Quedate quietita


Mi nombre es Sonia, tengo 32 años y, realmente la casualidad de una tarde como cualquier otra, la fatalidad de un hecho aislado aunque común en estos tiempos, me regaló a una dulce nenita sucia, mal educada, deliciosa en todas sus virtudes, y muerta de miedo.
Yo estaba en mi taller mecánico, el que compartimos durante un tiempo con mi padre, haciendo unas pruebas con una bomba inyectora que había que colocar en un colectivo al día siguiente. Eran las siete y media de la tarde, y dado que la zona es algo insegura, las puertas del taller estaban cerradas al público.
Casi siempre yo me quedo a terminar trabajos hasta que me agarra hambre, o me llama alguna de mis amigarches, o sencillamente no tengo ganas de seguir laburando, y entonces es cuando decido dar por finalizada mi tarea allí.
Pero esa tarde escuché unos ruidos que me desconcertaron. Como provenían de afuera, pensé en no darles importancia. Pero algo me decía que tenía que ir a echar una miradita. Nunca tuve miedo de quedarme sola, y me costó mucho que mi padre lo entienda.
Cuando abro la puerta lateral de chapa para chusmear, simulando que voy a comprar algo al kiosko del frente, alguien entra corriendo al taller, sin darme chances de prohibírselo. No tengo mucho tiempo para pensar. Cierro con llave la puerta y sigo sus pasos. Descubro que se trata de una pendeja, y presa de la curiosidad y la excitación que me generaba oírla agitada, opto por arrinconarla contra la pared. Además vislumbro que las luces de unos móviles policiales invaden las calles desde una ventana. Evidentemente buscaban a alguien. ¿O la buscaban a ella? Entonces, le tapo la boca con una mano, mientras le digo: ¡Quedate quietita, que no te va a pasar nada! ¿Qué pasó boluda? ¿Qué hiciste, y cuántos años tenés?!
Ella solo baja la cabeza, imposibilitada de palabras. Parecía a punto de largarse a llorar, o ponerse a putearme. En ese momento oigo que golpean la puerta del taller. La policía vio mi auto estacionado en la calle, por lo que tuve que responder algunas preguntas. No podía negarme a la autoridad.
¡Quietita acá vos… quietita que yo atiendo… y no te muevas pibita!, le susurro antes de abrir la puerta y salir a la calle.
¡Señorita, buenas tardes! ¿Todo en orden?, me dice un oficial bastante amable.
¡Sí señor, todo bien! ¿Pero, qué pasó?, dije contemplando la calle oscura, a dos patrulleros yendo y viniendo, y a un par de borrachines.
¡Estaban robando en el maxikiosko de la avenida! ¡Agarramos a dos, pero nos falta uno… y por lo que dicen los testigos, es una menor! ¿Usted no vio, ni escuchó nada?!, investiga el hombre, frotándose la frente.
¡No, por aquí no escuché nada oficial, pero, en lo que pueda colaborar, no tengo problema!, le digo con todas las ganas de que se vaya de una vez. Sentía que el clítoris se me endurecía pensando en la nena miedosa que me esperaba adentro, en todo lo que le haría a cambio de otorgarle la libertad y no entregarla a la caña, y necesitaba que el oficial termine con sus fastidiosas preguntas. Entonces, él y otros más iluminaron la vereda del frente con sus linternas, a donde había un terreno deshabitado convertido en un basural, me saludaron con discreción y me pidieron que tenga cuidado.
Entro al taller al fin, cierro todas las ventanas y puertas con llave, y regreso a apretujar a la nena contra la pared, y someterla a la fuerza animal de mi cuerpo. El olor de su adrenalina la culpaba inexorablemente, además de la picardía de sus ojos.
¿Cómo te llamás?, le dije juntando mi boca a su mejilla, con mis manos palpándola toda.
¡Vanesa señorita!, me responde nerviosa.
¿Cuántos añitos tenés chiquita? ¡Y no vale mentirme!, le balbuceo en la orejita.
¡16 señorita, pero no me haga nada, por favor!, me suplica encogiendo los hombros.
¿Vos andabas afanando?, averiguo sin detener la requisa de mis manos. Es que, estaba deliciosa, con esa cola a punto de reventarle el jean de tiro corto que traía. Ella asiente con la cabeza, y como escuché a los oficiales hablando en la vereda, le advierto con peligro en la voz: ¡Quietita bebé, que están por acá… portate bien conmigo, y no te buchoneo!
No podía soportarlo más. Empiezo a besarle el cuello para sacarle el miedito, la huelo enceguecida, le lamo la carita, le ordeno que saque la lengua para tocarla con la mía, y le doy una cachetada cuando intenta zafarse de mis brazos.
¡Quieta guacha! ¿O querés que saque el chumbo?, le digo con autoridad, besuqueándole el cuellito. Era mentira que tenía un revólver, pero ahora necesitaba someter a esa nena para que me obedezca, y debía sonar creíble.
Veo que una lágrima le rueda en la carita, pero no me apiado de ella. Es más, la toqueteo por todas partes, mientras sigo amenazándola con que no se mueva. Mientras tanto se escuchan dos detonaciones de balas en la calle, y la voz de alto de la policía.
¡Quieta nenita, dejame ver que tenés mami, dale.. Y yo te prometo que no te va a pasar nada!, le decía mientras fregaba mi cara en sus tetas pequeñas, y mis manos le bajaban el jean, a pesar que ella forcejeaba con sus piernas.
Vanesa tiembla, gime cuando le toco el cuellito con la punta de la lengua, sonríe cuando le estrujo las nalgas sobre su bombacha, y me pregunta mi nombre. Cuando me agacho y me adueño del aroma de su sexo, dejo que mi fantasía me posea con todas sus lealtades. Entonces, recuerdo que mi sobrina tiene un añito menos que esta chorrita, y se me antoja que de ella pudiera ser la bombachita que ahora corro con dos dedos para que mi lengua apenas roce sus labios vaginales. Tenía la concha peluda, fragante y carnosa. Era obvio que la iba a hacer gemir el contacto de mis dedos en la entrada de su florcita húmeda. Sin embargo, Vanesa se estremece y aprieta las piernitas.
¡Abrite nena, no seas mala, que te va a encantar!, le dije sin permitirle a su cuerpo separarse de la pared. Por lo tanto, ya no me importó que se resistiese. Mi lengua entra poco a poco en su vagina que, ni lerda ni perezosa comienza a nutrirse de jugos exquisitos. Llevo su bombachita a sus rodillas y le lamo las piernas, las ingles y los muslos entre besos ruidosos y pequeños pellizcos a su colita de ensueño. Pero pronto necesito oírla gemir, pedirle más y verla mojarse toda. Por eso, ni bien la oigo sollozar murmurando algo como: ¡Aaaiiiaaa, aaaayyy, asíiii!, comienzo a frotarle el clítoris con mis dedos luego de lamerlo y chuparlo, a la vez que mi lengua recorre el interior de su conchita cada vez más decidida a gozar.
¿Sabés que mi sobrinita tiene 15, y me dio unos besitos en la boca pendeja? ¡Te juro que me encantaría comerle la almejita, como te la voy a comer a vos!, le sincero mientras le muerdo las gomas sobre su remerita, con mis dedos siempre entrando y saliendo de su celdita.
¡¿Te cojo más rápido nena? ¿Querés que te meta más deditos putita? ¿Te gusta que te muerda las tetas, así?!, le decía para calentarla más, sintiendo que la bombacha me hervía de tantos flujos.
¡Confesá pendeja, dale, o te pego más fuerte! ¿Te gusta que te traten así, y que te cojan duro perrita?!, le gritaba, segura que los oficiales ya no merodeaban por el barrio. Entonces, entre gemidos y palabras entrecortadas, me cuenta que su hermano y su novio roban con ella hace unos meses, y que casi nunca los agarraron.
¿Vos tenés novio mugrienta? ¿Y andás con la bombacha toda sucia putita? ¿Así que te gusta la pija mocosa! ¡Pero ni te depilás la chucha!, le decía acentuando aún más mis nalgadas. Hasta que empiezo a notar que su cuerpo pierde hegemonía, que sus piernas tiemblan, que unos gemidos no pueden lograr otra cosa que enronquecerle la garganta, y que pronto su vagina empieza a succionar mis dedos. Parecía pis la inmensa oleada de flujos que me empapó hasta el codo, y el brillo de sus ojitos le demostró a mis convicciones que lo había hecho bien. ¡Esa nena lo había disfrutado!
¡Eso sí nenita! ¡Vos me llegás a robar algo y yo te corto las tetas!, le decía manoseándoselas, mientras la llevaba como arrestada y a los empujones hacia un entrepiso donde yace una camita de campaña, para las noches en las que el trabajo apremia. Ahora la pendeja no hacía el mínimo esfuerzo por zafarse de mis brazos decididos.
¡Descalzate, sacate la bombacha y la remera!, le ordeno apenas le arranco el pantalón, y me bajo el mío, acercándole el pubis a la cara.
¡Mirá lo mojada que me dejaste pendeja!, le expreso señalando la parte de delante de mi culote negro. Ella cumple mis requerimientos con un brillo más nítido en los ojos, y antes que se acueste le pongo la concha en la cara. Sabía que no podía tener experiencia. Por eso solo me dispuse a frotarme contra su carita, intentando no caer con todo mi peso, sujetándola de la cabeza y abriéndole las piernas con las mías.
¡Oleme pendeja… dale chorrita de mierda… que te voy a presentar a mi sobrinita, y me las voy a coger a las dos juntitas… mordeme cerda, así bebé, dale negrita sucia, Oleme la concha…, comeme toda!, le decía mi locura desbordada cuando elijo correrme la bombacha para liberar mi vulva por completo. Ahora sentía que el orgasmo estaba cada vez más cerca, gracias a su carita bien pegada a mi concha, una de mis manos intentando tocar la de ella, y su lengua inocente lamiendo lo que podía, a pesar que yo me abría los labios para que lo haga con mayor facilidad.
De repente no pude hablarle, porque un sinfín de sensaciones se agolparon en mi pecho. Gimo como una leona en celo, y medio le arranco los pelos sintiendo cómo mi clítoris estalla de felicidad, y que la lengua de esa nena navega entre los jugos que aquellas frotadas le sirvieron a su boca.
La miro a los ojos agradecida mientras me arreglo la ropa, y verle la carita empapada me enciende otra vez.
¡Dale, vestite, que vamos a mi departamento! ¡Comemos algo, si querés, y de paso le avisás a tu vieja que estás bien! ¡Imagino que debe estar preocupada!, le propongo acariciándola toda, y no le permito que se toque la concha, que ya le brillaba de calentura como al principio. Ella acepta mi propuesta, y me explica que vive con el crápula de su novio. Por lo que su madre ni se imagina tales travesuras de su hija.
¡No me importa! ¡Vos te venís conmigo, y ahí hablamos con tu mamá, te guste o no! ¡Es eso, o llamo a la cana, vos elegís!, le digo segura de que no quería problemas mayores con la ley.
En media hora ya estábamos en mi depto, ella en calzones y yo desnuda. Cuando le mostré un consolador se le llenaron los ojitos de alegría.
¡Después de comer te voy a dar duro chiquita!, le digo mientras caliento algo de pollo con papas. Entonces, se me ocurre pedirle el número de su madre.
Ella me lo da a duras penas, y yo me dispongo a hablarle… claro, con ella encima de mí, ambas tiradas sobre un sillón.
¡Hola señora Mónica! ¿Cómo está?
¡Disculpe la hora, pero tengo que pedirle que pase a buscar a su hija por mi domicilio!
¡Mire, en realidad la salvé porque, andaba afanando con su hermano y su noviecito! ¿Usted sabía que su hija es una ladrona?!
¡Bueno bueno… no se ponga mal que es una adolescente, y tiene que aprender!
¡No se culpe, y cálmese!
¡Claro, anote mi dirección… y tráigale abrigo porque refrescó!
¡Eso sí! ¡No sabe cómo me está chupando las tetas en este momento!
¡No señora, no soy una degenerada… simplemente soy una torta a la que su hija le calienta demasiado! ¡Si no la viene a buscar la entrego a la policía!
Después de tamaña charla, la mujer cuelga, no sin antes asegurarme que vendría a buscarla. Mientras tanto, Vanesa seguía comiéndome las gomas, con mi dedo entrando y saliendo de su vagina acaramelada de tantos jugos, híper caliente y con un aroma de nena que me pervertía.
¿Nunca le chupaste las tetas a tu mami? ¿Nunca ella te vio en bolas, y te re manoseó? ¿Nunca te bajó la bombachita para olerte y averiguar si cogiste con algún vago putita?!, le digo re sacada al oído, haciéndole lamer el consolador y delirando con sus gemidos, aún ensalivando mis pezones.
Entonces la llevo contra la mesa, y mientras le pido que tire bien el culito para atrás, con sus manos sobre la mesa y las piernitas abiertas, empiezo a penetrarla suavecito con el chiche, pegando mi pubis a esa cola de gata que me enloqueció desde que la vi.
Cuando se anima a decir: ¿Le tenés muchas ganas a tu sobrina, no? ¿Por qué no te la cogés?!
Ahí comienzo a darle con todo, sin importarme mis vecinos de piso. Mi concha golpea fuerte contra ese culo y mi juguete la hace jadear y babearse toda. Pero la pendeja acaba de pronto, y casi se deja caer en el suelo de lo aturdida y empapada que termina.
En ese momento suena el timbre del portero. Le prohíbo vestirse a mi presa, mientras reconozco la voz de su madre, nerviosa y apurada.
¡Espero que haya venido sola señora, porque de lo contrario hablo con la policía!, le digo sin tapujos. Me dice que nadie la acompañó, y que no tiene dinero para pagar un eventual rescate.
¡Tranquila Mónica, que esto no es un secuestro! ¡Eso sí! ¡Espero que no se haya olvidado de traerle una bombachita y abrigo, porque la que tenía se la rompí mientras me la cogía!
La señora no dijo nada, y acto seguido acciono el botón para abrirle la puerta del edificio. Mi corazón palpitaba casi tanto como el de Vanesa cuando la oímos subir por el ascensor, las dos desnudas, besándonos como dos nenitas calientes y más alzadas que antes.
¡Vos quedate quietita nena mala, que yo soy la que decide qué hacer con vos!, le digo un segundo antes de abrir la puerta y recibir a su mamita.     Fin

Recordá que este, o cualquier otro relato del blog, podés pedírmelo en audiorelato, a un costo más que interesante. Consultame precios y modalidades por mail.

Este es mi correo ambarzul28@gmail.com si quisieras sugerirme o contarme tus fantasías te leeré! gracias!

Acompañame con tu colaboración!! así podré seguir haciendo lo que más amo hacer!! 

Cafecito nacional de Ambarzul para mis lectores nacionales 😉

Ko-fi mundial de Ambarzul para mis lectores mundiales 😊

Comentarios