Mi nombre es Emilce, y a pesar de mi poca actividad física,
mis amigas me piropean la cola y las gomas todo el tiempo. Eso me pone nerviosa
en ocasiones, porque ellas se la pasan en el gimnasio, cumpliendo dietas y
hablando de productos saludables. Estoy casada, aunque con Germán discutimos
con la misma frecuencia con la que el dólar sube y baja en este país. Pero
nuestras reconciliaciones suelen ser fogosas, pasionales, cargadas de jueguitos
previos, y por qué no, de algún fetiche. En general, jugamos mucho a que yo soy
una prostituta que lo espera en un hotel, en la barra de algún bar, en la
parada del micro, o yirando por la calle, en alguno de los barrios peligrosos
que circundan nuestra ciudad. En esos sitios, él oficia de policía, y me
arresta con toda la violencia que hemos consensuado. Pero, últimamente, algo me
rondaba por la cabeza. Algo que estaba segura de no poder materializar jamás.
Una especie de disparate que, se me había metido por el cuerpo como una
bocanada de aire fresco, y que por momentos me empapaba la bombacha, sin
sutilezas ni recatos.
Soy maestra integradora de ciegos y disminuidos visuales, y
mi labor no es nada sencilla. Amo mi trabajo, a los niños, y el ambiente
solidario que, al menos en nuestra institución suele reinar, gracias a la buena
dirección de Amanda. Cuando fue elegida directora, todas las maestras sentimos
que al fin se hizo justicia. Teresa, la anterior, era insoportable, incapaz,
conventillera y poco práctica a la hora del diálogo con los padres de los
alumnos. Eso, sin mencionar el maltrato permanente que tenía con su personal
docente.
A mi cargo tengo a dos nenas de tercero del primario,
(Natalia y Juana), a tres varones de quinto grado, (Lucas, Mariano y Diego), a
Fernanda en primero del secundario, y a Santiago en segundo año del mismo
establecimiento. A los chiquitos los integraba por la tarde en sus respectivos
colegios. Por lo tanto, en la mañana me divertía con las ocurrencias de
Fernanda, me derretía con su dulzura y me enojaba bastante con sus faltas de
ortografía. Pero con Santiago era distinto. Algo en lo más profundo de mi ser ansiaba su
presencia, su contacto esporádico o accidental, sus bromas, y ese perpetuo
tiritar que aparecía en mis manos cuando le tocaba las suyas. Aquello era
inevitable, porque siempre le entregaba trabajos transcriptos en tinta, mapas
con relieve o ejercicios matemáticos. Cuando Santiago me preguntó si podía
conseguirle el número de celular de Fernanda, tuve unos celos terribles que
parecían quemarme hasta la punta de los dedos. Por supuesto que era
imberosimil. No podía explicarme el por qué. Sin embargo le dije que no lo
tenía, y que tal vez podía conseguírselo para la semana siguiente.
Santiago tiene 14 años, y como hace deportes, es dueño de
una espalda ancha. Es ocurrente, gracioso, un poco tímido con las chicas de su
curso, y bastante malo para mentir. Una vez encontré, mientras buscaba en su
carpeta de lengua un trabajo que tenía que transcribir en tinta, una hoja doblada
en dos. No sabía si devolvérsela, o si hacerme la tonta para leerla, ya que
estaba escrita. Opté por lo segundo, y entonces, me quedé helada.
¡Ayer me hice la paja oliendo la bombacha de mi hermana!
¡Estaba humedita en la parte de adelante, y tenía olor a pipí! ¡Quedé re
loquito! ¡Y encima soñé con Fernanda! ¿Cómo tendrá la colita esa guacha? ¿Y las
tetas?
Tardé en recuperar el aliento., por suerte, Santiago estaba
en su hora de matemática, y el profesor de biología que tomaba un café en la
preceptoría, esperando su turno, en una mesa contigua a la mía,donde
generalmente yo me quedaba a transcribir, no se dio cuenta de mi cara
fantasmal. Entonces, sin saber por qué lo hice, guardé esa hoja en mi mochila.
¡Emilce, por casualidad, ¿Vos no viste una hoja en mi
carpeta? ¡Bueno, era una hoja vieja, toda doblada! ¡Más que nada porque la iba
a tirar!, me dijo al otro día. Su rostro mostraba una cierta preocupación. Pero
enseguida le dije que no había encontrado esa hoja, y se quedó petrificado por
un momento. Desde ese día, cada vez que tenía un momento a solas con su
mochila, se la revisaba. Era normal encontrarme con hojas sueltas en las que
escribía poemas, o cuentos. Aquel era su pasatiempo favorito, y se le daba muy
bien. Pero pasó un largo mes, hasta que volví a encontrar otra cosa. En este
caso era una hoja que solo decía: ¡Estoy re alzado, y tengo que aprender muchas
cosas! ¡Siento que pajearme no me alcanza! ¡Quiero comerle la boca a Fernanda!
¡Tengo que hablar con ella!
No entendía por qué escribía esas cosas. Sabía que no debía
aprovecharme de su ceguera. Pero era más fuerte que yo, y no me sentía culpable
hurgando sus cosas, por más que él estuviese cerca mío. Supuse que tal vez
escribía sus sensaciones porque le costaba hacer amigos en esa escuela. La mayoría
no lo integraba mucho que digamos, aunque no lo discriminaban. Todos lo
ayudaban en lo que al colegio se refería. Pero en mi mente perversa Santiago
manoseaba a Fernanda, le comía la boca y buscaba sus tetas por encima de su
guardapolvo. No podía creer que eso me calentara tanto.
Una mañana, encontré en su mochila, en medio de algunos
trabajos de matemáticas y unos resúmenes, una hoja que solo decía palabras
sucias y frases breves, una seguida de la otra.
¡Puta... conchita mojada… tetas calientes… bombachita sucia…
pendejita culeada… guachita alzada… perra calentona… peterita salvaje… mamame
toda la verga… zorrita golosa… dedeate la vagina putita… agarrame la pija con
las tetas!, eran alguna de las cosas que se apretaban en la hoja. Todo estaba
tan legible, que no podía tratarse de un error. Leía sus palabras, y un
hormigueo intenso subía por mi columna vertebral, incitando a mis dedos
apretarme un pezón por adentro de la ropa. ¡No lo soportaba más! Santiago era
un nene sucio, que seguro se excitaba escribiendo guarradas en clase. Me lo
imaginaba pajeándose en su cama, pensando en Fernanda, o en Pamela, una de sus
compañeras de curso, y a mi boca se le antojaba arrancarle el calzoncillo para
lamerle el pitito, hasta que se vuelva una lluvia de esperma en mi garganta. A
lo mejor, hasta se tocaba el pito en clases, o se lo rozaba con el punzón por
encima de la ropa, incómodo por sus erecciones instantáneas, y desesperado por
llegar a su casa y tocarse en soledad.
Pero entonces, encontré algo más. En otra hoja había escrito
algo así como el comienzo de un cuento, al que había titulado, calentito en la
cama.
Si fuese un marciano, en este momento envidiaría a los
humanos. Ellos tienen pene, y vagina. Dos órganos que nos proporcionan placer.
Por eso no quiero ser un marciano, ni un alienígena, ni un esqueleto incapaz de
tener una erección. Ellos no se enamoran, ni sienten, ni disfrutan como yo de
una buena paja. Me encanta frotar mi pene contra la sábana, abrirme los
cachetes de la cola y enterrarme el calzoncillo para que se roce con mi ano.
Mientras tanto, mi pene crece, se endurece, elimina sus primeros líquidos, se
humedece y late cada vez más fuerte. Imagino a Fernanda jugando con sus tetas
en su cama, a kilómetros de mi casa, y sé que ella también debe separarse los
labios de la vagina para darse placer. Entonces, recuerdo que bajo mi almohada
tengo una bombacha de mi hermana. Pienso que es de Fernanda, y entonces…
Hasta ahí había escrito el degenerado. No tenía en claro
cuáles eran mis sentimientos. Estaba sola en preceptoría, leyendo cosas
privadas de Santiago, las que ni siquiera tuvo el tupé de dejarlas en su casa.
¿Querría, en el fondo, que yo me topara con sus cochinadas? ¿O acaso, se
trataba de un adolescente poco prudente, o descuidado? Por lo tanto, consideré
que lo mejor era hablar con él.
¡Santi, te conseguí el número de Fernanda! ¡Acá te lo
anoté!, le dije, poniendo en sus manos una hojita doblada. Su cara fue
desconcertante, pero inmediatamente se le iluminó el rostro, y, se me acercó
para darme un beso, agradeciéndome.
¡No es nada! ¡Además, yo creo, que si hablás con ella, por
ahí, te llevás una sorpresa!, le aseguré, conociendo de sobra que esa pendeja
no paraba de preguntarme por él. Entonces, estuve a punto de hablarle. Pero el
timbre sonó, y Santiago se dirigió a su aula.
Al otro día Fernanda me dijo que habló con Santiago. Pero
pareció algo asustada. Le pregunté si estaba todo bien. Ella dudó un instante.
Pero luego me confió: ¡Sí profe, está todo bien! ¡Pasa que, Santi quiere que
nos demos unos besos! ¡Dice que quiere saber cómo soy desnuda, y esas cosas!
Me impresionó en primera instancia. No sabía cómo continuar
la charla.
¿Y vos? ¿Digo, vos querés eso? ¡Mirá, en realidad, creo que
son chicos para esas cosas! ¡Vos tenés 13 años, y no es prudente! ¡A mí me
parece que unos besos no está mal! ¡Pero todo tiene su límite! ¡Cuando sean
grandes, van a poder experimentar, jugar un poco más, conocerse, y todo lo que
hacen los adultos! ¡El sexo tiene que ser tomado con responsabilidad!
¿Entendés?, le expliqué, intentando no equivocar demasiado los conceptos.
¡Sí profe… pero… yo tampoco sé cómo es un varón desnudo! ¡Me
encantaría saber cómo es un pene!, dijo, sin reprimirse. Sin embargo, la
convencí que lo mejor era esperar para semejantes experiencias, y le prometí
buscar la forma de hablar con Santiago para calmar sus inquietudes.
La semana siguiente, ni bien sonó el timbre le pedí a Santi
que se quede conmigo unos minutos en la sala de preceptoría. Además, necesitaba
preguntarle que había escrito en un práctico de inglés que tenía que entregar
urgente. Entonces, una vez que cerré la puerta, y él se sentó, lo encaré sin
rodeos.
¡Mirá Santi… yo entiendo que estés un poco ansioso con
Fernanda… que quieras descubrir cosas con ella… que quieras, bueno, creo que me
entendés perfectamente! ¡Lo único que te pido es que no la presiones, que no te
apresures, y trates de no asustarla con, bueno, con ciertas cosas!, le dije al
fin, y acto seguido tomé un vasito de agua. Sentía la cara roja, como si
tuviese un fósforo encendido a muy poca distancia.
¡No sé bien a qué se refiere profe! ¡Ella, lo que pasa es,
que… no sé qué le dijo ella… solo, solo le dije que quería darle un beso!, dijo,
carraspeando varias veces su garganta.
¿Ah sí? ¿Y nunca le dijiste que qerías tocarla desnuda? ¿O
que querías tocarle los pechos?, le expresé, armándome de todo el valor que
pudiera.
¡Es una mentirosa esa tonta!, dijo, haciéndose el ofendido,
levantándose de la silla. Pero yo lo silencié con un chistido, y le pedí que
vuelva a sentarse.
¡Tranquilo Santi! ¡No te culpo! ¡A tu edad, seguro estás
sintiendo muchas revoluciones en el cuerpo! ¡Todo cambia, y es totalmente
normal! ¡Cambia tu cuerpo, tu voz, tus facciones, tu sexualidad… bueno, no sé
si alguien te habló de sexo! ¡Pero, me imagino que, bueno, que tal vez pasás
algunas noches imaginándote cosas con chicas… a lo mejor con Fernanda… y
entonces, aparecen ciertos estímulos!, comencé a hablar, impulsada por su
expresión de incertidumbre. En un momento vi que llevó una de sus manos a su entrepierna,
y la retiró inmediatamente.
¡No sé profe, más o menos! ¡Mis padres mucho no hablan de
eso!, me dijo el cara dura, sabiendo que podía sacarme más información, y que
me tenía entregada a sus dudas.
¡Bueno Santi… imagino que ya habrás tenido sueños chanchos,
y que tu pene habrá reaccionado a esos sueños! ¡Es normal! ¡Eso se llama
masturbación, y todos los nenes lo hacen! ¡Algunos empiezan a los 11, o 12, o
13 años! ¡Es muy placentero! ¡Las chicas también lo hacen! ¡Además, vas a notar
que de repente te aparece vello en las axilas, en las piernas… y por supuesto,
el vello púbico… pero todo es absolutamente normal!, le instruía, ahora sí
convencida que se le paraba el pito, abultándole el pantalón. Por eso mismo, en
un segundo tan minúsculo como repentino, pegué mi silla a la suya, le acaricié
una pierna como si fuese la cabeza de un perrito dósil, y le rodeé el cuello
con uno de mis brazos, diciéndole: ¡Disfrutá del sexo, primero vos solito
Santi, que ya vas a tener tiempo para tocar a Fernanda! ¡Y, ahora, volvé a la
clase! ¡Y cualquier pregunta que tengas, no dudes en hablar conmigo!
Se levantó torpemente, agarró su mochila, y una vez que,
presa de otro impulso le di un beso en la mejilla para quitarle preocupaciones,
recordé que tenía que traducirme lo que escribió en su práctico.
¡Pará Santi! ¡Vení un segundo que acá no te entiendo!, lo
frené con mis palabras. Él volvió a entrar, y entonces le tomé la mano para
conducirla al renglón en cuestión. Una electricidad me sacudió las entrañas,
pero intenté no evidenciarme. Pero entonces, el mocoso me dijo: ¡Profe, me
encanta su perfume… es muy sexy!
¡Aaaay, gracias Santi… pero es el mismo que uso siempre!, le
dije, oyéndome como una colegiala confundida, alagada y temblorosa, mientras
escribía lo que él me decía debajo de sus letras en braille.
¡Sí, ya lo sé seño! ¡Siempre me gustó! ¿Cómo se llama? ¡A lo
mejor, si no es muy caro, se lo puedo regalar a Fernanda!, dijo descaradamente,
mientras leía otro párrafo confuso.
¡No te voy a decir cómo se llama! ¡al menos, no hasta que
apruebes lengua, historia y geografía! ¡A ver si en lugar de hacernos los
pícaros, nos ponemos las pilas con la escuela!, le dije al fin, imponiendo
postura, aunque los pezones me clamaban por ser absorbidos por esa boca
juvenil. No sabía qué me pasaba, pero estuve a punto de acercarle mi cuello
para que me huela más de cerca. Pero entonces, de repente lo vi cruzar el
umbral de preceptoría para correr a su clase de historia. Ya estaba llegando
muy tarde, y esa profesora no le tenía ningún tipo de consideraciones a nadie.
A la semana siguiente, encontré otra hoja doblada. Esta vez
en su carpeta de biología. Él no sabía que yo se la había tomado prestada para
buscar y corregir un esquema de las células vegetales.
¡Ayer soñé con la seño! ¡Me vuelve loco su perfume… pero se
me re para el pito cuando me habla de sexo! ¡Muero por escucharla hablarme
sucio, por saber cómo son sus tetas, y por olerle la concha! ¡El sueño no fue
nada fuerte… porque solo nos besábamos las manos! ¡Me gustaría hacerle un poema
bien degenerado! ¡Además, tengo que dejar de ser virgen! ¡Fernanda me re
calienta, pero nunca soñé con ella, ni me desperté con el pito tan duro como
con la seño! ¡Menos mal que me encanta acabarme encima, porque tuve que
pajearme a escondidas mientras tomaba el café, antes de ir al cole! ¿La seño
también tendrá olor a pichí como Fernanda?, decía el papel, entre algunas
borroneadas y puntos demás. Los dedos me temblaban de la emoción. ¿Cómo podía
ser que ese nene soñara conmigo, y que amaneciera tan empaladito? Supongo que
desde ese día, los engranajes de mi cerebro comenzaron a funcionar más rápido
que mi torrente sanguíneo. Por eso, apenas nos encontramos en el recreo, le
pedí que aprovechemos a ver unos mapas. En eso estábamos, y yo no había
planeado decirle nada respecto de lo que encontré. Pero no dejaba de pensar en
eso. Sin embargo, él me asaltó con una duda.
¡Profe… ¿Es normal que, bueno, que las chicas, a veces,
tengan olor a pichí?, dijo mientras pasaba su dedo por el relieve de uno de los
mapas.
¡Bueno, la verdad, no, no sé si es normal Santi! ¿Es alguna
de tus compañeritas?, le dije, intentando restarle importancia.
¡No, es Fernanda! ¡Bueno, el sábado estuve con ella! ¡Nos
dimos unos besos, y nos tocamos un poco! ¡Y bueno, entonces, descubrí que tenía
olor a pis!, dijo al fin, con un poco de vergüenza.
¡Mirá, en general, las chicas cuando se ríen mucho, con
muchas ganas… o si estornudan fuerte, o hacen gimnasia, bueno, por ahí se les
escapan algunas gotitas... y si, ese día Fernanda no se puso una bombacha de
algodón, quizás la tela no absorbió lo suficiente! ¿Me entendés?, le expliqué,
nerviosa y atontada, observando que tenía una de sus manos apoyadas en el
bulto. Yo ya se lo había mironeado, y se me antojaba que tenía el calzoncillo
húmedo de semen, estirado por lo duro que tenía el pito.
¿Y a vos, qué te genera eso? ¿Digo, te da asco, impresión,
te desagrada, o te da lo mismo?, le pregunté. Él tragó saliva, pero no
respondió.
¡A mí me pareció haber notado lo mismo de Fernanda!
¡Pobrecita! ¡Por ahí, quizás tenga algún problema de higiene! ¿Por eso querías
comprarle un perfume? ¿Para que no se note tanto su olor a pipí?, continué
hablando, viendo cómo su rostro palidecía. Entonces, como impulsada por mi
propio instinto animal desbocado, le saqué la mano de su entrepierna y la puse
entre las mías. A medida que la iba acercando a mis labios, él se ponía más
tenso. Pero al fin, cuando su piel y mi boca se encontraron, lo oí gimotear
cuando se la besé, y le pasé la lengua por el meñique. Pero no tanto como
cuando le chupé el índice. Mis labios se deslizaron unas 5 o 6 veces por toda
la longitud de su dedo tembloroso, y él buscaba acomodar su silla un poco más
adentro de la mesa, de modo tal que pudiera ocultar la erección que lo
atormentaba.
¿Qué hacés con esta manito ahí nene? ¡Espero que no estés
tocándote en cualquier momento chancho! ¡Tené en cuenta que, el hecho de que vos
no puedas ver, no significa que los demás no te estén mirando! ¡Si necesitás
masturbarte, andá al baño, o esperá a llegar a tu casa, y lo hacés en privado!,
le decía, como si estuviese enojada con él. Santiago no podía articular
palabras. Entonces, yo misma decidí llevar las cosas un poco más lejos cuando
estiré una de mis manos y le palpé el bulto sovre su vaquero. Ahí suspiró de
emoción,, mientras se hamacaba tímidamente y apretaba las piernas.
¡Pobrecito, estás muy tenso Santi! ¡No es posible que tengas
el pene tan tieso!, le decía mientras se lo sobaba, sintiendo cómo latía su
músculo prisionero y se le calentaba la tela del jean por mis frotadas.
¡Escuchame una cosa Santiago! ¡Este mediodía te venís
conmigo a mi casa! ¡Es importante que apruebes Geografía! ¡Es el último
trimestre, y como mínimo tenés que sacarte un 9 para que te dé el promedio!
¡Voy a hacer una excepción! ¡Así que ponete las pilas, y dejá de perder tiempo
escribiendo chanchadas, sueños conmigo, y esas cosas! ¡Yo, enseguida me
comunico con tu mamá para que te deje venir! ¡Comemos algo, y enseguida nos
ponemos con Asia y África! ¿De acuerdo?, le dije, deteniendo el movimiento de
mi mano en su pene. Le puse el cuestionario de informática que ahora mismo
debía resolver en clase en su carpeta, y lo eché de la sala, un poco para
cuidarlo de mis impulsos en crisis.
a las 12 en punto, justo cuando sonaba el timbre del
colegio, fui al aula en busca de Santiago. Su madre no tuvo el menor
inconveniente en dejarlo ir a mi casa. Nos conocíamos hace tiempo, y si se
trataba de que su hijo apruebe una materia, no veía un motivo para negarse.
¡Solo que, la mamita no sabía cuáles eran mis intenciones! Lo vi hablando con
Luana, una chica preciosa que a veces se sienta con él, y de nuevo los celos me
oprimieron la boca del estómago. Pero de repente, ya estábamos en mi auto. Fue
inevitable no rozarle la pierna cuando le puse el cinturón de seguridad.
¡Seño, y usted… ¿Cómo sabe que yo escribo… bueno, que
escribo esas cosas?, dijo de pronto, como si me preguntara una cosa
absolutamente normal.
¡Tenía pensado hablar de eso directamente en mi casa! ¡Pero,
ya que insistís, yo sé muchas cosas de vos! ¡Por ejenplo, que soñaste conmigo…
que te masturbás oliendo bombachas de tu hermana… que te gusta eyacular en tus
calzoncillos… que tenés ganas de perder la virginidad… que, en el fondo te
gusta el olor a pis de Fernanda… y que escribís cuentos chanchos! ¡Deberías
dejar tus confesiones privadas en tu casa, y no en la mochila! ¿No te parece?,
le dije, cuando estábamos a punto de llegar a mi casa. La voz me temblaba, y su
cara cambiaba de colores con cada descubrimiento que le enumeraba.
¡Bueno seño, pero… es que… en realidad escribo… no sé qué me
pasa, ni por qué lo... pero no crea nada de todo eso!, dijo, intentando
recuperar una realidad que se le había escurrido entre los dedos.
¡Por supuesto que creo en todo lo que escribiste! ¡No te
juzgo, ni te recrimino nada, ni me parece que esté mal! ¡Simplemente, bueno,
sos un bebote que poco a poco se convierte en un hombrecito!, le dije con la
voz acaramelada, mientras le sacaba el cinturón de seguridad. En ese momento,
estacionados en la puerta de mi casa, le apoyé mis tetas en la cara fingiendo
que me estiraba para alcanzar un pañuelo del asiento trasero.
¿Qué te gustaría comer? ¡Acá hay una roticería que tiene
unas ricas milanesas! ¡Pedimos por teléfono, y nos la traen enseguida!, le
dije, cuando ya estábamos entrando a mi casa. Mi marido llegaba a las dos de la
tarde. Por lo que, cualquier cosa que quisiera hacer con ese bombón, debía
hacerse ya. Así que, senté a Santiago en uno de los sillones, y mientras pedía
las milanesas por sms para que las traigan a las dos de la tarde en punto, me
senté a su lado. Él no me veía. Pero ya me había quedado en corpiño, aunque con
pantalón y zapatos, para no intimidarlo demasiado.
¡Bueno Santiago! ¿Por dónde querés que empecemos? ¿Asia? ¿O
África? ¡Creo que tenés que ponerle mucho énfasis a las capitales, y a los ríos
más importantes!, le dije, posando una de mis manos en su pierna. La
respiración se le aceleraba, y los labios se le comprimían en una respuesta que
parecía inmóvil.
¿O, preferís que hablemos de esto?, le dije, ahora
manoteándole el pito con toda la palma de mi mano abierta. Se le escapó un
timido ¡Síii!, que me enterneció. En el fondo seguía siendo un nene, pero yo no
quería tenerle piedad.
¡Contame, por ejemplo, si te gustó soñar conmigo! ¡En ese
sueño, yo te besaba la mano, como te la besé en la escuela?, le consulté, de
nuevo llevando su mano a mis labios para besuqueársela, ahora sin privarme de
ruidos. Mi otra mano seguía sobándole la pija.
¡Síii, me encantóoo, guaaau, así señoooo, me gusta el calor
de esa lenguaa!, dijo entre suspiros y jadeos intermitentes.
¿Y, con quién te gustaría perder la virginidad?, le pregunté
inquieta, echándome un poco sobre él.
¡No sé seño, porque Fernanda, bueno, es media tonta!, se
atrevió a decir, aunque confundido por el roce de mi cuerpo en sus brazos, ya
que se había quitado el guardapolvo y el buzo de La Beriso, su banda de rock
favorita. Ahora solo tenía una remera comunacha y descolorida.
¿Aaah sí? ¿Pero ya sabés cómo son sus pechitos? ¡Porque, un
pajarito me contó que, un nene de la escuela muere por saber cómo son las gomas
de su señorita!, le dije, acercando mi boca a su oído, resistiendo la tentación
de morderle el cuello.
¡Es que, eso, bueno… perdón seño!, dijo con timidez.
Entonces, le agarré una mano, y la puse exactamente en el medio de mis tetas,
con sus dedos casi adentro de mi corpiño de encajes negro.
¡Me parece que hoy es tu día de suerte bebé! ¡Dale, tocalas…
no tengas miedo, y dejá de pedir perdón!, le decía, volviendo a retomar las
sobaditas a su pene, que ahora parecía estremecerse. Sentía sus dedos
recorriendo mis tetas por debajo del corpiño, y sus gemiditos impacientes por
querer tocar más. Cuando llegó a mis pezones, le pedí que me los apriete, y entonces,
ya sin medir realidades y fantasías, le desprendí el cierre del vaquero, se lo
bajé hasta las rodillas, y descubrí su calzoncillo blanco tan caliente y
húmedo, como seguro aguardaría mi sexo en la oscuridad de mi ropa.
¿Te gustan las tetas de la seño mocoso? ¿Todavía no la
manoseaste a Fernandita? ¡Mirá lo dura que tenés la pija mi amor!, le decía,
tomando con dos dedos el elástico de su calzoncillo para separarlo de su pubis.
Su pija emergió gordita y cabezona, con un olor a machito alzado que me pedía a
gritos que la introduzca en mi boca cuanto antes. Pero entonces, me desabroché
el corpiño, me arrodillé bien pegadita a su cuerpo, y le puse mis tetas en la
boca.
¡Mmamalas nene, mordeme los pezones, como cuando eras un
bebé, pero más fuerte, chupale las tetas a la seño!, le imploré al borde de un
estallido sexual. Su lengua era torpe y tosca. Pero mis ojos seguían
maravillados por su pene, y por lo gordito que tenía los testículos. No quería
bajarle el calzoncillo porque me encantaba tenerlo así, manosearlo con ropita,
y ponerlo cada vez más loquito.
¡Seño, y, digo, ¿A usted también le pasa, que por ahí, se
hace pis sin querer?, me dijo en el momento exacto que yo le apretaba el glande
con dos dedos, y un torrente de semen lo estremeció tras abandonar su pene. Ni
él supo que estaba tan cerca de acabar.
¡Guaaaau, cuanta lechiiita bebéeee… qué riiicaaaa… me
dejaste la leche en la manooo. Qué cochino que soooos!, le decía, mientras su
ritmo cardíaco parecía estimular a sus testículos para que su pene vomite más y
más semen. El tonto volvió a pedirme perdón en cuanto eliminó la última gota, y
su cara adoptó un tono de preocupación. Parecía que en cualquier momento podía
echarse a llorar. pero yo no podía dejar las cosas así.
¡Contame algo Santi! ¿Por qué te masturbás oliendo las
bombachitas de tu hermana? ¡Eso me parece que no está muy bien que digamos!, le
dije, otra vez a su lado, lamiendo mis dedos pegoteados con su semen, sabiendo
que no podía verme, pero sí escucharme con toda claridad.
¡No sé seño… siempre pienso que esas bombachas son de
Fernanda, o de Luana, o, o bueno, de usted! ¡Me gusta que tengan olor a pis!
¿Pero, usted. Qué está comiendo?, dijo, antes que yo pudiera contestarle.
¡Me estaba chupando los dedos bebé! ¡Los dedos de la mano en
la que largaste toda tu lechita! ¡Es muuuuy rica!, le dije, segundos antes de
juntar mis labios a los suyos, y al fin empezar a comerle la boca. Le metí la
lengua adentro de la suya, y saboreé su saliva como de fuego durante un minuto
que me elevaba a lo más alto, mientras me bajaba el pantalón y me quitaba los
zapatos, usando solo las puntas de mis pies contra mis talones..
¡No sabía que te gustaba Luana! ¿Soñaste con ella alguna
vez?, aberigüé, una vez que puse mi celular en vibrador. Él no me respondió,
pero eso no era importante.
¿Y, todavía no llegaste a enterarte si Fernanda tiene olor a
pis en la bombacha?, le dije, después de quitarme la mía y hacerla girar entre
mis dedos. Ahí descubrí los brillos de la abundancia de mis flujos rebalsándome
la vagina, los que poco a poco empezaban a correr por mis muslos.
¡No seño, todavía no llegué a eso! ¡Pero sí le toqué la
cola!, dijo, mientras mis ojos descubrían que su pija volvía a ponerse rígida.
¡Y, ¿Qué te parece esto? ¡Dame la manito, y fijate si la
seño tiene olor a pichí en la bombacha!, le dije, entregándole mi colaless
empapada de mis jugos, desvergonzada y caliente. yo misma le llevé su propia
mano a la cara para que la huela, mientras le pedía: ¡Olela bebé, asíi, pasale
la lengüita si querés, que te va a gustar, olela toda!, mientras uno de mis
dedos comenzaba a friccionar mi clítoris. De repente, recordé que suelo acabar
una buena cantidad de flujos si estoy muy excitada, con solo abrirme los labios
de la concha y presionar mi clítoris con mi pulgar. Santiago olía mi bombacha,
se tocaba el pito con la otra mano, y contraía los músculos de su cara, como si
mi olor pudiera convertirse en un pecado mortal en sus venas.
¡Me encanta seño, me gusta el olor de su bombacha, aunque,
no parece olor a pis!, dijo de repente, como para recordarme que aún me
esperaba algo grande.
¡No pendejo, no tiene olor a pis, pero sí tiene todo mi olor
a conchita caliente! ¡Me tenés re alzada desde que empecé a leer tus
chanchadas!, le decía, mientras le levantaba la remera y me disponía a rodar
con mi boca por todo su cuerpo, desde sus tetillas hasta su abdomen. Al mismo
tiempo, yo le pajeaba la pija, escupiéndome las manos para que el pegote de su
acabada anterior no dificulte las frotaciones y los deslices. Pero sabía que no
podría resistirme mucho más tiempo. Por eso, manoteé una caja de preservativos
que había arriba de una de las bibliotecas, saqué uno de la caja, lo abrí con
desesperación, y sin dirigirle una palabra a Santiago, que buscaba mi presencia
con las manos en el sillón, todavía oliendo mi tanga. Recién entonces, cuando
estuvo al borde de ponerse de pie, me arrodillé contra sus piernas y comencé a
fregarle las tetas en el pito. Solo tuve el honor de tenerlo entre ellas unos
segundos, en los que aproveché a sentir cómo se le endurecía. Es que, en el
fondo temía que volviese a eyacular, como todo nenito inexperto. Por ese motivo
decidí acelerar los pasos.
Primero le lamí la puntita del pito, me lo introduje en la
boca, y mientras le acariciaba los huevitos, comenzaba a dar brinquitos contra
su pubis, sintiendo cómo mi pelo desatado se ensuciaba con el sudor de sus
hormonas, cómo gemía repitiendo cosas como: ¡Aaaay, asíii seño, qué rico que la
chuupaaa, me vuelve locoo!, y cómo suspiraba cada vez que volvía a oler mi
bombacha. Luego, sin darle tiempo a nada, saqué el condón de su envoltorio, y
se lo puse con la boca, con toda la cancha del mundo.
¿Querés perder la virginidad pendejito? ¿Querés que la seño
te dé conchita? ¿Tenés ganas de meterme ese pito hermoso en la concha nenito
asqueroso?, le decía, al tiempo que mis manos se sujetaban a su espalda, y su
glande comenzaba a tomar contacto con la entrada de mi vulva tan hambrienta
como ardiente, ni bien me subí a sus piernas. No respondía a mis preguntas,
pero sus caderas parecían comprender a la perfección que su pene debía
penetrarme a como dé lugar. Entonces, le quité mi bombacha de las manos, le
acerqué mi boca a la suya, y luego, mientras comenzaba a darle pequeños
mordiscos en el mentón le imploré con la mejor voz de perra salvaje que me
salió: ¡Cogeme toda nene, metela ya, y tocame la cola, dale que estoy toda
desnuda para vos… quiero toda esa pija adentro mío, mocosito calentón!
Su pene entró al primer ensarte, como si nuestro mecanismo
estuviese aceitado y aprendido. Claro que yo manejaba los movimientos, la
velocidad de la cogida y las palabras. Pero ni bien sentí que me nalgueó la
cola, le pedí que siga pegándome, y que me abra los glúteos. Sentía cómo mi
vagina le abrazaba la verga, cómo nuestros líquidos nos hacían cada vez más
caótico el equilibrio, y cómo mis uñas pintadas se le clavaban en la espalda. A
él lo ponía re loquito que le lama y muerda las tetillas, o que le besuquee el
cuello. En esos momentos parecía que su leche podía estallar como un huracán en
mis entrañas. Entonces, sucedió. Justo cuando mi vagina saltaba sobre él, pero
con movimientos cortitos hacia atrás y adelante, haciendo crujir el látex del
forro, humedeciéndole todo el calzoncillito, y permitiéndole que sus manos me
dejen sus dedos marcados en las tetas por la presión con la que me las
manoseaba, gimió escandalizado, y empezó a decir que acababa. Yo también empecé
a gritar. Fue un minuto, o tal vez menos, cuando nuestros gritos, suspiros,
bocanadas de aire, chupones por donde fuese y revoluciones carnales nos
enlazaron para siempre, mientras el clítoris amenazaba con fugarse de mi cuerpo
si no se lo ofrecía a la boquita de ese intruso. Pero, entonces, me levanté de
sus piernas, le saqué el forro casi sin esfuerzo, y vertí en mi boca todo lo
que pude del semen que ese nenito acabó para mí. Después me agaché y empecé a
lamerle el pito, los huevos y la panza. Obviamente, cuando se lo saqué le
salpiqué lechita por todos lados.
Ya había sonado el timbre dos veces. él seguro que también
lo escuchó. Pero ninguno podía detenerse. ¿Ya serían las dos de la tarde? ¿O,
el tarado de la roticería trajo las milanesas más temprano de lo que se lo
pedí? Me preguntaba, mientras dejaba que Santiago me acaricie las tetas por
última vez.
¿Te gustó bebé? ¿Te hice doler algo, en algún momento?, le
pregunté, confirmando que solo faltaban 5 minutos para las dos. Entonces, vi
que mi marido me había enviado un SMS al celu, avisándome que llegaba más
temprano. Era una suerte que se olvidara su copia de las llaves en casa. Santiago
no sabía cómo volver a recobrar el habla. Tuve que ayudarlo a subirse el
pantalón, y a ponerse la remera.
¡Me encantó seño… es más, creo que no sé si ahora me gusta
tanto Fernanda!, me decía, mientras se dirigía al baño bajo mis indicaciones.
Yo le había pedido que vaya a lavarse la cara y las manos.
¡No te confundas nenito! ¡Ya vamos a hablar mejor de esto!
¡Pero, esto es solo sexo! ¡Me pareció que, o bueno, francamente, me calentó
mucho que fueras virgen, y todo lo que ya te dije que leí de tus propias
palabras! ¡Pero ya está! ¡Por ahí, si te portás bien, y aprobás todo en el
cole, bueno, podemos tener otro encuentro!, le decía, mientras me ponía el
pantalón, me abrochaba el corpiño y me calzaba, casi todo al mismo tiempo,. Él
se secaba las manos, y lentamente regresaba al living. Yo, antes de abrirle a
mi marido, desparramé en la mesa los mapas de Santiago, como para disimular mi
travesura con el nene. Me ocupé de encender Sahumerios para que el ambiente no
huela a sexo, y como detrás de Nicolás llegaba el pedido de las milanesas, el
tonto no se percató de nada. Ni siquiera vio mi bombacha arrugada encima del
apoyabrazos del sillón. ¡Y lo mejor de todo fue que Santiago le cayó re
bien! Fin
Recordá que este, o cualquier otro relato del blog, podés pedírmelo en audiorelato, a un costo más que interesante. Consultame precios y modalidades por mail.
Este es mi correo ambarzul28@gmail.com si quisieras sugerirme o contarme tus fantasías te leeré! gracias!
Acompañame con tu colaboración!! así podré seguir haciendo lo que más amo hacer!!
Cafecito nacional de Ambarzul para mis lectores nacionales 😉
este relato está cargado de un morbo que sinceramente me deja asombrado cuando lo leo no puedo parar de imaginar todo lo que va aconteciendo durante toda la historia y me deja re loco creo que más no puedo poner con palabras lo que me provoca esta magnífica historia ámbar vos sos la culpable de mi adicción a este maravilloso blog
ResponderEliminar¡Gracias por el aguante y la buena onda! de eso se trata, de imaginar y viajar! ¿Gracias por leer!
EliminarNo hay mayor morbo que el de un adolescente cogiendose a una madura, y sin duda que si esa madura es su propia profesora, el morbo y caluntura aumentan, este es el primer relato que me leo de tu blog y ya me parece que me hago adicto a el, me encanta, y me gusta imaginar que te humedeces completa mientras vas enriqueciendo tus relatos
ResponderEliminar¡Y como era de esperarce!, lo tuve que leer denuevo. no puedo parar de imaginar las chanchadas que yo le haría a esa profesora. que riico todo lo que va pasando.
ResponderEliminarque rica historia, que lindo es leerte.
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