No tenía otra opción. Lamentablemente no medí
las consecuencias ni riesgos, ni fui inteligente para ocultar las miserias de
mis actos. Mi marido y yo nos divorciamos hace dos años, gracias al adulterio
que cometí. Inescrupulosamente, sin filtros ni cuidados. Yo, o algo dentro mío
deseaba que fuese así. No tenía razones para engañarlo. Pero, ni bien nos
conocimos con mariano, que es el hijo de uno de los contadores de la empresa en
la que trabajo, nos tuvimos unas ganas imposibles de postergar. Esa preciosura
es el cadete que mejor representa a los ratones de las mujeres de la empresa.
Un morochazo alto, ojos negros de mirada penetrante, de sonrisa fácil y una
barbita candado muy prolija. Además, es re caballero, atento y alegre casi todo
el día. Esa misma noche nos encamamos en un telo. ¡Hacía mucho que me urgía
entregarle el culo a un pendejo viril, enérgico y decidido! Con mi marido
teníamos buen sexo, y nos entendíamos a la perfección. Pero yo necesitaba otras
experiencias. Sencillamente eso, y ninguna otra cosa.
A los tres días cogimos en la oficina, en el
momento del almuerzo del personal. ¡Cómo me gustaba chuparle la pija a ese
bebote! Siempre la tenía limpita, durita y con el glande tan jugoso que, de
solo recordarlo no puedo prohibirle a mis manos entrar en mi escote y apretarme
las tetas de la calentura, a veces sin reparar en el lugar en que me encuentre.
No pasó un mes que me lo traje a casa. Fue una
tarde en la que estaba segura que mis hijas permanecían en sus actividades.
Cogimos en mi cama matrimonial, y un rato más tarde le entregué el orto con los
codos apoyados sobre la mesa. Después de un tremendo mete y saque en mi culo
cada vez más lubricado, el divino me tiró arriba de la mesa, y me garchó la
concha con una violencia que no hacía más que multiplicar jadeos en mi
garganta, mordidas y chupones por todo su cuerpo esbelto, y orgasmos sin culpa
en el fondo de mis entrañas. Mi amiga Fernanda me advirtió que tendría
problemas si no le ponía un freno a esa relación. Yo le expliqué de entrada cómo
eran las cosas a Mariano, suponiendo que con eso bastaba.
¡Mirá nene, nosotros vamos a coger siempre que
yo pueda! ¡Recordá que soy una mujer casada, que tengo dos hijas, y una
reputación que cuidar! ¡Así que, olvidate de enamorarte y esas pavadas!, le
dije mientras tomábamos un café, la tarde que me intentaba revelar que yo le
gustaba. Me habló de unos sueños que había tenido conmigo en la playa, de un
libro que leyó pensando en mí, y de otras cosas que ni siquiera atesoré en mi
memoria. A él no le hacían mucha gracia mis razonamientos. Yo solo quería
culear, coger y putonear. Tal vez, elegí la persona equivocada.
Sucede que mi marido se enteró de todo. Fue
por un sinfín de pruebas, las que ni me preocupé por resguardar. Un vecino le
dijo que un auto rojo de último modelo
estacionaba en casa, a eso de las 6 de la tarde, y que no se le hacía familiar.
El forro no se privó de darle ciertos
detalles del tipo que vio bajar y subir de él.
Una vez mi marido encontró una caja de
preservativos, y hasta un forro usado tirado debajo de nuestra cama. Era
sospechoso, porque él era alérgico al látex. Esa vez le dije que seguro había
sido la descarada de Paula, nuestra hija de 17, que ya andaba noviando.
¡Seguro cogió acá la desubicada, porque
nuestra cama es más grande, y más cómoda!, reforcé mi explicación, sabiendo que
no lo convencía del todo.
También se encontró con un bóxer verde con
lunares en el baño que no reconoció. Pero yo seguía culpando a Paula. Claro que
él no se iba a atrever a tocar esos temas con sus hijas para consultarles sobre
sus temas sexuales. Incluso prefirió el silencio cuando un mediodía encontró un
pote de gel íntimo arriba del sillón, el fin de semana que se quedó en casa con
la idea de prepararle un asadito a Candela, nuestra hija de 15 años. ella no
quiso fiestas, ni viajes, ni regalos impactantes. Se conformaba con un asadito,
una tarde de pileta con sus primos, algún postre repleto de chocolate, y los
cariños de sus abuelos. Pero la noche anterior, Mariano me había enculado en
casa, después de pasarnos todo el día meta calentarnos en la oficina. Nos
manoseábamos cuando nos encontrábamos en el ascensor, nos mirábamos con
lujuria, nos enviábamos mensajes chanchos por whatsapp, y hasta fotos subidas
de tono. Cuando él iba al baño, se sacaba fotos pajeándose la pija, y me las
mandaba. Yo, por mi parte, le enviaba fotos de mis tetas, de algún dedo entre
mi tanga y mi concha, o me abría el culo para fotografiarme el agujero que
tanto le gustaba perforar. ¡Ni me acordé de guardar el codiciado gel, ni de
borrar las fotos de mi celular! Por desgracia, mi marido dio con ellas el
domingo, cuando le urgía llamar a su madre. El suyo no tenía carga, y yo tuve
que prestarle el mío. No sé por qué fue a la galería de fotos. Por suerte logré
quitárselo apenas me dijo: ¡Che Ceci, ¿Por qué hay fotos de tus tetas? ¡No me
digas que te cagué la sorpresa?
¡Heeeey, ¿Qué hacés revisando mis cosas? ¡Sos
un tarado gordo! ¿Yo nunca te reviso nada! ¡Obvio que me cagaste la sorpresa!
¡Me había sacado esas fotos para vos! ¡Quería calentarte un poquito cuando
estuvieras en la oficina! ¡Te las iba a enviar el lunes, como quien no quiere
la cosa!, le dije simulando toda la ira que me salió. Él no buscó forcejear
demasiado conmigo. Ni bien me dio el teléfono, lo miré amenazante para que no
vuelva a revisarlo.
¡Ta bien amor, no te preocupes! ¡Todavía no quiero
saber con quién me estás cagando!, dijo de repente, a modo de chiste, como
solía decir las cosas. Yo no le di importancia, por más que me hiciera ruido
aquel comentario. Ni me enrosqué. Después de todo, no tenía que exponerme
estúpidamente.
La cosa es que, al fin y al cabo, lo descubrió
todo. Una tarde, se encontró con Mariano saliendo de nuestra casa. Nosotros ya habíamos
disfrutado de unas dos horitas a puro sexo, mientras yo pensaba que mi marido
seguía de viaje por Córdoba, resolviendo temas de trabajo. Apenas le cerré la
puerta, luego de una despedida repleta de besos obscenos, tuve que volver a
abrir. Fueron dos timbrazos efusivos los que me sacaron de todo éxtasis. ¿Qué
se habrá olvidado este guachito calentón? Pensé de inmediato, esperando verlo, preparándome
para otro franeleo candente. Pero no. Ahí estaban, Mariano y mi marido Fabio,
hablando amistosamente.
¡Yo te juro que estoy enamorado de ella, y
bueno, claro que sabía de su situación! ¡Por eso te pido disculpas Macho!, le
decía Mariano, con toda la calma del mundo. Eso me daba más bronca. Fabio tenía
los ojos desencajados y la mandíbula tensa.
¡Todo bien flaco, si querés quedarte con ella,
por mí adelante! ¡Yo ahora mismo voy a hablar con mis abogados! ¡Claro que el
divorcio es lo menos que voy a reclamar! ¡Esto es adulterio! ¡Además, fue en mi
casa! ¡Aparte de todas las pruebas que tengo, de los videos que me pasó mi
detective privado, y de los testigos!, le explicaba Fabio, como si yo no estuviese
frente a ellos.
¡Escuchame Fabio, este pendejo es un
mentiroso! ¡Nada que ver lo que te dijo! ¡Me acosa todo el tiempo en la
oficina! ¡Todas las chicas están re podridas de sus piropos groseros! ¿Cómo
podés pensar que yo te engañé?, le decía, ignorando a Mariano por completo,
buscando algún signo de credibilidad.
¡Mirá, mejor callate, que te defendés mejor
calladita! ¡Bueno, y se ve que entregando el culo! ¡Tengo pruebas flaca!
¡Contraté a un agente privado, y Mariano no tuvo ningún inconveniente con que
alguien los persiga! ¡Fue de gran ayuda, creeme! ¡Pero, esto se acabó acá!
¡Desde ahora, hacé tu vida! ¡Seguramente llegaremos a un acuerdo con el tema de
las nenas! ¡Obvio que me voy a hacer cargo como siempre, porque las amo! ¡Vos
te cagaste en todo lo que construimos como familia! ¡Así que, mañana paso a
buscar mis cosas! ¡Procurá no estar! ¡ni bien me lleve todo lo mío, te dejo mi
copia de las llaves! ¡O, si querés se las dejo a Mariano!, dijo con la voz
determinante, como para que quede impresa en las paredes de la casa. Mariano
escuchaba imperturbable, y me miraba las tetas.
¡Gracias Mariano, por demostrarme con qué tipo
de mujer me cacé! ¡Buena suerte a los dos!, fue lo último que dijo antes de
hacerse ausencia en medio de una tarde sombría, angustiante y derrotista.
Naturalmente discutí con Mariano por confiarle todo a mi marido, y por no haber
tenido los códigos de los amantes solo dispuestos a gozar. No volví a verlo
desde entonces, por más que en oportunidades mi culo clamara por su verga
preciosa. Tuve que explicarle a mis
hijas lo que pasó. Preferí no mentirles para que no me odien. No quería ser la
víctima, y tampoco la responsable final del dolor de la separación. A Paula no
pareció afectarle en absoluto. Pero Candela se puso a llorar, y me culpó de
todo. Ella es la más pegada a su padre.
Claramente, yo debí buscarme a un abogado para
resolver la división de bienes. Pero, para agravar aún más mi situación, la
empresa para la que trabajaba como secretaria presentó la quiebra. Es decir
que, al menos unas cien personas nos quedamos sin trabajo. No nos faltaba para
comer y sobrevivir porque yo me las rebuscaba preparando comidas para vender.
Pero eso no era necesario para los honorarios de un abogado. No iba a esperar
que Fabio se muestre contemplativo con mi situación. Lo bueno es que el doctor Ramírez
es un baboso empedernido. Por lo que, no me iba a temblar el pulso si tenía que
insinuarme de alguna forma para obtener algún descuento importante. Lo conocía
porque era el encargado de los temas legales en mi ex empresa. No tardé en dar
con él, y en contarle en qué momento del proceso judicial me encontraba. Ese
mismo día, en su estudio, me pidió un pete como adelanto por su trabajo. Creo
que fue la primera vez que me dio asco llevarme una pija a la boca, en primera
instancia. La tenía arrugada, chiquita y repleta de vellos. Pero, ni bien entró
en contacto con mi lengua, al vieji se le paró como un obelisco. Estuve como 20
minutos mamándole la verga, lamiéndole las bolas y dejando que me manosee las
gomas. Su secretaria golpeó un par de veces. Pero él presionaba mi cabeza para
que mi saliva chorree más y más por su escroto, y el glup glup de su glande
contra mi garganta se oiga en todo el estudio, mientras gritaba: ¡Estoy ocupado
Sandrita! ¿Cuántas veces querés que te lo repita, boludita?
Antes de eyacular en mi boca, me sometí a un
concierto de cachetadas en mis mejillas, de pellizcos en mis tetas y de tirones
de pelo, mientras me sermoneaba: ¡No aprendés más Cecilia! ¡Te dije que no te
metas con ese pendejo! ¡Ahora quedaste como una puta, y tenés que rebajarte
ante mí! ¡Mirate un poco! ¡Le estás mamando la pija a un abogado, como una
zorra! ¡Y yo te voy a atragantar de leche, putona de mierda! ¡Imaginate, si tus
hijas supieran lo que hace la mami con tal de no hipotecarlo todo! ¡Asíiii,
chupala toda perra, aprendé a mamar vergas guachita!
Su leche inundó mi paladar como balazos de una
batalla perdida, y el doctor me sacó algunas fotos relamiéndome, pasándome la
lengua por los labios, y con algunos hilos de semen descendiendo por mis
pómulos. Su descarga fue tan abundante que, en el medio de mis últimas arcadas
sentí que algo de esperma se me escapaba por la nariz. Él me ayudó a
incorporarme del suelo, me mostró las fotos, me prometió enmarcarlas para
decorar su estudio privado, y me dijo que nos volveríamos a ver la semana
siguiente, para ponerme al tanto de los avances del caso. En efecto, el próximo
miércoles fui. Me sorprendió que, apenas tomé asiento frente a su escritorio,
él se levantara a cerrar la puerta con llave. Pero, como toda perra astuta que
presiente los placeres de la carne en el aire, supuse que tenía intenciones de
poseerme. Me explicó el tema de las cuotas alimentarias, de lo que me
corresponde del sueldo de mi ex, y del régimen de visitas que propone el
abogado de Fabio. Él hablaba, mientras yo tenía que quedarme en corpiño,
manosearme las tetas, y una vez que mis pezones formaran dos almendras bajo la
tela fina de mi corpiño, debía quitármelo y menear mis tetas, tocármelas y
tratar de juntar un pezón con el otro. Él me tomaba fotos, y se distraía bastante
con sus explicaciones. Hasta que lo oí solicitarme con toda claridad: ¡Bueno
corazón, así no se puede! ¡Ponete de pie por favor, y mostrame la bombachita
que tenés puesta! ¡Imagino que te pusiste una! ¿No perrita?
Fue todo muy rápido. Ni bien separé el culo de
la silla, y bebí un sorbo del café tibio que me dio apenas entré a su despacho,
me acerqué a él con el jean desprendido, sin saber lo que se proponía. No le
escatimó una buena manoseada a mi culo, antes de hundir una de sus manos
adentro del calor de mi bombacha negra. Mi pantalón descendió por mis piernas
cuando él lo forzó un poco, y entonces, tuve que hacer equilibrio apoyando una
mano sobre el escritorio, porque el turro comenzó a revolverme la concha con
dos dedos ágiles, los que retiraba de mis jugos para lamerlos, y enseguida
volver a la carga. Cuando comenzó a rozarme el clítoris, tuve que meterme un
pañuelo en la boca para evitar gemir de la calentura que me hacía sentir. Hasta
que, de un solo movimiento el doctor se bajó el pantalón, me sentó en sus
piernas, y sin demasiada previa, como el dueño absoluto de la experiencia sobre
esta tierra en estos casos, me ensartó su verga durísima en el culo. La sentí
taladrarme, penetrar y clavarse sin una pizca de piedad, mientras con una de
sus manos me pajeaba la concha, y con la otra me amasaba las tetas.
¡Culeá así perra, mové el culo bebota, que lo
vamos a dejar seco a tu marido, y vos me vas a dejar la verga sequita con ese
orto que tenés, saltame en la verga mami, comete mi pija por el culo putita!,
me decía elevando su voz por sobre los llamados al teléfono fijo, los mensajes
de su celular que vibraba en la mesa, y los golpes en la puerta de su
secretaria. Supongo que eso lo llevó al clímax con mayores ansiedades, porque,
mientras le gritaba a la chica: ¡Andate tarada, que estoy ocupado bebé!, su
semen comenzaba a fecundarme el culo como un estruendo de vanidades que me
excitaba tanto que, ya no me cuidaba al jadear. Le mordí un par de veces la
mano, y le escupí la cara cuando quiso que le muerda los dedos que me sacaba de
la vulva, al tiempo que su lechita parecía no acabarse nunca. Pero entonces, ni
bien me despegué de sus piernas sudadas, volví a decepcionarme de su pija
encogiéndose, toda cubierta de fluidos, arrugada y siniestra. El doctor me dijo
que la próxima semana tendríamos una nueva audiencia, y ni bien agendé la hora
exacta, me arreglé la ropa y me fui, confiando en que su trabajo daría buenos
resultados. Yo seguía dispuesta a todo, con tal que a mis nenas no les faltase
nada de sus necesidades básicas. Aún sabiendo que la del error había sido yo.
Me sorprendí cuando, un sábado, mientras
preparaba unas pizzas con Candela, recibí un mensaje del doctor Ramírez.
¡Bueno flaquita! ¡Te escribo para cancelar la
audiencia del miércoles! ¡Tengo que viajar de urgencia! ¡Pero, te informo que,
la cosa viene media complicada con lo tuyo! ¡Si te parece, te llamo, y hablamos
de una nueva forma de pago! ¡Tu marido cuenta con uno de los mejores abogados
el país, y ese tipo la tiene atada! ¡Encima está re entongado con los jueces!
¡Tiene negocios muy fuertes con el poder político, y maneja una linda mafia de
matones! ¡Lo bueno, es que, vos tenés unas hijas preciosas! ¡Mirá, te propongo
un trato! ¡Si aceptás, enviame un SMS solo con un sí! ¡A mí me re calientan las
pendejitas, pero nunca estuve con una! ¡Yo puedo arbitrar los medios para
secuestrarlas, y tenerlas una tarde para mí solito! ¡Después, ellas vuelven a
tu casa, y nadie se entera de nada! ¡Además de garantizarte el éxito con el cornudo,
te ofrezco un millón de pesos! ¿Qué decís? ¡A las nenitas no les va a pasar
nada malo! ¡Claro que, en ese caso, yo también voy a mover mis contactos!
¡Bueno, espero tu respuesta, culoncita putona!
Leí y releí varias veces aquel mensaje.
Candela notó mi incomodidad. Pero no podía contarle. ¿Cómo podía ser?
¿Realmente había entendido bien? ¿Ese tipo pretendía secuestrar a mis hijas
para hacerles chanchadas? ¿Cómo podía pensar en que le diría que sí a semejante
disparate? Escribí varias respuestas. Pero no le envié ninguna. Todas eran
insultos, puteadas y bajezas. Incluso pensé en cancelar todo proceso con él, y
llevarle el caso a otro abogado. Pero, justo cuando pensaba en volver a
escribir, me vibró el celular en la mano.
¡Nena, no tengo mucho tiempo! ¡Necesito una
respuesta!, me dijo, como si estuviese ordenando papas fritas.
¡Usted, es un desubicado doctor! ¡No puede,
usted, no puede estar hablando seriamente!, le dije, intentando controlarme.
¡Mirá Cecilia, calmate un poco, y escuchame!
¡No les va a pasar nada! ¡Es más, yo te prometo que, voy a estar solo! ¡Y vos,
vas a poder verlas y todo! ¡Tengo un sistema de cámaras en casa! ¡Vos solo
tenés que activar una aplicación en tu computadora, y listo!, dijo con
frialdad, pero alterado. No podía entrar en razones. Enseguida me imaginé
sentada en la cama, mirando a Paula y a Cande a través de una pantalla,
prendiditas a la pija del doctor, y me calenté como una pantera en celo. Quería
gritarle que estaba enfermo, que se pegue un balazo en las pelotas, o que se
tire en las vías del tren. Pero, apenas pude tartamudear: ¡Perfecto doctor,
usted, o sea, usted sabe cómo hacerlo! ¡Si usted, puede garantizarme todo eso,
no tengo más que decirle!
¡Entonces, ¿Eso es un sí?!, se expresó
jubiloso.
¡Sí doctor! ¡Pero tenga mucho cuidado!, le
dije, como un pollito mojado, temblando de pies a cabeza, con una extraña
sensación aniquilándome lo poco de moral que conservaba. Esa noche, la pizza me
cayó como un montón de piedras en el estómago. Candela veía una peli, re entusiasmada,
con la boca llena de miguitas de la pizza, mientras yo comenzaba a maquinarme.
Paula había salido con sus amigas. ¿Qué tendría pensado hacerles el doctor? ¿No
sería una de sus bromas pesadas? ¡Seguro al día siguiente me despertaría de un
mal sueño, y todo seguiría su curso normal!
Pero, el lunes, después de la última viandita
que entregué en un negocio, recibo un llamado al celular que me congeló la
sangre.
¿Señora Cecilia! ¡No grite, ni llame la
atención, ni haga nada! ¡Secuestramos a sus hijas! ¡en 30 minutos, encienda la
computadora, y véalo todo usted misma!, me dijo una voz fría, estéril y poco
expresiva, como la de un sintetizador. Así como recibí el dinero de la vianda,
guardé el celular en mi bolsillo y corrí a mi casa. Estaba realmente impactada.
¿Finalmente lo hizo ese hijo de puta! ¿Cómo pudo ser capaz? ¿Y yo tan pelotuda?
¿En manos de quién estaba la vida de mis hijas?
Entré a mi casa, y ni bien encendí la
computadora, activé la aplicación que el doctor Ramírez me había indicado.
Estaba tan nerviosa que, se me resbaló el mouse como tres veces. No tenía
hambre, ni sed, ni frío, ni calor. Me invadía la ansiedad, la culpa, el miedo
del riesgo, y una calentura que jamás había experimentado. pero en la pantalla
todavía no sucedía nada. Me quité los zapatos, me senté en la cama, le corté el
llamado a mi mejor amiga, y miré de reojo la pantalla por cuarta vez. Recién
entonces vislumbré un video. Al principio no se veía con claridad. hasta que al
fin aparecieron Paula y Candela, en el medio de dos tipos que las llevaban a un
auto negro con vidrios polarizados. En el margen un reloj marcaba las 12 del
mediodía. En la realidad ya eran las dos de la tarde. Las dos tenían un pañuelo
en la boca, y cada uno de los tipos se aseguraba de sujetarlas bien. Una vez
que las subieron al asiento trasero del auto, las dos, que ni parecían
resistirse, empezaron a bostezar. En el asiento del conductor estaba el crápula
de Ramírez, con un pucho en los labios. Los dos tipos se fueron una vez que
cerraron las puertas del coche, y se saludaron con el doctor. Entonces, el auto
comenzó a desandar la marcha por una ruta apestada de autos. La cámara se
movía, pero todo lo que se veía era a mis nenas quedándose dormidas en el
asiento, Cande encima de Paula.
¿Están bien chicas? ¿Tienen frío? ¿Alguna
quiere ir al baño?, les preguntó el muy estúpido. Candela apenas balbuceó que
estaba todo bien. Paula no dijo nada.
Luego la cámara desaparece. La pantalla se
queda en blanco, al igual que la desesperación que me embarga la garganta.
¡Seguro que las quiso dormir con cloroformo, pero necesitó de la ayuda de esos
tipos para poder subirlas al auto! ¿Quiénes serían esos idiotas? ¡Nunca me
habló de ellos! ¿Acaso les tenía tanta confianza para contar con ellos en
semejante aventura? Mi cerebro no paraba de pensar, especular y suponer. Pero
la pantalla seguía en blanco, y la tarada de mi amiga volvía a llamarme. ¿Si
supiera por el infierno que estaba pasando! Pero entonces, pude oír una música
suave en los parlantes de la compu. Poco a poco la pantalla comenzaba a mostrar
varios ángulos de una habitación alfombrada, con sillones y un somier, algunos
cuadros con mujeres desnudas, y una pequeña biblioteca cerrada. El doctor
Ramírez parecía saludarme con una copa en la mano. Yo no podía responderle.
Odié no tener esquipe. Me senté en la silla de la compu procurando no perder
los estribos, cuando descubro a Paula sentada en uno de los sillones, y luego a
Candela recostada en el colchón, con los pies sobre un almohadón redondo que
había en el suelo de parquet. Sabía que por más que gritara, nadie iba a
escucharme. ¡Estaba siendo la única espectadora de las perversiones de mi
abogado con mis hijas! Varias veces me insinuó que necesitaba carne fresca,
pieles jóvenes y suaves, pechitos rosados y sedosos. Pero jamás imaginé que mis
hijas serían su capricho más terrible. ¿Qué pensaría mi marido si se enterara
de mis desatinos?
Pero ya no había lugar para más
elucubraciones. Ahora el doctor se quedaba en bóxer ante mis niñas, por más que
ninguna de las dos le prestara atención, y luego servía un poco de vino en su
copa. Se acercó a Candela, le acarició la cara y le dijo algo demasiado
imperceptible. Pero Candela se sentó lentamente, meneó el pelo y se quitó el
buzo de algodón. ¡No podía creer que no tuviera una remerita encima de su
corpiño deportivo! ¿Así fue al colegio la desubicadita? Ramírez le palpó la
parte de arriba de las tetas, le acarició el pelo, le dio un trago de su copa,
y le pidió que cruce las piernas.
¡No se preocupe señora, que las nenas están
divinas!, dijo de pronto el muy cínico a una de las cámaras, la que filmaba a
Paula, luego de beberse un trago de vino. Claramente esa señora era yo, la que
ahora no podía distinguir entre la realidad y la fantasía. Entonces, caminó
hacia Paula. Ella tenía una postura muy distinta a la de su hermana. Paula se
reía sin sonido, se frotaba las manos y de vez en cuando le miraba el bulto al
doctor. A esa altura el bóxer parecía al borde de desintegrarse gracias a la erección
que se le advertía. Justamente, apenas estuvo a unos centímetros de Paula, ella
estiró una mano para agarrarle la verga como si fuese un picaporte.
¡Dame esa pija papi… ahora… que estoy toda
mojada!, dijo la muy descarada, llevándome a un desconcierto voraz. ¿Cómo podía
decirle eso?
¡Pará un poquito bebota, que primero, vas a
tener que probarla con esa boquita! ¡Sacate el buzo y ponete en cuatro patas
arriba del sillón, vamos!, dijo Ramírez, mientras Candela se tocaba las tetas.
Cuando lo advirtió, volvió al lado de ella para separarle las piernas. No
titubeó en hundir su cabeza en su mitad, supongo que para frotarle la vulva con
su rostro, y tal vez olerla con ansiedad, ni en llenarle la pancita con unos
besos ruidosos que la hacían reír. Candela en ningún momento dejó de manosearse
las tetas.
De repente Ramírez empujó a mi bebé en el
colchón, y le bajó el jogging. ¡Me derretí al verle esa bedetina con ositos! Le
quitó el almohadón de los pies, se lo arrojó a Paula mientras le decía: ¡vos
quedate ahí, con la colita para arriba, y movela de un lado al otro!, y se
arrodilló para poder juntar los piecitos de mi Cande contra su cara. Se los
olía, se los besaba y le separaba los deditos para metérselos de a uno en la
boca.
¿Sos virgen vos chiquita? ¿Sabías que son muy
ricos tus piecitos?, le consultó Ramírez, con la voz acaramelada.
¡No mi amor, no sabía… pero chupámelos asíiii
que me encantaaa! ¡Y, tengo la colita virgen!, respondió mi hija, en una mezcla
de jadeos, suspiros y sorbitos de su propia saliva. Mientras tanto, Paula
meneaba la cola con ese jean ajustado que se le enterraba, haciendo más visible
el movimiento de sus nalgas. Además, las tetas se le mecían incontrolables, ya
que salió tetona como la madre. Pero por ahora Ramírez la ignoraba. Él seguía
lamiéndole los pies a Cande, besándole las piernas, frotándolos contra su cara
y mordisqueándole los talones. No veía que Paula se frotaba la chuchi con una
mano, y que los miraba embelesada. Al menos hasta que la escuchó gemir.
¿Qué te pasa Paulita? ¿Ya querés la leche?, le
gritó, aún con un pie de Candela en la boca. Entonces, como alterado por el
sabor de esos piecitos babeados, aturdido por los suspiros de Cande y oprimido
por la erección de su poronga altiva, se sentó en el colchón para manipular el
cuerpito de Candela, de modo tal que se le siente encima de su dureza. Ahí
recién se dirigió a Paula.
¡Qué hermosa cola tenés turrita! ¡Dale, bajate
de ahí, y sacate el jean, pero acá, al lado mío y de tu hermanita!, le decía,
mientras le desprendía el corpiño a Candela para después olerlo. Mientras Paula
se levantaba del sillón, el cretino solo le daba besitos en la oreja y en el
cuello a Candela, que ya no sabía cómo cerrar la boca para ocultar gemiditos.
Le veía la carita, y sentía todo lo que seguro se gestaba en su conchita de
nena. Al mismo tiempo notaba que yo frotaba el culo en la cama, con una mano
adentro de mi falda. No sé en qué momento me quedé en tetas y en patas.
De repente, Ramírez escabullía su mano derecha
adentro del culote de Paula, que estaba de pie al lado de él, acariciándole las
tetas a su hermana.
¡Qué barbaridad! ¡Es cierto que las nenas se
mojan mucho! ¡Mirá lo que es esta bombachita pendeja!, le decía el abogado,
cuando evidentemente alguno de sus dedos entraba y salía de la vagina de Paula,
o le friccionaba el clítoris. Ella se mordía los labios, apenas podía
mantenerse en pie, y seguía tocándole las tetas a Cande, de a ratos estirándole
los pezones.
¡Frotale las tetas a ella, vamos, teta con
teta las quiero!, le ordenó de pronto. Entonces, durante un momento las tetas
magníficas de Paula se rozaron con los pechitos de Cande, mientras Ramírez
seguía hurgando en el sexo de Paula, que ya tenía la bombacha a centímetros de
sus rodillas, y no paraba de frotar el culo de Candela contra su pija. ¡Cuando
vi a Paula comerle la boca a Candela, me estremecí! ¡Él no se lo había pedido,
y sin embargo, ese chuponazo sonó en el ambiente como la grosería más vulgar!
Para colmo, a ese beso le siguieron otros, y varios lengüetazos de Paula por toda
la carita de Candela, que no se resistía. Por el contrario, se movía más rápido
arriba de la pija de Ramírez. Por lo que, supongo que el tipo no pudo
soportarlo más, y aprovechó tamaña distracción para sacarle la bombacha con una
practicidad de ensueño. De repente les pidió a las dos que les chupe y lama los
dedos que metía y sacaba de la vagina de Paula, que se toquen las tetas, y en
particular a Cande que muerda la bombachita que acababa de quitarle. Las dos
parecían poseídas, como en un trance perpetuo, incapaces de reconocerse, pero
presas de unos impulsos que las enroscaba más y más. ¿Las habría drogado en muy
perverso?
De nuevo, por un minuto que se me antojó
eterno, la pantalla se quedó en blanco. En ese rato pensé en llamar a la
policía, en hablar con mi ex, en empastillarme, o en hacer cualquier locura
para remediar lo que ya era irreversible. Mis hijas estaban con ese degenerado
por mi culpa. Pero, entonces, la pantalla volvió en sí, mostrándome con
claridad a Paula en cuatro patas sobre el colchón, a Ramírez quitándole el
corpiño con aros que llevaba, y a Candela abriendo las piernas, con un dedo
acariciándole la vulva. ¡La tenía brillosa de flujos la chancha! Entonces, como
transportada al mismo clamor sexual que envolvía a mis hijas, manoteé el consolador
que tenía en mi mesita de luz y comencé a chuparlo, a pegarme con él en las
gomas, y también en la concha por arriba de mi tanga de encajes. Entretanto,
Ramírez le nalgueaba el culo a Paula, y le decía: ¡Dale nena, animate, es solo
acercar la carita a la conchita de esa nena, y pasarle la lengüita! ¿De verdad
no harías ese sacrificio por tu mami?
Esas palabras parecieron impactar gravemente
en la consciencia de Paula, porque, sin mediar palabras ni justificaciones,
gateó hasta dejar caer su flequillito sobre las piernas de su hermana. Apenas
escuché un beso, imaginé que la muy perversa al fin se había atrevido. Pero
solo fue el primero de miles de besos que le esparció por las piernas, el
abdomen y las manos. Cande intentaba cubrirse la vagina con sus manos, pero Pápula
se las quitaba para besárselas. En un momento la hizo chillar cuando le mordió
un dedo, por testaruda. Mientras tanto, el abogado frotaba su cara en el culo
de Paula, que lo mantenía bien paradito, erguido, tan blanco y puro como la piel
de un bebé. Por momentos también le apoyaba el bulto, ladeándose un poco hacia
un costado y el otro.
Cuando al fin se quitó el bóxer, temí lo peor.
Pero, solo se limitó a amasarle el culo con la verga, a pedirle que se la
manosee, y a recordarle que el objetivo final era comerle la conchita a su
hermana.
¡Dale Paula, que seguro la tiene limpita! ¡A
lo sumo, tendrá olorcito a pis, o a lechita de algún nene que se la cogió!, le
decía socarronamente, cerquita del oído cuando Paula le apretaba el pito con una
mano, la que antes debía procurar escupirse. Entonces, mi nena acató el pedido
del abogado como un principio moral inapelable.
¡Basta Cande, ahora abrí las piernas, y dejate
de mariconear!, le dijo Paula, antes de definitivamente incrustarle la lengua en
la conchita. ¡Fue increíble oír y ver el chapoteo de su lengua en los jugos de
mi nena! ¡se la revolvía rítmicamente, anexaba un dedito para encontrarse con
su clítoris, y la hacía gemir cuando de pronto le sacaba la lengua para
soplarla, o para inundarse con su aroma cuando la olía enceguecida. Ramírez por
momentos se pajeaba mirándolas, y en otros le pasaba la lengua por el medio de
las nalgas a Paula, diciendo: ¡Qué hermoso culito pendeja! ¿Ya te lo llenaron
de leche? ¿Te gusta sentir la pija en el culo? ¡Vamos, comete esa conchita,
hasta que te acabe en la carita!
¡sí papi, me encanta la verga en el culo… y me
vuelve loca que me lo llenen de leche!, dijo la desvergonzada, haciendo que mi
consolador se entierre sin escrúpulos en mi concha empapada, en unas
arremetidas que ya me arrancaba unos gemidos estruendosos. Recuerdo que puteaba
a mis hijas, que le pedía a ese idiota que se calle para oír mejor los besos de
Paula en la concha de su hermana, y que suplicaba por que Ramírez le diese un
buen chirlo. Ella se lo merecía por puta. ¿Cómo le iba a hablar de esa forma?
¿O yo merecía que me caguen a trompadas varios hombres por mi entrega
deshonesta?
Lo cierto es que, cuando Paula separó su
rostro del sexo de Candela, me tenté por saborearle esa vagina babeada,
sensible y a punto. Me preguntaba si alguna vez mis hijas se habían comido las
conchas en su pieza, y me recorrió un escalofrío de excitación que me quemaba
las entrañas. En ese momento Ramírez se acercó a Candela, blandió su pija
varias veces contra su conchita, y le pidió a Paula que empiece a besarla en la
boca. Ni bien Paula cumplió con su mandato atroz, el hijo de puta le enterró la
verga en la concha a Candela, comenzando a moverse con pausa, pero seguro,
sereno, aunque decidido. Cande se quejaba, pero Paula ahogaba sus gemidos con
besos cada vez más obscenos, ya que también le ponía sus tetotas en la boca, y
Cande se las chupaba. En ese instante vi que Paula se masturbaba mientras su
hermana le mordía las tetas, y Ramírez empezaba a bombear cada vez más rápido
en el interior de mi nena.
¿Querés que le dé la lechita a tu hermana? ¿O
la querés en el culo vos, guachita sucia?, le dijo Ramírez a Paula, agarrándola
de los pelos, en un impulso feroz, mientras Paula se atrevía escupirle la cara.
¡Quiero que mi hermanita y yo te la chupemos!
¿No querés ver cómo nos repartimos tu lechita papi?, le respondió Paula, como
sabiendo a la perfección el guión de las perversiones que les gusta oír a los
hombres. Ramírez sudaba a mares, martillando cada vez más enérgico en la
chuchita de mi Cande, que por momentos dejaba escapar algunas lágrimas.
¿Nunca te cogieron así bebé? ¿Te duele mucho?
¿La tiene muy grande el papito?, le decía el abogado, ahora cogiéndosela con
menos cuidado. Incluso sabiendo que estaba al borde de tirarla del somier. Pero
Paula lo convenció de que necesitaba la mamadera en la boca. ¡Esas fueron sus
audaces palabras para que al fin Ramírez se la saque un ratito a Cande! Casi
que luego de chasquear los dedos una vez, las dos se arrodillaron en el colchón,
bien pegaditas, mirándose con deseo. Paula le dio un beso en cada teta, y luego
le dijo bajito: ¡Escupime las gomas nena, dale!
Ramírez miraba embobado a un lado y al otro.
Hasta que se acercó a sus bocas, las que habían comenzado a devorarse como
babosas empedernidas, y Paula dio el primer zarpazo. Le manoteó el pito y lo
acercó a la boca de su hermana.
¡Chupá putita, dale, sacá la lengua, y después
empezá a chuparla!, le ordenó. Cande sacó la lengua, y Ramírez se la tocó con
los dedos. Luego le apoyó el glande, y empezó a pajearse contra su boca,
mientras Paula le lamía las bolas. Eso no pudo durar demasiado porque Ramírez
no era lo que se dice, un gran aguantador. Así que, de pronto manoteó a Candela
del pelo y se la encajó en la boca. Paula empezó a morderle el escroto, y a
recorrerle la zanja del culo con sus dedos babeados. Eso lo hacía gemir de
lujuria al muy estúpido. Hasta que recordó que él era quien impartía los roles.
¡Basta putitas! ¡Vamos, quiero las dos
boquitas en mi pija! ¡Y, las dos, quiero que se pajeen! ¡Vos pajeala a ella, y
que ella te pajee!, les pidió. Entonces, la cámara impune me mostraba cómo las
dos le escupían la verga al doctor, y cómo los dedos de Candela encontraban con
justicia y precisión el clítoris de Paula. Ramírez se hizo la paja con las
tetas de Paula, y se agachó para morderle las tetitas a Candela, mientras las
dos se daban más placer con sus dedos. Cande dijo un par de veces que tenía
ganas de hacer pichí. Pero Ramírez no la oyó, y Paula le dijo que seguro no era
eso.
Entonces, Paula se metió toda la verga de
Ramírez en la boca, y éste se la empezó a coger con todo. Se oían sus arcadas,
sus toses cuando le sacaba la pija de la garganta, sus eructos y contracciones.
También las palmadas que Candela le daba a su concha, y la cantidad de jugos
que atesoraba la chuchita de Cande cuando Paula se la revolvía estrepitosa y
repleta de ansiedades.
Al fin la boca de Candela atrapó aquel pedazo
babeado, con algunos resabio de su propia conchita tras haber sido penetrada
con la misma carne. Fue después que Ramírez le hubo escupido la cara a Paula, y
le olió las manos a las dos. Dijo que el olor a concha de Candela era más
atractivo, y que Paula tenía olor a putita. Le dio un cachetazo a Candela
porque, al parecer la guacha la mordió la pija, y luego todo fue calma. Solo
veía cómo Cande se atragantaba con su pija mientras Pauli le metía y sacaba los
dedos de la concha.
¿Querés que te meta un dedo en el culo nena?,
le dijo luego Paula, contando con la aprobación del doctor. Entonces, Candela
soltó un chillido amordazado por la pija de Ramírez, quien ahora la sostenía de
los pelos y le pedía que abra más la boca.
Pronto, Ramírez manoteó un bolsito que había
al lado del somier, el que hasta entonces no parecía importante, y extrajo de
él un pito de juguete. No tenía un tamaño considerable. Pero apenas se lo dio a
Paula para que empiece a chuparlo, comenzó a profundizar sus estocadas de pija
en la boca de Candela. Creo que la pobre estuvo más de un minuto y medio sin respirar.
Cuando al fin se la quitó, Candela reprodujo un eructo cargado de saliva y
asfixia que, determinó un fuerte empellón de mi consolador en lo profundo de mi
concha. A esa altura ya me lo había sacado para lamerlo y vuelto a meterlo en
mi vulva unas cuantas veces. mi bombacha colgaba de una de mis piernas, y mis
dedos estimulaban el hoyo de mi culo a placer, mientras veía cómo Candela ahora
le metía el juguete en la conchita a Paula, mientras ella se la mamaba a
Ramírez. Paula tenía muchos más conocimientos de cómo hacer un pete, y eso me
extasiaba por demás. Ella sabía cómo presionarle el tronco, cómo traerle la
lechita de la base a la punta con los dedos y los labios, cómo escupir, de qué
forma pegarse en la carita con su pija cada vez que la expulsaba de su boca,
cómo olerla y frotarla en sus tetas. Ramírez le pidió a Candela que le chupe el
culo, sin dejar de cogerle la conchita con el chiche a su hermana, y mi
preciosa lo hizo. ¡Jamás podía pensar en mi hija como en una asquerosa, una
putita sucia y obediente! Lo cierto es que, ni bien le separó las nalgas,
empezó a deslizarle la lengua de arriba hacia abajo, a escupirle el culo y a
besuquearle las bolas. De hecho, un par de veces las lenguas de mis nenas se
encontraron. Pero entonces, justo cuando Paula alcanzaba un orgasmo fatal,
gracias a los ensartes de aquel juguete, el que ahora manipulaba con una de sus
manos, Ramírez le hacía tragar toda su leche en un espasmo enloquecido, cargado
de insultos, jadeos como los de un animal salvaje y una fuerza inaudita en su
pubis contra la carita hermosa de mi Paula. Al mismo tiempo Candela se hacía
pis, todavía arrodillada con su lengua yendo y viniendo del culo a las bolas de
Ramírez. ¡Ni siquiera conmigo había sido tan expresivo, ni había soportado
tanto tiempo sin eyacular!
Luego, todo se quedó en blanco. De nuevo la
desesperación me carcomía. Pero no podía hacer nada. Ya había tenido varios
orgasmos, y mi cama era un asco por la cantidad de squirt que esas pendejas me
habían regalado. Entonces, las cámaras volvieron a proyectarlo todo. Ahora
Paula le ponía la bombacha a Candela, y Ramírez le ponía el corpiño.
¡Lo lamento bebé, pero las que se hacen pis
vuelven a casita todas meadas! ¡Por desgracia no tengo ropita de nena para
prestarte! ¡Dale Paula, vestila, que después ella te va a poner la ropita a
vos!, decía Ramírez, mientras servía más vino en la copa que había usado al
principio. Vi cómo Paula terminó de vestir a su hermana, y luego que Paula se
vestía solita, dando vueltitas como una modelo apenas estuvo en ropa interior,
y chupando por última vez el consolador que habitó en los rincones de su sexo
unos minutos atrás, mientras se ponía las zapatillas. Luego las dos se
levantaron del colchón, se dieron un beso en la boca, y Ramírez les ofreció un
buen trago de esa maldita copa. Les previno que vuelvan a sentarse una vez que
bebieron, y entonces, las dos cayeron rendidas de espaldas sobre el colchón. Me
aterré de inmediato. ¿Qué les había pasado? Parecían inertes, dormidas,
perdidas en el limbo, ausentes y extrañas. La cámara volvió a apagarse. Mi
desesperación fue mayor, mis
palpitaciones derrapaban por mis venas fuera de todo control posible. Pero
entonces, a los 5 minutos de mi colapso nervioso, recibí un llamado al celular.
¡Cecilia, no digas
nada y escuchame! ¿Soy tu abogado! ¡Gracias por todo! ¡Quedate tranquila, que
en una hora las nenas van a estar en la puerta de tu casa! ¡lo del dinero, es
un hecho! ¡Ya mismo lo deposito en tu cuenta bancaria! ¡Y no te preocupes, que
solo les di un somnífero muy fuerte para dormirlas! ¡Bueno, eso, y otra droga
para que me obedezcan en todo lo que se me antoje! ¡Si viste todo lo que son
capaces de hacer tus hijas, espero que no las castigues! ¡En el fondo, no eran
ellas! ¡Aunque, te digo, Paulita es una petera infernal!, me dijo Ramírez,
mucho más relajado y cínico, sin permitirme decirle una palabra. De hecho, ni
bien terminó con su discurso, me cortó el teléfono.
Revoleé el celular
al carajo, me puse un vestido cualquiera, y me senté en la computadora para
verificar que lo de la guita sea cierto. Efectivamente, había un millón de
pesos en mi cuenta. ¡No me entraba en la cabeza que ese pelotudo hubiese pagado
semejante locura por un fetiche! Pero mis nervios no iban a dejarme descansar
en paz hasta no ver a mis hijas. Pensaba en cómo las recibiría, si recordarían
algo de lo que vivieron, si sabrían de mi trato con Ramírez, y si eso fuera
cierto, cuál sería el grado de odio que me destinarían sus corazones.
Entonces, el timbre
me dio un latigazo en la espalda. Bajé las escaleras, tropezando con mis
propios pasos, y abrí la puerta, todavía con olor a concha en las manos.
¡Hola mami! ¡Dale,
correte que la Cande se hizo pis en el camino! ¡Dice que no sabe cómo pasó!,
dijo Paula, prácticamente empujándome de la puerta.
¡Sí ma, me re meé,
pero, no sé qué mierda me pasó!, agregó Cande, con los ojitos llenos de un
brillo especial. Ninguna de las dos recordaba nada! Paula tenía el bucito a
rallas manchado, y Cande un olor a pis que solo le recordaba cuando había
empezado a dejar los pañales. ¿Entonces, era cierto? ¿mis hijas le chuparon la
pija y el culo a ese tipo, se comieron la boca, se masturbaron, y todo frente a
cámaras, y no podían recordar nada? Fin
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Este es mi correo ambarzul28@gmail.com si quisieras sugerirme o contarme tus fantasías te leeré! gracias!
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Cafecito nacional de Ambarzul para mis lectores nacionales 😉
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