Apretaditas


La medianoche transcurría como siempre, y yo estaba leyendo, tirada en la cama con la notebook encima, y con las piernas abiertas. No quería tocarme. Pero el relato erótico que mis ojos leían se convertía en imágenes fotográficas muy vívidas, imposibles de soportar. Estaba en bombacha, relajada y fresquita después de un largo día de trabajo. Necesitaba coger. Mi lengua saboreaba en el aire los jugos de una conchita invisible mientras mis piernas se abrían más para no rozarme la vulva, puesto que el relato que leía me estaba llevando cada vez más lejos. No sabía si sería capaz de controlarme mucho tiempo más. Sentía que mi bombacha se mojaba, y que un cálido resplandor me abrazaba los pezones.
No lo pensé dos veces. Me vestí más o menos presentable, me perfumé, me lavé la cara y agarré mis cosas personales. Busqué algo de plata en efectivo, y con la panocha en llamas me subí a mi auto. Por suerte todavía no lo había metido en el garaje. Fue automático. Manejé hasta la Malparida, que es un pub cercano a mi casa, quizás uno de mis preferidos, y me bajé decidida a beber algo fuerte para aplacar mi calentura. Eran las 2-30 de la madrugada, y no había tanta gente como suele pasar. La barra parecía despoblada. La pista tenía varios claros, la música no aturdía como siempre, y los camareros caminaban con toda la tranquilidad. Me senté en la barra y me pedí un gintonic como para empezar. Miraba para todos lados, todavía con las mieles del relato que me llevó a tomar la decisión de salir flotando en mi cerebro, y descubrí a una morocha que tenía unas tetas a pedir de mi boca. Aquel relato en el que una madre y una hija tenían sexo revoloteaba en mi presente mientras bebía mi trago, y a mi mente se le antojaba que esa morocha podría ser mi hija, y yo esa madre que le dedeaba la concha y el culo con el mismo amor. Sentí que se me enrojecían las mejillas de solo pensarlo. Me puse a mover las piernas al ritmo de un tema de Soda Stereo para disimular, y le pedí fuego a la Vero, que es la mejor de todas preparando tragos. La conozco casi desde que se inauguró el boliche. Por suerte en este sitio se podía fumar, pensé. De lo contrario mis ansiedades se hubiesen suicidado en el culo de cualquiera de las pibas que bailaba en la pista.
De repente, la Vero me mira con una irónica sonrisa y me dice señalando a un rincón del pub: ¡Che negri, esa de verde, está fatal! ¡Bah, digo, por si te interesa! ¡Está con otras dos, y no dejan de meterse mano! ¡Hace un rato la vi lamiéndole los labios a una rubiecita!
Sus palabras sonaron como flechas en el blanco de mi sexo. Cuando miré detenidamente, sentí que la cola se me separaba de la silla. Apuré lo que me quedaba de gintonic. Pero no tuve el valor de ir a saltarle a la yugular.
¡Es una nena Vero! ¡Esa cosita no tiene más de 20 años!, le dije nerviosa, como si fuese la primera pendeja a la que abordara en mi vida.
¿Boluda, y cuál hay? ¡Tiene concha y tetas como vos! ¡Aparte, ¿Te imaginás lo que debe ser esa conchita?! ¡Si hace rato que anda jugueteando con esas dos! ¡Andá, y marcale territorio a esa perrita! ¡Meale los pies como sabés hacer!, me decía Verónica sin escatimar gestos de aprobación. Sus ojos también brillaban bajo un manto de morbo visible. Ella también es lesbiana, y delira por las pendejitas. Por lo tanto, si ella decía que esa nena era fácil, tenía que creerle. Cuando pensé en la literalidad de su última frase, aquello de mearle los pies, noté que un calor humillante ardía desde la punta de mi lengua hasta el último vello de mi concha. Entonces, me levanté y me dirigí a la mesa de la chica de verde, aprovechando que estaba sola. Ni sabía cómo presentarme. Así que le dije lo primero que me salió.
¡Hola! ¡Heeemm, perdón! ¿Estás… sola? ¿Querés bailar?!
Ella me sonrió con astucia, y terminó de sorber el culito de un trago color púrpura. Luego, mientras se levantaba dijo: ¡Dale, sí, bailemos! ¡Mis amigas se fueron al baño! ¡Ya vienen! ¡Que se sumen después!
En ese momento sonaba un lento en inglés. No podía creer que me resultara tan sencillo cazar a esa gatita. Su perfume era extraño porque se le opacaba con el cigarrillo del lugar. Le pregunté si le gustaba bailar lentos. Ella respondió que nunca bailó uno. Entonces, la presioné un poquito con las manos, y ella no me las rechazó. Era un poco más bajita que yo, por lo que no me costaba acariciarle la espalda. Sentía sus muslos contra los míos, y mi clítoris comenzaba a presagiar lo que tal vez no sucediera nunca. El calor de su cuerpito, su voz tarareando aquella canción melosa, sus ojos entrecerrados y su carita tan próxima a mis labios, empezaban a erotizarme.
¡Qué bien bailás chiquita!, le dije al oído para ver cómo reaccionaba.
¡Es que vos me llevás bien… y… aparte me gusta bailar así, apretaditas! ¡Pero, no me digas chiquita, que parecés un viejo baboso!, dijo angelical, con una sonrisa que daban ganas de morderle los cachetes. . Por un momento tuve la sensación de que se mordía los labios.
¡Tengo 19, y novio, ni en pedo! ¡Ahora quiero joder, ponerme hasta el orto de alcohol, fumarme todo, coger  y bailar!, me respondió cuando averigüé aquellas cositas. Pero en ese momento mis manos inquietas le rodeaban la cintura. Entonces su rebeldía me susurró: ¿Te gusta mi cola! ¿No flaca? ¡A mis amigas también! ¡Uuuuy, allá vienen!
Por toda respuesta comencé a besarle el cuello mientras le masajeaba las nalguitas, apretándola más contra mí. Sentí los latidos de su corazón en las venas de su cuello, y le oí algunos gemiditos.
¡Mirá, ahí están mis amigas!, dijo como para zafar del trance que su cuerpo experimentaba. Su pubis se frotaba contra mi muslo, y mis dedos seguían recorriendo sus nalgas tersas, duritas y totalmente libres bajo un vestidito no muy corto. Me la imaginé sin bombacha, y me mordí la lengua para no comerle la boca ahí mismo.
Entonces las vi. Una rubiecita se devoraba a besos a otra gordita con cara de atorranta. Se las señalé y le dije: ¿Esas son tus amigas? ¿Son tortas?
¡Nooo, a esas les pinta de todo! ¡Cuando andan alzadas se comen entre ellas, y a mí también! ¡Pero nunca cogimos! ¡Solo, solo nos besuqueamos! ¡Jugamos un poco! ¿Me entendés?, dijo la nena aún sin nombre para mi memoria. Yo tampoco le había dicho el mío.
¿Y, a vos te gustan las lengüitas de tus amigas? ¿O te gusta más chupar pija?!, le pregunté directamente, mientras su cabeza reposaba en mi hombro, sus piernas abrazaban a mi pierna derecha para fregar su pubis contra ella y mis manos le palmeaban el culo.
¡Síii, me gusta todo flaca! ¡Pero más las mujeres! ¡Dale, llevame a un VIP, que no aguanto más! ¡Están arriba!, dijo desbordada, ignorando que yo conozco ese pub como a los ojos de mi madre. Ni lo medité, a pesar que me costaba 250 dólares. Esa pendeja, y el relato que todavía zumbaba en mi cerebro me movilizaron de tal forma que fue imposible no hacerle caso al destino.
Entramos rapidito, luego de que  Ella se pidiera un fernet con coca, y yo un nuevo gintonic. Ella, me dijo que se llama Lucía. Pero no se lo creí. Tardó una eternidad en pronunciar su nombre. No la culpé. Yo también falsifiqué mi identidad.
¡Natalia me llamo!, le decía mientras la revoleaba en uno de los sillones para mandarle mano a sus tetas, a su entrepierna y a ese culo precioso. Ahí descubrí que tenía mojada la faldita del vestido. ¿Tanto se había calentado frotándose contra mí?
Ella gemía atontada, apretando los ojos, con los cachetitos rosados. Entonces, la acorralé con mi cuerpo ni bien me derrumbé sobre ella, y comenzamos a intercambiar saliva de un modo tan obsceno como necesario. Le mordí la boquita, la obligué a chuparme los dedos y yo le lamí los suyos, le mordisqueé la naricita, le lamí las orejas, le pasé la lengua por toda la cara y luego se la metí en la boca. En breve ambas lenguas eran dos espadas ponzoñosas, alegres y movedizas. Nuestros dientes se entrechocaban, sus gemiditos eran más desesperados, y mis ganas de morderle el culo se agolpaban en mi pecho. La agarré de las gomas para sacudirla, sin dejar de franelearnos, y ella ocultaba su manito entre mis piernas para sobarme la vulva por encima del pantalón.
¿Y tus amiguitas te agarran así de las tetas? ¿Y vos les frotás la argolla, como me lo hacés a mí, chiquita sucia?!, le dije, habiéndole desprendido el corpiño.
¡Nooo flaca, solo nos comemos a chupones! ¡Imaginate, que nos quedamos re alzadas! ¡Tocame toda putita!, decía como si estuviese angustiada. Así que, le subí la faldita del vestido para recorrerle las piernas. Se las froté y besé. Desde esa posición me llegaban vestigios del aroma de su sexo, y las sienes me palpitaban de emoción. Cuando mis dedos arribaron a su vulva, se encontraron con una tanguita azul microscópica, mojada y caliente. Transgredieron sus límites mientras ella abría más las piernitas, y entonces mis falanges comenzaron a trabajar en la oscuridad de su vagina pequeña. Antes se la palpé toda, como si fuese una doctora. Tenía los labios como con fiebre, y totalmente cremosos, lubricados y resbaladizos.
¡Chupame la concha flaca, por favor, chupala toda, comeme la concha!, me gimoteó mientras tres de mis dedos hacían que su sexo emane más flujo de tanto ir y venir, de un extremo de su hueco al otro. Las nalgas le sudaban contra el sillón, y las piernas le temblaban. Yo me deslicé por el suelo como un reptil hambriento. Ella se descalzó y estiró su pierna izquierda arriba del apoyabrazos del sillón. Su vestido quedó hecho un bollo sobre su vientre. Yo me desprendí el pantalón porque no soportaba más el roce de mi ropa en mi concha. Le corrí la tanguita y se la lamí. Me acerqué a sus tetas y se las mordí sobre el vestido. Le palmeé la conchita con la mano abierta, le soplé la superficie y dejé que mi boca actúe a voluntad. Se la besé, deslicé mis labios por toda la extensión de su rajita, y le introduje la lengua para saborear esos flujos transparentes, salados y espesos. Su olor era fuerte, con algún resabio de pipí. Su sabor, te hacía sentir que era imposible quedarse sin una gotita en la boca.
¡Dale flacaaaa, chupáaa, chupame toda la concha puerquita inmunda!, me decía inclinándose hacia adelante y hacia abajo, como si el sillón fuese un tobogán. Yo le separaba los labios hinchados y me devoraba su cremita de hembra regalada tras recorrérselos con la lengua. Exploraba todo su tajito, de arriba hacia abajo, bebiendo todo lo que podía mientras le amasaba las nalgas. En un momento me pidió que le pegue en el culo. Pero no le di ese honor. Sin embargo, le retorcía los pezones por adentro del vestido y se los babeaba con su propia saliva, una vez que ella misma me escupía los dedos. Le metí la lengua hasta donde alcancé por ese túnel femenino, mientras con mis dedos anular y mayor le paleteaba el clítoris. Entonces, su cuerpo se elevó, y su boca replicó como una dulce brisa: ¡eeesooo, ahíii, aaay, eso flaca, ahí chupame, tocame toda, daleee, que te doy toda mi acabadaaaa peeerraaa, comeme, comemeeee por favor, sacame la lechitaaa, comeeemeee!
Ahí comencé a darme una panzada de conchita y juguitos como hacía rato no recordaba. Le recorría el vientre con las manos por abajo del vestido, le olía la vagina re enviciada, le mordisqueaba los labios, se la revolvía con la lengua y seguía hurgando con mis dedos la dureza de su botoncito mágico. Ella se retorcía en el sillón, gimiendo incontrolable, ofreciéndole un mejor campo de acción a mi boca y dedos tras abrir las piernas aún más, como una verdadera contorsionista. Alrededor ya se oían galopes sexuales, gemidos, urgencias, pedidos de leche y azotes. De hecho, la morocha que vi cuando llegué al pub, estaba meta saltar sobre la pija de un pelado grandote con pinta de rockero.
De repente, mientras mi rostro se cubría de sus jugos y aromas, ella levantó las piernas. Su mano comenzó a presionar mi cabeza, y su garganta aturdía un poco más a mis oídos perturbados. Las señales eran más que obvias. Su orgasmo no tardaría en quemarle las entrañas. Estaba tan caliente la chiquita que, no podía esperar ni una molécula de segundo más.
¡Aaaay, te acaboooooo, me acabo todaaaa, tragate todo cerdaaaa!, decía exultante, apretándose las gomas con una mano y mordiéndose los dedos de la otra. Me largó seis chorros como disparos en la boca mientras yo le marcaba las uñas en la cola. Los dos primeros balazos me dieron en la nariz y el pómulo. ¡Era una auténtica máquina de acabar! Por lo tanto, busqué en la penumbra el orificio de su uretra, y me tragué todos los demás, sin dejar de mover los dedos en forma de ganchito adentro de su vagina, para de esa manera frotar el techo de su caverna que latía impasible, como acompañando a los cuerpos que cogían cerquita nuestro. Su orgasmo se dividió en dos, según lo que me pareció, y no estaba dispuesta a levantarse del asiento hasta salir del estupor que mi lengua le regaló. Entonces, le besé los muslos, le acaricié la pancita y le recorrí las nalgas con unos besos sin ruido pero bien babosos. En un arrebato le metí la lengua en el culo y se lo lamí. Lo tenía estrechito, húmedo y caliente! pero ella, a pesar de que se estremeció hasta la punta del pelo, me detuvo casi sentándose en mi cara, y apartándome con las manos.
Me levanté contrariada, más caliente que unas horas atrás. Pero antes de dejarla ir, nos comimos la boca una vez más
¡Azaya flacaa, qué polvazo me sacaste! ¿Te tragaste todo? ¿Te gustó mi lechita? ¡Hace como una semana que no me cogen!, me confió mientras yo intentaba encenderla con mis besos. Ella respondía a mis chupones, pero evadía todo intento mío por regalarle otra acabadita.
¡No, flaca, tengo que hacer pis! ¡Pará, no seas pesada! ¡Yo no sé chupar conchas! ¡Nunca lo hice! ¡Soltame que me meo! ¡Tomé una bocha de fernet, y no fui a mear!, me decía atropellándose las palabras cuando yo le pedía una devuelta de favores para mi conchita. La invité a casa para que la sigamos allí. Pero Lucía, o como se llame, se levantó decidida a reunirse con la rubiecita, que ahora estaba en bombacha con la pija de un cincuentón contra las tetas.
¿Boludaaaa, a dónde estabas?, le dijo la rubia, luego de que mi nena histérica le tocara el hombro. Yo me abroché el pantalón, eché un último vistazo al cogedero que me rodeaba y bajé a la barra. Tenía el sabor de esa nena en los labios, y la imagen de la otra amiguita de las chicas comiéndose con una veterana. Quise acercarme a ellas, al menos para pedirles participar. Pero no me pareció confiable la mujer que, segundos antes de que mis pasos me devuelvan a la barra, le nalgueaba el culo por encima de una bombacha negra. Le había bajado la calza y todo!
¿Y nena? ¿Te comiste a esa culoncita?!, me dijo la Vero a la vez que me preparaba otro gintonic.
¡Son todas iguales amiga! ¡Solo quieren que les chupes la concha! ¡Después se van y te dejan con la pava caliente, y ni siquiera te dan las gracias!, rezongué cuando la mayoría salía del pub. Ya eran las 5, y según la ordenanza de nocturnidad, había que cerrar todo.
¡Bueno negri, si esa nena te dejó caliente… digo… podemos… ir a casa… y… revolcarnos como dos hembras! ¡Yo no tengo nada planeado para hoy!, me dijo la Vero al oído, mientras me sobaba las tetas, y yo apuraba mi trago, tocándome la concha  con las esperanzas renovadas.     Fin

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