El bar de la Lore


Para un tipo solitario, sin el abrigo de una esposa ni el cariño de sus hijos, la vida se vuelve monótona, oscura y predecible. Desde que mi mujer decidió que lo mejor era divorciarnos para irse a vivir a Brasil con su amante, aquel que conociera a través de internet, yo entré en un cuadro de angustia y depresión galopante. Perdí el empleo, adelgacé más de 25 kilos, me auto mediqué con antidepresivos, intenté ahorcarme dos veces, desprecié la ayuda de mis hijos Juan Carlos y Mercedes, me distancié de mis amigos, y me mudé de Lomas de Zamora a Pilar. No tenía ganas de ver las mismas calles de siempre, ni a los conventilleros de mis vecinos, ni de darle explicaciones a mis hermanos. Los primeros tiempos no me fueron fáciles. Ninguna empresa, por más trayectoria y capacidad comprobable le da trabajo a un tipo de 48 años. Por suerte conservaba el número de un viejo conocido que todavía vivía en Del Viso, y me hizo el aguante para ingresar en el área de reparación de computadoras de una fábrica de renombre. Conseguí un mono ambiente económico, y en dos días me instalé allí con lo justo y necesario. Lo indispensable para un hombre solo. Una cama, una mesa con dos sillas, una heladerita, algo de ropa, mi bicicleta y la radio. Odio la televisión.
Me adapté rápido en la empresa, y con la guita de mi primer sueldo me hice un asadito en la parrilla comunal del edificio. Obvio que guardé una parte importante para subsistir. Pero en la noche me di otro lujito. Necesitaba una prostituta urgente. No sabía si pedirla por teléfono, o si dirigirme a los privados de la zona. Por eso tiré una moneda al aire, y el azar decidió que debía salir en busca de aventuras. Nunca había pagado por una puta, y en el fondo no estaba convencido de hacerlo. Pero no quería volver a pajearme solo en casa, viendo videos de colegialas con vergas en la boca. así que salí nomás, y disfruté de las maravillas de la garganta de una rubia con tetas operadas, de la conchita de una venezolana híper graciosa, y del culito apretado de una tal Ailén con cara de nena, perfume de jazmines y ojos de ensueño. ¡Todo en la misma noche!
Si hubiese sido por mí, seguía eligiendo mujeres para satisfacer a los leones desbocados de mi sangre. Pero no había llevado tanto dinero. De hecho, solo pude tomar una cerveza, y pagarle una a la venezolana. ¡Nunca la pija me había pedido coger con tanta desesperación! Me prometí volver mientras consolaba al músculo de mi virilidad entre las paredes de mi casa, ni bien me saltó la leche y, al menos el cansancio me guiñó un ojo.
Pasó una semana llena de laburo. Hasta que llegó un viernes espeso, húmedo y espamentoso, como cualquier viernes en una gran ciudad. Ese día no hubo fútbol. Cosa que detestaba. No quería acostarme temprano. Pensé en ir al privado que me devolvió una pizca de felicidad. Pero no tenía casi efectivo, y no era seguro usar los cajeros automáticos a esas horas. Además me tenía de malhumor una cumbia berreta que entraba por la ventana. Provenía de no muy lejos.
Por esas cosas de la vida, una vez que me terminé un pan con salame y queso, decidí salir a la vereda. Tenía pensado detectar la casa del quilombo y hablarles para que bajen esa especie de música. Entonces di con la perdición de mis instintos más bajos. Justo en frente del edificio en el que vivo, entre un kiosko y un parripollo, descubrí una puertita que decía escrito con tiza “El Bar De La Lore”. Nunca lo había visto de día. Pero la música tenía su auge bajo ese techo, y entonces, luego de pensar si me convenía meterme allí, opto por abrir la puerta y entrar.
El olor a cigarrillo que había me sofocó de inmediato. Eran pocas personas. Gente de 50 para arriba, y solo 3 mujeres. Había apenas 5 mesas. El resto eran sillas desparramadas, banquitos altos para sentarse en la barra, y algunos sillones. Me sentí observado por los que bebían, charlaban animados y reían. Incluso por una mujer de unos 55 años que iba y venía trayendo vasos y botellas. Supe que se llama Norma, porque todos le decían Normita cariñosamente. Parecía tener un carácter fuerte. Pero luego me sentí cómodo. A pesar del aturdimiento, y de un boludo que tarareaba los temas de moda. Por eso me pedí una cerveza, y no pude más con la intriga. Le pregunté a Norma cuando me trajo unas papas rancias y un cenicero a la mesa, a quién se debía el nombre del bar.
¡No me diga que no conoce a la Lore!, se asombró mientras contaba el dinero para darme el vuelto.
¡Bua, mire, hoy no sé si viene! ¡Pero le aseguro que lo va a hechizar como a todos los pajeros que vienen a verla! ¡Claaaaro, ahora que lo veo bien, usted es nuevito por acá! ¡Bueno, permiso eh, que tengo que atender! ¡Disfrute, que mi compañero ya le trae la cervecita! ¡Y cualquier cosita me chifla!, me puso al tanto, luego de examinarme de pies a cabeza. Ahora Normita me caía simpática.
La noche seguía su curso. Algunos se iban y otros llegaban. Las botellas desfilaban y la música se volvía un poco más respetable. Ya me había tomado tres cervezas, cuando de pronto un aplauso caluroso junto con algunos silbidos, exclamaciones y piropos obscenos le abrieron paso a una morocha de cabello muy largo, no muy alta, con una delantera prominente y súper maquillada, que lentamente caminó hacia la barra para sentarse en el único banco alto que había próximo. Ahí, hubo otro estallido de clamores. Todos la miraban con lujuria, y ella parecía esperar al candidato que le pague un trago. Ya casi no quedaban mujeres.
Supe que esa chica de no más de 25 años era Lorena, porque Norma la saludó con afecto. Además, como mi mesa estaba cerquita de la barra, oí con claridad que la mujer le dijo: ¡Pensé que hoy no venías querida! ¡Bueno, no hay mucha gente… pero vos fijate! ¡Si querés, hacé lo tuyo y ganate unos manguitos!
Lorena no parecía una puta barata. Tampoco una geisha, ni una bilingüe instruida, ni una modelito de publicidad. Digamos que podía ser una mina futbolera, o amante de la bailanta, o conocedora de autos y licores fuertes, o la baterista de alguna banda de rock. Tampoco tenía pinta de machona. Pero daba la sensación de desvivirse por los hombres.
Sonreía con frecuencia. Meneaba su rodete elegante, se frotaba las piernas como ansiosa, hablaba poco y canturreaba alguna que otra canción. La vi beber un trago en un vaso largo, dedicar miradas a distintos sectores del bar, y renegar con alguien por sms. Su rostro era evidente. Pero todos ignoraban ese detalle. Todos seguían babeándose con las tetas de esa chica, que de repente se bajó del taburete y habló con Norma.
¿Me das una manito negrita? ¡Al final vinieron más tipos, y tu hermana me re clavó! ¡Ya la voy a hacer re cagar cuando aparezca!, le dijo la señora. Otra ensordecedora cortina de silbidos se inscribió en las paredes inmundas del bar, porque la Lore movió un poco el culo, se tocó las tetas y arrojó un par de besos al público. ¡Y no era para menos! Lorena tenía un jean elastizado azul oscuro, una remera de breteles negra con el logotipo del bar en uno de sus pechos, unas chatitas, y un delantal en la cintura, también con el logo, el que Norma le facilitó con gracia. Entonces, Lorena comenzó a ir y venir por entre las mesas con botellas y tragos, hablando con algunos y tratando de frenar los impulsos de ciertas manos que pugnaban por tocarle el orto. Yo no quería ser menos. Pedí un mojito cubano, y tuve el honor de que la estrella de la noche lo trajera a mi mesa. Claro que, por la cantidad de tipos que llegaron al bar, yo ya no estaba solo en mi mesa. Un señor de saco y corbata bebía whisky, fumaba un habano y miraba la hora con impaciencia a mi izquierda.
¡Me dijo Norma que usted es nuevito! ¿Puede ser?!, me susurró la voz de esa hembra fatal mientras me cobraba.
¡Sí, puede ser! ¡Y vos, vos sos Lorena! ¿No?!, averigüé como atontado, sintiendo como que me costaba respirar.
¡Sí, soy yo, y espero que no te vayas tan rápido esta noche!, me dijo, dejando la estela de su perfume vanidoso, una vez que juntó los vasos vacíos y volvió a la barra para tomar más pedidos. ¡Nunca una camarera me había parecido tan excitante, misteriosa y vulgar al mismo tiempo!
¿Vio qué perra está esa mina?!, me dijo el tipo palmeándome la espalda para asegurarse de que lo haya escuchado entre tanta música y barullo.
¡A usted nunca lo vi en este antro! ¡No sabe lo que le tiene preparado la noche! ¡Eso es lo mejor de todo! ¿Trajo preservativos, por las dudas?!, me descolocó luego, mientras encendía otro cigarro.
¿Disculpe, ¿A qué se refiere?!, intenté sonar amable, sin sacarle los ojos de encima a Lorena que seguía acarreando pedidos.
¡Y eso que todavía no arrancó el show! ¡No tiene idea cómo se pone esto cuando la guacha nos regala sus bailes en trajecitos de colegiala, de conejita o secretaria!, me confiaba el hombre, con vastos conocimientos de la movida nocturna del bar.
De repente Lorena desapareció, y las luces parpadearon hasta apagarse. Hubo un silencio tronador. Creo que nadie bebía, ni fumaba, ni se animaba a toser siquiera. Entonces irrumpió en la madrugada un tema de Joe Cocker, y de uno de los rincones de la barra surgió Lorena para darle paso a un júbilo explosivo, irrespetuoso y lacerante. Ahora tenía el pelo suelto, unas botas bucaneras, anteojos, un saquito largo con cierre y una pollera a las rodillas. Se reía iluminándolo todo, y se movía con peligrosa sensualidad por entre las mesas, evitando manoseos, pero recibiendo algunos billetes que la inducían a desvestirse poco a poco. De eso me avivó el señor que no paraba de fumar, a pesar de su ronca disfonía y su tos insoportable.
Cuando se sacó los anteojos y sacudió la cabellera se oyó un claro: ¡Qué hermosa putita sos bebé!, y todos aplaudieron mientras ella sonreía como acostumbrada.
Pronto, desde la barra Normita gritó: ¡A ver señores! ¿Quién quiere llevarse a casa la ropita interior que tenía puesta la Lore?!
Hubo un revuelo infernal. Vi que un corpiño de algodón voló por los aires, y que un pelado lo atrapó al borde de caerse. Yo no pude entender por qué, pero el tipo que me hacía compañía escogió un culote repleto de corazones y me lo entregó en la mano con cara de picardía.
¡Tome hombre, que todavía debe estar calentito!, me dijo retomando su asiento.
¡No la suelte, ni la entregue por nada del mundo! ¡Esta es su noche de suerte amigo! ¡Yo sé lo que le digo!, me aclaró luego, confundiéndome aún más. ¿Cómo podía ser que en mis manos reposara la bombacha de la mujer que, ahora subía y bajaba sus caderas, se franeleaba contra un caño y se volcaba un champagne en el saquito!
Al rato se subió arriba de la única mesita vacía que había, y se llevó la pollera a la cintura. Lucía unas medias de red y una bombacha rosa con dos pompones en la cola que tintineaban por sus movimientos sensuales, mientras la música y los aullidos de los machos estaban casi al mismo renacer de las emociones.
Cuando se bajó de la mesa, me atreví a oler ese culote con tintes de adolescencia, y su aroma me terminó de erectar la verga a límites extremos. Ni me importó masajeármela, a la vez que repasaba con mi nariz y lengua ese resto de humedad que conservaba la zona que le coincidía a su vulva invisible para mí. El hombre me sacó del trance con un par de codazos para que observe cómo Lorena se quitaba el saquito y la pollera, se descalzaba, bebía un vaso de algo que burbujeaba, y se trepaba a un caño para bailarnos con una agilidad de asombro. Solo tenía las medias, la bombacha y una camisita atada por debajo de los pechos, la que dejaba que sus tetas se bamboleen como si nos estuviese saludando a todos. Además tenía un arito en el ombligo. Sus piernas eran fuertes, sus brazos casi tan elásticos como su respiración, y su cola la depositaria de ciertos azotes y pellizcos de algún que otro voluntario, el que ella misma llamaba cada vez que la música menguaba un poco. Uno de ellos le paseó el rostro entre sus pompones, y le mordió una nalga. ¡Su gritito se oyó hasta nuestra mesa! Era increíble verla desprejuiciada, rítmica, rodeada de voces y manos que la adulaban, enérgica y entrenada para bailar en el caño.
De repente la vi escupir en el suelo, babearse las tetas cada vez que bebía de la cerveza que otro servidor le ofrecía y olerse las manos, una vez que se las fregaba en el culo o la entrepierna.
¡Es una maravilla esa putona hombre! ¿Qué le parece? ¿Vio que no me equivoqué?!, dijo el hombre ronco, invitándome a brindar con él. Ya no tenía noción de la cantidad de cervezas que bebí, ni de la hora, ni de mis preocupaciones.
¡Imagino que debe tener la verga hecha un garrote! ¡Esa guacha tiene un olor a conchita que puede resucitar a un muerto le juro!, prosiguió el señor luego de que Lorena se bajó del caño. ¡No se equivocaba ni en una coma el desgraciado!
De repente, Norma dijo cuando los parlantes se callaron un minúsculo segundo: ¿Quién tiene el corpiño de la chica?!
Hubo un coro de arengas y groserías para que el pelado que lo había recogido se levante del sillón y camine con la prenda hasta Lorena, que estaba sentada en el taburete, pegadita a la barra, un poco transpirada y abierta de piernas. Vimos que la flaca le manoteó el paquete mientras le decía algo al oído, que le comió la boca bajo otra cortina de abucheos, chiflidos y palabras destilando alcohol, y le acercó las tetas a la cara para que su víctima apenas le deje un chupón en cada una.
Otra vez la música se detuvo, y Norma preguntó después de carraspear su garganta: ¿Y la bombachita? ¿Quién la tiene?!
Mi corazón amenazó con darse a la fuga, mi presión arterial quedó en suspenso por un instante, y un calor me subió por el estómago para inmovilizarme.
¿Acá señora, el amigo la tiene!, me delató el caballero, ignorando mi estado de pánico, vergüenza y calentura a la vez. Tuve que levantarme de la silla con toda la dificultad que significa pararse con la pija durísima. Temblaba como un nene. Debía ponerme al otro lado de Lorena, y no sabía si lo resistiría.
¡Andá macho, y después me contás!, dijo el tipo, alentándome con otra palmada, tal vez notando mis nervios. Apenas estuve al lado de ese infierno con nombre de mujer ordinaria, ella me manoteó el bulto, lamiéndome la oreja y diciendo: ¿Vos sos el nuevito, cierto? ¿Te gustó mi olor a conchita perro?!
También me comió la boca de una forma desmesurada. El fuego de esa lengua curtida de alcohol y trasnoche me llevó a la gloria, junto con la textura de sus labios carnosos y las brisas de sus hormonas a milímetros de mi autocontrol. A diferencia del pelado, a mí me pidió sin amabilidad pero con determinación: ¡Agachate nuevito!
En cuanto lo hice, sus piernas apresaron mi cara, y su pubis envuelto en esa tela rosa se friccionó un par de veces contra mi olfato incrédulo. Era la misma fragancia que decoraba aquel culote de corazones, pero con más adrenalina, euforia y flujos revolucionados. ¡Todavía no sé cómo me animé a lamerle la bombacha!
De repente siento que su propia mano me levanta la cabeza de un mechón de pelos, y me mira a los ojos profundamente. Entonces, el pelado me da la mano como en señal de complicidad, y en medio de otro sin fin de alaridos de hombres algo descontentos, oí que nos dijo: ¡Quédense acá, que hago pis y vengo!, y se metió adentro de la barra.
Algunos hombres pagaban y se iban. Otros seguían pidiendo vinos o cervezas, y otra minoría fumaba jugando al truco. En eso Norma se nos acerca, nos ofrece un trago y nos dice: ¡En cinco minutos los vengo a buscar! ¡Bueno, vos no le cuentes nada al nuevito, así lo sorprendemos y vuelve!
En esos cinco minutos de eternidad, quise preguntarle algo al pelado, al menos para tener una idea de lo que se nos avecinaba. Pero solo hablamos de fútbol, y de autos. Hasta que Norma nos guió a un cuarto, que estaba solo en un patio lleno de mugre, al final de la barra, luego del baño y una cocinita. Ella golpeó la puerta, y desde adentro se escuchó una voz replicar con astucia: ¡Sí Normi, está bien, que pasen!
La señora abrió la puerta y desapareció. Yo me quedé atónito. Lorena estaba parada en una cama, descalza, con la camisita, las medias y la bombacha que tenía en el bar. Se tocaba las tetas, se nalgueaba, se rozaba la chucha, y cada vez que se hundía un dedito gemía, y se lamía ese bendito dedo.
¿Alguien quiere probar mis juguitos?!, dijo con voz anenada, una vez que el pelado cerró la puerta y se quedó en bóxer.
¡Dale flaco, sacate la ropa que esta putita quiere verga!, me dijo totalmente sacado el tipo, mientras Lorena lo chistaba para que baje la voz. Entonces nos señaló que en una camita pegada a una ventana empapelada, dormía una nena no mayor de 13 años.
¡Es mi… mi  sobrina… disculpen! ¡Me la traje conmigo porque su padre la caga a palos! ¡Pero no nos va a joder!, explicó Lorena con la mirada perdida, aunque subiendo y bajándose el calzón. El pelado no aguantó más, y justo cuando yo terminaba de quedarme en remera y bóxer, la volteó boca arriba en la cama para besuquearle las piernas, la panza y las tetas. La camisita quedó hecha un trapo inservible en el suelo. Entonces, sin saber qué hacer, me acerqué a Lorena, que estiró una mano para pajearme la verga con bóxer y todo.
¡Pará bruto, que quiero conocer un poco más a mi nuevo cliente! ¡No sabés lo dura que tiene la poronga!, dijo la chica escapándose de los brazos del pelado para sentarse en la cama. Me pidió que me pare entre sus piernas, que frote mi bulto contra sus tetas, y que le manosee lo que quiera. En cuestión de segundos mi bóxer apestaba a su saliva y mi presemen por la cantidad de mordidas y lametones que le ofrendó a mi glande y a mis huevos. Su espalda se cubría de mis pellizcos, sus tetas de mis amasadas y mis dedos de su perfume barato. El pelado entretanto se pajeaba, quizás algo mareado por las bebidas de la madrugada.
De repente yo estaba sentado con ella sobre mis piernas, ella abrazando mi cintura con las suyas para que mi verga le roce el clítoris primero, juegue a entrar y salir de la puerta de su vagina después, y por último comience a empomarle la conchita como se lo merecía. La cama crujía casi tanto como los huesos de mi columna sedentaria. Mis manos le arrancaban el pelo, y mis oídos deliraban con sus pedidos más primitivos en una verdadera contienda de animales salvajes.
¡Pegame hijo de puta! ¡Rompeme la argolla! ¡Dame toda esa pija riiicaaaa, arrancame el pelo guachito! ¡Cagame a palo! ¡Cogeme fuerte, garchame como si estuvieses garchando con tu hija perro! ¡Chupame las tetas, escupime la geta, pegame en el culo! ¡Meteme los dedos bien adentro del orto y hacémelos chupar! ¡Haceme tu putita reventada! ¡Violame basura, dame leeeecheeee, dame toda la vergaaa, sacame la calentura guachooo!, me decía impúdica, irracional y sin filtros. Yo le hacía exactamente todo lo que me pedía, y más. Le mordía el cuello, le hacía morder y chupar mi bóxer, le marcaba las uñas en la espalda con violencia, le retorcía los pezones y le abría más las piernas para abarcarla hasta el tope de su sexo. ¡Meterle los dedos en el culo fue casi tan sencillo como respirar! Ella me devolvía las escupidas y los pellizcos. Mi verga parecía como de mármol hirviendo entre sus jugos, siempre percutiendo y ensanchando sus embates. Nuestros gemidos no se controlaban, y nuestras lenguas se enamoraban de ese polvo terrible, como si fuera la primera vez de ambos.
Pero entonces Lorena se arrodilló y me chupó la pija haciendo todo tipo de ruiditos con su glotis, saliva, dientes y paladar, lamió mis huevos, se pegó con mi pija en la carita, se la clavó un buen rato en la garganta para subir y bajar su cabeza con un arte que, me incitaba a raptarla, secuestrarla o esclavizarla para mí solito. Todo mientras decía: ¡Dame la lechita malo! ¡Haaaammm! Dame lechitaaa, dale bebote, o me vas a hacer pis en la carita? ¡Yo quiero toda esa leche!
Pero justo cuando mi disparo seminal llegaba al límite de sus palpitaciones, tuve que censurarme sin anestesia, porque Lorena dio un salto para dirigirse más que molesta a la cama de su sobrina. Cuando miro bien, el pelado le estaba acariciando la carita a la nena con la chota, y le tocaba las tetitas.
¿Qué hacés pelotudo de mierda? ¡Ya lo hablamos a esto! ¡Te dije que con la Yami no! ¡Dejala tranquila Sergio, o llamo a seguridad! ¡Vos elegí!, le advirtió una Lorena envuelta en furia.
Pero el hombre la silenció con una mirada fulminante, y dijo: ¡Pará piba, si la chiquita me lame la verga con una dulzura que, se nota que no es la primera vez que lo hace! ¿O no bebecita? ¿A ver cómo abre la boca y saca la lengüita la nena golpeada?!
Esa última frase la tiñó de ironía y morbo.
Mis ojos se ensombrecieron un poco. Pero no podía evitar calentarme aún más al ver a esa nena, ahora destapada, en bombachita y con su lengua lamiéndole el glande y las bolas al pelado, que entretanto le manoseaba las gomas. No eran para nada despreciables esas tetitas rosadas, con dos pezones como almendras y escalofríos más que justificables.
Lorena se les acercó, le preguntó algo al oído a Yamila, y se hincó para mordisquearle el culo al pelado, para abrirle las nalgas y ensalivarle el agujero con unas escupidas tan groseras como el infierno en los ojos de ese hombre turbado. Apenas su lengua chapoteaba entre sus huevos y su ano dilatado, la nena comenzaba a colmarse de arcadas, algunos eructos, ciertas toses irregulares, y muchos gemiditos, los que parecía querer reprimir. Abría y cerraba las piernitas, se frotaba la vagina y, en un momento hasta le mordió los labios a su tía. Ahí fue cuando Lorena recordó mi presencia, y me pidió: ¡Vení vos, acercate y sacale la bombacha a la pendeja! ¡Seguro que quiere una buena chupada de concha! ¿No mi bebota?!
No iba a detenerme a pensarlo. Me levanté, le di un chirlo en el culo a Lorena, le froté la verga en la espalda para que sienta mi estado de gracia, y en el exacto momento en el que Sergio le bañaba la carita con su lechazo a la nena, yo le saqué la bombachita mojada, me la envolví en la pija y agarré del pelo a Lorena para que me la chupe. Lo hizo solo por unos segundos, porque enseguida me recordó su deshonesto fetiche: ¡Dale guacho, lamele la concha a la nena! ¡Quiero verte comer conchita de nena perrito!
¡Ya no podía seguir haciéndome el boludo! En cuanto posé mi rostro entre las piernas delgadas de la chiquita, solté mi lengua como una espada para recorrer su sexo lampiño, caliente y empapado. Le lamí desde el ombliguito hasta el agujerito de la cola. Era un espectáculo el sabor de su piel suave, los aromas de todo lo que emanaba su vagina pequeña, los calores que le enrojecían las mejillas enlechadas, y esos temblores en el vientre cuando le hacía cosquillas en sus piecitos húmedos. Tenía un olor a pis que me enternecía. En eso pensaba cuando Lorena comenzaba a tocarme la pija desnuda y sensible, mientras con la otra mano empujaba mi cabeza contra la intimidad de la chica, diciéndome: ¡Olela, chupala asqueroso, dale, como si fuese tu hija, comele la chuchi, y hacela gemir!
Recordé a mi Mercedes cuando era una nena desfachatada que vagaba por la casa en bikini o en bombachita. No sé por qué, pero le pedí a Lorena que me pajee más fuerte, que me la sacuda y me apriete el glande con ganas. Sentía que la leche ya me presionaba las paredes de los testículos, con mi saliva fundiéndose en los jugos de esa chiquita, y con la mano de la Lore incendiándome la poronga.
En eso escucho que el pelado atiende un llamado de su celular. Entonces, Lorena me lleva a la cama, un poco de la verga y otro de un brazo. Me sienta de un empujón en el pecho, le da unos lametazos a mi pija, chasquea los dedos para que su sobrina se tape, y luego me pide que me acueste en ese colchón destrozado, con los pies en el suelo. ella se me tira encima encastrando mi pene en su conchita servicial, y empieza a moverse, a frotarse, a dar saltitos cortos y largos, a morderme las tetillas, a fregarme la bombacha de la pibita en la cara, a pedirme que le muerda los dedos y que le escupa las tetas, y a gemir cada vez más liviana de tensiones. Todo eso mientras clamaba por la pija del pelado con la garganta pastosa de tantos excesos.
¡Vení tarado de mierda… clavame la verga en el orto, dale guacho, que quiero sentir las dos pijas adentro, quiero que me cojan toda la noche!, se envalentonaba nuestra amante. El pelado se le acercó para nalguearle el culo con estrépito, para pedirle que le pajee la chota y que le chupe los dedos. En ese momento yo la penetraba con toda la furia que tenía en los pulmones, y en el nombre de mi poca actividad sexual. Antes de mi visita al privado, debía remontarme a dos años atrás para reencontrarme con el recuerdo del último polvo que me eché con mi ex esposa.
Las tetas de Lorena estaban casi tan sudadas como nuestros rostros, y su aliento a pija, alcohol y descaro me impulsaba a bombearla con todo. Hasta que finalmente nos sentamos, ella sobre mí, sin que le saque la pija de la concha, para que el pelado al fin pueda introducir la suya en ese culo bien parado, pero que no era nada del otro mundo. Ahora Lorena gritaba con ganas. Se colmaba de saliva propia y ajena, jadeos, estiletazos, insultos en stereo, rasguños y presemen. Los dos la sacudíamos como a una muñeca de trapo, como si no nos importara desmembrarla. Incluso el pelado le pegaba en la cara y le arrancaba el pelo. El choque de su cuerpo contra ese culo, el desliz jugosito de nuestras pijas en sus agujeros, los pedos que se le escapaban a nuestra diosa, sus lágrimas cuando Sergio se la dejaba en la puertita para luego arremeter con todo, sus tetas machucadas y mordisqueadas, sus arcadas cuando yo le metía los dedos en la boca, o sus súplicas cuando el pelado le presionaba el cuello, eran los ecos sonoros que decoraban la sucia habitación, en la que Lorena se revolcaba todos los viernes. Al menos a esa conclusión había llegado mi cerebro desmantelado. Solo me quedaba calibrar el tema de Yamila, que no era del todo claro. Aunque saber que esa nena media desnutrida veía la situación, me ponía más al palo.
Yo sentía que la leche se me acumulaba como la sangre que mantenía la erección de mi miembro, justo cuando el pelado empezaba a jadear descompuesto de adrenalina, sofocado y enfático.
¡Tomáaaá, perra suciaaa, te lleno el culo de lecheeee, trola de mieeerdaaaa!, le decía, impidiendo que yo pueda obrar en su vagina, porque ella se quedó quietita para recibir su ofrenda seminal en su cola, la que horas antes se hacía la puritana bajo una bombacha rosada con pompones, cuando sus piernas se aferraban al caño para danzar como una mariposa en celo.
Apenas el pelado se sintió asfixiado por el encierro, sus agitados reflejos y el olor a sexo del cuartucho, se vistió y salió al patio con un pucho encendido. Ahí Lorena decidió arrodillarse en el suelo sobre mi ropa y pedirme la leche con su boca recorriendo cada parte de mi pija, con un leve gemido constante, algunas escupidas y lengüetazos a mis huevos. Sé que le acabé en las tetas, después que me dijo: ¿Y a tu nena nunca la tocaste? ¿Nunca le chupaste la argollita como a mi sobrina? ¡Dame la lechita perro, dale que esta putita tiene hambre de pija calentita!
Sus palabras fueron demasiado para todo lo que viví desde que entré al bar, y no lo resistí. De paso le enchastré un poco la melena con las salpicadas de mi estruendosa acabada. Tuvo que ayudarme a vestirme luego. No me quedaban fuerzas ni para caminar. Mucho menos para abrocharme el cinturón. Veía borroso, me dolía todo y me moría de sed.
Recuerdo que crucé el patio, entré a la barra y vi que todo estaba a oscuras. Lorena escoltaba mis pasos torpes, apenas en bombacha y remera, oliendo a sexo y respirando de las partículas de mis semen. La nena había quedado en el cuarto, calculo que intentando dormir. Norma hacía cuentas en una libreta y contaba billetes. El pelado pedía una cerveza, y otros dos hombres terminaban un porro sin hablar.
El hombre ronco me esperaba en la puerta con el rostro lúcido, la mirada seria y la voz amable.
¿Cómo la pasó mi amigo? ¡Supongo que con semejante hembra, tuvo como para entretenerse!, me dijo, justo cuando mis neuronas pensaban en ignorarlo y cruzar a mi casa con el resto de vida que atesoraba.
¡Bien bien, gracias! ¡Es verdad, es una putona terrible la flaquita!, me oí decirle con seguridad, aunque con la garganta seca.
¡Bueno, siendo así, entonces mañana paso por su casa a cobrarle! ¡Son 2000 pesos caballero! ¿Prefiere que pase por la tarde? ¡Digo, no pensará que Lorena es gratis!, me reveló el misterioso hombre que lucraba con los servicios de esa perra.
¡No me mire así hombre! ¡Además, le conviene pagarme! ¡Porque está todo filmado amigo! ¡Mi abogado y yo, vimos claramente cómo le comió la vulva a la pendeja! ¡Y créame que mi colega es un profesional destacable!, me amenazó, tal vez creyendo que no pensaba saldar mi tremenda aventura, con todas las ganas del mundo de regresar algún viernes de estos.     Fin

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