Cositas sucias


Ningún nene, o tal vez muy pocos, pudieron vivir las experiencias que yo tuve, por el solo hecho de compartir la pieza con mi hermana Juliana. A mis padres eso no les preocupaba. Para ellos, simplemente éramos niños, a pesar que yo tenía 7 años y ella 13. Además, como nuestra pieza era ínfima, solo cabía un placar con la ropa de los dos, la silla en la que solíamos colgar los guardapolvos del colegio, la caja con nuestros juguetes, una mesita de luz destartalada, y una cama para los dos. Juliana empezó a quejarse de eso recién a los 14, cuando empezó a tener amigas. Ella se sentía en falta, porque todas la invitaban a sus casas a dormir. Pero en casa no se podía, porque su hermanito menor compartía su pieza con ella. supongo que se avergonzaba un poco. Pero antes de eso, cuando estaba a punto de culminar con sus estudios primarios, preparándose con todas sus ansias para el secundario, y yo rabiaba porque no quería saber nada con aprender a sumar y restar, algo comenzó a enlazarnos. De un modo inconsciente, como si fuese un juego cargado de inocencias. Al menos de mi parte.
Una vez que la luz de la pieza se apagaba, y los dos ya nos arropábamos bajo las sábanas y frazadas de la cama, hablábamos un rato. De cualquier cosa. De películas, de algunas comidas que nos gustaban, de la escuela. Hasta que ella me decía: ¡Bueno enano, vamos a dormir, que mañana hay que ir al cole! ¡Pero, abrazame si querés!
Entonces, yo lo hacía. Habitualmente yo dormía en pijama, y ella con un camisón rosado que le quedaba chiquito. Ella no quería dejar de usarlo porque se lo había regalado la abuela. Poco a poco su respiración realentaba sus matices. Parecía dormida, mientras mi cuerpo se pegaba al suyo, como en cucharita, y en cámara lenta. El calor de su cuerpo me seducía de una forma que no podía comprender a mi edad. Pero Juliana para mí era hermosa. En especial cuando empezaba a tirar la colita para atrás. En esos momentos yo sentía que se me endurecía el pito. Pensaba que tenía que ir al baño. Tal vez eso me pasaba porque tenía que hacer pis. Pero ella cambiaba lentamente su respiración por unos suspiros sordos, apenas reconocibles. No sabía si se hacía la dormida, o si soñaba con algo, o qué le pasaba. Algunas veces le hablé mientras movía su colita de arriba hacia abajo, cada vez más pegadita a mi pene hinchado. Pero ella no contestaba. Nunca me animé a preguntarle durante el día acerca de su comportamiento. Tenía miedo que deje de hacerlo. Me encantaba oler el perfume de su cuello tan de cerca, apoyar mis manos en su espalda, y sentir sus piernas en las mías, ya que el camisón se le subía por los movimientos nocturnos.
Una noche de lluvia y frío, después de hablar de una película bastante mala que vimos con los papis, Juliana se quitó el camisón.
¡No le digas a mami que me lo saqué! ¡Y, esta noche, no sé si me vas a poder abrazar! ¿No te enojás?, me decía mientras entraba nuevamente a la cama, en medio de unos temblores entre sus dientes.
¡No Juli, no le digo nada! ¡Pero, ¿Por qué no puedo abrazarte?!, le pregunté, tratando de entender por qué se lo había quitado.
¡Porque estoy en bombacha enano! ¡Me saqué el camisón porque me aprieta mucho! ¡Y ahora, vamos a dormir! ¿Sí?, concluyó dándose vuelta para el lado de la ventana, el lugar en el que solía dormirse. Apagué el velador apenas me lo pidió, y luego de estar un rato boca arriba, me acomodé sobre mi costado derecho para abrazarla, suponiendo que ya estaría dormida.
¡Abrazame si querés enano… total… hace frío, y vos sos chiquito! ¡Supongo que, que, no pasa nada!, me dijo con la voz adormilada, luego de un bostezo. Ahora sentía su espalda sedosa contra mí, y el calor de su cuerpo parecía quemarme. Su perfume corporal era más delicioso que el que usaba para ir al colegio, y el tacto de mi pito contra su culito, el que cada vez recibía mayores elogios por parte de mis primos cuando la veían en reuniones familiares, me hacía sentir poderoso. Entonces, de repente, sin querer me da un codazo en su afán de extender su mano hasta mi pubis. Ahí supe que no dormía, y que por alguna razón necesitaba fingir que lo hacía.
¡Vos quedate quietito nene, y no preguntes nada!, me dijo sin más, con la voz un tanto agitada. Sentí sus dedos inmiscuirse por entre el elástico de mi pijama, y luego acariciar de norte a sur los pocos centímetros de mi pito parado. Ella no quiso que deje de abrazarla, a pesar que su cola se había separado de mi pubis.
¡Hey Germi… qué raro que… digo, vos sos chiquito para que se te pare así!, dijo luego, una vez que su mano había logrado adentrarse en mi calzoncillo. Ahora lo acunaba en su palma caliente, y al parecer un poco húmeda. Empezó a tirar la pielcita de mi pene hacia atrás, y yo sentía unas cosquillitas que me subían hasta la nuca. Evidentemente mi pene se ponía más tieso, y a ella le complacía. Subió y bajó la pielcita varias veces, mientras su otra mano hacía algo invisible para mí, pero no para el concierto de jadeos y suspiros que se le escapaban de los labios, por más apretados que los tuviera. Más tarde sabría que mi hermana se masturbaba mientras me tocaba el pito, o sintiendo cómo se me paraba contra su cola. Pero en ese momento, mi admiración hacia ella era más fuerte que todos los estímulos sexuales. Aunque desde ese día, solo me bastaba escucharla hablar para que el pito se me pare en menos de tres segundos. Además, yo también empecé a jugar con la pielcita de mi pene, cuando ella dormía, o en alguna siesta en solitario. Me gustaba imaginar su cola, y jugar con mi pene. Además no fue la única vez que durmió en bombacha. De hecho, aunque solo sucedió una vez, no voy a olvidarme jamás de la noche en que Juliana quiso ir un poco más lejos. Empezó a frotar su cola como siempre contra mi pija. Yo fingiendo que ella dormía, y ella que yo solo la abrazaba. Hasta que me agarró una mano, sin mediar palabras conmigo, y la condujo al centro de sus piernas apretadas. Me hizo frotarla sobre su bombacha, contra su sexo. ¿No podía ser que mi hermana se hubiese hecho pis! Es que, la tenía mojada y caliente.
¡Dale enano, meteme la mano por adentro, y apoyame la cola más fuerte!, me dijo esa vez, cuando yo temblaba de pies a cabeza, con mi mano siendo triturada por el fuego de sus piernas. Así que, ni bien terminé casi por tirarme encima de su cola, escondí mi mano bajo su bombacha, y descubrí su vagina peluda, más caliente que la vergüenza que me ardía en la cara, y totalmente empapada.
¡Tocame la concha enano, y yo después te toco el pito! ¡Dale, que te va a gustar!, articuló su vocecita irreconocible. No sonaba como mi hermana. Se la toqué y acaricié. Recuerdo que me daba un poco de cosa su textura, y que estuviese tan mojada. Pero me gustaba escucharla gemir. Sentía miles de hormiguitas cuando me tiraba toda la colita para atrás para dar con mi pito durísimo, o cuando se metió toda la bombacha adentro de la cola para que yo se la manosee. Me lo pidió cuando tal vez estaba muy cerca de convertirse en mi hermana otra vez, en medio de una cortina de jadeos cada vez más atropellados. No recuerdo cómo fue que nos dormimos, ni si nos saludamos, o hablamos de eso enseguida, o al día siguiente. Solo que me excitaba cada vez más dormir con Juliana. No siempre tenía ganas que la abrace, y eso hacía las cosas más interesantes. Para colmo, como yo era medio gordito por ese tiempo, y mi profe de educación física me había sugerido hacer ejercicios en casa, Juliana se ofreció a darme una mano con eso.
¡Yo voy a ser tu profe enano! ¡Te vas a divertir mucho conmigo!, me dijo una vez que mi madre resolvió no pagarme un gimnasio. Mis padres estuvieron de acuerdo con que Juli me prepare las rutinas de abdominales, espinales, flexiones, y todo tipo de ejercicios. Encima, tenía que aflojarle a las golosinas. Por eso, cuando después de las 6 de la tarde, una vez que los dos habíamos merendado, íbamos a la pieza. Ella ponía música, y me ayudaba con los ejercicios. Solo que, como entrábamos en calor muy rápido, generalmente yo terminaba en remera y calzoncillo, y ella en bombacha y top, o musculosa. Varias de esas veces, Juli aprovechaba a tirarse encima de mí, con cualquier excusa, solo para frotar su entrepierna contra mi pito duro. A veces me lo liberaba el calzoncillo, pero ella nunca se bajaba la bombacha, generalmente blanca o rosa. Yo tenía unos escalofríos insoportables. ¡Ni hablar la tarde en que se atrevió a chupármelo, después de frotarse un largo rato contra mi pito! Supongo que debió haber notado rápidamente que se me había llenado de esa babita infantil. Por lo que decidió probarla con esa lengua siempre caliente y larga. Me encantaba sentir su pelo castaño rozándome la piel de las piernas mientras su boca me besaba los huevitos, y su lengua acariciaba mi pija de arriba hacia abajo. Me acuerdo que gemía como ella en los momentos que yo le apoyaba el culo en la cama. Pero todo fue tan breve, que, al rato estaba sentado en el suelo, con la remera sudada, y el pito con el olor de su saliva mezclado con el de su bombachita sucia. Recordaba su piel blanca, y los pelitos que ya le asomaban en la conchita, y sus pequeñas tetitas, y no podía más que sacudirme el pito con las manos torpes. Así es la niñez. Vuela sin preguntarnos si queremos subirnos a esa ilusión para volverla eterna, o al menos, el tiempo que desee nuestro corazón.
Pero, por suerte, para mi angustia hubo más. Una siesta, mientras yo descansaba un rato antes de ir a educación física, Juli entró a la pieza para cambiarse. Ella suponía que yo dormía. Por eso se quedó totalmente desnuda ante mis ojos espías. O, al menos eso pensaba yo, cuando de repente me dijo bajito, cerca del oído: ¡Enano, sentate y bajate el pantalón! ¡Dale, que los papis no están!
Para mí sus palabras eran sagradas. Además, seguramente aquella calentura de niños con ella me cegaba por completo. Saber que no había nadie en casa le agregaba un condimento especial. Entonces, ni bien me senté en la cama, ella se puso una remera, se sentó sobre sus talones en el suelo y me empezó a acariciar el pito sobre el calzoncillo. Poco a poco introdujo sus dedos por debajo, mirándome apenas. Hasta que lo corrió un poco y acercó su boca. Ni bien reconocí su lengua sobre mi glande, sentí un estremecimiento que me sacudió entero. Su lengua lo acariciaba y lamía suavemente, y yo no comprendía qué era lo que pugnaba por escaparse de mis entrañas. Además, mirarla desnudita, me llenaba los ojos de felicidad. Más tarde entendí que Juliana quería experimentar con el pito de su hermanito. No quería quedar tan lejos de sus amiguitas, quienes con toda seguridad ya se habían llevado algún que otro pito a la boca. En el secundario las nuevas experiencias te invaden sin previo anuncio, y Juli logró adaptarse muy rápido a esa vorágine.
Fueron dos o tres veces más las que Juliana me pidió que me baje el pantalón para chupetearme la pija. Una fue en el baño, cuando yo entraba a darme una ducha. La otra fue en la cocina, cuando mami había salido a comprar carne para unas milanesas, y la otra, un poco más difusa para mis recuerdos, supongo que fue en el patio de casa. Solo una vez, una especie de sustancia líquida, de un color diferente al pis emergió de mi pene, cuando ella dejó de lamerme el pito. Esa vez hasta me besuqueó las bolas, dejándome restos de su primer lápiz labial. Pero, unos días antes que Juli cumpliera los 15, presentó en casa a su noviecito. Desde entonces, las cosas entre nosotros se enfriaron rotundamente. Jamás tuvimos un acercamiento de esos, ni yo volví a verla en pelotas, ni ella a dormir conmigo. Mis padres ya le habían hecho un cuarto para ella, como regalo de sus 15. Me apenaba que Juliana se hubiera olvidado de mí. Pero más tarde tendría mi recompensa.
A los 11 años me había convertido en un pajero con todas las letras. Conseguía cintas porno, revistas con minas en bolas, y otras con relatos eróticos. Todavía no lograba eyacular como veía en los actores, o en las fotos de las revistas. Pero me tocaba el pito todo el día solo para sentir esas cosquillas que parecen invadirte hasta los huesos. Me acordaba de la cola de Juliana, de sus bombachitas, de su lengua lamiéndome el pito, y me empalaba cada vez más. Aparte, mi pene ya no era el mismo. Ahora se me paraba un poco más, y aunque solo lo pensara yo, se me hacía que estaba más grande que antes.
Cuando cumplí los 15 sucedieron dos cosas. Mi hermana se fue a vivir a otra provincia por sus estudios universitarios, y mis tíos se mudaron al frente de mi casa. Sabía que Juliana tal vez ni repararía en los momentos que vivimos en nuestra pieza. Y tal vez lo confirmé cuando nos despedimos. Nunca la había notado tan distante y silenciosa. Hubiera dado cualquier cosa por escucharla decirme enano otra vez. Pero al menos me consolaba sabiendo que estaba soltera.
Entonces, como si las cosas se acomodaran a voluntad de mis designios, empecé a mirar a mi prima Belén con otros ojos. Yo estaba hecho un pajero, y ella, apenas con 12 años era dueña de una cola infartante. Es rubia, petisita, conserva sus ojos claros tan sinceros como siempre, y en estos días sus tetas son tan apetecibles como su cola.. Mis tíos muchas veces me invitaban a la pileta que tenían en su casa, o nosotros a ellos a la nuestra. Belén y yo casi no nos conocíamos. Por lo que, yo intuía que ella también me miraba de otra forma. Varias veces la sorprendí mironeándome el bulto. No podía evitar que se me pare la pija cuando la tenía cerca. Además, usaba calcitas y remeritas escotadas, las que un año más tarde le quedarían pintadas.
Entonces, en una de esas siestas, en la casa de los tíos, que en ese momento dormían, nosotros dos boludeábamos en la pileta. Ella nadaba y yo la tenía que atrapar. No debía tocarla con los pies, porque si eso pasaba, ella me tenía que hacer cosquillas. Los juegos fueron precipitándose, uno tras otro. Hasta que los dos decidimos salir para ir en busca de algo fresco de tomar. Entonces, ella me largó, sin anestesia: ¡Che primo; ¿Por qué se te pone así de duro el pito?!
¡Supongo que, es porque, me parecés linda!, le dije, impresionado de lo rápido que había encontrado una respuesta.
¿De verdad te parezco linda?, dijo en medio de una sonrisa que le sonrojaba el rostro.
¡Sí Belu, sos re linda nena!, le dije, acercándome un poco a ella. los dos caminábamos por el pastito que bordeaba la pileta.
¿Y, a todos los varones les  pasa eso cuando ven a una chica que les gusta?, dijo luego de lo que parecieron horas. Evidentemente pensaba muy rápido.
¡Sí, creo que sí!, le dije, palpándome la chota sobre la maya.
¿Y, ya te sale la leche? ¡No sé bien qué es eso, pero, mi hermano dice que quiere que le salga leche del pito!, dijo, desconcertándome un poco. Su hermano tenía en ese entonces 11 años. Seguro lo escuchó hablando con algún amigo, o alguna pibita, pensé, y desestimé su análisis.
¡Sí, a mí me sale lechita!, le dije, acariciándole la cola. Ella tenía una mayita tipo bikini, y todo el pelo chorreando agua. Enseguida, yo me zambullí a la pileta, olvidándome de la sed. Ni siquiera sé por qué lo hice. Pero Belén me imitó, y en breve volvíamos a perseguirnos en el agua. Solo que ahora, cada vez que la atrapaba le apoyaba el bulto en el culo. Además, la aprisionaba contra mí, y le acariciaba los pechitos.
¡En mi escuela hay un pibe que vive todo el día con el pito parado!, me dijo cuando yo le pellizcaba el culo, porque había perdido en la persecución, y eso era parte del juego. Por eso asumía las consecuencias sin chistar.
¿Querés mirarme el pito Belu?, se me ocurrió preguntarle, sintiendo que la leche me vendría de un momento a otro.
¡Síiii, quiero mirarte el pito primo!, dijo, casi sin esperar el final de mi pregunta. Entonces, los dos nos sentamos en el borde de la pileta, con los pies en el agua. Ella me acarició el pedazo por arriba de la maya, y en cuanto no lo soporté, yo mismo se lo expuse, parado, hinchado y con la cabecita roja de la calentura como estaba.
¡Es re lindo tu pito primo! ¿Y todos los nenes lo tienen así?, me dijo, con los ojos desorbitados.
¡No Belu, todos no! ¡Los chicos de tu edad todavía ni llegan a esto! ¿Querés tocarlo?, le largué mientras lo sacudía con una mano. Ella, por toda respuesta me extendió su mano derecha, y agachó la cabeza para mirar mejor. Yo abrí más mis piernas para que me mire los huevos, y entonces le enseñé a apretarme el tronco, a subir y bajar el cuero, a rozar el glande y a darle pequeñas apretaditas. Ella se maravillaba sintiendo cómo me crecía y se me calentaba cada vez más. Desde esa siesta Belén y yo nos escondíamos, solo para que ella me pajee, y yo le manosee las tetitas a mi antojo. Pero poco a poco íbamos llegando más lejos.
Ahora Belén era mi novia a escondidas. Le encantaba pajearme, y se extasiaba viendo cómo estallaba mi semen, habitualmente en el suelo, o en sus manos. Una vez lo probó y puso cara de asco. Yo le expliqué que las novias le chupan el pito a sus novios, y que se tragan esa lechita. Por lo tanto, una vez la convencí para que me la chupe. Pero tuve tan mala suerte que no le gustó porque, la noche anterior yo me había pajeado, y ni siquiera tuve la precaución de lavarme. Obviamente no le gustó su sabor, y desde entonces no volvimos a probarlo.
Yo no daba más de las ganas de garchar. Todos mis amigos habían debutado. Ya sea con alguna putita, con alguna prima, una novia, o con la vecina, como el caso de mi mejor amigo. Supongo que eso me llevó a cometer la primera locura con Belén. Esa tarde ella no me esperaba en la pileta. Por eso, ni bien entré al patio de su casa, la descubrí nadando en el agua, en bombacha y musculosa. No intentó taparse, ni buscó un toallón para secarse y meterse adentro de la casa. Enseguida nos perseguíamos en el agua. Yo era un tiburón malvado intentando cazar a una cocodrila para devorarla. Hasta que la atrapé, le agarré la mano y le pedí que me apriete el pito. Ella empezó a besarme en la boca, con esa lengüita con sabor a golosina, con su saliva abundante y la carita caliente, mientras sus dedos reconocían la dureza de mi verga. Pero al fin, la fiera que habitaba en mi sangre me condujo a ponerla en cuatro patas arriba del pastito. Le di tres nalgadas, le olí el culo y le bajé la bombacha hasta las rodillas.
¿Tengo olor a caca primo? ¿Te gusta mi cola?, dijo riéndose entre inocencias indescifrables, sin saber lo que sus palabritas significaban en mi calentura. Entonces, me bajé la maya y coloqué mi pija entre sus nalguitas.
¡Quedate quietita enana, que te va a gustar!, le dije, segundos antes de empezar a pajearme cada vez más próximo a su agujerito. Supongo que ninguno de los dos supo cómo llegamos al momento en que mi pene entró en su colita de nena. Nos alertaron sus grititos, por lo que tuve que taparle la boca. Me ligué tres mordidas, pero ella no quería que le saque el pito del culo. Evidentemente le dolía, pero sus lágrimas retrocedían cada vez más a medida que la bombeaba despacito.
¡Dame esa lechita en la cola!, dijo de pronto mi prima, y entonces, con todo el riesgo de caernos al agua, ya que estábamos a tres centímetros del borde, le pedí que saque la colita bien para atrás, y le acabé bien adentro, transpirando por el sol implacable, el morbo de esa colita estrecha y por sus lengüetazos por cualquier parte de mi cara.
Desde esa tarde, la cola de Belén recibió varios chorros de semen. A ella le gustaba. De hecho, cuando se sentaba sobre mis piernas, mientras tomábamos alguna gaseosa o mirábamos la tele, o simplemente nos dejábamos secar al sol luego de salir de la pile, buscaba el contacto de mi pija contra su cola, y una vez que la sentía bien dura y parada, me decía al oído cosas como: ¿Vamos al baño primo, así me das la leche en la cola?
El morbo de hacerle la colita a mi prima, y mejor aún, saber que yo se la había estrenado, me mantenía alzado todo el día. Me encantaba acompañarla al baño para mirar cómo se limpiaba. Un par de veces le pedí que se chupe los dedos con los que se había untado un poco de mi semen, en su afán de limpiarse con el papel. ¡Y la sucia lo hizo, como si estuviese comiendo un chupetín de frutilla! Me enorgullece decir que sexualmente debuté con el orto de mi prima. Pero necesitaba más. Por eso seguía hecho un pajero bajo los hechizos de las pornos, intentando aprender más acerca de la penetración vaginal. ¡Yo debía desvirgarle la conchita! ¡Tenía que ser yo!
Una tarde ella me vino a buscar para ir a la pile. Pero honestamente no hacía tanto calor como para meternos al agua. Por lo tanto le dije que no. Ella, me puso una carita compungida, de la que no tardaría en brotarle algunas lagrimitas. Eso me calentó aún más. Para colmo yo estaba viendo una peli de unas peteras rusas impresionante. Entonces, cerré la puerta de la pieza y la abracé, trayéndola suavemente hacia mi cama. Había tenido la precaución de pobnrle pausa a la peli, pero la pantalla mantenía la imagen congelada de una chica con la verga de un negro fortachón entre sus tetas.
¡Mirá Belu, no hace tanto calor como para meterse en la pile! ¡Aparte, vos recién terminás de curarte de un resfrío!, le dije mientras manipulaba su cuerpo para sentarla en la cama. Ese día Belén llevaba puesto un short apretadito, y una remera suelta de varios colores vivos. Cuando la abracé, aproveché a restregarle la dureza de mi pene en las piernitas. Para colmo, todavía conservaba las manos algo pegoteadas, porque antes que me golpeara la puerta, me estaba pajeando como un campeón, venerando a las rusas mamadoras de la peli.
¡Bueno primo… al final, sos re malo conmigo… porque, ayer, me… me dijiste que ibas a venir conmigo a la pileta, y ya no estoy resfriada!, me dijo recobrando la compostura. Pero de pronto sus ojos se toparon con la pantalla inmóvil, y tras unos segundos de examinar a la chica cuyas tetas envolvían una verga negra bastante hinchada, me dijo dando saltitos en la cama: ¡Che Primo, o sea que, vos preferís quedarte acá, por más que te cagues de calor, para mirar esa chanchada, y no jugar con tu prima!
¡No nena, no es así! ¡Aparte, te dije que no hace calor!, le dije, agarrándole las rodillas como si quisiera juntárselas, ya que abría mucho las piernas mientras saltaba.
¡Además, podemos aprovechar a, a hacer cositas sucias!, le dije, totalmente envalentonado, mientras le bajaba el short. No sabía cómo me había animado a tanto. Ella no se resistió ni un segundo. Incluso separó la cola de la cama para que termine con la tarea. Pero ni bien le vi la bombachita rosada que le ocultaba varios secretos a mis ojos, la empujé en la cama para que permanezca acostada. Entonces, supuse que en lugar de proceder como lo necesitaba, debía ser tierno con ella. por eso me subí a la cama, la miré a los ojos y le comí la boca, diciéndome que me gustaba una banda y un montón de cursilerías más. Al mismo tiempo la palma de mi mano le restregaba el bollito que habitaba bajo su bombachita ligeramente húmeda.
¡Me, me gusta primo, lo, qué me hacés… tocame más… y besame toda, me, me encanta tu boca!, me decía estremeciéndose, jadeando y abriendo aún más las piernas. Yo le di algunos besos más, los que acompañé con unos ruidosos chupones por su cuello, y algunas mordidas en el lóbulo de su oreja. Hasta que no lo resistí más. Llevé su bombacha hasta sus rodillas, me hinqué en el suelo entre sus piernas abiertas, y me puse a mirar con todo el detenimiento que pude su vagina de nena preciosa. La tenía apretadita, lampiña, con algunos brillitos de flujo, gordita y desprotegida. Era la primera conchita que veía en mi vida, al menos en vivo y en directo. Belén, ni bien se la toqué con un pulgar, dio un brinquito en la cama, y gimió. Entonces, me bajé hasta el calzoncillo y empecé a pajearme la verga, mientras mi boca, nariz y dedos le recorrían enloquecidos esa conchita divina. Hasta ese leve olorcito a pis que conservaba me excitaba. Se la besé, lamí, manoseé y abrí apenas con mis dedos, todo el tiempo que pude soportarlo. Hasta que, preso de un impulso feroz la tiré en el suelo, arriba de mi remera, unas ojotas y su short. Tenía que hacerle lo que tantas veces había visto en las películas. Y no fue nada fácil. La saliva que mis labios vertieron sobre su vagina en el momento de las lamidas, y su propio flujo, hicieron que el contacto entre mi glande y su estrecha abertura, sea apenas una puertita sin llaves ni candado. Me pajeé unos instantes contra su orificio, le mordí los labios y, en cuanto estuve listo para penetrarla, se la enterré de una, en un solo golpe, sin escatimarle algo de violencia. Después supe que debía calmarme y llevar las cosas con más prudencia. Además, ella gritó aterrorizada, y no podía darme el lujo de ser descubierto.
Empecé a bombearla despacito, agarrándola del culito, mamándole aquellos proyectos de tetas y llenándome la nariz con su alientito juvenil. Sentía que la pija no me entraba con comodidad entre sus paredes. Pero, como todavía no había cogido, no entendía si aquello era bueno, si lo estaba haciendo bien, o como el orto. Pero Belén me pedía que no pare, y por más que un par de veces me juró que le dolió, luego quería que la siga besando, que se la meta más adentro, y que le pellizque la cola más fuerte. Pero las conmociones de mis huevos muertos de felicidad, no podían sostener mucho tiempo más la descarga que antes había evitado, mientras las rusas peteaban en la pantalla. Apenas ella me murmuró algo como: ¡Me re calienta esto primitooo, dame lechitaaaa!, un sofocón interno, como si un montón de lava ardiente pudiera escapárseme de la boca, empezó a calentarme el pito. Sentía que las venas de la verga se me hinchaban de algo caliente y espeso, y que más adentro no se la podía encajar, por más que me lo propusiera. Entonces, grité como un estúpido, y luego de un par de movimientos torpes arriba de su cuerpito transpirado, me quedé tieso, con mi pija pujando en el interior de su sexo, descargando lo que seguro sería uno o dos litros de semen en su conchita, hasta ese momento virgen. Claro que era mi imaginación, porque ni en las mejores pajas había llegado a una eyaculación tan copiosa. Pero, acabé tanto que, por un momento creí que la estaba meando.
Cuando saqué la pija de los adentros de su concha, vi que todo alrededor del glande relucía un anillo de sangre, confirmándonos que la virginidad de Belén era historia. Desde aquel día no volví a penetrarle la conchita. Pero su cola tenía más hambre que mis amigos cuando terminábamos de jugar a la pelota. Por lo tanto, ahí estaba su primito para llenársela de leche.
Esa tarde yo tuve que ponerle la bombacha y el short a mi prima. No podía ni moverse del polvazo que nos habíamos echado. Ella insistió muchas veces con coger otra vez por la concha. Pero, a los pocos meses de nuestro encuentro, tuvo su primer menstruación, y el riesgo de dejarla embarazada me comía la cabeza. En ese momento no podía ir a comprar forros a la farmacia porque, el hombre de la caja era el mejor amigo de mi madre. Pero de todas formas, me encantaba culearla, y después, si tenía suerte, mirarla cómo se limpiaba mi leche de la cola.
Hoy tengo 26 años, y la cola de mi prima quedó en el pasado. También los encuentros a solas con mi hermana. Pero casi todos los días, me hago el tiempo para dedicarles una buena paja. Todavía atesoro algunas bombachitas de Belén, y tan solo un corpiño de Juliana. Sé que este secreto me acompañará hasta que me muera. Y allá, en el mismísimo infierno, volvería a cometer las mismas locuras con ellas. Porque esas dos putitas también irán allá!      Fin

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Comentarios

  1. Wow qué final!!! Me mato como termino. La desvirgada. La sangre. La ropita. El recuerdo. Son esos momentos en la vida que nunca vamos a olvidar. Dios Ambar querida. Me dejaste bien durito como siempre. Gracias. Muy apasionados tus relatos.

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    1. es cierto. todos hemos pasado por esos juegos inocentes, que terminan en delicias semejantes. me alegro que te haya gustado. ¡Besote!

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  2. ambar, esto si que yo no me lo esperaba en serio que buen relato que al palo terminé. seguí escribiendo así me encanta.

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