Raquel y yo somos hermanas, y por cosas de la
vida vivimos juntas hace tres años. Yo tengo 40, y pese a los achaques del
tiempo me conservo saludable, enérgica y vital. Mi cola y mis pechos aún
guardan sus encantos, porque nunca dejé de ir al gimnasio como me lo recomendó
siempre mi mejor amiga.
No tengo hijos ni sobrinos por parte de
Raquel, pero sí por el lado de nuestro hermano mayor. No tenemos vicios
importantes, ni mascotas, ni demasiados rollos con el amor. Ella nunca tuvo un
novio formal, aunque siempre se las arreglaba para coger con el tipo que
quisiera. Siempre fue dueña de un talento natural para seducir y enamorar a
hombres, y mujeres.
Yo en cambio tuve dos relaciones fuertes, y a
los 25 años estuve al borde de casarme. Sin embargo, lo trunco, eso que no se
nos dio, o se escurrió en el tiempo, lejos estuvo de volvernos mujeres
rencorosas o histéricas.
Ella me lleva 5 años, y gracias a su profesión
de docente se la ve algo más agotada, rezongona y arruinada. Pero sus tetas son
dos motivos como para que varios casados piensen en pecar, hasta lograr el pase
directo al infierno. En ocasiones, la guacha llegó a revolcarse con un par de
esos hombres. A pesar que le excita ese riesgo desventurado para las pobres
cornudas ilusas, yo le hablaba para hacerla entrar en razones. Pero era inútil.
Además, tampoco iba a pelearme con mi hermana por ese asunto.
Sucede que una noche, en la que yo llegué de
la casa de una amiga con un hambre voraz, ella se había mandado unos tremendos
fideos con tuco. Había un vino en la mesa, dos copas, queso y jamón en una
tablita para picar, unas aceitunas, albondiguitas y algunas salsas. A veces le
daba por esperarme con una mesa a todo trapo. Entre nosotras, boludeábamos con
que ella era la esposa cocinerita que esperaba a su marido para masajearle los
pies. Me alegré por el recibimiento. Le di las gracias, y mientras hablábamos
de mi amiga y sus dramas, brindamos esperando a que esté el tuquito para los
fideos, los que seguro amasó con sus propias manos.
Le conté que la loca de mi amiga se encamó con
su hijo Raquel abrió los ojos como platos, pero no lo tomó como algo tan
terrible. Le expliqué que ahora no sabe qué hacer para no andar como una
desesperada pensando en su pija, y que está re celosa porque el pibe tiene
novia.
Me sorprendió que no la tome como a una
pervertida. De hecho, mientras volvía a rellenar nuestras copas de vino se
sinceró: ¡Y sí nena, no es para menos! ¡Yo si fuera la madre de ese pendejo, le
pego una flor de cogida, y si me coge bien, hasta le doy el culo te juro! ¡Es
un divino ese pendejo gordi!
Me reí, pero enseguida, hablando del tema
comprendí que no era solo un chiste. Mientras la ayudaba a servir los fideos me
confesó que le encantan los pendejos, que siempre atesoró la fantasía de
enfiestarse con varios, y que la pondría muy loquita que esos nenes recién
hayan terminado de jugar al fútbol.
No sabía si tomarla enserio, si ya el vino
hacía efecto en su mente, o si la abstinencia le estaba haciendo mal. Yo, ese
día me sentía con muchas ganas de coger, pero siempre intentaba no
demostrárselo ni a mi hermana. Aunque no hiciera falta. Ella sabía leerme como
nadie. Sin embargo, por alguna razón comencé a imaginarla rodeada de pitos
gordos, de huevos cargados de semen, y me encantaba la sensación de ponerme en
el lugar de su boca intentando elegir con cuál de esos pitos comenzar.
Al rato comíamos entusiasmadas, con una
musiquita relajante de fondo, y bebíamos divertidas. Hasta que, de pronto ella
empezó a insistirme para que yo le cuente mis fantasías más profundas y
recónditas..
¡Dale Ani, contame, si ya estamos grandes, y
son solo eso, fantasías! ¡Acá nadie te va a juzgar! ¡Somos hermanas tonti! ¿A
quién te gustaría bajarle la caña? ¿O tomarle la lechita?, dijo vaciando su
plato tras un último bocado abundante. Ni siquiera sé por qué lo hice. Suponía
que esos recuerdos, aquellas vívidas experiencias personales solo se anidarían
en mi cerebro para siempre. No obstante, comencé a hablar, y le confié que
muchas noches soñé que las dos teníamos una empleada en casa, que era una
pendeja no mayor a los 19, y que las dos nos propasábamos con ella. fue un
sueño recurrente, aunque no tengo bien en claro cuándo fue la primera vez que
lo soñé. Los cachetes se le enrojecieron con algo más de risa cuando le revelé
que siempre me despierto cuando la supuesta piba lava los platos. Yo me le
pongo atrás para bajarle la bombacha, ya que la tenemos siempre en ropita
interior, y al final, cuando me dispongo a comerle la conchita, ella entra con
su maletín de docente, y por poco me echa a la calle, gritándome que soy una
retorcida.
¡No te puedo creer! ¡Así que yo soy la mala!
¡Qué perversa que sos Anita! ¡Y después la degenerada soy yo! ¡Mirá, para que
te quedes tranquila, te aseguro que si eso fuera real, yo también me prendería
a comerle la concha a la empleadita!, decía descostillada de risa, aunque no
por eso sus palabras perdían seriedad. Y de repente, yo abrí la segunda botella
de vino mientras ella me proponía un trato. No sé cómo se le ocurrió semejante
disparate.
¡Qué te parece si contratamos a una guacha de
18 para que nos limpie la casa? ¡Total, acá está lleno de pendejas que, si le
tirás unos manguitos demás hacen lo que les pidas! ¡No sabés las putonas que
tengo de alumnas!, me decía, sosteniéndome la mirada. Le respondí que estaba en
pedo, aunque la idea me seducía. Eso para mí era absolutamente imposible. De
modo que, al rato me impresionó contándome de sus fantasías cumplidas.
¡Mirá Ana, esto queda acá, obvio! ¡Sé que
puedo confiar en vos! ¡Te cuento! ¡Yo le hice un pete al Pablito cuando cumplió
16, y a uno de sus amigos! ¡Ya sé que me vas a decir que es nuestro sobrino y
todo eso! ¡Pero te juro que lo vi con la pija re dura, porque para su cumple,
yo dormí en su pieza! ¿Te acordás?? ¡Y cuando entró en bolas después de
bañarse, creo que ni se acordó que yo estaba acostada! ¡Cuando se la vi no pude
conmigo! ¡Me senté en la cama mientras él buscaba un calzoncillo en un cajón!
¡Ahí se la toqué, la olí y me la metí en la boca para mamarlo todo! ¡El guacho
la re gozó, porque yo le pedía la lechita, y él me la dio toda!
No sé qué cara le habré puesto, pero
necesitaba saber más. Siempre admiré su desfachatez para llevar a cabo sus
aventuras.
¡Al amiguito se la mamé a los dos días! ¡Pablito
le contó lo que pasó, y le di mi celu! ¡Ya lo habíamos hablado ni bien me acabó
en la boca! ¡O sea, él le hizo gancho a su amigo conmigo, para que se la mame!
¡Según él, el flaquito todavía era virgo! ¿Cómo le iba a decir que no? ¡No hay
que esperar que a los nenes les duelan las bolitas!
Su comentario me hizo reír, cuando ya la
tercera botella de vino iba por la mitad. Yo sentía que la concha me quemaba de
calentura, y que mi bombacha no podía absorber más jugos. Raquel soltaba la
lengua, y me ponía al corriente de los detalles de la pija del amigo de Pablo,
y los ojitos le brillaban. Hasta me pareció imaginarme hilos de baba rodeándole
el mentón. Pero entonces, una nueva confesión.
¡Bueno nena, para que te escandalices más,
esta boquita también anduvo explorando alguna que otra bombachita en llamas!,
dijo de repente, cuando yo no podía controlar mi estallido de risa.
¿A quién
le comiste la concha? ¿A una de tus colegas maestras? ¡Vos siempre decís
que a esas les falta garchar como dios manda!, le largué totalmente relajada, citando
una típica frase de ella, satisfecha por la comida, pero acalorada por sus
vivencias.
¡No no, nada de eso! ¡No sé si vas a adivinar!
¡Pero bue, en fin, espero que no me juzgues! ¡También es de la familia!, dijo,
intentando ponerse seria. Cosa que le costaba un triunfo debido al alcohol en
su sangre.
¿Vos te acordás que la Ali, nuestra prima tuvo
una hija, que se llama Vanina? ¡Bueno, a ella! ¡Fue muy casual, diría que hasta
muy loco cómo pasó todo!, agregó, sin dejarme adivinar. De igual forma sentía
que no lograba hacer funcionar mi cerebro con lucidez.
¿Pero, Raquel, por dios! ¡Sí que me acuerdo!
¡Pero, esa nena, ni sé si llega a los 15 años! ¿Qué le hiciste?, le expresé, un
poco preocupada, pero caliente como una pava de lata. A esa altura bebía vino
para no quedarme sin hacer nada con las manos. Quise preparar café, pero no
tuve la valentía de pararme. Ya en la silla mi mareo era más que considerable.
¡Tiene 14 ahora! ¡Mirá, en realidad, esa tarde
fui a la casa de la Ali, a pagarle unos cosméticos! ¡Ella estaba meta discutir
con el marido! ¡Se decían cosas horribles! ¡Y, en el medio del griterío,
escuché la voz de la nena pedirles que por favor la corten! ¡Entonces, una vez
que toqué el timbre, el tipo se calmó de golpe! ¡él me abrió, y como seguro la
Ali le dijo que yo iría a pagarle los productos, me trató más que bien! ¡Me
hizo pasar, y entonces la vi a la negra, con los ojos hinchados! ¡Bueno, vos
sabés cómo son, y todo lo que le hablé! ¡La Ali no cambia más! ¡Se ve que le
gusta que ese negro la faje! ¡Todo el tiempo simulaban que no había pasado
nada, como siempre! ¡Pero, la cosa es que, al ratito, la Ali se fue a comprar
unas facturas, y el negro se puso a mirar televisión! ¡Siempre se rascó las
bolas ese idiota! ¡Entonces, apenas le pregunté por la Vani, y el negro me dijo
que seguro estaba en su pieza, jugando a estudiar, me mandé para allá!
Hizo una pausa, solo para tomar un trago de
vino, y para disfrutar de sus recuerdos. Yo la miré impaciente, y ella supo que
debía continuar.
¡Entré a la pieza, y la vi! ¡Pobrecita!
¡Estaba boca abajo, tirada en su camita, llorando y toda contracturada! ¡Como
tenía los pies descalzos le hice cosquillas! ¡Ahí recién supo que alguien había
entrado! ¡Me miró, y trató de limpiarse las lágrimas con la almohada! ¡Yo le
acaricié la espalda, le di unas palmaditas en la cola y le dije que ya pasó,
que todo va a ser distinto, y bueno, lo que se me iba ocurriendo! ¡Seguí
haciéndole cosquillas en los pies, atrás de las rodillas y en las axilas, para
escucharla reír! ¡Pero de repente, No sé qué me pasó Ani! ¡El vestidito que
tenía se le subió entre cosquillitas y palmaditas hasta la cola! ¡Te juro que
cuando le vi la bombachita rosada partiéndole ese pedazo de orto que tiene, se
me hizo agua la boca, y no lo desaproveché! ¡Le mordí la cola, primero una
nalga y luego la otra! ¡Le di un chirlo, invitándola a que deje de lloriquear,
y le di unos besitos en las pantorrillas, los muslos y la espalda! ¡La pendeja
empezó a tiritar Ana! ¡Es más, hasta se llevó una mano a las tetas! ¡Yo pensé que
se iba a sonar los mocos o algo de eso! ¡cuando le di un beso en la cola, la
escuché gemir, y me desbordé! ¡Le abrí el culo, y le eché una escupidita,
diciéndole que era para refrescarle la cola, suponiendo que se iba a reír, o me
iba a mandar al carajo! ¡Para mí la Vani era una nena inocente! ¿Podés creer
que la guacha me pidió que le saque la bombacha? ¿Dale tía, sacame la bombacha
y chupame ahí abajo tía, por favor, que me vuelve loca, me dijo!, recordó
aquellas palabras simulando poner una voz aniñada.
¿Y vos qué hiciste?, le pregunté, tan ilusa
como el sin fin de flujos que me transgredían cada músculo de la vagina.
¡Se la saqué, la di vuelta, le abrí las
piernitas y empecé a darle besitos en la chuchita! ¡Por dios Ani! ¡No sabés
cómo se retorcía! ¡Y ni hablar cuando le introduje la lengua! ¡Ese gustito
salado, con ese olorcito a transpiración, a pis de nena, y a calentura, me
enloquecía! ¡Mientras le daba besitos, la guacha me confesó que ya lo hizo
muchas veces con una amiguita del colegio, que las dos se chupan las conchitas!
¿La nena iba a estudiar a su casa, y terminaban bajándose las bombachas! ¿Podés
creerlo?, me decía, elevando aún más el tono de su voz, como no pudiendo creer
en la rapidez de las resoluciones de los adolescentes de estos tiempos.
Esa noche se hizo de madrugada, y la vorágine
de nuestras actividades nos condujeron a la cama. Claro que, el beso de las
buenas noches entre Raquel y yo pareció confundirme. Y más cuando sentí el
tacto de sus tetas en mis hombros cuando intenté ayudarla a caminar hasta su
cuarto. Estaba tan borracha la pobre, que no sé cómo recobró fuerzas para
levantarse al otro día. Al ratito, yo estaba en mi cama, pajeándome como una
puerca, desnuda y pensando en mi hermana con la pija de mi sobrino en la boca, y
en el otro pibito chupándole las tetas. También visualicé a la empleadita de
mis sueños recurrentes, trapeando el piso con un vestidito corto y sin
bombachita. Claro que, le dediqué mi orgasmo final a las sensaciones que debió
sentir Vanina en su vagina, con la lengua y el olfato de mi hermana
recorriéndola por completo. ¡No podía parar de imaginarla castigándole la cola
con un látigo, mientras le metía un vibrador en la vagina! Al otro día, por
supuesto que las dos le echaríamos la culpa al vino, y al frizze que abrió
Raquel para brindar por última vez. De igual modo, a pesar que sabía que mi
hermana no era de pajearse, la imaginé metiéndose un chiche en la argolla
después de lamerlo. Ardía en ganas de ser una partícula de aire entre sus sábanas
para conocer el río de flujos que seguro había en su bombacha. ¡Esa noche perdí
la cuenta de la cantidad de veces que acabé!
Al día siguiente, al regresar de la mercería
en la que trabajo, descubrí con cierta preocupación que la puerta de calle
estaba sin llave. Me desconcerté, y enseguida me culpé por ser una colgada. A
veces solía olvidarme de asegurar las puertas cuando salgo apurada. Pero cuando
llegué al living, me la encontré a Raquel, sentada en el sillón, charlando muy
a gusto con una chica. Nunca en la vida la había visto. Además, ninguna de las
dos somos de entrar gente extraña a la casa.
¡Anita, llegaste! ¡Qué bueno! ¡Mirá… te
presento a Cecilia… tiene 18, todavía no termina el secundario y necesita
trabajar! ¿Qué te parece? ¡Ella dice que no tiene problemas en hacer todo lo
que le pidamos!, me puso al tanto mi hermana, mientras yo dejaba mi cartera en
una silla, totalmente atónita.
Examiné detenidamente a Ceci, y no necesité
mucho tiempo para determinar que era de condición muy humilde. Tenía las
zapatillas hechas moco, el pelo matado por las tinturas, un pantalón con
agujeritos en las rodillas, una carita de hambre aunque con una pancita
importante, y sus expresiones no eran muy delicadas, ni del todo femeninas. No
quería preguntar de dónde se conocían, por más que me matara la intriga. La
chica me miraba indiferente, como con cierta incomodidad.
Pero enseguida Raquel rompió el hielo cuando
le dijo: ¡A ver Ceci… parate un poquito… queremos verte bien! ¡Aaah, y subite
la remerita!
Cecilia hizo exactamente lo que le indicó mi
hermana. Raquel suspiró, y yo le clavé los ojos en las gomas. Eran divinas.
Realmente, tenía pinta de ser más chiquita, pero su documento no mentía. Raquel
me lo mostró, y además de eso me dio una billetera y un celular apagado.
Después se levantó para llamarme aparte en la cocina, dejando a la chica parada
en el medio del living.
¿Qué pensás? ¿La tomamos por unos días para
ver cómo se porta? ¿Te calienta esta pendejita sucia?! ¿Se parece a la mucamita
de tus sueños?, me dijo con el culo apoyado en la mesa, cuando yo miraba al
techo. Le pedí explicaciones. Pero ella se limitaba a chasquear la lengua, a
toser nerviosa y a buscar mi complicidad.
Al fin le dije que sí entusiasmada, perpleja
todavía, pero llena de curiosidades.
¡Yo me hago cargo de su sueldito! ¡Así que, si
te parece, la probamos por unos días! ¡Imagino que tenés ganas de divertirte!,
insistió, bajando la voz para que nuestra invitada no pueda escucharnos.
¡Ceci, necesitamos que dejes la cocina
impecable! ¡En el bajo mesada, a la derecha tenés todos los productos de
limpieza que quieras! ¡Depende de tu comportamiento y desempeño, te decimos si
te empleamos! ¿Dale? ¡Pero, antes sacate las zapatillas, la remerita y el
pantalón!, le ordenó Raquel tras convenirlo conmigo. Las dos habíamos vuelto al
living, y ella seguía paradita, con los brazos cruzados por encima de sus
tetas.
Cecilia, a quien recién le conocía la voz,
apenas murmuró: ¡Pero, ¿Por qué me tengo que sacar la ropa? ¡No entiendo!
¡Vos hacelo, y te pagamos el doble!, le dije
resuelta pero nerviosa. De repente sentía que yo debía asumir riesgos para
estar a la altura de mi hermana. Entonces, Raquel y yo nos sentamos en el sillón
a charlar. Ella encendió la tele y puso un noticiero cualquiera. Por eso Ceci
no la escuchaba cuando me murmuraba intrigante: ¡Mirale el calzón… hay que
comprarle ropita! ¡Pobrecita no? ¡Parece que está nerviosa tu nena! ¡Te la
querés comer toda! ¿Ya se te moja la conchita por ella? ¿Alguna vez te pasó eso
con alguna mujer?
La verdad es que, verla fregar la mesada,
lavar tazas, ordenar las sillas, trapear el piso y preparar café, en bombacha y
corpiño por espacio de una hora me estaba enloqueciendo. A Raquel se le ocurrió
pedirles dos cafés cuando Cecilia fregaba la mesada, para que nos sirva. Cuando
nos lo trajo sentí que una electricidad me recorría todo el cuerpo, porque su
olorcito a pendeja me erotizó más que el café fragante y a punto. No lo soporté
un segundo más. Mis ojos se perdían en esa barriguita y esos pomelitos rosados.
Por eso me levanté para agradecerle con un beso en la boca, mientras con una
mano le bajaba un poquito la bombacha. Era una bedetina blanca con puntillitas,
y un corazón en la parte de la cola.
¿Qué me hace señora? ¿Qué le pasa?, pudo
susurrar, antes de que mi lengua entre de lleno entre sus labios finos. Aunque
no tardó en ordenarle a su lengua que se choque con la mía, que chapotee en mi
boca abierta y me lama la nariz. El sabor de su aliento y su saliva desató en
mi piel un fuego intenso, mientras Raquel le acariciaba las nalguitas y le
desprendía el corpiñito. Ella suspiraba observando los chupones que nos dábamos
con la nena, ahora desconcertada por mi actitud de no retroceder.
¡Vos no hables, y dejate llevar!, le dijo mi
hermana con toda la cancha del mundo, conduciéndola al sillón para recostarla
boca arriba.
¡Vení Ani! ¡Chupale las tetitas! ¡Y vos abrí
las piernitas chiquitina!, nos reclamó Raquel, impulsándome a cometer un
pezonicidio con mi lengua. Se las chupé, saboreé cada rincón de sus tetas,
estiré sus pezones en mi boca, lamí extasiada lo dulce de su piel tersa, tibia
y casi tan comestible como los gemiditos que se le escapaban, y ahogué los míos
en su pancita preciosa, besuqueándosela como si no hubiese un mañana. Cecilia
tenía sus ojitos verdes cerrados, sus manos sobre mi cabeza, los pies
estremecidos porque mi hermana se los besaba, y la mantenía con las piernas
abiertas, porque quería comprobar si se le mojaba la bombacha.
¡Sí Ana, lo estás haciendo bien nena! ¡La
tenés entregadita! ¡Al final resultaste ser una experta putona, hermanita!, me
estimulaba Raquel, estirándole las gambas a la pibita, como si la estuviese
ayudando a elongar los músculos. Ceci comenzaba a gemir suavecito, y a quejarse
cuando Raquel le pellizcaba las piernas, o le mordía algún dedito del pie.
Entonces, creí que podía entrar en estado de
shock cuando mi hermana me indicó con impaciencia y sensualidad: ¡Te toca a vos
ahora nena! ¡Sacale la bombachita y cométela toda!
Sabiendo los peligros que corría mi sexo a
disposición de esa nena, me dirigí a Raquel con un gesto para que me deje a
solas con ella. Por eso, agarré de la mano a Cecilia y me la llevé a la pieza
de mi hermana, que tiene una confortable cama de dos plazas. Raquel pareció impresionada
por mi determinación. Pero no se interpuso a mis planes.
Ni bien entramos a la pieza tenuemente
iluminada, primero le comí la boca contra la pared. Después le di un chirlo en
el culo, y luego le manoseé las tetas, tras pedirle que me escupa las manos. De
repente me sentía como una leona en celo. Jamás había tenido estas reacciones.
Pero me moría de ganas de poseerla, cogerle la conchita con los dedos y la
lengua, desflorarle el culito con mi consolador preferido, y obligarla a
mamarme las tetas toda la noche. Entonces, abrí la cama, le saqué la bombacha,
y al llevarla a mi nariz para olerla enceguecida, dejé que ese néctar se funda
en el aire que respiraba para que mi cerebro se desnude ante los morbos más
secretos de mi sangre. Era una mezcla de olor a conchita y a pis que me
martirizaba. Pero todavía no me atrevía a probar su vagina peludita, de labios
pequeños y brillosos, quizás por algunas gotitas de flujo, inevitables por el
cachondeo que vivimos en el living.
De repente Raquel golpeó la puerta, y como no
llegué a responderle, porque yo estaba acomodando a la nena en la cama, entró.
Entonces le pedí que se quede un ratito con ella, que yo iría de un pique a la
farmacia de en frente y volvía. Ella se quedó tan enrarecida como yo. De hecho,
hasta me preguntó si me sentía bien. Pero algo en mi mente activó a la fantasía
que más me conmovía, y que nunca me atreví a concretar. Sentía que no había
marcha atrás, y tampoco podía perder tiempo explicándoselo a Raquel. Necesitaba
consumar mi calentura en la piel de esa nena urgente.
Manoteé mi cartera y salí a la farmacia. Allí
compré pañales para adultos, dos chupetes rosados, una mamadera, perfume de
bebé y un babero. Noté la extrañeza de la cajera que me atendió por el pedido.
Pero no me importaba. También me sentía observada caminando por la calle,
sabiendo las cosas que llevaba. Los pezones me crepitaban con un ardor
semejante a una fiebre desconocida. ¡Nada deseaba más que volver a casa!
Al regresar a la pieza, vi que Raquel estaba
con las tetas al aire, y Cecilia permanecía parada y desnuda contra el ropero.
¡Llegué chicas! ¿Qué tenías pensado hacerle a
mi bebé?, le dije a Raquel, alimentando a una especie de celos sin sentido,
como si fuese una madre primeriza.
¡Nada nada, solo, quería darle un poquito de
teta! ¡Estaba a punto de ponerse a llorar la chiquita!, decía Raquel, mientras
la llevaba a la cama. Me calenté como una perra al verle las tetas rodeadas de
baba. Evidentemente Cecilia se las había chupado un ratito. Pero más me
motivaba que Raquel haya interpretado mi juego a la perfección.
Entonces, yo misma vestí a la pibita como a
toda una beba. La perfumé y le hice dos colitas en el pelo, y la acosté bajo
las sábanas. Le pedí a Raquel que prepare chocolatada caliente y que la sirva
en la mamadera que traje. Allí recién se puso a inspeccionar la bolsita de la
farmacia que había dejado en la punta de la cama, mientras yo le acariciaba los
piecitos a Cecilia. No entendía nada. Cuando vio los pañales suspiró como si yo
fuese una pervertida sin causa. Pero acudió a cumplir con mi consigna. De
repente pareció comprenderlo todo. Entonces, la vi salir de la pieza, tan sorprendida
como excitada. Se le re notaba en la carita.
Para cuando llegó con la leche, yo ya estaba
en calzones, acostada al lado de Cecilia, y haciéndole chupar mis tetas, como
toda una madre dedicada. A la pendeja le gustaba ese fetiche, porque el brillo
de sus ojos se enternecía cada vez más, casi tanto como los de Raquel al ver
semejante espectáculo. ¡No podía entender cómo esa nena conectó tan bien con
las ansias de mis perversiones!
¡A ver, abrí la boquita Ceci, que la tía te va
a dar la mema… y más vale que te la tomes toda, como en el cole! ¡Seguro que
chupás muchas pijitas vos! ¿No?!, pronunció Raquel, rozándole los labios con la
mamadera, cuando yo la tenía sentada sobre mí, y con mis manos le acariciaba
sus tetas turgentes. Frotaba mi concha en su pañal, que corría el riesgo de
desbordarse por la colita que tenía, y Raquel le ensuciaba las tetas al
volcarle un poco de leche, con toda la intención de hacerlo. La muy cochina de
mi hermana se animó a lamérselas, y a comerle la boca, mientras mi mano hurgaba
en su pañal para verificar que no se hubiese hecho pis, como Raquel se lo pedía
impaciente.
¡Escuchame pibita, y una vez que te tomes la
lechita, hacete pis encima bebé, que tu mami te cambia el pañal! ¿Te encanta
ser nuestra perrita obediente, no chiquita?!, dijo ella pasándole un chupete
por toda la cara, el que ambas lamieron juntas.
Mi dedo ya entraba en su vagina híper mojada,
y una de las manos de Cecilia masajeaba mi vulva sobre mi bombacha. Hasta que
no quise más de ese sádico tormento. El olor del pelo de Cecilia, las gotitas
de leche de la mamadera pegoteándole la panza, los besos que le daba Raquel, y
las succiones que se oían al chupete, o a las tetas de mi hermana, hicieron que
la brutalidad de mis movimientos obliguen a la manito de esa pendeja a frotarme
el clítoris con toda la vehemencia que encontré. Pero de pronto, me recosté
completamente y me acomodé la cola de la guacha sobre las tetas, una vez que
Raquel le sacó el pañal, y le di todas las libertades a mi lengua para que se
deleite con la textura, los olores, las humedades y contracciones de su
conchita sensible. Le lamí el clítoris a placer, hice que mi saliva se confunda
con sus flujos y algún que otro hilito de pis involuntario, navegué con mis
dedos en el interior cálido de su vagina tan necesaria para mi ser, y dejé que
Raquel le coma las lolas, y le friccione las suyas contra su cara, que la
obligue a oler su pañalín y que le pida que gima más fuerte.
Su cola pegada a mis tetas me llenaba de
conmociones, y cuando al fin acabó en mi boca sentí que mis fantasías abrían
nuevos umbrales para probar el pecado de diferentes formas.
¡Pajeame nena, frotame la concha putita!, le
pedí a mi hermana, mientras Cecilia tenía un delicioso squirt en mi boca. Sabía
que no era pis, porque estaba informada del tema. Entonces, ni bien los dedos
de mi hermana dieron con mi botoncito erecto, una vez que me tironeó la
bombacha empapada, comencé a beberme todo lo que fluía de esa conchita
preciosa, mientras Raquel me golpeteaba la concha, rozaba mi clítoris, y me
hacía aullar cuando al fin acabé como hacía añares no me sucedía.
Naturalmente, Cecilia fue contratada por
mérito propio. ¡Además de ser nuestra mucamita, juega a ser mi hija y la
sobrina perversa de Raquel! Ella me puso al tanto de todo. Cecilia es una de
sus alumna del secundario, y necesitaba varios aprobados para no decepcionar a
sus padres. Así que, mientras mi hermana le regala notas, Cecilia cobra un
dinerito trabajando para nosotras, convirtiéndose en nuestra perrita, nuestro
trapo de piso, nuestra bebota, y en la mejor lame conchas que alguna vez
pudimos encontrar. Fin
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Este es mi correo ambarzul28@gmail.com si quisieras sugerirme o contarme tus fantasías te leeré! gracias!
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Cafecito nacional de Ambarzul para mis lectores nacionales 😉
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