Mujer salvaje


Supe los por menores, uno a uno, después de lo que yo misma me atreví a conferirle a mi hijo y a sus amigos. Es bueno premiar el esfuerzo de los hombrecitos del futuro, ayudarles a descargar tensiones y colaborar con el desarrollo de sus mentes limpias de prejuicios. Además, no es bueno que averigüen cosas afuera, posiblemente con personas inescrupulosas. Siempre estuve dispuesta a eso, sabiendo que en mis manos, y bajo la tutela de mis encantos encontraría las armas para ser una buena guerrera en esa tarea.
Mi nombre es Mirta, tengo 49 años, soy rubia, y por suerte tengo el pelo ondulado como me gusta, ojos color café y, unas lindas tetas operadas que son la envidia de mis amigas. Trabajo hace 20 años en una oficina para el estado en temas de seguridad social y asistencia, soy casada y viuda, y todo por lo que me desvivo es mi hijo Nicolás, que ya tiene 17 años. Nico es un bombonazo de ojos azules como el padre, y posee un puñado de pendejas que le revolotean como perras alzadas. Eso me calienta mucho, aunque no me detuve a buscar las razones. Además, es inteligente, manipulador al mango cuando se propone algo, y muy amiguero. Terminó el secundario como abanderado, y a pesar de que tiene pensado tomarse un año de descanso estudiantil, consiguió un trabajo de medio turno en un estudio contable como cadete para solventar sus gastos.
Estamos cerca de navidad, y todavía resuenan en mis recuerdos todo lo que transcurrió estos últimos meses. Todo empezó cuando decidí acompañarlos a Bariloche en su viaje de egresados. Todos me habían elegido en el curso. Ellos decían que yo era una madre re gamba, y las chicas vivían pidiéndome consejos sentimentales. Eso es porque la mayoría de las reuniones se hacían en mi casa. Yo los atendía como a príncipes y princesas. Al principio, admito que no había ningún interés, o segundas intenciones. Pero, creo que desde el año pasado, en que mi marido murió a causa de un infarto, no sé todavía que todos los mocosos amigos de mi hijo comenzaron a atraerme demasiado. Me acuerdo que en una de las juntadas, en las que preparé hamburguesas y panchos para todos como loca, me puse celosa al pasar por el baño y escuchar el besuqueo de Ana y Martín, los dos mejores amigos de Nico. Lo peor es que los oí decirse cosas.
¡Boludo, no puedo más! ¡Quiero que me cojas en Bariloche, aunque sea en el micro, te quiero coger pendejo!, decía la desfachatadita.
¡Vos me volvés loco guachita, y obvio, te voy a dar verga, a vos y a la Lore, y te la vas a tragar toda nena!, decía Martín, agitado y presuroso por besarla más
Varias veces me hacía la tonta para verles o tocarles con mi culo sus bultos recobrando erecciones impacientes. Algunos, como Nacho y Diego, tenían que esforzarse para disimular cuando se les paraba. Yo a veces los ponía nerviositos. Cierto día le dije a Diego: ¡Che Dieguito, andá a hacer pis nene, que tenés el pito re parado!
Creo que ese mismo día pero tras el almuerzo le largué a Nacho: ¡Nene, me parece que tenés que hablar con tu novia, porque se te va a perforar el pantalón! ¡No podés tener semejante tubo! ¡Decile que te dé una manito! ¡Además, te debe doler un poco, me imagino!
Nico se reía de mis pavadas y se les burlaba. Claro que, no lo hacía en presencia de las chiquitas para no alimentarles celos tontos. En ese tiempo ya me les mostraba con los primeros botones de mi camisa desabrochados para que deliren con mis tetas bajo delicados corpiños de encajes. Los pibitos se volvían locos, aunque en silencio. Supongo que por respeto a Nicolás.
Una de esas tardes, no soporté el intenso espionaje de Guillermo a mis pechos, y mientras mi hijo y tres chicos jugaban a la play, lo llamé para que me ayude a subir una maleta a un altillo. Desde luego que lo engañé. No estaba tan segura de mi proceder, pero no había marcha atrás. Lo llevé a mi pieza, le puse las tetas en la cara, y al tiempo que le masajeaba la pija re parada le decía: ¡Querés que te la chupe bebito? ¡Pero ni una palabra a Niquito! ¿Estamos?!
El nene estaba inmovilizado. Hasta intentó quitarme la mano de su paquete. Pero yo le bajé pantalón y bóxer, y a la vez que le olía ese pito majestuoso se lo fregaba con ansias en mi cara. Hasta que se estremeció en un segundo mágico, y comenzó a derramar su semen para que mi boca se lo devore gota a gota. Acabó rapidísimo el chiquitín, y eso me calentaba peor.
¡Tocame las tetas, pajerito hermoso!, le decía subiéndole el pantalón porque, afuera lo llamaban los chicos.
¿Te gustó lo que te hizo mi boquita bebé? ¡Y si, en una de esas, yo los acompaño al viaje, por ahí, ¿Quién te dice no?!, le dije antes de abrir la puerta con una sonrisa perversa para dejarlo ir.
Un sábado me metí al baño, supuestamente sin querer cuando Mirko, otro de los buenos amigos de Nico estaba haciendo pis.
¡Disculpá Mirko, pero venía a buscar una bombachita que dejé en la ducha! ¡Ya me voy! ¡Espero que no la hayas tocado!, le decía masajeándole una nalga a medio vestir. El pibe se rió como por compromiso, y quiso subirse el pantalón más rápido.
¡Pará nene, así no se hace!, le decía agarrándole el pito con la mano derecha.
¡Primero sacudite bien, que te vas a manchar el calzoncillo!
De inmediato se le empezó a tensar, a latir y a tomar dimensiones de apareamiento.
¡Date vuelta mocoso!, le largué aturdida, y casi que lo tuve que hacer yo por él, dado su sorpresivo ensimismamiento.
¿Alguna vez te hizo un rico pete alguna de tus compañeritas?!, le dije en voz baja mientras me agachaba. Me balbuceó que no, y dijo algo que no pudo terminar, ni yo de comprender. Me metí esa pija así como estaba en la boca, donde creció unos centímetros más, y le di unos sorbitos ruidosos, moviendo mi cabeza para que sienta el calor de mi boca ancha, sedienta y decidida. Acabó justo cuando empecé a rozarle las piernas con las uñas, y su glande era presionado por mis labios, y después de que me oyó decir: ¡Dame lechita, toda esa leche a la mami de tu amiguito, que te muestra las tetas para que se te ponga así de durita bebito!
¡Qué hermoso culo tenía ese pendejo por favor! Me tragué todo lo que pude, y mientras le subía el pantalón comiéndole la boca le decía: ¡Si no te cojo acá nomás, es porque quiero dejarte con ganitas nene!, y salí del baño prendida fuego, tras recordarle que no debía contarle nada a Nicolás.
Finalmente llegó el día de subirse al micro con los chicos, los coordinadores y los dos profes también asignados por ellos. Yo acomodé todo en el trabajo a último momento, un poco para tener a los pibes con la incertidumbre. Se pusieron felices cuando me vieron entre ellos, a punto de abordar. La cosa es que, en ese viaje, por las noches me comportaba como una loba en celo, sin que Nico lo sepa. Me mandaba a los cuartos de los chicos en plena madrugada, y al que estuviera despierto le hacía un pete. La primera noche se la mamé a Guille y a Diego, que dormían con Mirko y Nacho. Ellos zafaron porque roncaban como troncos. La segunda noche entré al cuarto de Martín, que lo compartía con Sergio y el Popi, que a pesar de ser el más fierito de quinto año, tenía tremendo levante. De hecho, él estaba abrazadito a una pendeja en bombacha, ambos profundamente dormidos. Sergio me contaba que se pegaron flor de cogida hace una hora atrás, cuando yo me quedaba en tetas luego de quitarme el camisolín. En breve, al mismo tiempo que le chupaba la pija a Sergio, que la tenía chiquita pero gordita, le apoyaba el culo en la cara a Martín para que me lo muerda por encima de una bombachita bien de nena. Los dos deliraban acostaditos, y en cuanto Sergio se sacudió todo al darme la lechita en la boca, metí la cabeza debajo de las sábanas de Martín. Le mordí el pito sobre su bóxer, se lo bajé para pajearlo contra mi cara, le fregué las tetas y le di varios lametones a sus bolitas sudadas. Todo para que, ni bien su glande transgrediera mi boca, su lechita fluya con vigor, irremediable y calentita. Claramente, debía hacerlo todo en silencio y sin levantar sospechas.
La tercer noche se me pasó por la cabeza entrar al cuarto de los profes Ricardo y Walter, de informática y Filosofía respectivamente. Sin embargo, recapacité a tiempo. Mi hijo estaba con ellos, y Matías, el más rebelde del grupo. Entonces, aterricé en la pieza de Gabriel, Fabián y Marcelo, el coordinador, que para mi fortuna no estaba. Pero sí los acompañaba Mirko. Esa vez solo fui en bata, descalza y con una bombacha roja y chiquita. ¡Esos pendejos me hacían sentir joven, y muy puta!
Apenas golpeé la puerta Gabi me abrió, puesto que insistí como si hubiese un serio problema por resolver.
¡Vengo a constatar que no estén tomando alcohol, ni consumiendo ningún tipo de drogas!, les dije subiéndome la bata, una vez que cerré la puerta. Mirko puso carita de pícaro, y le tiró una almohada a Fabián, que empezaba a dormirse. El pibe se levantó de la cama y se sumó a la ronda que los otros me hicieron alrededor para tocarme las piernas, la pancita, la cola, la vulva y las tetas. No tardaron en besuquearme toda, lamer mis pezones, olisquear mi intimidad y mi bombachita, en jadear incrédulos, buscando complicidad entre ellos mismos, y diciendo cosas como: ¡Estás re perra Mirta! ¡Tremenda gatita sos mami, y te cabe la fiesta! ¡Te gusta la pija, y el Nico no se imagina que tiene una mami tan putita!
No sé cómo se dio, pero en un instante yo estaba puesta en la alfombra sobre mis rodillas ante las tres pijas paradas de esos insolentes, listas para saborearlas, lamerlas y lustrarlas con mi lengua y saliva, hasta quedarme con mi ofrenda predilecta. Mirko y Fabi me la dieron enseguida, ni bien les apretaba la base de sus pitos cuando mi lengua degustaba sus glandes jugosos y colorados. A Gabi le costó un poco más. Pero me acabó casi toda la lechita en las tetas mientras lo pajeaba, le escupía la pija y le arrancaba los vellos del pubis.
Marcelo todavía no regresaba, aunque ante la posibilidad de que me encuentre, preferí retirarme a descansar. Yo compartía mi cuarto con dos nenas, Ana y Jazmín, quienes dormían pesadamente cuando entré. De hecho, tuve que tapar a Jazmín, porque estaba desnuda. Algo me hizo pensar que esa mocosa había tenido sexo, y me acosté decidida a masturbarme como una quinceañera oliendo la bombachita que encontré pegada a la pata de su cama. Seguro era de ella, porque Ana la tenía puesta.
La noche siguiente Mirko no aguantó más, y entró a mi cuarto haciéndose el descompuesto. Jazmín y Ana estaban en el boliche con los demás, y yo no los acompañé porque tenía que llenar unos formularios de última hora para la oficina. Apenas lo hice pasar, sus manos se aferraron a mis tetas, y su bulto se pegó a mi culo, apresando mis movimientos por completo, mientras balbuceaba: ¡Me tenés re calentito guacha, quiero cogerte ahora!
No podía hacerlo esperar al chiquitito. Me quité el camisolín y la bombacha y le di mis tetas para que me las chupe con desesperación, hasta que preferí castigarle la cara a tetazos por un rato. Lo desvestí agitada y con prisa, le hice un pete cortito con el que temí sacarle la leche de un solo lengüetazo, y lo empujé sobre mi cama para sentarme sobre su carne erecta. Una vez que mi sexo se la comió enterita comencé a galoparlo, a saltar sobre él, a frotarme, lacerarle la piel del pecho con mis uñas, a empaparle los huevos con mis flujos y a obligarlo a oler la bombacha de Anita.
¿Te gusta esa pendeja papi? ¿Querés culearte a la Romi, o a la Lore, o a la Vero? ¿Te las imaginás a las cuatro juntitas mamándote la verga chiquito? ¡Cogeme toda, haceme sentir ese pito de machito alzado, dale pendejo lechero, quiero lecheeee!, le decía a punto de estallar en una oleada de placer que me cegaba. Cuando sentí sus dedos presionando mis nalgas entre pellizcos deliciosos y sus caderas esforzarse para que su poronga me llene entera, supe que su leche no tardaría en fecundarme. Fue un sacudón cargado de adrenalina, jadeos, hilos de baba y reverencias a mis tetas lo que concluyó en un lechazo irrespetuoso, bañando mis paredes vaginales, las sábanas y mis piernas. Esa noche supe que Mirko era el único virgen de los varones del curso.
El viaje a Buenos Aires era inevitable. Para algunos tuvo consecuencias, como en el caso de Lorena que volvió embarazada de un cordobés. En eso Anita y Romina fueron más precavidas. Pero todos los varones se llevaban como un suvenir las marcas de mis besos y lamidas en sus penes, a escondidas de un Nicolás desconectado de aquellas vivencias. Todo retornaba lentamente a la normalidad. Todo hasta que una tarde Nico me encara ofuscado en la cocina.
¡Ma, ¿Cómo es eso de que, en el salón se corre la bola de que, vos anduviste peteando a mis compañeros? ¿Eso es mentira no?!
Yo no sabía mentirle a mi hijo, y no deseaba esforzarme por hacerlo. Pero el temor a su reacción, tal vez sabiéndolo celoso, quizás entendiendo su vergüenza, le dije que eran puros chusmeríos.
¡Mirá Nico, para que te quedes tranquilo, vamos a hacer una cosa! ¡Yo sé que vos y Mirko quieren ir a un cine porno! ¡Bueno, si te gusta la idea, yo los llevo, a ustedes y a tus amigos! ¡Si querés este sábado! ¡Aaah, lo sé porque los escuché hablando de eso con Lucía! ¡Eso sí, solo chicos! ¡Ninguna nena! ¿Qué me decís?!, le dije mientras los ojos se le desorbitaban, se le relajaban los músculos de la cara y se dejaba caer en el sillón.
¡Pero, ma, ¿Vos decís que nos vas a poder llevar?!, tartamudeó con gestos de felicidad, y enseguida se dedicó a gestionar las invitaciones a todos sus compañeros. A la hora supe que Octavio y Guille no podrían ir, por lo que, si las cuentas no me fallaban, serían doce más Nicolás. El viernes pedí la combi de la oficina, y el sábado pasé a buscar a todos los varones por la plaza de la ciudad.
Los primeros minutos del viaje fueron puro silencio nervioso. Pero pronto empezaron a arengarse entre ellos, a imaginarse la peli que verían, a hablar de tetas y culos sin reparos, y a beber cervezas. Cuando llegamos, Mirko, Fabi, Gabriel, Martín, el Popi, Sergio, Diego, Nachito, el Peque, Matías, Lucas, mi hijo y yo bajamos unas escaleras hacia un sótano poco luminoso, y compramos entradas para ver la peli que eligió Nico. Se llamaba lecheritas 4, y al parecer contaba con actrices de distintos países. Ni bien ingresamos, yo me senté en la segunda fila con casi todos. Nicolás y Mirko se sentaron en la primera, donde solo había una parejita. Atrás nuestro había unas 6 personas, y nadie más entró después.
Apenas la primer protagonista, una japonesa sin tetas pero bien culoncita, comenzó a tocarse los pezones delante de un policía, vi que Nacho se toqueteó el pito, y que Diego lo imitó asombrado por el tamaño del miembro del militar, que pronto dejaba que la oriental se la mame para perdonarle una multa por destape en la vía pública, ya que tenía las tetas casi al aire.
¡Quiero que se toquen chicos! ¡Hagan lo que quieran, que acá son libres! ¡Pero pónganse forritos!, les advertí.
¡Gracias por traernos Mirta! ¡Sos una masa!, dijo Matías mientras sacaba la pija afuera para pajearse. Cuando se lo vi bien no podía creer que tuviera esa anchura y ese glande prominente. Me mojé de inmediato.
Al rato, todos menos el Peque y Sergio se sacudían el pito, se lo apretaban, se retorcían en sus butacas para no acabarse tan rápido, y se codeaban para enfatizar o resaltar el arte de las chicas en la pantalla. Apenas la japonesa se quedó con la leche del oficial en las tetas, fue sustituida por una brasileña que se dejaba chupar la concha por una argentina, hasta que entran en escena dos tipos de saco y corbata, para que ellas se les prendan de las vergas y empiecen a mamarlos con demasiada saliva mediante. En eso no lo resisto más, y le manoteo la pija a Nacho para ayudarlo a pajearse. Ese fue el principio de la confirmación de mi mentira para Nicolás.
Cuando quise acordar se la estaba chupando a Nacho y a Diego, soportando las manos de Matías en mi culo y las de Lucas en mis tetas. Cuando se me escapó: ¡Dejame la colita colorada pendejo!, Mati empezó a nalguearme con fuerza con sus manos y con su pija, subiéndome la pollera y enterrándome el calzón en la zanjita. Lucas me hacía doler los pezones de lo fuerte que me los pellizcaba, y mi boca ahora también le saboreaba el pitulín a Sergio, que no tenía ropa interior. Fue impresionante sentir el rigor de las manos de Matías y de Sergio en mi pelo, para que mi boca se meta de un solo arrebato sus dos pitos al borde de eyacular, tanto que lo hicieron juntitos, y se estremecieron al ver cómo saboreaba ambas lechitas, a la vez que me las iba tragando de a poquito.
Ahora Nicolás tenía ante su mirada confundida la revelación de su madre en estado natural, cuando mi olfato se enloquecía en la piel íntima del Peque, que era totalmente lampiño. Su slip tenía olor a pis, y aquello raramente me excitaba más. Se la chupé, hasta que Lucas y Nacho me bajaron la colaless para frotar sus rostros en mi orto. Ahí decidí que era el momento de darle acción a mi vulva híper jugosa. Por lo que le bajé la ropa al Peque y me le senté como una prostituta en la falda para deglutirle la pija con mi concha y moverme incontrolable.
En la pantalla una mulata tetona se las mamaba a tres veteranos muy bien dotados, y en las butacas de adelante, Mirko y Nicolás se pajeaban uno al otro, y la pareja se mataba a chupones. La pija del Peque me llenaba la almeja, y mi boca ya le lamía los dedos a Nacho, la pija a Diego y a Lucas, y mis manos le hacían una paja bastante repleta de mi saliva a Gabriel. Cuando el Peque acabó, me bajé de su cuerpo sudado para subirme al de Fabián, y otra vez a cabalgar presa de una adicción que me consumía la razón. A la vez agachaba la cabeza para chuparles la verga a Nacho y a Gabi. Ellos dos también acabaron juntos en mi boca, pero en vez de tragármela, los muy perversos quisieron que me la escupa todita en las gomas y que luego me la esparza por la cara. Fabi me daba pija y más pija, sin omitir apretones a mis nalgas, y me la largó toda apenas le susurré: ¿Cuándo viene mi lechita papu? ¡Dame leche calentoncito, dale que me vas a dejar embarazada cochino!
Entonces, me puse de pie para que me manoseen, me franeleen las tetas, me besuqueen a su antojo, y para que Diego me tome de la cintura para darme bomba en la conchita, con mucha más experiencia que el resto. Me pedía que le muerda los dedos, que le escupa la cara, y me agarraba fuerte de las piernas para penetrarme con todo, mientras me juraba que no veía la hora de garcharme toda. Antes de acabar en los adentros de mi fuego expansivo, me apartó de su cuerpo y me hizo petearlo hasta que su semen comenzó a chorrearme de los labios. El chancho quiso que se la escupa en la cara y que le coma la boca con un beso de lengua largo y profundo.
Pero me esperaban el Popi, Matías y Mirko. Así que, no recuerdo cómo se fue dando todo con precisión. Sé que Mirko me enlechó las tetas, que Nacho me enchastró la cara, que Nicolás se acabó en las manos y que yo se las lamí, y que alguno más me acabó en la vagina. Pero lo del Popi fue impresionante. Ese guacho sí que tenía una pijota. Me entraba en la boca con mucha dificultad, y no sabía por qué la cola parecía pedirme ese músculo con urgencia.
Cuando me puse de pie, luego de atragantarme con sus jugos y sus envestidas a mi boca, el pendejo me abrazó por la espalda, me empujó contra el respaldo en la butaca en la que estaba sentado mi hijo, y empezó a apoyarme la pija en el orto.
¡Metémela en el culo chiquito!, le imploré lejos de mí, fuera de todo recato, mientras le comía la boca a Nicolás, le pajeaba el pitito y le jadeaba bien cerquita de su nariz.
¡Tenés terrible olor a leche en la boca putona! ¡Cómo te gusta la leche de mis amigos mami!, me decía Nico, mientras el Popi se las arreglaba para lubricarme el culo con su saliva y mis flujos.
En la tele, otras dos japonesas peteaban al borde de las lágrimas a unos campesinos, cuando el Popi se pajeaba entre mis nalgas, y Nico me preguntaba si yo le chuparía la pija, a pesar de ser mi hijo.
¡Dale pendejo, culeame de una vez, rompeme el culo guachito, quiero esa verga toda adentro de mi cola!, le pedí al Popi, y entonces un empujón interminable, ardoroso, cargado de pasión y morbo me hizo gritar, estallar de placer, explotar de calentura y pedirle más pija.
Ahora tenía el pitito de Nicolás en la boca, la pijota del Popi abriéndome el culo, rodeada de esos pibes cada vez más alzados. Ninguno ya le prestaba atención a la película, aunque esos gemidos nos motivaban todo el tiempo.
Vi a Nacho y a Diego oliendo mi bombacha empapada de jugos, a Sergio acabarse en las manos, y al Peque pajeándose con Mirko, cuando el Popi me taladraba el culo, golpeaba su pubis contra mis nalgas y me lamía la espalda, mordía mi nuca y le apuraba la leche a mi Niquito, cuyo pito crecía en mi boca a voluntad. Hasta que el Popi retiró su ejército viril de mi culo para enterrármelo en la concha, aunque ahora yo permanecía sentada sobre sus piernas para recibir sus arremetidas y su descarga seminal. En ese mismo momento, Nico derramaba su cremita blanca en mi rostro, luego de varios pijazos contra mi boca entreabierta y mi nariz. No sé quién fue el que me llenó las gomas de leche otra vez, ni quién me hizo un engrudo en el pelo, mientras la peli parecía terminar. No podía saberlo porque Nico me vendó los ojos en el último tramo de mi deshonra.
Salí de ese antro hecha un asco, toda pegoteada, oliendo a semen y a flujos caprichosos, sin la bombacha y con miles de brisitas colándose por debajo de mi pollera, y con Niquito apoyándome insistentemente su pene erecto en mi culo, el que nunca nadie me había colonizado como el Popi. No hubo hasta hoy otro encuentro con los chicos, pero sí se la chupo con religiosidad a mi hijo para pagar su silencio ante mis padres. Aunque solo se la chupo. Aún no me animo a cogérmelo. En realidad, es un simple formalismo, porque me vuelve loca la pija de mi hijo, a pesar que la tenga chiquita. Pero su mami lo va a ayudar, siempre que me lo solicite. Espero que en la facu tenga compañeritos tan pijones y lecheros como sus amiguitos del secundario!   Fin

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Comentarios

  1. Excelente, quien no quisiera tener un compañero de clases con una mama tan puta....

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