A nuestros pies


¡Señora, disculpe que la moleste a estas horas, pero, bueno, tal vez usted me entienda… necesito trabajo, y me echaron de mi casa por embarazarme, y bue, no sé qué hacer!, me dijo Rocío apenas le abrí a eso de las 9 de la noche de un octubre cálido, espeso, ventoso y lleno de mosquitos, una vez que insistió con el timbre. Había desesperación en su llamado, y por eso acudí a echar un vistazo.
Rocío vive a la vuelta de casa, en condiciones muy humildes, y es la anteúltima de 7 hermanos. El que le sigue es un delincuente de poca monta, pero temible, en especial por tener la cabeza quemada por la merca. Según mi marido, por la pasta base.
Tiene 17 años, no terminó el secundario, se viste con lo que le dan, y no es una de las más famosas del barrio por sus andanzas sexuales, aunque está en esa lista.
Le abrí, le di un vaso de agua para que serene el llanterío que largó ni bien cruzó el umbral de la puerta, y le pedí que se limpie las zapatillas en la alfombra, puesto que tenía restos de barro seco.
¡Mirá Rocío, si te echaron por no cuidarte, creo que, no sé, yo hubiese hecho lo mismo tontita! ¡O al menos te habría dado una buena paliza! ¿Cómo no le vas a pedir al pibe que te cogió que se ponga un forro mamita?, le dije a medida que su angustia la hacía tragarse los mocos y las lágrimas de su vergüenza.
¡Voy a buscar a mi marido, y lo hablamos con él… yo supongo que no tendrá problemas con que te quedes unos días!, le dije, y le pedí que se saque la remera. ¡No se podía estar del olor a transpiración que tenía la guacha!
Fui a buscar a Ernesto, que estaba ávido por comer sus milanesas con puré, viendo el noticiero, después de un largo día de trabajo en el banco. Le expliqué todo, con lujo de detalles, y me deleité observando los cambios de su mirada al saber que esa mocosa estaba parada, esperando una respuesta, en corpiño, en una casa desconocida para ella, pero de la que su madre fue despedida hace unos años por robarnos dinero y algunos objetos de valor. Claro, su mami fue durante 8 meses nuestra empleada doméstica.
¡Mirá Elsa, por mí que se quede con nosotros, pero con la condición de que haga lo que nosotros le pidamos… vos sabés que, esas pendejas sucias me re calientan la pija morocha, y esa encima es una negrita tetona hermosa!, decía mi marido mientras me manoseaba las gomas con una mano, y con la otra me sobaba la argolla.
¡Bueno negro, vamos los dos, y se lo decimos juntos… pero vos ponele cara de malo!, le dije con malicia, mientras nos levantábamos pensando en la sala, donde la pendeja estaría de los pelos.
Cuando llegamos Ernesto le hizo un interrogatorio.
Ernesto: ¡así que te echaron de casa mamita! ¿Y por qué, si se puede saber?
Rocío: ¡porque me quedé embarazada señor, pero fue sin querer!, se victimizó la piba.
Ernesto: ¡Que yo sepa, nada pasa sin querer nena! ¡Tenés 17 años ya, y supongo que sabrás que si te acaban adentro, quedás embarazada! ¿No? ¿Sabés limpiar me imagino?!
Rocío: ¡Sí, tengo 17, y, lo de limpiar, creo que me defiendo, sí!, dijo la chica.
Ernesto: ¡Sabés que si buscás nuestra ayuda, vas a tener que hacer lo que sea! ¿Verdad? ¡Por ejemplo, ¿Sabés chupar la pija nena?!
Rocío: ¡sí, lo sé, pero, bueno, no sé… qué decir!
Elsa: ¿Sabés o no pendeja culo cagado?, le grité tirándole del pelo para que responda lo que mi marido quería saber. Ella enfatizó que sí, y que hasta se traga la leche.
Mi marido pareció satisfecho, y le pidió que se saque el corpiño.
La chica dudó. Pero en cuanto él se le puso al lado y le dijo con tono apacible: ¿vos querés que llame a tus padres? ¿O que te eche a la calle? ¿O que llame a la policía por entrar a una casa a robar guachita de mierda? ¡Mirá que, si es por tu aspecto, para los milicos es tu palabra contra la nuestra!
La nena solo dijo que no con la cabeza.
¡Entonces, sacate el corpiño, escupilo y tiralo al piso!
Cuando vi el corpiño de la pendeja babeado en el piso, y a mi marido palparle las tetas, sentí que comenzaba a mojarme de tal manera que tuve que pedirle que se detenga. Le recordé que estaba la comida en el horno, y entonces Ernesto se llevó a la piba de la mano al comedor.
¡Vos te vas a sentar en el piso morocha, y cuando terminemos de comer, si queda algo te damos! ¡Estamos?!, le expresó acariciándole las mejillas.
Él y yo nos sentamos a la mesa a comer, como si nada, como si nadie estuviese entre nosotros. Rocío permanecía sentada, ya sin llantos, pero nerviosa.
¿Y de cuantos meses está la pancita de la atorranta?!, le preguntó en voz alta Ernesto mientras abría una cerveza.
¡De 5 meses señor!, respondió ella.
¿Y, en tu casa, siguen durmiendo todos juntos, digo, tus hermanos?!, averigüé.
¡Sí doña, todavía sí… mi viejo dice que no hay plata para construir!, se apenó.
¿Y tus hermanos te cogen? ¿O vos te los cogés a ellos?, preguntó Ernesto, comiendo como un desquiciado.
¡Además, vos tenés una hermanita más grande me parece no? La Carina… esa tiene mucho más pinta de puta que vos, y no se embarazó!, la expuse sin reservas.
¡La Cari es la única que ya no vive en mi casa… y sí, ella es re turrita! ¡Y, conmigo, mis hermanos, bueno, en realidad, me quedé preñada de uno de ellos, pero no sé de quién! ¡Siempre cogemos, porque nos encanta! Pero cuando vienen medios merqueados, me despiertan a cualquier hora y cogemos! ¡Lo que pasó fue que, ayer mi viejo me encontró con los dos más grandes, culeando en la pieza! ¡Entonces, cuando me quiso cagar a trompadas, tuve que decirle que estaba embarazada!, se confesó finalmente.
¡Bueno Rocío, eso ya pasó! ¡Ahora, vení gateando hasta debajo de la mesa… sacame los zapatos y lameme los pies, ahora!, le ordenó mi marido, mientras yo preparaba café en la cocina. No la vi gatear hasta allí, pero cuando volví con dos tazas de café y dos alfajores de miel de caña, nuestros favoritos, la mocosa le estaba lamiendo los pies, sentadita y no con mucho gusto, pero concentrada.
¡Dale, chupame bien los dedos mocosa, y dejame que te toque las tetas con los pies, cerdita cochina!, le dijo Ernesto tras probar el café, y la nena le obedecía.
¡Che pendeja, decime una cosa! ¿Vos te bañás en tu casa?!, le dijo luego. Ella no respondió.
¡Vamos, salí de ahí que te vamos a revisar nenita!, le ordené sin consensuarlo con él, pero sabía que estaríamos de acuerdo. Hace 30 años que estamos casados, y ambos nos conocíamos lo suficiente. En cuanto la nena estuvo de pie, los dos comenzamos a toquetearla toda, a darle nalgadas y a frotarle las tetas. Yo fui la que le bajé la calcita, y el olor a pichí que tenía esa bombacha negra no se podía explicar. A mi marido eso le seducía demasiado, por lo que lo invité a agacharse y a que lo compruebe.
¡Uuuuuh, guachita de mierda, así que estás embarazada, y andás con la bombachita meada corazón! ¡Eso no se hace sabés?!, le decía al tiempo que la olía, le frotaba las nalguitas y se debatía entre sacarle la bombacha o cogérsela así como estaba, de parada y casi en bolas.
¡Chupale las tetas Elsa! ¡Y vos andá bajándote esa bombacha roñosa de a poquito, nena sucia!, le exigió. Las tetas sudadas de esa chiquita eran deliciosas, y, a medida que su calzón retrocedía, el olor de su conchita era más fuerte. Además, sus axilas tenían sus fatalidades propias, y eso le agregaba un morbo especial. ¡Estaba toda peludita la guacha!
Apenas se sacó la bombacha, mi marido me pidió que le traiga una limpia de su sobrina Paula, que a veces se queda unos días en casa. Cuando volví con ella, entre los dos se la pusimos, le besuqueamos la pancita y la sentamos a cenar. Le serví una milanesa con lo que quedó de puré, y le hicimos bastante complicada la tarea de comer tranquila, ya que Ernesto y yo la manoseábamos, le lamíamos las orejas, le sorbíamos los pezones, él un par de veces le pegó en la mano para quitarle el tenedor y darle de comer en la boca con sus dedos, y le frotábamos las piernas. Además la animábamos a comer como a una nena.
¡A ver, cómo se come todo la gordita sucia, la bebita de la casa, nuestra hijita incestuosa? ¿No cierto que te gusta que tu papi te dé la comidita en la boca Ro? ¿Te gusta que mami te toque las tetas, y te lama esos pezoncitos? ¡Acordate que cuando tengas tu bebé, esto te va a poner re putita mi amor!
Cuando dejó su plato vacío, Ernesto me pidió con entusiasmo: ¡Tocale la vagina, y fijate si se mojó la bombacha la pendeja!
La tenía empapada. Pero para enterarme de eso, él debió darle una cachetadita para que me abra las piernas, porque se hacía la difícil.
Esa noche, yo tendí una manta al lado de nuestra cama matrimonial, le di un almohadón y la llamé para que se acueste allí. Primero lo hizo ella, y luego Ernesto y yo en la cama, más calientes que nunca. Mi marido fue el que le prohibió ir al baño hasta el amanecer.
¡Escuchame bien nena! ¡Si querés hacer pis, te meás ahí mismo… y si querés caca, me llamás y yo te llevo! ¿Me escuchaste bien?!, le dijo autoritario. Rocío balbuceó que sí, y en cuestión de segundos roncaba presa de una fatiga que, se le notaba en el rostro.
No pudimos conservar nuestras ganas de liberar todo lo que Rocío nos había generado. Por eso, cogimos como hacía tiempo que no pasaba. En mis 57 años, no recordaba tamaña erección en el puerco de mi marido.
¡Gracias mi vida por entrar a esa villerita a la casa! ¡Nos va a cambiar la vida! ¡Así putita, sentila toda adentro!, me sinceraba mi Ernesto mientras se movía arriba mío como un verdadero atleta del sexo.
¡A mí también me calienta esa chiquita, y quiero hacerle de todo! ¡Que me chupe la concha, que se cague y se mee encima mientras te toma la lechita, ponerle pañales, no sé, de todo negro, pero ahora llename toda, cogeme fuerte perro!, le decía lujuriosa, mientras la nena seguía roncando.
A la mañana, Ernesto fue el que la despertó, ya que era viernes, y debía ir al trabajo. Eran las 6 cuando yo le traía el café y le dejaba la camisa colgada en una silla, recién planchadita.
¡Ro, despertate nena, vení para acá!, la llamaba golpeando el colchón, y sin salir de la cama. Le costó abrir los ojos, pero yo colaboré haciéndole cosquillas en los pies hasta que se despabiló del todo.
¡Dale Ro, destapame, y frotame esa carita en la verga, vamos nena!, le dijo. Rocío le hizo caso, un poco porque yo estaba detrás de ella con un cinto por si se negaba. Entonces la vi fregar sus ojitos, nariz y boca por la sedosa tela estirada del bóxer de mi marido por la erección que tenía.
¡Mordela despacito pendeja, dale, y más vale que no me entere que no le hacés caso a Elsa, porque cuando venga se te arma! ¡Dale, así bebé, sacala del calzoncillo, y pegate en la carita con la pija de tu papi! ¡Es hora que vayas aprendiendo a ser una buena putita!, le instruyó, y cuando Rocío se la liberó, yo misma le empujé la cabeza para que, después de un par de vergazos contra su carita de dormida, se la meta en la boca. No le entraba toda, pero se esforzó por lamer y chuparle bien la pija. Yo seguía detrás de ella, ahora apoyándole el pubis solo cubierto con una bombacha azul en la cola.
Mi marido no pudo controlar su estallido, y acabó justo cuando la nena se la sacó un instante para tomar aire. Le ensució la cara, gimió como impresionado, y comenzó a levantarse lentamente de la cama para vestirse. Mientras tanto, yo ardía por dentro, y nada deseaba más que Ernesto se vaya para tener a esa nena solo para mí.
¡Que no se lave la cara!, me dijo mientras me comía la boca antes de irse, y entonces, me acosté, y la llamé.
¿Alguna vez chupaste conchita vos?, le decía acariciándole ese pelo mugriento.
¡Sí, solo una vez señora, a mi hermana! ¡También estaba drogada, y, no me gustó mucho!, dijo con la voz todavía adormilada.
¡Señora! –agregó luego-, ¿Me deja ir al baño? ¡Necesito hacer pis!
¡No, primero me vas a sacar la bombachita, me vas a dar unos ricos besitos en las piernas, la panza, las tetas, y me vas a comer la concha pendeja! ¡Y vas a mear cuando yo te diga! ¿Entendiste?!
Empezó a besarme sin sacarme la bombacha, pero eso no cambió las cosas para mi excitación. Le pedí que me la rompa con los dientes cuando hubiera llegado a mi vulva, y lo hizo la cabrona, después de devorarse mis muslos y mis tetas. Me hacía gemir con ganas, y no podía evitar manosearla aunque se resistiera un poco. Como la bombacha me quedó destrozada, fue fácil tomarla de la cabeza y asfixiarla con los olores y sabores de mi conchita flujosa como nunca, y en cuanto su lengua me estremeció, sin siquiera todavía tocar mi clítoris, se lo pedí.
¡Ahora, hacete pis encima nena, dale, y comeme la conchita, dale hijita, soy tu señora puta, dale, y te hago la lechita, y te cocino lo que vos quieras!
A esa altura su lengua y olfato me torturaban. Sabía que aún tenía restos del semen de mi marido, y eso me encendía aún más. Esa lengua entraba y salía incomprensible, y acabé en el exacto momento en el que dijo: ¡Ya está señora, ya me hice pis!
Le apresé la carita entre mis piernas, y por un momento no la dejé respirar otra cosa más que mi flujo y mi orgasmo cargado de sofocones.
¡Gracias chirusita! –le dije, sabiendo que aún era temprano-.
¡Ahora te acostás en la mantita, hasta que yo me levante! ¡Y ojo con sacarte la bombacha! ¡Y acordate, que si querés caca me avisás!
La nena en breve estaba tendida, hecha pis, con la acabadita de mi marido y la mía en la cara. Yo aproveché a dormir un ratito más, hasta las 10. Eso supuse que haría, pero estaba tan rendida que no me desperté hasta las 12 del mediodía. Me levanté rapidísimo, desperté a Rocío y me la llevé así como estaba al comedor.
¡Sentate en el piso pendejita, que ya vengo!, le ordené imperativa.
Me preparé un café, y a ella una taza de chocolatada caliente con un bollito de pan con abundante mermelada de frutilla. Volví al comedor, le di su desayuno y le puse un almohadón debajo de la cola.
¡Tomate toda la leche nena, que lo necesitás!, le dije mientras me acomodaba en un sillón con mi café y el control de la tele, el que solo utilicé para poner un canal de música de los 80. Cuando vi que tenía los dedos enchastrados de dulce, le pedí con cierto aire maternal: ¡Chupate los dedos Ro, que te los re ensuciaste… y tirate un poquito de leche en las tetas, dale chiquita!
La veía lamerse los dedos, y me la imaginaba con un chupete, en pañales y dispuesta a mamarle la pija a Ernesto. Además, su olor a pichí me embriagaba por dentro. Pero, como no quiso tirarse leche en los pechos, yo misma me levanté, le quité la taza y le volqué lo que le quedaba. Se me hacía agua la boca por limpiárselas. Así que la puse de pie de un zamarreo para que mi lengua se desate entre sus pezones, la lama con grosera obsesión, le recorra el cuello, le estremezca la piel cuando se le acercaba a sus orejitas, y finalmente la haga temblar cuando se la pasaba por los labios cerrados, endulzados por el desayuno.
En eso suena el timbre. Si era la empleada doméstica, le iba a decir que vuelva mañana. Pero también podía ser algún médico de la empresa en la que trabajo. Es que, estaba cumpliendo mi licencia por stress laboral, y tal vez, se les ocurría venir a constatar que no me fui de vacaciones, o algo por el estilo.
Pero el timbre volvió a sonar impaciente. Sin embargo, cuando abrí y lo vi a Ernesto, le descubrí una sed renovada de querer entrar a su casa.
¡Amor, pedí salir temprano, y por suerte me cubrieron!, -me decía mientras nos comíamos la boca-. ¿Dónde está la cachorrita? ¡Traela, así como esté, que yo cierro la puerta!, -agregó, y entonces la llamé por su nombre para que venga a saludar.
¡Dale Ro, tu papi quiere un rico beso en la boca, y tocarte esas tetitas hermosas!, le dijo una vez que la nena estaba parada a su izquierda.
¡Dale pendeja, hacé lo que te piden, o te vas a la calle así como estás!, afirmé los deseos de Ernesto con valentía. La pendeja no solo le dio un beso en la boca. Dejó que Ernesto le introduzca su lengua entre los labios, le manosee las tetas y le nalguee con enérgicos repiques esa colita no tan vistosa, pero con la bombachita olorosa que traía, a él le hervía la sangre. Le hizo apretarle la pija sobre su pantalón de vestir, y le pidió que le desabroche el cinturón. Pero, aquello quedó para luego, porque Ernesto tuvo que atender un llamado al celular de su jefe.
Hasta que preparé el almuerzo, la nena se quedó mirando la tele en el sillón. Creo que una película. Hice una ensalada y unos muslos de pollo al horno. Lo llamé a Ernesto, y en cuanto apareció, la impertinente de Rocío le pidió: ¡Papi, quiero hacer caca! ¿Me llevás al baño?
Ernesto la agarró de la mano, me hizo un gesto cómplice para que los acompañe, y los seguí al baño.
¡Elsa, sacale la bombacha, y hacésela oler mientras hace lo suyo!, me pidió mi hombre. Apenas la guacha se sentó se la quité, y se la froté por la nariz, mientras él se pajeaba tocándole las tetas. Pero, al parecer, la nena estaba tímida, y no podía cagar. Así que la dejamos solita, y nos quedamos del otro lado de la puerta. Apenas la oímos tirar la cadena, entramos como ladrones inexpertos. Ernesto la sentó en el bidet, abrió los grifos y le puso sin más la pija en la boca, mientras yo me deleitaba lamiéndole los pechos.
¡Dale putita, lavate bien ese culito, y sacame la lechita cerda, chupala toda, escupime la pija pendeja sucia, asíii mamiii, y vos mordele las tetas, dejale los dientes marcados que le encanta!, se despachaba mi marido con los gemidos de la guacha decorándolo todo. Además, el agüita le estimulaba el culito y la conchita, al tiempo que Ernesto la hacía toser cuando se la dejaba más de lo debido en la boca, y le sonaba la nariz diciéndole: ¡Tenés moquitos también putona? ¿Te gusta usar el bidet pendejita? ¡A tu mamá también le gustaba, y a pesar que fue una chorrita, no sabés cómo le chupaba la pija a mi hermano nena!
Ernesto no pudo aguantarse más, y justo cuando mi lengua estaba próxima a encontrarse con su conchita, ahora mucho más limpia que antes, le descargó un chorro de semen que lo hizo transpirar de alegría. La guanaca se lo tragó todo, y lo saboreaba con felicidad. Cerré los grifos, le sequé el culo y la concha mientras le comía esa boquita recientemente enlechada, le puse una bombacha nueva medio coloradita, y me la llevé al comedor, donde entretanto mi Ernesto ponía las bebidas en la mesa. Esa vez, Rocío almorzó a upa de su papi sustituto. ¡Me encantaba que le apoye la pija en la cola, y que le chupe los deditos cada vez que él mismo se los ensuciaba con mostaza o mayonesa!
Lo de mi cuñado y su mami, era cierto. Muchas veces llegamos con Ernesto a casa, y la desfachatada estaba mamándole la pija en el baño o en el patio trasero. Pero en esos tiempos, no nos animábamos a pedirle cosas, a deshonrarla o a incluirla en nuestra cama, por más que seguro lo hubiese aceptado por algunos pesos más.
Antes de levantarnos de la mesa, le dije a Ernesto, mientras él le limpiaba la boca a la pendeja con una servilleta: ¡Negro, ¿No te irías esta tarde a comprar pañales para tu nena, y un chupete? ¡Esta noche, no puede hacerse pis en el suelo otra vez!
Nos reímos, y él dijo con cinismo: ¿Y qué tiene? ¡Las perritas hacen pis donde quieren, pero siempre en el piso! ¿O no mi amor?
En ese momento Rocío se puso de pie, y mis ojos le fotografiaron inevitablemente la erección que tenía mi macho.
¿Vamos a dormir la siesta mi vida, y nos llevamos a la nena a la camita?!, le decía mientras le ponía mis tetas en la cara para que me las muerda sobre el corpiño. Pero Ernesto fue implacable.
¡No Elsa! ¡Primero que lave los platos, que barra la cocina y el comedor, que ordene un poco los sillones, y deje la mesa reluciente! ¡Dale Rocío, ponete los guantes, levantá la mesa y a lavar todo, vamos! ¡Además, gracias a vos la mucama no puede venir, así que calladita! ¡Y no me hagas enojar!
Eso me movilizó aún más. Ni bien le di los guantes de látex y se los puso, mi marido se bajó el pantalón y el calzoncillo, y acto seguido la llamó.
¡Escupite las manos y pajeame atorrantita, ya!, le pidió algo ansioso.
Rocío se arrodilló, y solo le olió la pija cuando Ernesto lo quiso. El resto de lo que duró esa paja, su cara debía permanecer lejos de su pija. Solo debía escupirse las manos y pajearlo con los guantes puestos. Se la apretaba, se la sacudía, le acariciaba las bolas y le decía: ¡Te gusta papi? ¿Te gusta verme así de chanchita?!
Se fue en seco, en un estruendo feroz que le salpicó hasta la cara a la nena, cuando yo le empecé a dar chirlos en el culito por desubicada, y entonces, la dejamos que limpie todo lo que Ernesto le había enumerado. No sin antes verla lamerse los guantes con su babita y la leche de su nuevo papá.
Esa siesta volvimos a coger, y no nos fue posible descansar sabiendo que esa roñosa deambulaba en calzones por la casa. A eso de las 5 fuimos a tomar unos matecitos, y de paso veríamos los resultados de las labores de nuestra pequeña. Todo brillaba. Los pisos, la mesada, los sillones. Todo estaba guardado y limpio, y ella sentada en el sillón más amplio del living.
¡Muuuy. Pero muuuuy bien hijita, limpiaste todo perfecto! –le decía Ernesto invitándola a levantarse-. ¡vení acá, dale nena!, agregó mientras ella bostezaba y se rascaba la cabeza con ganas. Apenas la tuvo en frente la abrazó por detrás para apoyarle la pija en la cola y para manosearle las tetas.
¡Movete nena, apoyate bien y refregame ese culito, asíiii chiquitaaa, daleee, mojate esa bombachita que tenés perrita!, le decía Ernesto, y mientras la pibita no se atrevía a negarse, yo le ponía las tetas en la boca para que me las chupe. Estábamos tan alzados que no atendíamos ni el teléfono.
En ese momento, después de intercambiarnos mates y galletitas, se me ocurrió lavarle la cabeza en la bacha de la cocina. Después de eso Ernesto iría a cumplir con mi encargo al súper o a la farmacia más cercana. Pero ni loco se iba a perder de verme lavarle ese pelo pajoso, largo y enredado a la pendeja. Además, mientras yo me dedicaba a eso, él le pegaba en el culo haciéndole sonar las nalgas, la acariciaba con la puntita de la pija, le daba mordisquitos en las tetas cuando yo le dejaba algún espacio, y le decía: ¡Seguro tiene piojitos la cochina, porque si tiene este olorcito a pis de nena, no me quiero imaginar, sos re villerita mi amor, pobrecita la nena, ahora tu papi te va a comprar pañales tesoro, para que te portes bien por la noche, abrí las piernitas para papi nenita!
Cuando terminé la sequé con un toallón, y la senté a ver la tele en el sillón, ahora sin la bombacha. Se la saqué ni bien Ernesto partió con la billetera y su erección a comprar las cosas para la cena, y los demás artilugios.
Recuerdo que me encerré en el baño y me masturbé oliendo esa bombachita, y que cuando acabé volví al living. le apagué la tele, le vendé los ojos con un pañuelo y le re manoseé las tetas mientras le decía: ¡Abrí las piernas mocosa, ahora!
Solo me bastó olerle la conchita para alcanzar un orgasmo que me instó a morderle una pierna. Pero debía ponerle la bombachita y esperar a Ernesto. Cuando llegó, él en persona se ocupó de ponerle el pañal encima del calzón, de colgarle el chupete, de sentársela en las piernas y de acariciarle la pancita mientras le decía: ¡Ahora te podés hacer pis y caca cuando quieras pendejita! ¡No sabés lo que daría por verte más gordita, con leche en las tetas, y con mi pija en la boca mientras le das de mamar a tu bebé!
Yo entretanto preparaba la masa para unos fideos caseros. En un momento me quedé en corpiño y bombacha, harta del fuego que me quemaba la piel. Iba y venía, y no soportaba verla en pañales a upa de mi marido, viendo tele como estúpidos. Pero esa noche no pasó nada hasta luego de la cena, de que Ernesto se bañó, y de que la madrugada nos condujo a la cama. Para colmo de males tuve que hablar largo rato con mi hermana, que necesitaba contarme de sus dramas con sus hijos. Eso me tomó más de una hora.
Pero, en la madrugada, Rocío se acostó en el medio de nosotros. Primero soportó nuestros manoseos a sus tetas, nuestros chupones por todos lados, y los besos en la boca que nos regalábamos entre los tres. Tenía una lengüita dulce, chiquita y golosa, y eso me enloquecía.
Cuando Ernesto advirtió que había olor a pis, le metió una mano adentro del pañal y le dijo al oído: ¿Ya te hiciste pipí chiquita de papi? ¿Cuantas veces mi cielo?!
¡Me hice ni bien terminamos de comer, y fue una sola vez pa! ¡Soy una asquerosa, una tontita!, dijo ella con el chupete en la boca. Eso me rompió los esquemas. La levanté del pelo, la puse en cuatro en la cama y le orienté la cara a la pija de Ernesto, y se lo pedí con mi mejor postura de enojada posible.
¡Chupale la pija, tomale toda la lechita pendeja puta!
Ella no titubeó. Apenas se la metió en la boca, yo me puse a olerle el pañal, a mordérselo, darle nalgadas y frotar mi cara por el plástico cada vez más caliente, mientras me amasaba las tetas con unas ganas que, hasta me rasguñé un pezón. Pero la nena no paraba de endurecerle la pija a mi macho, de pasarle la lengua por los huevos y de hacerlo delirar cuando le decía, siempre con el pito junto a los labios: ¡Dame la lechita papi, me encanta tomarme toda la mamaderita, y a vos te gusta darle la leche a tu nena piojosa y peterita!
Ernesto no pudo con tamaño conjuro bucal en su extensión de hombre estupidizado, y le enchastró la cara sin miramientos, justo cuando mis manos intranquilas por demás le habían llevado el pañalín hasta sus rodillas. Le pedí que se trague toda la lechita mientras la nalgueaba con sonoridad y elegancia, y le abría las piernas para soplarle la conchita, al borde del infierno con su olor a pis tan cerca de mi voluntad. Pero Ernesto estaba agotado. Por lo que, entonces, me acosté luego de desnudar a la pendeja y acomodarla bien pegadita a mi marido, y comencé a pajearme sin dejar de comerle la boca, de pedirle que me chupe las tetas y me diga que soy su mamita cochina.
A los 20 minutos, Ernesto, que naturalmente no podía dormir con semejante concierto de besos y gemidos silenciados a medias, ya tenía la pija tan dura y gorda como un termo. Así que, ni bien le puse un pañal limpio a Rocío, él le ordenó que le haga la pajita con las manos, y que no se detenga hasta que se las ensucie todas con semen. En ese instante, yo me atreví a subirme al pecho de mi marido y a someterlo a que me saque la calentura con su lengua llena de sabiduría. ¡Siempre me encantó cómo el hijo de puta me come el clítoris!
Cuando su barba canosa se declaró en estado de emergencia por la inundación de mis flujos, volví al confort de mis sábanas, para deleitarme viendo cómo Rocío se lamía los dedos que mi marido le santificó con su lechazo agitado, menos copioso, pero al parecer muuuuy rico, porque la nena se chupaba todo, gimiendo como una bebé.
El sábado mi Ernesto salió a pescar con unos amigos de la infancia. Yo me levanté a las 10, le comí las tetitas a la nena para despertarla dulcemente, y le pregunté si quería desayunar en la cama. Me dijo que sí, pero que antes tendría que cambiarle el pañal. No le hice caso y me fui a prepararle un café con leche. Se lo traje junto con unas galletitas de limón, me acosté con ella y, mientras yo me tomaba unos mates miraba un programa de diseño de interiores, ignorándola por completo. Aunque, no era fácil que mi fuego sexual no advierta su olorcito a pichí.
Cuando terminó de desayunar, recién ahí le saqué el pañal, y la llevé a la cocina donde le enumeré: ¡Ahora, te ponés a lavar los platos, barrés todo el piso, me lo trapeás hasta que quede bellísimo, cargás el lavarropas con agua, secás todo lo que lavaste y lo guardás en el bajo mesada! ¡Después, lustrame los dos aparadores de la cocina! ¡Y, me avisás si querés hacer caca… pero si querés pis, te meás a donde estés! ¿Escuchaste?!, -y le di una cachetada para convencerla de que no era ninguna broma.
¡Síii, señora, la escuché, pero, bueno, es que, ahora quiero pis… ¿Qué hago?, me dijo sollozando, aunque estoy segura que de una excitación que de a poco se apoderaba de sus instintos más bajos.
¡Sentate en el suelo, y cuando yo te diga, empezá! ¡Quiero que te mees toda, y cruzadita de piernas, vamos!, le exigí. Fue increíble verla sometida, con los ojos extraviados, pero aún así incapaz de renunciar. Cuando veo que su río amarillo le humedece la colita, las piernas y los pies, no lo pienso demasiado. Me acerco a su cara, le pido que me baje la bombacha con la boca y se lo ofrezco valiente y perversa: ¡Abrí la boquita tesoro, dale, que ahora yo tengo ganitas de hacer pis!
En cuestión de segundos su carita estaba acalorada, empapada y llena de mi ofrenda. La había meado sin contemplaciones, con mi vulva pegada a sus mejillas, con su boquita semi abierta, con sus súplicas contra mi irracionalidad, pero con sus tetas siendo presas de la lujuria de mis manos. La levanté de los pelos y de un brazo, le lavé la cara en la bacha de la cocina y le pedí que comience con las tareas que le encomendé.
Me senté desnuda en el living, dispuesta a verla transpirar, ir y venir con las cosas, barrer, enjuagar, lavar y secar, lustrar, renegar y hasta rezongar por mi impedimento de vestirse.
El domingo fue un día normal. Ernesto llegó al mediodía, bastante cansado pero feliz de haber participado en el sagrado ritual con sus amigos. La pesca para ellos era impostergable, aunque por suerte él solo iba una vez al mes.
Pedimos unas pizzas, por la siesta cada uno descansó a placer, nosotros en nuestra cama y Rocío en el amplio sillón del living mirando la tele, tomamos unos mates al atardecer con una pasta frola que yo misma preparé por la mañana, vimos una peli juntos y, luego tomamos una sopa para no dormir tan pesados por la noche. Parecíamos una familia normal y feliz. Dos padres con su hija en un domingo desolado cualquiera. Ese día no perturbamos a nuestra doncella. Solo que, andaba por la casa con dos trencitas, con una pollerita a cuadros, una musculosa, en alpargatitas y pañales. Al menos hasta eso de las 6 de la tarde, cuando se hizo pichí. Ni bien lo supe, la llevé a la cama y se lo cambié por una bombachita de algodón, sin lavarla siquiera. Pero a la noche, quien ya había asumido su rol de obediente, sumisa, complaciente y devota del sexo a la perfección, tuvo que meterse en la cama, justo cuando Ernesto apagaba el velador.
¡Tengo frío papi, abrazame, que encima tengo olor a pis, porque mami no me quiso lavar, y me pica la cola!, la escuché decirle con la voz tiritando. De inmediato me sumé para ver lo que pasaba. Ernesto la tenía abrazada de espaldas, y le fregaba la pija en la cola metiéndole los dedos en la boca, oliéndola con hilos de baba en el mentón y amasándole las lolas.
¿Qué pasa acá? ¿Digo, no me piensan invitar? ¡Mamita no puede quedar afuera!, dije destapándolos. Aproveché que mi esposo se acomodó boca arriba para tomar a Rocío de los hombros y sentarla sobre la cara desconcertada de Ernesto.
¡Dale papi, olele la conchita a la piojosa esta, rompele la bombachita con los dientes, que no se quiere poner pañales la chancha, olele el culo, chupala toda a esta putita, dale, que esta se cogió a toda la villa negro!, le decía mientras le chupaba la pija, y él se deshacía por quedarse con todo lo que emanara de la vagina de la pendeja. Lo escuchaba exultante, gimiendo acelerado, perverso, con cada vez más saliva y oliéndole hasta la información genética. Le revolvía la conchita con los dedos, se la escupía y, hasta divisé el momento en el que sus dientes le rasgaron la bombacha. Entonces, volví a tomar posesión de la pibita. Le saqué la pollera y la musculosa, le chupé las tetas y se la senté arriba del pito de Ernesto para que se frote la cola y la conchita contra él, haciéndola desear como loca. Rocío gemía escandalosa, y se moría por tocarme. Me pedía que le chupe las tetas, que le haga pis como el otro día, que le pegue en la cola o le lama los dedos. Pero yo la miraba retorcerse de ganas. Ernesto tampoco quería penetrarla tan rápido.
No sé bien cómo fue que, de repente Ernesto estaba parado con la pendeja arrodillada sobre la cama, que tenía su rostro empañado entre sus nalgas para lamerle el culo, mientras yo le chupaba la pija.
¡Sos una pendeja ordinaria, que te gusta chuparle el culo a tu padre cerdita, qué puta que sos nenitaaaa, y vos comeme la pija negra, pero no me saques la leche yegua… dale Rooooo, chupame el culo putonaaaa!, reclamaba mi marido tan desencajado que, ni se daba cuenta de las lágrimas que me hacía brotar al arrancarme los pelos con tanta vehemencia. Pero todo fue interrumpido cuando Rocío dijo entre lametazos y besitos obscenos. ¡Papi, perdón, pero, me, me hice pichí, soy una boludita!
El silencio desgarrador que se oyó luego, no parecía asemejarse a la furia de cotillón que ardió en los ojos de mi hombre. Pero enseguida comprendí su juego, y lo acompañé.
¡Cómo te vas a mear en nuestra cama pendeja roñosa! ¿Vos tenés idea lo que cuestan nuestras sábanas? ¡Sos una villerita mugrienta! ¡Ahora, ya mismo ponete a limpiar el pis de las sábanas con la lengua! ¡No quiero ni una palabra! ¡Limpialo con la cara, con las tetas, todo, olé bien las sábanas pendeja de mierda!, le decía Ernesto mientras le pegaba en el culo, y yo le agarraba la cabeza para garantizar que el objetivo sea realizado.
Cuando la vi temblando con las piernitas cruzadas sobre la cama y toda empapada, creo que le tuve piedad. Pero no podía engañarme. Quería humillar aún más a esa trolita.
¡Ahora te acostás boca abajo taradita, piojosa, sos una alzada como las perras!, le gritó Ernesto, segundos antes de subirse encima de la guacha. Por un momento pensé que se la iba a culear sin miramientos. Pero fue un poco más noble. Se la enterró en la conchita, la bombeó fuerte y rapidito, sin pausa, mordiéndole las orejas, respirando del alientito de su boca cuando le pedía besos o lengüetazos, estirándole los pezones y gritándole guarradas al oído.
¡Tu papi te va a dejar preñadita putona, por mearte en su cama, por ser tan desagradecida, tan sucia, y por no hacerle caso a mami, que te quiso poner pañalines, cogé así chiquitita, dale que a tu bebé le va a gustar que su mami coja rico, así putitaaa, te acaboooo todooo, te lleno de lecheeee nenitaaa!
No lo podía creer, pero no sentía ni una pizca de celos. Quería verla toda llena de leche. Esa noche, la nena durmió solita en la cama toda meada, desnudita y sollozando por los chirlos que le dio Ernesto, y las mordidas que yo le dejé en las tetas, ni bien la vi frotarse la vagina con el semen de mi marido.
nosotros dormimos en la habitación de servicio, donde también había una cama matrimonial.
Al día siguiente, Ernesto se reincorporó a su rutina formal, y yo me dediqué a hacer trámites. A Rocío le puse un pañal en mitad de la madrugada y la tapé con una manta porque, la temperatura había bajado considerablemente. Le dije que no se levante hasta que yo llegue con el desayuno. La dejé sin teléfono y le escondí el control del televisor. A eso de las once de la mañana ya estaba en casa con las compras, las cuentas saldadas y la leche calentita para mi bebota. Esta vez se la preparé en una mamadera. Obviamente, la desperté con una canción de cuna desafinada, le puse perfumito en el pelo y le cambié el pañal porque se había hecho pis. Pero no le puse otro, ni la limpié. Me senté a su lado para darle la mema en la boca, para que me chupe algunos dedos y para manosearle esas tetas sublimes, adorables y con dos pezones bien erectos.
Cada tanto le abría las piernitas para rozarle la vagina con la puntita de la mema, y entonces hacérsela lamer. Le pedía que se babee, y que deje que se le caigan gotitas de leche en el cuerpo. Tenía ganas de desnudarme y obligarla a que me lustre el clítoris con esa lengua escurridiza. Pero me enternecía tenerla olorosa, babeada y con los ojitos tan inescrupulosos como el morbo que Ernesto y yo construimos alrededor de su mundo.
Estuve largo rato dándole galletitas con mis labios, directamente al puerto de su boca, ofreciéndole más leche de la mamadera y acariciándola con ternura. Hasta que no lo soporté y, en cuanto la oí eructar, naturalmente bajo mis órdenes mientras le hacía provechitos en la espalda, la destapé toda y empecé a pajearla con mis dedos. Le metía mis pezones en la vulva y me le fregaba sin contemplaciones. No sé cómo hice para desvestirme con tanta prisa. Le di mis tetas para que me las chupe, escupa, muerda y lama, una vez que se llenaron de su aroma, y se las friccionaba contra las suyas. Hasta le frotaba su pañalsito en la cara, cuando le pedía que me masturbe con la mamadera.
Finalmente mi orgasmo llegó cuando decidí enroscarme a su cuerpo. Me tiré sobre ella para saborear su conchita gordita, deliciosa y con un clítoris tan duro y afiebrado que, daba pena no chupárselo, y para que su lengua me retuerza las entrañas de placer al chocarse una y otra vez con el mío. Le dejé la colita colorada de tantos chirlos, varios dientes marcados en las ingles, las uñas en toda su piel, y no me dio pudor pedirle que me chupe el culo, con algunos deditos suyos entrando y saliendo de mis jugos revolucionados.
Ella también acabó de puta madre, y sus gemidos me lo garantizaban casi tanto como el celo de sus ojos.
¡Así, embarazadita como estás, vas a andar todo el día con la concha re caliente putita mía!, le dije comiéndole la boca, luego de ponerle una bombacha y hacerle una nueva trencita. Le pedí que ordene la pieza, que barra la cocina y que lave los platos del día anterior. Aquel lunes anduve desnuda, incluso durante el almuerzo. Ernesto llegó a las tres de la tarde como siempre, y nos sorprendió comiendo un flancito. La nena estaba en mi regazo, cuando la cucharita salía de su boca para entrar en la mía, mientras nos intercambiábamos piquitos, lamidas y chuponcitos en las tetas. ¡Cómo se le mojaba la bombacha a la roñosa! Ernesto, que hasta entonces solo miraba desorbitado y nervioso, le hizo tocar el bulto de su pantalón con la manito acaramelada por el postrecito, le comió la boquita y me dijo al oído: ¡Negrita, esta nena se tiene que bañar… tiene mucho olor a pichí, y eso a sus amiguitos no les va a gustar me parece!
En mi cabeza se entretejía todo lo indispensable para que Rocío tenga un baño dulce, acorde y único. Pero Ernesto tuvo la idea de sentarla en la mesa, abrirle las piernas y lamerle durante unos largos minutos esa conchita jugosa, peludita y con olor a nena embarazada. Sus gemidos, sus contorciones y jadeos, apenas eran silenciados cuando yo le daba más flan en la boca con mis dedos y la cucharita alternadamente. Con la otra mano le apretaba la pija a mi esposo por adentro de su slip tan acalorado como mi inconsciencia. En ese tiempo, el teléfono sonó unas cuantas veces, y mi celular se colmaba de mensajes de texto. Pronto Ernesto la tumbó boca arriba en la mesa, le sacó la bombacha y empezó a hacerse el ginecólogo con su hija postiza. Le palpaba la panza, le abría los labios vaginales, le amasaba los senos y le hablaba bajito al oído: ¡Ya vas a estar más gordita nena, y estas lolas te van a doler un poco cuando se te empiece a acumular la lechita para el bebé… por eso, es importante que alguien más te las chupe… y, la conchita se te moja todo el tiempo porque, te sube la temperatura hormonal, y querés sexo a cada rato… no tengas pudor en masturbarte, cerdita cochina!
Cuando comenzó a tocarle la pancita con la punta de la pija, yo me entretuve lamiéndole las tetas y penetrándole la vagina con mis dedos, sin olvidarme de rozarle el clítoris con el pulgar. Y, de repente, Ernesto se sacudió en un estrépito sonoro, con el que casi consigue que Rocío se caiga de la mesa. Le dejó todo el semen en la barriga, y luego le pidió que le limpie la pija con la boca. Yo, mientras tanto, debía limpiarle la lechita de la barriga con la lengua.
Al rato, mi macho en un estado de relax que me conmovía, se quedó planchado en el sillón, en bolas y con la pija a media asta. Entretanto, yo inspeccionaba que Rocío se bañe como corresponde. Le llené la bañera con agua calentita y espuma, le ofrecí un toallón rosado, un vestidito y unas ojotas, y me senté en el inodoro para contemplarla. No quise tocarme durante ese espectáculo. Era hermoso verla refregarse con la esponja, llenarse de jabón, moverse como un pececito en el agua para conquistar las partes de su cuerpo más complejas, disfrutar del vapor y las cosquillas que de vez en cuando yo le hacía en los pies. Una vez que terminó, le sequé el pelo, le hice dos trenzas, la ayudé a ponerse el vestidito y la llevé a la cama donde le puse una bombachita y un pañal encima. Ahí la dejé para que duerma una siestita.
Por la tarde, Ernesto y yo tomamos unos mates, discutimos unos temas financieros del hogar, nos pusimos de acuerdo con que era tiempo de cambiar el auto, resolvimos un inconveniente con una factura del gas, y fuimos juntos a buscar a nuestra consentida. Nos esperaba con un dedito en la boca, las piernas abiertas y una mano adentro del pañal, como queriendo decirnos que había un problema.
¡Sacá la mano de ahí chancha!, le gritó Ernesto mientras le tiraba del pelo y le pegaba en la mano que tenía en la boca.
¿Te measte Ro?!, le pregunté.
¡No ma, pasa que, me, me pica la vagina, y la cola, y necesitaba tocarme!, dijo ahora con el chupete entre los labios. A Ernesto se le abultó el pantalón en forma automática, y yo sentí que mis flujos hacían sus descargos en los legajos de mi bombacha. Yo le puse una musculosita, y él se la cargó en los brazos para llevarla al comedor, donde le daríamos la merienda.
¿Querés mirar dibujitos? ¿O una peli?, le decía Ernesto, que la tenía a upa en el sillón, mientras yo le daba la leche en la boca con la mamadera, y algunas galletitas con queso.
¡No sé pa, lo que vos quieras!, dijo algo disfónica. Cuando Ernesto le subió el vestido, no sé por qué, pero se me antojó cortarle las uñas de los pies. Casualmente, Ernesto le aflojaba el pañal y liberaba su pene del encierro de su ropa para ubicarlo entre el plástico y la colita de su bebota. Ahora él le daba la leche como podía, mientras poco a poco hacía que ella se moviese sobre su falo, y yo le cortaba las uñitas, le besaba los pies y le hacía algunas cosquillitas.
¡Tomate toda la leche pendejita, porque a tu papi se le pone cada vez más duro el pito mi amor, por no hacernos caso… ahora no te va a picar más la colita mi cielo!, le decía Ernesto, cuando yo ya estaba arrodillada, en calzones y corpiño, oliendo y besando a mi nena desde la pancita a los pies.
¡Viste papi, ahora tiene olor a limpita la nena! ¿Te gusta? ¡Y tiene el pelito mojado! ¡Y se toma la mema como una chiquita buena!, decía impulsiva, ardiente y lejos de prohibirle a Ernesto que le masajee las tetas. Todo hasta que Rocío eructó y gimió por un pellizco de mi marido.
¡Date vuelta Ro, y eructame en la cara puerquita, dale, y movete más, sentí la pija de tu papi en el culo guacha!, le exigía, y ella no ofrecía resistencia. Se comían la boca, ella hasta llegó a escupirle la cara, y él las tetas a ella. Y, cuando escuché que Ernesto balbuceó: ¿Por qué no te hacés pichí ahora,¡? ¡Dale, meale el pito a tu papi zorrita!, yo me les adelanté a cuanto plan pudiera edificarse. Le saqué el pañal y la bombacha a Ro, me agaché y empecé a chuparle la conchita, y la pija a mi hombre. A ella le gustaba que le haga circulitos con la lengua en la entrada de la vagina, y a él que le pegue en el glande, que trate de juntarla a la vulva de Ro y, que de esa forma me devore todo lo que fluía de sus sexos rabiosos. Ernesto deliraba oliéndole la boca a la nena, y yo me pajeaba sin detener mis argumentos de petera. Todo era una sinfonía de gemidos, chupones, respiraciones entrañables, caricias, pellizcos, lamidas, frases obscenas, gotas de sudor, olores pecaminosos y un orgasmo tras otro, en especial en la nena, que se mojaba irremediablemente.
Todo hasta que Ernesto colocó a la nena en cuatro patas sobre el sillón, y él se puso de pie bien pegadito a su rostro, para que la guacha le haga un pete. Pero yo no lo permití. Volví a sentársela en las piernas, aunque esta vez para que se miren de frente, logré que la pija le golpee varias veces en la conchita y le pedí que se haga pis a upa de su papi. En cuanto la guacha le desagotó toda la vejiga en el pubis, Ernesto empezó a darle murra. La penetró con todo, arrancándole los pelos y las lágrimas con sus azotes en la cola, marcándole dientes y chupones en el cuello, denigrándola a cada rato con eso de que es la putita de la villa, y colmándola de pija. Yo entretanto le lamía el culo, le mordía los deditos de los pies y le frotaba las gomas por donde pudiese.
Esa noche, Rocío comió solita en un colchón que le armamos al lado de nuestra cama. Le dejamos el mismo vestidito sucio, no le pusimos pañal, y la atamos del cuello a la pata de la cama, con un collar bastante más cómodo que el de los perros. Claro que podía moverse por los 3 metros que tenía el cordel. Comió una presita de pollo y bebió bastante jugo. Estuvo allí desde las 23 del lunes hasta las 12 del mediodía del martes. Naturalmente se hizo pis en el colchón, y fue mientras le hacía un pete rapidito a Ernesto, antes de que saliera a enfrentarse a su mundo perfecto de gerente bancario. Al mediodía la desaté, le puse un shortcito y la llevé a la cocina donde tuvo que colaborar con la limpieza nuevamente. Hice un arroz fresco con tomate y huevos, mientras le subía y bajaba el pantaloncito para lamerle la vagina o el culo cuando se me antojaba. Apenas se puso los guantes para lavar los platos, le pedí que me toque por adentro de la bombacha, que me penetre y revuelva la concha, y eso mientras yo veía el noticiero. Cuando le tocó barrer, le pedí que se frote el mango de la escoba en la vulva, y que escupa el piso. Cuando almorzábamos, le pedí que se toque las tetas y que se penetre la vagina con los deditos para luego ofrecérselos a mi boca. Después, una vez que levantamos la mesa, simulé perder el control inventándole un rumor estúpido. El propósito era arrancarle los pelos, darle unas cachetadas y pajearla sobre el shortcito.
¡Que sea la última vez que te veo chuparle la pija a tu primito en el patio, putita barata!, le decía entre zamarreos, sorprendiéndola mientras ella lavaba platos. Claro que, ella consideraba que todo era parte del mismo juego peligroso al que la sometimos desde el primer día.
Cuando la vi lagrimear, con carita de dolor y gestos de sufrimiento por los pellizcos que le hice en uno de sus pezones, decido bajarle el pantaloncito para abrirle las nalgas y acariciarle el agujerito del culo con la lengua, y así mitigar su pena. Pero entonces, Ernesto se convirtió de pronto en nuestro espectador de lujo. No oímos el timbre porque, esta vez él se había llevado su juego de llaves.
¡Chupale bien ese culo negrita, ponela loca,  que se moje la conchita, que gima y se escupa las tetas!, decía ebrio de lujuria mi esposo, con su pija en la mano. Rocío se babeaba como una perrita rabiosa, y ni siquiera renegó cuando Ernesto la arrodilló para que le lama los huevos, lo pajee y le dé unos cuantos pijazos en la boquita. ¡Eso sí! Tenía que dejarme el culito parado para que mi lengua se lo siga estimulando como mis dedos a su vagina acalorada de tantos jugos.
¡Basta guacha, soltame la pija, que tu mami y yo nos vamos a dormir la siesta! ¡Y vos también pendeja malcriada!, dictaminó endiablado el jefe, y no nos quedó otra que seguirlo a nuestro cuarto. Allí Ernesto se desvistió, ató del cuello a Rocío a la pata de la cama, le esposó las manos atrás de la espalda, le puso un pañal y la obligó a mamarle un ratito más la pija, el que fue suficiente para darle un suculento postrecito de semen. Ella se lo tragó todo, eructó y dejó que su papito de fantasía le suene los moquitos con un pañuelo de papel, porque la guanaquita estornudó varias veces mientras lo peteaba.
Entonces, llegó el tiempo de la tortura para nuestra prisionera. Ernesto me pidió que se la mame, luego que me deje chupar la concha y el culo por su boca ávida de una hembra caliente, que hagamos un 69, y que nos comamos a besos después de que mis tetas acunen ese pedazo de verga para ponérsela más dura. Todo lo hacíamos ante los ojos ineficaces de Rocío. Ella no podía tocarse, y solo le quedaba refregarse o dar saltitos contra el colchón, gimiendo y sollozando. En un momento nos pidió que le saquemos el pañal porque se había meado. Pero la hacíamos callar con un buen tirón de pelo o con una bofetada. Hasta que Ernesto se me subió encima, ni bien me acomodé en 4 patas sobre el mismo colchón de Rocío, a poquitos centímetros de su piel para calzar con precisión su pija en mi conchita. Me bombeó con todo, mientras yo le decía: ¡Hoy la cagué a palos a tu hija, porque le anduvo chupando la pija a su primito… es una cochina inmunda!
Eso lo motivaba con creces, ya que sus penetradas se tornaban más profundas, pronunciadas y certeras. Me moreteaba los hombros para aferrarse a mi cuerpo y llegar al tope de mi conchita, y de vez en cuando le escupía el pelo o la espalda a Rocío, que seguía retorciéndose de calentura.
En un momento, y como la nena estaba en 4 patas, su colita estuvo a nada de nuestro olfato pervertido, entre los dos empezamos a mordisquearle el pañal sin detenernos ni arrepentirnos. Su olor a pichí nos daba más ganas de cogernos, y de morderla toda. Terminamos saboreándole la conchita meada y el culito una vez que su pañalín dejó de ser un impedimento, y en esos segundos sentí que la leche de Ernesto me inundaba completamente, mientras me gritaba: ¡Comele la concha a tu hija, que está preñadita, por tu culpa, porque no le compraste forros ni pastillas, y encima no le enseñaste a ir al baño cuando quiere pis!
Costó recuperar el aliento después de tamaño remolino sexual. Por eso tuvimos que regalarnos una merecida siesta, para la cual desatamos a Rocío, la des esposamos y le pusimos otro pañal para que descanse con comodidad. Aunque ni locos la dejamos ir a limpiarse.
Alrededor de las 7 nos levantamos a merendar, y Ernesto fue el encargado de ponerle una pollerita a Rocío, además de unas hebillitas en el pelo. No hubo nada extraordinario entre el mate y las facturas. Tampoco durante la cena. Rocío miró la tele mientras Ernesto completaba unos formularios. Yo revisaba mi mail y el facebook, y me ponía al día con las noticias, los chismes de mis amigas, las fotos del cumple de 15 de mi sobrina que vive en España y otros asuntos. Solo en un momento Rocío gateó desde el sillón hasta las piernas de Ernesto que estaba en la mesa del comedor con el rostro serio y un vaso de whisky, concentrado en sus papeles. La vi cómo le movía la cola con la carita sobre su bermuda, y la escuché cuando le balbuceó: ¡Papi, ya me hice pichí dos veces! ¿Me cambiás vos, o mami?
No le contestó enseguida. Eso me sorprendió. Pero me quedé tranquila cuando la vi frotarle la cara en el paquete, y a él manosearle las tetas. Hasta le ofreció whisky, sin decir una palabra.
¡Ahora estamos ocupados chiquita! ¡Así que, hacete pis todas las veces que quieras, que después de comer te cambiamos el pañal! ¿Sí?<!, le dijo Ernesto y le mojó un chupete con su whisky para metérselo de prepo en la boca y mandarla al sillón.
Antes de calentar unas viandas en el microondas, pasé a darle unos besitos en las gomas a mi nena, y su aroma casi desata las fieras de mis más bajos instintos. Pero solo me conformé con sacarle la pollera y pedirle que ponga la mesa. De esa forma la veía ir y venir en pañales, y me excitaba como una perra. Al punto que me froté la concha contra su culito cuando buscaba los cubiertos en la cajonera.
Después de cenar, Ernesto levantó la mesa mientras yo terminaba mi tequila, y en breve alzó en sus brazos a Rocío, para acostarla boca arriba sobre el mantel. Le aflojó el pañal y, mientras le chupaba las tetitas quiso que yo se lo saque por completo. Lo hice como si hubiese sido mi primera vez, y le estiré mi mano para estimularle la pija a mi marido, al tiempo que le comía la conchita a la nena, que gemía con el chupete en la boca. Ernesto no quería contenerse más, y en un arrebato se acomodó entre sus piernas hacia el suelo para clavarle la verga en la concha, y proponerle un columpio de feroces sensaciones, porque, a la vez que la penetraba le mordisqueaba los costaditos de las gomas, le metía un dedo en el culo y la desquiciaba con las cosas que le decía:
¡Dale guacha, movete así, que tu bebé se tome la lechita de tu papi! ¡Sos una flor de puta pendeja, y me encanta cogerte toda meadita, preñada y así de maricona!
Entretanto yo le sacaba el chupete para pajearme con él y luego devolvérselo a su boquita, y le hacía oler su pañalín.
En eso suena el timbre, unas palmas y varios golpes en la puerta de calle. No tenía idea de quién podía interrumpirnos a estas horas. Pero sentí que no debíamos ignorar semejante barullo. Los vecinos podían intervenir, o quejarse, o llamar a la policía. Por lo tanto, me puse una bombacha y un camisón largo, resuelta a investigar. Atendí por la ventana para no exponerme demasiado. Era el hermano delincuente de Rocío, con una gorrita mugrienta, la mirada extraviada, las manos inquietas y un aliento a vino que te volteaba.
¿No anduvo la Rochi por acá doñita? ¡Perdón la hora, pero la guacha se las tomó, y anda preñada! ¿Vio?, dijo al fin, antes de que yo encontrara las palabras.
¡No, no la vi! ¡Hace rato que no me la cruzo por la calle!, fingí con astucia.
¿Así que está embarazada? ¿O sea, que ya anda noviando?, agregué para sacarle información. De repente me excité al imaginarme chupándole la pija a ese esqueleto con patas. Entonces, grité hacia adentro de la casa para seguir fingiendo: ¡Ernestoooo, ¿No viste por casualidad a Rocío, la hija de los García? ¿Sabés cuál te digo?!
Recién entonces me detuve en los sonidos que provenían de la cocina. Ernesto ahora le daba pija a Rocío con mayor desenfreno, mientras me gritaba: ¡No negra, ni idea! ¡Creo que la vi en la plaza, pero hace muuucho!
El pibe seguía con el cuerpo tan duro como un poste de luz, cuando yo le decía que no dude en pedirnos ayuda, en tenernos al tanto, y que hable con los vecinos. Hasta le ofrecí hablar con un abogado si fuese necesario.
¡La Rochi no es mala piba! ¿Sabe? ¡Pero a la gila le gusta hacerse la putita, y bueno, el viejo la encontró justito!, se excusó tartamudeando.
¡Mirá, no te preocupes, y no la juzgues! ¡Además, alguien tiene que saber algo! ¡No te desanimes! ¡No puede haber desaparecido! ¿A dónde te pensás que puede llegar sin un mango?, le sonreí a su desesperación, a la vez que oía que Ernesto sobornaba a nuestra cautiva: ¡Dale cochinita, comeme la pija, o te entregamos a tu hermanito, que está con tu mami afuera, y más vale que esta noche me dejes hacerte esa colita, así bebéee, chupala toda que te doy la lechitaaaa!
¡Bueno doñita, no la jodo más! ¡Duerma tranquila, y si sabe algo me chifla!, dijo el pibe, esforzándose por coordinar los pasos que lo alejaban de mi casa, sin sospechar absolutamente nada. Lo veía irse mientras me quitaba el camisón, sin importarme que cualquiera que pasara por la calle me mire las tetas. Cerré la ventana y corrí a la cocina.
Rocío estaba en cuclillas contra la heladera, succionándole la pija a mi marido. Entonces, la increpé mientras le arrancaba el pelo, le daba cachetadas y le retorcía los pezones, al tiempo que Ernesto la atoraba más con su miembro, le pedía más lengüita por sus huevos y eructos cuando se la extraía de la garganta: ¿Cómo tiene el pito tu hermano cerdita? ¿Sabe coger ese guacho? ¿Te chupa bien la concha? ¿Ese fue el que te embarazó putona? ¿Te coge bien? ¿Te calienta ese turrito bebota? ¡Seguí mamando putita, toda la lechita sacale a tu papi!, le gritaba pensando en el que ahora se la daba de rescatista preocupado.
¡Sí, me coge re fuerte ese turro, y me mea las tetas, me las muerde y me acaba casi siempre en el pelo!, dijo apenas tuvo un permiso cedido por la generosidad de los ensartes de Ernesto. Esto motivó a mi marido a ordenarme que me arrodille bien pegadito a ella, que la bese en la boca y que nos frotemos los pechos, mientras él se pajeaba frenético entre su pelo, hasta que su semen no encontró más elementos para no fluir desaforado y rebelde.
Una vez que le dejó todo el pelo engrudado, quiso que nos separemos para apuntar su pija al centro de su pecho y mearle los senos, mientras yo la asfixiaba con mi bombacha empapada, la que me saqué cuando Ernesto la dio vuelta para pegarle tres cintazos en la cola. Luego de eso mi esposo se ofreció a limpiar el lío de la cocina, lavar los platos y ordenar la habitación.
Yo decidí llevar a Rocío conmigo al baño donde nos daríamos una ducha renovadora, como madre e hija. Pero antes me senté en el inodoro, le abrí las piernas y la obligué a sacarme un poco de la calentura que me cegaba con esa lengua y sus deditos. Me ponía loca cuando me lamía el culo, me revolvía la vagina y hacía  que mis flujos resuenen abundantes. Me olía, me frotaba el clítoris y decía bien pegadito a mi vulva: ¿Te calienta mi hermanito ahora, mami chancha? ¿Lo querés en tu camita, dándote pija en la boca? ¿Querés que te pegue una buena culeada, que te mee las gomas como a mí? ¡No sabés la pija que tiene, y toda la leche que larga el turrito! ¡O, por ahí querés ver cómo me coge!
Esas palabras, más la meadita que se echó sobre mis pies descalzos mientras lamía, chupaba, gemía y escupía, me llevaron al clímax de una forma que, necesité gritar y frotarle fuertemente la cara contra mi concha. La nena se bebió mi orgasmo, y después me lamió los pies como una verdadera colegiada en materias de fetiches de alto voltaje. Pero, cuando noté que corría el riesgo de calentarme nuevamente, me levanté para abrir los grifos, preparar los toallones y meternos a la ducha apenas el agua estuvo en su punto justo.
Mientras nos bañábamos, nos atribuíamos una confianza inmune a cualquier lazo.
Elsa: ¿Te gusta la pija de mi marido perrita?
Rocío: ¡Sí, es hermosa, cabezona y re lechera!, decía ella cuando yo le enjabonaba las tetitas.
Elsa: ¡Y a nosotros nos fascina que seas una cochina, que nos hagas caso, que te dejes usar por nuestras locuritas!, le dije admirando el brillo de sus ojazos.
Rocío: ¿Ustedes no tuvieron hijos señora?!, acertó a preguntar.
Le dije que fue una decisión de los dos darle toda la importancia a nuestras carreras profesionales, y que cuando quisimos acordar se nos pasó el tiempo.
¡Pero ahora vos sos nuestra bebota, y nosotros te vamos a dar todo lo que necesites, siempre y cuando hagas lo que te pidamos!, le aclaré entre caricias mientras la secaba.
Cuando salimos del baño, húmedas y acaloradas por el vapor, fuimos directo al dormitorio, donde Ernesto nos esperaba en bóxer y con la pija hecha un ladrillo.
¡Negro, ponele un pañal a tu hija, y dale la lechita en la boca, y hacele cosquillas!, le pedí. Ernesto le puso un pañal después de olerla toda, la acostó en la cama arropándola con la sábana y una mantita, se puso de pie a centímetros de su cara y, Rocío empezó a fregar su carita contra su bulto inflamado para jadear y ronronear como una gatita.
Cuando al fin el pene de Ernesto estuvo afuera, la boquita de Rocío no tuvo lugar para emitir palabras. Solo bocados, lamidas, escupidas y unas chupadas que me trituraban la razón, mientras él le hacía cosquillas al costado de la pancita, y yo en los pies. Ambos se lo pedíamos con la voz enternecida:
¡Asíii, chupá mi amooor, y hacete pis preciosa, reíte, y sacale la lechita a tu papi, dale, que yo se la voy a sacar a tu hermanito, meate Rochi, hacele caso a tu mami, queremos verte con la boquita enlechada, y hecha pis nenita!
Ernesto no le tuvo piedad. Apenas la nena murmuró: ¡Ya me hice pichí papi!, la ahogó con su estampida seminal, al punto que Rocío tosió como loca, se llenó de baba y mocos, y hasta lo insultó por la forma en la que le arrancó el pelo.
Eran las 3 de la madrugada cuando yo me acosté con ellos, dejando a Rocío en bombachita tras haberla cambiado, y en el medio de los dos. Ernesto tomó la palabra, antes del beso de las buenas noches, sin participarme sus decisiones. Pero contando con mi aprobación en todo momento.
¡Rocío, a partir de ahora nosotros te vamos a emplear como corresponde! ¡Vas a tener un sueldo, ropa, un lugar en el que dormir, un celular, una notebook, un profesor particular que te prepare para terminar el secundario, y algunas atenciones! ¡Ya lo hablamos con tu madre, y ella está de acuerdo! ¡Eso sí! ¡Vos tenés que atenerte a nuestros pedidos! ¡Vas a ser nuestro juguete sexual, incluso después de tener a tu bebé! ¡Y, también vas a tener una buena cobertura médica! ¡Posiblemente tengamos que darte otros documentos, con otra identidad! ¡Pero te vamos a sacar de la calle, y del ambiente de mierda que te rodea! ¡Si estás de acuerdo, todo lo que tenés que hacer es, subirte a mi pecho, correrte la bombachita y dejarme que te coma esa conchita!
Por supuesto que Rocío se entregó de lleno a la lengua golosa de mi marido, repleta de emociones y lágrimas, mientras yo la colmaba de besos, de frotadas y pequeños mordisquitos. Rocío acabó enseguida, más que agradecida, y en cuanto estuvo rendida compartiendo nuestro calor, le pregunté a Ernesto si estaba seguro de todo lo que le ofreció a la nena. Apenas dijo que nunca había estado tan seguro de algo, en señal de agradecimiento, no tuve más que subirme a su cuerpo y cabalgarlo con una furia desencajada, mientras Rocío roncaba.
Así es que Rocío hoy vive con nosotros, complaciéndonos, limpiando, regalándonos los albores de su sexo, haciéndose pis cuando queremos, y todavía embarazada. no le queda más de una semana para darnos un nietito, porque ya sabemos que será un varón. ¡y encima ahora podemos alimentarnos de la lechita tibia de sus tetas!     Fin

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