Era sábado. Había
llovido como la san puta, y no tenía guita ni para salir a dar una vuelta a la
plaza. Hacía un calor de locos para ser principios de marzo. El Coco me llamó
por la tarde para decirme que tenía unas birras, hamburguesas y fernet en su
casa. Y lo mejor del mundo era que sus padres salían ese fin de semana con una
pareja amiga. Le dije que no tenía un mango, y él me tranquilizó diciendo que
también invitó a Santi. Ese sí que era flor de ratón. ¡Por más que tuviera
guita, nunca ponía para nada, o se hacía el boludo! Después habló de unas
películas que no entendí por la maldita señal de los celulares. Me pidió que si
me acordaba le lleve un libro de historia que le debía, y que me esperaba a las
9 de la noche. Me bañé después de lavarle el auto a mi viejo para ver si me lo
prestaba, y ni siquiera me largó un peso para la juntada. Tomé un par de mates
con mi vieja, busqué el libro y me perfumé para salir.
Caminé unas 30
cuadras hasta lo del Coco. Pero en el camino me crucé con el Emilio, y no pude
resistirme a darle unas buenas pitadas a su buen fasito de flores. Quedé medio
loco al toque. Al punto que se me hizo difícil caminar sin perseguirme con
alguna caripela ambulante. De hecho, se me paraba la verga sin necesidad.
En fin. El Coco
estaba barriendo la vereda cuando llegué, y a los 5 minutos apareció Santi,
mucho más transpirado que yo.
¿A que no saben
lo que les traje guachos!, dijo con una sonrisa amplia y un paquete en la mano,
en la que no traía la botella de coca. El Coco dejó la escoba, prendió un pucho
y nos convidó mientras decía: ¡No me digas que conseguiste Reventando Colas, y
Cogiendo Con La Empleada!
El Santi amagó
con abrir la bolsa, pero yo lo detuve en seco recordándole que estábamos en la
calle.
¡Mucho más que
eso gil! ¡También conseguí videítos amateur, bastante bizarros y prohibidos!,
concluyó por fin. Los tres entramos en la cocina, y el Coco abrió la heladera
para ponerse a preparar las hamburguesas. El loco siempre nos atiende de
maravillas. Picó cebollas, cortó tomates en rodajas, hirvió huevos y calentó un
poco los panes. Cuando cada uno se hubo bajado unas 4 birras en lata nos
acomodamos en el living. El Santi prendió un terrible troncho grueso y
aromático. El Coco puso un dvd de Red Hot Chili Peppers, y yo me senté
desparramando cartas en la mesita ratona, como para abrir algún juego. Pero
entonces el Santi replicó: ¡Che, no seamos pajeros, ahora que no hay nadie!
¡Aprovechemos, que traje unas pornos para quedar re locos! ¿Pinta una paja
grupal?!, y se rió dejando las cajas al asombro de nuestras miradas
expectantes.
Eran 5 pelis, una
más interesante que la otra. Dos eran europeas, y de lesbianas. Otra tenía a 5
morochas en bombacha, sentadas en el suelo y atragantándose con unas pijas
inhumanas. La siguiente era Reventando Colas, una peli argenta, y la última
tenía cierta censura en los dibujos. Se llamaba algo así como El Pediatra
Oscuro, según la traducción al castellano. Parecía rusa.
El Coco `puso la
tele, y mientras ponía la primer película dijo: ¡Igual, no lo pongamos tan
fuerte, que está la Anto arriba!
Antonella es la
hermana menor del Coco, quien esta vez quedó a su cuidado. Entonces, la peli
comenzó a rodar, y nosotros a comentar como verdaderos especialistas entre
risas, críticas a las caras o gestos de los actores, a buscarles parecidos con
familiares o profesores, a beber y fumar sin prejuicios, y lentamente a
pajearnos. Primero sobre la ropa. Y cuando la peli casi terminaba, los tres
exponíamos nuestras pijas paradas al aire. No teníamos vergüenza. Yo ya me
había acabado una vez en el calzoncillo. Siempre me pasaba lo mismo, y los
boludos se me reían. En el fondo parecían esperar el momento en que me saltara
la leche como balazos. A veces no nos alcanzaban las provisiones de papel de
cocina para limpiar tanto enchastre.
A la segunda
peli, digamos que le dimos una pasadita, y nos aburrió al toque. Reventando
Colas no había sido mucho mejor que la anterior. Encima, una de las actrices se
parecía a una tía de Santi. Estuvimos gastándolo bastante rato con eso, hasta
que conseguimos que se caliente con nosotros y nos revolee un par de
almohadones. Pero, la de las morochas peteras sí que nos cautivó. Nunca las
veíamos completas por falta de tiempo.
En un momento
oigo que el Coco grita: ¡Anto, subí a tu pieza y dormite de una vez! ¡Mami no
va a venir hasta la madrugada!
La tele estaba al
palo, y ninguno se percató de que la nena había bajado a buscar gaseosa. Las
pijas de esos señores maquillaban con arte y abundante leche a esas criaturas
mamadoras, mientras el Coco inseminaba servilletas, el Santi se meneaba la pija
para retener su lechazo, y yo sentía que los huevos me dolían gravemente por no
cometer otro derrame. Desde los 14 años que nos juntamos a ver pelis y a
pajearnos cuando se puede. En general siempre somos los mismos. Alguna que otra
vez invitábamos a Nico, un primo del Coco, o al hermano de Santi. No queríamos
estropear los tres años que llevábamos reuniéndonos por algún bocón, y sabíamos
que ellos en particular no nos iban a cagar.
La película
prohibida fue imposible de adelantar, mutear o comentar. Era muy lúgubre, y
nada estaba censurado como en su presentación. No tenía subtítulos, y no los
necesitaba.
Al principio, un
doctor acostaba a tres niños y dos niñas en una camilla amplia, sobre un lienzo
negro. Los revisaba, los despojaba de sus prendas, les tomaba la temperatura y
el pulso, les miraba la boca con un espejito y les acariciaba el rostro. En
cuanto los tuvo en ropa interior cometía con ellos todo tipo de torturas. A los
nenes los obligaba a tocarse los pitos entre ellos y a besarse en la boca,
mientras él les pellizcaba las nalgas, les hacía pequeñas marcas en la piel con
quemaduras de cigarrillo, y los bañaba en una especie de aceite para bebés. En
un momento vi que les rozaba los agujeritos de sus culos blancos y redondos
como manzanitas, mientras los chicos se besaban. No se quejaban ni resistían.
A las nenas les
pidió que se orinen con sus bombachas puestas. El doctor luego se las iba quitando
con sutileza, se las hacía oler y lamer, se abría el ambo repleto de bolsillos
y mostraba a la cámara una pija erecta y cabezona, no mayor de 12 centímetros,
la que se envolvía con una de las bombachitas meadas. Luego se la apartó del
pito, la arrojó al suelo, la escupió y profirió un enérgico insulto. La pisoteó,
y tras oler las otras dos bombachas goteantes, puso a las nenas en cuatro patas
y les facilitó su venoso miembro a sus manitos y bocas para que se lo chupen,
huelan, muerdan, manoseen y laman inexpertas, llenas de terror y odio fingido
en los ojos. Las tres se reían como unas diablas en celo, y se babeaban como
unas perritas rabiosas.
Ninguno de
nosotros se atrevió a romper el clima. Ni siquiera nuestras ganas de paja.
Recién, cuando apareció una enfermera entrada en carnes amamantando a un bebé
en pañales, supimos que era el momento de fumar un poco, y mutear la tele. La
gordita se sentaba lentamente en la camilla sobre el rostro de una de las nenas
que yacía hecha pis, ahora cara al cielo, y con un pene de goma en la entrada
de su inocente vagina. El Santi me juró que el doctor se lo había colocado
antes de salir de la escena. Yo me perdí ese detalle. Como la enfermera estaba
en bolas, le pedía a su paciente que le lama la concha, diciéndole que de esa
forma se iba a salvar de los tormentos sexuales que la aquejaban.
¡Hey guachos, ¿Se
acuerdan cuando nos acogotábamos la verga mirando pelis en mi pieza?!, dijo de
repente el Coco, con la garganta pastosa por todas las secas que le dio al
porro. Además cuando empezaba a toser no paraba más.
¡Síiii boludo! ¡Era
terrible! ¡Los lechazos que te dejamos en la cama nene! ¡Pobre tu vieja!
¡Perdonanos! ¡Debe haber sido un asco encontrarse con esas sábanas!, dije,
rememorándolo todo como en una película interna.
¡Pero vos te
measte un par de veces gil! ¿Te acordás que te hacíamos cosquillas porque, vos
decías que te gustaba tocarle el pito al Santi?!, dijo impiadoso el Coco,
haciéndome sentir un estúpido. ¿Qué necesidad había de remover aquellas aventuras?
¡Es verdad, me lo
re tocabas guacho, y te meabas! ¡Y encima, cuando acababas decías el nombre de
mi hermana! ¡Qué hijo de puta! ¡Te re calentabas con ella, y en mi casa!,
aportó el Santi. Todos nos reíamos, tosíamos sin parar, relojeábamos la tele, y
volvíamos a pajearnos.
¿Querés que te
ayude a largar la lechita nene?!, me dijo el Santi, moviéndose hacia los
costados, apretándose el ganso y frotando el culo en el sillón. No llegué
siquiera a respirar para responderle, porque en ese momento nuestras miradas se
re direccionaron al umbral de la puerta de la cocina. Allí estaba Antonella, de
pie, en bombacha, medias y musculosa, solicitándonos que bajemos el volumen.
Alguien le había sacado el mute al tele sin querer.
¡Sí, ya lo
bajamos! ¡Pero primero vení un segundo Anto, que, tengo que ver una cosita!,
dijo el Coco, con los ojos extraviados. Apenas tuvo a su hermana en frente, él
agachó el cuerpo y mientras le abría las piernas, parecía olerle la bombachita.
¿Hace cuánto que
no te bañás pendeja? ¡La tenés re sucia!, agregó dándole unas nalgaditas. Anto
no le respondió, aunque le sacó la lengua y le frunció el seño. Al Coco no le
gustó su silencio. Por lo que imagino que se la sentó en las piernas colocando
su manito sobre su pija llena de venas como túneles.
El Santi se
levantó a cerrar la puerta y apagar el aire acondicionado. Bajó el volumen, y
siguió mirando a la enfermera, que ahora le cambiaba el pañal al bebé para
luego tomarle la fiebre a la nena.
¡Che Coco, ¿La
Anto ya no usa pañales no?!, pregunté, en medio de un desconcierto que me
achuraba las tripas.
¡Sí, a veces sí!
¡No mi amor? ¡En especial cuando hace frío!, respondió mi amigo, mientras el
Santi volvía a menearse la chota, gimiendo por lo bajo: ¡Dale, apretame el pito
guacha, o le cuento a la mami que hoy no te bañaste, y que te sacaste un uno en
naturales!
¿Te gusta lo que
ves en la tele?!, le decía el Santi a la chiquita, bajo los efectos del faso y
algo de merca. El pibe había salido un momento a nariguetear un poco, cosa con
la que el Coco y yo no estábamos de acuerdo. Pero los dos mirábamos a la pibita
con sus doce años aterrados, siendo víctima de los chupones de su hermano por
su cuello, y tocándole inocentemente la poronga. Yo la había visto en pañales
algún que otro verano, cuando tenía 9 o 10. Nunca tuve el valor de preguntar el
por qué. No había en ella rastros de que se hubiese desarrollado. Pero tenía
unas tetitas que lograban abultarle la musculosa, la que el Coco le quitó
cuando ella empezó a lagrimear.
¡Sacate las
medias, subite gateando a la mesita ratona, y quedate ahí, en cuatro patas,
ya!, le ordenó nuestro amigo, y enseguida nos indicó que nos acerquemos a
mirarla mejor.
¡Pará Coco, que
me va a explotar la chota!, dijo el Santi por lo bajo, como si una angustia le
oprimiera la garganta. El efecto fue inmediato. Pronto los tres estuvimos
parados alrededor de la mesa, en calzones y pajeándonos, besándole la espalda y
acariciándole la cola a la nena, oliendo sus piernas, su bombachita, su pelo
enredado y su carita envuelta en nerviosas lágrimas.
¡No llores Anto,
que mis amiguitos te quieren mucho! ¡Dale nenita, que dentro de poco no vas a
poder vivir sin una buena pija!, le decía el Coco, justo cuando mi nariz
alteraba gravemente a mis ganas de cogerle la boquita, ya que no podía dejar de
oler su calzón manchado de pis, abriéndole las piernas con ayuda del Santi, que
se pajeaba y se las ingeniaba para manosearme el pito.
¡Tiene olor a
pis, como vos la nenita! ¿Viste guacho?!, se atrevió a decirme de repente, y
eso me excitó aún más. El Coco le hacía tantear su pija a la piba, y algunas
veces se la acercaba a la boca para que Anto gima como con asco.
¡Oleme el
calzoncillo pendejita, y escupime! ¡Dale, que yo al menos me baño turrita! ¡Y,
si no lo hacés, hoy no dormís con tu osito de la suerte!, le exigía y amenazaba
el Coco, ahora mientras el Santi le chupaba los dedos de los pies, y yo le
amasaba la colita con las manos, tironeando un poco de su bombacha. el Santi no
dejaba de pajearme, ni de pedirme la leche.
¡Avisame cuando
te salte, y, te juro que me la trago guacho!, me dijo en un momento, y
entonces, sentí ganas de mearle las manos, como cuando éramos nenes inexpertos.
¡Dale Diego,
apoyale la verga en la cola a la Anto, que se hace la retrasadita para pasarla
bien! ¡Te gusta más el pito del Santi, o el de Diego nenita?!, tronaba la voz
irreconocible del Coco. No tuve más alternativa que acomodarme detrás de la
cola de Anto, darle algunos pijazos en las nalgas y luego comenzar a
refregársela de arriba hacia abajo, con la leche cada vez más cerca de mi
glande.
Cuando ya advertí
que mi derrame seminal no encontraría razones para no dejarse fluir, el Coco se
sentó en el sillón y se dispuso a llamarla como a una perrita juguetona,
chasqueando los dedos.
¡Dale Anto, vení
bebé, venga mi chiquita, vamos nena, venga con el Coquito!, le repetía. Ella
fue gateando hasta allí, y dejó reposar su cabeza sobre sus piernas. El pibe no
pudo contenerse más. En un solo movimiento se la sentó encima y colocó su pija
erecta entre los cachetitos de su cola de nena y su bombacha olorosa. La sujetó
de los hombros y la sacudió con brusquedad, haciendo que su glande se frote con
la suave y delicada piel de su hermana.
¡Dale, movete
boludita, y tocame la puntita de la chota, dale pajera, y te doy la lechita
como te gusta!, decía exultante y agitado. Hasta que en un gracioso impulso,
medio levantándose del sillón estalló en la mano, la bombacha y la entrepierna
de Anto. Gruñía como un animal salvaje, diciéndole putona a cada rato, y no
dominaba la adrenalina de sus músculos, puesto que estuvo al borde de caerse un
par de veces.
¡Che Coco, Vos,
ya, ya lo hiciste antes con ella? ¡Digo, no sé si te la cogiste, pero, qué
onda?!, preguntó Santi, que no dejaba de pajearse. Yo hacía lo mismo sentado en
la mesita ratona.
¡No, no me la
cogí! ¡Pero sí juego con ella, y a la guacha le re cabe!, dijo con el rostro
desencajado, y tras tamaña confesión le pidió a su hermana que nos ayude a
nosotros.
Anto tenía un
leve retraso, pero no era necesariamente torpe, ni media burra, ni dependiente.
Solo que a veces babeaba un poco, no controlaba su uretra, y tenía un pequeño
problema con la movilidad de sus manos. Eso nos lo dijo el Coco, mientras yo
pispeaba la pantalla de reojo, en la que la doctora le chupaba la pija a un
adolescente, introduciéndole un tubo cilíndrico por el culo. Creo que al Santi
le llamó la atención tanto como a mí porque, de repente los dos nos
sorprendimos al voltear la vista a la alfombra, y descubrir a Anto en cuatro
patas, con la boca abierta y sonriendo, tal como su hermano se lo había pedido.
¡Mirá si te pasa
lo que a esa nena, por no hacer caso! ¡Tenés que portarte bien con el Coco y
sus amigos!, dijo el muy turro, cuando ahora en la tele la enfermera le
acertaba varios latigazos a una nena, mientras el médico le desfloraba el culo
con su pequeño pene, sin reparar en las súplicas de sus gritos.
El Santi se le
subió encima, y acomodó su poronga entre su bombacha y sus nalgas. Se pajeó un
momento, y pronto hacía como si se la estuviese penetrando, aunque su cabecita
solo se friccionaba en su entrepierna. Le acabó de una en cuanto la nena
murmuró: ¡Soltame que me duelen las rodillas, y, soy chiquita malo!
Vimos su
abundante semen humedecerle las piernas, y hasta la barriga cuando se separó de
su cuerpo, y entonces, ella solita vino hacia mí. El Coco me la sentó a upa
luego de apagar la tele, y yo me copié de mis compañeros. Le puse el pito en el
mismo lugar que ellos lo hicieron antes. Solo que mientras ella se movía y me
la apretaba un poco con una manito, los otros dos la colmaban de besos. Ella
parecía sentirse bien, porque ahora sus gemiditos no eran de terror, o
repugnancia.
¡La Anto ya no se
hace más caquita en la cama! ¿No cierto bebota?!, le decía el Santi al oído, y
ella se reía como atontada.
¡Nooo, ya no me
porto mal, aunque a veces me hago pichí en la escuela! ¡Mami me pone pañales a
la noche, en invierno!, decía ella chupándole los dedos al Santi y al Coco. El
morbo de mi cerebro no pudo soportarlo más, y luego de aquella frase empecé a
largarle mi leche para pegotearle aún más las piernas.
Entonces el Coco
dijo autoritario y poseído por las mieles puras de su hermana: ¡Vamos al baño
loquita, y te das una ducha! ¡Mis amigos son malos, y te llenaron de semen! ¡De
paso te ayudamos a bañarte! ¿Querés?
Pero antes de que
Anto pudiera decidirlo, la agarró de un brazo y la sentó en el suelo a lo
bruto.
¡Vengan chicos,
vamos a enseñarle a chupar pitos!, agregó a nuestras confusas mentes. Ahora los
tres la rodeábamos, y su boca no colaboraba en absoluto para que nuestras pijas
se encuentren con su calor. Por eso el Coco le dio unas buenas cachetadas, le
prometió no sé cuánta guita para que se compre alfajores, y ayudarla con
naturales. Entonces, su lengua, sus dientes y saliva nos hicieron estremecer
los cueros, los huevos y las piernas. Le pedíamos besitos, chupadas y escupidas
con una euforia que colapsaba su capacidad. Su boca era estrecha, y no cabía
más que el glande del Coco o del Santi. Yo tenía un poco más de fortuna porque
mi verga no es gruesa ni cabezona.
¡máaas, así
bebota, qué putona es mi hermanita, asíiii nena come pitos, chupanos a todos!,
decía el Coco. Mi erección peneana parecía de hielo. Oír las primeras toses de
Anto, su besuqueo y sus arcadas provocadas por sus excesos de saliva, y los
deslices de nuestras vergas hasta su garganta nos encendía aún más.
¡Vamos a bañarse,
sucia, cochina! ¡Dale!, dijo el Coco apenas con un hilo de voz, y los tres la
seguimos a un baño oscuro y espacioso.
¡Chicos, ya
vengo!, anunció el Coco tras dejarnos a solas con la nena, que nos tanteaba las
pijas al borde de reventar. De hecho el Santi no controló su estampida seminal
sobre sus pechitos.
¡Dale guacha, agachate
un poquito que me vieneeee!, le dijo el descarado, y Anto se dejó someter para
friccionar sus tetas en ese garrote de carne sudado, babeado y cada vez más
colorado.
El Coco apareció
con un montoncito de ropa de su hermana en las manos, lo puso sobre la tapa del
inodoro y descorrió las cortinas de la ducha.
¡Eeeepaaa Antoo!
¡Veo que alguno de estos dos te tiró la lechita en las tetas! ¿Quién fue?!, le
dijo mirándola a los ojos a la pibita, que seguía hincada en el suelo. Anto no
le respondió. Pero se lamió un dedo con carita de tenerlo sabroso.
El Coco amagó con
abrir los grifos. Pero antes dijo con autoridad: ¡Sacame el calzoncillo nena!
Recién ahí me di
cuenta que los tres estábamos apenas en calzones. Ella le obedeció. Se lo bajó
sosteniéndolo con las manos y la boca, y una vez que la prenda llegó al suelo,
él levantó de a uno sus pies para que la nena termine de quitárselo.
¡Ahora olelo
bebé!, le dijo manoseándole las tetas, una vez que Anto se incorporó.
¡Esa lechita es
del Santi!, la oímos susurrar lamiendo el calzón de su hermano.
¡Eeepaa! ¡Mirá
vos! ¡Sos un capo nene!, agregó el Coco mientras le chuponeaba la boca como si
se la estuviese comiendo.
¡Te traje la
ropita, y un toallón!, le dijo, obligándola a lamerle la pija, y a estirar su
manito para pajearme, sin saber del todo cómo hacerlo.
¡No te saques la
bombacha, y arrodillate en la ducha, vamos!, le pidió como si se tratara de
algo de vida o muerte. Apenas las rodillas de Anto se posaron en el cordón que
divide el baño de la ducha, su boca volvió a coronarse con nuestros penes
hinchados. Incluso con el de Santi, que había eyaculado recientemente. Pero
ahora, tal vez sin quererlo o esperarlo, fuimos más violentos, con ella y entre
nosotros. No sé por qué razón. Los tres le pegábamos en la cara, le
tironeábamos el pelo, la pellizcábamos, el Santi se dio vuelta varias veces
para tirarse pedos contra su rostro, nuevamente repleta de baba.
¡Chupá bebé,
sacanos la leche, o en el cole no hablan de pitos las nenitas? ¡Dale guachita,
comete mis huevos! ¡Babeate toda, tocate las tetas, abrí la boca puta, y no me
muerdas tan fuerte conchudita! ¡Asíii sucia de mierda, chupame los dedos!
¡Tragá cerda, hasta que te salten los mocos!
Estos, y demás
improperios decoraban la acústica del baño de mi amigo. Ella lloriqueaba un
poco, aunque no se resistía. Para colmo, el Coco le metía los dedos en el culo
a Santi, y se los hacía chupar a su hermana. A él le gustaba tanto que, hasta
le pegó para que siga haciéndoselo. Además, decía que la pija se le ponía más
dura cuando sus dedos lo penetraban.
¡Uuufaaa, pará de
llorar nena! ¿por qué no te hacés pis y caca encima, y te convertís en una
bebota, y te cambiamos los pañales?!, dijo el Santi, y algo parecido a un
volcán ardió en nuestras pieles febriles. Santi me escupió la cara, y entre los
dos empezamos a pellizcarnos las tetillas con la lengua de la nena en nuestros
pitos.
¡Dale, meate
encima Anto!, le gritó el Coco, amasándole las tetas y paseándole la verga por
el pelo.
¡Pero primero chupame
el culo, como a Santi, Asquerosita!, se interrumpió, y se dio la vuelta para
que la lengua de su hermana se pierda entre sus nalgas, a lo que no tenía forma
de negarse. Yo, mientras tanto apretaba su cabeza contra el culo de mi amigo, y
Santi se agachó para escupirme la pija. Creo que por instinto le di una piña
que le hizo sangrar el labio. Pero él me la escupió una vez más, y hasta se
atrevió a lamerme el glande.
Al rato la nena
nos lamía el culo y las bolas a los tres. El Santi se acabó en las manos en el
momento que Anto le colmaba el agujero de saliva, y él se pajeaba. En ese
instante, el Coco me apoyó la verga en el culo. Pronto los tres estuvimos
agachados, contemplando sus piernas, y en especial su bombachita celeste.
¡Dale Antito,
porfi, hacete pipí, que nosotros queremos mirarte, ahora nenita!, le dijo el
Coco rozándole la pancita con la punta de su lengua.
¡Sí bebota,
queremos ver cómo te hacés pis y cacona en la bombacha!, agregó el Santi con
impunidad, y en breve nuestros rostros se iluminaron. Un chorro abundante,
amarillo, caliente y escurridizo comenzó a fluir de los adentros de su vagina.
En cuestión de un minuto estuvo toda meada. Nos enloquecía escucharla suspirar
mientras liberaba sus aguas. Para colmo de males, no tardó en expulsar dos soretitos,
luego de decir con un dedo en la boca: ¿Quieren que me haga caquita?
Ninguno le
respondió. Creo que nos paralizó la evidente sumisión de sus actos, y saber que
cumpliría con creces. Entonces, los tres la pusimos de pie adentro de la ducha
y contra la pared para que yo le tome unas fotitos. Luego el Santi la sentó en
el lavatorio por expreso pedido del Coco. Ahí los tres le lamimos las piernas,
le apartamos un poquito la bombacha, y nos volvimos locos oliendo y lamiendo su
conchita sin vello, sus ingles, sus nalguitas, y hasta el orificio de su culo
maravilloso, tan virginal como toda ella. La cacona había quedado en la ducha,
aunque de igual modo le manchó la bombacha. Todo eso lo alternábamos con unos
besos a su boquita deliciosa, y le dejábamos unas tremendas marcas con nuestros
chupones en todo su cuerpito tembloroso. La acariciamos entera mientras los
tres nos pegábamos en las costillas con alguna mano libre, y volvimos a ponerla
de pie, al tiempo que el Coco le decía al oído: ¡Ahora estás hecha una
villerita, con olor a caca y a pichí, como cuando eras chiquita! ¿Te gusta ser
una nena sucia?
Ella decía que sí
con la cabeza, y abría las piernas. La apoyamos sobre el frío trozo de pared
que quedaba entre el inodoro y un mueble destartalado lleno de toallas, le
acomodamos la bombacha que ya apestaba a villa pura, y desde entonces, uno a
uno fue pasando con su pija por su entrepierna, supongo que ahora con la idea
de penetrarla. Al menos yo me moría por hacerlo. El Coco nos alertó para que no
hagamos cagadas, por lo que entonces, en principio, solo nos dedicamos a
pajearnos contra su cuerpo, apretujándola en la húmeda pared, lamiendo sus
tetas, haciendo que nos chupe los dedos tras rozarle el culito, y sintiendo
cómo le goteaba la bombacha.
¿Nunca te
metieron un pito en la concha, no cierto Anto? ¿Cogiste con algún guacho en la escuela?
¿Te tocaron la cola? ¿Te hacés la putita en el cole para que te den
golosinas?!, le gritaba el Coco mientras le quitaba la bombacha, y nosotros nos
pisábamos los pies, sin soltar la pija del otro, mordiéndonos las tetillas.
El pibe se fregó
el calzón empapado en la pija, las piernas y el abdomen, y luego volvió a
ponérsela. Entonces, regresamos a desfilar uno por uno en su conchita. Yo no
pude con mi genio, y en cuanto mi cabecita enrojecida sintió el incendio de su
sexo, comencé a pujar despacito para metérsela. De repente ella se estremeció y
chilló. Mi verga deliró al notar que un laberinto de carne le abría las
puertas, aunque con dificultad.
¡Síiii Coquitooo,
yo ya cogí en el coleee, y ahora Diego me la está metiendo todaaa!, dijo la
pendeja con los ojos cerrados, sonriente y babeándose. El Coco la enmudeció al
instante con un tirón de pelo, y nos advirtió que no hiciéramos bardo por los
vecinos.
Lo cierto es que
mi pene había ingresado en su vulva carnosa y se movía indulgente, latía
oprimido y comenzaba lentamente a disparar chorros de semen allí. El Coco, para
mi curiosidad, le había acabado en el culo a Santi, que estaba apoyado en el
lavatorio con la bombacha de la nena impregnada en su nariz. No podría asegurar
que se lo hubiese penetrado. Pero aún así, él sí notó que algo había pasado por
mis expresivos jadeos, y por las muecas de dolor de Anto.
¡Es cierto
pajero, le estoy largando toda la lechita adentro de la concha a esta sucia!,
alcancé a decir, antes del último estrépito que inmovilizó mi cuerpo. En cuanto
me separé de ella, híper sudado y con los pies en las nubes, el Santi le
arrancó la bombacha y se la quiso garchar. Pero tanto su pija como la del Coco
podían lastimarla, y entonces habría problemas con sus padres.
Sabíamos que aún
la nena no menstruaba, por lo que no podía quedar preñada. Pero en un momento
el Coco se asustó igual.
¡Boludos, no la
gileen, la van a preñaaar, y está re chapa!, nos decía con los ojos achinados y
perplejos. Pero pronto la nena volvió a ponerse en cuatro patas bajo la presión
de las manos de su hermano. Ahora no solo nos peteaba. Tuvo que dejarse mear
por los dos. El Coco le meó las manos, y el Santi la cara. Encima el boludo no
pudo acabar, porque, entonces se oyó la puerta del living, y la voz de una mujer
llamando con cierta desesperación a Antonella. Por suerte la puerta del baño
estaba cerrada con llave por dentro.
En medio de todo
el apuro, el Coco se dirigió a ella:
¡Boluda, gritale
a mami que estás en el baño! ¡Decile que estás cagando y que, ya salís, que
vaya a descansar tranquila!, le dijo el pibe lo más bajito que pudo, entre
asustado y nervioso. Una vez que la pibita hizo lo que se le pidió, nos sugirió
tener paciencia, que en cuanto escuchemos los pasos de la mujer por las
escaleras, esa sería la señal para poder escapar. Naturalmente nosotros
teníamos que rajar primero. Por suerte, al lado del baño había una puerta que
da al patio, y desde allí solo hay que saltar una medianera para salir a la
calle.
¡Anto, ahora te
ponés esta bombacha, las medias, este vestidito, lavate la cara y salí del
baño, que yo vuelvo a cerrar con llave! ¡De última, estabas, estabas
descompuesta! ¿Entendiste?!, le dijo el Coco luego de embarrarle un poquito la
parte de atrás de la bombacha con la caca que aún reposaba en la ducha.
¡A lo mejor, si
mami te encuentra toda cagada, y con el tremendo olor a pichí que tenés ahora,
por ahí, hasta vuelve a ponerte pañales, todos los días!, le dijo el Coco
mientras la voz de la señora irrumpía en el silencio, desde una notoria lejanía.
¿Tu hermano te
dio las pastillas Anto?!
La nena le gritó
que sí, mientras comenzaba a vestirse con toda la furia que le permitían sus
manos.
¡Hey guachos, no
se preocupen! ¡Si mi vieja sabe que esta vive re mugrienta!, dijo nuestro amigo
cuando la nena ya nos ocultaba su desnudez, pero no sus olores ni sus ganas de
más pitos en la boca.
No entendíamos
por qué los padres del Coco habían llegado antes de lo previsto. Pero no había
tiempo para conjeturas. Teníamos que zafar de esta como sea! Por suerte el Coco
fue precavido, y trajo ropa para ella. Pero nosotros estábamos casi en pelotas,
encerrados en el baño, con la bombacha meada de Anto y una adrenalina que
recorría nuestros cerebros perturbados como maldiciones. El Coco estaba seguro
de que su hermana no nos delataría.
¡Che manga de
forros, no se caguen ahora, si a la Anto le re cabe la verga! ¡No va abrir el pico!
¡En serio, posta, que la tengo amaestradita!, dijo el Coco al vernos
derrotados, una vez que Anto ya era parte de una tensa calma.
Enseguida la
oímos hablar con su madre, explicarle que le dolía la panza, y decirle que no
tenía idea del paradero de su hermano. Después la señora le rezongó: ¡Nena, qué
aroma! ¿Te hiciste caca? ¡Imagino que no querrás volver a usar pañalines, no?!
Luego, supongo
que para que la mujer no empiece a buscar a su hijo por toda la casa, Anto le
dijo: ¡Aaaah, me acordé maa! ¡El Coco se fue a lo del Santi!
Un alivio nos
devolvió el corazón de golpe, porque en ese instante ambas pasaban por la
puerta del baño. Claramente oímos las últimas palabras de la mujer mientras
Anto subía las escaleras: ¡Bueno, no hay problema! ¡Y vos a dormir ya, y mañana
te bañás sin falta, que tenés un olor a pis que no se aguanta!
Entonces, pasados
unos 20 minutos, el Coco salió a merodear la casa. En el living permanecían las
películas pornos y las botellas vacías, además de todo el desorden de las
hamburguesas en la cocina, y nuestras ropas esparcidas en el pasillito que une
la cocina con una pequeña sala de lectura. No sé cómo aquello pudo pasarles
inadvertidos a sus padres.
Al rato el Coco
nos vino a buscar con toda la lentitud del mundo, procurando hacer el mínimo
ruido posible. Pero, en lugar de salir corriendo al patio, fuimos a la pieza de
Anto. Ahí los tres volvimos a pajearnos. Solo que en el más absoluto de los
silencios, mientras ella dormía destapada, en bombacha y medias. En el suelo
estaba su osito de peluche. Obviamente, nuestras ofrendas seminales fueron a
parar a esa bombachita pulcra y limpia que escondía todo lo sucia que estaba su
conchita. Solo acabamos oliéndole el culo, ya que se nos ofrecía boca abajo.
¡Menos mal que no se despertó! De paso nos dio tiempo a vestirnos para salir a
tomar un bondi que nos lleve de regreso a nuestras casas. Fin
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Este es mi correo ambarzul28@gmail.com si quisieras sugerirme o contarme tus fantasías te leeré! gracias!
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