Me llamo Lorena, tengo 23 años, aún estoy
solterita pero no me regalo tan fácil, estudio agronomía y soy de acuario. Lo
que en breve narraré nos sucedió a mis hermanas y a mí, el último verano en la
casa de mis tíos, Pedro y Norma.
Unos días después de los reyes magos, el tío
nos insistió tanto con pasar las vacaciones en su casa, que hasta nuestros
padres nos dieron plata para costear cualquier necesidad y colaborar con ellos.
Estuvimos desde el 8 de enero hasta el 23 de febrero, y jamás pensamos en
divertirnos tanto.
A los dos días, yo y mi curiosidad se toparon
con los tíos teniendo sexo en el patio del tremendo caserón en el que vivieron
desde siempre, bajo la complicidad de una noche cerrada y agridulce por el olor
de los malvones. En realidad, había escuchado gemidos, y me pareció extraño.
Primero pensé que podía ser algún vecino con su novia o amante, ya incapaces de
aguantarse las ganas. Entonces, los vi, a ella contra la pared, evidentemente
recibiendo el miembro de mi tío por la concha, y a él echando chispas por los
ojos, a punto de convulsionar de tanta excitación. Ya había descubierto que a
mis tíos les gustaba desafiar riesgos, ya que sabían de nuestra presencia, y aún
así buscaban hacerse el amor en cualquier parte de la casa, y en cualquier
momento. Yo siempre fui de dormir muy poco, y como la inquietud me rondaba
impaciente, los vi en la cocina, en el lavadero arriba del lavarropas, en la
sala sobre la alfombra, en el baño adentro de la ducha pero con la puerta como
una invitación al público insomne, en el jardín y hasta contra la puerta del
cuarto donde dormían mis hermanas, Paula de 16 y Diana de 14 años. Ellas nunca
podían imaginarse nada de eso, porque una vez que apoyaban la cabeza en la
almohada no las despertaba ni un terremoto. Salvo las pesadillas a Paula, con
quien había que tener recaudos, ya que si eran muy intensas era posible que
mojara la cama.
Nunca hablé con ellas de las cosas que veía de
los tíos, ni de lo grandioso que era el pene de Pedrito. Un par de veces me
colé algunos deditos mirando cómo su trozo de carne entraba o salía de la boca
o de la almejita de la tía, totalmente segura que ellos no advertían mi
presencia. Jamás me vieron. Ni siquiera la noche que casi me caigo mientras me acababa
de tanta calentura, refregándome un repasador en la entrepierna, y el tío le
volcaba su semen en las tetas a la tía. Ella estaba arrodillada en la alfombra
del living, tan en bolas como el tío, y yo los espiaba desde la ventana del
patio.
También tuve algunos sueños eróticos con
Norma, que es una mujer de cabello corto enrulado, siempre muy coqueta con
camisas de raso, pantalones ajustados y tacos altos.
El tío no cumplía ninguno de los requisitos de
un galán. De hecho es medio panzoncito, retacón, pelado con algunos mechones
entrecanos, y casi no ve de su ojo derecho. Pero cuando percibí que me comía
los senos con la mirada cuando servía el almuerzo, regaba las plantas o barría
los pisos, me ratoneaba mucho más.
Yo soy la más voluptuosa de las mujeres que
habitaban la casa, con 115 de tetas, una cola normal, bajita y caderona, medio
rellenita pero teñida de rubia y con un papo prominente cuando suelo usar calzas
ajustadas. ¡Me fascina el roce de mi vulva contra la ropa, o las cosas, como
los almohadones de los sillones, o la escoba cuando me tocaba barrer!
También advertí que Pedro veía porno a
escondidas. Incluso una madrugada lo vi pajeándose con los ojos clavados en la
tele, y esa cara de perverso terminó por convencerme. ¿Ese hombre tenía que ser
mío! ¡Para colmo, en ese momento andaba solita, y las ganas de sentir algo duro
entrando y saliendo de mi concha, me torturaban sensiblemente!
Una noche encontré a Pedro parado al lado de
la cama de Paula, con su pene creciendo en el hueco de su mano mientras que con
la otra le acariciaba las nalgas, ya que ella se le ofrecía dormida boca abajo.
Paula le pedía a veces que se quede un ratito con ella, antes que llegue el
sueño, cuando la tía le intuía alguna pesadilla. Como Paula es re inocentona,
supongo que dado por su virginidad, ni siquiera notaba que a veces Pedro le
corría o le quitaba la bombacha. La idea de que al tío le excitara el olor a
pis de Paula me calentaba demasiado.
Al décimo día yo no aguantaba más de
calentura, y me re masturbé espiando a los tíos en su dormitorio, y esa vez casi
me descubren. Es que yo tenía el celular en el bolsillo de la bermuda, y de
repente me llegaron como 7 mensajes al hilo. Entonces decidí detenerme un poco.
¡No era cuestión que me vean tocándome, y perder otros episodios por una
chiquilinada!
Pero al día siguiente, a unos minutos de que
la tía saliera con unas amigas, mientras yo baldeaba la cocina y el comedor,
escuché clarito a Paula que decía nerviosa: ¡No tío… basta… no me hagas
cosquillas malo, y te juro que no me hago más pis en la noche!
Ambos reían extasiados, y al parecer se
correteaban por todo el cuarto. Llegué a la puerta del mismo, y vi a Paula en
corpiño y culote rojo, siendo apresada por los brazos de Pedro que la mordía,
le hacía cosquillas en los pies y le daba chirlos en la cola cuando Paulita
intentaba levantarse de la cama, cada vez que el tío la empujaba con gracia.
Además percibí que la olía haciéndose el sonso. Por supuesto que no me delaté.
Pero a la noche interrogué a mi hermana acerca de aquello. Pese a que no pude
sacarle mucho me confió que le gustó jugar así con el tío. Según ella, nunca se
propasó, más allá de tocarla. Aunque yo le vi el paquete hinchado en la bermuda
mientras la acorralaba. También vi que se le paraba el pito cuando Paula se
sentaba por las mañanas a su lado a desayunar, a veces ligerita de ropa. ¡Hubiese
dado cualquier cosa por estar en el lugar de la tarada de Paula!
Una siesta, en la que yo lavaba la ropa y
ordenaba algunas cosas, escuché a Diana insistente en el patio: ¡Basta Ximena! ¡Dejá
de manosearme boludita… estás re caliente nena!
Enseguida, presa de la curiosidad, miré al
patio desde la ventana de la cocina, y casi me acabo encima cuando vi a Ximena,
que es la vecinita de los tíos que suele juntarse con Diana a hinchar los
huevos cada vez que los visitamos. Tenía una mano adentro del short de mi
hermana, y con la otra le amasaba las tetas. ¿Cómo podía ser? ¡Esas dos mocosas
se estaban calentando solitas!
Diana había tenido relaciones dos veces con un
primo, y casi la reviento cuando lo supe, ¡porque pudo haber quedado embarazada
la muy irresponsable! Las dos veces fue entre la noche buena y la navidad.
Aprovecharon el baile y la joda familiar para sacarse la calentura. Era obvio
que mi primo le tenía un hambre voraz.
Al rato vi que una persecución las hacía
estallar de risa, transpirar, chocarse con los macetones repletos de plantas y
pelarse un poco las rodillas cuando caían al pasto. Diana se veía re graciosa
con su remerita de dibujitos por arriba del ombligo, con sus rollitos
saltarines y su pelo despeinado evadiendo los toquetones de Xime, que es una
coloradita bien machona, flaquita y con todo por desarrollarse, aunque siempre
viste ropa sucia. Seguí mirando, y vi hasta que Xime le bajó el short, le
mordió la cola por encima de su bombacha blanca de nena y le besó los muslos.
Después Diana la empujó al suelo, le dio una patada y le dejó bien en claro que
no le gustan las chicas. Por suerte la cosa no pasó a mayores. Antes que Ximena
decidiera irse a su casa, contrariada y re caliente, las dos planearon tomar un
helado en la otra cuadra. Por lo que a los 15 minutos, las dos salieron por la
puerta del patio a la calle, a escondidas, porque la vecinita no tenía permiso.
Se había llevado 6 materias, y sus padres estaban furiosos con ella.
Pero una siesta, lo inevitable hizo un surco
en mis entrañas cuando descubrí a Diana pegada al ventanal de la pieza de los tíos,
con las lolas desnudas, la pollerita sobre la cintura y una de sus manos
dándole candela a su sexo bajo su bombacha negra. Enseguida me pegué a su lado
izquierdo a mirar, y no tuve más opción que tocarme las tetas, deleitándome con
el cuerpito de la condenada de Ximena en cuatro patas sobre el acolchado de la
cama de los tíos, apenas en calzones y con la pija gorda de Pedro en la boca.
No le entraba toda, pero la guarrita se
esforzaba por saborearla completa con su lengua, como si se tratara de una cucharita
lamiendo un suculento postre. El tío se la pasaba por la nariz y el cuello. Se
pajeaba contra su cara, le arqueaba un poco la espalda para fregarla en el
hueco de sus tetas, y la zarandeaba de las mechas para que vuelva a mamársela
sin chistar.
¡Tocame la concha Lore, dale!, dijo Diana nerviosa,
inconsciente y confusa. Debo reconocer que me dio asco que mi hermana me pida
eso. Pero el olor que emanaba su piel encendida de lujuria y los jugos que
descendían por sus piernas, me tentaron a darle una probadita a sus pezones
erectos, acalorados y sensibles. Por un instante me la imaginé fregando su
vulva contra la de Ximena, y mi cabeza le dio la orden a mi boca para que al
fin mi lengua alcance a uno de sus pezones, para empezar a succionarlo. Diana gimió,
abrió más las piernas y se pajeó con dos dedos furiosos, mientras unos segundos
más tarde, mi saliva se fundía en su barriga, sus senos y sus hombros de tantos
chupones.
De repente, volvimos a mirar por la ventana, y
entonces, nos codeábamos maravilladas y en silencio, mientras Xime parecía
saber que estábamos allí. De pronto miró a la ventana, y según Diana nos guiñó
un ojo. Pero ella permanecía recostada en
la cama ya sin acolchados, lamiéndole los huevos al tío, pajeándolo y
conteniendo los gemidos que le desfiguraban el rostro. Es que la tía Norma
totalmente desnuda, a su vez le devoraba la vagina a besos, le lamía los pies y
la acariciaba con una especie de pincel que terminaba con una pluma en la
punta.. Las dos quisimos decirnos algo. Yo, si Diana me lo hubiese sugerido,
tal vez entraba a ese cuarto, arrastrando a mi hermana, desde luego. Nosotras
nunca fuimos egoístas. Pero pronto, los tíos se besaban en el medio del cuarto,
desnudos y efusivos, jadeando, intercambiando miradas lascivas, mientras Ximena se vestía y se limpiaba la
cara con unos pañuelitos descartables. El tío le dio plata y unos caramelitos a
Xime, ni bien ella estuvo por abrir la puerta. La tía norma le arregló un poco
el pelo y le abrochó bien el corpiño, justo cuando a nosotras nos asustó el
ladrido del perro, que sonó como una advertencia impostergable. Por eso salimos
de la ventana en silencio, húmedas y confundidas. Más tarde nos encontramos con
Ximena comprando pan en la despensa, y la muy santurrona se hacía la pobrecita
para que el almacenero le fiara algo de jamón crudo.
Creo que Diana le tenía las mismas ganas que
yo al pedazo del tío. Ahora entendía por qué se ponía tarada cada vez que el
tío entraba en la cocina a tomar algunos mates con nosotras, y por qué siempre
ella andaba media escotada, o con algún short roto, para que se vea con toda
claridad el color de la bombacha que llevara puesta. Pero, con lo que no
contábamos, y no sabíamos, era que Paula había observado el mismo espectáculo
que nosotras, solo que desde la puerta entreabierta y descuidada de la
habitación. Al menos hasta que la tía se percató de ese detalle, y la cerró.
Nos la encontramos ruborizada en el camino, rumbo a la despensa. Ella parecía
aturdida, y por cómo se puso colorada ni bien Diana le dijo: ¿Viste algo de lo
que hicieron los tíos con la Xime?, preferimos no decirle más nada durante ese
asombro funesto. Además, estábamos en la calle, y cualquiera podía escucharnos.
Pero a la noche, una vez que las tres estuvimos a solas en la habitación de
Diana y Paula, nos compartimos todo. Incluso yo les expuse todos mis hallazgos.
Les conté todas las veces que vi a los tíos teniendo sexo. Ellas deliraban
cuando les narraba que la pija del tío le largó varias veces su lechita a las
tetas de la tía, o cuando les explicaba que la tía disfruta mucho cuando Pedro
se la mete en el culo, sin previo aviso. En breve, las tres nos re pajeábamos
descontroladas. Paula solita en su cama, y yo con Diana en la suya, decididas a
fantasear un poco. Las tres coincidíamos en engatusar al tío, ensalzadas por la
calentura que nos envolvía. Como los 25 grados de la noche no aflojaban, todo
lo que nos cubría era una sábana, y por momentos no podíamos atenuar nuestros
gemiditos. Paula se movía abriendo y cerrando las piernas, y hacía sonoro el
contacto de sus dedos por su sexo. Pero yo gozaba más que ella, porque Diana
estaba pegadita a mi cuerpo, en bombacha igual que yo, y me tocaba las tetas.
Hasta que se me escapó: ¡Chupamelás pendeja!
Diana, sin pensárselo demasiado, se comió uno
a uno mis pezones con la reprobación de Paula, que nos revoleó su almohada,
diciéndonos con profunda repugnancia: ¡No sean enfermas cochinas de mierda!
Diana ni se inmutó. De hecho, se atrevió a
entrar su mano bajo mi culote empapado, y a hundir dos dedos en mi concha, tal
vez cuando más lo precisaba. Yo misma manipulaba su brazo para que roce mi
clítoris como quería, a la vez que le chupaba los dedos o le besaba el
cuellito. Cuando uno de sus dedos tocó mi ano, casi pierdo el control. De no
ser porque Paula me distrajo, me la hubiese cogido toda la noche.
¡El otro día te vi, calentándote con la sucia
de la vecinita! ¿Te guste cómo te toca el orto?, le dije al oído, cuando entonces
nuestros dedos ya entraban rabiosos en nuestras vaginas sedientas. Era obvio
que Diana no se iba a sincerar conmigo en ese momento. Tal vez porque de
repente, vimos a Paula levantándose de la cama, al tiempo que se sacaba la
bombacha y se lamentaba porque otra vez se había hecho pis. Le dije que lo más
seguro era que esta vez fue de calentura, y volvió a su cama, desnuda y apurada
para seguir tocándose, confesándonos que todas las noches sueña con mamarle el
pene al tío. Diana corrió hasta donde estaba la bombachita de Paula, y la trajo
con nosotras. Me la hizo oler, la lamió y regresó a comerme las gomas.
De repente nos quedamos congeladas, como en
una peli de suspenso, porque, los tíos entraron con la firme decisión de
desenchufar todo lo eléctrico, acaso suponiendo que ya dormíamos. Afuera se
avecinaba una flor de tormenta, y ya había bajones de luz muy pronunciados. En
ese preciso momento, yo estaba con Diana encima de mí, con una de mis tetas en
su boca, y Paula en pelotas frotándose la almeja con un osito de peluche, sobre
su cama mojada.
¡Mirá lo mal que se la pasan las borreguitas
Pedrín! ¡Tan santitas que parecían!, dijo la tía con su voz opaca por el pucho,
mirándonos como si nos atravesara con rayos láser. El tío, cuando recobró la compostura
del impacto de vernos así, solo agregó: ¡Y qué culo se echó la más chiquita!,
aprovechando que Diana le entregaba un buen panorama de sus redondeces.
¡¿Quieren ver el pito del tío Pedro putitas?!
¡Creo que es mejor que aprendan en casa, antes de que algún degenerado se las
viole por ahí!, decía la tía, mientras dejaba caer su bata de seda al suelo
para llenarnos los ojos con sus pezones hinchados. Las tres gritamos:
¡síiiiiiii! Al unísono, y el tío se quitó la bermuda. Entonces, todavía
perplejo, le pidió a Paula que se reúna con nosotras, y nos sentemos en la cama
que ya ocupábamos con Diana.. Paula lo hizo, a pesar de cubrirse la vagina con
las manos, al menos hasta que llegó a sentarse. Pedro empezó a subir y bajar
con sus manos por su mástil forrado con su bóxer negro, mientras la tía le
apoyaba las tetas en la espalda y le hablaba al oído. Ninguna creía real
semejante erección en el tío.
Norma se sentó en la cama de Paula, quien
eligió sentarse a mi lado, y dijo abanicándose con una revista: ¡Dale gordo, un
poquito a cada una no está mal!
Cuando el tío estuvo en frente de nosotras y
se bajó el bóxer, me tembló todo por dentro. Solo lo hizo para pajearse un
ratito a centímetros de la cara de Diana. Su pene salpicaba juguitos, y un olor
que nos hacía gemir apretando los labios de la boca para no evidenciarnos, y
los de la concha para no mearnos de placer.
¡Cómo te brillan los ojitos chiquita!, le dijo
el tío, ahora más seguro de sí mismo, y Diana nos sorprendió al lanzarse contra su pubis para darle unos lametazos
a su pija. El tío comenzó a gemir, ladeándose un poco mientras murmuraba: ¡Me parece
que solita no vas a poder… ayudale Lorena… dale pendeja… que a vos también te
brillan hasta los pezones!!
Le ensalivé todo el tronco mientras Diana le
lamía el glande, le di pequeñas mordiditas, le escupí los huevos que le
colgaban como flotadores peludos, le di unos chirlitos en las nalgas, y hasta
le propuse a Diana besarnos en la boca con su pija mediante. Eso al tío casi logra
infartarlo.
Cuando al fin pude meterme casi la mitad y
sentí su glande apretar la faz de mi garganta, tuve mi primer orgasmo, y sin
tocarme siquiera. No pude evitar frotar el culo y la vulva en la cama con toda
la fuerza que me fue posible, saboreando los jugos de semejante poronga. Fue
justo cuando la tía le pidió a Diana que se saque la bombacha y la ponga en las
manos del tío, al tiempo que este me garchaba bien rico la boquita, expulsaba
más y más presemen, y me decía totalmente lívido de pies a cabeza: ¡Qué lindo
que te la tragás atorrantita!
Cuando vi a Pedro oler la bombacha estirada de
Diana, tuve unos celos horribles. ¡Lo confieso! Pero sabía que esa noche era
para todas, y que ese hombre estaba dispuesto a satisfacernos, bajo la extraña
presencia de la tía. ¡Nunca me hubiera imaginado que la pareja de los tíos
fuese tan liberal, abierta y desprejuiciada!
Luego el tío puso a Diana en cuatro patas
sobre la cama, y se le acomodó detrás como una ráfaga enceguecida para intentar
penetrarle la conchita. No hubo forma de clavarle esos 23 centímetros, más o
menos. Pero la hizo gozar un buen rato. De hecho le erizaba la piel haciéndola
gritar como a una perra, y no paraba de bombearla, convenciéndola todo el
tiempo que tenía una conchita muy caliente. Durante ese instante, Paula seguía
sobándose la vagina, con lágrimas en los ojos, como no aceptando tamaña
situación, pero más caliente que una pava. Además, la tía me manoseaba las
tetas, diciéndome: ¡Vos no te das una idea de lo putitas que fuimos con tu
mami! ¡A ella también le gustaba espiar a tus abuelos, y a nuestro hermano, a
tu tío Ricardo, cuando se fornicaba a sus noviecitas! ¿Te acordás del tío
Ricardo? ¡No me digas que pensabas, que Pedro y yo nunca te vimos espiándonos!
¿Te gusta cureosear. Chiquita? ¿Te calienta tocarte la concha, espiando a tus
tíos?
Cuando Pedro acabó al fin, regándole las
piernas a Diana por completo, además de dejarle tazones de leche en la
conchita, la tumbó sobre la cama como sin querer tocarla, y me pidió que beba
toda la leche que le derramó en el cuerpo. Sentí crujir mi estómago unos
segundos, y estuve al borde de no hacerle caso. Pero apenas percibí el olor a
semen en sus muslos de mi hermana, me agaché para juntar cada gotita con mi
lengua. El tío fue más ambicioso, y me exigió que también la beba de su concha,
mientras se pajeaba contra mi cola. Sentía el jugueteo de sus dedos en su pija,
y cómo ésta volvía a endurecerse contra mis nalgas, y eso me regalaba un
hormigueo tan intenso que, me llevaba a deslizar mi lengua todo lo que pudiera
en la oscuridad vaginal de mi hermana, para beberme cada resto de semen de ese
cretino. Apenas mi nariz se impregnó del aroma de Diana, y mi lengua atravesó sus
labios vaginales, no solo atesoré una cantidad inédita de lechita en mi
paladar, sino que también me enamoré de sus jugos libidinosos que pedían mucho
sexo. ¿Cómo podía ser que me excitara el olor de mi hermana? ¿Acaso me estaba
volviendo loca, o lesbiana, o retorcida?
Enseguida, digamos que cuando se le antojó,
Pedro interrumpió mis labores para
recostarme cara al cielo. Le ordenó a Diana que se siente en mi pecho, y
mientras mi boca se esmeraba cada vez más en chuparle la conchita y el culo a
mi hermana, Pedro se devoraba mi clítoris a placer. Cosa que no era tan
sencilla por lo grueso de mis labios vaginales. Pero el desgraciado lo encontró
más rápido que cualquiera de mis chongos, y se dispuso a chuparlo y succionarlo
como nunca me lo habían hecho. Hasta que no lo resistió, y se me montó encima
para calzar su estaca de carne en la entrada de mi cueva, después de sacarme la
bombacha y arrojársela a la tía. Al principio casi ni se movía. Solo disfrutaba
de las primeras contracciones de mis músculos contra su enrojecida cabecita.
Pero a medida que mi lengua hacía que Diana gima como una condenada, el tío
comenzaba a penetrarme cada vez más fuerte, haciendo revotar sus bolas en mi
culo, arañándole las gomas a Diana y desgarrando mis entrañas cada vez que la
dejaba quietita unos segundos para después, cuando menos me lo esperaba, darme
con todo. Me excitaba demasiado cuando, cada vez que me envestía, me susurraba
entre agitados jadeos: ¡Ahí va putita… sentila putita… comete mi pija con esa
concha… asíii putona… te gusta la pija nena… sos una chiquita viciosa!
Cuando oí a Norma decir: ¡Olé esto Paula… dale,
tu hermana sí que tiene olor a concha… y abrí las piernas! ¡No me la hagas más
difícil chiquilina!, tuve un orgasmo que me obligó a morderle la fresa a Diana,
porque además lo vi todo claramente desde mi perspectiva. La tía Norma le hacía
oler mi calzón a Paula, mientras se desayunaba sus tetas y su barriga a
chupones, intentaba abrirle las piernas a la fuerza y le pedía que le pegue en
el culo, además de darle unos besos muy profundos en la boca. Paula
correspondía todo entre gemidos de asombro y señales de no saber cómo actuar.
Hasta que Pedro quiso que Diana y yo nos
arrodillemos en el suelo, contra la cama. Allí nos hizo comerle la verga asfixiando
a Diana con su bóxer, y en cuanto las dos nos repartíamos su semen espeso
tranzándonos como babosas empedernidas, él se fue donde la tía recostaba a
Paula, forzándola un poco, y la obligó a limpiarle la pija con la boca.
Enseguida Diana y yo nos asomamos a ver mejor,
y Pedro no tardó en fregar su rostro perverso en la conchita de Paula,
murmurando por lo bajo, o solo para que lo oiga la tía: ¡Esta guacha se mea toda,
porque todavía es virgen! ¡Es muy rico su aroma a hembrita pura!
La tía entonces sentenció con aspereza: ¡Vamos…
vengan ustedes ... todos a chuparle la conchita a esta muñeca de porcelana!
Y fue indescriptible todo lo que sucedió a
continuación. Mi lengua rozándose con la de Diana, Pedro y Norma por el culo y
la vagina de Paula, ríos de nuestra saliva alborotada por su piel, besos
tronadores que hacían temblar a nuestra hermana, respiraciones próximas a su
flor cerrada y su humedad, algunos chorritos de flujo o pichí, que nos daban
igual en el momento, y todos tocándonos. Incluso Diana se quejó por un dedo profundo
de la tía en su orto, y yo porque el tío no era nada dulce cuando me ensartaba
los dedos en la concha para pajearme. Se escuchaban los jugos que inundaban
nuestras cavidades, los chirlos, los chupones, escupidas y balbuceos. Pero nada
era mejor que la voz de Paula gimiendo con dulzura y excitación,
ingeniándoselas para decir cosas como: ¡Qué alzada estoy, qué rico, me calienta
hacerme pis cuando sueño chanchadas, sigan así, chupame toda tía, y vos también
Lore, que me encantan tus tetas!
Luego todo el cuerpo de Paula se convirtió en un
escenario de besos, lamidas, caricias, pellizcos y roces insolentes, como el de
la pija de Pedro pajeándose contra su pancita. Yo le re comí sus pequeñas tetas
cuando la tía la besaba en la boca, y Diana no la dejaba en paz para que la
indefensa Paula la masturbe. Hasta que el tío decidió ser el protagonista
absoluto. A Diana y a mí nos echó como si nos hubiésemos portado muy mal, y nos
ordenó sentarnos en la cama que antes ocupábamos. Luego acostó a Paula como en
cruz y le ató las manos al respaldo de la cama, primero para enseñarle a chupar
su pija que ya era una escultura de semental en celo. Paula parecía intranquila,
o resignada, ya que forzaba al tío para que la obligue hasta con alguna
cachetada a seguir chupándole la verga. Pero pronto la zorra se la comía a
bocados, mientras Norma le devoraba los huevos y el culo, y Diana se entretenía
sorbiendo los jugos de mi sexo, arrodillada en el suelo, totalmente emocionada
por los estruendos de calientes flujos que me arrancaba del clítoris, ya que su
lengua era una máquina de hacerme acabar.
Luego el tío se acomodó entre las piernitas de
Paula para atenazarle el cuerpo con sus brazos, para sacarle brillo a sus
pezones, y para al fin clavarle la pija en la conchita. Ella se lo pedía a
gritos.
¡Cogeme ya perro, dale hijo de puta, rompeme
la concha, cogeme toda!, suplicaba mientras el tío se la poyaba en la entradita
para matarla de deseo. Pujó un par de veces con suavidad cuando la tía me hacía
tocarle las tetas, aún con Diana sorbiendo mis mieles vaginales, y de repente
un grito estalló en la tarde gris. Paula nos enteró de que ya no era virgen
cuando el tío se movía con todo encima de ella, bombeando suave y rápido por
momentos, marcando sus dedos en sus nalgas y sacudiéndola como a una hojita
perdida en el otoño.
¡Dame pija, quiero pija tío, mucha pija!,
solicitaba mi hermana.
Pedro sacó su miembro de los adentros de Paula,
y nos lo mostró con un poquito de sangre. La sábana estaba peor, y en la cara
de Paula había signos de dolor, aunque también de insatisfacción. Así que el
tío se le subió de nuevo, la tía le desató las manos, y mientras su pene volvía
a acunarse en su vagina para darle masita, Norma nos chupaba la concha a Diana
y a mí. Ella quiso que permanezcamos sentadas, tomadas de las manos, y
oliéndonos el cuello, mientras su hambre frenético nos abría las piernas para
regalarle a su lengua ancha nuestros sabores prohibidos. El tío se vino en seco
adentro de mi hermana, en medio de unos agitados gemidos que se mezclaban con
los grititos de Paula y la risita nerviosa de Diana. Es que la tía aprovechaba
a lamerle el culo, y eso, además de excitarla le hacía cosquillas.
Enseguida las tres fuimos a saborear la leche
del tío de las piernas y la concha de Pau, que desde entonces no volvió a tener
pesadillas, ni a mearse en la cama.
Al rato los tíos salieron del cuarto sin decirnos
nada, y nosotras estábamos más alzadas que antes. ¿Cómo pudimos llegar a tanto
desconcierto? De hecho, una vez que todo terminó, los tíos parecían
arrepentidos, o asustados, o por lo menos desorientados. No sabíamos cómo sería
cenar, o almorzar con ellos después de semejante tarde. Mi tío había desvirgado
a mi hermana. La tía nos lamió las conchas a Diana y a mí. Las tres probamos la
leche del tío, y le manoseamos las tetas a la tía. ¡Y para colmo, Diana me hizo
acabar con su lengua por lo menos tres veces! Pero comprendimos que esto solo
será nuestro secreto de vacaciones. Diana hoy juega a ser la novia de la
vecinita, y yo me convertí en la putita del tío. Claro, con la aprobación de la
tía. Fin
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Cafecito nacional de Ambarzul para mis lectores nacionales 😉
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