en el suelo frente a mí, y me saques los zapatos!, me solicitó con una sonrisa renovada, tan exótica y real que volví a sentirme repleta de frescuras. Entonces, me senté en el suelo y le desabroché esos zapatos con taco, con piedras incrustadas en la parte delantera. Tenía unos pies diminutos envueltos en unas medias finas color piel.
¡Basta de llorar tontita! ¡Me parece que ya empiezo a creerte, muuuy de a poquito! ¿O, querés que te seque las lagrimitas con los pies?, me dijo divertida cuando mis sollozos no lograban apaciguarse. En ese exacto momento, Elena frotó varias veces uno de sus pies en mi cara. Me sentí rara, pero no podía dejar de admirarla. Sin embargo, cuando corrí la cara, pensando en que tal vez ella podía sentirse incómoda, me dijo: ¡Heeey Sole, dale un besito al pie de la dire, que ella es buena, y te va a cuidar! ¡Además, a la seño Elena no le importa mucho que sus alumnas vengan al cole con olor a pichí! ¿Sabías?
Me hizo reír el modo en el que me lo dijo, porque su voz se había transformado en la de una nena con un chupetín en la boca. Cuando le di un beso, me pidió otro, y después otro más. Hasta que me pidió que me siente con las piernas flexionadas, que pegue mis pies a las patas de la silla en la que ella permanecía sentada, que le saque las medias, y que por un instante no me mueva. De a poquito Elena comenzó a levantarme la falda con un pie, mientras el otro se adentraba entre mis piernas, con tanta lentitud que me desesperaba.
¿Te tocás a la noche Sole?, me preguntó sin anestesia, cuando el pie que había entrado bajo mi falda me acariciaba los muslos. Por toda respuesta, tal vez por parecerme demasiada exposición me cubrí la cara con las manos.
¡Contestame nena! ¡Te hice una pregunta! ¿Te metés los deditos en la vagina cuando estás sola en tu cama?, me renovó la pregunta, esta vez con un tono decidido. Además, su pecho se agitaba un poco, mientras intentaba rozarme la vulva con su pie.
¡más o menos señorita… no siempre… porque, bueno, no sé bien de esas cosas!, tartamudeé, mientras ella sonreía, y el pulgar de su pie buscaba adivinar el orificio de mi vagina sobre mi bombacha. ¡No lo podía creer! ¡Estaba sentada en el suelo, con uno de los pies de la directora entre mis piernas, frotándose cada vez más contra mi sexo!
¿Alguna vez escuchaste a tus papis teniendo sexo?, me preguntó cuando separó su pie de mi intimidad por un momento. Le dije que solo una vez, y que me dio asco. Quizás porque en ese momento tenía 8 años.
De repente sonó el timbre. Elena se sorprendió tanto como yo, y seguro que ambas compartimos la misma decepción. Pero ella fue más práctica. Me extendió una mano para que me levante del suelo y me pidió que me siente en la silla. La vi ponerse las medias y los zapatos con perplejidad. Sentía un fuego en el interior de mi sexo que me confundía, pero me gustaba tanto que, casi le pedía quedarme con ella para que su pie me siga frotando la conchita. Entonces, ella me habló con la misma serenidad de siempre.
¡Sole, ahora te acompaño al aula! ¡Ojo con tu comportamiento! ¡Si volvemos a tener una cita, espero que sea por cosas buenas! ¡Yo voy a hablar con Valeria por lo del cigarrillo! ¡Tenés razón, acá no se puede fumar! ¡Pero, por lo demás, no puedo garantizarte nada! ¡Y vos, por favor, mañana procurá venir con la bombacha sequita! ¡Según mi pie, la tenés mojada! ¿O, será que te gustó lo que te hice, y te mojaste? ¡Vamos, que te vas a perder el recreo!
Acto seguido me besó una mano y me condujo al patio, escoltando mis pasos. Por suerte Valeria no rondaba por ahí. Recuerdo que me compré un alfajor, y que no tardó en sonar el timbre para entrar a clases. Nos esperaba biología, con la fotosíntesis y todo ese embole de las plantas. Valeria llegó más tarde, y se sentó a mi lado sin hablarme. Solo me escribió en la carpeta: ¿No te gustaría chuparme las patas, nenita sucia?
Entonces me animé a escribirle en el banco un no gigante. Ella lo vio, y le pasó la lengua. Entonces, la profesora le pidió que le diga cuál es la función de la clorofila en las plantas. Valeria lo pensó un segundo, y le respondió de malhumor: ¡No tengo idea profe! ¡Esta chica me distrae mucho! ¿No cierto que es re linda?
Hubo un silencio imposible de oír en todo el salón. Yo me puse roja de vergüenza y de rabia. ¿Qué mierda le pasaba conmigo a esta tarada? La profesora no supo qué decirle, hasta que Valeria volvió a interferir.
¡Yo me casaría con ella, si me lo pidiese! ¡Lástima que, bueno, yo soy muy popular, y ella, bueno, al parecer todavía no sabe lavarse la bombacha!
Entonces la profesora la cortó en seco. Le dijo que si no quería preparar un trabajo práctico para el día siguiente, me pida disculpas, y que se concentre en la clase. Por suerte Valeria cesó en sus intentos de exponerme. Estuvo calladita toda la hora, hasta que sonó el timbre para el último recreo. Ahí, no solo me empujó cuando se levantó de su silla, me tiró una lapicera y me arrancó una hoja de la carpeta. También me pellizcó la cola. Lo peor fue que Daniela, una gordita que se sentaba atrás de nosotras la vio, y se rió con todas sus ganas.
Luego de aquellos incidentes, pasaron dos largas y tortuosas semanas en las que intenté no generar problemas de ningún tipo. Valeria seguía hostigándome por mi olor a pichí, a pesar que había logrado controlarme bastante por las noches. Además me escribía frases sucias, me amenazaba con agarrarme a piñas si no le decía mi amor, y me dejaba en ridículo ante cualquiera de las chicas. Pero la noche que le coincidió a mi encuentro con Elena, se me hizo imposible dormir sin soñar con ella. no solo la soñé esa noche. Además, me ardían unas ganas terribles de tocarme, y no me iba a quedar en la víspera de ese placer. Una de esas noches logré abstraerme de la discusión entre mis padres. Me quedé en bombacha, me metí en la cama y empecé a recorrer mi cuerpo con mis manos ensalivadas. Me encantaba tocarme las tetas después de babearme las manos, y apretarme los pezones. Pero, cuando mis dedos se escabulleron en mi vagina, miles de convulsiones me sofocaron. Quería pegarme en la cola, meterme dedos en el culo, saborear los flujos que goteaban de mi sexo, morderme los pezones, o chupármelos, saborear mi cuello, o penetrarme con los pulgares de mis pies. Inmediatamente la figura de Elena invadía mi mente, y yo comenzaba a susurrar su nombre, a pedirle que me toque, que pruebe mis labios, que me arranque la bombacha, que me enseñe a no hacerme pis en la cama, y me masturbe con sus delicados pies de princesa. Pero, también pensaba en Valeria, en los pellizcos que me regalaba, quizás pensando que me hacía daño, en sus palabritas sucias, en su mirada dura y en su perfume extraño. Por un lado quería cagarla a trompadas, y por el otro, me la imaginaba desnuda, y fantaseaba con que me chupaba las tetas. Obviamente que en esas noches terminaba meada en la cama por tantas locuras derrapando adentro mío, con mis dedos y mis frotadas por toda la cama. Pero nada quería más que masturbarme para dejar de arder en el colegio, y para silenciar a mis padres. Sin embargo, en lo que se refiere a lo primero, no lo conseguía del todo.
Entonces, en uno de los recreos, caí en la trampa que evidentemente Valeria me tenía preparada. Yo estaba sentada en el patio, hablando de una banda de chicas japonesas que hacían un pop muy malo con Paola, una de las chicas que no le seguía la corriente a Valeria. Cuando de repente aparece Daniela, la que siempre se reía de mí cada vez que Valeria me exponía, y me dice: ¡Che Sole, me acompañás al baño? ¡Yo ya le dije a la directora que hay una chica que nos espía cuando vamos al baño! ¡Pero ella no me cree!
Me pareció raro. Pero el miedo en su voz era elocuente. Por eso decidí acompañarla. Paola se nos separó en el camino para ir al bufet. Cuando entramos al baño, de repente, detrás de nosotras sonó un portazo violento. Daniela se asustó, o al menos fingió hacerlo. Yo pensé que pudo haber sido el viento que cruzaba por la galería. Pero no era otra cosa que la figura e Valeria la que, de repente nos mostraba una navaja afilada, y una cara desencajada. No supe qué hacer. Pero el miedo me contaminó de golpe.
¿Mirá Sole, si te portás bien, a tu carita no le va a pasar nada, y a la de Dani tampoco! ¡Siempre y cuando me hagas caso! ¡Así que, abrite la camisita, y mostrame las gomas!, dijo su voz como un relincho, blandiendo la navaja y tratando de buscar los ojos de Daniela con los suyos. Ella permaneció petrificada, con el culo apoyado en una bacha. No le hice caso. Por eso se me acercó lentamente, y luego de acariciarme la mejilla, olerme el pelo y de estamparme un ruidoso beso en el cuello que me hizo gemir, me desprendió dos botones de la camisita.
¡No me hagas poner pesada nena! ¡Abrite la camisa, y pelá las gomas!, me repitió, ahora presionando la corbata del uniforme contra mi garganta. Ni bien descifró que mi voz optó por obedecerme me soltó, y entonces yo me desprendí toda la camisita. Ella me subió el corpiño, y me sacó varias fotos con su celular. Antes me pareció haber oído el clic de otras fotos. Pero estaba muy aterrada para prestarle importancia. Lo cierto es que, me hizo agachar, menear las tetas, acariciármelas, y hasta sostener mi corpiño con los dientes, con la idea fija en tomarme cuantas fotos quisiera. De repente el rostro de Daniela se iluminó cuando Vale le susurró: ¡Ahí la tenés pendeja, toda entregada! ¡Mamale las tetas, si es lo que tanto querías!
Daniela caminó hacia mí como un perrito faldero, y ni dudó en tomar mis tetas entre sus manos. Gimió apenas lo hizo, y yo gemí al sentir sus dedos en mis pezones. Aunque fue peor sentir la primera de las succiones de sus labios alrededor de ellos, en toda la extensión de mis tetas, y cada vez que se apropiaban de mis pezones para darles tiernas mordiditas, chupones y lamidas. Además, le hablaba a mis tetas como a nenas.
¡Qué hermosas que son mis amores! ¡Haaaam, me las quiero comer todas! ¡Son re ricas, y tienen perfumito! ¡Me encantan tus gomas Sole!, decía entre chupadas y lengüetazos, mientras Valeria seguía tomándome fotos, sin olvidarse de mostrarnos la navaja. Entonces, lo peor que podía pasarme en ese momento me sucedió. Justo cuando Daniela buscaba mi boca para besarme, y mientras una de sus manos intentaba tocarme la concha, ya que forcejeaba para abrirme las piernas, sin darme cuenta de nada, y tal vez por la misma excitación que no había dominar, me hice pis. No fue mucho porque en el recreo anterior había venido al baño. Pero eso a Daniela le regaló un motivo para gemir como si estuviese cumpliendo un sueño muy difícil de alcanzar.
¡Es cierto Vale, la Sole se hace pichí! ¡Es más, ahora mismo se meó! ¡Es una chancha! ¡Igual, yo ya lo había notado! ¡Siempre huele a pichí! ¿Eso, a vos, también te calienta?, decía Daniela, cada vez que soltaba mis pezones. Realmente esa boquita me hacía volar. Ya no le tenía miedo a Valeria, ni a su navaja, ni al ridículo de toda la clase en cuanto se supiera que yo me había meado encima. No entendía qué me pasaba, pero quería más de la boquita de Daniela por mi cuerpo. Valeria no paraba e sacar fotos, ni de suspirar con una sonrisa dibujada en el rostro. Pero, de repente, sonó el timbre, y Valeria salió como un flechazo del baño. Supongo que Daniela y yo suspiramos aliviadas, aunque ninguna entendió lo que dijo Valeria al salir. En ese momento, nada nos importaba más que besarnos. Ella me mordía la lengua, me penetraba la boca con la suya, y me frotaba el pubis en las piernas, sin olvidarse de manosearme las tetas, de olerme y decirme todo el tiempo: ¡Quiero hacer el amor con vos nena, me re calentás, me encanta tu boca, y no me importa que te hagas pis!
No sé cuánto tiempo estuvimos así, comiéndonos a besos, y acariciándonos la cola como gatitas mimosas. Ninguna se atrevía a transgredir la pollerita de la otra, aunque tal vez no nos faltara mucho. Pero de pronto, tres golpes secos en la puerta, y a continuación la voz de Elena al otro lado de la puerta.
¡Chicas, tienen que ir a clases! ¡Si no me equivoco, Soledad Carreras y Daniela Carmona están ahí dentro! ¿Verdad?, oímos, tan exaltadas que temimos por nuestras vidas. Yo me arreglé la ropa lo más rápido que me dieron las manos, me lavé la cara y salí. Elena ya no estaba, y Daniela se había ido antes que yo. Entonces entré a clases. Valeria no estaba. Pero no lo lamenté en absoluto. La profe de inglés apenas me escuchó cuando le pedí disculpas por entrar tarde al salón. Por eso, me senté, y comencé a apuntar lo que había escrito en el pizarrón. Pero, entonces, Elena entró con su parsimonia habitual, sus anteojos, su pelo recogido en una cola y su perfume repleto de primaveras.
¡Señorita, necesito hablar unas palabras con, con Soledad Carreras! ¿Le molesta si me la llevo a la dirección unos minutos?, dijo Elena, servicial y sin vueltas. La profesora no tuvo objeciones. Por eso abandoné mi banco, y caminé hacia Elena para seguirla. Aunque, antes de atravesar la puerta del salón, Elena se volteó para decirle a la profesora, con cierto aire de cinismo: ¡Profesora, creo que se la traeré en unos minutos más! ¡Tal vez nadie se dio cuenta, pero Soledad se hizo pis encima! ¡De modo que, tendré que proveerle de ropa limpia!
Inmediatamente la puerta se cerró, dejándonos a solas en la galería, desde donde todavía se oían las risas de mis compañeras y sus acotaciones. Elena aceleró el paso, y ni bien entramos a la dirección, cerró la puerta con llave. En el camino no me había dirigido la palabra. Adentro todo estaba igual que siempre.
¡Sentate Sole! ¡Y esta vez no me digas que no hiciste nada, porque no te creo!, me decía mientras buscaba algo en su celular. Luego, se sentó a mi lado, poniendo ante mis ojos la pantalla de su móvil.
¿Reconocés esto? ¡Mejor dicho, Reconocés a estas chicas?!, me dijo, mientras varias fotos de mis tetas, de la boca de Daniela chupándome los pezones, de mi boca sorbiendo sus dedos, de nuestras bocas devorándose, o de su pubis friccionándose contra mis piernas deambulaban por el celu de la directora.
¡Ahora no me podés decir que no sos vos! ¿Qué pasa Sole? ¿Tantas ganas tenés de estar con una chica? ¿No podés aguantar, y de última, hablar con Daniela y hacer todo esto en tu habitación?, me acusó elevando un poco la voz. Otra vez mis lágrimas impotentes se dieron a conocer, sin que pudiera evitarlo. Sabía que yo no propuse aquello, y que Valeria había tomado las fotos. Pero ella no aparecía en ninguna. Por lo tanto no podía incriminarla.
¡Señorita, yo, es que, no sé quién tomó esas fotos, pero… Daniela tampoco… digo, ella tampoco tiene la culpa!, me defendí en vano. Elena no me escuchaba.
¡Ahora no quiero que hables! ¡Mejor, levantate, y subite la falda!, me ordenó imperativa. Sus ojos no parecían enfurecidos. Por eso, supongo que no me levanté a la primera.
¿Vos no entendés? ¡parate, y subite la pollera Soledad!, repitió, ahora menos paciente. Entonces lo hice, sabiéndome indefensa y expuesta. Ella, luego de unos segundos en los que me recorrió las piernas y el vientre con la mirada, aprovechando los pocos centímetros que nos separaban, me agarró de la cintura y me trajo hacia ella con brutalidad, diciendo: ¡Vení acá pendeja!
Entonces, su larga cabellera le cubrió el rostro apenas se agachó a la altura de mi pubis. Sentí muy cerquita de mis piernas cada exhalación de su olfato ansioso. También sus dedos recorriendo mis nalgas sobre mi bombacha rosa, mientras por nada del mundo yo debía soltar mi pollera, la que sostenía por encima de mi cintura.
¡Mmmm, Vale tiene razón! ¡Te hiciste pipina Sole! ¡Y, a mí, el olor a caquita y a pichí en las nenitas como vos, me excita demasiado!, dijo la directora, ahora olfateándome bien pegada a mi vulva. Había verificado la humedad de mi bombacha, y eso me sumía en un estado que no sabía definir.
¡Parece que con vos tenemos que hablar en otros términos chiquita! ¡Decime, tu papi, cuando te hacés pis en tu casa, ¿Te pega, o algo así?!, me dijo Elena, irguiendo su cabeza para mirarme a los ojos, pero con una de sus manos sobre mi cola. Le dije que mi padre nunca me pegó, y eso pareció satisfacerla.
¡Claro, claro, entiendo! ¡Eso es lo que te falta me parece! ¡Una buena paliza! ¡Pero, yo creo que tengo la solución!, dijo, cuando terminó de desabrocharme la falda. ¿Me había dejado en bombacha, y yo no me había ni percatado!
¡Vení Solcito! ¡La dire te va a hacer upa, como si fuese tu mami! ¡Solo que, vos vas a abrir las piernas, y una de mis piernas quedará entre las tuyas! ¿Me entendés?, me dijo. No fue difícil acatar su pedido, aunque no entendía qué se traía entre manos. Lo cierto es que, ni bien mi sexo se apoyó sobre su muslo, ella comenzó a dar pequeños saltitos, mientras que con una de sus manos me pegaba cada vez más fuerte en la cola. Con la otra me acariciaba las mejillas.
¡Te portás muy mal Sole! ¡Esa chica, Daniela, a lo mejor se enamora de vos! ¡Pero vos sos una malcriada, una chancha, una nena sin principios! ¡Además, sacarte fotitos en el baño de una escuela… eso está muy mal!, me decía intensificando los azotes en mi cola, mientras con su otra mano hacía que mi pubis se friccione de arriba hacia abajo contra su muslo. Ella también se había subido la falda, y entonces, podía sentir en mis ingles el calor de su piel desnuda.
¡La verdad, me encantaría amamantarte! ¿Esa boca grosera en mis tetas, debe sentirse muy rico! ¡Pero, no sé si te lo merecés todavía!, decía en voz baja, como si se lo estuviese atribuyendo personalmente. Pero entonces, detuvo sus brinquitos, y dejó de pegarme en la cola. La odié porque, mi vagina en ese instante parecía estar por alcanzar algo que aún no asumía de qué se trataba. Pero era insoportable no poder llegar a sentirlo. Es que, de pronto dijo, esta vez en voz alta: ¡Dale bebé, salí con el látigo que convenimos!
No sabía qué sucedería. Entré en pánico, y temí hacerme pichí otra vez. Pero, como si la respuesta no pudiera hacerse desear ni un segundo más, la puerta del armario gigante se abrió, y de allí surgió ni más ni menos que Valeria, con un látigo en una de sus manos, y en la otra una tijera.
¿Con este está bien tía?, le dijo a Elena, sonriéndome con sarcasmo.
¡Excelente Vale! ¡Vení, antes de cualquier cosa, cortale la bombacha!, dijo Elena, aprisionándome con sus brazos, todavía con mis piernas abrazándole la suya.
¡Noooo!, me atreví a gritar. Pero Elena me silenció poniendo su ancha y caliente lengua sobre los labios, balbuceando un tímido: ¡Callate tontita, o te muerdo la boquita hasta que te salga sangre!
Entonces, sentí el perfume de Valeria, y enseguida el frío metal de su tijera en mis costados. primero cortó mi lado derecho, y pronto el izquierdo para privarme de la bombacha, tan simple como quiso.
¡Muuuy bieeen Valee! ¡Olela, por favor, y decime si te gusta su olor!, le dijo su tía, mientras sus brazos me aferraban, y ahora mi vagina se inscribía en ese muslo cada vez más caliente. Vi a Valeria oler mi bombacha rota, y lamer la parte que le coincidía a mi vulva con deleite.
¡Sí, me gusta tía! ¡Aunque, es más fuerte su olorcito a pis!, dijo Valeria con varios hilos de baba colgándole del mentón, ahora pasándole mi bombacha por la cara a Elena.
¡Sí, es verdad mi cielo! ¡Bueno, dale, que yo te la tengo! ¡Dale un latigazo en el culo!, le ordenó Elena. Valeria pareció llenarse de un gozo que le agrandaba los ojos. Tomó el cinto y descargó el primero de los azotes en mi cola, mientras algunas lágrimas le mojaban la camisita a Elena.
¡Me encantó sacarte las fotos pendeja sucia!, dijo Valeria, luego del tercer latigazo.
¡Bien dicho Vale! ¡Dale otro más, y cuando termines, acercate! ¡Quiero que le mires la lengua!, dijo Elena. Yo me estaba volviendo loca. No sabía si me estaba meando, o si me calentaba tanto la situación que mi conchita multiplicaba jugos a mansalva. Sentía que la cola me ardía, que los ojos me estallaban en lágrimas confusas, que se me secaba la boca, y que, me dolían las piernas por mi posición. Sin embargo, aquel tormento era todo lo que necesitaba para seguir respirando. Entonces, Valeria se acercó a mi cara luego del décimo cinturonazo, y Elena me lo pidió con toda su amabilidad.
¡Sacá la lengüita Sole, y mostrásela a tu amiguita!
Apenas saqué la lengua, Valeria me la retorció con sus dedos, y sin darle espacio al tiempo para que transcurra, me la acarició con la suya. Me encantaba su aliento, aunque se me antojaba salvaje, primitivo, o cargado de malicia.
¿Tía, me dejás, digo, puedo hacerle probar?, le dijo a Elena, como hablándole en código para que yo no comprenda.
¡Obvio chiquita! ¡Siempre podés!, le respondió la directora, que no dejaba de revolverme el pelo con una mano. Con la otra verificaba que tuviera la cola caliente de los cintazos que Valeria me obsequió. Entonces, vi que Valeria se metió una mano adentro de su falda, y oí con claridad que se revolvía la vagina. Me prohibió guardar mi lengua adentro de mi boca, hasta que no retiró sus dedos de su intimidad y me los hizo lamerlos. ¡Ya no entraba dentro de mi locura! ¡Estaba saboreando los jugos vaginales de mi peor amiga en el mundo, y me encantaban! Me sabían a pura calentura, a aguas marinas mezclados con alguna hierba fuerte. Repitió aquello unas tres veces, hasta que Elena le dijo que ya era suficiente.
¡Ahora, metete los dedos en la cola chiquita, que tu tía quiere eso!, le pidió a su sobrina. Entonces, vi claramente como Valeria se subió la pollera, se enterró los dedos bajo su bombacha, mientras Elena le abría las nalgas, sin olvidarse de sujetarme con todas sus fuerzas, y acto seguido, la pendeja le puso los dedos en la boca a su tía. Eso actuó en Elena como si fuese una droga afrodisíaca. Ahora ella tomó el látigo, y sin anuncio previo me dio unos 5 o 6 azotes en la cola, mientras Valeria me manoseaba las tetas con un tímido: ¡Todavía las tenés todas chupeteadas nena!
Entonces, Elena, de repente, sin que exista una causa visible dijo: ¡Bueno Sole, por haberte portado bien, al menos acá conmigo, te voy a dejar elegir! ¡En 3 minutos va a sonar el timbre para ir al recreo! ¡Y, por lo que veo, no tenés bombacha! ¡Preferís que Valeria te ceda la de ella, como buena compañera que es? ¿O, preferís ser vos la que ande por todo el colegio sin bombacha?
No supe qué contestarle. No quería que todo aquello se termine. Poco me importaba el recreo, andar sin calzones, o que mi madre se entere que volví así a casa. Pero, entonces, algo me hizo sentir que sería grandioso ponerme la bombacha de Valeria. De todas formas, Elena había tomado la decisión por mí.
¡Bueno Vale, sacate la bombacha, doblala y dejala en el escritorio! ¡Vos, ponete alguna de las que encuentres en el armario! ¿Sí?, articuló Elena, luego de sentarme con sumo cuidado en la silla en la que antes estábamos nosotras. Valeria se la quitó sin más, la dobló y la dejó en el escritorio. Pero no buscó ninguna otra en el armario. Simplemente le dijo a Elena: ¡Mejor salgo así tía!, y se fue de la dirección, sin esperar la autorización de la directora.
¡Bueno Sole, parece que tu amiga está apurada! ¡Debe tener algún asunto pendiente por ahí!, dijo Elena, mientras el timbre ahogaba sus últimas palabras. Pero, entonces, se agachó ante mis piernas, y me puso la bombacha violeta que antes tenía Valeria. Apenas me la subió hasta las rodillas, y me dijo: ¡Dale, acomodátela vos, que ya estás grandecita!
Apenas terminé, me atrapó en un abrazo interminable, y me dijo, mientras mordisqueaba mi oreja y me frotaba el pubis con su pierna: ¡Escuchame Sole, mojale toda la bombacha a mi sobrina! ¡Y no te dejes intimidar por ella! ¡Mi sobrina es una putita sin remedio! ¡Así que, desde hoy, cada vez que necesites que alguien te castigue, me venís a buscar! ¡Todo lo que tenés que decir, si estoy ocupada, o hay gente en la dirección, es, seño, me hice pis! ¡y la señorita Elena te va a sacar la calenturita que tenés en la chuchita! ¡Ahora, andá al recreo, y mañana me contás si Valeria anda mostrándole la cola a las otras chicas!   Fin

Recordá que este, o cualquier otro relato del blog, podés pedírmelo en audiorelato, a un costo más que interesante. Consultame precios y modalidades por mail.

Este es mi correo ambarzul28@gmail.com si quisieras sugerirme o contarme tus fantasías te leeré! gracias!

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Comentarios

  1. me pone la pija al palo esto, esas nenas tocando se la conchita, asotando sus colitas y la directora me hacen irme en lechita. muy buen relato.

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  2. Me fascinó!! Harías la misma temática pero de madre e hija?

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  3. ¡Suena interesante Sasha! si se te ocurre algo, por ejemplo, lo que sucedería entre ellas, o lo que quieras, podés escribírmelo al mail, sin limitaciones. sería un gusto!

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    1. ¡Hola ámbar! ya te envié el email. Gracias por dejarme "participar" en los relatos, es hermoso de tu parte que nos des este privilegio. ¡Saludos!

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  4. hola Sasha! para mí es un privilegio que me escriban y me den más ideas para escribir. además, hacerlos parte de las historias los hace partícipes también. gracias a vos! leí tu mail! me gusta la idea. la tendré más que en cuenta!

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