Sandra y Milena son madre e hija, y juntas
están acostadas en una confortable cama de dos plazas, ubicada al centro de un
dormitorio magnífico, de luminosas cortinas, muebles de estilo antiguo pero de
buen gusto, silencioso y templado, cuando afuera la noche amenaza con venirse
abajo entre nubarrones, un viento intenso y algunos ruidos en el cielo. Esa
noche están solas, como casi todos los viernes, en que el hermano mayor de
Milena, Gonzalo, sale a bolichear con amigos, disfrutando de las libertades
extremas que la educación de su madre le ofrece desde que comenzó el
secundario. El plan inicial era ver una película, pero como la señal televisiva
se vio interrumpida por el estrépito de los rayos y refucilos, no les queda
otra que hablar. Eso nunca se le dio bien a Sandra, y Milena pocas veces se
sintió verdaderamente escuchada por su madre.
Sandra nota cierta impaciencia en los
movimientos de su hija. La conoce, y sabe que cuando está ansiosa no para de
dar vueltas en la cama.
¿Estás bien Mile? ¿Te pasa algo?!, dice algo
pensativa la mujer mientras apaga la lámpara de su mesita de luz.
¡Nada ma, estoy bien! ¡Solo que, a veces me
pregunto algunas cosas, y, nada, eso!, expresa la chica, un poco incierta,
misteriosa y, tan solo con una bombacha blanca con lunares y puntillas rodeando
su cintura, y cubriendo sus partes nobles.
¿Qué te andás preguntando cielo? ¿Qué pasa por
esa cabecita?!, averigua tiernamente la mujer, cuando algunos gotones salpican
el ventanal desde el piso hasta el techo al estrellarse en la terraza. También
se oye el motor de algunos autos, y el maullido de un gato. La mujer ruega que
no sea el miserable gato del vecino, que dos por tres suele mear la ventana que
da a la cocina de la casa.
¡No sé ma… es que… nunca supe… digo… por ahí…
¿Por qué nunca me pegaste ma? ¡La madre de la Nati hasta el día de hoy le
tironea el pelo para que no salga a la calle sin arreglar su cuarto! ¡O, a
veces para que no diga guarangadas frente a sus abuelos! ¡Los padres de Romina
la encierran en el baño si no hace lo que le piden, o si se lleva materias la
cagan a cintazos, y le hacen lavar la ropa de toda la familia durante un mes!,
expone Milena tomando cada vez más coraje, sintiendo que sus pulsaciones son
como un bombo de cuero tenso resonando en sus sienes.
¡Bueno Mile… no sé… supongo que, vos siempre
fuiste una buena hija! ¡Pero aparte, qué horror! ¡Esos padres son muy crueles,
sádicos y, no sé! ¡No creo que sea necesario aplicar la violencia para poner
límites! ¡El amor, el cariño, la confianza de un hijo no se ganan de esas
formas!, reflexiona Sandra acariciándole la frente, sin saber que el roce
accidental de su mano en uno de los pezones desnudos de la joven le descarga un
acorde melodioso en su interior, el que aún no sabe descifrar. Milena tenía
unas ganas insoportables de masturbarse que arrastraba de algunos días. Pero el
pudor seguía hechizándola.
¡No sé ma, la Nati es una rebelde, y a veces
al pedo! ¡Le roba plata a su abuela, le trucha la firma a la madre cuando tiene
alguna citación de la escuela por sus contestaciones, y es re guaranga! ¿Nunca
te pusiste a pensar que, tal vez ellos necesitan una buena paliza?!, cuestiona
Milena, mientras siente un subidón de energías extrañas, y acude al llamado de
su sexo al palparse la vulva sobre su bombacha, accidentalmente, y frota su
cola tierna, imponente y carnosa en la sábana para regalarse otro vestigio de
placer.
¡No Milena, no creo eso! ¡Yo no actuaría así!,
sentencia la mujer algo sorprendida, y hasta molesta.
¿Y papi qué pensaba? ¿Por qué él tampoco nunca
nos pegó? ¡Bueno, a mí seguro que no! ¡Al Gonza no sé!, insiste la muchacha.
¡Mirá amor… tu papá y yo siempre estuvimos de
acuerdo en la crianza que les dimos! ¡El día que murió me hizo prometerle que
jamás les levantaría la mano, y así fue! ¡Además, no lo necesitaron! ¡Los dos
son mis hijitos del corazón!, dice Sandra con melancolía, pero es interrumpida
por Milena.
¡Bueno, bue, eso ya lo sabemos ma! ¿Pero,
nunca tuviste ganas de darnos una cachetada? ¿O de bajarnos el pantalón y
darnos un buen cinturonazo en la cola? ¿O de llevarnos a la ducha de los pelos
cuando no nos queríamos bañar? ¿O a mí, ganas de refregarme la nariz en mi
propia ropa, o en las sábanas cuando me hacía pichí encima? ¡Seguro el Gonzalo
dejaba las sábanas llenas de semen! ¿No te daba asco? ¿Ganas de darle un bife
cuando lo hacía? ¿O cuando no te escuchaba por usar auriculares?
¡Basta Milena! ¡No son así las cosas! ¿Cómo
les iba a hacer eso? ¡Soy una madre, y no una, una… ¡Además no sé qué bicho te
picó nena! ¡Muchos habrían querido tener unos padres que….!, deja sin completar
Sandra, porque la chica toma la palabra.
¡Unos padres permisivos? ¿Que nos compraban
con boludeces para que no los escuchemos discutir? ¿Aburridos? ¿Formales? ¿Religiosos?
¿Eso decís? ¡No creo que eso sea bueno, porque yo al menos necesité otras
cosas! ¡No sé… límites… un buen chirlo! ¿Además, de dónde sacaste que soy, o
que fui una buena hija? ¡Hay muchas cosas que no sabés de mí, ni de Gonza!
¡Hija, yo trabajo como una infeliz para que
nunca les falte nada, y siempre lo hice, y no me quejo! ¡Y claro que, bueno,
por ahí me faltó tiempo para acompañarlos como vos decís, o ustedes, querían!,
intenta hilar Sandra, acalorada y con los ojos sombríos.
¡No ma, no hablo de eso! ¡Digo que, vos no te
imaginás las cosas que hicimos Gonzalo y yo! ¡Pero yo hablo por mí! ¡Hace dos
años que fumo mariguana, que me hice un tatuaje en un cachete de la cola, y que
perdí la virginidad! ¡Supongo que no creerás que tengo la concha cerradita
todavía no?!, ironiza la joven sin ataduras.
¡Mile, por dios, ¿Qué estás diciendo?!, se
horroriza la madre con un nudo en la garganta, mientras la nena se estira un
pezón. Ahora tiene más ganas de masturbarse, y la idea de su plan por ahora le
resulta, en cierta forma satisfactoria.
¡La verdad mujer! ¡Abrí los ojos! ¡Nunca fui
la nenita buena que creés! ¡Para aprobar historia me re copié! ¡Le pagué a
Lucas para que me haga los prácticos de psicología! ¡Le chupé la pija al profe
de gimnasia para que me perdone las faltas! ¡Te robé el auto un par de veces
para irme al parque con Mirko, porque, nos encantaba coger ahí, y…, intenta reconstruir
Milena mientras su madre entra en cólera.
¿Qué mierda te pasa pendeja? ¡Supongo que todo
esto es un chiste… o no sé! ¡Explicame porque no entiendo un cuerno!, exige la señora
con lágrimas dolientes en sus pómulos, sin calma y aterrada.
¡No hay nada que explicar ma! ¡Te estoy siendo
sincera! ¡Siempre fui una putita, y me encanta!¡Aparte vos nunca entendés nada!
¡Pensar que para el abuelo soy una princesa! ¡Pero él no sabe que me gusta
chupar pijas, ni que me trago la lechita, o que me revolqué con el primo Fede,
ni que… que…
¡Milena, un poco de respeto por favor, que el
abu te quería mucho!, pide la señora con ganas de corregirla de alguna forma, o
de apagarle la voz.
¡Sí, me quería… me quería voltear! ¡Además el
vieji me re miraba la cola! ¡Ustedes, porque los adultos se hacen los
estúpidos! ¡Aparte de todo eso, Gonza y yo hicimos el amor en tu cama, en esta
misma cama! ¡No sabés cómo se pone cuando le chupo la pija! ¡Y lo rico que me
succiona los pezones!, pregona la chica, sin evitar una fuga de un gemidito, ya
que su índice acaba de transgredir el postigo de flujos que hay en la entrada
de su vulva. Lo mueve, se frota apenas el clítoris con el pulgar, y siente que
el roce de su bombacha la erotiza.
¿Hija, qué carajo estás diciendo? ¡Eso no
puede ser cierto! ¡Vos, y Gonzalo… no… eso no es… ¿Cómo pudo ser posible? ¡Vos
lo calentaste seguro, ¿No, pendeja trola?!, se enfurece Sandra al borde de
darle una cachetada. Sus manos resisten cada vez menos la tentación de golpearla,
pero se contiene hasta una nueva y deshonesta confesión más. En un momento cree
que vuelve la luz por el juego de luminosidades que aturdía al cielo.
¡Y vos también tenés lo tuyo ma! ¡No creas que
no lo sé! ¡El sábado vi cómo peteabas al chico que te trae las ensaladitas para
tus dietas! ¡No se lo conté a Gonza todavía, así que quedate tranquila!, dice
Milena antes de que le brote un manantial de lágrimas de sus ojos, porque
Sandra le da la tan ansiada cachetada, le arranca el pelo para que suba la
cabeza y la mire a los ojos, y le estira una oreja mientras le grita: ¡Mirá
guachita de mierda, no tenés ningún derecho a meterte en mi vida! ¡Vos sos una
cualquiera, una puta, una salvaje! ¡No sé cómo pude equivocarme así con voz,
basura! ¡Al final, lo único que hice, fue parir a una putita! ¡Encima le
cagaste la cabeza a tu hermano, zorra!
Otros sopapos empiezan a enrojecerle las
mejillas a Milena, que disfruta viendo a su madre a punto de perder la razón.
Ignora que su hija se masturba por el tenor de sus palabras cargadas de
reproches, histeria y rencor. Recién cuando la agarra del brazo que la
satisface como para sacarla de su cama lo advierte. Estalla en ira y la empuja
boca abajo sobre el colchón para nalguearla con todo reprendiéndola, y
encontrándose con el tatuaje de un pequeño ángel diabólico en su nalga
izquierda.
¡Encima te pajeás en mi cama cerda cochina! ¿Qué
te pasa taradita? ¡Con quién mierda te estás juntando? ¿Con qué carajo te
drogaste? ¡Sos una, una pendeja de mierda! ¡Tendría que haberte fajado de
chiquita, por mentirosa, desobediente, por sucia, meona, contestadora, y por…
por….! ¿Cómo te vas a coger a tu hermano enfermita!
Milena solo goza de los chirlos de su madre en
su colita cada vez más ardiente, acalorada y fortalecida por la paliza que
Sandra le otorga sin apiadarse. Incluso la escupe con repugnancia, se atreve a
despojarla de su bombacha y se la deja un rato entre sus nalguitas, sobre las
que luego desata un par de cintazos estruendosos. No fueron más de 8, pero fue
suficiente para que Milena sienta que en su vagina se proclama una abundancia
de flujos inauditos, los que pronto empapan la sábana.
¡Yo no le cagué la cabeza a ese pajero! ¡Vos
porque no sabés cómo me manoseaba de chiquita! ¡Me re olía las bombachas, y me
pedía que le toque el pito! ¡Y a vos no te importa con quién me junto! ¡Nunca
te importó! ¡Y sí, me tendrías que haber pegado, pero no lo hiciste!, le
responde Milena, jadeando entre nubes de saliva espesa, unos escalofríos
impertérritos y unas ansias de frotar el clítoris lo más fuerte y constante que
pudiera contra ese colchón.
Afuera la lluvia empieza a convertirse en
recuerdo, aunque el viento mece a las nubes indecisas, por lo que algunas gotas
aisladas resuenan impasibles. En medio de ese desconcierto, Sandra pone de pie
sin demasiado esfuerzo a su hija, ya que posee una silueta delgada y saludable.
Le toca las tetas, se acerca a uno de los pezones, y en el momento en el que lo
lame con la punta de su lengua le da vuelta la cara con otro revés de su mano
izquierda.
¡Pegame mami, cagame a palos… dejame la cola
colorada… quiero que me trates mal, que me pegues por portarme como el orto!,
suplica la joven con sus 20 años a merced de una locura que ella misma fue
capaz de construir con su plan macabro. Ella deseaba que su madre la masturbe y
le pegue. Había soñado con eso muchas veces, y amanecía mojada por el placer y
la excitación de imaginarlo en la realidad. Se le hacía agua la vagina cuando
fantaseaba que su madre le marcaba el cuerpo con funestos latigazos, o que le
enrojecía las nalgas con una regla, o una vara muy gruesa de cualquier árbol.
Sandra no comprende por qué, pero pronto le
chupa las tetas a su hija, le sigue dando cachetadas y le pellizca las piernas.
No se ahorra puteadas ni escupidas irreverentes. Cuando al fin se aproxima a su
vagina la huele, y le introduce un dedo para verificar que su flujo lo corona
con extraordinaria devoción.
¡Imagino que ya no te meás en la cama putona
de mierda!, se oye la voz inerte de Sandra mientras frota su rostro en las
tetas de Milena. Segundos después sus besos ruedan por los aductores, rodillas,
los muslos, ingles y abdomen de la chica, que se estremece gimiendo, pero que
no puede tocarse, porque su madre se lo prohíbe. Cuando intenta hacerlo ella le
muerde las manos, y eso la mata de deseo. En otros momentos le aferra las
muñecas con fuerza.
Finalmente junta su boca a la vagina de su
hija, y tras lamerle los labios, cada pliegue, abrirlos un poco para fascinarse
con los flujos que drenan impacientes, y olerla desmesurada, deja que su lengua
se abra paso entre ellos, y la transforma en una espátula de saliva y músculo.
Revuelve, lame, succiona con su boca incrédula, toca con sus dedos y presiona
su clítoris duro como una almendra, lo frota, ve cómo crecen las contracciones
de su vulva, sus gemidos, la producción de jugos y los movimientos orgásmicos
de la chica. También le frota el agujerito del culo. Le gusta el olor del culo
de su hija. Eso la hace suspirar. A Milena le urge el contacto de esa lengua en
el culo, y que se lo limpie, como si fuese una perra lavando a su cachorrita.
Sandra no deja de pegarle en las tetas, las
piernas o en el rostro mientras su laboriosa lengua intrusa se alimenta con los
temblores de la chiquita.
¡Así ma, pajeame toda, comeme, y no dejes de
pegarme… dale peterita, comele la concha a tu hija, que seguro te morís de
ganas de probarle la pija a Gonzalo, y de que te llene la carita de semen, como
te lo hizo el de las vianditas!, ajusticia Milena jadeando, dando respingos en
la cama entre las convulsiones que le propinan las bofetadas de su madre junto
a esa lengua encantadora. Sandra se masturba muerta de vergüenza, pero ya con
su bombacha por los tobillos, con la concha rebalsada de sus propios temores
hechos jugo, y tiritando de calentura.
Cuando la nena eyacula, Sandra no puede más
que tragarse todo, sorbo a sorbo. Nunca lo había hecho con una mujer, y no sabe
por qué el sabor de las mieles de su hija la perturba, la conmueve, le quiebra
en pedazos todas sus estructuras. Solo puede atender a la necesidad que le
realza las ganas de consumirse en un orgasmo un poco más justo. Saborea el
squirt de su hija, y se conmueve sinceramente. Ella desea que su hija la haga
gozar, que le retribuya algo de todo lo que involuntariamente acaba de
obsequiarle, mientras la noche ahora se colma de estrellas. Solo una brisa
ligera se cuela por la ventana entreabierta. Ahora las dos están entre las
sábanas, con los ánimos algo más moderados, pero con las ansias imperfectas.
¡Dale Mile, chupame las tetas, como cuando
eras una bebé… dale, tomale la teta a mami pendejita sucia!, le ordena la mujer
mientras le hace provechitos en la espalda, le masajea las nalgas coloradas por
el castigo anterior y se la trae bien contra su pecho. Milena no se hace rogar.
Deja que su madre le ponga un pezón en la boca, y luego el otro para que se lo
chupe, muerda y juegue con su lengua cortita.
¡Te gusta la leche de mami putita? ¿Querés
más? ¡Pedime guacha! ¿Qué querés ahora? ¿Querés que te cambie el pañalín, te
ponga talquito y te prepare una mamadera? ¿Con lechita de tu hermano cochina? ¿Querés
que le pida que te haga pichí en estas gomas hermosas que tenés?!, expresa la
mujer cuando ahora las dos disfrutan de la fricción de sus vulvas enfrentadas,
entrelazando las piernas en el nombre de una fuerza más allá de todo clamor
posible. Se besan en la boca con groseros movimientos, se lamen la cara y se
retuercen como dos babosas, sienten que sus clítoris palpitan impregnados en
jugos afrodisíacos y algarabía, gimen, se tocan y pellizcan, se frotan y
nalguean con sabiduría. Hasta que un estrépito les previene que un orgasmo las
enlazaría en breve, más allá de la sangre.
¿Así que te cogiste a Gonzalo, nenita sucia!
¡Pero, ¿Es cierto que te tocaba, te olía, y todo eso?, le pregunta Sandra,
mientras el último sacudón le hace largar un fuerte chorro de flujos que
impacta de lleno en el botoncito rosado de su hija. Milena gime, le muerde los
labios a su madre, y le dice con lo que rescata de su voz irreconocible:
¡Shhhh, ya está mami! ¡A mí me volvía loca que me manosee, me saque la bombacha
cuando me hacía la dormida! ¡Éramos chiquitos, y estábamos alzados! ¡Solo Eso!
¡Aunque, podríamos invitarlo a pajearse con nosotras!
Milena se ríe. Sandra no tiene objeciones.
Vuelven a besarse, se desean buenas noches, y escuchan que un grillo molesto
frota sus alas muy cerca de la ventana. Sandra le besa las manos a su hija, le
mira las tetas desnudas, y le pide que al menos se ponga la bombacha. Pero
Milena no tiene fuerzas siquiera para encontrarla.
Las dos mujeres, madre e hija, permanecen
durante un largo minuto en silencio, confundidas, perplejas y aturdidas, pero
radiantes de felicidad. Pronto sueñan luego de unos bostezos contagiosos,
desnudas y pegaditas, ambas con sus cabezas sobre la misma almohada, respirando
de iguales sensaciones eróticas en la piel.
Sandra piensa de momento que todo fue un
sueño, un delicioso y fantástico sueño. Entretanto, afuera la lluvia vuelve a
comenzar, aunque la luz regresa poco a poco. Pero sus ojos no pueden revertir
la alegría que siente su alma cuando, en mitad de la madrugada se despierta
producto de una incomodidad que parecía haber olvidado. ¡Milena se había hecho pis
en la cama! Eso fue el disparador para que la mujer se masturbe oliendo a su
hija mientras ella dormía indefensa, acabadita, meada y como ella la trajo al
mundo. Fin
Recordá que este, o cualquier otro relato del blog, podés pedírmelo en audiorelato, a un costo más que interesante. Consultame precios y modalidades por mail.
Este es mi correo ambarzul28@gmail.com si quisieras sugerirme o contarme tus fantasías te leeré! gracias!
Acompañame con tu colaboración!! así podré seguir haciendo lo que más amo hacer!!
Cafecito nacional de Ambarzul para mis lectores nacionales 😉
Comentarios
Publicar un comentario