Una nena para mí


Cori tenía 18 años cuando la conocí. Estaba triste, vagando por las calles de una Buenos Aires caótica y solitaria. Había cerrado el taller un poco antes de lo habitual porque tenía hambre, y la verdad, no había muchos autos por reparar. Me faltaban repuestos, algo de dinero para comprar insumos, y ninguno de los empleados había venido a trabajar porque era feriado.
El punto es que, a la nena me la encontré en un kiosko, mangueándole cigarrillos y fuego al pelado con cara de orto que leía el diario y escuchaba una radio, sin la menor voluntad de atender a nadie. Enseguida me acerqué y le dije que no se preocupe. Yo misma le compré cigarrillos, un encendedor, pañuelitos descartables y una gaseosita. Me ofrecí para llevarla a su casa, algo alarmada por la inseguridad de estos tiempos.
¡No podés andar sola en la calle a estas horas! ¡Lo mínimo que te puede pasar es que te peguen una garchada y te dejen tirada por ahí!, le dije con crudeza, más para hacerla reír que para otra cosa. Pero ella ni me miró. Aunque se subió a mi auto. Ahí me contó que se escapaba de su casa porque su familia quería que se junte de una buena vez con un tipo que fue su novio durante unos meses, con el que ella no podía siquiera convivir. El guacho es golpeador, borrachín, y vive gracias a un plan trabajar que le otorgó cierto gobierno peronista. Parecía muerta de hambre la pobre. Por eso directamente me la llevé a casa.
¡Acá vas a estar bien! ¡Al menos por hoy podés pasar la noche en mi casa! ¡Y, bueno, mañana vemos! ¡Por ahora no te preocupes, y relajate!, le dije mientras abría una latita de atún, y ella cambiaba los canales del televisor con intrascendencia. Se ve que le gustó el sillón del living, porque se despatarró con toda la confianza. Mientras tanto, yo la veía con los colmillos más que afilados. Me la comía con la mirada, y ella se ponía nerviosita, al tiempo que me confiaba que había llegado en tren a la capital, pues, se escapaba de Entre Ríos. También me contó que tuvo que hacer dedo en un par de camiones. Venía en busca de laburo, y según su propia humillación, no le importaba prostituirse para ganar guita y zafar de la vida de mierda que tenía en su pueblo. Solo traía consigo una mochila con algunos objetos personales, un celular viejito, sus documentos, y pocas cosas más. Yo no sabía cómo ayudarla, pero estaba enternecida por semejante morena abatida, deshonrada y vulnerable en mi casa. ¡A los ojos de una lesbiana activa como yo, Cori estaba más que cogible! Tenía una cola bien firme y paradita, unas caderas abundantes, unos muslos gruesos, más o menos 90 de tetas, 1,60 de altura, unos ojos tan dulces como fríos, y una boquita llamativa.
¡Bueno Cori, quedate tranquila, que podés instalarte en casa hasta que consigas laburo! ¡Total, yo vivo sola! ¡Eso sí! ¡Por ahí te vas a tener que quedar en la pieza porque, bueno, una tiene necesidades! ¡Y, por las dudas, te  voy aclarando que siempre me traigo a una chica para revolcarme con ella! ¡Imagino que te habrás dado cuenta que me gustan las chicas!, le dije con soltura. La última frase se la mencioné cerca del oído para ver cómo reaccionaba. Juro que en principio no quería invadirla. Pero la chiquita se puso colorada, y tuvo ganas de regalarme una sonrisa magnífica. Ahí me pareció mucho más bonita.
¡Aaah, y sacate la idea de acostarte con tipos para ganar guita! ¡Eso es para las taradas que tienen la cabeza hueca, y la concha caliente!, le dije luego, mostrándole la cantidad de libros que tengo en mi biblioteca. Todavía me impresionaba recordando que me había contado que uno de esos camioneros, le compró una hamburguesa, después de permitirle manosearla toda desnuda. En el medio de unos pastizales.
Le preparé la habitación que está frente a la mía, donde por lo menos tenía una camita y ciertas comodidades. Le suministré ropa, elementos de higiene, algo de dinero para que se compre lo que necesite, y un televisor para que se entretenga por las noches. Ella me trataba de señorita todo el tiempo, y varias veces se ofreció para hacer las cosas de la casa.
¡Cori, no es necesario! ¡Los martes, jueves y sábados viene Berta, la señora a la que le pago para que haga todo lo que yo no quiero hacer! ¡El resto de los días trabaja en la casa de mi madre! ¡Viene siempre de 7 a 17! ¡Las dos odiamos las actividades hogareñas!, le dije cuando la vi barriendo el living. Ella no pareció muy conforme.
¡Si sabés cocinar, podés hacerlo, que yo no me voy a enojar!, agregué, acertando en su punto débil. Entonces, como me puso una carita de resignación, la abracé para consolarla, y entonces sentí el calor de su cuerpo, su aroma bien de cerquita, y los latidos de su corazoncito. Pero no quería hacerle nada, al menos por el momento. Su vida estaba plagada de incertezas, dolores y angustias  como para confundirla más con mis armas de seducción.
Algunas noches tuvo que soportar que yo llegara a mi casa con chicas. Seguro que escuchaba nuestros gemidos desde su pieza, y tal vez se dedeaba un poquito. Todas sabían de la existencia de Cori, porque siempre era ella la que nos abría la puerta. A menudo tenía que defenderla de las intenciones asesinas de mis amigarches, que se babeaban como locas ante su juventud desteñida pero más que admirable. Me la imaginaba tocándose mientras yo gozaba con la mina de turno, y no podía evitar abrazarme al orgasmo con sus ojos invisibles clavados en mis tetas.
Luego de unos 15 días de vivir en libertad bajo mi techo y comida, discutió con Berta. La señora estaba roja de ira cuando me lo contó, apenas llegué del taller.
¡Señora, mire, discutí con esa negrita de mierda que trajo! ¡Disculpe, pero me quiso decir qué es lo que tengo que hacer en la casa, como si yo no supiera, y la paré en seco! ¡Usted sabe que eso no me gusta! ¡Si usted quiere, yo no vengo más, y que lo haga todo ella! ¡Usted, tanto como su madre, saben que conmigo no hay problema!, me dijo con el rostro compungido y con su cartera en la mano. La serené con toda la paciencia del mundo y le aseguré que pase lo que pase ella no va a perder su empleo, que yo la necesito. Además, la puse al tanto de la situación de Cori, y la mujer pareció ablandarse un poco.
¡Ta’ bien señora! ¡Por ahí me subí a la moto muy rápido! ¡En realidad, lo que pasó fue que, ella no quiere que yo lave su ropa! ¡Dice que ella quiere hacerse cargo! ¡También dice que no quiere que toque sus cosas! ¡Además, no es por nada, pero, la cama de la joven, creo que, bueno, me parece que se hace pis, o algo le pasa!, me anotició tartamudeando, pero con la voz tan infalible como siempre. Me disculpé por las actitudes de Cori, y le prometí hablar con ella. Por suerte Berta se fue conforme, dispuesta a volver el sábado como todos los días.
Esa noche, mientras picoteábamos algo con Cori, porque ninguna de las dos somos de cenar pesado, hablé con ella, con toda franqueza.
¡Le juro que yo no la traté mal señorita! ¡Solo le dije que me deje lavarle la ropa, porque ella pone toda la ropa junta, y su ropa de trabajo hay que lavarla de otra manera! ¡Parece que no entiende que los mecánicos se ensucian mucho con grasa y esas cosas! ¡Además, quiero lavarla yo, para pagarle de alguna forma todo lo que hizo por mí!, me dijo con lagrimitas en los pómulos, con una sombría palidez, como si yo fuese a pegarle. Le agradecí y llegué a un acuerdo con ella.
¡Bueno bueno, el sábado hablo con Berta y le digo que desde ahora vos te hacés cargo de mi ropa! ¡Quedate tranquila que vos te ocupás de eso! ¿Está bien pendejita?!, le dije palmeándole la espalda, y ofreciéndole un vaso de agua para mitigar su sollozo incuestionable.
¡Señorita, ¿Y su ropa interior también la puedo lavar yo?!, me preguntó con una cierta picardía que me descolocó. ¿Por qué querría lavar mi ropa interior? Pensé sin una respuesta lógica. Sin embargo le respondí, mientras le acariciaba una mejilla: ¡Sí, claro que podés, toda mi ropa, hasta mis bombachas y medias si querés! ¡Ahora andá a dormir, que no me gusta verte triste! Y entonces le di un beso en la frente, decidida a irme a la cama, en cuanto estuve segura que Cori ya descansaba en su cuarto.
Esa noche no podía dejar de darle vueltas al asunto. Cavilaba entre lo que me dijo Berta, la carita de Cori cuando arreglamos el pacto de convivencia, en los pucheritos que me hacía cuando le hablaba, y en la soledad de mi sexo. Tenía ganas de tocarme la concha, o de llamar a algunas de mis amiguitas chanchas. Más no tenía otra alternativa que dormirme porque me esperaba un largo día de trabajo. Pero de repente, veo la sombra de Cori bien presente en el umbral de mi puerta, justo cuando pensaba en cuál sería la causa que la llevaba a hacerse pis en la cama. La vi con nitidez porque siempre dejo la luz encendida de la cocina para alumbrar el camino de ida y vuelta al baño. Estaba igual que todas las noches, en camiseta y pantaloncito corto de algodón.
¡Señorita, ¿Puedo acostarme un ratito con usted?!, me dijo apenas moviendo los labios. No se la veía descompuesta ni nada. Tal vez, un poco descolorida.
¡Sí sí, vení Cori! ¿Te pasa algo nena?!, le dije sintiendo cómo se me ponían duros los pechos, cómo me palpitaba el clítoris y se me mojaba la conchita. Le hice lugar a mi lado y la tomé de un hombro para recostarla con la mayor dulzura que encontré. No sé por qué, pero volví a preguntarle si algo le afligía mientras le acariciaba el vientre redondito, aunque no es gordita, y me babeaba por dentro gracias al aroma de su cuello precioso. Creo que si hubiese tenido colmillos, se los incrustaba en él, o en esos pechitos apetecibles. Ella enseguida, como no pudiendo aguantarse, giró hacia mí y me susurró: ¡Señorita, quiero estar con usted, pero, bueno, no sé, es que, nunca lo hice con una mujer! ¡Heeemm, bueno, y además, creo que no puedo dormir en mi cama porque, sin querer me hice pis, porque, me estaba masturbando pensando en usted! ¡Perdón, soy una cochina!
No recuerdo si hubo un silencio prolongado, o si le dije algo importante antes de darle un beso en los labios. Los tenía calientes, al igual que sus mejillas, y le sudaban las manos. Además tenía olor a conchita en los dedos. Eso me motivó a derribar todas las barreras de sus pasiones.
¡Mmm, qué chanchita la nena! ¡Sabés que, Berta me había dicho que te mojabas en la cama! ¿Eso te pasa cuando, digamos, cuando te tocás?!, le dije paseándole mi lengua por sus labios cerrados, burlándome de sus primeros suspiritos como avecitas primaverales.
¡Sí señorita, creo que sí! ¡Es que, muchas veces la escuché cogiendo con esas mujeres, y bueno, yo me re contra excitaba, y me pajeaba!, dijo con sinceridad.
Allí comencé a besarle el cabello y los hombros, a tocarla sin ninguna decencia y a pegarla más a mi cuerpo ardiendo de lujuria. De repente le susurré al oído: ¡No importa que no hayas estado con una chica! ¡Dejame hacer todo a mí! ¡Dejate llevar, y confiá en mí chiquita!
Ella comenzó a fregarse contra mi cuerpo, a devolverme los piquitos que yo le obsequié primero, a buscar mis labios para lamerlos y a dejarse manosear sin resistencias. Era un show de chupones y suspiros, de nalgaditas suaves de mis manos a su cola, y de sus piecitos golpeándose entre sí por no saber controlar las ansiedades que le rebalsaban la vulva. Le saqué la camiseta y el pantaloncito, me enamoré del tacto delicado de sus tetas y me dispuse a chuponeárselas como una perra hambrienta mientras le alisaba esos muslos divinos que me daban ganas de mordérselos. Cuando le toqué los labios de la vagina, noté que ya estaba toda cremosita, calentita y re peludita. Yo sabía que no se depilaba, por lo que no me sorprendió. Además, me vuelven loca las pendejitas con la concha peluda. Pero sí me alteró demasiado el fuego que emanaba su interior, y la humedad que le chorreaba por las piernas, cuando mi boca seguía prendida a sus tetas infartantes. Apenas le introduje mi dedo mayor en su celdita de hembra, los pezones se le pusieron más duros, y sus gemiditos se acrecentaron como el incendio de mis entrañas. Opté por bajar lentamente con mis besos a su vientre para saborear toda su piel, para deleitarme con sus pedidos de guerra y contemplar lo duro que se le ponían las tetas, como si fuesen las de una perra a punto de largar leche para sus cachorros. Le lamí el ombliguito, le mordí la barriga, le dejé los dientes marcados en las costillas y en las piernas, le soplé la vagina para matarla de deseo, y di con su tajito en el momento exacto.  Ni me importó que huela a pis de nena. Le metí la lengua de una, le froté el clítoris con un dedo y le abrí el culo para lamerle el agujerito, aunque intentara prohibírmelo.
¡Quedate quietita pendeja, que la que manda soy yo! ¡Y mañana te lavás las sábanas que measte por toquetona! ¿Te calentaba mucho escucharme coger con otras mujeres bebé? ¡Yo te imaginaba desnudita entre nosotras, lamiéndome la conchita, y mis amigas comiéndote las tetas a mordiscones putita!, le decía, introduciéndole la lengua en su vagina de la misma forma que se lo había hecho en la boca, le frotaba el clítoris y me apropiaba de sus juguitos que ya le venían con cada vez mayores sismos irresponsables, en especial cuando su botoncito rosado fue presa de mi lengua y mis succiones más desaforadas. Ella se retorcía, saltaba con su pedazo de culo en mi cama y gritaba: ¡Uuuuuy, señoritaaa, asíiii, la quiero todaaaa, señoritaaa, quiero acabaaar!, pero a su vez alzaba un poco las caderas para recibir mis lengüetazos y mis dedos como puñales en su sexo.
¡Date vuelta nena, que te voy a chupar el culo!, le dije, totalmente fuera de mi cuerpo, lejos de mis principios, pero con los instintos de un placer insuperable. La nena no quería saber nada. Por eso yo misma la forcé a darse vuelta con unos buenos azotes en el culo y un par de mordidas en sus tetas de Venus en llamas. Ahora podía hacerle todo lo que solo habitaba en mi precaria imaginación. Le besuqueé las nalguitas, que atesoraban un cierto olor a pichí que me enloquecía, se las lamí y les marqué mis dientes, se las pellizqué mientras buscaba con una de mis manos volver a meterle los dedos en la conchita, le abrí las piernas y me desnudé completamente para fregarle las tetas en ese culo formidable. Le abrí los cachetitos, le escupí el agujerito, y sin dejar de pajearla, mientras ella ahogaba sus grititos delirantes en la almohada, comencé a deslizarle mi lengua por la zanjita, de arriba hacia abajo para llenarme de sus sabores prohibidos, adictivos y repletos de un salvajismo que no creía encontrar en una pendeja de su edad.
¡Síii señoritaaa, me encanta escucharla coger fuerte, chúpeme el culito asíiiiíii!, me decía cuando mi lengua y mi saliva le preparaban el camino a mis dedos. Primero le introduje uno, y después el otro para moverlos, calentarla todo lo que fuera posible, siempre con mi otra mano pajeándole esa argollita embravecida de jugos. Pero, en ese instante alguien golpeó con insistencia la puerta de calle. Eran las 3 de la madrugada. No podía regresar a la realidad tan rápido como para recordar que le había mandado un sms a Mariela, una de mis amigovias para que nos peguemos una buena revolcada. Pero luego la silueta de Cori me sacó de todo plan. Por eso la hice acabar como se lo merecía. Desaté mi lengua entre su conchita y su culo para llenarla de mi babita, para penetrarle ambas cositas con mis dedos, para toquetearle las tetas con pasión, y para pedirle que me chupe las tetas. Justamente, en ese momento se vino en mis dedos, con su boquita llena de mis gomas, y mi otra mano estimulándole el culito. Por lo visto, no lo tenía virgen, y eso me excitaba más.
¡Señoritaaa, no se vaya, que me dejó con el culo re calentito, y encima, creo que le mojé toda la cama!, me suplicó la nena en cuanto me separé de su cuerpo. Pero no podía dejar a Mariela en la calle tanto tiempo. Ella era capaz de entrar, y la verdad, todavía no se me antojaba compartir a mi nena con nadie.
¡Tomá Cori, vestite y quedate acá! ¡Tu camita está toda meada! ¡Así que esta noche dormís conmigo! ¡Y, si te portás bien, a lo mejor, hablo con Mariela! ¡En estos días te la presento, y si le gustás, por ahí nos encamamos las tres! ¿Qué te parece?!, le decía ofreciéndole una bombachita, una remera larga y  un beso en la boca con todo el sabor de sus encantos sexuales, antes de salir semi desnuda como estaba para recibir a Mariela. Esa noche íbamos a tener que cogernos en la cocina!     Fin

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Comentarios

  1. eeeepaaaaa, corii y la mecánica cuanto sexo, hermoso.

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  2. hooolaaa! gracias por tu comentario!

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