Lo quería entre mis piernas


Mi tío Eduardo es un cincuentón diferente al resto de mis tíos. Siempre me protegió, desde chiquita. Según él, porque soy su sobrina preferida, aunque jamás se olvida de decirme que es un secreto entre los dos. Por eso nunca entendí por qué no quiso ser mi padrino. ¿Le diría eso mismo a mis otras primas, o a mi hermanita? La sola idea de imaginarlo me atormentaba.
No sé desde qué momento mi tío comenzó a convertirse en mi fantasía mejor guardada, en mi modelo de hombre perfecto, y en el dueño de mis sueños húmedos. Recuerdo que a los 12 soñé que él empujaba la hamaca en la que yo me devoraba un helado. Hasta que me pidió que me baje para que vaya a limpiarme las manos y la cara al baño, o a la cocina, ya que era un solo pegote de chocolate y crema. Pero ni bien descendí de la hamaca, él empezó a besarme en la boca, a decirme que tenía una cola preciosa, y a traerme todo el tiempo contra su cuerpo, haciéndome notar la dureza de su pene contra mi barriga. Me desperté en la madrugada, alborotada y húmeda. Supuse que me había hecho pipí. Pero pronto reconocí que una de mis manos había estado estimulando mi vagina a lo grande. Se ve que dormida, hasta me había quitado la bombacha sin darme cuenta. Tuve otros muchos sueños con él, conforme iba creciendo. Pero aquel me había dejado tan estúpida, que durante unos días no podía mirarlo a la cara sin sentir cosquillitas en la vagina.
La vez que me soñé poniéndole un preservativo con la boca en su sillón favorito, antes que llegue su esposa de las compras, o sea mi tía Clara, amanecí con la mandíbula tensa y dolorida, como si realmente le hubiese mamado la pija por espacio de largos minutos. Sabía que intentar cualquier cosa con él no tendría sentido. A veces me imaginaba seduciéndolo, para saber si era capaz de olvidarse que soy su sobrina, y que al fin me mire como a una hembra regalada. Pero Eduardo y mi tía se llevaban de maravillas. Juro que se me hacía un nudo en el estómago cuando los veía besarse, o hacerse algún mimo, o simplemente tratarse bien. Cosa que no sucedía a menudo con mis padres. Él la adora, y ella se desvive por él. ¿Cómo era posible que sintiera celos de mi tía? A veces tenía la sensación de que ella podía leer mis pensamientos. Me parecía que buscaba alejarme a propósito de él cuando entendía que pasábamos mucho tiempo juntos, mientras él hacía el asado, ponía el patio de su casa en condiciones, o cuando leía el suplemento deportivo. La tía me llamaba para que la ayude con cualquier pavada, sabiendo que rompía mi contacto visual con él. Yo lo presentía. En esos momentos, mientras estaba con él, a veces no hablábamos de nada en concreto. Yo solo lo acompañaba, me embobaba mirándolo y fantaseaba en silencio cebándole mates, o haciéndole algún sanguchito. Otras veces hablábamos de fútbol. Aunque él siempre decía que yo no entendía un cuerno. A él le bastaba que yo fuese de Boca para verduguearme todo el tiempo, y más desde que perdimos la puta Libertadores de América en Madrid. Pero después venía lo mejor, porque yo me hacía la ofendida, y él me pedía perdón abrazándome contra su pecho, cuando yo fingía ponerme a llorar en cualquier momento. Eso, a mis 16 años era una inyección de adrenalina directamente al centro de mi clítoris en llamas. ¡Hasta sentía escalofríos en la cola!
Entonces sucedió. Unos días antes de cumplir los 17, hablé con Clara y con Eduardo para pedirles el patio. Mis viejos no tenían un mango para alquilar un club, ni un salón, ni nada, y yo estaba resuelta a festejar mi cumple. Aunque fuese algo muy modesto.
¡Solo vendrían mis tres mejores amigas… un par de amigos, y algunos primos! ¡Obvio que no voy a invitar a la Ruli, para que Victoria no esté incómoda! ¡Quédense tranquilos! ¡Además, yo tampoco me la trago mucho que digamos!, les expliqué mientras tomábamos un juguito de naranja. La Ruli era una de mis primas más conflictivas, y lamentablemente se había convertido en una cleptómana de novios. Por eso es que Victoria, la única hija de Clara y Eduardo, si la tenía en frente, sería pura dinamita contra la humanidad de la pobre Ruli. Yo no podía juzgar sus sentimientos, a pesar que no podía ponerme del todo en su lugar. Hasta ese momento no había tenido un novio, por más que ya no era virgen. De igual forma, mis relaciones sexuales habían sido un fiasco. Mi primera vez fue con un vecino, y realmente lo odié por hacerme doler tanto. Su pija era demasiado ancha para mi vulva inexperta, tan cerrada como el ombligo de una manzana. Recuerdo que hasta lloré como una tonta, mientras me impresionaba la sangre que veía en la sábana, en la punta de su pene y en mi vagina. La segunda no fue mucho mejor. Al chico en cuestión lo conocí en el boliche, y entre que él estaba medio borracho, y yo tenía unas ganas de garchar que me moría, pero me faltaba tanta experiencia como millones en una caja fuerte, lo dejé que me revolee en la cama y se me tire encima, solo para meterla y sacarla con brusquedad, como si fuese un pedazo de carne con tetas. ¡Ni siquiera llegué a sacarme la ropa! ¡De pedo si me bajó el pantalón, porque su pija entró en mi concha por un costadito de mi bombacha! Ni bien acabó se fue al baño a vomitar. La tercera y la cuarta, al menos mejoraron un poco. Pero, no quería resignarme a ser la peterita sucia del colegio, como algunos me denominaban. Es que, esa tarea se me daba bien, y mi boca fue recipiente de varias lechitas calentitas, más o menos desde tercer año del secundario.
¡Gracias Bianqui! ¡Tenés un corazón de oro! ¡Tu prima te lo va a agradecer siempre! ¡Además, ella te quiere mucho!, decía la tía con lágrimas en los ojos, como si yo hubiese tenido un acto de nobleza supremo. La verdad es que nunca me pareció que Victoria me quisiese demasiado.
¡Y, contá con eso gordita! ¡El 21 de marzo, nuestra casa es tuya! ¡Invitá a todos los que quieras!, decía Eduardo, mirándome a los ojos con esa mirada que me derretía de tanta bondad. Después, cada uno bebió otro vaso de jugo, mientras yo les decía que lo más práctico sería preparar hamburguesas o panchos. La tía se ofreció a confeccionar una mesa dulce, y me preguntó si quería algún regalo en especial. En ese momento el tío se había levantado de su silla, y luego de darme un beso en la mejilla, sentí una de sus manos rozarme una teta, accidentalmente.
¡Me voy a lo de mi hermano Clarita! ¡Si querés, de pasadas, compro carne, o algunas milas de pollo! ¿Te quedás a comer Bianca?, decía Eduardo, después de agarrar las llaves de su auto. Yo no supe qué responderle. Recién eran las 4 de la tarde. Además, me dejó flotando aquella sensación de su mano en mi teta. Para colmo, yo tenía una remerita sin corpiño. Estuve a punto de revelarle a Clara que nada me haría tan feliz como que me regale una noche con su marido, en mi cama. Pero me contuve. ¡Además, era una auténtica locura!
Eduardo le dio un beso a mi tía, hablaron algo en código de enamorados, y se fue apurado. Yo había quedado en pintarle las uñas a la tía, y en ayudarle a preparar unas tartas. Como estábamos en verano y de vacaciones, no tenía nada que hacer en mi casa. De hecho, a eso de las 6, cuando ya le había pintado las uñas de las manos y los pies, le dije a la tía que, si ella no tenía problemas, me quedaba a dormir. La tía me dio el visto bueno, y entonces, justo cuando sacaba las fuentes del horno para ponerse a enmantecarlas, dijo con tono preocupado: ¡Aaay, la puta madre! ¡No tengo huevos, ni jamón, ni atún! ¡Qué boluda que soy! ¡Tendría que haber ido al súper más temprano!
Enseguida me ofrecí para hacerle las compras. Pero ella me intercambió esa actividad de inmediato por otra, argumentando que había demasiado sol.
¡Nooo, nada de eso! ¡Ahora que tengo las uñas divinas, prefiero salir yo! ¡Así les doy un poquito de envidia a las vecinas! ¡Vos, mejor quedate, que los chicos se van a babosear tanto con esas gomas, que van a inundar las calles de baba!, me decía riéndose cada vez que se le ocurría algo nuevo, buscando su billetera, su celular, su cartera y un anotador.
¡Mirá Bianqui, voy a necesitar que vayas al galpón de tu tío, y me traigas unas sillas más! ¡Por ahí vienen los abuelos, y quizás Eduardo lo invite al tío Carlos a comer! ¡Lo único, habría que darles una trapeada! ¿Podrás? ¡Deben estar llenas de tierra!, me dijo luego, antes de girar el picaporte de la puerta, resuelta a salir de compras, con una sonrisa radiante en el rostro, y mirándose las uñas con embeleso. Naturalmente le dije que no se preocupe, que en cuanto llegase del súper estarían limpitas. Entonces la tía salió, y yo fui directamente al galpón del tío, que estaba al final de la casa. Era un salón amplio que olía a madera recién cortada, porque al tío le gustaba hacer muebles pequeños. Había camisetas de River Plate colgadas en las paredes, una guitarra, un escritorio, una biblioteca con libros que jamás despertaron mi curiosidad, varias herramientas en cajas o estantes, un equipo de música, una cocinita y una matera. Al final del galpón, generalmente se apilaban sillas, reposeras y algunos banquitos de jardín.
Iba caminando por el patio, cuando descubro la puerta del galpón abierta. El tío habitualmente la cerraba con llave, o cerrojo, por si los gatos del vecino entraban a mearle las cosas. Entonces, entré sin más, y lo vi. Mi tío estaba sentado en una reposera, con su pancita cervecera al aire, escuchando un disco de rock de los 70, y con los ojos extraviados. De hecho, no se dio cuenta que yo estaba, hasta que le hablé, y ya había pasado un largo minuto. Además, observé que tenía el paquete hinchado, como si una erección que no deseaba del todo le incomodara a su shortcito de colores vivos.
¡Tío, perdón, no sabía que ya habías vuelto!, le dije, y él pareció salir de un trance que lo mantenía estático. Se sobresaltó y le bajó el volumen a Led Zeppeling lo más rápido que pudo.
¡Bianca, ¿Qué hacés acá? ¡Bueno, en realidad… es que… el tío Carlos me llamó… y… ¿Y tu tía?, dijo al fin, pálido y nervioso.
¡Salió al súper!, le dije, comprendiendo al mismo tiempo lo que pasaba. Había en el aire un olor denso a mariguana que, por detenerme a mirar a mi tío, ni le había prestado atención.
¡No sabía que fumabas faso tío!, me adelanté a la pregunta que tal vez iba a hacerme, porque sus labios se abrieron de golpe.
¿Qué decís? ¡Yo no fumo mariguana nena! ¡Estás confundida!, decía, mirando alterado al escritorio, supongo que para verificar si no dejó por accidente alguna pipa, un fasito, o lo que fuera que lo delatara.
¡Dale tío… no te hagas… que yo conozco muy bien el olor a mariguana! ¡Casi todos en mi escuela fuman!, le decía mientras me sentaba a su lado, en otra reposera. Noté que me miraba como si tuviese cámaras acusadoras en los ojos. Nunca lo había visto tan asustado.
¡Mirá Bianca… bueno, es cierto… es mariguana… pero, te pido por favor… tu tía, ella, no tiene que saber esto… ni siquiera sé por qué no se lo quiero contar… pero, viste cómo es ella con los hippies… cómo los detesta… por eso… te pido que no digas nada! ¿Puedo confiar en vos?, me decía, moviendo las manos como buscando atrapar algo invisible en el aire. Mi primer reacción fue la de reírme triunfal. Era gracioso que mi tío con 56 años se viera entre la espada y la pared ante una pendeja de 16.
¿Este va a ser otro secreto? ¿Digo, como ese que me decías cuando era más chiquita, que yo era tu sobrina preferida?, me nació decirle, apoyando mis manos en sus piernas. Ni siquiera sabía cómo había llegado a eso.
¡Pero eso es verdad Bianca! ¡Mirá, ni siquiera sabría decirte el por qué! ¡Pero, siempre supe que debía protegerte! ¡Y, sí es un secreto, porque, bueno, viste que la tía Clara se pone celosa por boludeces! ¡No tengo idea por qué, pero siempre que venís, parece que le afloran los celos! ¡Por suerte, después se le pasa!, intentaba explicarse, seguro que intimidado por mis manos sobre sus piernas velludas al aire, ya que el short no llegaba a cubrirle las rodillas.
¡La tía me pidió que le lleve unas sillas, y que las limpie!, le dije, agachando un poco la espalda, sabiendo que mis pechos pesaban en mi remerita incapaz de sostenerlos. Él les echó el ojo, como si les hubiese dado un mordisco, y se tanteó el bulto, suponiendo que disimulaba.
¡Aaaah. Sí… yo invité al tío Carlos a cenar!, dijo, manoteando una botellita de agua que había en el suelo.
¿Me imagino que vos no probaste la yerba, verdad?, me preguntó, cuando al fin saqué las manos de sus piernas. Pero él las tomó entre las suyas y estiró uno a uno mis dedos, diciendo: ¡Tenés los deditos fríos che! ¿Te sentís bien? ¡Digo, hace terrible calor para que tengas los dedos helados!
¡Sí, la probé tío, pero, no se lo cuentes a mi viejo! ¡Y, me siento bien!, le dije, alzando los pies del suelo para apoyarlos en el banquito que él usaba para apoyar los suyos. Tendría los dedos fríos, pero la concha caliente, y necesitaba que el aire al menos se cuele un poco por entre mi pollera y me refresque las hormonas. ¡Tenía miedo de saltarle encima y ponerle mis tetas en la cara!
Pero de repente, cuando ya pensaba en levantarme y ponerme a la tarea que me había encomendado la tía, me dijo: ¡Che Bianca, ¿Y no pensás invitar a tu novio al cumple? ¡Mirá que, tus padres no lo van a saber! ¡Y a la tía, bueno, mientras no los vea besándose, ni siquiera se va a meter!
¡Ni siquiera hace falta, porque no tengo novio tío!, le dije, y mis palabras sonaron como las de una nena que suplicaba por una golosina especialmente deliciosa.
¡No te creo! ¿Cómo puede ser que no tengas novio con esas… digo, al menos, algún chico se te declaró! ¿No?, dijo, cotizando sus nervios en gotas de sudor, las que le empapaban la frente.
¡Con esas, ¿Qué? ¿Con esas tetas ibas a decir?, lo encaré, de nuevo presa de un impulso que salía de mi boca, pero sin ser autorizado por mi cerebro.
¡No, no, me entendiste mal! ¡Pero, no puede ser que estés sola! ¡Ahora falta que me digas que no sos virgen, y ahí sí que no te creo!, dijo Eduardo, luego de liquidarse la botellita de agua.
¡No, no soy virgen! ¡Pero sí es cierto que estoy solita, y, que, bueno, en confianza, que tengo muchas ganas de estar con un madurito!, le largué, rozándome la boca con un dedo, y rodeando mi pezón derecho con otro. Él me miraba. Yo abrí mis piernas, todavía con los pies apoyados en el banquito, y mientras tarareaba un tema de Bon Jovi que sonaba en su equipo, lo veía hacer intentos visuales por profundizar más allá de mi pollerita negra. A esa altura Eduardo ya estaba de pie, ordenando un poco el escritorio y llenando su termo con agua caliente.
¡No sé hija, tenés que andar con cuidado con esas cosas! ¡Yo entiendo eso de las fantasías y todo eso! ¡Pero, lo mejor es que, si vas a tener sexo, lo hagas con chicos de tu edad!, dijo, más por compromiso que otra cosa. Se lo notaba torpe con las manos. Se chocó dos veces con una caja de herramientas, y enchufó la aspiradora para alfombras en lugar del ventilador. Después armó el mate, y antes de sentarse a mi lado me dijo: ¡Yo te ayudo con las sillas! ¿Te quedás a tomar unos mates?
No recuerdo del todo cómo pasó entonces. Sé que Eduardo se sentó, me cebó un mate, y que cuando se lo devolví, no pude más que decírselo. El corazón me aturdía con sus latidos, y sentía que la bombacha se me enfriaba y se me calentaba, repleta de flujos.
¡Tío, supongo que no será por mis tetas que se te paró el pito! ¿No?, le dije, y a él se le cayó el mate de las manos. Pensé que me iba a regañar. Pero en lugar de eso, ni siquiera sé cómo lo hizo sin moverse de su asiento, me aferró con sus grandes manos por la cintura y me sentó sobre sus piernas.
¡Callate nena, basta de hablar, y mostrame esas tetas!, me dijo al oído, embriagándome con su aliento, haciéndole notar a mi cola la dureza de su erección magnífica. En cuestión de segundos mi remera estaba revoleada arriba de su escritorio, y sus manos me masajeaban las tetas con suavidad. Suspiraba, balbuceaba cosas que no entendía, me hamacaba hacia los costados, me olía el pelo y me endurecía los pezones cada vez más cuando respiraba pegadito a mi cuello expuesto.
¡Tenés un olor delicioso Bianquita, a nenita, a bebé adolescente, y unas tetas preciosas!, me decía al mismo tiempo que me giraba hacia él. Entonces, su boca atrapó uno de mis pezones, luego el otro, después volvió al primero, y más tarde al otro, surcando mis tetas con su saliva, marcando en mi piel las cosquillas de su bigote prolijamente afeitado, y ahora permitiéndome que mi vagina se frote contra su pierna derecha. La pollera me incomodaba demasiado. Pero no era yo la que debía dar pasos en falso. Él solito se sirvió de mí, y eso me excitaba muchísimo.
¡Estás caliente nena! ¡Hace mucho calorcito ahí abajo me parece!, decía, ahora manipulando mi cuerpo para que entonces pueda frotarme de atrás hacia adelante. Por momentos me agarraba de la pollera.
¡No sabés la cantidad de veces que soñé que te la chupaba tío!, le decía, cuando él seguía succionándome las tetas.
¡Ah sí? ¿Y yo, te, acababa en la boquita?, me decía totalmente empalado.
¡No, nunca me acabaste! ¡Pero me re manoseabas, me olías, me mirabas la bombacha, me tocabas las tetas… quiero que me cojas tío, quiero tu pija adentro!, le dije, ya sin razonamientos, cuando un súbito ruido nos heló la sangre, como si el invierno hubiese cortado al verano por la mitad. La tía me llamaba, mientras retaba al perro del vecino.
¡Decile que ya vas, antes que venga y nos vea!, me decía Eduardo, mientras me acomodaba con las rodillas sobre la reposera, y tan rápido como le dieron las manos, se bajó el short y el bóxer. Mis ojos se extasiaron al ver su pedazo de verga rígida, colorada, cabezona y rozagante de juguito en la punta.
¡Ya voy tíaaaa, dame un segundo!, le grité, y ya no pude volver a hablar. El tío colocó su pija entre mis tetas, y él mismo usó sus manos para apretarlas contra su músculo. Se pajeó con mis tetas con una velocidad que, por momentos su glande golpeaba mi mentón, y un par de veces tuvo que detener mi caída. Es que, la reposera no era muy estable, y su energía sexual amenazaba con derramarse en cualquier momento. Me pidió que le escupa el pito, mientras sentía el calor de sus bolas peludas, sus jadeos, el líquido contacto de su carne cada vez más pegoteada entre mis tetas, y sus confesiones.
¡Siempre quise morderte las tetas nena… y siempre quise mirarte la bombacha desde que creciste! ¡Cuando eras chiquita, me encantaba olerte la boquita, la piernas, o la bombacha cuando te quedabas a dormir! ¡Esa cola divina, y esos ojitos de gata en celo, y estas tetas… y sin novio… qué guachita sucia resultaste mi Bianqui... te voy a largar toda la lechitaaa!, decía Eduardo, mientras de a poco sus piernas lo empujaban contra mí con mayor necedad, su pija se agrandaba aún más, y su semen se preparaba para bañarme las tetas. Entonces, así fue. Una estampida brutal. Una catarata blanca salpicó mi pollera, la reposera, el suelo y mi cara, y cada músculo de mi tío pareció convertirlo en el hombre hogareño, fascinante, deportista y divertido. En ningún momento pareció arrepentirse de nada, y yo no esperaba eso en absoluto. De hecho, ni bien me bajé de la reposera, sin saber qué decirle, él se adelantó: ¡Ahora te ayudo con las sillas! ¡Pero, antes, tomá… es importante que te limpies todo el semen!
Me había dado un toallón de la guerra de las galaxias, con el que me limpié todo lo que pude. Aunque no quise limpiarme las tetas. Solo me puse la remera encima, y listo. Lamenté no haber visto el instante en que Eduardo se arregló la ropa. Enseguida los dos limpiamos las sillas, y luego él no me dejó llevarlas a la cocina. Decidió encargarse en persona.
¡Tío, vos… digo... ¿Te gustó?, le dije antes que saliera del galpón con la pila de sillas limpias.
¡Ahora andá a ayudar a tu tía! ¡Y, esta noche, después de las dos de la mañana, esperame en la cama, sin la remerita, acostada y con las piernas abiertas!, me dijo el muy ladino, y me pellizcó la cola con la mano libre.
Esa noche cenamos los tres con el tío Carlos y mis abuelos. También estaba Victoria, y al parecer se había peleado con su novio actual. No estaba de humor, y el tío Carlos se la pasó delirándola toda la noche. Por un momento imaginé que entre ellos podía existir la misma atracción que entre Eduardo y yo, y me calentó pensar a Vicky mamándole la pija. La tía estaba contenta porque al fin le había salido el postre borracho. Carlos y Eduardo hablaban de fútbol, y el abuelo tomaba vino como si ya no tuviese problemas con la presión. Hasta que de repente, a eso de las doce, la abuela sugirió que lo mejor sería emprender el viaje de vuelta, ya que vivían lejos. Carlos se fue con ellos, y entonces, Eduardo, Clara, Victoria y yo nos pusimos a jugar a las cartas. Todo hasta que Victoria recibió un llamado de su novio, y todo lo que nos había costado ponerla bien, pareció desvanecerse. Empezó a putear y a gritar, mientras se encerraba en su pieza. El tío y Clara se fueron a dormir, en especial porque la tía dijo que se le partía la cabeza, y el tío la convencía que era por todo el vino que había tomado.
Yo no sabía si aquello que viví en el galpón con mi tío había sido real. Él jamás me dio un signo, una señal, o al menos una guiñada de ojo que me dé a entender que esta noche nos encontraríamos en mi pieza. En realidad, es la pieza para todo aquel que se quede a dormir. No estaba muy lejos de la habitación de los tíos, y eso me hacía pensar en lo peligroso que resultaría hacer cualquier cosa allí. Pero ya eran las dos y cuarto, y yo seguía tumbada en la cama, en tetas, mirando la luna en la ventana, y con la concha palpitante. La casa se sumía en un silencio cada vez más ensordecedor. Ni siquiera los grillos parecían tener ganas de llamar a sus hembras para aparearse.
Cuando se hicieron las dos y media, se me ocurrió ir a buscarlo por la casa. ¡Pero, ¿Si me pescaba la tía?! ¿Cómo le iba a explicar que andaba buscando a su marido para que me pegue la mejor cogida de mi vida? ¿Y, si él me había mentido? ¡Tal vez me dijo eso para salir del paso, para que no le haga preguntas, y para tener una noche tranquila! Me sentí una ilusa, una tarada. Así que, a eso de las tres me puse la sábana encima, y antes de ponerme a llorar me quedé dormida.
De repente se me antojó que estaba soñando. Eduardo se sentaba en mi cama y me quitaba las sábanas con toda la suavidad del mundo. Acto seguido acariciaba mis piernas con sus manos grandes, después de untarlas con un aceite corporal. Sentía que desprendía las hebillas de mis sandalias, que acercaba su nariz a mis pies y que respiraba muy cerquita de mis deditos. ¡Me estaba volviendo loca! ¡Quería gritarle que me coja de una vez, que siempre había esperado que me abra la concha con su pija hermosa, la que por la tarde le había mirado en el galpón, y la que se restregó contra mis tetas hasta que al fin eyaculó sobre ellas! Pero no podía. No me salía la voz. Tenía la boca seca, las manos entumecidas y un nudo en la garganta que me cortaba cada intención de moverme en la cama. Luego sentí que su cuerpo se hundía sobre uno de los lados de mi colchón, y que su mano levantaba levemente mi pollera. Pronto, unas brisas agitadas me erizaban la piel al cruzar por sobre mis piernas, como si un perro faldero estuviese olfateándome. Entonces, lo escuché hablar, y me desperté de golpe.
¡Qué rico olorcito bebé! ¡Esa bombachita me vuelve loquito!, decía Eduardo en un susurro, abandonando su posición, seguro que al notar que me moví bruscamente. Lo escuché caminar, chocarse mis sandalias y luego cerrar la cortina de la ventana. Entonces volvió a tomar contacto con mi cuerpo. Puso sus manos sobre mis tetas, y mientras decía: ¿Viste que vine al final? ¡Me moría de ganas por tocarte las tetas, todas sucias con la lechita de tu tío! ¡Pero vos no digas nada, y dejate llevar guacha!
Entonces, sus labios atraparon uno de mis pezones y empezaron a chuparlo suavemente, a morderlo y a rodearlo con su lengua. Entretanto, una de sus manos acariciaba mi abdomen, y la otra sobaba mi vulva mojada por encima de la bombacha. Yo había empezado a gemir sin darme cuenta.
¡Una vez la vi a la Ruli, chupándole la pija a uno de los novios de la Vicky, y, te juro que ni ella, con todo el prontuario que tiene me calienta como vos!, decía Eduardo, ahora abriéndome las piernas, y deslizando uno de sus dedos por la costura de mi bombacha con la finalidad de llegar a mi vagina. Cuando lo hizo, comenzó a moverlo en círculos, de una forma que ni yo me lo había hecho jamás, encontrando mi clítoris afiebrado con verdadero éxito, y dándome un placer que, supongo que ya inundaba todo el cuarto. Ya no podía silenciar a mis gemidos, y las piernas se me abrían cada vez más para sentirlo. Entonces, sus labios abandonaron mis tetas, y se ocuparon de estirarme la bombacha. No sabía cuánto tiempo más transcurriría hasta que su lengua al fin toque mi conchita. Pero ya solo pensaba en su pija. Eduardo olía mi sexo, lamía mi bombacha y seguía dedeando mi clítoris, una vez que llevó mis talones a la cola. Para eso lo dejé que me quite la pollera. Para él fue tan fácil que, yo me sentía una muñequita de plastilina en sus manos. Entonces, colocó una de sus manos debajo de mi cola, y hurgó con desesperación en el medio de mis nalgas, por adentro de mi bombacha. Enseguida dio con el orificio de mi ano, y con uno de sus dedos comenzó a punzar con unos movimientos ágiles, cortitos y efectivos, mientras con sus otros dedos continuaba multiplicando jugos en mi vagina. Al parecer le encantaba que mi bombacha se impregne de mi sabia, porque cada dos por tres la separaba un poco de mi cuerpo, la olía y lamía con una urgencia desbastadora. Ahora sentía sus dedos estimularme como nunca lo había sentido. Parecía que me subía a una montaña rusa, y que de pronto podría arrojarme al vacío más descabellado. Hasta que me quitó la bombacha, me pegó con ella en las tetas, me la pasó por la boca, y entonces me abrió los labios con uno de sus dedos.
¡Chupalo zorrita! ¡Vamos, abrí esa boquita de chupa pitos que tenés. Y comele todo el dedito al tío! ¿Viste cómo dejaste la bombachita? ¡Parece que te hubieras meado encima!, decía Eduardo, mientras mi boca le succionaba el dedo con los sabores frescos de mi vagina. Su otro dedo seguía recorriendo la superficie de mi culo, ahora totalmente expuesto. El dedo del tío comenzó a ascender y descender entre mis labios, mientras él apretujaba mi bombacha contra mis tetas, estrujándola como a una esponja, logrando que mis propios jugos me mojen como gotas de felicidad inconclusa, y su pija le abultaba el bóxer rojo, la única prenda que lo vestía. Lo vi por la luz que entraba por la ventana, ya que mi habitación estaba a oscuras. Pero Eduardo siempre dejaba encendida la luz del patio. La tía se lo pedía siempre.
De repente, tal vez un poco harto de los chuponcitos de mi boca caliente a su dedo, me acomodó de costado, mirándolo directamente a él. Levantó una de mis piernas con una mano, y con la otra comenzó a darme chirlos en la cola, al tiempo que yo debía frotarme mi bombacha hecha un bollito en la concha.
¡Así Bianqui, pajeate con esa bombachita sucia nena, dale que te gusta que te peguen en la cola, y por lo que veo, también te calienta que te muerdan las tetas… así, pajeate más, dale zorrita!, me decía Eduardo, envalentonado por mis grititos ahogados, por el estruendo de los azotes, y por el ruidito jugoso de mi bombacha contra mi sexo. Todo hasta que yo le dije: ¡Pegame malo, cagame a palo que soy una petera sucia… no sabés la cantidad de pitos que me comí en el cole tío… tu sobrina es una putona!
En ese preciso momento, apenas terminé de hablar, Eduardo se bajó el bóxer y acercó su pija durísima a mi cara.
¡Tocala, apretala un poquito con una mano, y olela peterita sucia! ¡Aaaay, asíiii, abrí la boca putaaa, dale que me viene la lecheee, y vos te la vas a tragar toda, daleee, mientras la cornuda de tu tía duermeee, y tu primita se pajea solita en la camaaaa, asíiiii, tomáaa, toda mi lechita para vos putitaaaa!, empezó a decir mi tío, cada vez más descompuesto, en una mezcla de admiración y espasmo, mientras su leche me fulminaba lo poco de visión que conservaba. Disparó en mi cara, ensució la almohada, me pegoteó el pelo y me coloreó las gomas. Pude saborear muy poco, porque el muy puerco también quería que le lama el dedo que había sacado de mi culo. Me volvía loca el gustito de mi culo en su dedo, y el olor fuerte de su pija madura, hinchada y gordita. Por un momento imaginé que el tío se iría a su cama, abatido, cansado y feliz de haber descargado su enorme lluvia seminal sobre mí. Pero, entonces, me abrió las piernas y deslizó todo su rostro en mi vagina, oliéndome como un perro callejero, chasqueando la lengua en el orificio de mi chuchi al encontrarse con más jugos, y mordisqueando porciones de mis muslos. Le encantaba amasarme el culo, pellizcarlo y darle tiernos mordiscos. Y al fin, mi aroma sexual pareció reavivarle una nueva erección. Yo lo escuchaba pajearse mientras me olía y decía cosas como: ¡Qué rica concha tenés nenita! ¡Ese olorcito a hembra, a flujito, a pichí, a que estás alzada, sin novio, y re caliente! ¡Te quiero coger nena, quiero llenarte de leche!
Entonces, sin más preámbulos, me puso boca abajo, con un almohadón entre las piernas, y empezó a pegarme en el culo, cada vez más fuerte. Primero los golpes eran cada 5 segundos. Luego cada tres, y al fin, cada segundo. Por momentos paraba para abrirme las nalgas y soplarme o escupirme el ano. Finalmente retomaba su cadena de azotes, mientras yo sentía que mojaba la almohada, porque encima, el muy forro me acariciaba la espalda y las piernas con la pija. En un momento me pidió que se la toque con los pies. Eso lo hizo delirar en un suspiro que me enterneció.
¡Basta tío, garchame ya, rompeme toda!, se me escapó, olvidándome que era de noche, y que el silencio nos evidenciaba más que cualquier otra cosa en la casa. Pero Eduardo se subió arriba mío, y su pija no tuvo el menor inconveniente en buscar entre mis piernas el hueco que tanto le apetecía. Casi tanto como a mi concha atesorar esa dureza de hombre caliente y salvaje. Inmediatamente, una vez que su glande resbaló fácilmente en la abertura de mi sexo, la cama comenzó a crujir, a golpearse contra la pared, y nuestros cuerpos a entrechocarse con violencia. Él me atenazaba las tetas con sus manos, me hacía morderle los dedos, y presionaba mi cabeza al respaldo de la cama, penetrándome con todo. Sentía sus rodillas pegadas a mis piernas, su pija creciendo en el interior de mi concha que palpitaba, se contorsionaba y aullaba de placer. Oía mis gemidos y sus jadeos, sus palabritas sucias, y hasta el latido de su corazón en su pecho. Sudábamos, buscábamos besarnos en la boca en la oscuridad, y nos estremecíamos cada vez que su pija bombeaba más adentro de mi volcán.
¡Así bebé, abrite toda, sentila toda putita, que te encanta la verga de tu tío, y mostrarle la bombachita al tío, y andar sin corpiño, para que el tío sueñe con estas tetas de modelito que quiere pija todo el día!, me decía, sometiéndome a un ritmo que por momentos no podía resistir. Pero la concha me gritaba para que esa pija siga desflorándola, penetrando y percutiendo en su interior. Hasta que el tío me dijo al oído tras morderme y chupetearme todo el lóbulo de la oreja: ¡Ponete en cuatro bebé, como las perritas!
Ahora sí el plaf plaf plaf de nuestros cuerpos amándose en la madrugada podría haber despertado a la tía. Su pubis impactaba contra mi culo, y su pija revolvía los jugos de mi vagina, que la recibía más lubricada, abierta y al borde de acabar. Eduardo me agarraba del pelo, me chuponeaba el cuello, me manoteaba las tetas y me cogía cada vez más duro, boqueando como un caballo, abotonado a mi piel, inhalando y exhalando fuego hasta por los ojos.
¡Quiero la lechita tíoooo, dame la lechitaaaa, que soy una nenita que le encanta tomarle la lechita a su tíoooo!, le decía, acompasando mi voz al traqueteo de la cogida. Más plaf plaf, jadeos del tío, grititos míos, tales como: ¡Aaayaaa, asíiii maloooo, dame vergaaaa, cogeeeemeeee, aaaauchiiii!, se hacían eco desde la cama al techo, mientras su verga se hinchaba cada vez más, haciéndonos presagiar que su lechazo no tardaría en hacerse presente. Pero entonces el tío se sentó en la cama para que yo lo haga sobre él, y una vez que mi concha volvió a abrazarle toda la poronga, el se dejó caer en la cama, y yo empecé a moverme como loca, mientras él me sujetaba las piernas para que no me caiga. Además, para ver cómo yo saltaba sobre su pija. Su lechita no podía esperar un segundo más. Apenas me gritó: ¿Abriteeee, bombachita floja del tíoooo, putita reventadaaaa!, un borbotón de semen comenzó a llenarme toda, entera y a escaparse por mis labios vaginales. sentía que algunos chorros me mojaron el culo, y mientras mi conchita terminaba de apropiarse de todo lo que podía de su semen, me metí un dedo en el culo. Ahí fue que un orgasmo imprudente me hizo gritar, estallar en lágrimas, reírme como una chiflada, expulsar un chorro de flujos que me dejó sin aliento, y comerle la boca a mi tío. Todo casi al mismo tiempo.
Para mí todo parecía salido de un cuento erótico. En cuestión de minutos, una vez que mi tío al menos recuperó los colores y la serenidad, me ofreció ir a fumar un fasito al galpón. Yo estaba toda pegoteada, todavía arriba de él, sintiendo cómo me chorreaban mis propios jugos por las piernas, y cómo su semen se abría paso peligrosamente por el interior de mi vagina. Él ni siquiera se había percatado si yo me cuidaba. Pero evidentemente lo dio por sentado, ya que ni siquiera mencionó a los preservativos.
¡Sabés hace cuánto que no cogemos con tu tía?, dijo, como para abrir una charla, que en ese momento no me interesaba. Yo tenía el clítoris tan encendido como antes de ofrecerle mis tetas para que se pajee con ellas.
¡Bueno tío, pero, ahora cagaste! ¡La tía tiene motivos para estar celosa! ¡Te cogiste a su sobrinita, y todo por que te mostré un poquito las tetas!, le dije riéndome con ganas. Él no dijo nada. Pero paseó sus ojos verdes por todo mi cuerpo. Me miraba la boca, y se tocaba el pito. Entonces, como poseída por un libreto invisible, me arrodillé en el suelo y empecé a lamerle los huevos. Le di unos besitos dulces, le tiré mi alientito en la pija, y hasta eructé sobre ella. me la metí un ratito en la boca, le ensalivé el glande, y gemí bajito apenas percibí que se le empezaba a endurecer.
¿Vamos al galpón tío? ¡Dale, que si la mariguana me relaja un poquito, a lo mejor me hacés la colita!, le dije, poniéndome la pollera, mientras le refregaba el culo en las piernas. El tío no iba a negarse al cariño incondicional de su sobrina.
Lamentablemente esa noche no pudimos hacer nada en el galpón, porque de repente, la luna desapareció, y en el cielo se desató flor de tormenta. Eduardo tuvo que guardar el auto en la cochera, entrar la jaula con los canarios, y ordenar un poco el patio, puesto que el viento desaforado no mostraba ni una pizca de piedad. La tía Clara se había levantado para ayudarle. Así que esa noche tuve que conformarme con dormirme toda sucia, con el olor del semen de mi tío en todo mi cuerpo, sin bombacha, ya que él se la llevó para guardarla de recuerdo, y con todas las ganas del mundo de que algún día me desvirgue la cola. ¡Ojalá mi tía Clara sea capaz de descubrir el olor a conchita caliente de una pendeja en la piel de su marido, y al fin lo deje solo para mí, pensaba mientras me tocaba las tetas, frotaba mi vagina en la sábana y me dedeaba el culo, antes de quedarme totalmente dormida!   Fin

Recordá que este, o cualquier otro relato del blog, podés pedírmelo en audiorelato, a un costo más que interesante. Consultame precios y modalidades por mail.

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Comentarios

  1. Ambar querida, una vez mas me dejaste sin palabras y re mil emocionada. ¡¡ME FASCINO!! me quede con muchas ganas de seguir leyendo jajajaj.¡Ojalan tengas un fin de semana hermoso!
    El mio ya es hermoso con semejante obra de arte que te mandaste. Muchísimas gracias ♥️

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  2. ¡hola Sasha! por devoluciones, cariños y buenas vibras como las tuyas, es que siempre tengo ganas de escribir lo que me pedís. te invito como siempre, a seguir fantaseando, que yo trataré de hacerte lindos los fines de semana. jejeje! un beso enorme, y acá siempre hay un espacio para ti!

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  3. Volví a leerlo y hoy 13 de febrero lo tomo como unos de los regalos de cumpleaños mas hermoso.
    Cada relato es una obra de arte.
    Puede que algunos tengan mas lecturas que otros, pero lo lindo esta en que no te quedas en una sola casilla, experimentas y no hay prejuicio alguno en ningún lado.
    Gracias nuevamente por darme el lugar para ser una pequeña parte de tu magnifico don.♥️ ¡besoos y que lo que resta de semana o fin de semana sea maravilloso!

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  4. ¡Feliz cuuumpleeeee! y gracias a ti por estar siempre! ¡Besote!

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