Su nombre es Melisa, tiene 19 años y según su
madre un futuro venturoso. Evidentemente no la conoce muy bien.
Tiene un cuerpo para el infarto, provisto de
unas tetas turgentes, una colita llamativa aunque no tan abundante, una
picardía inusual en las chicas de su clase, un temperamento notable y una
sonrisa cegadora. La conocí en un subte de la línea D, digamos que de
casualidad. Esa tarde llovía. Mi jefe y yo habíamos discutido por un tema de
balances, y mi hermana se iba a España. Culpa de aquel imprevisto en la empresa
no pude llegar al aeropuerto a despedirla. Pero el destino me puso en frente a
Melisa, con su carita de putona intachable, sus ojos grandes y su perfume
estelar.
La gente llenaba el vagón de malhumor,
protestas, empujones, urgencias y malos modos. No había un lugar en el que
sentarse. Justamente, yo viajaba parado, y Melisa estaba bien pegada a mi
cuerpo distraído en sus cavilaciones. Mi hermana no quiso atenderme el celular
para escuchar mis disculpas. Mi ex mujer me exigía un buen regalo para mi hijo
Andrés por haberse graduado con creces del secundario, y mi empleada doméstica
se había tomado licencia por problemas de salud. Pero mi pene reaccionó de
inmediato al presionarse una y otra vez contra el culito de esa Venus sobre la
tierra, apretado en una calcita blanca. Luego de unos minutos giró su rostro
para mirarme con audacia y decirme, sin soltar su mano derecha de una de las
argollas plásticas que cuelgan del techo: ¡Me gusta cómo se te para, y tu
perfume me vuelve loca!
No recuerdo haberle contestado. Enseguida
volvió a mirar hacia adelante, ahora moviendo la cola de un costado al otro, de
arriba hacia abajo, sin despegarla de mi erección, la que había ignorado hasta
entonces.
¡Si no estás apurado, te puedo hacer un pete
rapidito en el baño de la estación! ¡No cobro caro, y me la trago toda!, dijo
mientras las ruedas del tren hacían chillar a los rieles con alevosos
estruendos. Ahora que había oído su voz, me convencí que no podía ser un
travesti. Pensé en mis largos meses sin sexo, y en la paja que me clavé en la
casa de mi mejor amigo, oliendo una tanguita de su hija menor en el baño, y
quise apiadarme de mi abstinencia. Bajé del subte, escoltando sus pasos que me
condujeron al baño de la estación, y allí mismo, en ese reducto lúgubre,
apestoso y diminuto me manoteó la verga sobre mi ropa.
¡Dejame lo que quieras entre las tetas
mientras yo te la mamo!, me dijo desprendiendo con habilidad los botones de mi
pantalón de vestir para apropiarse de mi pija dura como el mármol. Me lamió el
glande, me escupió los huevos, imagino que para aliviarle a su paladar algún
agrio sabor producto de interminables horas en la oficina, y presionó mi tronco
con una mano para comenzar a comerse los jugos que ya me habían humedecido el
bóxer, cuando las apoyadas en el subte se volvían más pecaminosas cada vez.
Ahora esa morocha gemía entrecortado, se ahogaba con los pendejos de mi pubis
que se le filtraban en sus maravillosas succiones, tosía con rebeldía, y no se
resignaba a ordeñarme la pija cubierta de su baba. Me encantaba que se pegue
fuerte en la boca, o contra los dientes con ella, después de hacerme una pajita
veloz, la que no llegaba a 5 segundos. Llegué a ponerle 100 pesos entre las
tetas, digamos que adentro de un corpiño ínfimo que se le traslucía en la
remerita, antes de eyacular en su boca con la pasión de un adolescente
desesperado por debutar.
¡Gracias papi, y espero que te haya gustado mi
boquita!, me decía, todavía con los restos de mi leche en los labios, mientras
me daba un papelito con su número de teléfono, y yo me arreglaba la ropa, ambos
saliendo del baño.
De pronto su silueta se perdió escaleras
arriba. Lamenté no tener mi coche a mano para ofrecerle llevarla a donde
tuviera que ir. Pero lo tenía en el mecánico. De igual forma, con el auto no la
hubiese conocido. Otra vez mis preocupaciones me angustiaban la garganta, y
ahora la colita de Melisa me acolchonaba la esperanza.
¡Me llamo Melisa, y siempre ando por acá! ¡Muchos
ya me conocen, en especial los pajeros como vos!, me decía antes de entrar al
baño.
La verdad, laburo de trola porque tengo un
guacho de un año, y el padre ni cargo! ¡No consigo laburo porque no terminé el
secundario, y no me pinta que mi vieja me banque todo!, proseguía su voz en mi
mente, cuando calentaba un pedazo de tarta en el microondas, ya en la soledad
de mi hogar. No tenía hambre, pero como no había almorzado lo mejor era comer
algo.
Entonces, le escribí por whatsapp, sin esperar
una respuesta inmediata. La foto de su perfil me impresionó más que su arte
voraz de mamadora. Estaba con las gomas al aire, tirada en una cama y con los
dedos en la boca.
¡Venite a casa, que ahora no viene nadie!, le
respondió a mi simple hola cómo estás. Me hice rogar un poco. Recién a la media
hora le vuelvo a escribir: ¿Todavía estás despierta?!
Ella me mandó una fotito de sí misma,
apretándose las gomas desnudas. Me tragué la tarta, llamé a un taxi y me dirigí
a la dirección que me anotó en el papelito. Vivía en la zona de Retiro. Al tipo
no le hizo mucha gracia llevarme allí a esa hora.
Cuando llegamos, confieso que dudé en si
bajarme o volver a mi casa. Pero le pagué la tarifa al hombre y bajé, con los
ojos atentos y los sentidos anudados entre los dedos. No hizo falta reiterar mi
llamado. Enseguida Melisa abrió la puerta de su mono ambiente, se me colgó de
los hombros frotando sus tetas en mi pecho, me chuponeó el cuello y me dijo que
podía desnudarme si lo deseaba. Estaba en tanga y ojotas.
Todo estaba amontonado bajo una tenue luz. La
cocina, una mesa con 2 sillas, una camita, un ropero, una bicicleta y unas
cajas con ropa.
¿Querés cogerme ahora?!, decía sentada en la
mesa, abriéndole las piernas a mis ojos entusiasmados, hundiendo 2 dedos en su
vulva para después lamerlos, y luego volver a incurrir en su profundidad. No lo
resistí. Ni me importó que su niño estuviese despierto sobre la cama, mirando
unos dibujitos en la tele que tenía arriba de una heladerita. Me bajé pantalón
y bóxer con violencia, apunté mi pija lo suficientemente rígida como para
matarme de dolor insolente a su sexo, y presioné varias veces la tela de su
tanga, hasta que se me deslizó por uno de sus costados, y se incrustó en el
calor de su hueco que, poco a poco se lubricaba más y más. La tenía agarradita
de los hombros, con sus tetas impactando en mi piel, sus piernitas como pinzas
sobre mi cintura, y con mi pija perforando su vagina elástica, profunda y
lujuriosa. Su culo se resbalaba en la mesa, producto de mis envestidas, y del
mantel mugriento que la cubría. Por eso debía esforzarme para no cortar la
electrizante cogida que nos regalábamos. Me volvía loco oírla gemir mientras
mis dientes le marcaban los pezones, justo cuando su hijo balbuceaba algo
indescifrable, pero que ella entendía perfectamente.
¡No pasa nada! ¡Se meó en la cama! ¡Pero vos cogeme
papi, daleee!, gritó impune, inexacta y libre. No pude limitar a mi verga
cuando, sin mi consentimiento comenzó a bañarle la conchita de semen, mientras
me sacudía entre mareos, y un aturdimiento similar al que te da cuando se te
sube la presión. Melisa se escurrió de entre mis brazos, le sacó el pañal al
pibe, apagó la tele, y a la vez que yo buscaba dinero en mi billetera me dijo,
totalmente desprejuiciada: ¡Vení papi, dame la pija en la boca, que te la mamo mientras
le doy la teta al Juani, si no te jode!
No supe explicarme la sensación inescrupulosa
que de pronto me condujo al lado de su cama para pajearme contra su carita algo
demacrada, al tiempo que el Juani sorbía uno de sus pezones con los ojos
entrecerrados, desnudito y feliz. Cuando tomó mi pene con dos dedos para
pajearme con dulzura, le sugerí vernos mañana para que su nene descanse en paz.
Pero ella replicó: ¡Callate mejor, ¿Sí? ¡Y pajeate contra mi pezón!
Apenas mi glande le dio un beso al pezón que
el bebé no ocupaba, empecé a masturbarme furioso, sintiendo cómo algo de su
leche materna me lo pegoteaba, y robándole algunos gemidos cuando le fregaba
mis huevos a lo ancho de esa teta fervorosa. Entonces, sus labios se abrieron a
la perfección de mi pija guerrera, y una vez que, tras las suculentas chupadas
que me regaló, le serví toda mi leche a su paladar, ella se la escupió toda en
las tetas. Incluso le salpicó la carita al Juani.
Esa noche, no sé cómo tomé el desafío para
volver a mi casa. La dejé dormida, exhausta y pegoteada, con mil pesos en la
mesa y la puerta sin llave.
Pasaron largos días hasta dar nuevamente con
su paradero. Fue en otro subte. Esa tarde tenía una mini falda negra cortísima,
y disfrutaba de las caricias de un pibe de anteojitos en sus redondeces
traseras. ¡Hasta se le veía el rojo furioso de su tanga y todo! Tenía al Juani
en los brazos, y eso parecía excitarlo más al intelectual, que de buenas a
primeras se la sentó en sus piernas. Veía que Melisa se movía con la única
intención de apoyarle el culo en la pija. Pero enseguida la mujer se puso de
pie, en cuanto me reconoció a unas 3 o 4 personas de su humanidad. Ahí observé
que al pibe se le iba a reventar el pantalón del palo que traía.
Melisa posó su mano en su miembro, y mientras
me sonreía haciendo caras como si estuviesen manteniendo una conversación
interesante, se lo sobaba y apretaba. Hasta que le bajó el cierre, y escabulló
sus largos dedos bajo el vigor de su hombría. Se notaba claramente que lo
estaba pajeando rapidito, sin escatimarle dedos ni caritas de trola. El pibe se
contraía en un ligero estupor, mientras el Juani en el brazo que le quedaba
libre le tocaba las tetas a su madre, como indicándole que ya era hora de su
leche.
Yo también tenía la pija empalmada, como varios
de los hombres que se hacían los boludos con tamaña escena. Casi me eyaculo
encima cuando veo que la muy turra saca su mano del gobierno viril de su
víctima, toda pegajosa y blanca por el semen inobjetable que le largó. El pibe
le dio un billete, cuando ella se limpiaba la mano en la pollera luego de
lamérsela sin ningún disimulo, y anotó su celular en el libro que leía
ensimismado, antes de dar con ella.
Pensé que podía evitarme al pasar por mi lado.
Pero Meli me saludó como a un viejo amigo, con un beso en la mejilla y todo.
¡Y bueno, a veces la cosa está más jodida
viste! ¡Tengo que hacer guita, porque encima me aumentaron el alquiler!, me
explicaba, como si tuviese que justificarse ante mí. No podía creer que por el
cuartucho en el que vivía le pidieran 3000 pesos mensuales.
Al rato, luego de que yo tuve que abandonarla
para contestar un llamado de la empresa, la veo sentada al lado de un
cincuentón, dándole la teta al Juani, y masajeándole el muñeco al hombre.
Hablaban en voz baja. Ella de vez en cuando le sonreía. No parecía agradarle
mucho el tipo. Pero de repente veo que su mano yacía adentro del pantalón del
fulano, y que éste no enfocaba su mirada. Al rato ella se levantó, se limpió la
mano con unos pañuelitos, y le cobró al señor que había recuperado los colores
de su rostro, y las miradas lascivas que le otorgaba a sus tetas sucias con
leche.
Quise saludarla, o concertar una cita con esa
peterita deliciosa. Pero no llegué a tiempo. Debía esquivar o pisotear a varias
viejas para alcanzarla. Finalmente ella bajó 2 estaciones antes de la mía. Le
mandé unos mensajes al celu, pero no me los respondió. Al día siguiente la
llamé, recordando que necesitaba dinero. Además ya tenía mi auto en
condiciones. Pero aquel día no pudimos concretar nada.
Recién a la semana volví a su casa. Esa tarde
ella estaba con una amiga. Creo que se llamaba Lorena. Tenía una pinta de
lesbiana notable, una cola merecedora de aplausos mundialistas, y un olor a chivo
que mataba.
Apenas yo me senté en la sillita que esa chica
me cedió, Melisa me dio un vaso de agua, mientras la mina se alistaba para
irse. En eso la oigo que le dice por lo bajo: ¡Que te coja bien, y después me
contás! Y, de repente le da un chupón en cada teta, las que Meli mostraba
desnudas, orgullosas y pegoteadas.
No me quiso decir si pasaba algo entre ellas.
Solo se arrodilló entre mis piernas abiertas y se sirvió de la elegante
erección de mi pija para lamerla y babosearla, mientras la otra le palmeaba la
espalda, a modo de despedida. Esa vez Juani jugaba en el piso, cuando su mami
empezaba con sus atracones rutilantes, sus escupidas y sus succiones
estruendosas. En un momento tuvo que alejarlo porque el nene se entrometía con
la intención de imitar a su madre.
Pero de repente abandonó su tarea para agarrar
al guacho, encajarle la teta en la boca y, sentarse sobre mí luego de bajarse
la bombacha. ¡Eso sí que fue una experiencia única! Mi verga derrapó en el
calor de su concha más peluda que la noche de nuestro primer encuentro, y
obedeció a sus instintos naturales. En cuestión de segundos la penetraba con
arrogancia, cierta violencia y preso de un morbo desconocido, mientras ella le
daba de mamar a su nene.
¡Cogeme papi, que mi bebé ya sabe que a su
mami le encanta la verga!, dijo inmoral y promiscua, al tiempo que mis manos le
nalgueaban y pellizcaba la cola, y ella me clavaba las uñas de la mano con la
que no sujetaba al crío en una pierna, cuando parecía llegar a su orgasmo.
No pude soportarlo mucho tiempo. De hecho, le
acabé en un instante cubierto de demonios depravados. Pero como mi verga no se
resignaba a salir de su confortable humedad ni quería saber nada con
languidecer, ella seguía moviéndose sobre mí, cabalgándome furiosa, incluso
apretujando un poco al pibito. Hasta que lo devolvió al suelo, y se me abrazó
con manos y piernas para que mi pija llegue al fondo de su conchita llena de
nombres sin apellidos. ¡Ahí sí que la silla estuvo por dejar de existir por el
rigor de nuestra batalla sexual! Además ella se frotaba el clítoris con uno de
sus dedos, y al retirarlo de allí me pedía que se lo lama y muerda. En uno de
esos mordiscones, con uno de mis dedos pugnando por hundirse en su culito, y
con sus tetas chorreando leche en mi pecho fue que terminó acabadita, aturdida
y transpirada.
Juro que pensé que se me había meado encima
por lo abundante de sus jugos vaginales y sus gemidos histéricos cuando acabó.
El nene se asustaba un poco al escuchar a su madre en ese estado. así que,
durante un rato se echó en la cama con el Juani a su derecha, y le dio la teta
hasta que se quedó dormido. Entretanto, yo le cebaba mates, le acercaba la pija
a la mano para que me la pajee, y contestaba algunos mensajes a los grupos de
whatsapp.
De repente, estaba arrodillado en la cama, y
ella en cuatro me ordeñaba la verga con su boquita de otro mundo. Cada dos por
tres, el nene que parecía un muñeco en el medio de la cama, amagaba con abrir
los ojos. Pero por suerte su sueño pesaba kilos de brisas acariciantes. Ese
colchón tenía un olor a pis tan impregnado que, a veces costaba respirar.
Cuando se lo dije, ella soltó mi pija y me explicó: ¡Y sí papi! ¿Qué creés? ¡No
siempre tengo plata para ponerle pañales! ¡Casi todas las noches el Juani se
mea en la cama! ¡Incluso, ahora no tengo pañales, ni chupete! ¡Así que, más
vale que no se despierte, porque no hay cómo pararle el llanterío!
Volvió a mamármela con pasión, a endulzarla
con la leche de sus pezones para lamer mi glande como a un heladito, y a darse
golpecitos en los dientes que le quedaban.
¡Dale la mamadera a tu nenita!, dijo antes de
conducirla a su garganta cual tobogán resbaladizo. Por momentos se la cogía con
despótico desprejuicio, sin reparar en sus arcadas, su falta de oxígeno, o en
sus estornudos.
Pronto me ubiqué al otro lado de la cama y
coloqué mi verga en la entrada de su vagina para comenzar a percutir y
taladrar, a crujir junto a sus caderas, a sudar por la emoción de su sexo tan
decidido a recibir y dar, y a manotearla del pelo para asfixiarla con el
colchón. Incluso, un par de veces le hice fregar la cara en el pañal meado que
hacía una hora le había sacado al nene. Eso me llevó a regalarle un orgasmo
fatal, en el que me escuché jadear como a un hombre primitivo, y con el que mi
leche le inundó hasta el útero por el salvajismo con el que eyaculé.
Como ella no había alcanzado su clímax, me lo
pidió ni bien se acomodó cara al techo en la cama, frotándose el clítoris con
los dedos con un aplomo que, me daba la sensación de que podría lastimarse con
sus uñas.
¡Meteme la pija en la concha, y meame toda por
adentro! ¡Haceme pis pajero de mierda!
El brillo de sus ojos se deshacía cuando, una
vez que logré darle la orden a mi uretra para inundarla de pis, ella se frotaba
más fuerte la concha, se escupía las tetas y abría hasta lo que parecía
imposible, sus piernas delgadas.
¡Uuuuuf, qué hijo de putaaa, acabé como una
perraaa! ¡Me fascina que me hagan pichí! ¡La próxima te juro que te lo pido en las
tetas!, decía sentándose en la cama, intentando consolar al nene que no pudo
sostener su tranquilidad. Se lo acurrucó en la falda y le empezó a dar el
pecho, sin lavarse siquiera. Encima, de repente, mientras el guacho succionaba,
sonreía y gesticulaba cosas incomprensibles, ella gimió porque el nene empezó a
mearse en la falda de su mami, y sin pañales.
¡Naaaah, no me digas que eso también te excita
nena! ¡estás enferma vos! ¡Tenés la cabeza cagada pendeja!, sentencié mientras
le dejaba otro fajo de billetes en la mesa, pensando en retomar mi rutina
abúlica y vomitiva.
¡Síii, tenés razón, me calienta eso! ¿Qué
querés que le haga? ¡Si querés mañana te espero a la noche! ¡A vos también te
calienta garcharte a esta pendeja con la cabeza cagada!, decía cuando yo
cruzaba la puerta que da a la calle.
¡Te llamo y
vemos!, le aclaré, luego de llenarme los ojos con el último vistazo que
le profané a sus tetas enlechaditas.
Durante otra semana no supe nada de Melisa,
salvo por sus sms al celu. En la empresa estábamos atareadísimos, y no había
lugar para el placer. Por suerte las cosas con mi jefe mejoraban, y mi hijo no
ambicionaba un regalo tan costoso.
La tarde de un martes espeso, nublado y
cargado de manifestaciones en las calles de una capital en llamas, me la
encontré en un colectivo. Ella estaba parada con el pibito en uno de sus
brazos, con el pelo mojado y una calza rotita en la cola. Por eso supe que
traía una bombacha azul. Con la otra mano le atendía las necesidades a la verga
de un tipo de camisa blanca, no menor de 50, con un maletín de oficinista y la
barba prolijamente afeitada. No pasó más de un minuto hasta que ella sacó la
mano de entre la ropa del tipo para lamerse los dedos. Luego volvió a darle
calor, unas buenas sobadas y apretones a esa pija desconocida, la que, a juzgar
por su cara de sorpresa se trataba de algo interesante.
Tuve un momento de distracción gracias a un
llamado inoportuno de mi ex mujer. Por eso, lo próximo que vi fue a Melisa
sentada en las piernas del hombre, dándole el pecho al nene y saboreando los
dedos que, seguro guardaban restos de semen para regocijo de su paladar.
Esa noche la llamé para revolcarnos, pero ella
estaba en lo de su madre. Nunca dejó de enviarme fotos de sus tetas, o de
mandarme audios gimiendo, o la ubicación del lugar por donde andaba.
Las últimas fotos de ella me volaron la
cabeza. Meli estaba rodeada de tipos, con la boca ocupada de pijas tan variadas
como irracionales, con las tetas llenas de su propia leche, sentada en el suelo
como una nena.
Pero, tuvieron que pasar 5 meses para volver a
encontrarnos. Fue un día después de que el Juani cumpliera 2 añitos. Esa tarde
llegué ansioso, perturbado por su ausencia y con los huevos tan pesados como
toneladas de plomo. Aquella vez Melisa no estaba sola. Me sorprendí, pero jamás
pensé en retirarme. Después de todo Melisa no era de nadie, y no esperaba
serlo.
El que me abrió la puerta fue el intelectual
que había visto en el subte. Lo reconocí porque conservaba los anteojos, a
pesar que ya estaba en bóxer. Adentro de la casa todo era aún más grotesco. Una
señora con los mismos ojos y color de piel que Melisa le cambiaba el pañal a
Juani arriba de la mesa. Enseguida deduje que era Matilde, la abuela del nene,
que luego fue a parar a la cama, al lado de su madre. Melisa estaba allí
acostada, chupándole la pija a otro tipo, al que llamaban Tony.
¡Atendelo como corresponde hija, que no cuesta
nada! ¡Yo entiendo que te ganes la vida putoneando con los tipos, pero no podés
tener al Juani en estas condiciones! ¡Ya lo hablamos, y te dije que no me va a
temblar el pulso para hablar con el juez si esto no cambia!, le recriminaba la
mujer mientras recogía su cartera.
¡Ahí te traje pañales, arroz, fideos, yerba y
azúcar, leche en polvo, fósforos, algunas latas y pan! ¡Ordená este lío nena, y
mañana te espero en casa!, dijo la señora con el rostro contracturado de ira,
ahora cruzando la puerta para irse definitivamente.
El Tony entonces comenzó a profundizar más en
la boca de Meli, al tiempo que ella acomodaba al nene para que se le prenda de
la teta, y el intelectual le sacaba el pantalón complaciendo a sus
requerimientos.
Entonces, confundido por las arcadas de esa
inmunda, y enloquecido por las succiones del guachito a su teta derecha, le
abrí las piernas para enterrarle los dedos en la concha por los costados de su
bombacha gris, mientras Guillermo, el intelectual que ya no necesitaba sus
anteojos, le acercaba la pija para que lo pajee. De pronto ella empezó a ir y
venir de las pijas del Guille y el Tony, cuando yo presionaba su clítoris, le
ofrecía mis dedos colmados de su esencia para que los lama sin importarme si
había un pito en su boca, y le mordisqueaba las piernas. Incluso le destrocé la
bombacha con los dientes, al tiempo que oía que esas pijas le golpeaban la
cara, y que ella le decía al Guille: ¡Acabame en las tetas pendejo, así el
guacho se toma tu leche, dale perro, dame esa lechita!
Alcancé a ver que ella le agarró la pija para
pajearlo bien pegadito a sus senos, y que el flaco no tenía forma de negar el
copioso estruendo seminal que le decoró las tetas. Entonces, mientras ahora el
veterano volvía a delirar con el calor de su boquita, mi lengua y dedos eran
microbios intranquilos por todo su sexo. Le comí la concha, saboreé sus jugos y
su clítoris, le metí dos dedos en el culo, y le marqué los dientes en una nalga
para hacerla gritar, aún atorada con la pija del Tony, y sus ríos de saliva en
la almohada.
Me subí entre sus piernas para convertirme en
un animal salvaje copulando en una selva feroz. Se la mandé hasta los huevos.
Me movía aguerrido, sintiendo cómo sus piernas rodeaban mi cintura, y me
enternecía escucharla eructar cada vez que el Tony le sacaba la pija de la faz
de su garganta. La muy retorcida hizo que su hijo le lama el semen que
Guillermo le largó en las tetas, y mi verga se ensanchaba con insolencia entre
sus jugos.
Todo hasta que Melisa se nos reveló en cuatro
patas sobre la cama, con el pendejo todavía prendido de su teta como un
perrito. Aprovechándola indefensa, ahora el Tony gozaba de las brazas que se
acumulaban en su vulva. La penetraba con menos ritmo que yo, pero la hacía
chillar por el grosor de su pene, aunque su boca se llenaba de mi erección, o
lamía mi escroto, o se ocupaba de morderme los dedos. Estuve a un paso de
acabarle en la cara. Pero Melisa me pidió que se la meta en el culo.
Para ese acto sublime, yo me senté en la cama
dispuesto a recibirla en mis brazos. No hizo falta siquiera lubricarle el
agujerito, ya que sus propios flujos más las estocadas a fondo del veterano
hicieron un trabajo decoroso.
Melisa nos regaló un alarido formidable en
cuanto mi glande penetró esa colita fatal, el que enseguida Guillermo silenció
con su pija. Ahora yo le perforaba el culo sin reprimirle pellizcos, el Tony le
chupaba la concha, además de revolvérsela con los dedos, y el pibe le daba de
su mamadera en la boca, arrodillado en la cama. Entre todos le estrujábamos las
tetas para saborear su leche y obligarla a chuparnos los dedos.
El Juani parecía asustarse cada vez que su
mami gritaba de repente, ya que ni siquiera lo sacó de la cama. En un momento
le gritó al Guille: ¡Haceme pichí en las tetas hijo de puta, y después dame la
lechita en la boca!
Pero el pibe no le obedeció al pie de la
letra. Esperó a que su erección pierda algo de consistencia, y entonces le meó
la cara. Ella se relamía por beber lo que más pudiera, gimiendo con la voz de
una nena malcriada.
Al pibe se le volvió a poner durísima gracias
a que ella se la pajeaba y le lamía el culo, mientras mi pija le separaba aún
más esas nalgas primorosas, y el Tony empezaba a fundir su carne en lo profundo
de su conchita. ¡Ahora sí que gritaba la yegua! Se le erizaba la piel,
transpiraba, se apretaba las tetas y escupía el piso.
En un momento hasta le dio unos chirlos en la
cola al nene que seguía tirado en la cama, lloriqueando como sin querer
molestar. En eso el Guille gira sobre sus pasos y le encaja la pija en la boca,
en el exacto segundo en que mis penetradas eran más ágiles, y el señor casi se
nos caía encima por la euforia con la que le daba pija en la concha. El Guille
logró que Melisa tosiera como una condenada ni bien le acabó en la boca, que se
le escapen gotas de leche por la nariz con la misma naturalidad que lágrimas de
sus ojos, y que al final se despache con un eructo lo suficientemente grosero
como para incitarnos a enlecharla toda.
Pero, entonces, a la vez que el pibe se ponía
el bóxer, el viejo agarró de los pelos a Melisa para que su boquita gemidora
pueda hacerse de su pija venosa, brillante de sus flujos y presemen. De esa
forma, la muy golosa comenzó a petearlo como si fuese la primer pija de su
vida, mientras yo comenzaba a desintegrarme en las últimas envestidas. Entre
los dos la apretujábamos, la recorríamos con nuestros dedos violentos, la
llenábamos de moretones, rasguños, insultos y cachetazos en la cara o en el
culo. Incluso, el Tony por momentos la obligó a mamarlo mientras éste le
quemaba un hombro con el cigarrillo que le había encendido el intelectual, que
ya se veía como tal, vestido y relajado.
Yo no podía retrasar mucho más al ejército
seminal que tarde o temprano invadiría su culo majestuoso. Fue apenas el Tony
terminó de darle toda su leche en la boca, y mientras ella gritaba: ¡Aaaay, me
hago piiis, por putiiitaaa, y alzada!
No podía creer que mi pija le largara tanto
semen en perfecta coordinación con sus chorros de orina, con los que ella misma
se mojaba las manos para tocarse la panza y las tetas. No pude pararme
inmediatamente, aún después de minutos de que Melisa se separó de mi cuerpo
abatido.
De repente a Guillermo no lo vi más, y lo
curioso es que ni escuché la puerta.
El bebé ahora se escandalizaba mientras Tony
dejaba un montoncito de plata en la mesa, debajo de un cenicero. Me preguntó si
andaba a pie, porque si no me alcanzaba hasta donde tuviese que ir. Le agradecí
mostrándole las llaves de mi auto, y lo vi marcharse sin más, casi sin mirar a
Melisa, que entretanto se echaba en la cama para amamantar a su hijo, sin
lavarse ni secarse nada en absoluto.
No me daba pena esa chica, ni su situación.
Pero alguna razón me impulsó a no volver a visitarla. Por otro lado, algo me
decía que se me estaba enamorando, y ese no era mi proyecto de vida. De igual
forma, siempre la veo paseando con su nene de la mano, vestida de trola,
apoyándole el culo a los tipos, o dejándose manosear las tetas. En ocasiones,
cuando la tuve muy cerquita en el subte, renacían mis ganas de poseerla, de
regresar a su casa mugrienta con piso de cemento, de darle la lechita en la
cola y de contribuir con lo que su hijo necesitara. Su perfume, su olor a pis,
su vocecita sugerente y todos los gestos de putita profesional me paraba la
pija con una emoción incontrolable. Pero yo decidí dejarla en el pasado, y por
suerte ella no insistió con la posibilidad de un reencuentro. Fin
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