Soy Fabián, tengo 25, laburo como cadete en un
estudio contable y hace dos años que vivo con Ivana, mi flamante mujer con
quien tenemos una beba de diez meses. Al principio nos re costó pegar una casa
para alquilar en un barrio más o menos decente. Dimos con ella apenas Ludmila,
la hermana menor de Ivana desocupó la que alquilaba con un amigo con el que
cursaba derecho. Nos instalamos al tiempito, y todo marchaba genial. Ella
trabajaba en el negocio de insumos informáticos del padre. Eso ayudó a que
pudiéramos darnos algunos lujos como el de cambiar el auto. Nos comunicamos
bien en todos los sentidos, y sexualmente somos dos fieras devorándose por toda
la casa, dos lobos enceguecidos por la calentura permanente. Nos encanta coger
en cualquier sitio de la casa y disfrutar del olor a sexo flotando por donde
estuviésemos. Eso no cambió en absoluto durante el tiempo en que Ivana estuvo
embarazada. Me calentaba mucho ver su pancita creciendo bajo las remeritas
escotadas que solía usar, y saber que pronto sus tetas pequeñas pero apetitosas
pronto serían un manantial de leche deliciosa, y no solo para la beba. ¡Ella me
lo había prometido! Siempre fantaseé con tomar leche materna.
Cogimos muchas veces desde que supimos la
noticia. Incluso algunas con ingredientes que antes no nos animábamos a
realizar.
Una vez, en la plaza del barrio, donde nos
habíamos reunido con amigos en común, ni bien todos desertaron ella comenzó a
calentarme lamiendo mi oreja con su aliento y esa voz de nena, la que modulaba
con inteligente erotismo, y apretándome la pija sobre la bermuda. Me la senté
en las piernas, le subí un touch su pollerita a cuadros, le bajé otro poco su
bombachita azul de encajes y desenfundé mi poronga empalada en su conchita
perfecta, con la estreches que anhelaba. Le di duro, supongo que, por 20
minutos, bombeando entre sus jugos mientras me pedía que le deje la cola
colorada de tanto pegarle, o pellizcársela. No lo podía creer cuando dijo, sin
inmutarse: ¡Dale pibito, danos tu lechita a la beba y a mí, así crece sanita, cogeme
más, dame más fuerte guacho, dámela toda!
Lo hice en honor a su entrega prodigiosa, pensando
en toda la gente que nos pudo haber visto. Esa noche llegamos a casa tipo 12,
ella llena de leche y yo con las piernas cansadas, porque lo hicimos dos veces
más. Una en el patio de casa, ambos de parado junto a la parrilla, y la otra en
la ducha, mareados por el vapor, la espuma y las fragancias de nuestros sexos
desbocados.
En mi mente un montón de misterios, alarmas,
ratones, películas perversas que vi en lo de mi tío por accidente cuando era
pendejo, y un manojo de ocultas libertades reprimidas comenzaron a entretejer
puentes y laberintos sinuosos.
Otras de esas inolvidables fueron cuando me
encontró en el baño pajeándome, oliendo la calcita que había usado para ir al
club, y una bombachita negra que reposaban solitas en el cesto de la ropa
sucia. Al principio puso cara de sorpresa, como si le diese asquito. Sin
embargo, reaccionó mamándome la chota con un hambre clandestino, extraño en
ella que no es tan adicta al pete. En breve se desnudó y se arrodilló junto a
la ducha para seguir lamiendo mi estado carnal. Hasta que me maravilló cuando empezó
a mearse con sus jadeos cada vez más resonantes, su aire agitándonos y su
lengua engullendo mis huevos con asquerosas escupidas que me hacían planear en
el cielo, que no era otra cosa que el acústico techo despintado. Cuando creí
que era todo para ella recibir mis disparos de semen en toda su cara, murmuró
saboreando sus labios y los dedos con los que se desparramaba mi sabia: ¡Haceme
pis en las tetas guachito de mierda!
Lo hice encantado, pues, estaba cumpliendo una
antigua fantasía de mis morbos juveniles, mientras ella se cacheteaba la tuna
acabándose con desenfreno, abría la boca para probar mi meada y hacía
equilibrio con las piernas abiertas.
De a poco nos atrevíamos a más. Nos mandamos
varios cortitos en el baño de sus intolerantes abuelos a segundos de almorzar.
Me comió la pija delante de unos vecinos en la vereda de casa la mañana que
llegamos muy borrachos de un pub. Cogimos en el mismo cuarto de Ludmila la vez
que nos quedamos en su casa a cenar mientras ella dormía. Hoy sé que mi cuñada
esa noche se pajeó como una perra escuchándonos. Pero, mejor vamos por parte.
Cuando nació Tamara todo fue distinto. Nuestra
habitación vestía de rosa. Había una felicidad indescriptible, en ocasiones
hasta las lágrimas que nos gobernaba, y dormíamos poco pero sin quejarnos.
Tuvimos pocas salidas, ¡y ni hablar de reunir amigos en casa, escuchar música
como a mí me gustaba o gritar un gol de Boca con naturalidad! Sabíamos que ese
era el camino para darle un hogar confortable a Tami, aunque Ivana se
comportaba con mayores nervios y preocupaciones. Ella era un poco más
protectora que yo. A veces había que calmarla para que no se ponga a llorar con
la beba, cuando se ahogaba, le dolía la pancita con sus primeros gases, o
cuando se despertaba llorando por algún sueño inoportuno.
Pero sexualmente entre nosotros, poco y nada.
Nos respetábamos de igual modo. Pero mi carne, el dolor de mis huevos y mi
sangre clamaban por algo de acción. Jamás le fui infiel al amor de mi vida, a
pesar de que ella me sugirió tener sexo con una amiga, ya que no se sentía en
condiciones de atenderme como hombre. ¡No me lo podría perdonar! Entonces,
regresé a la paja como cuando adolescente, entre pornos y las tangas usadas que
rescatara de Ivana.
Sucede que una siesta ella me pidió que
hiciera dormir a la gorda, y honestamente no sé qué me pasó. Apenas la niña
descansaba serena, y mi chica ordenaba algunas cosas en la cocina para
disponerse a baldear el piso, yo me acosté con un palo tremendo. La pija se me
hinchaba latente y decidida. Se me mojaba la cabecita, me pesaban las bolas, y
mis manos tuvieron que atender semejante llamado vital con la urgencia de un
bombero. Pero, ocurre que descubrí que lo que me excitaba era el olor a pipí de
Tami. Aquello no me sorprendía, puesto que cuando niño me atrajo durante un
buen tiempo el olor a pis de una compañerita del cole, a la que apodaron la
Sapo, ya que su boca estirada sumado a sus dientes desparejos parecía no caber
con suficiencia en su rostro.
En plena paja tuve el desatino de correrle el
pañal para olerla desencajado, sin parar de tocarme. La brisita de su
intimidad, ese ardor del pañal húmedo, los apretujes de mis dedos a mi tronco,
mi boca seca de palabras y mis ansiedades remontándose en una nube de culpas,
me calentaba todavía más. pensaba en cómo se sentiría su boquita suave y
babeada en la punta de mi pija, y me estremecía hasta la sangre de la calentura
que fabricaban mis huevos.
De repente Ivana abre la puerta, y me ve
hincado sobre el vientre de Tami, siempre dormida, con el pañal a medio sacar,
oliéndola sin detener el sube y baja de mi mano en el cuero de mi verga tiesa
bajo el caluroso verano platense. Me cazó de los rulos, me dio vuelta la cara
de una cachetada y me entredijo sin escatimar ira: ¡Qué hijo de puta que sos…
te pajeás con tu hija… degenerado de mierda!
Le sacó el pañal a la beba y se dio a la tarea
de chuparme la pija con una furia desmesurada, mordiendo con violencia y
escupiéndome hasta la cara mientras me exigía oler el pañal apenas mojado.
Hacía poquito que Su madre la había cambiado. ¡Me dejó estúpido, asombrado,
inmóvil y perplejo! ¿Cómo podía ser que mi esposa reaccione así, frente a un
hombre que, si bien no buscaba dañar a la beba, se calentaba oliéndola como un
animal salvaje?
Los cierto es que acabé de una en su rostro
contraído de rabia, y sin darme tiempo a nada me echó de casa. Me insultó de
arriba abajo, mi me pidió que no vuelva siquiera a llamarla. Pero aquello solo
duró una noche. Ella misma llamó a lo de Mauricio, el único amigo que conservo
del secundario, quien me prestó un colchón inflable para dormir en el living de
su casa. Claro que tuve que soportar la verdugueada de él y su esposa por
haberme peleado con Ivana. Aunque jamás conocerá los motivos verdaderos.
En cuanto volví, la tarde que Ivana me llamó
llorando, suplicándome y jurando que me extrañaba, después de tomarnos un café
en el más absoluto de los silencios, me obligó a jugar con los pañales meados
de Tami mientras me hacía sexo oral amenazándome con un cuchillo. Dijo que, a
partir de ahora, haríamos todo lo que yo quisiera, una vez que le juré que
jamás tocaría a Tamara. Desde entonces, todo en nuestras vidas puertas adentro
dio un vuelco inesperado.
Una tarde en que yo le daba la mamadera a
Tami, Ivana se nos acercó. Me bajó el cierre y retiró mi pene de la soberanía
de mi bóxer para petearme.
¡Dame la mamaderita Fabi… dame lechita a mí
también… y tocale las piernitas con el pito a la gordi… dale puerquito!
¡Aprovechemos que, una vez que se tome todo, se duerme la cochina!
Tami solo tenía un pañal puesto, debido a las
altas temperaturas. Por lo que Ivi me condenaba al delirio cuando le besaba las
piernas, fregaba mi pija contra ellas, olía a la nena y me comía los huevos con
su pulgar inquieto en mi glande. Cuando acabé le enchastré los piecitos a Tami.
Pero Ivana se los limpió con la lengua.
Una noche, entré al cuarto luego de terminar
unos formularios. Ella me ordenó desnudarme y pajearme, al mismo tiempo que le
daba la teta a Tami sentada en la cama, luciendo aquella bombacha azul que
tanto me calentó en la plaza. Al cabo de unos minutos me hizo señas para que me
arrime despacito.
¡Amor, ponele el pito en la carita… dale,
quiero que te huela, dale vení ahora!, dijo en voz muy baja. La miré como
preguntando qué fue de sus escrúpulos. Pero le obedecí.
Tami succionaba el pezón lechoso de su madre,
cuando mi pene le rozó las mejillas, y ella le hablaba como a los bebés: ¡¿Te
gusta el pitito de papá mi chiquitina?! Síii, no cierto que sí? ¡¿Como las
lolas de mami?!
Ivana tenía una mano en su concha cuando sentí
la boquita de Tami succionar por error a mi pene implacable, y empecé a
eyacular en la cara de Ivana que le seguía dando la teta y se masturbaba con
algo más de rebeldía.
La mañana que preferimos faltar al almuerzo de
todos los domingos en casa de mis suegros, Ivana preparó café, y desayunamos en
la cama con unos dibus de fondo. La calma se rompió cuando se sacó la bombacha,
sentó a Tami sobre mi pecho para que la tenga y me destapó para petearme. Tami
estaba razonablemente incómoda por haberse hecho pis, pero jugaba con un
muñequito con el que dos por tres me pegaba, mientras Ivana me escupía la pija,
me la apretaba con el elástico de su calzón y le daba unas chupaditas con más
ruido que efecto, y decía: ¡Cuando Tami sea grande vos le vas a enseñar a ir al
baño solita, a que use la pelela, y le vas a comprar lindas bombachitas y
corpiñitos, porque va a ser tetona como la madre, y seguro que le va a gustar
el pitulín de papi… así que preparate para que duerma con nosotros y nos vea
hacernos el amor guachito!
No podía pensar en que Ivana se estuviese
volviendo loca.
El pete concluyó cuando Tami se hartó de mis
brazos y rompió en llanto. Pero Ivana se incorporó para mecerla un ratito
mientras le encajaba un pecho en la boca, y como sin otro plan posible que ese,
se sentó sobre mi pija parada que se internó en lo hondo de su concha híper
jugosa. Ella dominó el swing de las arremetidas, los movimientos y vibraciones.
¡no sé cómo hacía para que Tami no salga despedida de su control con tanta
adrenalina!
¿Te gusta que te coja con tu hija tomando la
teta mi amor? ¿Viste lo puta que me ponés?!, alcanzó a expresar cuando su
orgasmo se apropiaba de mi fuerte estampida de leche, y sus jugos hacían un
tobogán resbaladizo entre nuestros pubis.
Era de todas las tardes llegar a casa y
encontrar a Ivana en el sillón, semidesnuda y con la beba en pañales. Ahí
siempre había algo que sus peticiones planeaban para mí. Muchas veces me hizo
eyacular encima del pañal de la nena, o en sus tetas para que luego Tami se las
lama, o en la boca mientras su beba jugaba con el chupete o se adueñaba de su
pezón derecho generalmente.
Ivana se había vuelto una petera con
mayúsculas. Una vez, hasta se hizo pis en lo de sus abuelos cuando me chupaba la
pija, encerrados en una pieza cuando hubo que cambiar a Tami. Ella no quería
por nada del mundo que deje de oler a mi hija desnuda pero limpiecita. Ella
hacía que por las noches Tami me toque la pija y me meta sus manitos en la
boca. Algunas veces ella le lamía el chupete y después se lo daba. Estaba muy
caliente, y eso me trastornaba al punto que temía acerca de lo que pudiera
edificar su pensamiento.
Sucede que hace tres semanas Ludmila se quedó
unos días en casa, a modo de vacaciones con Candela, su beba de un año, y como
nosotros casi no estábamos por nuestras labores, nos pareció una buena idea
alojarlas. De paso cuidaba a Tami si lo necesitábamos. Además siempre hubo
química. Es más, confieso que siempre me calentó el orto de mi cuñadita, y que
mi esposa lo sabe de sobra.
Pasó que un domingo la sorprendí dándole de
mamar a Cande, deshinibidamente tirada en mi cama, en calzones y con el pelo
mojado sobre un toallón que cubría la almohada. La saludé de lejos. Pero me
pidió fuego, y que de paso charlemos un poco. Al parecer andaba con problemas
judiciales con su pareja, que no quería reconocer a su hija. No me sorprendía,
porque yo conocía al tarado que la embarazó. Nunca la quiso, y la engañó todas
las veces que se le cantó el forro de las bolas.
Me senté en la orilla de la cama, a su
izquierda. Sinceramente no pudimos seguir el hilo de nada en particular. Pero
divisé en sus ojos y en su voz gangosa que había fumado mariguana. Yo sabía que
eso la pone loquita. Encima me excitaban mal los chuponcitos de Cande a sus
tetas, tanto como las muecas que me hacía cada vez que me pillaba mirando su
entrepierna, donde sus labios vaginales dibujaban un oasis de jugos en su
bombacha rosa. Entonces, ella tuvo que atreverse para que pronto todo sea un
exquisito desastre, entretanto Ivi terminaba unos balances para el negocio en
la cocina.
De la nada me largó: ¡Cómo te baboseás conmigo
nene! ¿Te pone al palo verme con Cande tomando la tetita? ¡Che boludo, como se
cogieron la noche de mi cumple! ¡Le diste bomba a la flaca, como si no hubiese
nadie! ¡Yo me hice la dormida, pero no sabés cómo me toqué! ¡Igual, vos sos
medio perversito como mi hermana! ¡No? ¡Ella me cuenta todo sabés!
Entonces, decidí callarla con un beso de
lengua feroz para que mis labios sientan mi deseo mientras le corría la tanga
confirmando su humedad para colarle un dedito en su flor. Gemía apretando
labios y dientes, y apenas Cande palmó me manoteó la verga encima del short
para intentar pajearme, ya que permanecía sentado. Hasta que prefirió fregar su
cara en mi bulto en llamas de infierno voraz, aunque me desafió nuevamente cuando
me ordenó: ¡Sacale el pañal a Cande… abrile las piernas y olela que se hizo pis
hace un ratín… y creo que te va a gustar chanchito!
Lo hice con el corazón entusiasta, aunque debo
confesar que me enamoraba más el aroma de mi chiquita. Me sentía en el paraíso
cuando Ludmila me la mamaba. A veces después de fregar el pañal en mi falo
erecto. No me permitía despegar la nariz de la piel de Cande, insistiendo con
que la huela toda.
En breve ambos olíamos a la pequeña desnuda,
comiéndonos a besos y pajeándonos uno al otro, y tan en celo que ni escuchamos
que Ivana entró silenciosa pero enfurecida al cuarto, supongo que tras oírme
decir: ¡Así hija de puta, chupala más, tragátela toda que te voy a romper el
orto!
Para mi asombro Ivana lucía una colales color
chocolate, un corpiño negro con puntillas, tacos altos y el pelo recogido en
dos colitas. Además, traía un pañal en la mano. No entendí nada. Y menos cuando
nos gritó cerrando la puerta tratando de no hacer ruido: ¡Así que te querés
culear a mi hermanita? ¿A la más puta del barrio, a la calientapijas del cole y
a la que le gusta coger en los baños públicos? ¡Tomá el pañal meado de tu hija!
¡Quiero ver cómo lo olés y lo lamés! ¿Acabo de cambiarla!
A todo esto,
Ludmila no soltaba mi pija, y me la comía con mayor desempeño, como si su
hermana no hubiera dicho nada.
¡Vos abrí las piernas putita sucia!, le dijo
con sensualidad a Ludmila. Le quitó la bombacha, se hincó junto a la cama y
después de olerla con aparente tranquilidad le revolvió la concha con la lengua
y los dedos de su mano derecha, ya que con la otra le presionaba la cabeza para
gozar con el sonido de mis envestidas a su garganta profunda.
Apenas oí que Ivana dijo entre lametazos
cargados de saliva: ¡La Tami está desnudita, dormida en la cuna, meada y con ganas
de que la tía le dé besitos ruidosos en la cola!, yo intuí un infarto seminal
mientras Ludmila metía un dedo junto a mi verga en su boca.
¿Y sí gordi! ¡Es obvio que a Ludmila le gusta
tanto como a vos darle besitos en la cola a su sobrina!, dijo luego mi esposa,
como adivinando lo que pensaba.
Cuando mi cuñada pudo decir entre chupadas y
eructos: ¡Qué chanchita mi sobrinita! ¡Voy a esperar a que se haga caquita para
comerle esa cola hermosa que tiene!, sentí que la casa se me caía encima, y una
sacudida desorganizó mi poca moral hecha esperma. Entonces, habiéndole acabado
un suculento lechazo mitad en las lolas mitad en la carita a Ludmila, ambas
comenzaron a recorrer la piel desnuda de Cande cual durazno en primavera, quien
continuaba soñando entre besos estruendosos cargados de fuego y cenizas
orgásmicas.
Todo hasta que Ivana me sentenció a chuparle
las tetas a su hermana para probar su lechita. Ahora mi paladar se inmovilizaba
con su delicado néctar maternal, los dos despatarrados mientras Ivi me la mamaba.
Por ahí pajeaba a Ludmila y se disponía a oler a Candela.
Pronto quiso que me ponga en cuatro, y
mientras tenía prohibido dejar de olfatear a la bebé jurando que me excitaba
más el olor de Tamara, Ludmila me comía la pija y mi amor se atrevía a
separarme los cantos, a escupirme el ano y besuqueármelo a gusto y placer,
especialmente cuando la lengua de mi cuñada cuchareaba mis pelotas y su mano
amasaba mi glande.
Finalmente nos acomodamos en el piso para no
despertar a la criatura. Ahora estaba en cuatro encima de Ivana clavando mi
arma de carne colmada de pasión seminal en su conchita jugosa, y ella se
entretenía haciendo gozar a su hermana con su nariz y lengua en el clítoris,
aprovechándola de pie pegada a la pared.
Al toque Ludmila se recostó en la cama con la
cabeza colgando para tragarse mi pija hinchada, sin importarle alguna
esporádica arcada, ya que se la mandaba hasta el fondo, a la vez que Ivana le
chupaba las tetas y le escupía su leche salpicando mis bolas.
¡Mi lechona es más rica que la tuya nena, y tu
hijita va a ser igual de trepadora, regalada y mamona que vos hermanita! ¡Pero
nuestras hijas van a ir juntitas al baño y se van a manosear! ¡Yo le voy a
enseñar a Tami que le toque la conchita a tu nena!, decía extasiada Ivana, ya
sin un gramo de cordura.
Hasta que me senté para recibir a la zorra de
mi cuñadita y, por órdenes estrictas de Ivi comencé a rozar su culito caliente
bastante lubricado por sus flujos con la punta de mi verga, a separarle las
nalgas y a masajearle las gomas pegoteadas de leche y saliva. En eso Ivana le
comía la concha diciendo: ¡Ahora sí culeala toda a esta putita! ¡Llenala de
lechita!
Enseguida, poco a poco mi pija se abría paso
en ese túnel oscuro, apretadito, ardiente pero con ganas de sentirla y tenerla
lo más adentro que se pueda. La turrita subía y bajaba con el éxtasis de su
sangre, como una banderita por mi mástil empapado, siempre al borde de
estallar, castigándome con el golpeteo de sus tersas nalgas en mi pubis,
arañando mis piernas en el afán de sujetarse mejor y gimiendo agudito pero con
arte, mientras Ivana sin dejar de degustar su intimidad, hambrienta y jadeante
le decía: ¡Haceme pichí en la boca nena, dale, ahora, meate ya, como cuando
éramos chiquitas, dame tu acabadita, que todavía me vuelve loca tu olor a
conchita mi amor!
Ivana la masturbó además con el chupete de
Tami y la mamadera de Cande. Ludmila no pudo desobedecerle. Ivana se llenaba de
un regocijo embriagador, al tiempo que mi energía animal comenzaba a colmarle
el culo de semen prodigioso a su hermana, de unos chorros que anulaban mi
capacidad de pensar, en medio de unas arremetidas fatales y de las gotas de su
abundante meada bajando por mis piernas. Ivana tragaba todo lo que podía con su
rostro cada vez más desfigurado, como si estuviese poseída.
Ludmila se levantó como pudo, le puso el pañal
a Cande que se había hecho pis y caca dormida y salieron hacia el baño. Ivana
acabó fregando su colita en la sábana mojada, lamiendo mi pija ya sin forma,
pero sin perder del todo la erección, saboreando mis últimas gotas de leche
hasta con sus pómulos, balbuceando: ¡Uuuf, ¡qué rico el gusto del culito de mi
hermanita en tu poronga! ¿Te gustó culearla? ¿Viste cómo me acabó en la boquita
y me hizo pichí?!, y no paraba de fregar el pañal de nuestra bebé en su vagina
con agilidad.
Enseguida fuimos a la cuna de Tami, donde la
muy perversa me pidió:
¡Hacete la paja en su vagina! ¿Dale, que está
dormidita! ¡Dale, quiero que le acabes ahí, frotala toda en la conchita de tu
bebé, que yo le doy la teta, y una vez que acabes hacele pis! ¡Meale las
piernitas! ¡Y, si querés, dale besitos en la boca!
Mi turbado shock emocional era como una voz
interior que me impedía hacer otra cosa, aunque no logré eyacular como me lo
proponía. Tales fechorías les otorgaban un dolor insoportable a mis testículos,
y en mi vientre reinaba un sentimiento de culpa que alteraba mis cordones
nerviosos. Tami tomaba la teta mientras yo solo me pajeaba, bien pegado a su
vulvita agarrado de la baranda de la cuna para no caerme. Le hice pis en las
piernas y, de repente, como si no pudiera contener más dinamita en sus
entrañas, Ivi me agarró de la mano y fuimos corriendo al baño, donde Ludmila
llenaba de espuma la bañera para bañar a Candela.
Pero Ivana necesitó hacerme un pete, y que le
acabe en la carita a Ludmila mientras enjabonaba a su hija, La nena sonreía
jugando con una zapatillita. Cuando lo hice vi el rostro de lujuria de mi
cuñada, y supe que si no ponía paños fríos, el sexo morboso de nuestros deseos
volvería a dominarnos.
Les dije que me iba a poner a rellenar un
pollito para hacerlo al horno, y conseguí que desistan de cualquier otra
actividad tortuosa. Aunque esa noche, después del postre borracho yo preferí
dormir en el living. En mitad de la madrugada fui al baño medio somnoliento, y
al salir oí que la voz de Ivana resonaba en el eco de los silencios: ¡Dale Lu,
tomame la teta guacha! ¡Sos mi ídola! ¡Nunca creí que fueras capaz de curtirte
a Fabi, y encima te hizo la cola pendejita!
A eso le siguieron unos besos reptiles y
desaforados. No pude con mi genio y entré a la pieza. Ludmila tenía a Cande
sobre su cuerpo, ambas acostadas, y Cande deseosa de seguir tomando teta. A su
lado estaba Ivi lamiendo su otro pezón, y alimentando a Tami. Las cuatro en
bolas.
Cuando entré Ludmila me pidió un vaso de agua
y un pañal para su hija. Al encender la luz vi que Ludmila estaba bañada en pis
y caca. Aclaró furiosa que fue su niña mientras le comía la boca a Ivana. Mi
mujer entonces me pidió que me arrodille en el borde de la cama, y las dos
asquerosas me chuparon la pija al mismo tiempo refregándose enteras. Esa vez mi
lechita nadó en la conchita de Ludmila cuando no pude soportar que Ivana
fregara las piernitas y la cola de Tami en la nariz a la vez que me garchaba a
su hermanita.
Esa misma noche pusimos un freno a todo lo que
pudiera complicarles la salud mental a nuestras niñas en un futuro. Desde
entonces, la que usa chupetes y toma la mema, la que se hace pis y caca encima,
en los pañales o en la ropita es Ludmila, que decidió tomar el rol de nuestra
bebota. ¡para colmo esa noche la muy fértil quedó embarazada! Ahora sí nuestra
unión es indestructible por el resto de nuestras vidas. Fin
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