Piel de loba


Fue una experiencia extraña, inaudita para mis 35 años, insólita para los pudores de una sociedad tan conservadora como las que nos cobija en plena provincia mendocina. Pero los riesgos que se nos presentan no deben ser desatendidos. Estamos de paso por este mundo, y lo sabemos. El cuerpo y los placeres son un conjunto de felicidades etéreas, y el corazón siempre se complace en recibir lo mejor de sus ofrendas.
Esto sucedió una madrugada distinta a todas, aunque se le pareciera a muchas. Mi esposa entró a la cama a eso de las 3, cuando yo escuchaba unos discos que me había descargado de spotify. Antes de eso, ella veía una serie en netflix, con verdaderas intenciones de llegar al último capítulo esa misma noche. Pero, ni bien se adentró en las sábanas, apenas en bombacha, me manoteó el pito y me restregó sus tetas desnudas en la cara.
¡uuupa nene, tenés la pija re dura y rica, como sabés que le fascina a mi lengua!, decía con los ojos inmensos, unos suspiros como luciérnagas y su cuerpo cada vez más arriba del mío.
¡perdón gordi! ¡pasa que me colgué viendo unos videítos chanchos, y ahora te deseo! ¡Metémela toda, así, como la tenés ahora, bien paradita!, agregó salivando, apretando los dientes y presionando su pubis contra mi erección. No sé por qué motivo se me había parado el pito. No pensaba en ella, ni en ninguna chica en particular. Tal vez, mientras los auriculares me devolvían los melodiosos acordes del flaco Spinetta, algún sueño erótico se debatía entre hacerme protagonista o espectador. Pero no podía recordarlo.
¿me estabas esperando gordi? ¿eee? ¿querías que mi boca se trague tu lechita, puerquito?!, dijo luego, frotando su monte de Venus encerrado en una bombacha negra contra mi pierna. Con una de sus manos adoraba la tersura de mi falo, presionándolo desde la base hasta el glande una vez que se la escupió con sutileza ante mis ojos que, poco a poco se acostumbraban a la luz. Con la otra me agarraba del pelo para que le chupe las tetas.
Todo fue cobrando tales dimensiones que, todavía me cuesta ordenarlo todo en mi cerebro primitivo. De repente mi bóxer rodeaba mis tobillos. La lengua de Jazmín inundaba mi escroto con su saliva, sus dedos presionaban mi cabecita y su respiración hacía que sus costillas tomen el ritmo de sus primeras lamidas a mis huevos.
¡te juro que si me acabás en la boca, me la trago toda y te lamo la cara con el sabor de tu leche, como una perrita callejera! ¿querés, chanchito asqueroso? ¡apretame las tetas nene, y fijate si podés meterme dedos en la concha!, me decía entusiasmada entre atracones, escupidas y golpecitos de mi pija contra sus pómulos acalorados. Yo hacía lo imposible por penetrar el ángulo de sus piernas cruzadas, ya que estaba echada a mi lado. Pero no era nada sencillo llegar hasta donde su fiebre vaginal amenazaba con incendiarle la paciencia.
¡pegame en la cola, dejame el culo morado nene, pegame fuerte!, empezó a decir cuando intuyó que no daba con el blanco de su tesoro. En eso, mi leche subía por mi tronco como si un chorro de lava ardiera en mi vientre. Sentí sus dientes, sus uñas y labios haciendo maravillas a lo largo y ancho de mi pene, y no podía darle la orden a mi uretra para que el orgasmo no me sacuda con sus vaivenes. Mi lechazo fue un huracán desbocado en el rostro de Jazmín, el que pronto emergió de la oscuridad de las sábanas repleto de sudores, y sus gestos ampulosos me hicieron saber que se había tragado una buena parte de mi creación.
¡qué rica lecheee gordiii! ¡quiero máaaás, más lechitaaaa!, decía mientras se sacaba la bombacha para limpiarse con ella algunas gotitas que le decoraban el mentón. Después de eso lamió la tela y olió bajo una irónica sensualidad el trozo que le coincidió a su vagina.
¡mmm, tiene un olor a putita esta bombacha que ni te cuento!, dijo una vez que me la dio para que yo repita su accionar. El aroma de esa conchita siempre me llevó a las puertas del paraíso, y ella sabía utilizar aquel recurso a su favor.
¡gordi, no lo tomes a mal! ¡pero, te juro que me encantaría hacerle oler mi bombachita a Santi! ¡digo, o sea, nada! ¡vos sabés que, bueno, no va a pasar nada con él! ¡pero, no sé, me excita porque es ciego, y, bue, un par de veces le vi la pija parada!, empezó a decir en medio de un ronroneo cegador, mientras nos comíamos la boca, nos acariciábamos y frotábamos por todos lados para volver a encendernos.
Santiago es uno de mis mejores amigos, y su condición de no vidente apenas lo convierte en un genio de la vida. Es muy capaz, entrador con la gente, se desenvuelve con naturalidad, es buen estudiante, tiene novia y un montón de cosas admirables. Nunca, o mejor dicho, alguna vez le tuve que haber contado a Jazmín que Santiago fantasea con ella, solo por escucharle la voz las veces que viene a casa. Seguro ese día estaba borracho. La cosa es que, desde ese entonces Jazmín me carga con la idea de hacer un trío con él, con que tiene sueños mojados con su pija y cosas por el estilo. Siempre pensé que lo decía para ponerme celoso, y tal vez era solo eso. Pero esa noche Jazmín parecía traerse algo entre manos.
¿qué te pasa nena? ¡hoy sí que andás hecha una putona, no bebota?!, le dije al oído, mientras mis dientes y labios jugaban con su oreja.
¡sí neneee, re putita estoy! ¡quiero que Santi venga y me coja al lado tuyo, y que vos nos veas!, dijo nuevamente aferrándose a mi cuerpo, ahora impactando su vulva contra una de mis rodillas.
¡eeepaaa, me parece que la cochina quiere más pija!, atiné a decir cuando el calor de su sexo me sofocaba las ideas.
¡dale, llamalo a Santi, que se venga ahora y me coja!, dijo la muy inmoral, cuando mi boca regresaba a sorberle los pezones de una.
¡basta nena con eso! ¿todavía te quedaste pensando en que el guacho se calienta con tu voz?!, le largué, un poco atónito y otro confundido.
¡síiiiií, no dejo de pensar que mi voz hace que se le pare la pija! ¿nunca soñaste cogerme con él, los dos juntitos?!, me dijo mordiéndome los labios.
¡te estás yendo al carajo putita! ¡acá tenés una verga bien dura, toda para vos, viciosa!, le dije colocándole una mano sobre la renovada erección de mi estaca de carne. Ella me la pajeó intensificando las frotadas de su tajito en mi pierna, pidiéndome que le muerda los pezones.
¡pero yo quiero más leche gordito! ¡sabés cómo soy de trola! ¡y, ese pendejo me re emputece!, dijo lamiéndome algunos dedos, jadeando entre nubes de vapor y deseo. No sé por qué, pero impulsivamente la zamarreé, y le di una cachetada.
¡basta putita de mierda! ¿qué carajo te pasa? ¿tanta pija querés?!, fue todo lo que pude articular, desencajado por una euforia que no me era propia. Al mismo tiempo mi verga engrosaba su extensión, liberaba más presemen en la mano enérgica de mi esposa, que no se atrevía a soltarla, y mis huevos latían fervorosos.
¡síiii, quiero más pijaaa, quiero que ese nene me coja toda! ¡me encantaría que me toque las tetas, que me choque sin querer y me manosee! ¡el otro día me tuve que ir a cambiar la bombacha, porque, me hice pis mirándole la pija parada mientras vos le pasabas música! ¡y, esa no fue la única vez que se me escapó, sabés!, me gritoneó haciéndose la enojada, con unas falsas lágrimas en la voz, y un sollozo menos creíble aún. ¿Mi esposa se había meado encima relojeándole el bulto a mi amigo? Pensé que Jazmín solo se meaba encima cuando yo la calentaba demasiado, o cuando se enviciaba con sus videos japoneses. Pero esto había alcanzado otras libertades, en las que yo no estaba seguro de poder bucear.
¡bueeeno, no llore mi nenita meona! ¡está mal hacerse pichí, y no contármelo! ¡mirá cómo se le pone la pija a tu maridito guacha!, le dije a modo de consuelo, como si mi rol fuese el de un padre comprensivo con su nena caprichosa.
¿por qué pensás que ayer me hice pis en la cama?!, preguntó, como si todo aquel teatro no hubiese existido. Yo negué con la cabeza. Me sentía un estúpido, aunque ese jueguito, fuese o no cierto comenzaba a seducirme.
¡porque soñé que Santi me re cogía, acá mismo en la cama! ¡yo me lo cogí, mientras él me mordía las tetas como un animal! ¡por eso me hice pis, y me desperté tan alzadita!, se confesó, al tiempo que mi mente se esforzaba por encontrar algún signo de piedad para su parte razonable. Era cierto que Jazmín la mañana anterior amaneció meada, y que en lugar de contarme por qué le sucedió aquello, optó por mamarme la pija hasta adueñarse de mi lechita. No alcancé siquiera a cuestionarle nada, porque enseguida edificó, casi poniendo sus tetas encima de mi pene: ¡tengo una idea gordi! ¡a ver qué te parece! ¡entramos a la línea, busco a un pibito bien pajero, lo caliento por teléfono haciéndome la gatita, y le pedimos que venga a casa! ¡le decimos que la condición para que venga, es que se llame Santiago! ¡podría, vendarle los ojos, y yo imaginarme que ese pibe es Santi! ¡y de paso me saco las ganas! ¡dale gordiii, copate, que está re buena la idea! ¡además, vos participás, de una!
Tuve que ordenarme un poco, meditar unos segundos, contar hasta mil para no llamar a un neuropsiquiátrico, y al fin imponer mi posición.
¡aaah, nooo, vos te volviste loca nena! ¿sabés lo peligroso que es meter a un tipo en nuestra casa, a estas horas de la noche? ¿vos querés gozar? ¿o que te violen, nos choreen, y de paso que nos caguen a tiros? ¡ni en pedo Jazmín! ¡es una locura! ¡a esta hora en esa línea solo hay travestis, presos, milicos, empastillados, boludos que entran a romper las pelotas, viejas chifladas y putos reprimidos!, sostuve con vigor mientras ella acomodaba mi miembro entre sus tetas para mecerse con sensualidad.
¡y, también está lleno de pajeros!, dijo después de lamerme el ombligo. Esa línea de encuentros era Fono Club, y la conocíamos porque varias veces entramos a excitar a otras parejas, para charlar con gente desvelada, y con algunos amigos que viven fuera de la provincia, ya que es mucho más económico que otros medios convencionales.
¡pará pará! ¡a ver si entendí! ¡vos querés cogerte a otro tipo, suponiendo que es mi amigo, y yo tengo que permitirte semejante disparate, putita de mierda!, le dije, sin remediar en el malhumor que comenzaba a fluir por mis venas.
¡no gordi, te juro que, si me decís que sí, me conformo con, con mamarle la pija! ¡solo eso! ¡daleee, sé buenitooo, si sabés que te amo, que nunca te voy a dejar por una pija, que lo nuestro es amor de verdad! ¡confiá en mí, mi ppuerquito!, decía entre gemiditos, lametazos a mi pene iracundo y las cosquillitas de su pelo revuelto sobre toda mi piel estremecida.
¿nunca le contaste al Santi cómo son mis tetas? ¿o, las bombachitas que uso? ¿no le dijiste nunca que me encanta comerme la bombachita con la cola? ¿o que a veces no me pongo nada debajo de los vestiditos de verano? ¿sabés si la novia se lo coge bien? ¡esa pendeja tiene carita de frígida! ¡seguro que ni le chupa la pija, ni lo deja que le coma la concha! ¡lo único, te pido que no le cuentes que me hice pichí de tanto mirarle el bulto! ¡dale gordiii, decime que sí, y traigo el teléfono!, me balbuceaba mientras metía y sacaba mi glande pastoso de saliva y presemen de su boquita, me olía los huevos y me frotaba los pezones en las piernas. Mi cuerpo se ablandaba, como cediendo ante sus estímulos volcánicos mis manos le estrujaban las nalgas, y mi boca apenas podía negarle respuestas, pronunciando solo monosílabos inútiles y jadeos. Su lengua se acercaba a la temperatura de los infiernos que se desencadenan en las perversiones más deshonestas de la humanidad, revolviéndome los poros como una cucharita elástica. Al punto que hasta tuve que controlarme para no eyacularle otra vez en la garganta, ni bien su boca envolvió toda mi carne para dar saltitos, y eructar cada vez que la liberaba de su oscura prisión. Su voz sonaba como si miles de burbujas desfilaran por su campanilla cuando me dijo: ¡traigo el teléfono, caliento a un pendejito y lo invitamos a casa! ¿sí? ¡gracias amor! ¡sos el más bueno del mundo!
Aquel consenso tácito entre los dos se selló con un beso profundo en los labios, al que le continuó una batalla de lenguas forajidas, adentro de mi boca y de la suya. Entonces, como impulsada por algo impostergable, Jazmín se despegó de mi cuerpo y escogió el teléfono inalámbrico. Discó el número local de aquella línea de encuentros. Se acostó a mi lado con una sonrisa atardeciendo en su rostro, y grabó una presentación para el infarto. Según ella, dijo lo primero que se le vino a la cabeza.
¡hola chicooos! ¡acá, una bebota muuuy calentita, con piel de loba, desnudita y con muchas ganas de tomar la leche! ¿hay alguien por ahí?!, dijo ante el ansioso micrófono del aparato. Luego gimió, y se dio un beso en la mano para que tenga la sonoridad precisa. Ya una vez en la ronda de presentaciones, le dije que estaba re chiflada, y ella me manoteaba la pija, salteando voces, sin conformarse con ninguna. Le habló a una chica, a un viejo, y a una pareja que, al parecer querían que alguien los escuche coger. Ella recibía millones de mensajes y de invitaciones para hablar en conferencia. Pero las rechazaba sin piedad, llenándose de regocijo.
Hasta que al fin dio con un pibe que buscaba una madurita, o una travesti, o una embarazada para largar la lechita. Mientras hablaba, el pibe se re pajeaba ruidosamente, y jadeaba. Jazmín le mandó el primer mensaje.
¡hola bebito! ¿cómo tenés la pija? ¿te calientan las mamitas con leche en las tetas?!
Ni bien lo envió me comió la boca, mientras yo le manoseaba las tetas y la alentaba a que siga calentando al pendejo, que enseguida le contestó. Yo no escuchaba sus respuestas, pero podía deducir por las sonrisas y expresiones de Jazmín que estaba empaladísimo.
¡dale nenito, decime cómo tenés la verga, que si me gusta, te doy la dirección de mi casa y te espero para mamártela! ¡me encantan los chiquitines como vos, que se pajean a esta hora en la línea! ¿tu mami sabe que te pajeás chanchito? ¿nunca te encontró con las manitos en el pito?!, le envió en otro mensaje. Su voz se endulzaba y pervertía con la misma intensidad.
¡dale nene, decime cuántos años tenés, y si te pinta venir a mi casa! ¡te digo la posta! ¡yo estoy casada, y mi marido está acá conmigo! ¡él está de acuerdo con mi propuesta, y quiere verme chupándole la pija a un pibito como vos! ¡es más, si te animás a venir, hasta te pagamos el taxi, y te damos una platita extra! ¡dale bebé, que va a ser más caliente que hacerte la pajita solo en tu casa!, le dijo luego de una ida y vuelta de mensajes. Estaba decidida a cerrar el trato cuanto antes. El pibe tardó en responder. Pero cuando lo hizo, Jazmín se me tiró encima para que le chupe las tetas. La vi emocionada oyendo la confirmación del desconocido, al punto que volvió a pajearme mientras le pasaba la dirección de nuestra casa, le tiraba un beso, y acto seguido cortaba la comunicación.
¡tiene 21 años gordi, y dice que en 15 minutos está en la puerta! ¡me voy a poner algo!, me dijo radiante de felicidad, y salió de la cama para vestirse. Yo me levanté tras ella para darme una ducha rápida, ordenar un poco el living y ponerme al menos una remera y un short. Jazmín me prohibió usar ropa interior. Ella, por su parte, se puso una pollera cortita encima de la bombacha blanca que ya había usado, y un corpiño haciendo juego. Le dio unas pitadas a un fasito, se ató el pelo y se agachó para mordisquearme el bulto por arribita del short, mientras yo bebía un licor de cereza del pico de la botella. En eso, una bocina rompió el silencio de la noche, y luego el timbre anunció la llegada de nuestro invitado.
Los dos fuimos a la puerta. Pero ella le abrió. Enseguida se le colgó de los hombros, y le dio un piquito en los labios, sin que el pibe pudiera interpretar si aquello era parte o no de la realidad. Ni bien cerró la puerta nos dirigimos al living. Nos presentamos. Yo le estreché la mano y le ofrecí algo de tomar. Dijo que una birra estaba bien. No quiso fumar porro, y eso pareció no agradarle a mi esposa que, entretanto le vendaba los ojos con un pañuelo.
¡mirá nene, ni me acuerdo cómo te llamás, y no me importa! ¡no es importante para mí! ¡te cuento que mi fantasía, es cogerme al amigo de mi esposo! ¡así que, desde ahora tu nombre es Santiago, y sos ciego! ¡por eso te vendé los ojos! ¿me entendés?!, le explicó Jazmín mientras le devolvía el vaso de birra y le ajustaba mejor el nudo del pañuelo que lo cegaba. El pibe asintió con la cabeza con una leve incomodidad, pero se dejó mimosear la pija por las manos de mi esposa, y por lo que alcancé a ver, la tenía re parada. Solo se la masajeó por encima de la ropa, aprovechándolo sentado y bebiendo. Yo le recargaba el vaso con más cerveza por solicitud de Jazmín. El pibe no tenía permitido usar las manos ni para acariciarle el pelo.
Jazmín hasta ese momento estaba de rodillas junto al sillón. Desde allí fue que de repente desordenó mis esquemas cuando me dijo con un dedo en la boca: ¡amor, vení, tocale la pija a tu amigo! ¡no sabés lo dura que la tiene!
Yo lo hice, envuelto en un desconcierto que de igual modo me atraía. Total, era por encima del pantalón. Sinceramente no podía creer que ese flacucho lleno de granos portara semejante trozo de pija, mientras Jazmín me pasaba la lengua por la cara, la nariz y el mentón. Le hice un gesto para darle a entender que para mí no llegaba a los 18, y ella me compartió al oído la misma sensación.
Entonces, le empezó a besuquear el cuello y las orejas, acariciándole el pecho, diciéndole con una morbosa compasión: ¿te gustó que te hable como una nenita en el teléfono? ¿llegaste a pajearte nene? ¿te imaginaste que te podías topar con una putita como yo? ¿eee? ¿vos me tenés ganas también pendejo? ¿querés que te la chupe? ¡dale Santi, vos tocame las tetas, apretalas, que si te portás bien, me saco el corpiño!
El chico casi no hablaba, pero poco a poco respiraba con mayor desenfreno, porque mi esposa le apoyaba las gomas en el bulto, y le besuqueaba el abdomen levantándole la remera de los Collins que traía. Seguía bebiendo, y no sabía qué hacer con sus inquietas manos. Yo le entraba al porrito que Jazmín dejó en la mesa ratona para relajarme un poco, y le acariciaba el culo a mi esposa. Ella misma empezó a pedirme desesperada: ¡pegame en el culo gordi, que me estoy portando re mal!
Entonces, le sacó la remera para arrojarla al suelo, siempre con la consigna clara de no destaparle los ojos, bebió un vaso de cerveza para tirarle su aliento en la cara, y empezó a besarle el pecho y a morderle las tetillas, diciéndole con las gomas al borde de rozarle el rostro: ¿sabés la cantidad de veces que me desperté caliente, soñando con tu pija, con el sabor de tu leche, tus manitos en mis tetas, con tus dientes mordiéndome toda pendejo?!, mientras yo le desabrochaba el corpiño y le acertaba varios azotes a su cola casi al aire por el revolotear de su pollera.
¡te juro que me hago pichí por vos nene! ¿tenés novia? ¿te la cogés bien cogida? ¿te ordeña la verga?!, le decía, ahora sentada sobre su virilidad, restregándole el culo de atrás hacia adelante.
De repente solicitó de mis servicios, tan solo para que le abra el jean al pibe y que le saque la pija afuera del bóxer.
¡dale amor, quiero que lo pajees a tu amiguito, y yo me lo como a besos!, me pidió Jazmín, agarrándole las manos al desconocido para posarlas en sus tetas desnudas. Yo le hice caso a medias. No llegué a pajearlo. Aquello era demasiado para mi libertinaje de perversiones. Pero al menos le sacudí el pito, y con eso mi esposa se conformó. Para colmo lo tenía hecho un ladrillo el mocoso!
¡vos tocame las tetas nene, que no me las podés ver, pero las podés tocar, lamer, morder, oler y chupar! ¡me tenés hecha una nena calentona Santi, así que dale, tocame las tetas pendejo, apretalas fuerte, y pellizcame los pezones guachito!, le decía en una mezcla de sollozo, gemido y balbuceo, prácticamente echada sobre él, besuqueándolo por completo, refregándole las tetas en el pecho y jugando con el pito del nene.
En un momento le palpó el calzoncillo y mientras detenía sus movimientos le dijo: ¡eeepaa nenito, no me digas que te acabaste encima, y no me avisaste! ¡tenés el bóxer mojado papu!
El pibe se defendió de inmediato, le explicó que no tuvo tiempo de cambiarse por llegar lo más rápido a casa, y que se acabó encima escuchándola decirle chanchadas al teléfono. Jazmín le respondió con unos tetazos en la cara, exigiéndole que se las chupe y muerda, diciéndole: ¡dale Santi, mordelas, comete mis pezones, que los tengo re duros por vos, dale pajero, mirá cómo se te pone la verga!, a la vez que se la apretaba. Al pibe se le escapó un temible: ¿qué puerquita que sos nena!, y mi esposa explotó de júbilo. Para colmo, el guacho, o era lampiño, o se depilaba los vellos del pubis, y a Jazmín aquello le enternecía aún más!
¿por qué me decís que soy una puerca pendejito atrevido?!, le gritó al tiempo que le daba vuelta la cara de un cachetazo. El pibe atinó a defenderse con las manos, pero al recordarse imposibilitado de la vista se quedó en el molde, apenas para pronunciar: ¡es que, nada, me re calentás putita!
Ella me pidió que le suba la pollera, le baje la bombacha y le frote la verga en el culo, mientras se arrodillaba para colocarse entre las piernas del intruso, y al fin comenzar con su propuesta original.
¡apoyámela toda amor, pegame con la pija en la cola, porque soy una alzada de mierda, que se quiere garchar a tu amigo!, decía extasiada, mientras le olía, escupía y pajeaba la verga al flaco.
¿querés que te la chupe guachito asqueroso?!, llegó a pronunciarle antes de metérsela en la boca por primera vez. Veía que su cabeza tintineaba, que varios chorros de saliva se le escapaban de los labios para perderse en el calor de sus huevos, y que el pibe le ordeñaba las tetas como si fuesen las ubres de una vaca. Gemía apretando los dientes, intentaba despegar el culo del sillón para que su pubis impacte contra su cara y así llegar al fondo de su garganta, y transpiraba como un cerdo en el matadero. Pero ella le clavaba las uñas en las piernas para inmovilizarlo, aunque no dejaba de insultarla.
¡aaay, qué hija de puta, tragate toda mi verga, hacelo cornudo a tu macho zorrita!, se atrevía a gritarle el descarado.
Todo sucedió de repente, con el fragor de lo inevitable, los demonios del descontrol, o las permisiones que la noche nos concedía maliciosa. Jazmín embebía presemen y su propia saliva de la verga del pibe, y mi pene comenzaba a fundirse en los adentros de su conchita en llamas con un ritmo feroz, el que no estaba segura de que mi pelvis pudiera soportar. Me dolían las rodillas contra el suelo. Pero la versión de mi esposa atragantada por la pija de ese afortunado me carcomía la razón. La cerda eructaba, gemía, lo pajeaba, le lamía y escupía los huevos, se pegaba con la puntita en los labios abiertos, la conducía hasta su garganta para que sus arcadas repiqueteen en un pornográfico glup glup glup, y le agregaba a su repertorio unos buenos tetazos a su erección. Además, tomaba cerveza del pico de la botella, se echaba un poco en las gomas y se incorporaba rápidamente para eructarle en la cara.
Yo seguía penetrándole la concha con la fiereza de un animal prehistórico, marcándole mis uñas en la piel, nalgueándole ese culo esplendoroso y manoseándole las tetas. Alguna que otra vez la hice chillar cuando le retorcí los pezones con fuerza. Todo hasta que el pibe, que no paraba de gemir, enredarle los dedos en el pelo y suspirar, le dijo tartamudeando inocente: ¿cómo es eso que, vos te, te hacés pis? ¿eso dijiste antes, peterita?!
Jazmín le dio unas escupidas a su pija, se la secó un poco con las tetas, movió el culo para sacarme de encima de sus caderas y me pidió: ¡sacame la bombacha gordito!
Yo lo hice, tan al borde del abismo como sus razonamientos.
¿a vos te gusta eso? ¿te copa la onda de, que, una, chica te, te haga pis?!, le dijo Jazmín al oído, casi echada sobre él. El falso Santiago no respondió, pero luego de que mi esposa le desatara un concierto de lamidas y mordidas a sus tetillas, no le quedó otra que reconocerlo.
¡síiii bebéee, meameee, meame todo, haceme pichí putitaaa!, dijo al fin el mocoso, intentando meterle mano a la desnudez de mi esposa. Entonces, Jazmín le sacó el pantalón y el bóxer a los tirones, sin percatarse que el pibe se había enlechado el pubis y la verga. Seguro no pudo hacer nada para contrarrestar a los embates de su lengua y dientes en su pecho, y le saltó la leche sin premeditaciones. ¿a mí me habría pasado lo mismo!
Cuando se dio cuenta se hincó a lamerle las gambas, el pito, los huevos y la panza. Digamos que cada porción de su piel en la que hubiera resabios de semen. Al pibe se le había deshinchado la verga, pero no del todo.
De pronto me dijo, sin detener el besuqueo con el que lo hacía gemir otra vez: ¡gordi, hacele oler mi bombachita! ¡apretásela contra la nariz!
Yo tomé su prenda empapada de jugos, y mientras le nalgueaba el culo a la sádica de mi esposa, presionaba esa tela cual trofeo divino en la cara del incrédulo, con la verga a punto de dolerme de tan dura que la tenía. Jazmín lamía y sorbía, entretanto me manoteaba el pito para pajearme, y yo le restregaba ese calzón mojado hasta por la boca a ese insolente.
El pibe no paraba de subir y bajar a las puertas del Olimpo con semejante diosa del pete, derrotada ante su erección. Jazmín se le sentó encima ofreciéndole las tetas a su boca para refregarle la concha en el pito.
¿querés que te haga pichí nenito maricón? ¿ahora querés que esta puerquita te mee la verga bebito?!, le decía sin moderar el volumen de sus cuerdas vocales, ni los movimientos de su pubis contra el suyo. A la misma vez yo le apoyaba la verga en el culo con todo, y ella me pedía que le muerda los hombros y el cuello. El pibe jadeaba, le decía que sí a todo, y le pedía que se haga pis de una vez. Por eso Jazmín no tuvo piedad de su estado de apareamiento, y poco a poco le descargó un torrente de líquido amarillo, caliente y espumoso que descendió por el sillón hasta empapar un buen trozo de la alfombra. Parecía aliviarse con frescura, mientras el pibe le comía las tetas como si fuese una criatura recién nacida, y le metía los dedos en la boca para que mi esposa se los muerda y lama con una grosera sensualidad. Entretanto ella le decía: ¡uuupaaa, me parece que a vos te gustan las cosas chanchitas bebé, porque, ahora que te hice pichí, se te puso la verga más dura! ¿querés coger guachito? ¿tenés más lechita para mí? ¿me la querés meter toda en la concha pendejo?!,, al tiempo que se le frotaba toda encima de su cuerpo con su sexo a punto de devorarle la pija.
Pero mi esposa quiso llegar un poco más lejos, y aunque me pidió permiso para desarrollar el fin de su plan, ni siquiera esperó a que mis bondades lo analicen. Enseguida se levantó, sacudió al pibe de un brazo para ponerlo de pie, se despatarró boca arriba en el sillón transpirado, y después me reclamó: ¡dale gordi, guíalo a Santi para que me coja!
Me tuve que hacer cargo de acomodar al pibe todavía privado de la luz entre las piernas de mi esposa, y entonces ver cómo ella colocaba su tremendo trozo de músculo adentro de su concha. Empezaron a moverse con lentitud, como no queriendo hacerlo, o acaso faltos de seguridad. En eso, impulsado por el fuego que me consumía las tripas, le di un par de nalgadas al pibe mientras acercaba mi pija a la boca de Jazmín.
¡cogela guachito, dale forro, dale bomba, movete puto del orto, garchala bien, no ves que la muy puta quiere verga? ¡dale verga nene, largale la lechita adentro mariconazo, hacete hombre pajero, dale guacho, graduate con esta putita!, le gritaba al pibe mientras la lengua de Jazmín no tenía lugar para mencionarle nada. Mi pija había logrado apagarle los gemidos para que sus dientes, su saliva y sus labios carnosos me hagan el mejor pete de mi vida.
Cuando la escuché decir, en uno de los momentos en que se la saqué para que pueda respirar: ¡cogeme la boquita perro! ¡y vos haceme un bebito Santi!, pensé que nada sería lo mismo entre nosotros. Un terrible lechazo comenzó a sacudirme desde las piernas al mentón, a fluir furioso desde mi tronco a su boquita sedienta, y a convertirse en una nube perversa en los ojos endiablados de mi esposa. Había perdido noción de lo que hacía el pibe durante ese idílico renacer de mi orgasmo intensísimo. Cuando pude recuperarme, vi que ella lo agarraba de las nalgas y le pedía más velocidad, todavía saboreando mi leche. El guacho la bombeaba con todo apretando los dientes, impactando su torpe rostro contra sus tetas y jadeando cada vez más cerca de inyectar sus pistilos en la fuente de mi esposa.
¡tomaaaá putaa, te acabo tooodoooo!, gritaba mi supuesto amigo, arqueando el cuerpo y babeándose sobre sus gomas, mientras ella le pegaba en el culo, le arañaba la espalda y las piernas con las uñas, y también le pregonaba a garganta pelada: ¡síii, dame pendejo, enlechame toda, llename de leche pendejito babosooo, dame pijaaa, volveme locaaa, la quiero todaaa!
Apenas el pibe terminó de descargar la última gota de su esencia en la conchita de Jazmín, lo ayudé a levantarse y lo guié hasta uno de los sillones individuales. Le ofrecí pasar al baño, beber algo más, o al menos lavarse la cara en la cocina. Pero no quiso nada de eso.
¡bueno nene, ahora, una vez que esta chiflada se levante del sillón y raje para la pieza, podés sacarte la venda de los ojos! ¡te vestís en silencio y te vas! ¡acá tengo la plata para el taxi, y mil pesitos más por la buena onda de prenderte a esta locura! ¡aaah, y otra cosita! ¡te olvidás de nosotros! ¿estamos?!, le expliqué al fin, tomando la manija del asunto.
¡no Jazmín, basta! ¡andá y duchate si querés! ¡pero el chico se va! ¡ya fue suficiente por hoy! ¡ya te cogiste a Santiago! ¿estás conforme?!, le decía alcanzándole la pollerita y la bombacha, estirándole los brazos para ayudarla a incorporarse de las virtudes del sillón. Por suerte Jazmín no se opuso. Es más. Acató mi decisión sin poner cara de orto, como suele hacerme cuando algo le incomoda, o no le satisface. De igual forma, antes de irse le apoyó las tetas en la cara al pibe mientras yo le pedía un taxi, y el guacho se las mordió a la vez que ella se pegaba en la cola, y le hacía oler su bombacha por última vez.      Fin

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