La niñera de mis nietos


Le dije cientos de veces a mi hijo que esa chica no era la indicada para permanecer al cuidado de mis nietos. Supongo que no me daba buena espina su inexperiencia, sus pocos años, su cara de mosquita muerta, o el prontuario de la familia a la que pertenece. Sus hermanos son todos chorros. Su madre es una drogadicta perdida, y su padre un policía jubilado que hoy se dedica a desmantelar autos robados para vender sus repuestos y accesorios por internet. Pero mi hijo
es una buena persona, y siempre sostuvo que es bueno darle oportunidades a todos por igual. Así que, por lo menos hace seis meses que Lucía es casi como
de la familia en ese hogar. Mi nuera es enfermera, y muchas veces cubre guardias nocturnas en el hospital. Mi hijo es colectivero, y de vez en cuando se ofrece a hacer algún viaje de larga distancia para lograr una diferencia económica.
La verdad, a mí esta pibita no me caía del todo bien. Es mal hablada, medio reacia a la higiene, con poca predisposición para controlar su vicio de fumadora, en especial frente a los niños, y sin demasiadas aspiraciones en la vida, por lo poco que pude conversar con ella. Por lo demás, es una pendeja bastante apetecible. Tiene 17 años, el pelo largo y negro, ojos color miel, y cuando se ríe se convierte en pura ternura. Es petisona, delgada, y por lo que le escuché decir a mi nuera, tiene 105 de busto. Usa ropa de feria americana, en ocasiones muy ajustada. Casi siempre la veo luciendo remeras con breteles y agujereadas, las que no debe
pagar más de 10 mangos, y con shortcitos o polleras inadecuadas para ser niñera. Evidentemente no tiene otra ropa, y al parecer se lo remarcó a mi hijo
cuando él le sugirió venir a trabajar más cómoda, y menos provocadora. ¡Eso sí! Ambos nos dimos cuenta que debajo de su pollera suele haber ropita interior cara, con diseños novedosos. Generalmente tangas con brillos, hilos dentales, y bombachitas con dijes o pompones.
Mi hijo sabe que las pendejas son mi debilidad, y que en parte, ese era mi argumento fundamental para que no emplee a esa mocosa. Pero Mateo y Juliana
la conocieron, y la adoraron desde el primer día.
¡Viejo, vos tené cuidado con andar mirando tanto a Lucía! ¡Acordate del corazón!, solía decirme mientras compartíamos a solas la sobremesa con algún vinito
y un habano.
¡Bueno, vos decís eso porque, de última te echás un polvo con tu esposa y listo! ¡A mí me cuesta hijo! ¡Aunque no te creo que no le mirás esas gomas!,
le dije la vez que me sentí provocado por sus acusaciones. Sabía que no negaría mi enjuiciamiento, en parte para que deje de fastidiarme. De todos modos,
nunca creí que llegaría a nada con esa pendeja. A pesar de todas mis fantasías, de soñar con su boquita rodeándome la verga, de imaginarla tirada en mi cama con las tetas rebalsadas de leche, nunca propiciaría un escándalo judicial por una calentura, con todos los riesgos que aquello trae.
Sin embargo, una tarde en la que fui a lo de mi hijo, Lucía me hizo pasar apurada, porque, al parecer Mateo estaba pegándole a su hermana en el patio.
tomé asiento mientras ella les gritaba, intentaba asustarlos con contárselo todo a sus padres, y hasta con renunciar para no volver a verlos, cosa que a ellos les aterraba. Había decidido quedarme de pie, por si tenía que colaborar con ella. Pero, en ese momento no hizo falta. Enseguida regresó a la cocina, luego de poner en penitencia a Mateo, y de pedirle a Juliana que se ponga con sus deberes escolares. En cuanto la nena me saludó con poco entusiasmo y se sentó en la mesa para sacar cuadernos y lápices de su mochila, Lucía me ofreció algo para tomar con la voz medio gangosa.
¡Ando resfriada don Ricardo! ¡Y encima estos dos se portan mal! ¡No sé por qué Mateo está tan malo con su hermana! ¡Aunque ella no se queda atrás! ¡Le esconde las cosas, le tira el pelo cuando lo ve distraído, le saca la lengua y le patea los muñecos cuando juega en el patio! ¿Seguro no quiere un cafecito?!, se despachó con libertad, mientras Juliana bufaba con los ojos minúsculos atentos a sus deberes.
¡Son chicos nena! ¡No te preocupes tanto! ¡Y, bueno, dale, te acepto un cafecito, sin azúcar por favor!, le dije. Hubo un largo rato en el que yo solo veía los titulares de las noticias en la tele, ya que estaba en silencio. Hasta que ella se me acercó con el café y me dijo: ¡Acá tiene… pero tenga cuidado que está caliente! ¡Aaah, y su hijo, creo que hoy vuelve tarde! ¿Usted venía para hablar con él?
En ese preciso instante su perfume barato me consumió los pocos pelos que conservaba. Tenía una musculosa que no le cubría el ombligo, y la pollerita se le subía como si quisiera enseñarme hasta sus cromosomas. Cuando al fin dejó caer su precioso culo en una sillita dijo entre suspiros: ¡Le juro que a veces están inmancables! ¡Usted los quiere porque con el abuelo se portan bien! ¡Pero Juliana, a veces no se quiere ni lavar las manos para comer! ¡Se me enoja cuando le digo que tiene que bañarse! ¡No sabe los berrinches que me hace! ¡Cuando se lo cuento a su nuera, ella dice que tengo que ser paciente! ¡El nene, algún día le va a romper el vidrio de la ventana al vecino de un pelotazo! ¡Lo reto, pero ni bola me da!
¡Sus quejas se amortiguaban por alguna que otra chupada que le daba a su mate, y por los ruidos de su nariz. No se tragaba los mocos, pero tenía el recurso incorporado. Además, cruzaba las piernas, y después las separaba, como si buscara refrescarse la chuchi. Así fue que llegué a verle una tanguita rosada, y mi pija dio un brinco inoportuno. Juro que sus ojos se clavaron en mi erección expuesta, ya que no pude cubrirme con nada. Eso empeoró las cosas, porque la pija se me desconectaba del cerebro cuando le imploraba recato.
¡Sí, tenía que verlo por unos asuntos! ¡Pero lo espero! ¡Total, tiempo me sobra!, le dije como para darle confianza.
¡Mirá Lucía, no creo que vos le hayas hecho caso en todo a tu madre! ¡Y los nenes, siempre atraviesan una etapa en la que no quieren saber nada con el jabón! ¡Pero si te ponés a la defensiva con ellos, los presionás o amenazás, no vas a conseguir mejores resultados! ¡Aparte de eso, ¿Sabés por qué Mateo
le pegó a Juliana?!, le pregunté, un poco para aliviar mi tensión cardíaca. Ella se levantó para recoger la taza vacía de mis manos, la puso en la mesa, se cebó otro mate y volvió a la silla. Estoy seguro que volvió a mirarme la pija.
¡Pasa que, como le digo, Juliana lo molesta, y él le da en su punto débil! ¡La carga con un chico de la escuela, y con su olor a pichí! ¡Ya le dije que
a Juli es más fácil pedirle que hable en ruso a meterla al agua!, dijo agarrándose las tetas con desfachatez.
¿Cómo decís? ¿La carga con un chico? ¡Pero si Juli tiene 9 años, y el otro nabo tiene 7! ¿Qué les pasa a los pibes de hoy? ¿Y, qué pasó con el tema de los piojos de Juli? ¡Mi nuera dice que hay una epidemia en el colegio!, le consulté para que me ponga al tanto.
¡No se deja sacar los piojos, ni se cambia la bombacha, ni se arregla la cama, ni quiere que nadie se la tienda, ni se levanta la taza de la leche! ¡Creo
que está muy malcriada! ¡No para de rascarse la cabeza!, dijo sin inmutarse, ahora separando las piernas. Su tanguita se iluminó por un débil rayo de sol que se colaba por entre las cortinas, y entonces me puse en pie, pensando en alguna excusa. No necesitaba ir al baño, y sabía que Mateo estaba castigado en el patio, parado contra la pared. Juliana estaba en la cocina haciendo cosas para el cole. Sin embargo dije: ¡Bueno Lucía, voy a hablar con mi nieta! ¡no puede ser tan sucia!
Pero cuando la vi enfrascada con sus mapas y colores, solo le dije en voz baja: ¡Juli, escuchame bien! ¡Mañana el abuelo te va a venir a buscar y, te voy a comprar un helado! Siempre y cuando me escuches, y me hagas caso con un par de cositas! ¿Estamos?!
La nena cambió su cara de concentración por una sonrisa amplia, y continuó con sus cosas un poco más animada.
Entonces volví al living. Me sorprendí al ver a la niñera agachada limpiando el piso con una franela. Según ella se le había chorreado el mate. El espectáculo que ofrecían sus tetas colgando, casi afuera de su diminuto corpiño era tan sublime como la emoción que sentí cuando le rocé la cola con una mano. Le dije que fue sin querer, pues, solo quería ayudarle con lo que se le hubiese caído. Pero cuando se incorporó, estaba colorada de vergüenza.
¡Perdón… es que… con el peso de las gomas, me duele mucho la espalda! ¡Para colmo, todavía tengo que juntar los juguetes de la pieza de los chicos! ¿Usted… digo… podrá… ¿Me da una manito?!, me dijo con la voz tan empequeñecida que era imposible resistirse.
¡Bueno, pero antes, ¿No te conviene que Mateo entre y tome la leche?!, le propuse. Pero enseguida sonó el timbre, y un amigo de Mateo venía a buscarlo para jugar a la pelota con otros pibes del barrio. Lucía no quiso dejarlo ir. Pero yo le suprimí la penitencia, a cambio de que le pida disculpas a su hermana, le prometa a Lucía que no volvería a contestarle, y de advertirle que si yo me enteraba que su conducta retrocedía, hablaría con sus padres. Mateo pidió las disculpas correspondientes y salió corriendo a la calle. Entonces, acompañé a esa chiquita al cuarto de los nenes. Era un caos. Autitos, muñecas, ropa, zapatillas, libros, pilas, almohadones y un millón de juguetes más parecían salidos de una batalla campal. Me agaché a juntar algunas cosas, entretanto la veía con sus lolas flotando en el afán de alcanzar los autitos de debajo de la cómoda y los roperos. Un par de veces le toqué el culo, pero ya no me disculpaba. Vi que pronto su musculosa era un pedazo de tela enrollada en el centro de su cuerpo, y no solo tenía la espalda al descubierto. También dos pezones erectos transgredían a su corpiño inservible. Se advertía con claridad la parte de arriba de sus tetas. Tanto que hasta podía contarle las pecas que la adornaban. Supongo que lo hice sin limitaciones. Le subí la pollera con un dedo mientras le decía: ¡Mirá, ahí abajo, al lado de la pata de la cama hay un autito!
Ella replicó de forma inmediata: ¡Hey, don Ricardo, no se haga el vivo!
Pero en cuanto se incorporó me clavó los ojos en el paquete, sin evitar ponerse colorada. Intuyo que se rascó la cabeza solo por hacer algo, luego de meter varios juguetes en una caja de madera.
¿Qué pasa Lucía? ¿Vos también tenés piojitos?!, le expresé para ridiculizarla. Eso evidentemente logró el impacto que yo no esperaba, pero que dormía agazapado en el fondo de sus encantos, porque de repente me dijo, ya de pie a mi lado: ¡No don Ricardo, piojitos no! ¡Pero, por ahí tengo olor a pipí en la bombacha! ¡Como la sucia de su nieta! ¿Vio? ¿No se quiere fijar?
Pensé que esa mañana no me había tomado la pastilla para la presión. Encima mi almuerzo había sido una costilla de cerdo a la mostaza con papas fritas. Pero de repente, mis manos le amasaban las tetas ya desnudas a esa pendeja atrevida, después de tenderla en la cama. No sabía cómo proseguir. Tal vez la experiencia en estos casos te abatata más de lo prudente. La cosa es que enseguida le acerqué el bulto a la cara, la agarré del pelo y logré que sus preciosos ojos, su nariz chiquita y esa boquita grosera se froten contra mi erección inaguantable durante unos minutos de gloria que me valieron unos buenos sacudones en las tripas. Ella misma empezó a morderme la chota encima del pantalón, a oler mi entrepierna y a jadear con los labios herméticos.
¡Las veces que te habré mirado la bombacha pendejita, cuando te encajás esos shortcitos en el orto! ¡Cómo te gusta provocar nenita!, llegué a decirle antes  que sus manitos decididas me desabrocharan el jean para que su boca se contacte directamente con el músculo asesino que clamaba por su calor. Me escupió el calzoncillo, lo lamió y gimió cuando le retorcí uno de sus pezones duritos. No recordaba haberle quitado la remera. su perfume disperso en el aire se mezclaba con el de sus hormonas, y entonces le abrí la boquita con dos dedos.
¡Dale nenita, dejá de jugar y comeme la verga!, le dije desesperado, después de darle algunos pijazos en la carita. Ella abría las piernas y trataba de llegar con una de sus manos a su conchita. al menos me lo imaginaba por su impaciencia, mientras una de sus manos me pajeaba la verga y sus labios rodaban por mis huevos.
¡Qué pija tiene don! ¡Qué ricos huevitos! ¿Yo siempre le calenté la pija! ¿No cierto? ¿Siempre me miró la bombachita? ¿Y ahora, mientras retaba a los chicos, me la miró?!, me decía la guacha segundos antes de darle el primer beso profundo a mi glande rebalsado de líquidos preseminales. A ese le siguió otro más asqueroso, y otro repleto de saliva. Cuando al fin la puntita de mi poronga estuvo adentro de su boquita, sentí que su calor era como el incendio de un campo desierto en pleno verano. Ahora sus gemidos se amortiguaban con el poco espacio que le quedaba para articular sonidos. Hilos de saliva se le escapaban por entre los labios y le bañaban el mentón. Su cuello se contorsionaba cuando me soltaba la pija para lamerme los huevos, y yo le sostenía las manos para que no se toque.
¡No te vas a manosear solita pendeja!, le dije cuando me hizo un pucherito en medio de un ruego desconsolador. Por lo tanto, siguió mamando, lamiendo, babeándose y abriendo la boca, no solo para chuparme la pija. También le pedía que me succione los dedos, incluso después de rozarle la conchita sobre su bombacha. A esa altura su pollera era un cinturón de tela apiñado en su mitad, por lo que su sexo podía advertirse y olerse con toda claridad. Tenía la bombachita manchada de pis, pero el olor de sus flujos rabiosos lo invadía todo. De vez en cuando le sacaba la pija de la boca repleta de saliva, y se la refregaba en las tetas.
Todo hasta que no lo resistí, y me dispuse a besarle las piernas. La chiquita comenzó a retorcerse de placer. Le saqué la bombachita, se la restregué en la nariz mientras le decía: ¡Olela pendeja sucia!, le mordisqueé la pancita y, ya derrotado por su fragancia femenina, me hice lugar entre sus piernas para juntar mi boca sedienta a sus labios vaginales. Se los besé, lamí, sorbí, chupé y lubriqué con mi aliento. Le mordí las ingles y escabullí tres dedos adentro de su vagina. Ahí se estremeció, chilló y me pidió por favor que se la meta toda hasta los huevos. Entonces la levanté de la cama, la aferré a mi cuerpo, y mientras le acertaba tres chirlos en la cola le gritaba: ¡Callate la boca pendejita! ¿A vos no te enseñaron que no hay que pedir? ¡Aparte, mi nieta te va a escuchar!
Vi que algunas lagrimitas le empañaron los ojos. Pero no retrocedí. Así como la tenía le pegué una buena manoseada, le di otras nalgadas, le marqué varios chupones en el cuello y le apoyé la pija en el culo. Luego la llevé contra la pared para generarle la idea de culearla con todo el salvajismo que podía imaginarse. Pero como empezó a forcejear, solo le dije: ¡Quietita guacha de mierda, que ya sé que tenés el culito virgen! ¡Arrodillate y pajeame con las tetas, con esas tetas de putita barata que tenés!
Ni lerda ni perezosa, la nena cumplió con mis requerimientos. No entendía por qué, pero mi leche no quería abandonar a mis testículos, a pesar que la estaba pasando fenomenal. Mi pija se estiraba al máximo entre esos globos letales, porque ella se las escupía para que se deslice con mayores argumentos, me pajeaba y me la manoteaba para castigarse la carita con mi dureza. Dos por tres le daba una chupada, y se saboreaba con felicidad. Luego el que se arrodilló fui yo. Por alguna fatalidad del destino, encontré una bombacha pequeña, justo al lado de la pata de un escritorio. Era rosadita con lunares y puntillas, y estaba usada. La levanté y se la di mientras le gruñía: ¿La conocés bebé? ¿Es de mi nieta? ¡Olela, y decime si tiene olor a pis!
La muy perversa cumplió con mi petición, y frunció el seño luego de olerla para volver a tirarla al suelo.
¿Qué hacés nena? ¡Ahora, te agachás y la levantás con la boca! ¡Vamos!, le exigí, sin saber por qué mi equilibrio se había derrumbado con tanta suficiencia. Apenas la vi atrapar esa bombacha con los dientes, le descargué un chirlo sonoro en el culo y le dije: ¡Parate basurita, que te voy a sacar la calentura de la concha!
Ni bien estuvo de pie, me hinqué como si tuviese que rezarle una plegaria a su fuente femenina. Le abrí más las piernas, le penetré la vagina con dos dedos como para que el juguito que se le acumulaba se esparza por todos sus rincones, le lamí los labios, se los mordisqueé un poquito, y tras decirle: ¿Quiero que lamas la bombacha de mi nieta, perrita putísima!, encallé mi lengua en las profundidades de su hueco. Ahí sí sus jugos comenzaron a resbalar por mi cara para perderse en mi barba tupida. Mis dedos buscaban ese puntito mágico para encenderla aún más, y cuando lo encontré, también mi boca empezó a succionarlo. Eso llevó a la pendeja a un concierto de gemidos que me ensordecía. Le cogía la conchita con los dedos, le abría los cachetes del culo, saboreaba sus flujos exquisitos y lamía su clítoris tan tieso como las venas de mi pene en estado de gracia. También la nalgueaba, estiraba alguna de mis manos para amasarle las tetas, y la humillaba un poco por su condición social. ¡Encima no me quería creer que tuviese olor a pis en la bombachita!
¡Dale negrita sucia, abrí bien las piernitas, que seguro que te encanta chupar pijas para que te tiren unos manguitos! ¡Sos una putita nena, a mí no me engañás! ¡Qué rica conchita pendeja!, le decía animado, mientras sus aromas me conducían a un laberinto sin retorno.
De repente oímos el timbre. Pero luego, ninguna otra voz en la casa. Ni siquiera nos detuvimos. La senté en la cama y volví a encajarle la verga en la boca. Esta vez la zamarreaba de las tetas y le daba cachetadas cada vez que soltaba mi pija, o cuando eructaba accidentalmente. De paso le revolvía la chuchita con los dedos. Así la hice acabar, y sin premeditarlo me hinqué para sorber de sus juguitos salados, abundantes y calientes. Ella intentó que mi lengua no le frote el clítoris por la sensibilidad que había alcanzado luego de su orgásmico estallido. Por lo que entonces, regresé a darle pija por la boquita. Sentía que la leche me subía por el tronco, que los testículos se me endurecían de dolor y placer, que las piernas ya no soportaban el peso de mi cuerpo, y que mi pecho flotaba cada vez que esa perrita inmunda tragaba, succionaba, escupía o me lengüeteaba el glande como si fuese una cucharita.
En ese preciso instante entró mi hijo. Casi en el mismo momento que la pija comenzaba a dar los primeros espasmos para que mi semen se libere al fin como pequeños balazos en la cara y la boquita entreabierta de Lucía. Lo primero que me dijo no pude registrarlo. Enseguida empecé a jadear con roncas expresiones, a empujar mi pubis contra la carita redonda de la nena, a necesitar frotarle la cabecita de la chota por las tetas, y a seguir eliminando semen. sé que la pibita tuvo una arcada cuando se la clavé de lleno en la garganta, y ahí otro chorro de leche emergió de mis adentros para que sus gemidos se atoren, y su rostro luzca un maquillaje más que apetecible entre mi semen y su saliva.
¡Dale chiquitaa, tomate la mamadera del nono, pendejita culo cagado! ¡Asíii, abrí la boquita nena, sos una asquerosita, una cerda, una chupapijas, una culeadita calentona!, le decía con la boca entumecida, la lengua casi paralizada de tensiones y las manos moreteándole las piernitas, de las que me sujetaba para no caerme.
¡Viejito, ¿Qué carajo estás haciendo?! ¡Estás en pedo viejo! Ssabés el quilombo que se me viene ahora, si esta guacha abre la boca?, dijo el salame de mi hijo, observando la situación, como si estuviese clavado en la puerta. Lucía no hizo el menor esfuerzo en ocultar su desnudez. Incluso, se limpió la cara con la parte interna de su pollerita, se levantó y recogió su bombacha del suelo y se la puso, digamos que sosteniéndose de mis hombros, una vez que me senté en la cama, tan derrotado como falto de ritmo y oxígeno. Luego se puso la remerita y la pollera.
¡don Guillermo… disculpe… es que… su papá necesitaba cariñitos… y… empezó a musitar la pibita, intentando mirar a los ojos a mi hijo.
¡Cerrá la boca nena, y rajá a prepararle la leche a Juli! ¡Después, esperame en el galponcito, que yo te doy la lechita por el culo!, le dijo el sátiro de mi hijo, ahora un poco más liviano de razonamientos. Yo me acomodé la ropa mientras la pendeja desaparecía tras la puerta, y Guille, después de fastidiarme con la salud, de querer saber si me sentía bien, si tomé los medicamentos y la mar en coche, cerró la puerta.
¡Viejo, te pido que no digas nada! ¡Hace un mes que esta nena se come mi pija por la boca, el culo y la concha! ¡Con la bruja las cosas no van bien, hace rato! ¡Ni siquiera me toca, y bueno, vos sabés cómo somos los hombres!, empezó a desenrollar palabras para hilar la angustia que se evidenció en sus ojos.
¡No seas boludo Guillermo! ¡Más vale que no voy a abrir la boca! ¡Siempre y cuando, bueno,  me la prestes un ratito para darle la lechita! ¡Se ve que le gusta mucho! ¡No se la vamos a negar!, le dije con cinismo, mientras inscribíamos un contrato invisible en el aire, el que nos comprometimos a cumplir sin cuestionarnos.
¡Vos sabés que yo jamás engañé a tu madre, porque siempre la quise! ¡Pero, a veces, el pito necesita una buena porción de carne fresca!, le dije al fin, como para cerrar el tema. Sabía que si Guillermo se reía de mi ocurrencia, significaba que estábamos de acuerdo.
Esa misma noche, por ejemplo, me quedé a cenar, y ni bien los nenes se fueron a la cama, la muy zorrita volvió a regalarnos las maravillas de su boquita, ¡y nuestras pijas le dieron su recompensa!       Fin

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Comentarios

  1. Anónimo12/1/20

    Hija de puta!!! Que rica pendeja!!! Me vuelven loco estos relatos!! Te amo querida conejita!!!

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  2. es cierto... la chica es una perversa acosadora de las expertas. Gracias por leer!

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