Sus padres habían salido a comer con una pareja amiga, ya
que era el aniversario de casados de ambos. Era momento de que los hijos asuman
responsabilidades y se enfrenten a los eventuales peligros que puede haber en
un hogar sin la supervisión de los adultos.
Hacía algo de frío. Pero las estufas eran tan suficientes
que adentro se podía estar liviano de ropa. Lisandro estaba de remera
preparando unos panchos, con algunas canciones de Fito Páez de fondo en la compu,
y los pensamientos desordenados por la edad y su desarrollo. Su hermana melliza
leía a Harry Potter y las reliquias de la muerte en el sofá, apenas con un vestido suelto de
entre casa, con medias y una aparente fascinación por la aventura que le
proponía el libro.
De repente, afuera el aire templado, irresoluto y
contaminado por algunas industrias no muy lejanas, se convertía en ráfagas de
viento. Las ventanas de la casa se golpeaban, los llamadores de ángeles
presagiaban una tormenta atroz, la luz amenazaba con irse por un rato, los
truenos hacían que vibren los pisos y los árboles se sacudían una vez más.
Romina cerró el libro y se levantó a buscar unas velas. Pero
no llegó a tiempo, porque luego de la estampida de un rayo ensordecedor la luz
se fue hasta nuevo aviso.
Lisandro apagó el fuego, se sentó al lado de su hermana en
el sillón y le tomó la mano. Nunca había tenido esa reacción con ella, a pesar
que eran muy
cariñosos entre sí. Le dijo que no tenga miedo y que, si la
tormenta empeoraba irían a la pieza de sus padres, donde seguro hay velas a
mano.
Lisandro sabía que Romina le temía especialmente a las cosas
que se oían en la casa cuando sus padres no estaban. Puertas que se abren
solas, algunas voces,
ciertas respiraciones o susurros, golpes tenues en la escalera
de madera, algunas siluetas que se dejaban ver o algún grifo que rechinaba
hasta dejar salir gotas de agua. Su mamá sabía cómo mantener en jacque a los
duendecillos que siempre habitaron la vieja casona en la que antes vivieron sus
abuelos. Pero ahora estaban solos, a oscuras, con un poco de hambre y a
punto de entrar en un suspenso que ya comenzaba a asustarlos.
En realidad, Romina se paralizó cuando el libro que leía
cayó al suelo por el propio movimiento de ellos en el sillón. Nada grave. Pero
esto, dentro del contexto que los rodeaba, fue el detonante para que Lisandro
actúe.
¡Vení Ro, dame la mano y subamos a la pieza de los viejos!,
le dijo, y subieron en silencio.
En cuanto la puerta los separó del resto de la casa se
sentaron en la cama, de la mano y expectantes. A Lisandro no se le ocurría nada
para decir, y Romina tarareaba una canción indefinida.
Todo hasta que, una sombra se proyectó en la pared, cerca de
un perchero repleto de paraguas, bufandas, camperas y sweaters. Para Romina se
movió la cortina del ventanal. Aquella sombra formaba una cara con dientes
brillantes, y culpa de ese espectro seguro fue que uno de los paraguas se soltó
del perchero. Ella entró en pánico, gritó, intentó que su hermano vea a través
de sus ojos, tembló y sintió que en cualquier momento aquello los atacaría.
Incluso se hizo pis encima, como una nena que apenas sabe hablar para pedir que
la ayuden a limpiarse la cola. Pero cuando salió de su estupor, cuando logró
tomar aire y juntar valor para mirar hacia la inofensiva pared, no había más
que una pared, tan cálida y blanca como siempre.
¡Ves? ¡No hay nada Romi… tranquila, que yo estoy con vos! ¡Mirá
nena, te diste cuenta de que te hiciste pichí?!, le dijo Lisandro, teniéndola
acurrucada sobre sus piernas, sin comprender el por qué de la erección de su
pene bajo su ropa. El perfume de Romi lo excitaba, pero también saber que la
tenía aterrada, llorando, con la boca seca, el cuerpo frío y el vestidito
mojado.
¡Sacate el vestido y la bombacha Romi, y las medias… dale, y
te metés en la cama, total no hay luz, y yo no te miro! ¿Te parece?!, sugirió
el chico mientras ella intentaba levantarse, confundida por el calor de su
hermano y la fricción de su pene en sus glúteos, aunque no pudiera pensar con
claridad en eso. Lisandro le sacó el vestido y las medias.
¡La bombacha también Romi, no seas cochina, sacatelá!, le
dijo luego, ayudándola a recuperar el equilibrio, ofreciéndole sus hombros para
que se sujete. Pero de nuevo un rayo hizo estremecer a la chica, y él la abrazó
entera, sin importarle su desnudez. Su pija empalmada se apretó contra su
vulva, su pecho palpitaba junto a los melones de su hermana y sus mejillas
estuvieron pegadas, sin hablarse pero respirando de los fulgores de sus
cuellos, del pelo castaño de Romi y del alboroto de las hormonas de Lisandro.
Finalmente él le sacó la bombacha mientras ella se secaba
las lágrimas con su vestido, y la acostó para entonces arroparla con las finas
sábanas de seda y gasa, de las que sus padres se enorgullecen a diario.
El chico le acarició el pelo, la cara, los labios y la panza
sobre el acolchado. También los pechos que sólo quedaron cubiertos por la
sábana. Ella no podía notar que Lisandro estaba extasiado, pero no por el
miedo. Saber que su hermana estaba desnuda, indefensa, muerta de terror y a tan
poquita distancia de su ser, hicieron que su mano entre un par de veces en su
calzoncillo para apretarse la puntita del pito hinchado como nunca, como no
asumiendo tamaña realidad.
¡Romi, voy a llevar tu ropa mojada al lavadero, y te traigo
agua, querés?!, dijo servicial el chico.
¡Pero ni se te ocurra tardar nene, porfi!, exclamó ella
poniéndose boca abajo, para no mirar hacia ningún rincón posible.
Lisandro bajó las escaleras, se detuvo en el lavadero para
oler el vestido, las medias y la bombacha de Romina, y se pajeó durante unos
breves minutos, sintiendo que no debía retrasar ese momento. ¡Nunca había hecho
algo semejante!
Los truenos y relámpagos no cesaban. El viento silbaba
inclemente, la luz no volvía y, las velas, bien gracias. Solo había una
encendida en el cuarto de sus padres. Entonces Lisandro tuvo una idea
fantástica para asustar aún más a su hermana. No es que lo quisiera, pero
necesitaba hacerse el aterrado para buscar su compasión, o mejor dicho, sus mimitos.
Subió a toda prisa las escaleras con una falsa alucinación,
exagerando sus agitaciones, y en cuanto llegó a la cama expresó: ¡Romi, abajo
hay una vela prendida, y una canilla abierta!
La chica dio un salto para sentarse en la cama, y mientras
él le juraba que había oído pasos en el suelo de madera que hay en los pasillos
durante su ausencia, ella le tocaba la cara y el pecho, con los dedos tan
entumecidos como sus labios inmersos en un terror angustiante.
¡Pero, ¿Vos estás bien? ¿No te pasó nada Lichi? ¡Vení tonto,
quedate conmigo!, lo consolaba inocente, y él, ya en slip se metía urgente
adentro de la cama con ella. él le inventó que había visto una cara en la
puerta del baño, que alguien le había respirado muy cerca del oído cuando
intentó servirse un vaso de agua, y que le pareció haber visto unos ojos que lo
vigilaban a través de las ventanas del living. Se taparon hasta la cabeza y se
abrazaron. Ella sumergida en un miedo atronador, y él cada vez más alzado por
el roce de sus cuerpos.
¡Che, ¿Por qué te metiste en calzones nene?!, dijo ella
sintiendo que su pene se frotaba contra sus piernas.
¡Hey Romi, vos estás desnuda, y no te digo nada… pero, no
sé, quiero que se te vaya el miedito, y te rías como siempre! ¡A mí me re
gustás cuando te reís!, se le ocurrió decir, sin sonrojarse.
¡Sos un dulce, pero somos hermanos, y no podemos estar así,
creo… bueno, no sé, mmm, no puedo pensar… pero, tengo olor a pichí? Decime la
posta!, quiso saber la chica, abriendo un poco la sábana para renovar el
aire.
¡Eso es lo que menos importa ahora hermosa!, dijo Lisandro
con otro color de voz, ya subiéndose sobre ella, tras acomodarla boca arriba
para besarla en los labios, comerle el cuello, lamerle los pezones y juntarlos
en sus labios para volverla loca, aunque ella intentara resistirse. Su primer
gemido lo excitó tanto que, luego de la ceremonia de besos y lamiditas, se puso
al lado de su rostro y le dijo con apremio: ¡Tocame el pito Romi, fijate lo
mojado que está mi slip… pero yo no me hice pis como vos… eso es porque me
calentaste mucho, no sé qué me pasó, pero dale, tocame y chupalo si querés!
Ella cambió su habitual mirada tierna por una de pura
lujuria, como si estuviese poseída. Le arrancó el calzoncillo haciéndolo inútil
para siempre, olió su pija luego de frotarla en su cara y se la metió en la
boca. La voz de Romi tampoco sonaba tan melodiosa entre chupadas, lamidas,
atracones y eructos perversos. Era como si la voz de una mujer se hubiese
apoderado de su garganta.
¡Ahora me vas a tener miedo nenita, porque soy el diablo, y
te voy a coger toda!
¡Dame leche pendejo, sos un alzado de mierda, y me la voy a
tragar toda, violame la boquita perro, que si vos sos un diablo, quiero que te
metas adentro mío!
¡Así, chupala toda cerda, que te voy a traer a mis amigos
para que te violen, te embaracen, y para que mami te eche de la casa por
putita!
¡Meame la boca, dame la lechita nene, atragantame de pija,
que soy tu puta, soy la trola del colegio, una pendeja alzada!
Se oían sus voces entrelazadas, riendo, alterando a la
gravedad y suprimiendo al pánico por una excitación que los conducía sólo a
querer más y más el uno del otro. Ella le mordía la pija sabiendo que le dolía,
le pegaba en los huevos, y también ella misma se pegaba y pellizcaba las tetas.
Escupía para todos lados, le arañaba las piernas y se sacudía en la cama como
si alguien estuviese en su sexo. Pero eran sus propias piernas que se abrían y
cerraban con fuerza, su culito que hacía eco cuando le pedía a su hermano que
se lo castigue con sus manos, y sus arcadas cuando se mandaba esa verga hasta
la garganta. Pronto, ella se recostó boca abajo, y él se le trepó como a un
sube y baja para pajearse en la unión de sus nalgas pecosas. Estaba molesto
porque, aquel pete concluyó violento en su boca, y ella le pidió que la bese.
Pero cuando se dispuso a hacerlo, ella le escupió todo el semen que no llegó a
tragarse en la boca, y le dio un beso de lengua que le rompió los esquemas.
Tuvo toda la intención de hacerle la cola para vengarse. Pero fue prudente. Se
bajó, la acomodó cara al techo, se puso de cuclillas entre sus piernas, las que
se cargó en los hombros y se dedicó a saborear su vagina depilada.
¡Sí, tenés olor a pichí Romina, porque sos una miedosa… te
gusta la pija, pero te morís de miedo nena! ¡Meame la boca guacha!, decía
Lisandro con su lengua y dedos internados en el interior de su conchita, donde
su saliva y los flujos de la chica formaban una oleada de placeres que la
hacían gemir sin importarle que pudiera escucharse afuera.
¡Chupala nenito, y si querés que te haga pis haceme acabar,
dale diablo, cogeme con esa lengua!, pedía Romina.
Afuera el temporal parecía querer tomar otros rumbos. Pero
en la cama, ahora Lisandro le penetraba la conchita a su hermana, ella sentada
sobre él, que se iluminaba más aún, presumiendo por tener la cara llena de
los flujos prohibidos de esa concha que nunca había estado ni en sus fantasías.
¡Asíiii hermaniiiiitoooo, cogeeeeemeee, dame veeergaaa,
quiero ser una flooor de puuutaaa, dame lecheee, mucha leecheee!, gritaba casi
disfónica la chica,
saltando sobre ese pubis irrompible, con alevosía y un sudor
frío en la piel.
Lisandro después la levantó y se la cogió contra la
misteriosa pared.
¿Ves que no hay nada pendejita? ¡Lo único que hay es mi pija
adentro de tu concha! ¡Sentila nenita, gozá trolita, que te voy a acabar
todooo!, le decía mientras la inmovilizaba con su cuerpo, con sus penetradas a
gran velocidad y con sus labios apresándole los pezones.
¡Cuando te salga lechita de estas tetas yo quiero ser tu
bebé guacha… tomáaaaa!, fue lo último que dijo antes de desatarle un mar de
semen en lo profundo de su vagina, y ella no podía gritar siquiera porque le
estaba chupando los dedos con los que le rozaba el culo.
Volvieron a la cama como suspendidos en el tiempo, inertes,
agitados, sombríos, con caras de espanto y con los ojos conmovidos. Se taparon
hasta la cabeza, desnudos, ella con gotitas de semen cayendo de su vagina a
la sábana, y él invadido por el aroma de su hermana en el cuerpo. Se abrazaron
y, solo pudieron decir casi al unísono: ¿qué hicimos?
Al rato dormían como angelitos, y no pasó más de una hora
hasta que sus padres llegaron a la casa, y los encontraron. La mujer abrió la
cama, y el hombre quedó perplejo, parado a unos pasos de la misteriosa pared.
¡Tuvieron sexo! ¡Es más que evidente! ¡Están desnudos! ¡Y
abrazados! ¡Y transpirados! ¡Por lo visto, alguno de los dos se hizo pichí! ¡Hay
manchas en el piso!
Se oía en la madrugada la reconstrucción de los hechos en
las voces asombradas de los padres. Hasta que la mujer resolvió concluir: ¡acá estuvo el diablo querido! ¡Hay que irse de esta casa
mañana mismo! Fin
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Este es mi correo ambarzul28@gmail.com si quisieras sugerirme o contarme tus fantasías te leeré! gracias!
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Cafecito nacional de Ambarzul para mis lectores nacionales 😉
muy rico relato ¿harias un incesto pero de hermana? por ejemplo, algo asi "una noche ella estaba muy triste por el marido preso y me contó q el para dormir le acariciaba las tetas, nos pusimos en cucharita y yo se las acaricie hasta q se durmio. desde ahi en joda me golpea el culito o cuando me ve sin sosten me las aprieta, ella lo hace en joda y yo termino mojada"
ResponderEliminarGracias por tan hermosos relatos.
gracias a ti por leer! veré qué puedo hacer. la historia es buena. cualquier cosa que te gustaría agregar, podés enviarme un mail, o simplemente por acá, para enriquecer aún mejor el relato que me pedís. Gracias!
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