Mi nombre es
Andrea. Tengo 35 años, soy profesora de educación física, y me cuesta bastante
tener una vida social. Por eso aún no pude hablar de esto con ninguna de mis
amigas. No pude evitarlo, tal vez porque no quise. A pesar que no lo provoqué,
en el fondo necesitaba sentirme deseada. De eso no podía arrepentirme. Por lo
que no me declaro culpable.
Mi marido Germán,
con quien estoy casada hace cuatro años es contador, y gracias a su profesión
trabaja demasiado tiempo fuera de casa. Algunas noches ni siquiera viene a
dormir conmigo. Prefiere quedarse en lo de su madre, por una cuestión de
cercanías con el estudio. Realmente jamás le rogué ni le hice una escena
adolescente para que cambie de idea. No me interesaba que sufra ningún
accidente por quedarse dormido en la ruta. Justamente, a raíz de esto, y tal
vez de ciertos descuidos en nuestra pareja, fue que todo sucedió una noche.
A Lucas, el
hermano menor de Germán se le venció el contrato de alquiler del departamento
en el que vivía, y no encontraba ni una pensión en la que alojarse
temporariamente. Cuando Germán me lo contó, le sugerí que hable con él para que
se quede en nuestra casa, hasta que pueda conseguir algo. Total, teníamos un
dormitorio desocupado, ya que no tenemos hijos. Me agradeció por el gesto,
comimos algo, y después de un café lo llamó por teléfono para comentarle
nuestra oferta. El guacho aceptó enseguida, y a los dos días ya lo teníamos
tirado en el sillón de casa, mirando fútbol y meta whatsappear con vaya a saber
quiénes. Como solo atendía un local de repuesto para motos por la mañana,
contaba con las tardes libres para entrenar, ya que juega al básquet, y para
dedicarlas al ocio absoluto.
Después de la
primer semana ya se me tornaba un poco densa su presencia en casa. No
colaboraba en nada con el orden. Ni siquiera cuando comía una fruta en el
living. Dejaba todo sucio, como si yo fuese su sirvienta. Aún así no comprendía
por qué no me salía enojarme con él, como me hubiese complacido. Además,
siempre encontraba una gracia, una ocurrencia o un chiste fácil para hacerme
reír. A él le gustaba cuando sonreía. Me lo decía siempre que podía, y a mí me
sucedía algo extraño. Las primeras veces me sonrojé. Pero con el tiempo, algo
me daba curiosidad. Recuerdo que le pregunté en una oportunidad por qué le
gustaba mi sonrisa. Él no me respondió. Ese mismo día fue que me encontró
tendiendo ropa en el patio, con los auriculares al palo. Me pellizcó la cola
para anunciarme su presencia, ya que me tomó por sorpresa, y eso encendió un
sinfín de alarmas en mi cuerpo. ¡Germán nunca reaccionaba así!
Otra tarde entró
a casa cuando yo baldeaba el patio, y como estaba segura que nadie me
molestaría, andaba en corpiño y short. Hacía demasiado calor para andar
vestida. De pronto lo veo parado en el umbral de la puerta, con un vaso lleno
de un trago naranja, y sus ojos abiertos clavados en mis tetas. Además percibí
el tintinear de los hielos en el fondo del vaso. Quise mandarlo al carajo por
desubicado. Pero enseguida se me acercó para convidarme del exprimido que
preparó para los dos. Aunque no dejó pasar por alto un piropo para mis gomas.
¡Son las mejores
tetas que vi cuñadita! ¡Lástima que tienen dueño! ¡No todo puede ser perfecto
en la vida!, me dijo mientras yo bebía, intentando cubrirme inútilmente con un
brazo. Recuerdo que chasqueé la lengua diciéndole que era un tarado, y
empezamos a reírnos de unos videos de youtube.
Otra tarde entré,
¡y el señorito estaba mirando una porno, muy despatarrado en el sillón! Solo
atinó a mutear el sonido, pero no dejó de mirar a esas brasileñas enculadas por
dos negros inhumanos.
¡Sacá esa
porquería, que te hace mal al coco nene! ¡Después vas a andar duro todo el
día!, le dije, sin meditar demasiado en mis palabras. En el fondo me daba pudor
que haga esas cosas, a pesar que sabía de sobra que todos los hombres lo hacen.
Incluso se me vino a la memoria cuando hablé de eso con mi sobrino, que en
aquel tiempo no podía dejar de andar con el pito parado.
Lucas me miró de
soslayo, me pidió un vaso de agua y siguió atento a la pantalla.
¡Sos un descarado
nene! ¡Ya sos grandecito para estas cosas!, le decía mientras le traía el vaso
de agua con dos hielos. Al fin tuvo el tino de apagar el televisor. Pero
entonces, sentí una punzada electrizante en la vagina cuando descubrí el bulto
que por poco le atravesaba el pantalón corto que traía.
¡Y bueno Andre,
sabés que ando Solari, y que está difícil para conseguir chicas!, me dijo luego
de tomar una buena cantidad de agua. De pronto se puso a masticar uno de los
hielos, y me pareció más sexy que nunca. Para colmo la erección no se le
bajaba. Empecé a fantasear con cómo sería esa pija, si verdaderamente Lucas se
había pajeado alguna vez en casa, y con el sabor de su semen. No entendía por qué
mi mente me jugaba estos desatinos. Soy una mujer casada, y a pesar de no tener
sexo con mi marido, al menos como a mí me hubiese gustado, eso no me daba
derecho a ratonearme.
¡Dale nene,
comete los hielos, a ver si así se te baja un poco el calor corporal!, le dije
alejándome del sillón. Todo había quedado enrarecido en el ambiente. Pero esa
noche, al fin Germán estuvo en casa, y me cogió como hacía mucho tiempo no
ocurría. Era como si intuyera el revoloteo de mis hormonas inconclusas. No
llegué siquiera a sacarme la bombacha que ya estaba tumbado arriba mío,
bombeándome con pasión, con una violencia inusual en él, y con unos chupones a
mis tetas que me hacían gemir como una desquiciada.
¡Se ve que anoche
hubo acción para algunos!, se atrevió a decirme Lucas durante el almuerzo.
Germán había ido al baño, y ya se preparaba para irse a la oficina.
¿Qué decís
pibito? ¿Conseguiste a una chica para calmarte un poco?, le intercambié,
avergonzándome por haber gozado con tantas estridencias sonoras.
¡No no, digo, me
parece que a vos te dieron como en la guerra! ¡Tuve que ponerme tapones en los
oídos! ¡Cómo gemiste cuñadita! ¿Seguro que ningún vecino te golpeó la pared?,
continuó, con una morbosa sonrisa cruzándole los labios. Yo no sabía dónde
meterme.
¡Nada que ver
nene! ¡Aparte, bueno, de última esta es mi casa, y, él es mi marido, y, supongo
que no está mal que coja con mi marido!, le largué, intentando no sonar
grosera, con la voz más baja que podía. En eso aparece Germán, para ofrecerme a
llevarme al colegio. No llegué a despedirme de Lucas porque mi marido estaba
apurado, como siempre. Lo que fue una suerte. ¡Al menos mi cabeza podía
librarse por un momento de las pavadas de mi cuñado! Pero no podía engañarme.
En el fondo pensaba en que ese pervertido me había escuchado coger. Tal vez era
mis pensamientos descarrilados. Pero una y otra vez lo imaginaba tocándose la
pija, sentado en su cama, escuchándome jadear y gemir, quizás imaginándome
cabalgando, peteando o entregándole el orto a Germán. ¿Qué carajo me estaba
pasando? ¡No podía distraerme así en la escuela! ¡Los chicos podrían notarme
dispersa, y entonces tendría problemas muy serios con el director!
Luego de unas
semanas, nuestras charlas se volvieron un poco más íntimas. Me contó el por qué
del final de su historia con su novia, una chica muy linda que estudiaba
psicología. Yo le participé algunas de mis historias anteriores. Hablábamos del
sexo como con cierta vergüenza por mencionar palabras fuertes. Pero, a veces,
cuando tomábamos algún trago, al menos yo me mojaba un poco al escucharlo decir
pija, concha, tetona, calentona, petera o putita. Él siempre se liberaba un
poco más bajo los efectos del alcohol. Yo siempre atada bajo el recato que me
impusieron mis padres, la sociedad, y yo misma.
¡Pero vos sos
hermosa Cuñadita! ¡Tenés un cuerpazo, bien trabajado, una cola dura, unos
pechos tentadores, lindos ojos… no sé por qué mi hermano no te querría! ¿Por
qué pensás eso?, me dijo una tarde cuando yo le confiaba un temor absurdo, solo
para saber qué pensaba. Le había inventado que tenía miedo que Germán, en cuanto
se lo propusiese podía dejarme por una pendeja exuberante, más pechugona o con
mejor cola.
¡Eeeepa, me
parece que me estuviste mirando bastante nene!, le dije, forzando una carcajada
ansiosa. Esa vez los dos habíamos tomado bastante gancia. Yo tenía los pómulos
colorados, y él las manos torpes.
¡Además sos
delgada, tenés un pelazo rubio y lacio que cualquier pendeja envidiaría, sos
simpática, te reís mucho! ¡No sé, tus alumnos deben estar como locos con vos!
¡Si yo fuese tu alumno, te invito a salir, aunque sea menor de edad!, prosiguió
como si nada. Preparó el último vaso de gancia, cambió la lista de reproducción
de Spotifi, y medio se tambaleó antes de volver a sentarse en la reposerita.
Era una noche de primavera especialmente calurosa.
¿Ves? ¡Ya te
zarpás nene! ¡En primer lugar, yo nunca saldría con un adolescente! ¡y por otro
lado, vos decís eso porque sos mi cuñado! ¡Pero sé que, si una pendeja más
linda que yo se le acerca a Germán… bueno… no sé… los hombres son hombres… y si
tienen la posibilidad… yo creo que no la va a dejar pasar! ¡Aparte, no seamos
hipócritas! ¡En ese ambiente las minitas se les regalan a los tipos de corbata!
¡O no?, le dije, con bastante dificultad al hablar. Ya me sentía mareada, y
tenía la sensación que la reposera no me sostenía en el suelo.
¡Además, las
calzas te quedan re zarpadas! ¡Cualquiera que te ve en la calle con esas
calcitas y esas remeras, o esos corpiños deportivos con los que te vi algunas
veces, sin querer, faaaaa! ¡Y, bueno, perdón Andre, pero, cuando se te marca la
empanadita adelante, uuuuffff, mamaaaáaa!, se desató, llevándolo todo a un
desconcierto salvaje. No lo soporté. Me levanté pensando en irme a la cama.
Ahora se había desubicado del todo. No tenía caso que siga hablando con él.
¡Sos un imbécil
nene! ¿Qué es eso de la empanada tarado? ¡Mirá Lucas, lo mejor va a ser, que…
que me vaya a dormir! ¡Ya chupaste demasiado, y decís boludeces!, le dije,
entre otras cosas que no puedo recordar. Estaba tan enojada y excitada al mismo
tiempo que, en mi cerebro se libraba una batalla sin precedentes que me
desequilibraba.
¡Heeey Andreee,
pará cheeee, que no fue para tanto!, me dijo cuando yo me calzaba las ojotas
para dejarlo solo.
¡Además, vos sos
un atrevido, porque andás mirando chanchadas en mi casa! ¡Y, por lo que veo, me
mirás un poco demás! ¡Todo bien pendejo, pero voy a tener que hablar con tu
hermano para que aceleremos los trámites de tu desalojo! ¡Para mí es muy
incómodo saber que, estás, mirándome así!, me encimé a sus palabras.
¡Y sí Andre, ya
te dije que miro eso porque me gusta! ¡Y con mi hermano, que también es tu
marido, hablá tranquila nomás! ¡Yo no quiero joderlos! ¡Pero contale del cagazo
que tenés de que te engañe! ¡Te va a mandar a la mierda! ¡Y, si querés, me voy
ahora mismo! ¡Yo le dije a Germán que no quería hincharles las pelotas! ¡Te
pido disculpas por todo! ¡Y más vale que cuando ande mejor de guita, les voy a
pagar todo lo que hicieron por mí!, decía mientras yo caminaba a mi dormitorio.
Claro que tampoco dejé pasar la oportunidad de mironearle el bulto, cuando más
temprano me contaba que su ex era pésima chupándole la verga. Esa noche Lucas tenía
un short de esos para meterse a la pileta, y la carpa que formaba la erección
de su miembro era inocultable, por mayor esfuerzos que hiciera. Me acosté
angustiada, todavía mareada y confundida. ¿Cómo podía ser que ese bombón de 26
años no tuviera novia? ¿Por qué se atrevió a decirme semejantes cosas, como si
realmente se babeara conmigo? ¿O será que yo me sentía el centro del universo?
¡Qué boluda fui! ¡Pobre, lo hice sentir mal al insinuarle que lo iba a rajar de
casa! ¡Pensar que mira porno porque no tiene a una chica a su lado! ¡Si todo lo
que cuenta son aventuras sexuales del pasado! ¿Estará tocándose la verga en su
pieza? En todo eso pensaba, con una mezcla rara de comprensión, calentura,
congoja y sueño. Ya estaba envuelta en mis sábanas, pensando en cómo se me
vería la empanada marcada en la calza. Mis dedos no pudieron evitar colarse por
los costados de mi tanga, y en breve me masturbaba como hacía mucho tiempo lo
andaba necesitando. Me frotaba el clítoris, me ensalivaba los dedos para
tocarme las tetas, me abría el culo para frotarme el agujerito y me pegaba en
las nalgas, insultándome por infiel, por sucia, y estirando mi bombacha hacia
arriba para que se me pierda en la zanjita. Tenía un volcán en todo el cuerpo,
y en mis labios rondaba el nombre de Lucas. Mis ojos recordaban una y otra vez
el paquete de su entrepierna, y mi nariz viajaba al perfume varonil que se
ponía todas las tardes luego de ducharse. Pero al menos, esta vez había
procurado no gemir. Aunque mi estado de alcohol no me permitía estar al
corriente de mis actos como hubiese querido.
Al otro día me
desperté con dolor de cabeza, con un fuerte olor a sexo en los dedos, y con la
tanga en una pierna. Germán me había despertado para llevarme el desayuno a la
cama. ¡No pude entender cómo él no notaba el olor de mi intimidad revuelta en
el aire! Era sábado, y ese día nos íbamos una semanita a Mar del Plata. Estaba
tan volada que ni siquiera había preparado las valijas. Esas vacaciones fueron
tan extrañas que, por momentos prefería volver a casa. Con Germán cogimos
seguido. Pero algo no me completaba como antes. Es cierto que no es muy
creativo a la hora de la previa. Pero yo tampoco tenía ganas de brindarme a él
como cuando éramos novios. ¡Y eso que una mañana me despertó con unas lamidas
tiernas en la concha! ¡Cosa que por lo general no hacía! Para colmo, la única
noche que no tuvimos sexo, soñé que Lucas se me aparecía en calzoncillos en la
sala de profesores, y me invitaba a salir. En mi sueño tendría unos 17 años, y
una pija que le desbordaba la tela de músculo y juguitos. Serían las 5 de la
madrugada cuando me desvelé. Estaba tan caliente que tuve que levantarme al
baño para tocarme. Me sentía una hija de puta, una mierda, una basura. Por eso,
supongo que no me permití llegar al orgasmo, a pesar de los reclamos de mi
clítoris y de la erección de mis pezones.
Pasaron unos largos
meses. Al menos 9 interminables ramilletes de días intrascendentes entre Germán
y yo. Casi no venía a casa, y cuando lo hacía, no tenía ganas ni de besarme en
la boca. Pero las cosas con Lucas no habían cambiado. En esos días él me
esperaba con la comida en las noches, cuando me tocaba yoga o mis clases de
guitarra. Ahora se tomaba el tiempo para ordenar la casa. Mantenía el césped
del patio, regaba las plantas, lavaba su ropa, hacía las compras y reponía las
botellas de lo que bebíamos. Si no hacía esto último, podría tener líos con su
hermano. Quizás ahora no charlábamos tanto como antes, después de la noche que
se zarpó. Y yo me sentía culpable por eso. ¡Al final, soy más histérica que mis
amigas! A ellas no podía contarles de Lucas, porque adoraban a Germán. ¡No
podrían asimilar que ese hombre últimamente ni se fijaba en mí!
La tarde que
llegué algo descompuesta del colegio, me lo encontré casi dormido en el sillón.
Solo que, en cuero, con la tele prendida en una porno sin sonido, y con un
bóxer repleto de semen, el que todavía le ocultaba una verga erecta. Me hice la
boluda, y corrí a la cocina. Quería que crea que había entrado por la puerta
del patio. No buscaba avergonzarlo. Pero los ratones de mi sexo me empaparon
por completa en un solo segundo de realidad. No pude evitar sobarme la concha,
sentada en la mesa, desde donde aún podía observarlo dormir. Pero, apenas lo oí
bostezar, se me ocurrió decir estúpidamente: ¡Holiiiis, llegué! ¿Estás Lucas?
Él se precipitó a
levantarse para cubrirse, y se disculpó por quedarse dormido.
¡Perdón Andre, no
te escuché entrar! ¡Pasa que, me iba a dar un duchazo, y, colgué!, decía
mientras caminaba atolondrado hacia el baño. Fue increíble, pero en el
trayecto, olvidó un par de gotas de semen en el parquet. ¿Tan rebalsada tenía
la pija? ¿Es capaz de largar tanta leche? ¡Seguro que el muy puerco se acabó
recién, y, a lo mejor, se hizo el dormido cuando me escuchó llegar, para que yo
lo descubra! ¡Es un cerdo manipulador! Todo eso me decía a mí misma, todavía sentada
en la mesa, ahora pajeándome como una quinceañera. Parecía que me había meado
encima de lo mojada que tenía la bombacha. ¡Necesitaba un orgasmo urgente! Por
lo tanto, esa vez no me privé de regalármelo.
Una mañana
desayunamos juntos en la terraza. Estaba tan nublado, que agradecíamos un poco
de pasividad solar, luego de unos días híper calurosos. Al menos podíamos tomar
unos mates sin transpirar. De repente, mientras Lucas se lastraba una factura,
descubrí que tenía el pito abultándole el short. Ni siquiera sé por qué lo
hice. Mi boca tomó el poder de mis revoluciones atrincheradas en mi ser.
¡Che Nene, perdón
no, pero, digo, ¿Estuviste mirando porno antes de levantarte?!, dije, con una
mano sobre mi cara, como si así el tono de mis palabras fueran menos audibles.
¡Nooo nena… nada
de eso… es que... dejalo ahí mejor!, se llamó a silencio, tras hacer ruidito
con el mate vacío.
¡Sí, disculpá,
soy una metida! ¡Es cosa tuya! ¡Igual, supongo que también, se les para cuando
tienen ganas de mear! ¿O no?, insistí, sin reparar en la profundidad de la
boludez que acababa de pronunciar. Él estalló en una carcajada burlesca, y dijo
como restando importancia: ¿De verdad pensás que se me paró porque quiero mear?
¿Che, cuando vuelve Germán de Bariloche?
Recordé que mi
marido había viajado por un inconveniente con una empresa al sur del país, y la
verdad, ni me importaba cuando regresaba. Eso, supongo que palideció un poco mi
rostro, porque de pronto él me dijo tiernamente: ¿Estás bien Andre?
¡Sí nene, claro!
¡Germán vuelve el martes, creo! ¿Por?, dije recobrando mi voz natural, y no la
que se oía despedazada en mi cerebro.
¡No, porque,
viste que a él no le gustan mucho los mariscos! ¡Si te pinta, esta noche te
hago unos ñoquis con salsa de camarones!, me ofreció gentil. En ese momento, y
no porque lo buscara, vi cómo se acomodó el pito con una mano, con la que no
sostenía el mate. De repente su erección era más voluptuosa, y mis ganas de
gritarle que necesitaba esa verga adentro mío me bailaban un tango entre las
piernas.
¡Nene, no te
toques adelante mío, asqueroso!, le dije sonriéndole, y él me sacó la lengua
con un tímido sonido en la garganta.
¡Entonces, vos,
arreglate el vestido, que esas tetas me ponen loco!, dijo sin más, haciéndome
arder de deseo. Ahí advertí que el vestidito que tenía me quedaba grande, y no
me sostenía las tetas bien paradas. No me había puesto corpiño, porque suponía
que Lucas iba a dormir hasta el mediodía, como solía hacer los fines de semana.
De hecho, me sorprendí cuando lo encontré en la terraza, con el mate listo y
las facturas.
¡No empieces a
zarparte pendejo, o todo se va al carajo!, lo amenacé, endureciendo un poco la
mirada.
¡Y que se vaya
todo al carajo! ¡Total, no hay nada que perder!, dijo por lo bajo, levantándose
para ir en busca de su notebook. La idea era poner algo de música. Tardé en
asimilar el impacto de sus palabras. Tal vez lo dijo, refiriéndose a cualquier
otra cosa. Era cierto que andaba medio desanimado, y por ahí, ese estado lo
confundía un poco. Yo solo podía pensar mientras lo esperaba. Hasta que decidí
que lo mejor que podía hacer era visitar a una amiga. Por eso, en cuanto
volvió, lo acompañé con un par de mates más, y al rato salí a lo de Valeria. De
igual forma tenía que ir a pagarle unos pedidos de cosméticos que le hice. Era
imprescindible para la calentura que gobernaba a mis pensamientos, alejarme de
mi cuñado todo el tiempo que pudiera. Procuré no hablar de él con Valeria,
aunque varias veces me dijo que me veía rara. Me cargó con Lucas cuando le
conté que hacía como un año que vivía con nosotros. Hasta me pidió que le
hiciera gancho con él, al menos para volteárselo una noche. Recuerdo que sentí
unos celos repentinos, los que traduje en un fuerte dolor de cabeza para Vale,
y para mi impaciencia. Pero debía volver a casa, porque ella tenía el cumple de
su madre.
Compré un paquete
de yerba en el súper, pasé a devolverle una remerita a mi prima, y volví a mi
casa, sin demasiadas expectativas. Pero me equivocaba. Por un lado, me topé con
Lucas saliendo del baño, con un bóxer ajustadito y un toallón en un brazo. Por
el otro, había unos fideos amasados cubiertos de harina en la mesa, y un aroma
delicioso a pimienta, camarones y jengibre.
¡Perdón Andre, me
doy un bañito rápido y sigo cocinando!, alcanzó a decirme mientras corría al
baño. ¡Tenía una flor de erección estirándole el bóxer, y toda la tela húmeda,
como si recién se hubiese acabado encima! Lo vi desaparecer tan rápido que, no
encontré palabras para disculparme, o disculparlo.
¡No preparé
ñoquis porque, decidí cambiar el menú a último momento! ¡Espero que no te
joda!, lo escuché decirme una vez que los grifos sonaban en el eco de la casa.
Me lo imaginaba enjabonándose ese pedazo de verga, y me mordía los labios
involuntariamente.
¡Todo bien Luqui!
¡Cualquier cosa que vos cocines me va a gustar!, le dije mientras me tomaba el
pulso, me sentaba a repensar mis procederes y bebía un vaso de agua.
Al rato, los dos
comíamos en silencio. Solo saboreábamos la pasta y la salsa, yo con una
admiración especial. Él estaba en short y con una musculosa que le hacía
resaltar el bronceado de la piel, y sus músculos turgentes.
¡Está buenísimo
Luquita! ¡Sos un capo! ¡Deberías dedicarte a esto! ¡Decile a las chicas que
sabés cocinar! ¡Por ahí, es otra carta de seducción!, le dije, después de haber
brindado por los fideos y por la amistad. El vino blanco comenzaba a soltarme
la lengua como siempre. Pero yo tenía que conservar mi lugar.
¡Nooo, ni ahí
flaca! ¡Las guachas de hoy en día quieren coger, y que tengas dólares en la
billetera! ¡Además, yo creo que ni ellas saben lo que quieren!, me dijo
paseando su lengua por sus labios. En ese momento se me cayó un fideo en la
blusa que traía, y me la manché con crema.
¡Andre, comé
tranquila! ¡Si es por mí, te la podés sacar! ¡Ya nos conocemos! ¡Siempre que
tengas corpiño, todo bien!, me sugirió usando la mejor voz de bueno que le
salió.
¡Ni en pedo nene!
¡Vos me vas a mirar las tetas! ¡Te conozco pillín!, le dije, mientras tomaba el
tercer vaso de vino. Ya sentía que las piernas me temblaban. Así que, como
tenía miedo de pararme, me quité la blusa y la colgué en mi silla para seguir
comiendo.
¡Bueno nena, de
última, al menos veo un par de tetas con corpiño! ¡Hace meses que no le toco
siquiera el culo a un amigo para joderlo un rato!, rezongó como resignado.
¡Te entiendo! ¡A
mí me pasa lo mismo! ¡Pero, tratá que no se te pare el pito!, le dije un poco
más relajada. Necesitaba un cigarrillo, a pesar que no fumo. No sabía qué hacer
con las manos. Le miraba la boca y me calentaba la idea de imaginarla en mis
pezones. Me sentía alegre por el vino, y un cosquilleo insoportable me
palpitaba en la vagina.
¡Bueno, eso no te
lo puedo prometer! ¡Pero, por qué decís que te pasa lo mismo? ¡Vos estás
casada! ¡O sea, mal que mal, tenés un marido que cuando vuelve, bueno, se dan
de lo lindo!, se expresó, como si buscara las palabras con cuidado.
¡No Lucas, no te
confundas! ¡Hace más de un año que no hago el amor con Germán! ¡No sé qué nos
pasa! ¡Imaginate cómo ando por la vida! ¡Encima, estoy rodeada de pendejos
desarrollándose! ¡Y para colmo, vos… bueno… nada… olvidate todo lo que te
dije!, se me escapó el impulso de querer explicar lo que ni yo terminaba de
asumir del todo.
¿Yo? ¿Pero, yo
que tengo que ver?, se extrañó. Me sirvió más vino y se rió cuando me pegué en
los dientes con la copa en el afán de beber rápido, para silenciar a mis
labios.
¡Nada Lucas, vos
sos un divino!, le dije, y me levanté de la mesa. Recogí los platos vacíos para
depositarlos en la pileta, y le dije que ni se le ocurra lavar, que yo lo hacía
mañana. No me dejó recoger las copas. Según él no iba a poder con mi poco equilibrio.
Nos reímos un rato del porrazo que casi me di cuando me choqué mis propios
zapatos, los que me había quitado para comer. Después le puse cara de pocos
amigos cuando me dio un chirlo en la cola, ni bien le dije que no estaría mal que,
al menos para apaciguar un poco la calentura, podía pagarle a una putita de los
privados que están en el edificio de la otra cuadra. Después bailamos a los
tropezones un tema de rock nacional de los 80, y entonces yo le devolví la
nalgada en el culo cuando él me pisó los pies.
¡Tenés que
relajarte un poco cuñadita! ¡Creo que estás pasada de rosca con el laburo! ¡Se
te nota muy tensa, como dura!, me decía, ahora mientras bailábamos midiendo un
poco nuestros movimientos para no chocarnos, y él para no volver a pisarme. Al
menos se quitó las zapatillas para no tener ventajas sobre mí, que seguía
descalza.
¿Yo, dura? ¡Me
parece que te acés el bonito, porque acá el que tiene la cola dura sos vos
nene! ¡Me re dolió la mano cuando te pegué!, le dije sonriendo, con una nueva
copa de vino en las manos. Nos habíamos detenido un rato a mirar por el
ventanal que da a la calle, y notamos que había empezado a llover con todas las
ganas.
¡No corazón, acá
la de la colita firme y matadora sos vos! ¡Y lo peor es que lo sabés muy bien!,
me dijo, un momento antes de irse al baño. Entonces comencé a notar que no
podía respirar con su ausencia. Por suerte solo había ido a lavarse un poco la
cara.
¡Che Andre,
acordate que en el piso del baño está tu ropa! ¡Digo, por si pensabas lavarla,
o guardarla!, me recordó mientras volvía a sentarse para beber lo que le
quedaba de vino. Me sentí una niñita incomprendida. Le pedí disculpas por mi
descuido, a pesar que alguna vez tuvo que toparse con alguna tanga o corpiño
que me olvidara en la ducha.
¡No te preocupes,
que antes de acostarme junto todo! ¡Mañana lavaré! ¡Espero que no te haya dado
asco ver mi bombacha!, le dije, cubriéndome la cara con las manos. Lucas me
miraba distinto, o al menos yo lo percibía así. Todavía seguía en corpiño, y un
poco más mareada que antes.
¡Si te habré
mirado las bombachas nena! ¡Olvidate! ¡Conmigo ni un drama!, dijo descostillado
de risa, tal vez forzando el sonido de su vos.
¿Qué decís? ¿Qué
es eso de, que, cómo me miraste las bombachas? ¿Te das cuenta que sos un
atrevido pendejo?, le largué, abriendo exageradamente los ojos, sacudiendo el
pelo y fingiendo que le disparaba con un arma invisible en la mano. A él,
aquello le dio más gracia.
¡Heeeey nena, qué
tanto escándalo! ¡Es re normal! ¡Vivimos juntos, supongo! ¡Y sí, me encontré
varias veces con tus bombachas en la casa! ¡Limpias y sucias! ¡Y, te las vi
puestas, algunos domingos, mientras tendés la cama, o las tardes que llego
antes del club, y vos andás navegando en el facebook! ¿Te gusta andar en
bombacha mientras buscás cositas para calentarte?, dijo al final, dejándome la
boca tan abierta como sin posibilidades de emitir ruidos.
¡Sos un estúpido,
un tarado! ¡Nada que ver! ¡Yo no hago esas cosas! ¡Ando en calzones porque a
esa hora llego re acalorada del gimnasio, y… pero, ni siquiera sé por qué te
doy explicaciones!, le dije, haciéndome la ofendida.
¡Andre, somos
grandes! ¡A mí no me importa si te andás toqueteando con algún chongo virtual!
¡Sé que mi hermano y vos, bueno, no se ven mucho! ¡Nadie podría juzgarte, o mal
interpretar que necesites descargarte sexualmente, supongo!, decía,
precipitando a la angustia que comenzaba a presionarme la garganta. Le hice un
gesto para que se calle. No podía seguir escuchándolo. No quería reconocerle
que ni siquiera pajearme con videos de orgías interaciales me llenaba, ni mucho
menos me saciaba. Por eso me levanté en silencio, y le dije que prefería ir a
descansar. Él ni se inmutó. Entonces, fui al baño. Me lavé los dientes, guardé
mi ropa sucia en el cesto, después de detenerme a mirar mi bombacha transpirada,
y me imaginé a Lucas llevándosela a la nariz. Me di asco por ser tan asquerosa.
Me miré en el espejo, hice pis y me fui a mi pieza. Ni bien me quité el corpiño
me puse un camisón liviano, y me metí bajo las sábanas. La cabeza me daba
vueltas, como si buscara informaciones de otra vida vivida por mí. Abrí y cerré
las piernas, y entonces palpé mi sexo afiebrado. En la garganta se me
amontonaban miles de sensaciones. Me sentía ahogada, oprimida, desvalorizada.
Recordé la fricción del pito duro de Lucas contra mi pierna cuando bailábamos
en el living, y me sentí una idiota por no haber tenido el coraje de bajarle el
pantalón. Me aturdía en el eco de su voz resonando en mi memoria, y se me
empañaban los ojos. Poco a poco algunas lágrimas comenzaban a rodar por mis
pómulos. No tendría que haber tomado tanto vino. Ahora estaba hecha una
adolescente acomplejada, ilusa, perdida y frágil, con uno de mis dedos rozando
la abertura de mi vagina sobre mi bombacha. Pero entonces, un segundo antes que
mis dedos alcancen el interruptor de la luz para al fin dormirme de una vez, un
poco harta de pajearme como esperando que renazca un tipo con una verga erecta
de alguno de los libros eróticos que tenía en la biblioteca, Lucas entró a mi
cuarto.
¡Andre, te
dejaste el celu en la mesa! ¡Te lo traje porque vibró un par de veces! ¡Por ahí
es algo importante!, me dijo. Tal vez, la serenidad de sus palabras, su
amabilidad, o el bulto que me mostraba su bóxer, cubierto apenas con una
camiseta de los Rolling, fue que no pude aguantar más. Me puse a llorar como
una tarada, aunque sin sonido. Me dio hipo enseguida, justo cuando Lucas me
preguntaba si me sentía bien. No tenía el valor de responderle.
¡Sí Luqui, andá a
dormir, que estoy joya! ¡Me duele un poco la cabeza nomás… pero ya pasa… tranquilo!,
le mentí descaradamente, sin premeditarlo.
¡No te creo nena!
¡Yo te conozco! ¿Te cayeron mal los fideos? ¿O, bueno, por ahí, el vino? ¡Yo
sabía que no tenemos que comer tan pesado a la noche!, me decía, al tiempo que
se sentaba en la cama. Yo seguía llorando, intentando no romper en un grito
desolador.
¡Si es por lo de
los pisotones, yo te pedí disculpas, creo! ¡Y bueno, lo de tu ropa, a mí no me
jode… digo, o sea… es tu casa!, buscaba una y otra razón para mi sufrimiento.
Pero entonces, se lo grité todo. Me senté en la cama, tragué saliva y
desaliento, revoleé una almohada al suelo y me froté las manos.
¡Baaaastaaaa
taradoooo! ¡No aguanto más… estoy ahogada, adentro mío! ¡Lo que me pasa es que
quiero cogeeeeeer! ¡Vos no lo vas a entender! ¡Lloro porque quiero pija, quiero
sentir una verga adentro, que me reviente la concha de leche, que me llene toda
la concha, una verga dura para chupar, para saltarle toda la noche… imaginate
cómo estoy que lloro por una pija! ¡Y para colmo, vos, con la pija al palo,
mirando porno, mirándome las gomas, haciéndote el boludo, porque sabés que te
miro la verga parada! ¡Tu hermano no me coge nene, hace mucho, y yo soy una
pelotuda que no se anima a encamarse con otro tipo! ¡Pero te juro que no puedo
más, no lo tolero un segundo más! ¡Seguro que él, no sé, por ahí exagero, pero
no creo que no se haya revolcado con alguna de sus secretarias!, me despaché un
poco a los gritos, escuchándome como una histérica insufrible.
A Lucas se le transformaba
el rostro. En un momento me chistó para que baje el tono de mi voz, y me
acarició una pierna. Eso terminó por darme ánimos para escupirle todo lo que me
pesaba. Él no anduvo con rodeos, ni apeló a serenarme con psicología barata. de
repente, me agarró una mano y la apoyó en ese músculo forrado en tela para que
se lo apriete.
¡Tocala nena,
tocala bien, y apretame bien la pija, que se me pone así por esas tetas,
putita!, me decía, acompañando a mi mano con la suya para reconocer cómo sus
venas latían y le estiraban aún más le piel de su verga. Su camiseta voló hasta
convertirse en un sombrero del ventilador de pie. Yo seguía llorando, cuando mi
mano entró toda en el calor de su calzoncillo, y mis dedos fríos por los
nervios le rodearon la pija. Pero ese contacto no duró mucho tiempo.
¡Vení para acá
bebota, y no llores más, que tu cuñado tiene una mamadera rica para esa boquita
de putita! ¡Me tenés re al palo pendeja! ¡No sabés cómo sueño todas las noches
que te rompo el culo y la boca con la pija!, me decía mientras conducía mi
cabeza hacia su glande caliente, púrpura, refulgente de fluidos y cada vez más
hinchado. Su olor a macho en celo me embriagó por completo. Se me ensancharon
los pulmones ni bien mi nariz rozó su piel íntima, y toda la boca se me convirtió
en un torrente de saliva. No quise ni pude limitarme más. Le di un lengüetazo a
su pija, otro a sus bolas, le presioné la base de la verga con mis dedos y me
atreví a darle la primera chupada. Su jadeo grave y teñido de lujuria me indicó
que no había retorno. Entonces mi lengua supo cuál era el camino, aunque no
tuviese tanta experiencia como petera. Le lamí todo el glande, y en cuanto mi
saliva empezaba a chorrear por sus bolas grandes, depiladas y pesadas, me metí todo
lo que pude de esa verga en la boca. Lucas se aferró a mi pelo para maniobrar
los movimientos de mi cabeza. Levantaba la sábana con la otra mano, me tocaba
las piernas, y me pedía todo el tiempo que abra más la boca.
¡Síii putitaa,
qué ricooo, es un sueño estooo, mi pija en tu bocaaa, qué hermosa petera me
escondías cuñaditaaaa, me encanta cogerte así la boquitaa, y encima con esas
lagrimitas por el cornudo de mi hermano!, me decía cada vez más elevado a una
sensación que compartíamos. Solo que su pija rozaba una y otra vez la faz de mi
garganta, y mis arcadas no se hicieron esperar. Obviamente que esos sonidos lo
excitaban más, y lo invitaban a sacarme la pija de la boca para pegarme con
ella en la cara.
¡Olela bien
bebota, dale, pajeala, escupila toda, bien cerda te quiero, y no llores, que ya
no sos ninguna nenita! ¡Sos terrible mamadora guacha, y ya vas a ver cómo te la
voy a largar toda adentro de la concha, como lo andás buscando!, me decía,
mientras yo le pajeaba la verga, se la escupía, la olía y le besuqueaba los
huevos, casi sin hablarle. Sentía que me ardía el clítoris, y que la bombacha
se me prendía fuego toda enterrada en el culo. Entonces, Lucas, que pareció
adivinar mis pensamientos, me sacó la sábana del todo, me empujó en la cama sin
importarle que mi cabeza impacte sobre el respaldo, me abrió las piernas y
exhaló del calor de mi vagina con una obsesión que me hizo gemir. ¡Y más cuando
su pulgar comenzó a penetrarme la concha por encima de la bombacha!
¡Esto está demás
bebota! ¡Aparte, te la mojaste toda! ¡Mirá, qué yegua nena, hasta las sábanas
empapaste! ¿Mi hermanito sabe que te mojás así?, me exponía mientras me quitaba
la bombacha como un verdadero experto en acostarse con minas necesitadas como
yo. Ni bien la tuvo en la mano la olió y la lamió. Después me pegó con ella en
la cara, me dio una cachetada mientras me grababa en el cerebro que era una
putita entregada, y luego se recostó a mi lado para chuparme las tetas. No
podía prohibirle nada en absoluto. Apenas su lengua serpenteó en mi pezón
derecho, una oleada de gemidos y flujos desfiló por todo mi cuerpo. El turro
apretaba su verga contra mis piernas, y no me dejaba tocársela..
¡Me vuelve loco
el olor de tu concha cuñadita! ¡Desde que llegué que, tuve la suerte de
encontrar una bombachita tuya usada, y me puse al palo! ¡Cuando están
transpiraditas, con olor a pis, a culito, y a flujito, se me pone la verga
dura, así como ahora!, me decía mamándome las gomas con un hambre que no
escatimaba algunas mordidas. A veces me ordeñaba los pezones con fuerza. En
otros momentos me los estiraba con los labios y los soltaba con todo, haciendo
resonar esa succión por todo el cuarto. No dejaba de hacerle sentir su dureza a
mis piernas, ni de oler mi bombacha. También me pedía que le chupe los dedos de
una de sus manos. Con la otra, algunas veces me sobó la vagina como si se
tratara de un bollo de plastilina. Pero de repente, hundió dos dedos en mi
hueco y comenzó a moverlos en forma circular, rápidamente, mientras me chupaba
las tetas como un macho que acababa de salir de una cárcel de máxima seguridad.
¡Basta Lucas,
garchame de una vez pendejo!, se me escapó, en el medio de tantos gemidos
impostergables. No tuve que repetírselo. El guacho se colocó encima de mí de un
salto. Primero me rozó en forma vertical la punta de su verga en la concha.
Después me dio unos golpecitos con ella en la panza. Entonces, cuando al fin le
mordí una oreja diciéndole: ¡Cogeme hijo de puta, dame pijaaaa!, allí me la
clavó en un solo empujón que lo colmaba de adrenalina. Parecía un niño en plena
batalla con su superhéroe favorito. Los ojos le brillaban y se le agrandaban.
Pero no tanto como su pija hermosa adentro de mis paredes vaginales. de
inmediato mis caderas comenzaron a presionarle el cuerpo, mis jugos a
lubricarme hasta el orto, y su pija a martillar una y otra vez en mis rincones.
¡Rasguñame la
espalda cuñadita, soltate pendeja, gozá perrita sucia, sentila toda adentro,
que ya te viene la lechita para vos solita!, me gritaba mientras el traqueteo
de sus bombazos me hacían chillar como una desquiciada. Le pedía más pija, le
clavaba las uñas en la espalda como me lo pedía, le escupía la cara y le
frotaba las tetas en el pecho. A él le gustaba sentirlas todas babeadas y con
los pezones duros contra su cuerpo.
¡Sos un cochino,
pajero, y esa pija me está matando, dame más pija guacho, haceme sentir una
puta, y hacelo cornudo a ese pelotudo, largame toda la lechita adentro pendejo,
y no dejes de pajearte con mis bombachas! ¡aaay, aaaiaaa, asíiii, dame verga,
quiero vergaaa!, sonaban mis súplicas en el cuarto, cuando su poronga me
taladraba, sus dedos me abrían las nalgas para rozarme el culo, y nuestros
rostros se desfiguraban en muecas fantasmales de puro placer. Hasta que pronto,
justo cuando el orgasmo estuvo a punto de resquebrajarme las cuerdas vocales,
él me grita con desmesura: ¡Preparate guachita, que te doy toda la lecheee, te
acabooo, tomáaaá putita de mierdaaaa!
Fue como si todo
mi cuerpo se paralizara, sin otro objetivo que disponerse a viajar con sus
chorros de leche inundándome la vulva, las entrañas y la moral. Me volvía loca
sentirla dura, vomitando semen, mientras su lengua lamía mis pezones cada vez
más agotada. Sentía el fuego de sus huevos contra mi centro, y me calentaba
más. Tenía el clítoris extasiado, la boca seca de tanto gemir, y las tetas
machucadas por sus manos y boca.
¡Y esto no
termina acá cuñadita!, dijo de repente, separándose de mi cuerpo sudado, con la
agilidad de un acróbata mundial. En solo unos segundos estaba arrodillado en la
cabecera de la cama, ofreciéndole su pija pegoteada de nuestros flujos a mi
boca. Yo no me resistí a su oferta, y enseguida empecé a petearlo como se lo
merecía. Su rigidez no retrocedía, y menos desde que se le ocurrió fregarla
contra mis tetas.
Al rato yo estaba
sentada en la cama, con su pija entre mis pechos, pajeándosela entre un río de
saliva, mientras me pedía que me meta los dedos en la concha y el culo y se los
dé en la boca para chupármelos. Estaba cada vez más encendido. Gemía con el
cuello colorado de calentura, me apretaba más y más las tetas contra su pija, y
me gritaba cuando dejaba de escupirle el glande.
¡Pajeame con esas
tetas perra, asíii, babeate toda, que ahora te voy a dar más leche zorrita! ¡Ya
vas a ver, te va a encantar encontrar tus bombachas enlechadas!, me decía
mientras resonaba el caldo que formaba su presemen, mi sudor y mi saliva en mis
tetas. Hasta que de pronto se sentó en la cama, me alzó en sus brazos sin
ninguna dificultad, y calzó con excelente precisión su pija en mi concha. Ahora
yo le saltaba en la pija, y le repetía todo el tiempo: ¡Cogeme puto, asíii,
pija, pija, quiero pija, dame toda la pija, poneme loquita con esa pija hermosa!
Lucas me
manoseaba las gomas, me azotaba el culo para alentarme a exprimirle la verga
con la concha, sostenía el equilibrio de los dos, y me tapaba la nariz con una
mano para que huela el sudor de mi culo, ya que no dejaba de rozarme el
agujerito.
¿Qué te pasa
cuñadito? ¿Querés romperme el culo también? ¿Querés la colita de tu cuñada para
que esa pija la parta en dos?, le gritaba fuera de mis cabales, cada vez más
agitada, acelerando mis movimientos. Pero entonces, él tomó posesión de mi
cuerpo flotando en un limbo maravilloso. Me tiró al suelo, y tras gritarme que
me arrodille me encajó la verga en la boca. No paró de cogerme la boca hasta
que un suculento chorro de leche comenzó a fluir en mi garganta. Lo sentí
ácido, tal vez por culpa del vino y los mariscos. Pero luego, una vez que sacó
la pija de mi boca, pude saborear cada nota de su entrega, de su hombría
dispuesta a darme verga siempre que lo necesitara. Acabó porque, mientras se la
mamaba, y él presionaba una y otra vez la orilla de mi garganta, mis dedos le
frotaban el culo, y sus dedos me estiraban los pezones, haciéndome chillar por
más que tuviese la boca ocupada. En esos momentos me decía: ¡Gritá perrita, que
nadie te va a escuchar con un pito en la boca, putita sucia, peterita hermosa, daleee,
asíiii, abrila máaas, que te doy la
lechita, y te hago un hijo por la boca, zorra!
No tardamos en
abrazarnos y chaparnos sentados en el suelo, como dos nenes avergonzados, pero
enamorados. Él saboreó mi boca con vestigios de su semen, y ni le importó. No
nos podíamos despegar. Su olor a sexo me hechizaba, al punto que le pedí que se
quede a dormir conmigo. Tenía el culo caliente, la concha todavía con restos de
su leche, y las tetas con ansias de su lengua y sus dientes.
¡Anoche soñé que
te pegaba una flor de cogida en la mesa del comedor cuñadita!, comenzó a
confesarme, después del tercer round de besos con lengua, manoseos y
apretaditas a su verga. Me encantaba ponérsela dura con las manos.
¡¿Aaaah, sí? ¿Y
nunca soñaste que me rompías el orto? ¡Te juro que la quiero en el culo
pendejo!, le decía casi encima de él, fregándole la cola en la pija. Lucas
parecía estar atrapado en el mismo ensueño que mi alma y mi sexo. No quería
perderse ni un detalle de mi cuerpo, ni yo de sus expresiones.
¡Andre, me parece,
creo que sonó el timbre… y tu celu estuvo vibrando toda la noche! ¡Creo que es
Germán!, me dijo de repente, mientras mi boca buscaba servirse de nuevo de su
verga empalada.
¿Qué importa
ahora? ¡Por ahí es el basurero, que viene a llevarse cartones! ¡Y, Germán, que
se vaya a la mierda!, le dije, restándole importancia. Pero entonces, Lucas me
devuelve a la realidad, sin un preámbulo.
¡Boluda, te digo
que me parece que Germán está en la puerta! ¡Él te estuvo llamando toda la noche! ¡Y te aviso que ya
son las 7 de la mañana! ¿Vos no tenés que ir a laburar?, me dijo desencajado,
buscando algo para ponerse. Él mismo me recordó que Germán había perdido sus
llaves, y que posiblemente tuviese que venir temprano en la mañana a buscar
algunos ficheros. De paso algo de ropa, porque tenía que volver a viajar.
¡Tenés razón, soy
una pelotuda! ¡Y esta pieza, Germán no puede entrar acá! ¡Está todo hecho un
lío!, decía exaltada, poniéndome un vestido cualquiera.
¡Sí cuñadita, y
las sábanas están húmedas de tus jugos, de mi leche y nuestra saliva! ¡Y vos
apestás a recién cogidita!, me decía Lucas poniéndose el calzoncillo, listo
para tomarse el palo a su cuarto.
¡No te preocupes
cuñadito, que ni bien Germán se vaya, voy a tu pieza y me rompés el culo! ¡Voy
a avisar que no voy al trabajo!, le dije antes que desaparezca de mi vista,
agarrando las llaves, echándome unas gotitas de perfume en el cuello, y
comenzando a sentirme sucia pero feliz, camino a los brazos de mi marido. Me
encantaba sentir la concha tan viva y fragante, repleta de la leche de mi
cuñado cuando le daba un beso en la boca a Germán como bienvenida. Me calentaba
que las tetas todavía conservaran las brazas sagradas de la boca de Lucas, y
que aún me dolieran los azotes que me dio en el culo. Sentía miles de
cosquillitas en el culo, y no podía pensar más que en esa verga abriéndomelo
todo, mientras le cebaba unos mates al boludo de mi marido. Me pareció notar
que su camisa tenía una mancha de lápiz labial, y que había otro perfume
femenino rondando tras su sombra. Lo percibía cada vez que me acercaba a él.
Pero nada de eso me importaba ahora. Yo ya me había entregado a Lucas, y desde
entonces asumí ser su putita, y él, el chongo que me coge cada vez que los dos
queremos matarnos a puro sexo. Fin
Recordá que este, o cualquier otro relato del blog, podés pedírmelo en audiorelato, a un costo más que interesante. Consultame precios y modalidades por mail.
Este es mi correo ambarzul28@gmail.com si quisieras sugerirme o contarme tus fantasías te leeré! gracias!
Acompañame con tu colaboración!! así podré seguir haciendo lo que más amo hacer!!
Cafecito nacional de Ambarzul para mis lectores nacionales 😉
Hola, me gustó mucho este relato. ¿Habrá segunda parte?, ¿y 3 de la cachorrita?.
ResponderEliminarContinúa escribiendo, por favor. Eres muy buena!.
Un saludo.
gracias Eduardo. sos muy gentil! Vos, qué querés primero? a la cachorrita sucia, o a la cuñadita infiel?
ResponderEliminarHola, primero que nada, disculpa la tardanza de mi comentario. Lo que pasa es que últimamente he tenido problemas de navegación en mi equipó telefónico, y por eso no te he podido comentar en algunos relatos, debido a la velocidad, y cobertura de este mismo. No creas que por no comentarte aveces en los relatos, no se valora tu esfuerzo. Bueno respecto a cual relato prefiero; eso lo dejo a tu gusto. Pues al fin y al cabo tu eres la que lo escribes, estoy seguro que si llegaras a hacer el favor de escribir los dos, probablemente ambos me gustarán. Ojalá también con el tiempo hicieras otras continuaciones de otros relatos que tienen potencial para más.
ResponderEliminarUn saludo.
Hola Eduardo! no tenés que disculparte. son cosas que pueden pasar. bueno, tal vez comience con el final de la cachorrita. si querés, podés sugerirme cosas que puedan suceder en la historia, al mail que figura al final de cada relato. digo, para que puedas extenderte más- y de paso, ¿Cuáles creés que pueden tener continuación? agradezco el respeto y tu calidez. ¡Un beso!
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