Perversos y cochinos


Soy Fabián, tengo 25, laburo como cadete en un estudio contable y hace dos años que vivo con Ivana, mi flamante mujer con quien tenemos una beba de diez meses. Al principio nos re costó pegar una casa para alquilar en un barrio más o menos decente. Dimos con ella apenas Ludmila, la hermana menor de Ivana desocupó la que alquilaba con un amigo con el que cursaba derecho. Nos instalamos al tiempito, y todo marchaba genial. Ella trabajaba en el negocio de insumos informáticos del padre. Eso ayudó a que pudiéramos darnos algunos lujos como el de cambiar el auto. Nos comunicamos bien en todos los sentidos, y sexualmente somos dos fieras devorándose por toda la casa, dos lobos enceguecidos por la calentura permanente. Nos encanta coger en cualquier sitio de la casa y disfrutar del olor a sexo flotando por donde estuviésemos. Eso no cambió en absoluto durante el tiempo en que Ivana estuvo embarazada. Me calentaba mucho ver su pancita creciendo bajo las remeritas escotadas que solía usar, y saber que pronto sus tetas pequeñas pero apetitosas pronto serían un manantial de leche deliciosa, y no solo para la beba. ¡Ella me lo había prometido! Siempre fantaseé con tomar leche materna.
Cogimos muchas veces desde que supimos la noticia. Incluso algunas con ingredientes que antes no nos animábamos a realizar.
Una vez, en la plaza del barrio, donde nos habíamos reunido con amigos en común, ni bien todos desertaron ella comenzó a calentarme lamiendo mi oreja con su aliento y esa voz de nena, la que modulaba con inteligente erotismo, y apretándome la pija sobre la bermuda. Me la senté en las piernas, le subí un touch su pollerita a cuadros, le bajé otro poco su bombachita azul de encajes y desenfundé mi poronga empalada en su conchita perfecta, con la estreches que anhelaba. Le di duro, supongo que, por 20 minutos, bombeando entre sus jugos mientras me pedía que le deje la cola colorada de tanto pegarle, o pellizcársela. No lo podía creer cuando dijo, sin inmutarse: ¡Dale pibito, danos tu lechita a la beba y a mí, así crece sanita, cogeme más, dame más fuerte guacho, dámela toda!
Lo hice en honor a su entrega prodigiosa, pensando en toda la gente que nos pudo haber visto. Esa noche llegamos a casa tipo 12, ella llena de leche y yo con las piernas cansadas, porque lo hicimos dos veces más. Una en el patio de casa, ambos de parado junto a la parrilla, y la otra en la ducha, mareados por el vapor, la espuma y las fragancias de nuestros sexos desbocados.
En mi mente un montón de misterios, alarmas, ratones, películas perversas que vi en lo de mi tío por accidente cuando era pendejo, y un manojo de ocultas libertades reprimidas comenzaron a entretejer puentes y laberintos sinuosos.
Otras de esas inolvidables fueron cuando me encontró en el baño pajeándome, oliendo la calcita que había usado para ir al club, y una bombachita negra que reposaban solitas en el cesto de la ropa sucia. Al principio puso cara de sorpresa, como si le diese asquito. Sin embargo, reaccionó mamándome la chota con un hambre clandestino, extraño en ella que no es tan adicta al pete. En breve se desnudó y se arrodilló junto a la ducha para seguir lamiendo mi estado carnal. Hasta que me maravilló cuando empezó a mearse con sus jadeos cada vez más resonantes, su aire agitándonos y su lengua engullendo mis huevos con asquerosas escupidas que me hacían planear en el cielo, que no era otra cosa que el acústico techo despintado. Cuando creí que era todo para ella recibir mis disparos de semen en toda su cara, murmuró saboreando sus labios y los dedos con los que se desparramaba mi sabia: ¡Haceme pis en las tetas guachito de mierda!
Lo hice encantado, pues, estaba cumpliendo una antigua fantasía de mis morbos juveniles, mientras ella se cacheteaba la tuna acabándose con desenfreno, abría la boca para probar mi meada y hacía equilibrio con las piernas abiertas.
De a poco nos atrevíamos a más. Nos mandamos varios cortitos en el baño de sus intolerantes abuelos a segundos de almorzar. Me comió la pija delante de unos vecinos en la vereda de casa la mañana que llegamos muy borrachos de un pub. Cogimos en el mismo cuarto de Ludmila la vez que nos quedamos en su casa a cenar mientras ella dormía. Hoy sé que mi cuñada esa noche se pajeó como una perra escuchándonos. Pero, mejor vamos por parte.
Cuando nació Tamara todo fue distinto. Nuestra habitación vestía de rosa. Había una felicidad indescriptible, en ocasiones hasta las lágrimas que nos gobernaba, y dormíamos poco pero sin quejarnos. Tuvimos pocas salidas, ¡y ni hablar de reunir amigos en casa, escuchar música como a mí me gustaba o gritar un gol de Boca con naturalidad! Sabíamos que ese era el camino para darle un hogar confortable a Tami, aunque Ivana se comportaba con mayores nervios y preocupaciones. Ella era un poco más protectora que yo. A veces había que calmarla para que no se ponga a llorar con la beba, cuando se ahogaba, le dolía la pancita con sus primeros gases, o cuando se despertaba llorando por algún sueño inoportuno.
Pero sexualmente entre nosotros, poco y nada. Nos respetábamos de igual modo. Pero mi carne, el dolor de mis huevos y mi sangre clamaban por algo de acción. Jamás le fui infiel al amor de mi vida, a pesar de que ella me sugirió tener sexo con una amiga, ya que no se sentía en condiciones de atenderme como hombre. ¡No me lo podría perdonar! Entonces, regresé a la paja como cuando adolescente, entre pornos y las tangas usadas que rescatara de Ivana.
Sucede que una siesta ella me pidió que hiciera dormir a la gorda, y honestamente no sé qué me pasó. Apenas la niña descansaba serena, y mi chica ordenaba algunas cosas en la cocina para disponerse a baldear el piso, yo me acosté con un palo tremendo. La pija se me hinchaba latente y decidida. Se me mojaba la cabecita, me pesaban las bolas, y mis manos tuvieron que atender semejante llamado vital con la urgencia de un bombero. Pero, ocurre que descubrí que lo que me excitaba era el olor a pipí de Tami. Aquello no me sorprendía, puesto que cuando niño me atrajo durante un buen tiempo el olor a pis de una compañerita del cole, a la que apodaron la Sapo, ya que su boca estirada sumado a sus dientes desparejos parecía no caber con suficiencia en su rostro.
En plena paja tuve el desatino de correrle el pañal para olerla desencajado, sin parar de tocarme. La brisita de su intimidad, ese ardor del pañal húmedo, los apretujes de mis dedos a mi tronco, mi boca seca de palabras y mis ansiedades remontándose en una nube de culpas, me calentaba todavía más. pensaba en cómo se sentiría su boquita suave y babeada en la punta de mi pija, y me estremecía hasta la sangre de la calentura que fabricaban mis huevos.
De repente Ivana abre la puerta, y me ve hincado sobre el vientre de Tami, siempre dormida, con el pañal a medio sacar, oliéndola sin detener el sube y baja de mi mano en el cuero de mi verga tiesa bajo el caluroso verano platense. Me cazó de los rulos, me dio vuelta la cara de una cachetada y me entredijo sin escatimar ira: ¡Qué hijo de puta que sos… te pajeás con tu hija… degenerado de mierda!
Le sacó el pañal a la beba y se dio a la tarea de chuparme la pija con una furia desmesurada, mordiendo con violencia y escupiéndome hasta la cara mientras me exigía oler el pañal apenas mojado. Hacía poquito que Su madre la había cambiado. ¡Me dejó estúpido, asombrado, inmóvil y perplejo! ¿Cómo podía ser que mi esposa reaccione así, frente a un hombre que, si bien no buscaba dañar a la beba, se calentaba oliéndola como un animal salvaje?
Los cierto es que acabé de una en su rostro contraído de rabia, y sin darme tiempo a nada me echó de casa. Me insultó de arriba abajo, mi me pidió que no vuelva siquiera a llamarla. Pero aquello solo duró una noche. Ella misma llamó a lo de Mauricio, el único amigo que conservo del secundario, quien me prestó un colchón inflable para dormir en el living de su casa. Claro que tuve que soportar la verdugueada de él y su esposa por haberme peleado con Ivana. Aunque jamás conocerá los motivos verdaderos.
En cuanto volví, la tarde que Ivana me llamó llorando, suplicándome y jurando que me extrañaba, después de tomarnos un café en el más absoluto de los silencios, me obligó a jugar con los pañales meados de Tami mientras me hacía sexo oral amenazándome con un cuchillo. Dijo que, a partir de ahora, haríamos todo lo que yo quisiera, una vez que le juré que jamás tocaría a Tamara. Desde entonces, todo en nuestras vidas puertas adentro dio un vuelco inesperado.
Una tarde en que yo le daba la mamadera a Tami, Ivana se nos acercó. Me bajó el cierre y retiró mi pene de la soberanía de mi bóxer para petearme.
¡Dame la mamaderita Fabi… dame lechita a mí también… y tocale las piernitas con el pito a la gordi… dale puerquito! ¡Aprovechemos que, una vez que se tome todo, se duerme la cochina!
Tami solo tenía un pañal puesto, debido a las altas temperaturas. Por lo que Ivi me condenaba al delirio cuando le besaba las piernas, fregaba mi pija contra ellas, olía a la nena y me comía los huevos con su pulgar inquieto en mi glande. Cuando acabé le enchastré los piecitos a Tami. Pero Ivana se los limpió con la lengua.
Una noche, entré al cuarto luego de terminar unos formularios. Ella me ordenó desnudarme y pajearme, al mismo tiempo que le daba la teta a Tami sentada en la cama, luciendo aquella bombacha azul que tanto me calentó en la plaza. Al cabo de unos minutos me hizo señas para que me arrime despacito.
¡Amor, ponele el pito en la carita… dale, quiero que te huela, dale vení ahora!, dijo en voz muy baja. La miré como preguntando qué fue de sus escrúpulos. Pero le obedecí.
Tami succionaba el pezón lechoso de su madre, cuando mi pene le rozó las mejillas, y ella le hablaba como a los bebés: ¡¿Te gusta el pitito de papá mi chiquitina?! Síii, no cierto que sí? ¡¿Como las lolas de mami?!
Ivana tenía una mano en su concha cuando sentí la boquita de Tami succionar por error a mi pene implacable, y empecé a eyacular en la cara de Ivana que le seguía dando la teta y se masturbaba con algo más de rebeldía.
La mañana que preferimos faltar al almuerzo de todos los domingos en casa de mis suegros, Ivana preparó café, y desayunamos en la cama con unos dibus de fondo. La calma se rompió cuando se sacó la bombacha, sentó a Tami sobre mi pecho para que la tenga y me destapó para petearme. Tami estaba razonablemente incómoda por haberse hecho pis, pero jugaba con un muñequito con el que dos por tres me pegaba, mientras Ivana me escupía la pija, me la apretaba con el elástico de su calzón y le daba unas chupaditas con más ruido que efecto, y decía: ¡Cuando Tami sea grande vos le vas a enseñar a ir al baño solita, a que use la pelela, y le vas a comprar lindas bombachitas y corpiñitos, porque va a ser tetona como la madre, y seguro que le va a gustar el pitulín de papi… así que preparate para que duerma con nosotros y nos vea hacernos el amor guachito!
No podía pensar en que Ivana se estuviese volviendo loca.
El pete concluyó cuando Tami se hartó de mis brazos y rompió en llanto. Pero Ivana se incorporó para mecerla un ratito mientras le encajaba un pecho en la boca, y como sin otro plan posible que ese, se sentó sobre mi pija parada que se internó en lo hondo de su concha híper jugosa. Ella dominó el swing de las arremetidas, los movimientos y vibraciones. ¡no sé cómo hacía para que Tami no salga despedida de su control con tanta adrenalina!
¿Te gusta que te coja con tu hija tomando la teta mi amor? ¿Viste lo puta que me ponés?!, alcanzó a expresar cuando su orgasmo se apropiaba de mi fuerte estampida de leche, y sus jugos hacían un tobogán resbaladizo entre nuestros pubis.
Era de todas las tardes llegar a casa y encontrar a Ivana en el sillón, semidesnuda y con la beba en pañales. Ahí siempre había algo que sus peticiones planeaban para mí. Muchas veces me hizo eyacular encima del pañal de la nena, o en sus tetas para que luego Tami se las lama, o en la boca mientras su beba jugaba con el chupete o se adueñaba de su pezón derecho generalmente.
Ivana se había vuelto una petera con mayúsculas. Una vez, hasta se hizo pis en lo de sus abuelos cuando me chupaba la pija, encerrados en una pieza cuando hubo que cambiar a Tami. Ella no quería por nada del mundo que deje de oler a mi hija desnuda pero limpiecita. Ella hacía que por las noches Tami me toque la pija y me meta sus manitos en la boca. Algunas veces ella le lamía el chupete y después se lo daba. Estaba muy caliente, y eso me trastornaba al punto que temía acerca de lo que pudiera edificar su pensamiento.
Sucede que hace tres semanas Ludmila se quedó unos días en casa, a modo de vacaciones con Candela, su beba de un año, y como nosotros casi no estábamos por nuestras labores, nos pareció una buena idea alojarlas. De paso cuidaba a Tami si lo necesitábamos. Además siempre hubo química. Es más, confieso que siempre me calentó el orto de mi cuñadita, y que mi esposa lo sabe de sobra.
Pasó que un domingo la sorprendí dándole de mamar a Cande, deshinibidamente tirada en mi cama, en calzones y con el pelo mojado sobre un toallón que cubría la almohada. La saludé de lejos. Pero me pidió fuego, y que de paso charlemos un poco. Al parecer andaba con problemas judiciales con su pareja, que no quería reconocer a su hija. No me sorprendía, porque yo conocía al tarado que la embarazó. Nunca la quiso, y la engañó todas las veces que se le cantó el forro de las bolas.
Me senté en la orilla de la cama, a su izquierda. Sinceramente no pudimos seguir el hilo de nada en particular. Pero divisé en sus ojos y en su voz gangosa que había fumado mariguana. Yo sabía que eso la pone loquita. Encima me excitaban mal los chuponcitos de Cande a sus tetas, tanto como las muecas que me hacía cada vez que me pillaba mirando su entrepierna, donde sus labios vaginales dibujaban un oasis de jugos en su bombacha rosa. Entonces, ella tuvo que atreverse para que pronto todo sea un exquisito desastre, entretanto Ivi terminaba unos balances para el negocio en la cocina.
De la nada me largó: ¡Cómo te baboseás conmigo nene! ¿Te pone al palo verme con Cande tomando la tetita? ¡Che boludo, como se cogieron la noche de mi cumple! ¡Le diste bomba a la flaca, como si no hubiese nadie! ¡Yo me hice la dormida, pero no sabés cómo me toqué! ¡Igual, vos sos medio perversito como mi hermana! ¡No? ¡Ella me cuenta todo sabés!
Entonces, decidí callarla con un beso de lengua feroz para que mis labios sientan mi deseo mientras le corría la tanga confirmando su humedad para colarle un dedito en su flor. Gemía apretando labios y dientes, y apenas Cande palmó me manoteó la verga encima del short para intentar pajearme, ya que permanecía sentado. Hasta que prefirió fregar su cara en mi bulto en llamas de infierno voraz, aunque me desafió nuevamente cuando me ordenó: ¡Sacale el pañal a Cande… abrile las piernas y olela que se hizo pis hace un ratín… y creo que te va a gustar chanchito!
Lo hice con el corazón entusiasta, aunque debo confesar que me enamoraba más el aroma de mi chiquita. Me sentía en el paraíso cuando Ludmila me la mamaba. A veces después de fregar el pañal en mi falo erecto. No me permitía despegar la nariz de la piel de Cande, insistiendo con que la huela toda.
En breve ambos olíamos a la pequeña desnuda, comiéndonos a besos y pajeándonos uno al otro, y tan en celo que ni escuchamos que Ivana entró silenciosa pero enfurecida al cuarto, supongo que tras oírme decir: ¡Así hija de puta, chupala más, tragátela toda que te voy a romper el orto!
Para mi asombro Ivana lucía una colales color chocolate, un corpiño negro con puntillas, tacos altos y el pelo recogido en dos colitas. Además, traía un pañal en la mano. No entendí nada. Y menos cuando nos gritó cerrando la puerta tratando de no hacer ruido: ¡Así que te querés culear a mi hermanita? ¿A la más puta del barrio, a la calientapijas del cole y a la que le gusta coger en los baños públicos? ¡Tomá el pañal meado de tu hija! ¡Quiero ver cómo lo olés y lo lamés! ¿Acabo de cambiarla!
 A todo esto, Ludmila no soltaba mi pija, y me la comía con mayor desempeño, como si su hermana no hubiera dicho nada.
¡Vos abrí las piernas putita sucia!, le dijo con sensualidad a Ludmila. Le quitó la bombacha, se hincó junto a la cama y después de olerla con aparente tranquilidad le revolvió la concha con la lengua y los dedos de su mano derecha, ya que con la otra le presionaba la cabeza para gozar con el sonido de mis envestidas a su garganta profunda.
Apenas oí que Ivana dijo entre lametazos cargados de saliva: ¡La Tami está desnudita, dormida en la cuna, meada y con ganas de que la tía le dé besitos ruidosos en la cola!, yo intuí un infarto seminal mientras Ludmila metía un dedo junto a mi verga en su boca.
¿Y sí gordi! ¡Es obvio que a Ludmila le gusta tanto como a vos darle besitos en la cola a su sobrina!, dijo luego mi esposa, como adivinando lo que pensaba.
Cuando mi cuñada pudo decir entre chupadas y eructos: ¡Qué chanchita mi sobrinita! ¡Voy a esperar a que se haga caquita para comerle esa cola hermosa que tiene!, sentí que la casa se me caía encima, y una sacudida desorganizó mi poca moral hecha esperma. Entonces, habiéndole acabado un suculento lechazo mitad en las lolas mitad en la carita a Ludmila, ambas comenzaron a recorrer la piel desnuda de Cande cual durazno en primavera, quien continuaba soñando entre besos estruendosos cargados de fuego y cenizas orgásmicas.
Todo hasta que Ivana me sentenció a chuparle las tetas a su hermana para probar su lechita. Ahora mi paladar se inmovilizaba con su delicado néctar maternal, los dos despatarrados mientras Ivi me la mamaba. Por ahí pajeaba a Ludmila y se disponía a oler a Candela.
Pronto quiso que me ponga en cuatro, y mientras tenía prohibido dejar de olfatear a la bebé jurando que me excitaba más el olor de Tamara, Ludmila me comía la pija y mi amor se atrevía a separarme los cantos, a escupirme el ano y besuqueármelo a gusto y placer, especialmente cuando la lengua de mi cuñada cuchareaba mis pelotas y su mano amasaba mi glande.
Finalmente nos acomodamos en el piso para no despertar a la criatura. Ahora estaba en cuatro encima de Ivana clavando mi arma de carne colmada de pasión seminal en su conchita jugosa, y ella se entretenía haciendo gozar a su hermana con su nariz y lengua en el clítoris, aprovechándola de pie pegada a la pared.
Al toque Ludmila se recostó en la cama con la cabeza colgando para tragarse mi pija hinchada, sin importarle alguna esporádica arcada, ya que se la mandaba hasta el fondo, a la vez que Ivana le chupaba las tetas y le escupía su leche salpicando mis bolas.
¡Mi lechona es más rica que la tuya nena, y tu hijita va a ser igual de trepadora, regalada y mamona que vos hermanita! ¡Pero nuestras hijas van a ir juntitas al baño y se van a manosear! ¡Yo le voy a enseñar a Tami que le toque la conchita a tu nena!, decía extasiada Ivana, ya sin un gramo de cordura.
Hasta que me senté para recibir a la zorra de mi cuñadita y, por órdenes estrictas de Ivi comencé a rozar su culito caliente bastante lubricado por sus flujos con la punta de mi verga, a separarle las nalgas y a masajearle las gomas pegoteadas de leche y saliva. En eso Ivana le comía la concha diciendo: ¡Ahora sí culeala toda a esta putita! ¡Llenala de lechita!
Enseguida, poco a poco mi pija se abría paso en ese túnel oscuro, apretadito, ardiente pero con ganas de sentirla y tenerla lo más adentro que se pueda. La turrita subía y bajaba con el éxtasis de su sangre, como una banderita por mi mástil empapado, siempre al borde de estallar, castigándome con el golpeteo de sus tersas nalgas en mi pubis, arañando mis piernas en el afán de sujetarse mejor y gimiendo agudito pero con arte, mientras Ivana sin dejar de degustar su intimidad, hambrienta y jadeante le decía: ¡Haceme pichí en la boca nena, dale, ahora, meate ya, como cuando éramos chiquitas, dame tu acabadita, que todavía me vuelve loca tu olor a conchita mi amor!
Ivana la masturbó además con el chupete de Tami y la mamadera de Cande. Ludmila no pudo desobedecerle. Ivana se llenaba de un regocijo embriagador, al tiempo que mi energía animal comenzaba a colmarle el culo de semen prodigioso a su hermana, de unos chorros que anulaban mi capacidad de pensar, en medio de unas arremetidas fatales y de las gotas de su abundante meada bajando por mis piernas. Ivana tragaba todo lo que podía con su rostro cada vez más desfigurado, como si estuviese poseída.
Ludmila se levantó como pudo, le puso el pañal a Cande que se había hecho pis y caca dormida y salieron hacia el baño. Ivana acabó fregando su colita en la sábana mojada, lamiendo mi pija ya sin forma, pero sin perder del todo la erección, saboreando mis últimas gotas de leche hasta con sus pómulos, balbuceando: ¡Uuuf, ¡qué rico el gusto del culito de mi hermanita en tu poronga! ¿Te gustó culearla? ¿Viste cómo me acabó en la boquita y me hizo pichí?!, y no paraba de fregar el pañal de nuestra bebé en su vagina con agilidad.
Enseguida fuimos a la cuna de Tami, donde la muy perversa me pidió:
¡Hacete la paja en su vagina! ¿Dale, que está dormidita! ¡Dale, quiero que le acabes ahí, frotala toda en la conchita de tu bebé, que yo le doy la teta, y una vez que acabes hacele pis! ¡Meale las piernitas! ¡Y, si querés, dale besitos en la boca!
Mi turbado shock emocional era como una voz interior que me impedía hacer otra cosa, aunque no logré eyacular como me lo proponía. Tales fechorías les otorgaban un dolor insoportable a mis testículos, y en mi vientre reinaba un sentimiento de culpa que alteraba mis cordones nerviosos. Tami tomaba la teta mientras yo solo me pajeaba, bien pegado a su vulvita agarrado de la baranda de la cuna para no caerme. Le hice pis en las piernas y, de repente, como si no pudiera contener más dinamita en sus entrañas, Ivi me agarró de la mano y fuimos corriendo al baño, donde Ludmila llenaba de espuma la bañera para bañar a Candela.
Pero Ivana necesitó hacerme un pete, y que le acabe en la carita a Ludmila mientras enjabonaba a su hija, La nena sonreía jugando con una zapatillita. Cuando lo hice vi el rostro de lujuria de mi cuñada, y supe que si no ponía paños fríos, el sexo morboso de nuestros deseos volvería a dominarnos.
Les dije que me iba a poner a rellenar un pollito para hacerlo al horno, y conseguí que desistan de cualquier otra actividad tortuosa. Aunque esa noche, después del postre borracho yo preferí dormir en el living. En mitad de la madrugada fui al baño medio somnoliento, y al salir oí que la voz de Ivana resonaba en el eco de los silencios: ¡Dale Lu, tomame la teta guacha! ¡Sos mi ídola! ¡Nunca creí que fueras capaz de curtirte a Fabi, y encima te hizo la cola pendejita!
A eso le siguieron unos besos reptiles y desaforados. No pude con mi genio y entré a la pieza. Ludmila tenía a Cande sobre su cuerpo, ambas acostadas, y Cande deseosa de seguir tomando teta. A su lado estaba Ivi lamiendo su otro pezón, y alimentando a Tami. Las cuatro en bolas.
Cuando entré Ludmila me pidió un vaso de agua y un pañal para su hija. Al encender la luz vi que Ludmila estaba bañada en pis y caca. Aclaró furiosa que fue su niña mientras le comía la boca a Ivana. Mi mujer entonces me pidió que me arrodille en el borde de la cama, y las dos asquerosas me chuparon la pija al mismo tiempo refregándose enteras. Esa vez mi lechita nadó en la conchita de Ludmila cuando no pude soportar que Ivana fregara las piernitas y la cola de Tami en la nariz a la vez que me garchaba a su hermanita.
Esa misma noche pusimos un freno a todo lo que pudiera complicarles la salud mental a nuestras niñas en un futuro. Desde entonces, la que usa chupetes y toma la mema, la que se hace pis y caca encima, en los pañales o en la ropita es Ludmila, que decidió tomar el rol de nuestra bebota. ¡para colmo esa noche la muy fértil quedó embarazada! Ahora sí nuestra unión es indestructible por el resto de nuestras vidas.        Fin

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