Había llegado a casa tipo seis y media de la
matina, medio mareado después de haber tocado con mi banda en un pub careta
que, dentro de todo nos paga bien. Quise bañarme, pero como no subía agua al
tanque por los problemas de presión que solíamos tener en verano, y mi
cansancio era más fuerte que mi escabio, apenas me vi en slip puse la radio bajito
y me dormí al toque.
Jamás pensé que, a eso de las nueve lo primero
que vería al despertarme por un ruido extraño, fuese a mi hermana Victoria, que
estaba sentada a los pies de mi cama, bien en el bordecito, como no queriendo
molestar, con el torso desnudo, manoteándoles la pija a dos guachos de no más
de 18 años, ¡quienes permanecían en calzoncillos y de pie!
No pude hablarle siquiera. Creo que llegué a
pronunciar: ¡Eu nena, ¿Qué hacés?!, con la voz más ronca que me salió, cuando
vi que el más gordito le chupaba las tetas, y el que estaba lleno de tatuajes
se la tranzaba, mientras ella les bajaba los calzones para pajearlos, con una
suavidad encantadora. Al mismo tiempo, mi pija transgredía el mío sin planteos
racionales. ¡No podía ser la continuidad de un sueño, ni nada parecido!
Pronto el gordo dijo en voz muy baja: ¡Dale
putita, chupala como vos sabés! ¡Con nosotros no te hagas la difícil pendeja!,
rozándole los labios con su carne venosa. Ella se la escupió un poquito y
comenzó a lamerla, fregarla entusiasta en su rostro y sus gomas, y sin detener
la burda pajita que le regalaba al otro, el que enseguida la hizo arrodillarse
en la cama, donde ella se subía y bajaba la colaless color chocolate, dispuesta
a chuparles la pija como una callejera. A esa altura mi bóxer deambulaba por
mis rodillas para disfrutar del roce insolente de la sábana en la mía. ¡Era
delicioso escuchar el chupeteo de mi hermana, sus hilitos de baba siendo
sorbidos por sus propios labios, sus primeros suspiros y palabritas apretadas,
indescifrables y voraces!
Se las metía de a una en la boca en un
intercambio fatal, pero se engolosinaba un ratito más con la del tatuado, que
la tenía más gruesa que la de su amigo. Era cada vez más insoportable para mi
paciencia oírla atracarse entre jadeos, arcadas y puteadas, todo siempre por lo
bajo. Ellos le pegaban con sus pitos en la cara, se los pasaban por el pelo, le
presionaban la nariz cuando se los clavaban durante un instante prolongado en
la garganta, le cogían las mejillas y le olían la boca cuando se los sacaban,
como si fuesen chupetines, le daban una que otra cachetadita y le colaban dedos
en la concha.
Ella entretanto meneaba la cola, se
maravillaba con los ríos de saliva que la empapaban toda y con la manera que
tenía el gordito de retorcerle los pezones. Yo no entendía por qué, pero amaba
cada vez más ver a mi hermana hecha una putita, y más cuando el gordo me
compartió, supongo que cebado por el éxtasis del arte de esa lengua golosa: ¡Che
loco, alta gata tu hermana eh, re putita la nena!
Éste último la volteó audaz contra mis pies
boca arriba, le quitó la bombachita y caminó paciente hasta el otro lado de la
cama para hacérsela oler y cogerle la boquita, tras rogarle que le escupa los
huevos, aprovechando que la cabeza medio le colgaba del colchón. El otro le
besaba las piernas y las gomas con dos dedos revolviéndole la vagina. Hasta que
se la empezó a lamer encallando su lengua cada vez más adentro de sus océanos
de hembra arrogante, y apenas le dijo que ya estaba grandecita para tener olor
a pipí en la chuchi, el otro le ensalivó las lolas para fregárselas contra
ellas en una turca deliciosa, cuando yo creí que explotaba por los ojos de
tanto mirarla. Tuve que tocarme la pija con todo el disimulo que pude. Pero
sentía que por más que me la pajeara toda la mañana, no sería capaz de acabar,
totalmente idiotizado por la figura de Vicky comiendo, lamiendo, gimiendo y
mojándose toda.
El gordo de repente ya no podía más. En cuanto
ella le dijo al otro que estaba parado entre sus piernas abiertas: ¡Si me la
vas a meter, cogeme despacito porque mis papis duermen!, éste la atragantó con
su terrible lechazo. Incluso me salpicó las sábanas el muy turro.
El tatuado se la ensartó en la argolla y,
mientras la sostenía de las piernitas la bombeó un rato, haciendo rozar su
espalda contra mí. Oí que le gemía alterada y violenta: ¡Así guacho, cogete
bien a tu puta que te gusta, haceme doler perro, dale que la próxima te dejo
que me garches en el boliche!
El otro solo se pajeaba, abrumado y aturdido
por el alcohol que nadaba por sus venas. Hasta que todo quedó en suspenso
cuando todos oímos unas palmas en la ventana del living, las que seguro eran de
un vendedor, o de algún religioso fanático. Ella se puso la bombacha como
amagando con vestirse, ya que si alguno de mis padres se levantaba primero,
podría encontrarse con aquellos episodios, y se armaba la cagada.
Cuando la calma reinó de nuevo en la casa, el
tatuado la arrodilló en la cama para calzarle la verga en su conchita por entre
la costura de su prenda y penetrarla, ahora más suave que antes, pegándole en
la cola y estirándole los pezones con la boca.
Ni bien ella aclaró: ¡Mañana quiero que me
cojas delante de tu novia nene!, se acomodó en cuatro patas para mamárselas
hasta mostrarles cómo le chorreaba la leche de los labios. Luego se puso una
remera larga y ancha encima, y apenas los dos se vistieron los acompañó a la
puerta que da a la calle, luego de un franeleo brutal junto al ropero, a modo
de despedida, mientras yo me pajeaba enardecido, confuso y emocionado de ver a
mi hermana actuar como nunca la imaginé.
Creo que tomó agua o comió algo de la
heladera. Retornó a mi dormitorio con las tetas desnudas, se despatarró en la
cama que siempre está lista por si alguien se queda a dormir y, mientras me
confiaba que siempre deseó que yo sea su espectador sexual se masturbaba sin
reprimir gemidos, ni ríos de baba, ni las chanchadas que parece que le gusta
decir en esos momentos.
Hasta que de repente me arrojó su bombacha en
la cara, después de frotarla en su vagina con 50 grados a la sombra y, apenas
me dijo: ¡Olela guachito!, enchastré toda la sábana con un suculento lechazo,
asqueado por sus movimientos, el sonido de sus dedos en su flor, sus nalgas, el
aroma de su ropita dispersa en el suelo, y los pedazos rotos de mi moral impune
ante sus delitos, uno más apetecible que el otro..
Pero Vicky, no conforme con eso se hincó junto
a mi cabeza para que le coma la concha, mientras ella lamía los trozos de mi
sábana empapada, y aunque era cierto lo de su olorcito a pis, mi lengua no
podía dejar de entrar y salir de su celdita al igual que mis dedos. En breve me
regó toda la cara con su acabadita estrujándose las tetas, con el sudor
brillando en su piel y su calzón como un trofeo apretado entre sus dientes.
Juro que aunque se fue dejándome la pija como
para colonizar a todas las putas de un bulo me encantó que lo hiciera, pues,
eso alimenta mis ratones, y me pajeo sabiendo que en algún lugar mi hermanita
le rinde culto al sexo más desaforado que vi alguna vez! Fin
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