Marcelo, Felipe y yo atravesamos casi por las
mismas situaciones. Los tres somos amigos desde el colegio secundario, tenemos
hijos, trabajos estables, unas lindas cifras en el banco aunque, poca fortuna
en el amor. Felipe y Marcelo están divorciados, y mi esposa me dejó hace un año
para irse a vivir con su amante Diana, casualmente mi mejor amiga de la
infancia. De haberlo sabido les hubiese pedido una cama para tres, y todos la
pasábamos bomba. Pero lo cierto es que aprendí a tomarme la vida con humor, al
igual que mis amigos.
La ex esposa de Felipe me convenció de que lo
mejor para mi vida era contratar a una niñera, ya que me hice responsable de
Nicolás de 5 y de Eliana de 8 años, con todo el amor del mundo. Pero un padre a
veces no puede estar en detalles tan maternales, y claramente yo no podía
abarcarlo todo. Mi esposa, porque aún estamos casados, prefirió que nuestros
hijos no estorben su romance con Diana. Al punto que, en oportunidades yo era
el que debía llamarla cuando los niños preguntaban por ella con insistencia.
Una vez estuvo más de dos meses sin visitarlos.
Cuando la ex de Felipe me dio el número de
Susana, no dudé en telefonearla. Pero su carácter, su voz áspera y madura, su
evidente poca flexibilidad e información didáctica, y otros elementos me desalentaron
de inmediato. No obstante, la escuché cuando me habló de Lola, su vecina de 19
años, que ya estudiaba para maestra jardinera, y que buscaba trabajo urgente,
en especial para interactuar con los chicos. Me pasó su celular, le agradecí
por su tiempo y colgué en cuanto me aseguró que comprendía los motivos por los
que no la contrataría a ella, con una fingida amabilidad.
La voz de Lola en cambio, era una melodía de glicinas
que olía a primavera recién regada, y su ternura se hamacaba en mis oídos
cuando me juró que es capaz de cualquier cosa con tal de contentar a un niño y
a sus padres. Al otro día la conocí, porque la cité en el despacho de mi
estudio jurídico. Le pedí que tome asiento en cuanto mi secretaria nos dejó a
solas, y mientras hojeaba la carpeta con sus pocas referencias, su curriculum y
sus datos, me dejaba invadir con su perfume tan agitado y nervioso como la
expectativa de sus ojos celestes. Le serví un café de máquina y le conté lo que
más o menos precisaba de sus servicios.
¡Alguien que esté con los chicos desde
temprano, hasta por lo menos las 6 de la tarde, que se ocupe de jugar con
ellos, de llevar a Nico al jardincito y a Eliana al colegio! ¡De la limpieza de
la casa y la comida se encarga Rosalía, por lo que no tenés que renegar con
eso! ¡Tu única tarea es estar con los chicos! ¡Así que, si estás de acuerdo con
el sueldo que te ofrezco, y si hay química con los dos, el trabajo es tuyo! ¡La
verdad, yo también necesito resolver este tema cuanto antes! ¡Por supuesto que,
tengo que ponerte a prueba por una semana! ¡De paso conocés la casa, y te vas
organizando con el transporte para llegar! ¡Por cierto, eso te lo pago aparte,
como cualquier hora extra que eventualmente necesite, y vos puedas, desde
luego!, le dije como para resolver el tema mientras ambos nos levantábamos
hacia la puerta de salida.
Lola no podía ocultar la felicidad que la
movilizaba. Me agradeció varias veces, y me prometió ser la mejor niñera del
mundo, cuando le di mi tarjeta personal para que se comunique conmigo por si
acaso. Mientras la veía irse, mis ojos por poco le bajan de un tirón la calcita
beige que le dividía esa cola en dos manzanitas frescas. Me la imaginé suave y
virgen, moldeable y sabrosa para el tacto de mis dientes, y tuve una erección
que, hasta mi secretaria se sintió incómoda cuando le fui a preguntar si algún
cliente me esperaba en la sala. Entonces, me la imaginé subiendo al colectivo
apestado de gente, para viajar parada hasta la entrada de su barrio, soportando
las apoyadas de varios tipos contra sus redondeces. Hasta que se sofoca por el
calor y las ganas de coger, y al fin se baja la calza para mostrarles a todos
que no trae bombacha. Pero esa fantasía quedó en suspenso cuando irrumpió en mi
oficina el flaco Aguirre, mi cliente más antiguo. Uno de los que más me dio de
comer en los últimos años, ya que está envuelto en asuntos del fútbol
profesional.
Finalmente el día de mañana llegó como una
bocanada de aire tropical. Lola conoció todos los rincones de mi casa, miró los
dibus con los chicos, jugó y se rió con ellos como hacía mucho tiempo no los
veía tan felices, y les concedió algún caprichito. Pasó con éxito su semana de
prueba y, entonces se quedó con el empleo. Los chicos la adoraron desde el primer
día, y yo confío mucho en ella, porque aún sigue en casa. Creo que más contenta
desde la tarde en que le acerqué otras propuestas.
Cuando Lola cumplió seis meses de juegos,
risas y aprendizaje, no sé por qué extraña razón comencé a tener sueños con ella.
Su cola se inmiscuía en mi precaria imaginación, y poco a poco, solo me bastaba
oír su voz en alguna parte de la casa para que la pija se me vuelva como de
piedra.
Una tarde, Felipe y Marcelo vinieron a casa a
tomar un café, y la conocieron. Los dos quedaron tan embelesados como yo con su
figura, su aroma y su juventud derrochando partículas de simpatía.
¡No me digas que todavía no la metiste en tu
cama!, dijo Marcelo en medio de una conversación apenas Lola cruzó la puerta
para salir al patio. Felipe dijo que ese caramelito tenía que pasar por sus
manos, y Marcelo habló maravillas de su cola.
¡Che Marcos, ¿Y nunca le ofreciste más guita
para que te haga un pete, o lo que se te ocurra?! sugirió Marcelo, cada vez más
entusiasmado. No me pareció una locura. Al punto de que al final de nuestro
encuentro le prometí que algo le propondría, y que ellos serían los primeros en
saber de sus reacciones.
Entonces, un lunes que decidí no ir al
trabajo, mientras ella jugaba agachadita en el living con los chicos, y yo
tomaba un café en la cocina, como si alguien me hubiese dictado lo que tenía
que hacer, la llamé y le pedí que cierre la puerta. Lola accedió de inmediato,
y yo se lo tiré de una.
¡Che Lolita, ¿Querés ganarte unos cuantos
pesitos más?!
La chica me miró desconcertada. Pero en sus
nervios había una cuota de curiosidad que terminó de arrancarle las palabras.
¡Sí señor Marcos! ¡No me vendría mal! ¡Pero,
¿Qué tengo que hacer?!, se entregó solita a mis desatinos.
¡Vos cerrá los ojos!, le dije, y en cuanto lo
hizo con cierto apuro, tal vez con algo de desconfianza, pues, tenía que
llevarle un jugo de mango a Nicolás, la tomé de la cintura y la dirigí contra
la pared, dándome la espalda.
¡Quiero que me pares bien la cola, y me la
tires para atrás!, le susurré, sabiéndola sin el menor esfuerzo por impedirme
nada. Cuando lo hizo quebrando su cinturita, la meneó un poquito, y entonces le
apoyé mi bulto hinchado entre esas nalgas como para llenarlas de mordiscos y
palmadas, y se lo froté de lado a lado, de arriba hacia abajo, y en forma
circular, sosteniéndola de las caderas, y embriagándome con su perfume frutal.
Ella suspiró sin brillo, pero agitando a las mariposas que circundaban por mi
abdomen, y se animó a cumplir con mi último pedido.
¡Mostrame aunque sea un pedacito de tu
bombacha, preciosa!, le dije despegándome de su cuerpito gentil. Ella, sin
abrir los ojos, y todavía con las gomas junto a la pared, estiró el elástico de
su calcita floreada para que mis ojos se iluminen con el rojo intenso de una
tanga que se le metía en la cola.
Pero de repente el encanto se rompió, y ella
se dispuso a servir jugo en un vasito para volver al living con los niños,
mientras murmuraba: ¡Esto no puede ser! ¡No es correcto!
Fue todo tan rápido que, no tuve tiempo de
internalizar lo sucedido. Cuando se fue le dejé mil pesos en la cartera, los
que al otro día me quiso devolver.
¡Yo no soy ninguna puta señor Marcos, y esto
no me corresponde!, me dijo disgustada ni bien entró a casa. Entonces, le dije
que nadie iba a enterarse. El tema quedó en suspenso, hasta la tarde en que le
preguntó si alguna vez le pagaron por sexo. Dijo que no rotundamente. Y fue
allí cuando me armé de valor para decirle: ¡¿Y no te animás a chuparme la pija,
ahí, agachadita debajo de la mesa?!
Su rostro se convirtió en la postal del
desconcierto. Pero aún así caminó como si sus pasos se deslizaran por el
parquet, y se detuvo justo al lado de la mesa, donde luego se agachó, y yo me
senté en la primera silla que agarré. Su cuerpito armonioso se perdió en la
penumbra de la madera, pero su boca se precipitó con dulzura sobre mi glande
húmedo, después de que sus manitos juguetonas desprendieron mi pantalón de
vestir para hacerse de mi pene tan erecto, como seguro lo estaban sus pezones.
Lo lamió, el corazón me flotó en el pecho. Le dio una mordidita a mi tronco
venoso, y me atraganté por no saber si respirar o tragar saliva. Succionó una y
otra vez, la olió entre sutiles jadeos, presionó la base con sus dedos mientras
le pasaba la lengua a mi cabecita, y me emocionó con el calor de su boca a
merced de mi eyaculación cada vez menos controlable. No habíamos acordado qué
hacer con el semen. Pero no hubo tiempo para disertaciones. Por no tanto, creo
que hasta le dije: ¡Te amo guachita de mierda!, cuando mi pene en un estado
total de satisfacción le llenó los labios con su estallido interminable,
mientras su saliva me empapaba los testículos, su boquita me carcomía con
tantas chupadas y su lengüita me subía al cielo con sus lamidas obscenas.
Cuando quise acordar, Lola estaba parada a mi
lado, mostrándome que algunas gotitas de mi leche le habían manchado la
remerita. Desapareció sin darme reacciones ni análisis. Pero ese día volví a
recompensarla con mil pesos en su cartera. Esta vez no me los despreció. Además.
Adjunté el dinero a un papel en el que escribí: ¡Sé que no sos ninguna puta!
¡Simplemente, vos necesitás plata, y yo algunos mimitos sexuales!
Por la noche tuve que masturbarme como un
adolescente recordando las maravillas de su boquita, su perfume y su remera
manchada. ¡Encima le descubrí los pezones duritos, y eso me empalaba aún más!
Los días se iban sucediendo uno tras otro,
aburridos, rutinarios y con demasiado trabajo. Pasó un mes hasta que volví a
solicitarle algo osado. Esa tarde la sorprendí en la cocina, preparando una
torta con Eliana. En un impulso le pedí a mi hija que me vaya a comprar
cigarrillos al kiosko. En cuanto le di cien pesos la pibita salió corriendo, ya
que le prometí que con el vuelto podía comprarse lo que quisiera. De pronto, y
ya a solas, le pedí a Lola que se siente sobre la mesa, que se desprenda la
blusita y se desabroche el corpiño, que para mi fortuna se ajustaba desde
adelante. Tenía las manos llenas de crema de leche, y eso me motivó a pedirle
que se lama los dedos, y que a continuación se toque las tetitas. Cuando se las
vi rosaditas, pequeñas, casi tan comestibles como tiernas, ardí en deseos por
tocárselas. Pero le pedí que ella misma se las toque, se las acaricie y rodee
sus pezones con los dedos enchastrados con crema y saliva. Ella no se oponía a
nada. Además me abría las piernas para que mis pupilas le descubran hasta lo
delicado de su bombachita que traía bajo su falda cortita. Esa vez no le pedí
que me la chupe, pero tuve que pajearme frenético y desencajado ante sus ojos
apretados de calentura. ¡Esa chiquita no podía mentirme! Le gustaba el riesgo
tanto como a mí, y se le notaba demasiado. Ella seguía frotándose las gomas,
lamiéndose los dedos y levantándose la pollerita para que sus muslos sean mi
porción de atardecer, tan intenso como intrigante, hasta que un sacudón
eléctrico me sacudió a la realidad tras liberar todo mi semen en mis manos, el
que ella debió limpiarme luego con bastante papel de cocina. Acabé en el
preciso momento en el que mi hija entraba a la casa, ansiosa por seguir
decorando la torta con su niñera favorita. Claro que, entretanto yo les iba
contando a mis amigos de las delicias que se tenía guardadas la mocosa. Se les
notaba la envidia en los audios de whatsapp que me enviaban, y eso me inflaba
el pecho de orgullo.
Una vez casi nos descubre la sirvienta, y eso
porque mis instintos no pudieron manejarse de tanta sangre de león en celo
fluyendo por mis venas. Era el mediodía. Yo terminé con éxito una audiencia y
me fui a casa temprano, y, entonces la vi a mi Lolita tomando un jugo sola en
la cocina, luego de haber llevado a los chicos al cumple de uno de mis
sobrinos. No me contuve porque no se me dio la gana. Le quité el vaso y le metí
los dedos en la boca sin preámbulos.
¡Lamelos bebita… comete mis dedos como si
fuesen pitos… dale chanchita!, le dije observando el fuego de sus mejillas.
Ella lo hizo divertida, y sin más se hincó sobre sus piecitos para fregar su
cara en mi dureza, de la que se apropió como toda una experta con sus manos
escurridizas y su boquita de remolinos infernales. Esa vuelta la agarré de los
pelos para cogerle cada jadeo que se le escapaba de la garganta, para darle
vergazos en esos cachetitos rosados, para que me lama los huevos y me masturbe
pidiéndome la leche con una cierta carga incestuosa que me pervertía los
circuitos nerviosos.
¡Dame la leche papi! ¡Dale que tu nena quiere
la leche bien calentita, rica y dulcecita, quiero lechita papi, dale, no seas
malo que yo me porto bien!, decía cada vez que su lengua se despegaba de mi
virilidad. Mis manos la recorrieron toda. Logré desabrocharle el corpiño y
amasarle las tetas un buen rato. También le hice masajitos en la chocha, por
encimita de su calza atigrada, y la temperatura de su entrepierna era una
caldera. Ahí fue que gimió indecente, desatada de complejos y consecuencias,
dispuesta a recibir mi leche caliente, toda para su boquita golosa. Entonces,
mientras la nena se empachaba con mi semen, como yo estaba apoyado en la mesa,
producto de la euforia que me sofocaba, creo que de un manotazo tiré la jarrita
de vidrio con jugo y un vaso al piso. El estruendo alertó a María de inmediato,
y Lola tuvo que disimular con mucho arte, desde sus palpitaciones hasta las
manchas nuevas de semen en su camisita. Evidentemente, lo que no se tragaba se
lo escupía, o simplemente dejaba que parte de mis chorros le salpiquen lo que
sea, y eso le atraía.
¡Señor Marcos! ¡Le digo que, por las dudas, va
a tener que hablar con Eliana, porque, la seño le mandó una nota! ¡Parece que la
nena anda con olor a pis en el colegio, y yo lo noté algunas veces!, me dijo la
tarde siguiente, antes de marcharse. Le agradecí por el informe, y se me
ocurrió invitarla a charlar del asunto en privado.
¡Bueno Lola, acompañame, que no quiero que Eli
escuche nada, y me contás mejor! ¿Sí? ¿Te quedás un ratito más?!, le propuse
lleno de regocijo, y nos dirigimos a mi cuarto. Los nenes miraban la tele, y
María ya se había retirado.
Apenas entramos la empujé para que cayera boca
arriba sobre mi cama, a la vez que le decía: ¡Así que mi Eliana anda con olor a
pichí? ¿Y vos nenita? ¿Te cambiás la bombachita para venir a trabajar? ¿O
también le tengo que escribir a tu mamita?!
Ella se reía con nerviosismo, pero disfrutando
de mis manoseos a sus piernas y a su sexo sobre la calcita. Hasta que se la
llevé a las rodillas, y entonces me sentí en el cielo ante la visión de sus
labios vaginales dibujaditos en una bedetina blanca, con algunos brillitos de
flujos en el centro. Acerqué mi nariz y mis dedos para encenderla, y ella me
desquició absolutamente.
¡Oleme papi, dale, fijate si me mojé, o si
tengo olor a pipí en la bombacha!, dijo chupándose un dedo y liberando solita
sus tetas del corpiño para jugar con ellas. Le di unos mordisquitos en la vulva
antes de correrle la bombacha, y al fin mis dedos conocieron el calor resbaloso
y estrecho de su vagina, lo estrecho de su clítoris gordito y mis labios el
sabor de sus jugos abundantes.
¡Chupame toda perro! ¡Dale que soy re puta, y
me encanta tu verga!, me gritaba fuera de todo juicio cuando mi lengua se
inmiscuía derrotada en su semilla fértil, y mis pulmones se enamoraban de su
fragancia, y sus dedos se enredaban a mi pelo canoso para que la someta a más
lamidas, penetradas y frotaditas. Le pellizcaba la cola jurándole que su bombacha
tenía olor a pis, aunque no fuera cierto, y le dije que no podría llevársela a
casa, y que yo se la tendría limpiecita para mañana. Eso le gustaba demasiado a
la pendeja. Tanto que su orgasmo llegó mientras me decía: ¡Quiero que me laves
el culo, y que me cojas en la ducha papiii, y que me pongas la bombachita llena
de tu lecheeee!
Como no me gusta prometer en vano, le prohibí
llevarse su bombacha, y la recompensé gentil con 2000 pesos extras. Por la
noche me dediqué a pajearme con el aroma sutil de esa pérfida mujercita
impregnado en ese trofeo, siempre dispuesta a todo, y mi desenfreno se la
enlechó tres veces. Me imaginé a María lavando esa bombacha, y tuve una nueva
erección. Pero ya no pude atenderla como se lo merecía porque la pija me dolía
luego de tremenda jornada sexual. Por otro lado, seguía detallándoles a Felipe
y a Marcelo de mis aventuras con la mocosa. Marcelo insistía con que teníamos
que enfiestarla juntos, y Felipe no paraba de solicitarme una tarde con Lola y
así cumplir su fantasía.
Al día siguiente le devolví su bombacha, y fue
apenas la vi meterse al baño cuando los chicos tomaban un licuado en el patio.
¡Uuuy Marcos, me asustó! ¡No sabía que llegaba
temprano hoy día!, me dijo con cara de mosquita muerta, a punto de bajarse la
calcita.
¡Tomá tontita, tu bombachita! ¡Tiene un
jaboncito especial! ¡Y me voy a quedar acá, hasta que te la pongas! ¡Pero
primero olela!, le dije con la pija como de mármol, y los sentidos en corto. A
la sucia no le bastó con olerla. También la lamió y se la pasó por la carita al
descubrir que mi semen yacía fresco por cada rincón de la tela.
¡Qué viciosa que sos chiquita!, le largué
cuando se sacaba la calza para ponerse la bombacha, sin intenciones de taparse
nada. Después se puso la calza y me dijo que necesitaba hacer pis. Entonces, la
engañé poniendo mi mano en el picaporte de la puerta como para irme, y en
cuanto se sentó en el inodoro, pelé mi pija para introducirla en su boquita de
fuego. Era un estruendo de ángeles desbocados aquel cuadro libertino, porque
sus labios sorbían mi virilidad y mis jugos, mientras sus chorritos de pis me
enternecían cayendo en el cuenco sonoramente. No podía durar demasiado. Ni bien
alcanzó a balbucear: ¡Deme la lechita en la boca, que soy re lecherita!, mi
pija detonó un conjuro seminal que le aturdió la garganta y le sofocó el
espacio de su oxígeno insuficiente. Se tragó todo lo que pudo, eructó como una
cerdita inmunda, y quiso que la ayude a subirse la ropa, saboreándose y
rozándose las gomas, mientras murmuraba: ¡Y encima tengo su jaboncito en mi
bombacha don Marcos! ¡Me voy a volver loca!
Ahí se me ocurrió pedirle que no se cambie la
bombacha hasta el viernes, y teniendo en cuenta que era miércoles, eso me hacía
sentir su amo, que ella me pertenecía.
Al día siguiente la encontré parada en el
patio, meta mensajearse con alguien mientras colgaba un toallón en la soga de
la ropa. La agarré de los hombros, y luego de quitarle el celular, le pedí que
suba los brazos y se aferre a la cuerda repleta de sábanas limpias. Le di tres
nalgadas, le lamí la nuca, le chupé las orejas diciéndole: ¿Con quién hablabas
zorrita?!, y finalmente le desabroché el corpiño para comerle esa espaldita a
besos.
¡Con una amiga! ¡Nada importante señor! ¡Pero
comeme toda, me estoy re mojando, me calienta mucho esto, basta don Marcos!,
decía entre gemidos acelerados, cuando yo colocaba mi pija erectísima entre el
elástico de su calza y la línea divisoria de sus nalguitas para empujarla,
frotarme contra ella, moverme de un costado al otro, y para hacerle sentir a su
agujerito que mi derrame seminal estaba cada vez más cerca de invadirla. Cuando
estiré mi mano para masajearle la vagina, la guacha amagó con bajarse la calza,
y medio que se le escapó del pecho, como un grito desolador: ¡Tocame las tetas,
y pajeame toda perro!
Entonces, le di una cachetada acompañada con
un tirón de pelo y una arremetida furiosa de mi pubis contra su culo, mientras
le decía: ¡Callate tarada! ¿O querés que María te escuche? ¡Mirá que, si nos descubre
te quedás sin trabajo, y sin esta pija guachita!
Entonces, ella misma ahora impactaba su culo
contra mi pija, me lo refregaba, me lo ponía bien paradito para que mi glande
se convierta en pura sensibilidad, y me pedía la leche con un dedito en la boca,
además de que no deje de apretarle las tetas. No tenía intenciones de hacerlo
sufrir ni un minuto más. Por eso le regué del culo a las piernas, con un
suculento chorro de semen, justo cuando le colaba un dedo en la conchita,
siempre con su culo percutiendo en mi tronco, verificando que la humedad de su
piel provenía de sus flujos extasiados.
Pero, de repente la oigo que me reclama
mientras me separo de su cuerpo para arreglarme la ropa: ¿Cuándo me va a coger
señor? ¿Seguro que a la María esa no se la coge? ¡Aaaah, y no se olvide de
hablar con Eliana, que sigue yendo al cole con olorcito a pis!
No sé cómo fue que desapareció. Pero sus
palabras entraban en mi pecho como un presagio que no había que soltar. Ese
jueves me encerré en mi cuarto para charlar con Eliana, mientras recordaba que
Lola se había ido a su casa toda regada de mí, y me costaba concentrarme en el
tema. Tenía que cogerme a esa niñera atrevida, y ella lo estaba deseando!
Marcelo tenía razón, y entonces pensé que sería una buena idea compartirla,
como lo hicimos con tantas minitas en nuestra adolescencia. Había que
planificarlo bien. O sólo era preciso someter a Lola bajo nuestras reglas,
nuestra moral y aprovecharnos de su calentura? Por otro lado, pensaba en cuál
podía ser la fantasía de Felipe, y se me paraba la verga sin más, porque sé de
los fetiches de mi amigo, tal vez más de lo que debería. Esa noche llamé a
Lola, una vez que supuse que había terminado de cenar, solo para pajearme con
su voz. No tenía nada en concreto de qué hablar con ella. Pero la chica
instauró el tema de Eliana, y entonces le dije que ya estaba todo resuelto.
¿Está seguro que no hace cochinadas en el cole
su nena don Marcos?! ¡A lo mejor se hace pis porque, le gusta un nene! ¡Se moja
la bombachita como yo por usted, como ahora, que estoy re pajerita pensando en
su pija!, dijo la muy cochina mientras yo me enchastraba la mano de leche, y
acto seguido cortaba la comunicación. Por suerte nada era tan difícil con Lola.
Ya les contaré lo que pasó la semana siguiente, de esos inolvidables ratones y
calenturas. Mis amigos no se podían quedar afuera! Fin
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