Esa tarde llegué de lo de una amiga con una
lija tremenda. Pero los forros de mis hermanos no me habían dejado un carajo
para comer. Nicolás estaba como siempre, fumando un porro paragua y boludeando
con el celular. Paola estaba con el culo aplastado en el sillón, con el pelo
sucio y unas ojeras que le pesaban en la cara. Tenía la carpeta del colegio abierta
arriba de la mesa, donde todavía andaban los cubiertos usados, la caja de vino
vacía que seguro se chupó mi viejo, dos ceniceros hasta el orto de cenizas,
platos sucios, una mayonesa y un melón partido a la mitad. Mis hermanos no
tenían ninguna gana de progresar. Nicolás con 18 años solo pensaba en jugar a la
pelota, se rateaba del a escuela, y cuando iba era para vender paco, merca o
algún chumbo que le facilitaban sus amigotes. Paola, con 14 años había repetido
dos veces primero, tenía una pésima conducta para todo, y su grupito de amigas,
mejor ni hablar. Una se hizo un aborto a los 13. La otra anda chupando pijas en
la estación de subtes. Y la más centrada, tuvo un guacho con un pibe, el que
hace poquito la abandonó para siempre por robar un auto con otros boludos. A
ese imbécil lo mató un rati por hacerse el copado.
¡Che, manga de parásitos! ¿Por qué mierda no
se ponen a ordenar un poco?, les dije, harta de siempre llegar y encontrarme
todo hecho un quilombo. Según mi abuelo, a pesar de mis 16 años, yo era la
única que tenía futuro en la familia. La abuela siempre me dijo que soy re
madura, ubicada, y por lo menos no me visto como las guachiturras de la villa.
Pero ellos seguían en la suya.
¿Por qué no me dejaron nada para comer? ¡La
mami sabe que yo siempre vuelvo, y como acá!, rezongué, a ninguno en
particular, mientras revisaba la heladera. Las tripas me sonaban de hambre.
¡El viejo la gileó con la mami, y se re
pelearon! ¡Así que hablá bajo boluda, o se va a despertar, y cagamos fuego
todos!, dijo Nicolás, que en ese momento se apuraba para silenciar un audio
porno que, por ahí le envió alguno de los pibes de su pandilla.
¿Por qué se pelearon? ¡Paola, por favor,
después que termines de hacer huevo, bañate pendeja! ¡Hace tres días que andás
con la misma ropa!, dije mientras me sentaba a comer un poco de arroz frío y un
tomate partido.
¡Por lo de siempre! ¡El viejo ya vino en pedo
de la calle, y mami lo mandó a bañarse para que se le pase el escabio! ¡Andaba
re cargoso! ¡Yo vi que le manoseó las tetas a mami cuando preparaba el guiso!,
me explicó Paola, mientras se metía los dedos en la nariz.
¡Aaah, qué bien! ¡Así que comieron guiso, y no
me guardaron ni un poco! ¡Son unos forros! ¡Y vos, calmate con esos dedos, que
te vas a sacar un pedazo de cerebro por el naso!, les dije, y señalé a Paola
con repulsión. Me mandé un par de cucharadas de arroz, y me puse a sacarme unos
pelitos de las cejas con la pincita. Después abrí una ventana para ventilar la
nube de humo del faso de Nicolás. No podía poner música, porque nuestra casa
era una mierda., y si mi viejo se despertaba de su siesta, no había quién lo
pare. Un par de veces se cagó a piñas con Nicolás cuando éste puso un partido
del Barza en la tele, y gritó los goles. Y a Paola, una tárdele bajó hasta la
bombacha delante de nosotros para llenarle la cola de chancletazos, por jugar
al karaoke mientras él alargaba la fiaca de su siesta. Supuestamente ese día le
dolía mucho la cabeza. Conmigo nunca se le fue la mano a ese extremo. Pero la
mañana que me encontró fumanchando en la calle con un amigo, más o menos cuando
tenía 13, me llevó al patio y me manguereó con agua fría. Para colmo ese patio
lo compartimos con los vecinos. Después de empaparme entera, me obligó a
quedarme en bombacha y corpiño para darme un par de chirlos, y luego me mandó a
la cama, así como estaba. Creo que al otro día amanecí resfriada. Pero a Pao y
a Nico los fajaba con mayor frecuencia. A mi madre también, pero ella al menos
se las devolvía. Pero lo más terrible eran sus reconciliaciones. No solo que
cogían como desesperados, salvajes y sin importarle nada mientras se abuenaban.
Además, después andaban hechos unos pelotudos, diciéndose bichito, corazoncito,
mi reina, y besándose con ruido todo el tiempo. Lo triste es que solo la pieza
de ellos tiene una especie de puerta. La nuestra, la que compartimos los tres
hermanos, apenas se separa de la cocina comedor con una cortina. El baño
tampoco tiene puerta, pero de última está en el patio. El piso es de cemento
pelado. Las paredes, algunas son de ladrillo sin revocar, y otras de madera. El
techo es de distintas chapas acomodadas como se pudo, y ningún mueble es nuevo.
¡Y ni hablemos de las goteras! Las sillas son una de cada pueblo, y la mesa
tiene las patas chuecas.
A Nicolás de pronto se le disparó otro video
porno, pero esta vez lo vio con el volumen bajo, aunque se oía perfectamente.
¡Bajá eso desubicadito! ¡Y dejá de acogotarte
el ganso, asqueroso! ¡O rajá a la pieza!, le dije cuando vi que se palpaba la
chota desprejuiciadamente, con la vista clavada en el celular. Paola enseguida
se levantó del sillón a tomar agua, y no evitó relojear lo que hacía Nicolás.
Aquello para mí era normal, ya que todas las noches que dormía en casa, tenía
que soportar los ruidos de las pajas que se clavaba Nicolás. Paola también se
tocaba, y algunas veces hasta gemía, suponiendo que Nico y yo dormíamos. Ella y
yo ocupábamos una cama cucheta. Yo dormía arriba y ella abajo. Nicolás dormía
en el suelo sobre un colchón hecho bosta. Algunas veces tenía que retar a
Nicolás por cambiarse frente a nosotras, y a Paola por entrar a la pieza en
toallón cada vez que se bañaba, o cuando se acostaba en calzones si hacía mucho
calor. supongo que por tanta incomodidad, desde los 14 que ciertos fines de
semanas me quedaba en lo de mis abuelos.
¡Che tarado, ¿Se pegaron los viejos hoy? ¿O
solo se carajearon?, le pregunté a mi hermano.
¡El viejo le arrancó los pelos y le dio un
sopapo! ¡Pero ella le revoleó un bollo de pan, y ni siquiera se quedó en la
mesa! ¡No comió! ¡Se fue a la pieza, y al rato, cuando terminó de comer, el
viejo se fue a dormir!, dijo Nicolás, más atento a su videíto que a mis ojos
acusadores.
¡Basta de mirar chanchadas nene!, le dije.
Pero él ni me hizo caso.
¡No me rompas los huevos pendeja!, me
contestó, y acto seguido los tres empezamos a escuchar lo que de un momento a
otro sucedería. Primero los movimientos de la cama de mis viejos. Después,
sonidos como si se estuviesen corriendo por la pieza. Más tarde, algunas
arcadas y cachetadas.
¡Te juego lo que quieras que la mami le está
chupando la verga al viejo!, le dijo Paola a Nicolás, después de tomarse un
vaso de gaseosa y eructar prolongadamente.
¡No seas mal educada pendeja! ¿Qué mierda te
importa lo que hacen?, le dije, levantándome de la silla como si pensara en
acorralarla para darle un correctivo. Pero en eso, Nicolás se prende un finito,
y Paola le da la primer pitada, media echada sobre su hombro, intentando mirar
el video que reproducía su celular.
¡Apagá eso boludo! ¡Son o se hacen? ¡Si el
viejo llega a oler mariguana, les va a dar medio boleo en el orto, y a la
calle!. Les dije. Pero ellos no me escuchaban. Parecían atentos a lo que
provenía de la pieza de mis viejos. Ahora los gemidos de mi madre comenzaban a
crecer en intensidad, y la cama a golpear la descascarada pared con mayor
insistencia. Tuve todas las ganas de irme a la mierda. Pero tenía que terminar
unas tareas para el colegio, y mis abuelos no estaban en su casa como para
caerles. Entonces, Nicolás le dio un chirlo en el culo a Paola mientras le
decía: ¡Basta tarada, no te abuses, que el fasito lo conseguí yo! ¡Si querés
comprame!
Ella volvió al sillón, y allí se quitó las
zapatillas Topper blancas que parecen tatuadas a sus pies, y acomodó los pies
debajo de su cola. Ahí empezó a hamacarse hacia los costados, mirando con
ojitos de mosquita muerta a mi hermano. No entendía por qué, pero de pronto me
acometió la idea de que entre estos dos pasó algo, aunque mínimo.
¡Che Nico, creo que ahora papi le está
bombeando la concha!, le dijo Paola, en el momento que yo levantaba las cosas
de la mesa y las acomodaba en la pileta para ponerme a lavar. Eso me sacó de
quicio. Entonces, le golpeé la puerta a mis padres para que se rescaten un
poco.
¡Heeeey, estamos acá nosotros!, dije contra la
puerta, cuando ahora los gemidos de mi mamá también proferían palabras como:
¡Así hijo de puta, perro, violame toda, cogeme, cogemeeee, dame más!
Además, mi viejo jadeaba, respiraba con
fuerza, y le decía cosas que no llegaban a comprenderse con claridad. pero no
se le caía el putita de mierda de los labios. Entonces, justo cuando pensaba en
sentarme para hablarles y buscar hacerlos entrar en razón, intentando
explicarles que hay otra vida, que podemos ser distintos, y un montón de cosas,
descubro que Paola tenía una mano adentro de su jean roto en las piernas y la
cola. Tenía los ojos cerrados y apretaba los labios.
¿Qué te pasa taradita? ¿Te estás pajeando? ¡No
me digas que te calienta escuchar coger a los viejos!, le dije en voz baja,
casi que agarrándola de las mechas. Le brillaban hasta los piercings que tenía
en las cejas y el labio superior. Pero no me respondió. Advertí enseguida que
tenía un olor a pichí insoportable, y se lo remarqué.
¡Andá a bañarte pendeja degenerada! ¿Hace
cuánto no te bañás?, le dije, después de darle una cachetada para hacerla
reaccionar. Ella me puteó, pero no se movió del sillón. Para colmo, los viejos
estaban desbocados en la pieza. Se oía claramente el choque de sus cuerpos, sus
gemidos atolondrados y algún quejido insolente. Palabras como: ¡Aaaaay, asíiii,
más fueeerteee, aaaaiiaaaa, dame vergaaaa!, contaminaban el aire, más que el
faso de Nicolás.
¡Pao, para mí que el viejo le está rompiendo
el orto!, dijo el gil de mi hermano. Entonces, cuando giré la cara para cagarlo
a pedo, lo vi con la verga en la mano, acariciándosela como si fuese un
pichoncito hambriento. La tenía parada, le resplandecían hilitos de presemen en
el glande, y se le estiraba cada vez más. Ahora entendía por qué Paola estaba
tan atontada. Ella también le miraba la verga a Nicolás, y yo no podía ser
menos. Pero tenía que mostrarme implacable, poner orden y no sumarme al
desastre que se avecinaba.
¡Guardá eso pelotudo! ¿Vos estás loco pendejo?
¿Querés que llame a papi, y le diga lo que estás haciendo?, le dije a mi
hermano revoleándole un repasador mojado en la cara.
¿Y por qué no le contás también que la Paola
anda chupando vergas en el baño de la escuela? ¿No le viste los chupones que
tiene en el cuello?, dijo Nicolás, ahora apretándose el pito, al mismo tiempo
que mi viejo parecía largarle toda la leche en algún agujero a mi madre, por
los sonidos de rendición que se colaban por la puerta. Por momentos abría las
piernas para acariciarse los huevos con una mano, mientras se hacía un anillito
con los dedos alrededor de la pija.
¿Cómo es eso putita? ¿Así que andás peteando?,
le dije a Paola, agarrándola del brazo que antecedía a la mano con la que se
tocaba la vagina. Entonces, le vi dos tremendos chupones en el cuello. No lo
podía negar. A esa altura me estaba calentando como una trola. ¡Pero ellos son
mis hermanos! ¡Esto era una locura! Sin embargo, de nuevo en la pieza de mis
padres, volvían a escucharse arcadas, escupitajos y unos chicotazos como
nalgadas.
¡Sí Fabi, hago petes en el colegio! ¡Me
encanta la pija! ¡Como a vos, que te comiste la pija del tío por la cola, y la
del primo Renzo!, se atrevió a exponerme la muy descarada. No me lo banqué. Le
di un cachetazo que, por un momento silenció al caos de mis viejos en la pieza.
Le saqué la remera de los Rollings, y le descubrí otros chupones en las tetas.
¡Ni siquiera tenía un corpiño puesto!
¿Y te chupan las tetas en la escuela?, le
pregunté. Ella dijo que sí con la cabeza, y volvió a frotarse la tuna. Mis
viejos regresaban al ataque sexual, porque la cama se sacudía como si en
cualquier momento pudiera desarmarse.
¿Te puedo hacer una pregunta Nicolás? ¿Pasó
algo entre vos y tu hermana? ¡Decime la verdad, o le golpeo la puerta al viejo,
y que los vea pajearse, y se les pudra todo!, amenacé a mi hermano. De repente
sus ojos se clavaron en las gomas de Paola, y los apretones de su mano a su
pija fueron más contundentes.
¡No boluda, yo no le hice nada! ¡Es ella la
que se me tira encima, me toca la verga, se me sienta arriba en bombacha cuando
duermo la siesta, y me muestra las tetas!, dijo Nicolás, después de darle una
seca a lo que le quedaba del porro. Paola negaba con la cabeza. Pero yo no
podía juzgarla. Nico es un lindo pibe. Fachero, morocho de ojos marrones, con
unas pequitas en la cara, y con una espalda preciosa. Generalmente usa joggings
apretados y zapatillas deportivas chetas, camperas de jean, remeras de bandas
de rock y algunas veces viseras de marca. Y encima portaba ese tremendo pedazo
de pija. Yo también lo había visto dormir, empalado, con la verga escapándose
de su bóxer, o abultándole los pantalones cortitos que usaba cuando era un
puberto lleno de granos. También descubría las manchas de semen en sus sábanas
cuando se las lavaba, en los tiempos que mi madre trabajaba como empleada
doméstica.
¡Andá guachita, acercate a tu hermano, y
tocale la pija! ¡y mejor para vos que me hagas caso! ¡Porque le cuento al viejo
lo que hacés en la escuela, y se te arma!, le dije a Paola, mientras la
empujaba del sillón al suelo sin ninguna sutileza. Se oyó el plop de sus
rodillas contra el suelo, y eso me calentó más. Especialmente porque se le
escaparon algunas lágrimas. Yo misma le desprendí el jean cuando cayó al piso,
y la empujé para que vaya gateando hasta las piernas de mi hermano, que seguía
estúpido por el viaje. Apenas Paola estuvo a centímetros de tocarle las
piernas, yo la cacé del pelo para que se apure, y le agarré una mano para
posarla en la pija de Nicolás.
¡Tocala tarada, dale, apretala y manoseala
toda! ¡Quiero que te quede el olor a pija de tu hermano en la manito!, le dije,
sin saber por qué me transformaba de a poco en ese animalito silvestre y
promiscuo. La verdad, en ese momento hubiera dado cualquier cosa por una pija
penetrándome el culo, como lo hizo mi tío cuando cumplí los quince. Paola se hacía
la boluda, y no se la apretaba, pese a que la acariciaba. Entonces le di dos
cachetadas, y le pellizqué un pezón. Eso la hizo chillar, pero de calentura.
Por eso aproveché a quitarle el pantalón, en el momento que comenzó al fin a
manosearle la verga y a olerle los huevos.
¿Se la querés chupar putita? ¡Qué rapidita que
sos turra! ¡Dale, abrí la boca y comete esa verga!, le dije al oído, y
automáticamente se levó una mano a la vagina. Pero yo no la dejé.
¡no te toques chancha! ¡Vos, abrí la boca, y
mamale la pija a tu hermano, que yo te voy a toquetear!, le dije, y acto
seguido escabullí los dedos de mi mano derecha adentro de su bombacha negra. La
tenía empapada, y la mata de vellos enrulados que rodeaba el orificio de su
vagina parecía un yuyaral espeso, pegajoso y caliente. le pedí que abra las
piernas, y empecé a asestarle una nalgada tras otra, cuando su boca comenzaba a
dar saltitos en el glande de Nico, aunque sin metérselo por completo. Entonces,
de repente, como no lograba hundir mis dedos en su sexo, la senté en el piso, y
le pedí que le pajee la verga a Nico con los pies. Yo me senté a su lado,
dispuesta a llegar a su clítoris con mis dedos, y como estaba frente a la verga
cargada de semen de mi hermano, podía lamerle los pies a Paola, y colmarme del
aroma de esas bolas peludas, de esa pija transpirada y de los hilitos de baba
que Paola le había dejado como telas de araña colgando de la barriga y el pito.
¿Te gusta ver cómo le pajeo la concha a tu
hermanita? ¿Se la querés ver sin la bombacha pajerito? ¡Vos, seguí así,
apretale la verga con los pies turrita!, les decía, apretándome las tetas con
una mano, y penetrándole la concha a Paola con la otra, como si fuesen tres
pitos afiebrados, colmándose de sus jugos. Nicolás le agarraba las patas para escupírselas,
lamerle los dedos y para volver a frotarlos contra su verga.
¿Así que ya no es más virgen la nena de la
casa? ¡En esta conchita ya entraron un par de pijas, pendeja puta! ¿Cuántos te
cogieron bebé?, le preguntaba, mientras no paraba de gemir, mojarse y
friccionar el orto contra el suelo. No sé en qué momento me quité la remera con
florcitas, y mi corpiño deportivo había volado por los aires. Solo sé que en un
instante se me ocurrió encajarle las tetas en la boca a Paola, y pedirle:
¡Chupalas puta, dale, o te dejo calentita, sin acabar, puta de mierda, chupame
las gomas, y babealas bien, perrita sucia!
Cuando sentí que la lengua de Paola rodeó uno
de mis pezones, empecé a manipularla de la nuca para que no pare de chupar,
lamer, succionar y estirarme los pezones, de fregar toda su carita por toda la extensión
de mis tetas, mientras uno de mis dedos le rozaba el culito, y el resto
navegaba en su conchita. Entonces, en el momento que supuse que Nico podía
regarle los pies de semen, me levanté del suelo para morderle una tetilla, con
toda la intención que se le baje, o al menos de quitarlo del trance sexual que
ya lo atormentaba. Me saqué el jean elastizado, y me abrí de piernas ante sus
ojos, y los de Paola que seguía sentada, ahora con las manos sobre sus
rodillas, porque yo le había prohibido tocarse.
¡No seas maricón boludo! ¡Ahora mirame a mí
gil! ¿Te gusta la bombacha que tengo puesta? ¡Tocame putito, dale guacho!, le
decía a mi hermano, franeleándole el culo contra las piernas y la pija, la que
levemente volvía a renacer tan empalada como antes. Yo tenía una tanguita de
lycra de un azul vibrante que me partía el culo en dos, cuya parte de adelante
era devorada por los labios de mi conchita depilada.
¿Viste taradita? ¡Yo me la depilo, y me la
lavo, por más que ande garchando por ahí! ¡No como vos, que la tenés peluda, y
con olorcito a pis!, le decía a Paola, ahora fregándole el culo en la cara.
Cuando le apoyé la concha en la nariz, le pedí que me meta un dedo, mientras
por ordenes mías, regresaba a mamarle la pija a Nicolás. Pero como no quiso
saber nada, le quité el chupete a su boquita. Le saqué la bombacha, la levanté
de los brazos y la senté en las piernas de mi hermano.
¡Cogela, hacele el culo, que tiene un olor a
caquita la sucia.. quiere pija en la cola… no cierto bebé?!, le dije a Nico al
oído para empalarlo aún más. La guacha empezó a ordeñarle la verga con las
piernas, apretándosela en una especie de sube y baja que me enloquecía. Yo
aprovechaba a ponerle las tetas en la boca a Paola, y a Nicolás, para que me
las chupen y muerdan. No podía evitar gemir como una zorra. Pero Paola no
quería entregar el orto por nada del mundo. De todas formas, como Nico no la
dejaba escaparse, y yo empezaba a estimularle la chuchi, no tenía más remedio.
¡Vos te vas a dejar culear guachita, porque
ese olor a pichí y a caca, es porque querés verga! ¡Tenés carita de petera
pendeja! ¡Pero ahora vas a saber lo que se siente tener un pito en la cola!, le
decía, teniéndola de las caderas con una mano, y con la otra rozándole el
culito con la puntita de la pija de mi hermano. Sentía que el clítoris me iba a
estallar de tanta calentura, cuando Nicolás me clavó un dedo en el orto, y sus
dientes me mordieron un pezón con una alevosía y un vigor que, si no me
controlaba, me acababa encima, y toda la cuadra se habría enterado. De golpe,
Nicolás balbuceó que los viejos seguro se durmieron porque no había más
bochinche. Pero nosotros estábamos desconectados del mundo.
Cuando Nicolás dio el último estiletazo, tuve
que ahogarle el grito a Paola con mis
tetas, porque después de tanto jugueteo, logró meterle el glande completo en el
orto. Luego, y muy despacito, ella empezó a dejarse caer, y pronto a dar
pequeños saltitos, y más tarde a convertirse en una conejita alzada, que pedía más,
que me arañaba la cola cuando no le daba la teta, y que me abría las piernas
para que le toque la vagina.
¡Culeá así mamita, dale, así dejás de ser una
chupa pitos, y empezás a culear seguido, mugrienta, olorosa, asíii, quiero
verte más puta, Escupime las tetas, y abrite más, que te encanta que te pajeen,
y andar con olor a caquita y pichí!, le decía, mientras los dedos de Nicolás en
mi vulva me hacían revivir cada una de las tardes en que me encerraba con mis
primitos para mostrarles la vagina. Yo tenía 11 años en esos tiempos, y ellos,
el más chico 17. Paola le comía la boca y la lengua a Nicolás, le decía que lo
amaba, que quiere su pija todos los días en el culo, aunque todavía lagrimeaba
y se quejaba cuando alguna de sus envestidas le dolía demasiado. Por eso,
finalmente yo me arrodillé entre sus piernas para lamerle los huevos a Nico, y
para Comerle la concha a mi hermanita. De inmediato encontré su botoncito
mágico, y entonces, no paré de friccionarlo con mi lengua, al tiempo que le
revolvía la chucha con los dedos. Se la escupía, sorbía todos los jugos que
podía, respiraba de su aroma en celo, y me maravillaba cuando él aceleraba sus
arremetidas, y su clítoris comenzaba a devolverme algo de todo lo que yo misma
le daba con mi lengua. Parecía que se meaba encima de lo abundante que eran sus
espasmos previos al orgasmo.
En eso estábamos. Yo devorándome todo el
squirt de mi hermanita, arrodillada en tanga, mientras mi hermano le perforaba
el orto, comenzando a largarle toda la leche, agitándose como si luego fuese a
desmallarse, vestido y relajadito por el porro, y Paola totalmente desnuda,
oliendo a sexo, y a su poca higiene. Las tetas de Paola se bamboleaban inertes,
mi cara y mi pelo castaño se nutría de los jugos de Paola, y Nicolás apenas
podía hablar, cuando de repente oímos el chirrido de la puerta de la pieza de
los viejos. Los dos se pusieron en guardia, aunque sin mover un solo músculo de
la cara. Supuse que el viejo nos iba a revolear con un martillo, o con la
cuchilla que usa para la carnicería. Creí que mi madre podría contraer un
infarto, o un estado de shock que no le permita siquiera poder hablar.
¿Quién anda con olor a caca y a pichí? ¿Así
que los hermanitos se quieren tanto, que se andan sacando las ganas, como los
animales cuando andan alzados?, dijo mi padre, con la voz serena, a pesar del
miedo que nos otorgaba.
¡María, andate a la panadería y traete una docena
de facturas! ¡decile que te las fíe, que yo mañana le pago!, le pidió mi viejo
a mi madre. Ella titubeó en si obedecer. Pero finalmente, agarró las llaves y
salió. Mi padre caminó hacia nosotros. agarró a Paola en brazos, como si no quisiera
tocarla y se sentó en una silla, diciéndole: ¡Venga con papi mi chiquitita!
Luego de unos segundos, justo cuando yo había
manoteado mi corpiño para continuar con el resto de mi ropa y ponerme a
estudiar, él dijo con determinación: ¿Qué hacés Fabiana? ¡Vamos, arrodíllate, y
chupale la pija a tu hermano, que seguro con el gustito del culo de tu hermana,
te va a gustar más!
¡Yo no lo podía creer! Paola sollozaba en los
brazos de mi padre, diciéndole: ¡no me hagas nada pa, te prometo, yo, no
quería, yo me voy a bañar todos los días! Luego siguió lloriqueando, pero ya
sin hablar, porque mi padre la hizo callar de un cachetazo. Entretanto, yo estaba
prendidita a la pija de Nico, que parecía ausente, perdido y pasado de falopa.
Pero su pija volvía a recobrar forma. Mi padre estaba en calzoncillo, y por lo
que pude vislumbrar, debajo de la cola de Paola, descansaba un buen pedazo de
pija dura, la que poco a poco empezó a restregarle, apenas sosteniéndola de las
caderas.
¡Chupá hija, vamos, comele todo el pito a tu
hermanito! ¡Cómo te gusta eso! ¡Cómo disfrutaste de la pija de tu tío en el
orto guacha! ¿Y te hacés la superada, la madura, la inteligente!, decía mi
padre, ahora acariciándole las tetas a Paola, que no paraba de temblar y
lloriquear.
¡Hasta que no te tomes la lechita, no parás!
¡Nosotros somos los machos de la familia!, dijo luego, mientras acomodaba a
Paola frente a él, haciendo que sus piernas se abracen a su pierna derecha.
¡Así mi nenita… a ver, dele un besito en la
boca al papi… vamos mi nenita cochina! ¡Contale al papi… ¿Vos te cagás y te
meás encima, que siempre andás sucia pendeja? ¿Sos como un animalito, como una
perra? ¿O te calienta ser una negrita villera?, le decía mi papi, comiéndole el
cuello a chupones, abriéndole el culo para verificar que la leche de Nico se la
había lubricado toda, y oliéndole el pelo.
¡Vamos Paolita, levantate un poquito, así te
acomodo la pija a donde te gusta! ¡Esa concha pide pija!, le dijo, en el exacto
momento que la pija de Nicolás rozaba reiteradamente mi garganta. Me volvía
loca el sabor del culo de mi hermana en esa verga pegoteada. Y sin preámbulos,
oímos los bombazos de la pija de papi en la argolla de mi hermana. Él la
zarandeaba del pelo, le sacudía las tetas y le retorcía los pezones mientras le
gritaba: ¡Pendejita culo cagado, cogé así, villerita sucia, sos igual de puta
que tus primitas!
Entonces, Nicolás que se enloquecía viendo a
Paola ensartada en la pija de nuestro padre, empezó a expulsar toda su leche en
mi cara, y una buena porción en mi boca. El tonto no se cayó de la silla porque
yo lo sostuve a tiempo. Pero entonces mi viejo me llamó, indicándome que me
quería a su lado.
¡Vení acá vos, putona! ¡Comele la boca a tu
hermanita, y compartile la leche de tu hermano!, me pidió, a la vez que
aceleraba sus envistes en la vagina de Paola. Entonces, ni bien empezamos a
tranzarnos, y mientras yo le decía: ¡La Pao se hace pichí cuando se toca, desde
que tiene 11 años papi!, mi padre empezó a deshacerse en balazos de semen que
salpicaron por todos lados. Pues, en el afán de acabar, y seguro que por lo
demasiado lubricada que estaba Paola, la pija se le salió de la conchita y
derramó lechita por todos lados. Aún así, en un momento volvió a calzársela
para preñarla de todas formas. Al menos, nosotros tres sabemos que el bebé que
se gesta en la pancita de Paola es de nuestro padre.
Mi madre volvió indignada. Dos oficiales de
policía la escoltaban. Todo lo demás fue un revuelo. Mi madre acusó a mi padre
y a Nicolás de habernos violado. Nosotras defendimos a Nico, y nos hicimos
cargo de nuestra calentura. Pero mi padre, esa noche la pasó en la comisaría, y
a partir del día siguiente, en el penal de Campana.
Todavía resuena en mi cabeza las palabras que
dijo mientras se iba en leche en el suelo, la silla, en la vulva de Pao, y
hasta en mis manos cuando me pidió que lo pajee, ni bien Paola se bajó de sus
piernas: ¡Sí mi amor… me acuerdo muy bien de eso! ¡Siempre me gustó pajearme
oliéndolas mientras dormían, en bombachita, todas meadas y sucias, y como buen
cerdo que soy, varias veces les acabé en la cara, en las sábanas o en las
bombachas! ¡Ustedes no se van a acordar! ¡Pero Pao a los 10 me la ponía al
palo!
¡No puedo evitar pajearme como una cochina
recordando sus palabras. Por eso ahora voy al psicólogo, para aliviar la
ausencia de mi padre, de un padre que nunca nos quiso, pero, tal vez, el único
hombre al que le hubiese permitido que me viole, y me haga un bebé como a
Paola. Fin
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Este es mi correo ambarzul28@gmail.com si quisieras sugerirme o contarme tus fantasías te leeré! gracias!
Acompañame con tu colaboración!! así podré seguir haciendo lo que más amo hacer!!
Cafecito nacional de Ambarzul para mis lectores nacionales 😉
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