La ciega María


María hoy tiene 17 años, unas tetas impresionantes para su pequeña espalda y, jamás perdió su buen sentido del humor. Es ciega, y no recuerda si vio alguna vez. La conozco hace más de 10 años, cuando mi familia y yo la adoptamos, por así decirlo.
Mi nombre es Carlos, y junto a mis padres y mis 5 hermanos vivimos de la mendicidad. Mi padre y yo vendemos tarjetas con frases que la gente espera leer en los colectivos, casi todas positivas. Mis otros hermanos y mi madre hacen lo que pueden pidiendo en las calles o juntando cartones. En general paramos en una casa abandonada, en Constitución. Somos felices así. Comemos todos los días, y aunque dormimos en colchones sobre el suelo, no tenemos muebles ni lujos, nos tenemos a nosotros.
Yo soy el mayor de mis hermanos con 24 años, y la única nena casualmente es la menor con 10. Pero sería injusto con María, a quien consideramos como una hermana más. Claro que, no voy a negar que los varones, sin contar a mi padre, estábamos embobados con sus tetas. En ocasiones, silenciosamente nos hemos masturbado muy cerquita de ella, una vez que se quedaba dormida por la noche. No teníamos prejuicios. De hecho, nuestros padres hacían el amor bastante seguidito, y ni les preocupaba que los viésemos. Pero, lo que los demás no tenían de María y yo sí, cosa que me distinguía, eran sus confesiones. Algunas me parecían tremendas, y más cuando la observaba tan frágil, timidona y súper inocente. Además su aspecto de pobrecita, aunque no es tan gestual, sus manos chiquitas y su voz apagada de brillos la hacían vulnerable. Es morocha, tiene el pelo largo con risos, le encanta usar vestiditos cortos, y hacerse la nena con los tipos para que le regalen cosas. Le fascina que las mujeres le den ropa. Aunque no tiene una cola de ensueño, más de una vez me embobé mirándosela envuelta en una bombacha rosadita mientras se las daba de bailarina ante un grupo de pibes en la plaza. Creo que verla descalza y torpe de movimientos me enternecía.
Yo sabía que su propia familia la abandonó a su suerte en los subtes, cuando tenía 5 años, y que desde entonces para ella la vida fue una aventura. A los 7 años mi madre se la encontró en un estado deplorable. Le ofreció su ayuda, y esa misma noche al menos tuvo un techo, algo caliente en la panza y un lugar en el que echarse a dormir. No fue fácil que se quedara con nosotros. No le gustaba andar sucia, con la misma ropa, ni comer cosas viejas o recalentadas. Pero pronto la necesidad le enseñó que esta sociedad no es justa, ni le guarda piedad a los marginados.
Recién a los 12 años se abrió camino para pedir en la plaza. A veces bailaba, otras cantaba con una guitarra de 3 cuerdas que encontramos en la basura, y otras veces solo se sentaba en el banco con las piernas bien abiertas para que cualquiera se entere que no traía ropa interior, gracias a lo provocador de sus vestiditos floreados. Cierta vez una mujer le trajo 5 bombachas nuevas y se las dio en la mano, mientras la agarraba de las orejas para explicarle que no podía hacer eso en un lugar público.
Más o menos por ese tiempo empezó a hinchar los huevos con querer bañarse. Entonces, sus primeros contactos sexuales llegaron de la mano de su propia urgencia. En frente de la casa vieja en la que vivíamos, había un edificio plagado de oficinas y consultorios. Una vez la vi hablando muy amistosamente con un tipo con traje y terrible cara de garca. Cuando volví de comprar puchos no los vi, pero no me preocupé. Tenía la corazonada de que María se había salido con las suyas, y que tal vez esta noche cenaríamos algo más rico que los desperdicios que dejan los chetos en los restoranes. A eso de las 10 de la noche María entra a la casa con el pelo mojado, con unas sandalias, un rico perfume y un vestidito suelto, sin una manchita. Además traía 3 cajas de pizzas. No quiso contar cómo las había conseguido. Pero a mí me lo confió todo, ni bien todos se durmieron con la alegría de haber cenado en paz.
¡Ese tipo me llevó a su departamento, me hizo bajarle el pantalón y agarrarle el pito con la mano, y después me puso de rodillas arriba de un sillón re cómodo! ¡Ahí me puso el pito en la cara, y yo solo debía lamerlo, darle besitos y metérmelo en la boca cuando yo quisiera!, se expresó libremente ante mis oídos atentos, mientras la tapaba, porque había bajado la temperatura. Lo bueno es que ambos dormimos en el mismo colchón.
¿Querés comer algo rico bombona? ¿Querés bañarte y dejar de tener los pies sucios, olor a pichí y a mugre chiquita? le decía el tipo cuando María se metió su pija en la boca, y el muy precoz le hacía tragar su semen. Después de eso se la llevó al baño y, una vez que estuvo limpita, con el pelo goteando y la carita feliz, el hombre la vistió con ropita de su sobrina y le dio las 3 cajas de pizzas. Yo la escuchaba fascinado, y aunque no quería inculcarle que ese era el camino, admiraba su forma y talento para obtener cosas.
¡Sí Carlos… también le hice un pete varias veces al de la panchería!, me dijo cuando sus 14 años le pronunciaban los senos, y la llenaban de hormonas.
¡Con él fue más fácil! ¡Le pedí 8 panchos, y cuando le dije que no tenía plata me hizo entrar al kiosquito! ¡Ahí le dije que me manosee toda si quería, y él me preguntó si sabía chupar pijas! ¡Como le dije que sí, me arrodilló pegadita a la heladera y me hizo chuparle el pito! ¡No paré hasta tragarme todo!, me reportaba orgullosa de su prestancia. Le advertí que tuviera cuidado, que no era bueno ser tan impulsiva, y le pregunté si le gustaba hacer esas cosas. No me contestó, y de paso me trató de vago. Es que ya no me creían que tenía cáncer, ni en los trenes, y no era sencillo vender tarjetitas. La gente ya no se conmovía. Pero a la noche siguiente tuve una parte de la respuesta.
Después de que ella se durmió, que Diego y Franco la destaparon para mirarle las tetas y pajearse para luego regresar a sus colchones, María empezó a moverse despacito. Yo me hacía el dormido para que ella no sospeche nada, pero con la linterna prendida y los sentidos en guardia. Cuando en un arresto de lucidez la vi sacarse la bombacha me serené, sabiendo que quizás tenía necesidades, y la observé masajearse la vagina, luego abrirse los labios y hundir sus dedos en su celdita para moverlos, fruncir el seño de la excitación y hacer unos ruiditos deliciosos al comprobarse toda jugosa. Le di un codazo suave para ver cómo reaccionaba. Pero ella ni cabida. Seguía con sus dedos penetrantes, tanto como su aroma de mujercita caliente llenando el aire de sensaciones..
¡María, no sabía que te gustaba pajearte!, le murmuré, y ella se detuvo sin prisa. Evidentemente sintió calor al ser descubierta. Pero tomó valor para retrucarme: ¡Y? ¡A vos también, y a los otros guachos! ¿O vos te pensás que no me doy cuenta que se tocan la pija cuando yo me hago la dormida? ¡Soy ciega pero escucho nene! ¡Y dejame tocarme tranquila! ¡Es más, pajeate si querés, que la tenés re dura!, concluyó luego de constatar la erección de mi verga con su mano atrevida, repleta de sus olores sexuales.
No pude juzgarla, y me dediqué a sacudirme la pija al mismo tiempo que ella, ahora más liberada se penetraba y frotaba con mayor rapidez, con algunos gemiditos y con mucha decisión para lamerse los dedos que luego volvían a entrar y salir de su tajito precioso. Antes que ella se pusiera la bombacha, a la vez que alcanzaba su punto máximo, yo me limpié la leche que me enchastró el abdomen con ella ni bien acabé, y se la di cuando decidí que no podía dejar que la busque por todos lados como una tontita. Se dio cuenta de que estaba toda pegoteada de semen, pero se la puso igual. Desde esa noche María y yo nos pajeamos en el mismo colchón, pero sin tocarnos. Cada uno en lo suyo. Aunque yo la miro desnudita, cada vez más mojada, con su vulva abriéndose a los pistilos de sus dedos y con los pezones endurecidos de tanta fiebre interior.
Una noche apareció con choripanes y cervezas para todos. No parecía de buen humor, pero tenía tanta hambre como nosotros. Después de la cena mi viejo se fue a la estación de trenes para encontrarse con su hermano, y el resto nos quedamos a tomar cerveza. Cuando vi que María no dominaba sus bostezos, y además se acariciaba la conchita encima del vestidito, me acerqué y le propuse tirarnos a descansar. La verdad, estaba muerto de intriga por saber cómo había conseguido nuestra cena.
¡El Chulo me dijo que si quería me fiaba todo, pero yo preferí pagarle con mi boquita!, me confiaba tocándose suavecito sobre su bombacha, mientras yo jugaba con mi pija entre mis dedos, ambos ya en el colchón.
¡Pero el Chulo estaba con el hermano! ¡Me chuparon las tetas, y yo me puse re loquita! ¡Uno de ellos me apoyaba la cola, me la pellizcaba y me decía cachorrita alzada! ¡El otro me subía y bajaba la bombacha, me abría las piernas y me olía la concha! ¡Eran horribles las pijas de los viejos, pero se las chupé, y ni bien el Chulo me la dio toda en la boca, el otro me hizo upita, me corrió la bombacha y me re garchó!, completó sin dejar de matarse el clítoris con la fricción de sus dedos.
¡Me acabó adentro el hijo de puta, pero no me importa! ¡Me re gustó coger Carlos, y ahora quiero cogeeer, todo el díaaa, quiero piiiijaaa!, decía mientras se llenaba de flujos, temblores y saliva, y yo le tapaba la boca para que mis hermanos no la escuchen. Yo me acabé encima escuchando su relato, y viendo cómo se le humedecía la bombacha, que parecía un calzón de vieja por lo estirada que estaba. En unos minutos tuve que echar a trompadas a mis hermanos que venían buscando paja junto a la perspectiva de las tetas de María. Es que, si llegaban a descubrirla toda pajeada se la iban a querer violar, y mi deber era protegerla, aunque en el fondo deseara pegarle flor de cogida.
Una vez la vi en un tren, sentada en las piernas de un obrero, meta fregarle el orto en el pedazo y dejando que el fulano le manosee las gomas por adentro del vestido. ¡Encima no tenía corpiño! Yo justo me había subido a manguear crédito para mi celular, con una excusa casi que de vida o muerte. Me senté al lado del tipo para no perderle el rastro. Quería ver a María en acción.
El hombre estaba perturbado, acalorado y poco expresivo. Pero lo escuchaba decirle, mientras la movía de la cintura para pegarse y fregarse mejor a su culito: ¡Así chiquitita, movete nena! ¿Te gusta la pija en el orto guacha? ¡Serás cieguita, pero bien calentona!
Todo hasta que María se agachó para posar su cara en las piernas del trabajador. Le corrió apenas el elástico de su jogging para extraer su pija hinchada. Se la metió en la boca, y con solo 2 chupadas a fondo, se apropió de su lechazo, y de los 100 pesos que no tardaron en aparecer entre sus tetas. Lo mejor de todo es que ella no supo nunca que yo la vi, ni que fui yo el que le subió el vestido para tocarle el culo mientras peteaba al hombre.
Cuando cumplió 16 me dijo que los trenes repletos de vendedores ambulantes, albañiles y de pibes que viajan a la facultad son sus preferidos para hacer petes. Una vez hizo 2500 pesos en 3 horas, y en el mismo tren.
¡A todos les calienta una cieguita con la bombacha rota, descalza, sin corpiño y con olor a pis! ¡Nadie se niega cuando me siento entre los tipos y me empiezo a chupar los dedos, abriendo las piernas y, a veces tocándome las tetas!, me dijo la tarde que volvió con ropa nueva, un celular carísimo para regalárselo a mi madre, y varias hamburguesas. A esa altura me daba el lujo de disfrutar de su manito sobre mi pija cuando nos pajeábamos por las noches, y mis manos tenían libertades para tocarle las tetas. Me comí flor de cachetazo cuando le toqué la vagina, pero bien que después me pidió que se la penetre muy suave con un dedo, y luego con 2 a la vez. En esos tiempos ya dejaba que mis hermanos le derramen el semen en las tetas o en las piernas. El acuerdo era que ninguno de nosotros se la podía coger, porque somos sus hermanos, y así lo cumplimos.
Una noche me la encontré con Elías y el Mudo Chimino, que son 2 puesteros habituales de una feria de cosas robadas en construcción. Los hijos de puta le habían hecho creer que estaban en un galpón abierto. Por lo tanto no pasaba gente, y nadie los molestaría. El negro la había dejado en tetas para mamárselas, y Elías le apoyaba la pija en el orto gritándole: ¿La querés en la cola putona? ¿Te rompo la bombachita con la pija cerdita?
Ella no tenía escapatoria, ya que entre los dos la rodeaban. Tampoco hacía esfuerzos por querer zafarse. Al contrario. Les decía: ¡Sí papito, cogeme toda, dame la lechita que soy pobre, una cieguita sucia que se hace pichí en la cama, pegame en el culo!
De inmediato la veo arrodillarse y prenderse a la poronga del Mudo para ofrecerle una mamada terrible, siempre con las tetas al aire. En esa posición, Elías le pedía que lo pajee, o le levantaba un poquito la cola para encastrar su pija entre sus nalgas y la bombacha roñosa de María. Cuando el Mudo le sofocó las papilas gustativas de semen, la pibita se ahogó y eructó como una inmunda, mientras algunas gotas de leche se le salían por la nariz. Entonces, Elías la arrinconó contra una pared descascarada de un bar abandonado, le bajó la bombacha, le re chupó las gomas y le ensartó la verga de una en la concha. Ella casi no gemía, pero le mordisqueaba los dedos al tipo, se babeaba y trataba de apresarlo con sus piernas, aunque perdiera un poco el equilibrio. La muy boluda no sabía que estaba cogiendo en una vereda pública, a las 11 de la noche, con algún que otro merodeador observándola. Supe que le acabó adentro apenas se le despegó y le dio un fajito de billetes. Los dos tipos se esfumaron, y María se quedó arreglándose la ropa. ¡Tan segura estaba que no había nadie que, ¡hasta se sacó la bombacha para hacer pis paradita contra la pared, como un varoncito, salpicándose toda!
Otra tarde la vi muy acaramelada con un policía pendejón en la placita. A la noche me confidenció que se la mamó adentro del patrullero, y que el tipo le pidió que se vaya desvistiendo mientras su boquita se la ordeñaba.
¡Che, y andás con olor a leche en la boca pendeja?!, le pregunté, entretanto nos pajeábamos como siempre. Ella con mi pija creciendo en sus manos, y las mías siendo testigos de todo lo que emanaba su conchita cada vez más peludita. Ahora María estaba más gordita, cachetona, risueña, tetona y divertida.
¡Oleme si querés, dale guacho, oleme la boca!, me dijo para desafiarme. No contuve la tentación y la besé, después de decirle que era una cochina. Ella estaba a punto de acabar, y yo en su misma sintonía. Por lo que ese beso húmedo, el encuentro de nuestras lenguas y sus jadeos acoplados a mi glande lechero, nos hizo acabar casi al mismo tiempo. La cantidad de juguitos que brotaron de su vagina me empaparon los dedos, los que le obligué a lamer, y ella ni se hizo problema. La lengua de María en mis dedos era demasiado para mi autocontrol. Tanto que le dije sin pensarlo: ¡No sé cuánto más voy a durar sin cogerte chiquita!
Ella se hizo la ofendida, pero enseguida me largó: ¡Mañana, cuando vuelva de la calle,  oleme la conchita si querés saber si tengo olor a leche como en la boca!
Los días iban pasando, y yo tuve que garcharme a un par de villeritas de la zona para no pensar en María. Tenía que respetar el trato. Mis padres no querían cargar con un posible embarazo de la piba, ni con un romance entre cualquiera de nosotros con ella.
Otra tarde la vi saliendo de un telo con un viejo de la mano, y me les acerqué. No iba a hablarles. Solo quería seguirlos. Caminé detrás de ellos unas 5 cuadras, hasta que dimos con un terreno baldío lleno de basura.
¡Es acá María, llegamos! ¡Sentate acá, bajate la bombacha y hacete pis!, le indicó el veterano, haciéndola sentar sobre un montículo de bolsas de mugre, sin permitirle subirse el vestido. Medio que me hice el dolobu para que el tipo no sospeche de mi presencia. Pero vi cómo María se hacía pis, y cómo el tipo pelaba el choto para que en cuestión de segundos, ella se lo devore a chupones, mordisquitos, escupidas, besitos dulces a sus pelotas y de respiraciones. De repente el viejito le cogía la boca literalmente. María hipaba y se atragantaba, pero seguía mamando feliz.
¿Te gusta la mamadera perra? ¿Sos feliz con un pito en la boquita? ¿Te gusta ser así de trolita?, le cuestionaba el señor, mientras le volcaba su esperma un poco en las tetas y otro en la cara. María se levantó con cierta dificultad, y el tipo le dio plata envuelta en una bombacha de marca, híper delicada. Le llamó un taxi, le ayudó a vestirse bien y desapareció. La vi subir a un taxi destartalado, y supe que en minutos estaría en casa. Pero tardó una hora por lo menos. No quería pensar que también se propasaría con el taxista.
Por la noche mi incerteza fue revelada, apenas le dije: ¿Viniste con lechita en la vagina pendeja?!, entretanto nos pajeábamos. Pero esta vez nos agarrábamos de los pelos, nos comíamos a besos, y ella en especial me pedía que le escupa la cara y las tetas.
¡No sé nene, oleme, ya te dije! ¡Si querés cuidar a tu hermanita la tenés que oler toda, todos los días, como hacen los perros!, dijo mordiéndome los labios.
¡Hoy hice como 2000 manguitos, porque soy re puta!, decía sacándose la bombacha. Aunque me moría de ganas de hacerlo, me abstuve con todo el valor que supe reunir. Tenía en claro que si llegaba a olerle la conchita me la iba a querer culear como a una putita del montón.
¡Sabés qué? El tachero que me trajo tenía un pito re gordo, y me dejó doliendo la mandíbula!, me reveló apretándome la verga, y presionando mi mano con sus piernas, cuyos dedos permanecían encallados en su vulva, tan movedizos como sus nalgas desnudas sobre el colchón. Esa vez traía un olor a pis insufrible, y extrañamente eso me excitaba casi tanto como el bamboleo de sus tetotas.
¿Cuándo te vas a animar a olerme la concha perrito?!, me balbuceó mientras los dos nos desvanecíamos precipitados por el orgasmo que nos hermanaba, ella con su mano llena de mi leche, y yo con sus olores de hembrita perversa en la mía.
Algunos amigos me jodían con María. Todos se la querían voltear, y ella lo sabía. Pero la loquita prefería a los tipos grandes, acaudalados y necesitados de sexo, morbo y complacencia. Tipos como don Alfredo, el carnicero que de vez en cuando le daba unos buenos pedazos de asado para nuestros domingos familiares. A cambio, mi hermanita le hacía un pete mientras él la penetraba con un chorizo. Cuando lo supe quise desvirgarle la cola. Aunque no tanto como cuando me contó que el verdulero se la lleva para que tenga relaciones con su hijo ciego.
¡El tipo se queda con nosotros… le saca la ropa al pibito y le pide a él que me desvista… siempre quiere que me coma la conchita, y después yo le tengo que mamar la pija! ¡La tiene re chiquita para tener 20 años! ¡Y, antes de ayer me lo cogí!, me explicó mientras tomábamos una birra en la plaza. Ese día le toqué el culo con alevosía, sin importarme si se me enojaba.
Pero todo se nos fue de control, a unos meses de sus 17. De repente María desapareció. No la encontrábamos en la estación, ni el baño público, ni girando en la plaza, ni media recluida en uno de los basurales donde a veces se quedaba si andaba tristona. Nadie sabía de ella. Ni don Alfredo, ni el Chulo, ni la señora de la revistería, ni el viejo de la ferretería. Para colmo las calles eran un mundo de gente, porque se acercaba la navidad, y todos buscaban ofertas, regalos, bebidas, pirotecnia y un montón de boludeces.
Todo hasta que a 3 días de no tener noticias, justo cuando todos se habían ido del rancho, la veo entrar con varias bolsas de ropa, perfumes, algunos peluches, golosinas y jabones.
¡Carlos, estás acá?!, dijo adivinando mi presencia.
¡Vení, oleme la vagina perro, que tu perra llegó toda cogidita!, dijo al borde de las lágrimas. Enseguida la abracé en una mezcla de alegría, reproches, perdones, lujuria, alivio, hermandad y, algo que no podía describir. Ella temblaba como una hoja, tenía la piel húmeda y destilaba más olor a pichí que el que ya le conocía luego de sus aventuras.
¡El flaco del departamento me secuestró todo este tiempo, y me re cogió con 2 de sus amigos! ¡Me hicieron de todo! ¡Me rompieron el culo, me hicieron comer dos pijas por la vagina, tragarles la leche y, hasta me obligaron a hacerme pis y caca arrodillada en la bañera para después pedirme petes, y más petes!, me confiaba mientras mi ser racional se descompensaba. Ella no me lo impidió. La tumbé contra un tablón acomodado sobre unos cajones, el que oficiaba de nuestra mesa, me le subí encima y le empecé a chupar las tetas, a manosearla y a descubrirle la bombacha mojadísima, a pedirle que me chupe los dedos y a saborear su lengua todavía agitada.
¡Me acabaron muchas veces en la concha Carlos, y me encantó! Quiero más lechita!, me decía abriéndole las piernas a mis intenciones, que poco a poco se convertían en revolución. Apenas pelé la pija se la acerqué a la boca, y ella fue metódica. Después de olerla y babearla me dijo: ¡No nene, la quiero en la concha hermanito, cogeme toda ya!
Entonces, me fundí en su piel llena de moretones, y en cuanto su bombacha voló por los aires se la enterré enterita en la argolla. Le di duro, con todas las ganas y la calentura que mis testículos le aguardaban, con todos los pensamientos sucios que me generaba el solo contacto de su cuerpito por las noches cuando era una nena, y enfermo por todas las confesiones que me compartía. Ella gemía, decía que me amaba, que quería que tengamos un bebé, que se moría por chuparme la pija después de que la deje bien cogida, que nada deseaba más en el mundo que podamos cogernos todos los días, lejos de mis hermanos, del borracho de mi padre y de la falopera de mi vieja. Mi pija se ensanchaba y tocaba de repente el tope de su vulva, mientras sentía que mi sueño de desvirgarla se vengaba con creces. Le dejé toda la leche adentro en cuanto sentí el rigor de sus uñas en mi espalda, confirmándome que su orgasmo le besaba los labios y le estremecía el clítoris.
Entonces, en cuanto quise levantarme para vestirnos antes que alguien llegase y nos descubra, ella dijo con ternura: ¿A dónde vas taradito? ¡Quedate arriba mío, quiero sentir cómo se te hace chiquita adentro de mi concha, hasta que todo tu semen me llene toda!
Hablamos de muchas cosas al ratito en la placita, y lo decidimos. Ella reconoció que siempre estuvo enamorada de mí, y yo debí serle sincero.
¡Siempre me calentaste guachita! ¡Pero ahora, que hicimos el amor, estoy seguro que siempre te quise! ¡Solo que, bueno, vos sabés, la familia, y lo que acordamos!, quise explicarle. Pero no hubo más espacio para las palabras. En breve estábamos garchando otra vez en el baño de una estación de trenes, y en cuanto le di la leche en la boca, supimos que era el momento, la oportunidad, el día indicado para fugarnos de Constitución, tal vez para siempre.
Hoy andamos dando vueltas por la provincia, durmiendo donde se puede, comiendo lo que nos ganamos por barrer veredas, hacer mandados o pasear perros. Eso sí, no dejamos de cogernos, ni ella de hacerse la calentona con los tipos grandes, aunque ya no los desea. Hoy María está embarazada de 4 meses, y ni eso le saca las ganas de entregarme la cola, ni de hacerse pis encima cada vez que le chupo las tetas y le froto el clítoris sobre la bombacha mientras viajamos por los trenes. ¡Ninguno de los dos imaginó que seríamos padres por causas de una calentura irrefrenable, y de un amor tan sincero como la verdadera luz que me ilumina cada vez que pruebo sus labios!   Fin

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