En ese tiempo yo tenía 24 años, y a menudo
paraba en la casa de mi tía Sonia, luego de volver de la facu, a eso de las 4
de la tarde. Generalmente me regalaba una siestita hasta las 6 allí, y después
mateaba con la tía hasta que mis viejos llegaran a mi casa de sus respectivos
trabajos, que era a eso de las 7. Había perdido todo el derecho de tener llaves
propias. No me quejé en absoluto por eso. Todo había sido por mi culpa y la de
mis amigos. Muchas veces hicimos fiestas con putitas, música, alcohol,
mariguana y todo tipo de descalabros en casa. Mis viejos son personas grandes
para comprender las excusas de un soltero sediento de aventuras. A pesar que me
esforzaba en la facultad, mis viejos alegaban que se nos salía la cadena y
dejábamos la casa hecha un desastre, y que por eso se acabaron las reuniones
allí. No les faltaba razón. a veces encontraban bombachas o corpiños en el
patio, forros usados debajo de los sillones, botellas y vasos por todos lados,
paquetes de puchos, pipas y cenizas en el suelo, restos de comida y hasta
meadas afuera del inodoro decorando las baldosas del baño. una vez nos
olvidamos de limpiar el pasillo que comunica el baño con los cuartos de la
casa, donde una trolita se meó toda mientras le mamaba las pijas a Mariano, a
Lucas y a mí. En efecto, me lo gané por descuidado.
La cosa es que mi tía tiene dos hijas, Pilar y
Justina, que en ese momento tenían 11 y 13 años. No sabía por qué razón cada
vez que mis ojos se encontraban con sus figuras inocentes, algo me colmaba el
estómago de cosquillas, el pito de escalofríos y la boca de una resequedad
alarmante. Tal vez fuera porque mi olfato las reconocía en pleno despertar
sexual, y aquello me estimulara de sobre manera. Pero eran dos nenas, con las
que mi tía renegaba para que se hagan las camas, ordenen su habitación y se
laven las manos antes de comer..
Las dos hacían danza, teatro, inglés,
natación, gimnasia artística, y un sinfín de cosas más. a eso hay que agregarle
el colegio, las salidas con mi tío, de quien Sonia se había separado
recientemente, y los picnics con sus amiguitas. Tal vez, gracias a eso las dos
muestran al mundo sus cuerpos bastante desarrollados para sus edades. En
especial Justina. Pili tenía una cola bien firme aunque chiquita, lindos ojos,
unas tetas apenas renaciendo y una boca perfecta. Justi, un trasero más
apetitoso, unas piernas preciosas y mucha actitud. Pero ambas tenían
expresiones que distan de las de una niña, teniendo en cuenta que cuando se
maquillaban para algún evento, sus facciones infantiles desaparecían como por
arte de magia. En algunas fotos, a golpe de vista Justina parece unos 5 años
más grande. Sin embargo yo tenía la fortuna de verlas en shortcitos, calcitas,
en maya, o envueltas en toallones cuando salían de ducharse. Solo una vez me
crucé con Pili en bombachita, y ni recuerdo bien cómo fue. Las veía corretearse
por la casa, pegarse, reírse, cantar y bailar, comer y ensuciarse las ropas,
contestarle a la tía, enojarse por lo que se les prohibiese, como dos nenas.
Por eso no me explicaba por qué la bestia agazapada de mis instintos más bajos
las espiaba con tanto ímpetu. Varias siestas me pajeé en la soledad del cuarto
de mi tía, imaginándolas desnudas, haciendo chanchadas, tal vez comiéndome la
pija con las manos enchastradas con dulce de leche. No podía evitarlo. Pero
lejos estaba de pensar en poseerlas, hacerles daño, tocarlas siquiera.
Ocurre que un verano, en medio de un febrero
insípido, con sus calles desiertas y nutrido de desánimo, porque marzo andaba al
acecho, las vi en la casa de mi tía. Había llegado tipo 2 de la tarde, después
de rendir un final de Economía Internacional. Se me partía la cabeza, pero en
cuanto la tía me ofreció unas porciones de tarta de atún, todas mis tensiones
nerviosas cedieron. Pilar y Justina deambulaban por la casa, compartiendo un
pote de helado. Hablaban de un programa de la tele, de la peli de terror que
iban a ver en breve, y de que ya era tiempo de cambiarle el agua a los pececitos.
Las dos estaban con pantaloncito corto, con la boca sucia, las musculositas
sudadas por el calor, agitadas, con las mejillas encendidas y risueñas. Pili
tenía las piernas cruzadas, y Justi exhibía el violeta furioso de una bombacha
al tenerlas separadas. Eso determinó que mi pene diera unos cuantos respingos,
uno más pronunciado que el otro, y que mi glande comience a inundarse de
presemen. No podía verle ni un rastro de la vulva porque la bombacha se la
cubría por completo. ¿Cómo se le escapó el detalle de que su short tenía un
agujero enorme en la entrepierna?
La tía me dijo que podía usar su cuarto sin
problemas, y me anunció que saldría unas dos horitas con su amiga al centro
comercial. Me habló de un vestido, de unos zapatos, y de cosas que no recuerdo.
Acto seguido me fui a la pieza, prendí el aire acondicionado, me quedé en bóxer
y me acosté. Todavía oía el jolgorio de mis sobrinas en la sala, amortiguados
por la puerta cerrada. Me las imaginé mirando una peli porno, con las
bombachitas empapadas y los ojos llenos de curiosidad. Al fin y al cabo la tía
se había marchado, y las nenas tenían vía libre. Yo no las vigilaba!
Inmediatamente razoné que veían una peli de terror, por la sorpresa y el
suspenso de sus vocecitas, y me tranquilicé. Esta vez no me toqué la pija, a
pesar de su majestuosa erección. ¿Pili le habría dicho a Justina que tenía el
pantalón roto? ¿tendrían novio esas mocosas? ¿algún chico les habrá robado un
beso? ¿ellas permitirían que algún cerdo les manosee la cola? Mis preguntas,
poco a poco me sumían en un sueño cada vez más lejano al reluciente cortinado
del cuarto de la tía, a sus cuadros exóticos y detalles femeninos. Ya no
escuchaba las voces de mis sobrinas. Tampoco sentía el roce de la sábana por
mis piernas, ni me dolían los huevos como antes de acostarme. Unas campanitas
como las de un llamador de ángeles o algo así percutió en mi cerebro, y luego
todo fue paz.
De repente estaba en mi casa, mirando la tele,
recostado en el cómodo sillón del living. Mi madre se alistaba para irse,
cuando mi tía Sonia entraba luego de tocar el timbre, escoltada por Pilar y
Justina. Se saludaron con mi madre, que tenía tanta prisa que no se le
entendían las palabras. Pili se sacó una camperita y Justi se sentó en una
silla para inspeccionar el documental que se emitía en la tele. Entonces, mi
tía rompió el silencio, apenas mi madre salió tras un portazo.
¡Escuchame tesoro, yo tengo una reunión
urgente con la inmobiliaria! ¿te puedo dejar a las nenas? ¡son dos horitas
nomás! ¡se lo comenté más temprano por teléfono a tu madre, y dijo que vos no
tendrías drama en cuidarlas!, me dijo con apuro, seguro que notando el fastidio
en mi rostro, pues, aquel era mi día de descanso. Sería lunes, o viernes por la
mañana. Yo les ofrecí algo de tomar. Las nenas pidieron gaseosa. Pero Sonia
seguía expectante por mi respuesta. Les serví coca a las chicas, y me senté a
la mesa, solo por hacerlo. Entonces, la tía le ordenó a Justina, como para
convencerme del todo: ¿Justi, si tenés ganas, podés hacer con el tío lo que
hacés con tu papi! ¿querés?!
Acto seguido mi tía se esfumó de la cocina. Pero
mi pecho comenzaba a dar señales de unas palpitaciones indomables. Entonces
Justina se colocó entre mis piernas y la mesa, dejó caer su colita sedosa sobre
mi bulto y comenzó a moverse hacia atrás y adelante, a un costado y a otro,
mientras la estela de un perfume de golosina emergía de su cuello cada vez que
sacudía el pelo. Se movía suave, lentamente, como esperando que la erección de
mi pene se acomode con certeza entre sus nalgas. De repente Pilar dejaba su
vaso de gaseosa en la mesa, se limpiaba la boca con mi remera y comenzaba a
masajearme los hombros. Justi seguía inquieta, mientras su hermana me frotaba
unas pequeñas tetas aún vestidas en la espalda. Hasta que en un arresto de
locura, su manito se introdujo bajo mi bermuda, tanteó la cabeza de mi poronga,
le dio unos apretones y al fin la liberó del sudor de mi bóxer para exhalar un
gemidito cargado de asombro.
Justina ahora estaba con sus meloncitos al
aire y se los mostraba a su hermana, diciéndole: ¡mirá Pili, cómo me están
creciendo las tetas!
Pilar entretanto, se había quitado la calza
ajustada que traía y se la fregaba en la cara a Justina, que saltaba con su
cola sobre mis piernas. Pilar fue muy hábil para sacarme la pija afuera de la
ropa, y la contemplaba con los ojos bien abiertos. Incluso se le caían hilitos
de saliva de la boca. Pero entonces, como si se tratara de una broma siniestra,
mi tía Sonia aparecía de la nada y comenzaba a quitarse la ropa, diciendo con altivez:
¡Esperen chicas! ¡no es tan rápido! ¡Mamá les va a enseñar cómo tienen que
cogerse al tío! ¡Justi, sacate todo, hasta la bombacha!
Vi la sombra borrosa de Justina meciéndose
inquieta, mientras la lengua de mi tía rodeaba mi tronco, su boca saboreaba
hasta las gotas de presemen que ardían en mi vello púbico, y dos de sus dedos
presionaban la base de mi pene hacia arriba para nutrirse del jugo que aún me
endurecía los pensamientos. Después de un rato de lamer y chupar, agarró a
Justina de una mano y la sentó sobre mis piernas, diciéndole: ¡ahora, muy de a
poquito, vamos a ver si te podés meter el pito del tío en la conchita! ¿sí mi
amor?
No resultó lo que esperaba, porque mi pija
gruesa no lograba profundizar su hueco virgen. Entonces, después de varios
intentos en vano, y mientras Pili lloriqueaba porque todavía a ella no le
tocaba jugar conmigo, Sonia apartó a Justina de mi humanidad y se puso a limpiarme
la pija con la lengua, saboreando los flujos de su nena con una carita de puro
placer. Después vi que sentó a Justina sobre la mesa, que le abrió las piernas
y que le restregaba desde el mentón a la nariz por la vulva, que la olía y
lengüeteaba consolándola con ternura: ¡pasa que tenés la vagina muy chiquita
Justi, y el tío tiene un pito muy grande! ¡ya vas a crecer un poquito más, y te
va a entrar, hasta en la cola!
Al rato Sonia volvía a ser un destello en la
imaginación. Una ausencia tan efímera que, supuse que tal vez no era ella la
que casi me hace acabar con su boquita en llamas. Ahora Pili estaba en
bombachita sobre mis piernas, y Justi le hacía cosquillas, todavía desnudita.
Entretanto, me preguntaban si yo tenía novia, si con ella jugaba a buscar
bebitos, y si es cierto que las nenas pueden masturbarse. Yo recuerdo que les
contestaba puros balbuceos, frases sin sentido, palabras sueltas. Es que, de
repente, ellas comenzaban a frotarse los cuerpos, y sus boquitas se
intercambiaban trozos de mi pene al borde de eyacular.
¿te gusta tío, cómo te damos besitos en el
pito? ¿quién es la más linda para vos? ¿cierto que te encanta mirarnos la cola?
¿querés chuparnos las tetas a las dos; y que nos comamos la boca? ¡siempre nos
gustó tu pija tío, y que nos hagas upita para sentirla como crece bien pegadita
en la cola!, decían las puerquitas, al tiempo que un concierto de chupones
resonaba en mi cabeza, aunque el escenario se me alejaba cada vez más. Pronto
ya no podía tocarle el pelo a Justina, ni la espaldita a Pilar. Algo flotaba en
mi interior. Sentía como que un centenar de agujas me recorrieran el vientre.
Me dolían las bolas, y sabía que tenía el pito parado. De repente el ruido del
aire acondicionado fue más claro. Los rayos de sol que se colaban por la
ventana recobraban intensidad.
Ya no se oía el estrépito de la película, ni
las voces de las nenas. Pero, cuando abrí los ojos, cuando pensaba en palpar la
dureza de mi pija y hacerme una paja extraordinaria, las vi, tan reales,
actuales y vivas como yo.
¿tío, perdón que te vengamos a despertar,
pero, tenemos un poco de miedo!, dijo Justina. Tal vez me lo imaginaba, o acaso
era cierto que sus ojos permanecieron fijos en el bulto que mi pija formaba en
la sábana.
¡sí tío, es verdad, y creo, que, yo, hasta me
hice pis del miedo! ¡igual ya me cambié!, dijo Pili, con los ojitos chiquitos
por la vergüenza. Las dos estaban sentadas a los pies de la cama, observándome
inmóviles.
¿podemos acostarnos con vos un ratito?!, se
atrevió a decir Justina. En ese momento divisé que estaba con el mismo
shortcito roto, y Pili con un vestidito suelto de verano. Era obvio que no
tenía nada debajo.
¡no sé chicas, yo ya me estaba por levantar!,
dije fingiendo desperezarme. Estaba re empalado por haber soñado con ellas, y
ahora irrumpían en mi siesta con tanta despreocupación que, supuse que mi mente
no podía procesarlo.
¡daaaleee tíooo, no seas malooo! ¡un ratito
nomás, porfiii! ¡te prometemos que te hacemos caso en todo!, comenzaron a
atropellarse, saltando con sus colas sobre el colchón, agitándose. No llegué a
decirles nada. Enseguida Justina se recostó a mi izquierda, y Pili a mi
derecha. Hablamos un poco de la peli, y luego de explicarles que todo eso es
pura ficción, Pili dijo que se había hecho pis porque no quería ir sola al
baño. Además Justina no la iba a acompañar. Para ellas es un ritual ver pelis
de terror con todas las luces de la casa apagadas, las ventanas cerradas, y sin
nada encendido que pudiera generar el mínimo ruido. Preferían morirse de calor
a tener el ventilador girando furioso por más que lo tuviesen lejos.
¡tío, la Pili se cambió, pero no se lavó me
parece!, la acusó su hermana.
¡bueno, dejala, pobrecita! ¡no es tan grave!,
dije sin pensar en nada. no sabía cómo disimular la hinchazón de mi pija,
puesto que cada vez parecía latir con mayores amenazas.
¡sí, vos lo decís porque, a lo mejor estás
resfriado! ¡pero la Pili tiene olor a pichí! ¡y encima dejó todo el sillón
meado! ¡mami la va a retar seguro!, insistió Justina. Era cierto lo del aroma
de Pili, y eso también me perturbaba. No era capaz de articular movimientos.
Para colmo, todavía creía que Justina mironeaba mi estado.
¡bueno Justi, no la atormentes más! ¡una vez
que nos levantemos, merendamos, y Pili se da una duchita! ¿te parece Pili?!, le
dije, justo cuando alguna mano que no era la mía rozó mi erección, y eso me
estremeció.
¡y vos Justi, tenés el pantalón roto! ¿sabías?
¡se te ve la bombacha y todo!, le dije a la otra, un poco para salir del
letargo de mi suplicante situación. Una oleada de venganza recorrió mis venas.
Siempre Justina hostigaba a Pili por alguna razón, por más que se llevaran excelente.
¿cómo? ¿de verdad?!, dijo, y entonces vi cómo
una de sus manos recorría su entrepierna bajo la sábana cada vez más gélida por
el aire acondicionado. La nena, que no pareció encontrar la abertura, salió de
la cama y se volvió a tocar, ahora ante mis ojos y los de Pili, que enseguida
le largó muerta de risa: ¡se te ve la bombacha nena! ¿se la querías mostrar al
vecinito?!
¿cómo es eso? ¿qué vecinito decís Pili?!, le
dije, sirviéndome de aquel dulce trago secreto para que Justina se ponga roja
de pudores incomprensibles.
¡callate nena, que si abrís la boca te pego!,
le advirtió Justina.
¡nadie le pega a nadie! ¡y metete en la cama
Justi, que hace frío! ¡y, vos contame!, dije a la carrera, ávido por
información.
¡bueno, pasa que a Justina le gusta muuucho un
chico que vive al lado de casa! ¡y ella se hace la linda cuando lo ve! ¡a lo
mejor, ahora quería mostrarle la bombacha para que se enamore de ella!, dijo
Pilar, conteniendo otro ataque de risa. Justina ya estaba en la cama, apretando
los puños y los dientes.
¿así que te gusta un chico Justi?!, le
pregunté serio, aunque sin intenciones de hacerla enojar.
¡sí tío, me encanta! ¡pero no se lo digas a
mami! ¡igual, no le quiero mostrar la bombacha! ¡esas son cosas de esta
tarada!, dijo, poniéndole mayor enfado a las últimas palabras.
¡bueno bueno, tranquila che, que ella no te
insultó! ¿y a vos Pili? ¡no te gusta ningún nene?!, averigüé, notando que la
erección de mi verga no retrocedía ni un milímetro.
¡noooo tío! ¡imaginate, si esta invita a su
novio a ver una peli de terror, y se le mea toda, el pibe corre espantado!,
dijo Justina, ahora enalteciendo una carcajada macabra, como si fuese la de una
bruja. Temí que Pilar se largara a llorar, o que la insulte, o quiera pegarle.
Pero sólo se limitó a mirarla como con lástima. Entretanto, yo me imaginaba
viendo una peli de terror con Pilar a upa, sintiendo las gotas de su pipí de
nena, y luego que mi lengua le lamía esa boquita mientras mis manos la
masturbaban, meada y todo para hacerla gemir. Otro sacudón de mi pija elevó un
poco más la sábana, en el momento que Justina dijo: ¡tío, me acompañás a mi
pieza a cambiarme el pantalón, así no se me ve la bombacha? ¡es que, todavía me
dura el miedito!
Antes de que yo abriera la boca, Pilar
replicó: ¡ay nena, pero sacate el pantalón y ya fue! ¡total, estás tapada! ¿o,
vos también te hiciste pichí?
Eso no le hizo gracia a Justina, que de igual
forma se quitó el pantalón. Ahora, los roces de mi cuerpo apenas envuelto en un
bóxer con el de Justina ponía las cosas aún peor.
¡no creo que se haya meado! ¡ya es grande la
señorita como para eso, no Justi? ¡aparte, si le gusta un chico, no creo que le
pasen esas cosas! ¡y menos le va a asustar un fantasma!, le dije fuera de todo
plano real.
¡fijate tarada si me meé, tocame, vení!, la
desafió a su hermana.
¡fijate vos tío, y me decís! ¡dale fijate!, me
pidió Pilar.
¡no nena, yo no las puedo tocar!, quise decir
en medio de una fuerte soga que parecía sujetarme el cuello.
¡dale tío, tocame, fijate si tengo la bombacha
seca!, dijo Justina agarrándome una mano. No pude evitarlo más. Enseguida mis
dedos palparon la humedad de una tela suave, con puntillitas alrededor. Le
recorrí la vulva, presioné un poquito cerca del orificio de la vagina, atrapé
todo ese bollito de carne en la palma de mi mano y le hice unos masajitos.
Justina abría más las piernas, y hasta suspiró un par de veces.
¿y tío, se meó la grandota?!, dijo Pili con
impaciencia.
¡shhh, esperá nena!, rezongó Justina, que
ahora cerraba los ojos cuando yo retiraba la mano para olerla.
¡no tío, no la saques, que, me, me gusta!, murmuró Justina con pena, casi sin
mover los labios. No tenía olor a pis. Era un aroma especial, plagado de
hormonas, colores y jazmines. La fragancia de una virginidad tan en celo como
mi pene temible, duro como una roca y caliente como las llamas del infierno.
Por eso, atendí a los reclamos de mi sobrina, y regresé a poner mi mano en su
cálido trozo de eternidad para sobarla, masajearla, recorrerla y punzar la
entrada de su celdita sobre su bombacha.
¡no Pili, no se hizo pis! ¡pero, vos? ¿digo,
estás sequita?!, le dije sin apartar mi mano de la cumbre de los suspiros de
Justina.
¡sí tío, yo me lavé! ¡pero, estás seguro que
cuando te oliste la mano, no había nada?!, dijo decepcionada.
¡sí Pili, estoy seguro! ¿y vos, estás segura
de que te secaste bien?!, le dije, sin forzarla a remitirse a la exploración
que su hermana experimentaba, pero consciente de los impulsos de su curiosidad.
¿qué le pasa a Justi? ¿por qué, o sea, qué le
estás haciendo? ¿puedo ver?!, me intercambió la pregunta, intentando salir de entre
las sábanas para disponerse a investigar.
¡si te quedás acostada, me fijo si estás
sequita! ¿me dejás?!, le propuse.
¡obvio tío, total, yo sé que… estoy… bien…,
dijo, mientras mi mano se hacía lugar por adentro de su vestido. Primero se
reía por las cosquillas de mis dedos en sus muslos. Entretanto, mi otra mano
intentaba cruzar el límite de la bombacha cada vez más mojada de Justina, y sus
ronroneos parecían pedírmelo a gritos.
Apenas mi mano dio con la vulvita de Pili,
ésta dio un pequeño saltito y apretó mi mano con sus piernas. Enseguida vi que
se le llenó la boca de babita, y entonces se la recorrí despacito.
Ahora cada una de mis manos deambulaba por una
conchita diferente. Pili tenía olor a pis, pero también se mojaba al contacto
de mis dedos. A ella le rodeaba el orificio de la vagina con facilidad porque
no tenía bombacha. Ambas la tenían sin vello, y a pesar de que Justina gemía
con un sutil MMM en los labios, Pili suspiraba cada vez más convencida. De
hecho, sus piernitas parecían querer o necesitar subirse arriba mío, porque por
momentos se me trepaba. Justina no quiso bajarse la bombacha, cosa que
agradecí. Mis dedos seguían reconociendo cada tramo de su intimidad, sabiendo
que si encontraba su punto de placer, tal vez le haría tener un orgasmo
genuino. Mi otra mano se inmiscuía hasta en el culito de Pili, que abría y
cerraba la boca, se llevaba las manos a la cara y lagrimeaba un poquito.
¿te parece lindo andar sin bombacha Pili?!,
dije, un poco para quebrar el silencio minado de suspiros, respiraciones tensas
y de los ruiditos de mis dedos en sus vaginas. Pili no contestó. Frotaba los
talones en la sábana con las rodillas flexionadas, se chupaba un dedo y se
agitaba, como si estuviese híper ventilando. Justina se tocaba las tetas, gemía
y decía cosas sin abrir los labios, abría más las piernas y movía el pubis
acompasando al ritmo de mis dedos que, al fin dieron con su clítoris.
¡bajate un poquito la bombacha, dale Justi!,
le pedí con la certeza de que, en cuanto pudiera rozárselo con el pulgar, la
chiquita se transformaría en un arsenal de chispas en la cama. Para mi
sorpresa, Justina se llevó el calzón hasta un poco antes de las rodillas y
musitó en mi oído: ¡pajeame tío, meteme los dedos!
Su aire mezclaba intriga, impiedades y
ensueños. Sus manos empezaban a estirar sus pezoncitos y sus ojos no
parpadeaban. A la misma vez, Pilar suspiraba con mi dedo mayor abriéndole los
labios de su vagina para introducirse con suavidad. Con mis otros dedos le
rozaba las nalguitas. A veces se reía, pero no hablaba. Ahora se cubría la cara
con la almohada.
¿así que, vos ya te masturbás Justi?!, le dije
al oído a la nena, que ahora juntaba sus talones contra su cola y presionaba
las piernas contra mi mano laboriosa.
¡sí tío, hace poquito que, me, que me toco, y
me vuelve loca!, dijo con dificultad. La tela de su bombacha empapada
acariciaba el dorso de mi mano, justo cuando mi pulgar le frotaba el clítoris
cada vez más urgente, porque ella subía y bajaba el pubis. Una de sus manos
también estimulaba su vagina. Parecía que se la rascaba, aunque podía asegurar
pese a no verla que se la penetraba con algún dedito.
Pili, estaba extasiada. Su cuerpito temblaba,
se mecía involuntario, aumentaba su temperatura, me rasguñaba la mano que
jugueteaba en su sexo, y gemía bajito. Decía cosas que no entendía por la
almohada que le ocultaba los gestos.
¿saco la mano Pili?!, le dije en cuanto
interpreté que quizás no le gustaba tanto jueguito.
¡no tíooo, dejala, seguíii!, dijo con una voz
ahogada en conmociones. Entonces, le pedí que se suba el vestido, y le agarré
su propia manito para invitarla a tocarse la vagina por sí misma, sin dejar de
colaborarle. En ese exacto momento, Justina se mordió los labios para reprimir
un gritito que, de todas formas tronó en las paredes de su boca cerrada. su
cuerpo se tensó al máximo, mi mano soportó la presión terrible de sus piernas
eufóricas, sus nalguitas resbalaron por la sábana y un chorro de líquido
caliente me entumeció los dedos.
Fue todo en cuestión de un segundo atroz, que
tal vez pudo haber durado más. Pero Justina, después de gemir algo
indescifrable, pegó sus labios a los míos y me besó. Fue un beso tierno,
adolescente, inexperto y fugaz. Pero tan caliente como todo lo que nunca había
vivido hasta entonces.
Me limpié la mano con el pantaloncito de
Justina, quien enseguida se subió la bombacha y permaneció a mi lado.
¡tío, le estás haciendo cosquillitas a Pili
también, en la conchita? ¡tené cuidado! ¡mirá si te hace pis la chancha!, me
dijo al oído, para que Pili no pueda oírla.
¡shhh, basta Justina! ¡al final, me parece que
vos no sos ninguna inocente!, le dije, mientras el cuerpito de Pili se
retorcía, crepitaba y se me entregaba. Sus piernitas insistían con subirse
sobre mi cuerpo. Reparé que mi pija estaba a punto de partirse en cuatro
pedazos cuando su rodilla me la tocó. Entonces, cuando me pareció que la nena
se quejó al reparo de la almohada, se la quité y le pregunté si estaba bien.
Pili no respondió, pero su cara reflejaba una felicidad que nunca le había
reconocido.
¡Pili, escuchame! ¡dame la mano, que le vamos
a tocar el pito al tío! ¿te gustó que te tocara ahí?!, disparó la voz de
Justina, que le extendía un brazo por encima de mi pecho. No tenía elementos
para comprenderlo. ¡cómo a Justina se le ocurriría semejante cosa? ¡no era
acaso una nena encerrada en la figura de una mujercita, pero aún con 13 años?
¡síii, me gustó que, que me toque ahí!, dijo
Pili, con los cachetes rojos y babeados. Enseguida las dos se dieron las manos,
y corrieron apenas el elástico de mi bóxer, siempre bajo las sábanas. No pude
impedírselos. La mano fría de Pili acarició mi pene a lo largo, y la de Justi,
que estaba más calentita presionó mi glande, seguro que sin saber por qué lo
hacía. Pero, debido a todo lo que mi cuerpo amontonaba, azorado por un sueño
irreal, totalmente superado por la verdad que se me presentaba, caliente y en
el punto límite de mis posibilidades humanas, les derramé un violento chorro de
leche espesa, tibia y abundante en las manitos a las dos. También era cierto
que, la parte de consciencia que aún habitaba en la tierra, había oído la voz
de mi tía Sonia llamando a sus hijas en la cocina.
¿qué es eso tío? ¡qué lindo es tu pito! ¿todos
los chicos lo tienen así? ¡es semen Pili! ¿nosotras también tenemos semen tío?
¡es re rico que te toquen ahí! ¿a vos te tocó Pili?!, se amontonaban las voces,
preguntas, respuestas y pensamientos mientras buscaba por todos los medios mi
short y mi musculosa. En cuanto los encontré les dije, lo más rápido que pude:
¡chicas, escuchen, en un ratito subo y hablo con ustedes! ¡límpiense las manos
con algo, y háganse las dormidas! ¡yo le explico a la tía que se quedaron
dormidas después de la peli! ¿estamos? ¡no pregunten, ni cuenten, ni digan
nada!
Las dos asintieron, y antes de cerrar la
puerta, dispuesto a bajar las escaleras para encarar a mi tía las vi acomodarse
en la cama, con los ojos cerrados.
¡hola hijo! ¿tomamos un café? ¿dónde están las
nenas?!, se apresuró mi tía mientras me daba un beso en la mejilla.
¡sí, dale tía, tomemos uno! ¡están en tu
pieza! ¡pasa que, bueno, estuvieron mirando una peli de terror y, les dio
miedo! ¡Pili se hizo pis en el sillón! ¡Pero no la retes, pobrecita!, le conté
al tiempo que ella ponía agua en la cafetera.
¿y se fue a dormir meada a mi cama? ¡la
reviento!, dijo con los ojos como misiles. Pero enseguida ablandó su carácter
cuando le conté que había aprobado el examen.
¡no no tía! ¡se lavó, y después se fue a
dormir! ¡si querés las voy a despertar!, me ofrecí, sabiendo que en una de mis
manos se acentuaba el olor a pichí de Pili como una marca indeleble.
¡aaay, síi tesoro, andá a buscarlas, que yo
les preparo la leche! ¡gracias! ¡Y te felicito por el examen! ¡Tus padres
deberían estar orgullosos de tener un hijo tan inteligente!, me dijo sin una sospecha.
Subí las escaleras sintiendo la humedad de mi bóxer impregnado de semen, abrí
la puerta y les dije que la tía no se enteró de nada. Pili estaba boca abajo, y
Justina me dijo al oído: ¡le estoy enseñando a tener más cosquillitas! ¡yo lo
hago frotándome contra el colchón!
Desde luego, eso hizo que se me pare la pija
otra vez, como un gigante dormido. Pero debí ser razonable.
¡chicas, hagamos esto! ¡ahora bajamos a
merendar, y yo mañana vengo a la siesta y les explico todo! ¡siempre y cuando
me prometan que no le van a contar a nadie lo que pasó acá! ¿les parece?
Las dos dijeron que sí al unísono, y salieron
de la cama. Justina bajó en bombacha, y Pili con su vestido suelto que flameaba
y desparramaba sus olores juveniles. Yo, entré al baño. Necesitaba pajearme con
toda la furia! Tenía el corazón en la garganta. Pero, por algún motivo,
confiaba en que las nenas no iban a pronunciar palabras de mi osadía.
Al rato escuché a mi tía Sonia rezongar a
Pilar por haber dejado el sillón todo meado, y a Justina por no terminar la
tarea del colegio. Todo estaba en paz, en su sitio. Al menos hasta el día
siguiente, me dije mientras tiraba un montón de niños crudos en el inodoro,
luego de una paja tan burda, insolente y necesaria. Después de eso, bajé al
living, y tomé el mejor café de mi vida, aún con restos del aroma de las
conchitas de mis sobrinas. Fin
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Cafecito nacional de Ambarzul para mis lectores nacionales 😉
Ahhh dios siii más!!! Continua esta saga por favor!!! Me disgusto que fueran sobrinas pero como las tiraste encima del tio y se dejaron tocar uffff. Tengo un toro que quiere reventarles el porton virgen y chiquito!! Muy buen relato Ambar Querida!!!
ResponderEliminargracias, por leer, y por tus recomendaiiones!
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