Me llamo Andrés, tengo 30 años y soy
carpintero gracias al legado de mi padre. Los que lo conocieron dicen que fue
un gran artesano de la madera, además de otras razones por las que enaltecían
su recuerdo. No llegué a conocerlo porque abandonó a mi madre y a mis hermanos
cuando apenas yo tenía dos meses de vida. Al parecer fue su elección, sabiendo
que no podía salir de aquel infierno turbio del alcohol, para no condenar a su
familia a la perdición. Aún así mi madre jamás le guardó rencor. Supe que murió
hace 3 años, solo y pobre. También me enteré que había tenido varios hijos. No
tuve ni un sentimiento de compasión hacia él. No derramé una sola lágrima
cuando un amigo me anotició de todo. Solo me partió el alma tener que consolar
a mi madre cuando supo la noticia.
Casualmente por esos días conocí a Natalia,
una chica encantadora, de mal genio pero dispuesta a sonreír con mis pavadas.
Fue en una peña folklórica. Ella acompañaba a una amiga que integraba un grupo
de danzas, y me fue imposible no distraerme cuando vi su cola preciosa,
mientras caminaba entre la gente. Lo segundo que escudriñé fueron sus ojos
celestes, su pelo lacio en una trenza bien llamativa, y su sonrisa cuando le
ofrecí un vaso de vino. Dijo que tenía 19, y que si su madre la veía media alegrona,
o con un vaso de vino, y peor aún, en esas condiciones hablando con un don
nadie la castigaría. Así son las madres
de las zonas rurales, un poco alejadas de las grandes ciudades. Me disculpé,
pero ella enseguida se prendió a tomar de mi vaso, sin despegar su mano de la
mía. En solo 5 o 6 tragos se bebió todo el vino, sin saber de los escalofríos
que me regalaba su tacto delicado. Enseguida se le pusieron los cachetes
colorados, y en solo unos minutos ya estábamos en el patio que había pegado al
salón, repleto de gente coreando chacareras y cuecas. Allí se oía amortiguado
un murmullo proveniente del escenario, que se apagó de inmediato cuando
nuestros labios se encontraron, nuestras lenguas se enroscaban y nuestros dedos
tallaban figuras indescriptibles por las espaldas de dos cuerpos estremecidos. Yo
no reparé en que mis manos buscaban mayor frenesí bajo su bombacha, justo sobre
sus nalgas tersas y abundantes. Lo noté cuando ella me dio una cachetada, diciéndome
bajito: ¡Sos un desubicado tarado! ¡Mejor me voy adentro! ¡Al final, mi madre
tiene razón! ¡Los hombres son unos lanzados!
Pero no la dejé ir, y ella no se negó a seguir
comiéndonos a besos y chupones ripiosos, bajo una luna cada vez más radiante en
el patio.
Esa noche no la vi marcharse. De hecho, le
pregunté a otra chica por ella. Pero no supo decirme por qué se había marchado.
Recién a la semana siguiente me la encontré en otra peña. Allí, desde que nos
reconocimos con las miradas, no nos despegamos ni un segundo. Esa vez le ofrecí
acompañarla a su casa. Ella no se mostró tan entusiasmada con eso, aunque se
subió a mi auto con los ojitos más brillosos que antes. También es cierto que
había tomado más vino que la primera vez. Allí, en mi auto, nos re comimos la
boca y el cuello, y el viaje duró el doble del trayecto hasta su casa, porque
yo hacía todo el tiempo que podía para seguir besándola y manoseándola. Me
hacía el que andaba perdido, y ella se reía iluminando más que las estrellas
del cielo cándido y sereno. Me sentía un ganador, y no quería dejarla ir.
A la semana nos pusimos de novios. Ella se
vino a vivir conmigo, y decidió ponerse a trabajar en la despensa familiar que
yo atendía por la mañana. De esa forma yo tenía más tiempo para dedicarme a la
carpintería.
Pasaron muchos días hasta que conocí a su
familia. Su padre había muerto. El tipo tuvo una conducta militar intachable, y
como inspirados en él, sus dos hermanos mayores siguieron su ejemplo. Ambos son
policías. Después viene una hermana que se fue del país. Después sigue ella,
pegadito Diego, luego Ezequiel, y por último Gabriela. La madre es una mujer
arruinada, poco afectuosa, con serios problemas de obesidad, viciosa de las
novelas y el cigarrillo, poco anfitriona y para nada amable. En esa casa vivía
ella con los tres más chicos. La casa solo cuenta con 2 habitaciones. Antes de
venirse conmigo Natalia compartía el cuarto con sus hermanos.
Les ofrecí ayuda conforme el tiempo iba
pasando, para acomodarles un poco la casa, y así puedan gozar de mejores
comodidades. Arreglé los techos y pinté las ventanas. Por ahí un domingo cortaba
el pasto, reparaba cañerías, o simplemente hacía el asado familiar para ellos.
A Nati no le parecía justo que yo me carbonice al lado de la parrilla, y que
los vagos de sus hermanos no me ofrezcan siquiera un vaso de agua.
No culpé jamás a mi novia por tener vergüenza
de su familia, pues, enseguida me enteré que sus 2 hermanos son chorros. Una
vez los reconocí en un asalto al carnicero de la esquina de mi casa. ¡No lo
podía creer! Ella no tenía nada que ver con esas turbulencias. Odia la
violencia, la intolerancia de la gente, lo desfachatadas que están las mujeres
hoy por hoy, y el asado no le hace mucha gracia que digamos. Dice que es comida
para reunir a los vagos.
Pero eso no era nada comparado con los
problemas de Gabriela. No solo había repetido primer año dos veces y
coleccionaba malas notas, aplazos y citaciones a su madre en su cuaderno de
comunicaciones por su inconducta. La madre ni quería enterarse de eso. A sus 14
años ya consumía mariguana, alcohol y, aunque solo cuando lograba robarle guita
a sus tíos, se mandaba algo de cocaína a la sangre. Además, para todos era
normal que en su casa se paseara en bolas o en calzones, siempre descalza y con
la cara desencajada. Fumaba mucho y no se cuidaba ni el pelo. Natalia sentía un
rechazo abismal hacia ella. Estaba cansada de intentar encarrilarla.
Cuando iba a buscar a mi reina, las veces que
me abría Gabriela, siempre me decía algo referido a lo sexual, o me miraba
mordiéndose los labios, o se apretaba un pecho mientras murmuraba cosas como:
¡Ya viene mi hermanita… se está poniendo linda para vos!
Un par de veces, cuando me saludó con un beso
en la mejilla, se atrevió a rozarme el paquete. Se lo oculté a Natalia, puesto
que no quería un escándalo. Además, pudo haber sido sin querer. Pero mi novia
no era ninguna tonta. Si se lo contaba, seguro la acusaría de provocadora, de
puta barata y vaya a saber de qué otras cosas.
Una vez me dijo: ¡Yo no sé si vos te das
cuenta… pero mi hermana está re alzada con vos… y te quiere coger! ¡No te le
acerques, ni para saludarla, porque la voy a tener que matar a piñas, y a vos
te la voy a tener que cortar!
Así de brava era Natalia cuando se refería a
su hermana, o cuando me celaba con la verdulera que vive a la vuelta de mi
casa. Le dije que no coincidía con sus apreciaciones, que es una nena para mí,
y que necesita ayuda. Discutimos un poco, y resolvimos que nosotros no somos
quienes debemos poner fin a todo eso, sino su madre, con ayuda terapéutica,
médica o como fuere.
El tiempo fue pasando, y yo buscaba por todos
los medios no pisar su casa. No quería malos entendidos, ni suposiciones, ni
cruzarme con la guacha. Pero cierto sábado tuve que ir, porque a Natalia le
habían robado el celular, y no teníamos otra forma de arreglar nuestro
encuentro. La vieja andaba descompuesta, y ella no pudo negarse a hacerle una
visita.
Me atendió Gabriela, luego de hacerme esperar
cerca de media hora bajo el sol primaveral de Mendoza. Estaba desnuda, con una
bombacha en la mano, agitada y sudada.
¡Nati se fue con la mami a la salita, pero si
querés pasá y, te hago un rico pete bombón!, dijo rutilante. Era obvio que la
sorprendí en plena cogida con alguno. Desde la puerta se oían sus gemidos, el crujido
del sillón destartalado del comedor y sus palabras sucias solicitándole la
lechita a un hombre sin rostro para mí. Pensé en que se le acercaba el año más
importante para las mujeres, y en lo que Natalia me había advertido. No me
entraba en la cabeza tanta locura en una guacha que apenas si sabía limpiarse
los mocos.
Realmente sus tetas eran cada vez más
voluptuosas y sus piernas tomaban mayor interés en los ojos del sol tan
masculino como ardiente.
Me fui de inmediato aquel sábado, y por
supuesto no le conté nada de aquello a Natalia. Pero todo terminó por estallar
un domingo nublado, ventoso y tenso por la última discusión con mi novia. Esta
vez fue por una escena de celos que yo le hice con uno de sus amigos que no me
caía muy bien. No era nada serio. Pero como ella es re polvorita no supimos
frenar los impulsos de la peleíta, y no fue tan sencillo encontrar un momento
para la reconciliación. Para colmo era el cumpleaños de mi suegra, y Natalia
tenía un malhumor de perros porque no sabía qué regalarle. Por otro lado no
quería ir a su casa. Hacía un mes atrás, uno de sus hermanos mayores atrapó a
Diego, uno de los chorritos, en un desarmadero de autos robados. Se armó una
balacera entre los capos de esa mafia y los milicos. Diego terminó en el
hospital a causa de un tiro en la panza y otro en un pie, ambos disparados por
su hermano. Por lo pronto, no compartiría el cumpleaños de su madre. Eso a Nati
la tenía peor. Siempre opinaba que sus hermanos eran unos desconsiderados,
egoístas y pelotudos.
Creo que para ponerle paños fríos a la
situación, se me ocurrió proponerle comprar y preparar el asado para todos.
Entonces su cara dibujó una sonrisa tan fresca como la mañana, y luego de su
beso apasionado me fui a comprar hasta un ramo de rosas para la vieja. En eso
Natalia no era difícil de convencer.
Cuando volví a casa cargué todo en la
camioneta, esperé a que ella se aliste, y un rato antes de las 12 ya estábamos
en la deprimente casa de mi suegra. Sus invitados eran su hermana Carmen, 3
amigas charlatanas y alcohólicas, una vecina con su bebé y sus hijos, Gabriela
y Ezequiel. La otra gran ausente era Flavia, la que vivía en Bolivia. Pero su
falta era justificable.
Cerca de las 3 de la tarde fui sirviendo
chorizo, morcilla, entraña, costillitas y algunos muslitos de pollo a los
platos de las señoras, que no paraban de echar humo, chusmeríos y recuerdos
poco felices. Gabriela todavía dormía porque había estado de joda en lo de una
amiguita, la excusó su madre. Ezequiel me ayudó en la parrilla, y aunque no
paraba de tomar vino en caja, hablamos de fútbol, de autos, y de una pibita muy
cheta que a él le gusta. Me pedía consejos para hablarle y todo. A él se le
hacía inalcanzable. Por eso pensaba en que para conquistarla, como mínimo tenía
que robar un banco. Lo saqué de esa idea como pude, o al menos él me dejó
tranquilo que no lo iba a hacer.
Pronto ya estábamos comiendo todos en la mesa.
Por supuesto, mi suegra ni se levantó de su silla especial. Estaba más gorda
que la última vez que la vi, más arrugada y con mayor incontinencia al pucho.
Luego Ezequiel se despatarró en el sillón y puso un partido en la tele. Las
señoras reían de chismes de gente que ni conozco. La prima le daba el pecho a
su bebé, y Natalia lavaba los platos, mientras yo traía la torta helada a la
mesa. La carne desapareció como si no hubiese alcanzado. Yo no llegué a comer
chorizo, ni entraña, ni morcilla. Eso me puso un poco caracúlico.
En ese momento siento que me pasa por detrás
una brisa fresca y veloz. Alguien pasó detrás de mí, pisando fuerte, aunque
intentando no ser advertido. Cuando miro mejor, descubro que no era otra que
Gabriela, en bombacha, con la mirada perdida, descalza y algo disfónica.
Natalia no disimuló su fastidio haciendo que
un vaso se le resbale de la mano, y se parta en el suelo con estrépito. Desde
entonces, todo se dio en simultáneo, como burlándose del buen gusto y las
buenas costumbres de cualquier familia que se represente como tal. La Gabi increpó
de una a su hermano mientras se le sentaba en las piernas, sin importarle que
hubiese oídos por todos lados: ¡Dale guacho, dame merca, que vos siempre tenés!
¡No te hagas el gil conmigo guacho!
Lo peor de todo era que las señoras parecían
no ver ni oír nada, más allá de su embriaguez y sus risas, como si estuviesen
en una reunión de brujas inconscientes. Al parecer, aquellas conductas se les
hacía habitual.
Ezequiel le tiró lo que le quedaba de vino en
las tetas, y ella insistió, ahora con su mano sobre su pija dura. Se le notaba
por lo ajustado de su short. Cosa que no es ilógica en un pendejo que se
alimenta más de la paja que de la comida.
¡Dale pendejo, no seas rata! ¿O te la tomaste
toda con la putita de la Gisela? ¿Por lo menos se afeitó la concha esa
bigotuda? ¿No tenés nada para tu borreguita?!, pronunció la Gabi, casi poniendo
sus pechos sobre el rostro de su hermano. Su voz articulaba cada palabra con la
experiencia de una prostituta de bajos recursos, pero con la seguridad de que
obtendría lo que se propusiese. Se movía frotándose en sus piernas, se rozaba
la vulva y se olía la mano, por momentos mordiéndose los labios.
Dejé de mirar la escena para calmar cuanto
pudiera a mi novia, que ya le decía de todo a su hermana. Hasta le sugerí irnos
a la mierda. Pero la Gabi no la escuchaba, y mi novia tampoco a mí. Las señoras
seguían en lo suyo, y la prima no le sacaba la teta de la boca al bebé.
La tensión crecía. Las mujeres seguían
bebiendo. Los ojos de Natalia parecían desintegrarse en lágrimas de odio puro.
La prima le cambiaba el pañal a su bebé, y yo temblaba con las cucharitas del
postre, todavía en las manos.
De repente veo a la Gabi arrodillada en el
piso con su cabeza sobre las piernas de su hermano, y a juzgar por las
expresiones del pibe, ella le tiraba los pelitos de las gambas y se las
pellizcaba, se las mordía, y no olvidaba ni por error su pedido de drogas. De
pronto le baja la bermuda con la facilidad propia de una experta, le friega la
cara en el bóxer, se lo muerde y estira con los dientes, le apoya las tetas en
la verga, mientras le susurra: ¡Dame falopa bebé, y te la mamo bien rico como
te gusta! ¡Si sos re cochino nene! ¡No te hagas el boludo! ¡Y, si me das
falopa, yo hablo con la Luly, y le digo que te la querés voltear!
No hubo necesidad que el pibe decidiera nada.
Ella le corrió el bóxer y se metió sin dudarlo su pija hinchada en la boca.
Comenzó a subir y bajar con habilidad, a chupar y regalarle unos sorbitos que
no podían atenuarse siquiera con el relator del partido en la tele. ¡Chicago y Platense!
El flaco jadeaba y tomaba fernet, sin responderle, pero jadeando apenas.
Al rato ella se sacó la bombacha, y él se la
quitó de la mano sin esfuerzo para olerla, siempre encendido por la boquita de
la Gabi en su pija. Vi que le lamió los huevos, que le escupió la panza y la
pija, que se la pasó por las tetas y que le dio un beso con lengua terrible, y
que luego volvió a bajar para seguir mamando, ya sin reprimir sus gemidos.
Entretanto Natalia discutía con su madre, por no detener tamaño desastre ante
sus narices.
Cuando me vio atento a las artes de su
hermana, Natalia me dio una cachetada que me devolvió a la realidad. Sentí
repugnancia por lo que hacía la Gabi con su hermano, que ya le pedía la leche
como si tuviese un doctorado de mamadora con honores internacionales.
¡Dame la lechita nene! ¿O te vas a ir a pajear
a la piecita? ¡Hoy no dejé ninguna bombacha sucia! damela toda turro, y después
me das lo mío, que quiero coger toda drogada, re loca, dame todo hijo de puta,
dale la meme a tu borreguita!, decía la Gabi totalmente envalentonada, mientras
Natalia le tiraba los pelos y le daba algunos sopapos, forcejeando también con
Ezequiel que no se resistía en sacar la pija de la boca de su hermana.
En ese momento creo que la Gabi, presa del
acorralamiento de Natalia y de las envestidas de su hermano, se hizo pis, con
toda la naturalidad del mundo.
Las mujeres seguían como en un teatro,
inmóviles y atónitas, pero incapaces de colaborar. En ese instante, no sé cómo
fue que la Gabi manoteó al pibe y se lo llevó a la pieza. Dejaron la puerta
abierta, por lo que, mientras Natalia me acusaba de pervertido por mirar y no
hacer nada, de que me calentaba la pendeja, y de un sinfín de incoherencias
más, podíamos escucharlos corretearse y pegarse.
¡Por eso te pasa todo lo que te pasa ma!
¡Porque vivís borracha, pelotuda, ciega, deprimida por lo mierda que fue tu
vida! ¡Ahí está lo que lograste! ¡Tenés dos hijos chorros, uno baleado en el
hospital, otra en la concha del pato, una guacha drogadicta que se mea encima
con 14 años, y yo, una pelotuda que se preocupa por vos! ¡Me cagaste la vida, a
mí, y a todos! ¡Por mí, morite gorda y en pedo en esa silla!, le gritó Natalia
a su madre, entre otras miles de acusaciones que no recuerdo. Yo seguía de pie,
observando atónito el cuadro del horror, y el charquito de pis que dejó la nena
en el piso. Vi que la prima volvía a darle de mamar a su niño, pero ahora
sentada en el sillón de la tragedia, y que la señora Carmen se esforzaba por
poner cara de circunstancia. Entonces, en el exacto momento en que mi suegra
cortaba la torta, como si todos fuésemos invisibles, Natalia me agarró de un
brazo y me hizo entrar en la habitación en la que habían entrado los pibes,
para luego cerrar la puerta con fuerza.
¡Ahora cagaste pendejo!, me dijo mientras se
quitaba la blusa y el corpiño. Mi cabeza ya no podía conectar la tierra con el
cielo. A mi alrededor varios cajones permanecían revueltos, y en la cama, Ezequiel
le lamía la vagina a la Gabi, ambos desnudos, y ella con toda la cara llena de
leche.
¡Me encanta tu concha borrega de mierda! ¡Te
voy a coger entera mami! ¡Hasta que te mees en mi pito… porque me encanta que
te hagas pichí!, dijo el pibe justo cuando Nati me bajaba el jean, se agachaba
y me decía pellizcándome la pija: ¡Ahora vas a mirar todo cerdo… mirala bien a
mi hermana, y calentate con ella!
La Gabi gemía apretándose las tetas, diciendo:
¡Chupá nene… y dame mi droga… quiero coger con todos… dame merca guachín!
Natalia me hizo chupar sus tetas con su piel
sudando bronca y rencor, y todo el tiempo giraba mi cara hacia sus hermanos,
para que no deje de mirarlos. Ahora la Gabi estaba boca abajo, y Ezequiel le
abría las nalgas para pasarle la lengua desde el inicio de su cola hasta su
conchita, deteniéndose un poco en su agujerito. La Gabi se retorcía de placer,
y el pendejo se pajeaba, cuando la lengua de mi novia ensalivaba mi ombligo,
sus manos me estrujaban la pija al punto de hacerme doler un poco y su voz
seguía apremiando mis insolencias visuales.
¡Cómo te tiene la puta esa! ¿Eeeh? ¡Y te la
querés coger seguro! ¿No? ¡Y acabarle en la cara a esa mocosa culo sucio!
Entonces la boca de Natalia se abrió a la
erección de mi verga venosa, y por unos segundos calmó la aflicción de mis
huevos al palo con unos lametones que eran como agua para el viajero del
desierto. Me dejó en soledad cuando vio que Ezequiel se le subió encima a la
Gabi dispuesto a polinizarle el chochito de semen. Lo bajó de una piña bien
puesta y le gritó: ¡Tomá turro de mierda, ponete un forro primero!
Entonces, vi atónito cómo ella misma se lo
ponía. ¡Le re miraba el pito a su hermano! ¿O, tal vez eran sensaciones mías? La
Gabi se levantó de la cama y empujó a su hermano en ella para sentarse en su
pija. Le entró de una en la concha, justo cuando ahora Natalia me peteaba con
violencia, escupidas, apretones y mordidas incontrolables. ¡Nunca lo había
hecho así!
La Gabi saltaba cabalgando feroz a su
hermanito, pidiéndole que le pegue y le arranque el pelo. La Nati lamía mis
huevos, y buscaba a pesar de mi resistencia meterme un dedo en el orto.
¡Pegame guacho! ¡Y cogé más, dale que no la
siento! ¡Cogeme putito, y te meo la verga, así cochino, dame pijaaa, uuuf,
sacame la calentura nene, dame droga gil, quiero garchar así!, gritaba la Gabi,
mientras la Nati se bajaba el pantalón y la bombacha de un tirón.
¡Tocame la concha pendejo… dale, y mirá cómo
coge la alzadita esa!, me exigió mi novia, a quien desconocía por completo. ¿También
era tan perversa como ellos? La cosa es que, cuando lo hice noté que la tenía
mojada y caliente. Me pidió que le meta 3 dedos y que los mueva. También que la
nalguee y le muerda los pezones.
El pibe de pronto parecía estar al borde de
acabar como un asesino, cuando la Gabi intensificaba su ritmo. Pero la guacha
salió de aquel tumultuoso galope, le sacó el forro con la boca y se consoló con
atragantarse con un lechazo abundante. Tanto que se le escapaba por los
costados de sus labios y la nariz. Los dedos de su hermano se le enterraban un
poco en la vagina, y otro en el culo mientras gemía, tragaba leche y eructaba.
La piba se puso un vestido suelto y largo, el pibe se puso el bóxer y salieron
de la pieza. Entonces yo tiré con furia a mi novia en la cama, le abrí las
piernas, la asfixié con su bombacha una vez que logré quitársela, probé los
jugos que se acumulaban en su sexo, y luego me le monté enceguecido para
calzarle la verga en la concha y sacudirla frenética, como a una yegua en celo.
Ella me mordía el cuello y arañaba mi espalda murmurando: ¿Te gustó verla coger
a la borrega? ¿Le viste las tetas y el orto? ¡Imagino que ya sabés por qué
todos le dicen borrega! ¡Porque se la pasa putoneando con todos!
Yo me la cogía sin pausa, sabiendo que la
puerta estaba abierta, pero que a nadie le importaba nada en absoluto. De
hecho, en un momento la prima de Natalia entró a cambiar a su bebé, y de paso a
cambiarse el pantalón. Los dos la vimos en bombacha, mirándonos coger como
animales voraces. Nadie se horrorizaba. Pensaba en la guachita comiéndole la
pija a tipos grandes, subiéndose a los camiones para dejarse manosear el orto,
mostrándole las gomas a los viejos, y la pija se me endurecía más adentro de la
conchita de mi novia, que ahora estaba desatada como una verdadera puta.
Natalia estaba enojada, y yo posiblemente asqueado por todo lo que viví en solo
unas horas. Pero perdí el control, y creo que no la ahorqué cuando la vi
lamiendo el forro usado que dejaron sus hermanos, sólo porque la amo. O, al
menos en ese momento mis sentimientos hacia ella eran esos. En ese preciso
momento derramé toda mi leche en su conchita en llamas, y no la dejé ponerse la
bombacha.
Salimos de la pieza sin hablarnos, y afuera las
señoras no paraban de chusmear entre mate y cigarro. La tele estaba apagada,
pero Ezequiel permanecía revoleado en el sillón. La Gabi barría la cocina por
orden de su madre y se subía el vestido cada vez que su hermana la miraba.
Nos fuimos en breve, y ese mismo día nos
tomamos un tiempo. No podía vivir preso de sus dudas, sus celos sin razón.
Aunque, aquella experiencia no me la olvido más. Fin
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Este es mi correo ambarzul28@gmail.com si quisieras sugerirme o contarme tus fantasías te leeré! gracias!
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Cafecito nacional de Ambarzul para mis lectores nacionales 😉
Que rico!!! Una situacion tensa que te pone la pija a mil. Me encanto!! Mjy buen relato. Con un gran final. Coger enojado es hermoso.
ResponderEliminar¡Hola! Estoy totalmente de acuerdo! la adrenalina de tener relaciones bajo esas situaciones es muy excitante. seguro que la novia del pibe se calentó tanto como él al ver a su hermana tan zafadita. ¡Gracias por el comentario!
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