Nunca pensé que
el destino me tendría preparada semejante recompensa, al terminar una larga
mañana de trámites. Aún así supuse que me desocuparía mucho más tarde. Es que,
entre que detesto ir a la municipalidad, y que los empleados pareciera que
desayunan café con vinagre, se me torna insoportable.
Pero aquel
mediodía llegué con sed, mientras pensaba en todo lo que me quedaba por hacer,
y en el regalo de cumpleaños de una amiga. Me había olvidado que era jueves, y
que Berta, la empleada que compartimos con mi madre debería andar por la casa,
inmersa en sus quehaceres.
¡Hooolaaa!
¡Lleguéeeé!, grité desde la cocina, solo para saber por dónde andaba, porque, casi
que instintivamente me quedé en bolas gracias al calor de un febrero denso por
la humedad de algunas lluvias poco sensibles a nuestro confort.
¡Estoy acá bebée!
¿Cómo te fue?!, se escuchó la voz de Berta desde el lavadero. Caminé hasta
ella, digamos que con las gomas al aire, los ojos bien atentos y con una
sensación más que conocida endulzándome los labios.
Para sincerarme
desde el principio, Berta y yo tuvimos lo que ella calificó como un DESLIZ, una
tarde cualquiera, hace un mes atrás. Luego de aquel episodio, ni yo quise
forzarla, ni ella se olvidaba de actuar como si nada hubiese pasado. Aunque le
regalaba terribles miradas a mis tetas, a mis labios y a mis piernas cuando
andaba suelta de ropa por la casa. Esa tarde había sido su cumpleaños, y por
tal motivo, brindamos con un vino carísimo que me regaló un tío. Yo no sé nada
de vinos. Pero la viciosa se tomó casi toda la botella, y tal vez, impulsada
por el fragor del alcohol en sus venas, soltó la lengua sin privaciones ni
vergüenzas. Era sábado, cuando cerca de las 5 de la tarde dijo: ¡Bueno nena, me
parece que me voy, porque, te tomé todo el vino, y si, si llego borracha a
casa, el Negro va a pensar que me junté con otro tipo!
Se rió como sin
importancia, me re miró las tetas y brindamos una vez más, ambas con las copas
vacías. Ella tenía un vestido marrón y unas sandalias de taco alto, ya que no
llega al metro 55. Muchas veces le pedí que se siente, pues, me daba miedo que
fuera a resbalarse con semejantes tacos, y el piso de la sala encerado. Pero no
me daba bola.
¡Dale reina, andá
nomás! ¡O, si querés, te quedás a descansar un ratito, hasta que se te pase la
alegría! ¿Querés? ¡Aparte, ¿por qué tu marido pensaría eso?!, le ofrecí, a
pesar de que ella todo el tiempo negaba con la cabeza.
¿Necesitás que te
adelante algo de la quincena?!, le pregunté, sabiendo que vive al día, y que
sus hijos tienen necesidades. Entonces, pensé que Berta con sus 42 años, con
dos hijos y una vida sacrificada estaba bastante fuerte. Justamente, se puso
más perra después de ser mamá. De todos modos, yo jamás la había mirado con mis
ojos lujuriosos. Solo que, en ese momento, tenerla media borrachita, vulnerable
y charlatana, me generaba cositas raras en la panza.
¡Nooo muñeca, no
se preocupe! ¿Total, cobro el martes, creo! ¡y lo del Negro, usted no lo
conoce! ¡No está casi nunca en la casa, y cuando llega, lo único que hace es
dar órdenes! ¡Le juro que a veces viene con manchitas de labial en la camisa, o
con olor a perfume de mujer en la ropa! ¡yo no sé qué pensar!, se expresó con
una carga de angustias en la garganta. No supe qué decirle. Nunca fui buena en
la tarea de consolar a nadie.
¡Bueno Berti, no
sé… A lo mejor, digo, como es policía, tal vez viene cansado! ¡Yo conozco ese
ambiente, y no es nada fácil! ¡Pero, si te sirve, te doy un adelantito de tu
quincena, y te comprás lo que quieras, pero para vos!, le dije intentando
sacarle una sonrisa. En eso que giro hacia la mesita ratona para buscar algo de
plata de mi cartera, la oigo levantarse con lentitud. ¡Pero jamás pensé que
podría reaccionar así! De repente siento su cuerpo contra mi espalda, y sus
brazos rodeando mi cuello, y me paralicé. Para colmo me dijo: ¡Aaay, cómo me
gustaría que mi marido fuese así de comprensivo y tierno, como vos querida!
Su perfume se
mezclaba con su aliento a vino, y a la gata en celo que habita en mis entrañas
le urgía afilarse sus garras en su cuello desprotegido. No estaba del todo
segura. Pero ya no podía silenciar a los deseos de mi mente. Por eso me giré
para quedar enfrentadas, la tomé de las caderas, mientras ella proseguía: ¡No
sé, divertido, agradable, gracioso, como vos, que sos pura alegría!, y le metí
mil pesos entre el vestido y el corpiño. No dejaba de intimidarla mirándola a
los ojos.
¡No sirve para
nada el pobre! ¡Es un boludo! ¡No hace nada en casa! ¡No le da bola ni a los
chicos! ¡Bueno, y a mí, ni le digo!, seguía pronunciándose en contra de su
matrimonio, pegándose más contra mí, apretando sus tetas en las mías y
temblando sobre sus piernas deliciosas.
¡Dejate de joder
Berti! ¡Vos estás buscando guerra, no mami? ¡O sea, vos sabés que yo, soy, que
soy torta, me imagino!, le decía, ahora rodeando su cintura con mis brazos.
¡Bueno, su madre
me dijo algunas cositas… y yo, la vi, alguna que otra vez, si querer!, intentó no parecer entrometida,
suponiendo que yo me enojaría.
¡Así que mi mami
te dijo algunas cositas! ¿qué te dijo? ¿Que tengas cuidado cuando su hija te
mire las tetas, o se pasee desnuda por su casa delante tuyo, o que te hagas la
boluda si escuchabas algunos gemidos?!, le dije, paseando mi lengua en mis
labios, palpándole una de sus apetitosas gomas, y exhalando de su agónica
expresión.
¡Pero, nooo, nada
que ver! ¡Solo, solo me dijo que a usted le gustan las chicas!, dijo como queriendo
separarse de mis brazos. A ella le vibró el celular como si fuese un llamado, y
no lo atendió.
¡Síii, me gustan
las chicas, las nenas, las adolescentes, las mujeres más grandes que yo… me
gustan todas! ¿Y vos? ¿nunca probaste, o fantaseaste, o se te pasó por la
cabeza la idea de encamarte con una mujer?!, le pregunté para medir el pulso de
sus pasiones más recónditas.
¡Mire, a mí, yo,
si no se enoja, me gustaría meterle los cuernos a mi marido, pero, pero con vos
bebé!, me dijo presionando su entrepierna en mi muslo, estirando su cuello como
pensando en llegar a mi boca. La miré con ojos escrutadores, sintiendo que tal
vez podría arrepentirse de sus intenciones. Entonces comencé a inclinarme para
servirle mi boca a la suya, cada vez más calentita, y esperé el claro de sus
sentimientos.
¡dale nena,
comeme la boca, besame chiquita por favor!, me balbuceó agitándose en un deseo
tan prohibido como perverso y renovador. Ni bien apoyé mis labios en los suyos
los abrí con mi lengua, mientras le recorría todo el cuerpo, sintiendo sus tiritones
en la piel, saboreando su saliva ebria y el contorno de sus labios gruesos.
Aquello se convirtió en un beso largo, desvergonzado y sublime, en el que ella
también me mordisqueó la lengua y los labios, me lamió la nariz y exhalábamos
cada una del oxígeno de la otra. Hasta que mis besos babosos comenzaron a rodar
por su cuello como un pequeño shock de frescura. Ahí ella gemía con más ganas,
despreocupándose por el ventanal abierto que daba a la calle.
¡Aaaay, qué hija
de puta, hace cuánto que no me besan asíii, qué ricooo, cómo me mooojooo!,
decía por lo bajo, antes de que mis manos se aferren a sus nalgas para darle
tres o cuatro golpecitos con mi pubis en el suyo. Le sonreía como una
colegiala, y ella no encontraba palabras para agradecer, pedir o despejarse de
dudas infundadas.
De pronto ella
misma buscó mi boca cuando yo se la privé por un instante, y me besó con una
obsesión que se le escapaba por los poros. Razón que me llevó a decirle, al
tiempo que me la apartaba y le sonreía: ¡Mujer, ya no somos dos pendejitas para
estar haciendo esto de paradas! ¿querés coger? ¡Te lo pregunto de una! ¡No
estás obligada a nada! ¡Pero, si querés, vamos a la camita, y te aseguro que lo
hacemos bien cornudo al mujeriego de tu marido!
Le di un cariñoso
chirlo en las nalgas y me la llevé sin el mínimo esfuerzo a la pieza. Me había
resultado tan fácil, que no quería dar ni un paso en falso. De hecho, ella
solita se empezó a poner en bolas mientras yo sacaba unas bombachas y vestidos
de la cama.
¡Aaay bebota, te
juro que estoy caliente con vos desde que te vi con la nenita esa que trajiste
una vez, la Cori! ¿Te acordás? ¿La que se meaba en la cama y discutió conmigo!
¿Qué guachita desubicada! ¡Le apuesto lo que quiera, a que nunca le lavó bien
la ropa como yo!, me decía tendiéndose en la cama, recorriéndome toda desnuda
con los ojos enrojecidos, y mostrando sus pezones erectos con naturalidad. Eso
para mí fue la mejor de las invitaciones. Me le tiré encima y comenzamos a
besarnos de nuevo, pero ahora con todo el frenesí que nos guardábamos.
¡Nunca, nunca lo
hice a esto cachorrita, pero me muero de ganas de hacerlo!, me susurró temblando,
con uno de sus pezones prisioneros de mis dientes acariciantes.
¡Tranqui bebé,
que yo lo hice muchas veces, y creo que sé cómo hacerlo! ¡Vos solo relajate, y
gozá perra!, le dije lamiéndole los pezones, recorriéndole la barriga con una
mano y los labios con un dedo. Ella se me entregaba más, presionándome la
cabeza para que no abandone ni un centímetro de sus tetas, jadeando cada vez
más acelerada. Eso no fue nada comparado con el momento en que mis dedos le
rozaron la peludita! ¡Qué linda concha tiene la veterana! Es un bollito
delicioso, gordito, carnoso, listo para hincarle el diente y meterle varias
lenguas, como si fuese una tacita de mieles de hembra caliente. En ese momento
se dobló como si buscara sentarse, producto de la descarga que le regalaron mis
dedos cuando le abrí los labios vaginales.
¡Aaaay mi
viiidaaa, mi chiquiitaaa chaanchaaa!, me decía, aún cuando no le había
penetrado la vulva. Decidí que lo mejor era llevarla al máximo del placer, y le
recorrí todo el cuerpo con besos rabiosos, mordiscones, lamiditas obscenas
hasta por su ombligo y algunas escupiditas a su buen par de tetas, mientras
comenzaba a dedearle la conchita, cada vez más próxima a su botoncito
volcánico. Gritó cuando transgredí sus labios menores y le escarbé ese hueco
empapado, y se los froté. Evidentemente hacía mucho que no cogía la pobre.
No quería dejarla
con ganas. Por lo tanto, corrí al cajón de la cómoda y busqué mi cinturón con
verga para cogérmela toda, como se lo merecía. Además se lo había ganado.
Cuando me vio ponérmelo se volvió loca.
¡Y pensar que no
me dejabas salir de la cama, putona, eh!, le dije, blandiendo el chiche cerca
de su cara, antes de tomar la decisión de acomodarme entre sus piernas. La
dejaba que admire mi consolador, mientras le besaba las piernas. Sentía cómo
sus dedos gruesos me revolvían el pelo, y cómo sus respiraciones le aflojaban
cada músculo. Entonces supe que era hora de hacerlo. Le di la orden a mi lengua
para que empiece a lamer cada rincón de su sexo, sus recovecos, sus ingles, y
hasta su culo transpiradito, pero no por eso menos exquisito. La guacha
relinchaba de algarabía, abría las piernas más allá de lo posible y doblaba las
rodillas. Gemía como para que se le purifique la garganta de todo el pucho que
se manda a diario, se sacudía las tetas y apretaba los dientes. Su clítoris
largaba tanto jugo que, tenía la sensación de que podía hacerse pis de la nada.
Pero eso no sucedió. Le encantaba que le palmotee la chocha, que le arranque
algunos vellos con los dientes mientras mis dedos navegaban en su fuente y otro
le presionaba el clítoris, y que le escupa el culo. Entonces, cuando la tuve
toda regalada, mojada, aturdida y mareada, me le subí encima como un perro cuya
toda idea en mente es abotonarse con la perra alzada que anda por la calle, y
le introduje el pito en la concha para moverme, bombearla, apretarle el cuello,
morderle las gomas, comerle la boca y saborearle la lengüita, gemirle al oído,
lamerle toda la cara, y al fin sacarle una flor de acabada, la que me hizo
estallar también en un orgasmo furioso.
Cuando todo
terminó, ninguna de las dos pudo decir nada. Yo me levanté, fui al baño a
lavarme un poco, y cuando volví ella estaba en calzones, terminando de vestirse.
¡Bueno corazón,
no te preocupes! ¡El lunes vengo como siempre!, me dijo ya en la puerta de
casa, con un pucho en la mano, y una felicidad inmensa en el rostro. Aún así me
esquivó cuando quise besarla en la boca.
Pero aquel jueves
la vida quiso volver a darnos un trozo de dicha. Allí estaba Berta, frente a la
pileta, fregando un jean, con los guantes de lavar ropa, una camisa rosada,
pantalón tipo bermuda y ojotas. Creo que se sorprendió al verme detrás suyo, ya
que caminé hasta el lavadero descalza. Se me antojó muy excitante con la camisa
pegada al cuerpo por el calor agobiante, el pantalón mojado y el rostro bañado
en sudor. Le caían unas gotas gigantes desde la base del cabello cuando se giró
a mirarme.
¡No me diga que
fue así, en tetas al centro muñeca!, me dijo, seguro que a modo de chiste,
lejos de pensar en provocarme. Estuvo a punto de limpiarse el sudor con una
toalla. Pero yo atrapé su muñeca entre mis dedos, y con la otra mano le recorrí
aquellas líneas de sudor para juntarlos en mis dedos y saborearlos. Ella me
miró como no entendiendo mi fetiche alocado. Sin embargo se sonrió poniéndose
colorada, y me dijo: ¡Mire si su madre la ve en tetas con la Berta, encerrada en
el lavadero! ¡Las cosas que pensaría!
No le respondí.
Directamente le deslicé las tetas por la espalda para estirar mi cuello y
entonces recorrerle la cara, la frente, los labios y el mentón con mi lengua.
Saboreé su sudor como si se tratara de un afrodisíaco sabor desconocido, o
algún licor preparado por los dioses, y ella solo decía: ¡Por favor muñeca, es,
es que, por favor, no siga!, gimiendo y suspirando casi sin proponérselo. Me
encantaba que el chorro de agua de la pileta le salpique la barriga. ¡Estaba
realmente desatada! Le agarré las tetas con las manos para amasárselas, mientras
pegaba mi pubis a su culo que comenzaba a inclinarse un poco, y le desprendí la
camisa con impaciencia, sin dejar de lamerle el rostro. Le quité los guantes de
goma, la despojé de su camisa y le vi el cuerpo completamente desnudo,
brillante de sudor, sin corpiño para su terrible par de tetas, y no tuve otra
alternativa que zambullirme entre ellas. Mi lengua le recorrió desde el cuello
hasta el abdomen, deteniéndose en el caminito que hay entre sus tetas. Le
rozaba sus pezones erguidos y calientes, mientras me embriagaba con el néctar
de las sales de su piel, y ella no se molestaba en reprimir gemidos. Sabía que
tarde o temprano se me entregaría, porque conocía de su lamentable estado
sexual. No tuve que esperar demasiado para que sus manos curtidas de jabón,
lavandina y otros productos químicos comiencen a presionarme la cabeza para que
le mame esos pezones magníficos. Me imaginé siendo niña, acurrucada a su lado
en una cama amplia, bajo el resoplar de un ventilador, sorbiendo leche de esas
tetas, en pañales y con ganas de hacer pis, y me enloquecí del todo. Por eso es
que sin darme cuenta le mordisqueaba los pezones, ronroneándole guarradas que
ni yo puedo precisar, recorriéndole el cuerpo con mis manos y la lengua, y
bajándole con su complicidad el pantalón y la bombacha de un solo golpe.
¡Hijitaaa,
espérese, que tengo que, que terminar de, de lavar!, intentó frenar mi
vehemente estado de calentura. Pero no le di el gusto. Además, yo sabía que la
putona quería que no me detenga.
¡Callate guacha,
que te brilla la concha de flujo! ¡Estás caliente como las pendejas que salen
de la escuela con la idea fija en garcharse al primer guachito que les manosee
el culo!, le dije, ya de rodillas ante su frondoso monte de vellos rizados. Le
escupí la bombacha ni bien la tuvo por los tobillos, le acaricié la vagina,
mientras ella decía: ¡Aaaay señorita, no me diga eso que, que me calientoooo!,
y hundí mi rostro entre sus piernas carnosas, para honrar su femineidad
lamiéndole las ingles, los muslos y los labios vaginales. ¡Quería volverla
loquita a la cornuda de mi Sirvienta! Me desayuné todo su aroma de hembra
regalada al tiempo que ella me separaba más las piernas, y cuando alcé los ojos
me derretí al verla con la cabeza hacia atrás, respirando con dificultad,
reprimiendo algún que otro gemido. De hecho me dio un par de golpecitos en la
cabeza para que continúe.
¡Nadie me pone
así de perra como vos queridita!, dijo en voz baja en cuanto detuve las
frotadas de mi rostro en su vulva. Entonces, mientras mi lengua sorbía, lamía y
le salivaba sus muslos rosados y ese bollito con cada vez mayores latidos,
Berta subió una de sus piernas, medio sentándose en el lavarropas. Eso me
facilitó la tarea. Desde entonces, mis manos y mi boca le recorrieron el sexo,
su cintura, sus nalgas, y hasta le lamí la bombacha gimiendo como una
histérica. Pero cuando volví a saborear su conchita, su voz ronca por el pucho
comenzó a gruñir con mayores fundamentos.
¡Aaaaaah, asíiii
mi vidaaa, qué putita lame concha que soooos, asíii, comeme asíiii, chupame la
coonchaaa perraaa!, me decía entre suspiros y ciertos ahogos por la saliva que
se le acumulaba en la boca. Entonces, su muslo adquirió una mejor elasticidad,
y mis dedos no tuvieron piedad. Le abrieron los labios vaginales empapados de
sus jugos, le introduje la lengua y comencé a devorarla toda, aún cuando el
frenesí de sus piernas parecían desvanecerse ante mis arremetidas. Mis dedos,
anular y medio, se deslizaron por ese tobogán viscoso, incesante y caliente,
mientras mi lengua le rendía homenajes a su clítoris hinchado, repleto de
explosiones y descargas. Le pedí que se ponga los guantes, que se muerda los
dedos y se toque las tetas, y que cuando quisiera me encaje esos dedos babeados
en la boca. Al mismo tiempo, mis dedos adentro de su vagina se arqueaban,
haciendo tapping en su punto G, el que encontré gracias a su goce
indescriptible. Me encantaba escuchar cómo estiraba la goma de los guantes con
los dientes, cómo se magreaba las gomas y se retorcía los pezones, y cómo se
nalgueaba el culo, diciendo con rispidez: ¡Aaaaay, asíii, chupame todoooo,
meteme los dedos chiquitaaaa, qué putita que sos con la Bertaaa! Además, me
daba cachetadas en la cara y me hacía morderle los dedos cuando mi lengua se
tomaba un descanso de sus jugos libidinosos.
¡Síii, ¿Viste qué
puta que soy?! ¡Te voy a sacar toda la leche, porque sos una mal cogida mami!
¡vení vení, dame todo en la boquita, calentona, putita cornuda!, le decía,
retomando la comida de concha que le ofrecía sin desesperarme.
¡Dale putona,
hacele los cuernos a tu marido con mi lengua, que sepa que sos una zorra, y que
te revolcás con tu empleada tortillera! ¡Sería lindo que mi mami te vea en
bolas, con tu concha en la boca de su hija, con las tetas babeadas, y el culo
roto mami! ¡No sabés las ganas que tengo de hacerte el culo!, le decía luego,
lamiéndole la concha, mordiéndole las piernas, penetrándole el sexo con mis
dedos cada vez más entumecidos por el calor y sus propios jugos, y de vez en
cuando propinándole algún azote en el culo.
¡síii, síii,
síiii putita, toda para voooos mi chiquiitaa suciaaa, sacame todoooo!, comenzó
a gritar mientras explotaba en un orgasmo indecente, regándome la cara con su
sabia y arrancándome el pelo, como resultado de los sismos de sus entrañas.
También me apretó el rostro con sus piernas, y me obligó a lamer el guante con
el que se había rozado el culo. Eso me desestabilizó por completo.
Una vez que mi
boca atesoraba sus últimos chorros de flujo, me levanté del suelo con un mareo
cegador a cuestas, y la miré a los ojos. Los suyos permanecían desenfocados.
Tenía el pelo revuelto y más transpirado que antes. Apenas me oyó cuando le
pregunté si estaba bien. Sus tetas seguían bamboleantes por lo agitada de su
respiración. Pero, una vez más la gata en celo que controla mis actos no quiso
darle una tregua. Sin embargo, ella me redobló las intenciones, una vez que
bajó la pierna del lavarropas y me dijo con lo que le quedaba de armonía:
¡Vamos a tu cama chiquita! ¡Vamos nena, y me hacés la colita! ¡Quiero que me
hagas la cola!
No sé en qué
momento, ni cómo fue que yo corrí a mi habitación. Recuerdo que de pronto ella
entró desnuda con toda su ropa en los brazos, mientras yo terminaba de
empelotarme, y sacaba mi cinturón con pito para ajustármelo lentamente ante sus
ojos encarnizados. Ella me chuponeó las tetas mientras sacaba el pomo de gel
lubricante de mi mesa de luz. Se untó bastante en la mano y se lo empezó a
pasar entre las nalgas. Estaba más que resuelta a que mi sexualidad la posea
definitivamente!
Enseguida,
después de olisquear mi bombacha se puso en cuatro patas arriba de la cama, con
dos dedos instalados en su ano resbaladizo por el sudor, el gel y por el
tremendo polvito que se echó en mi boca, en aquel baño inundado de vapor.
¡Estoy, estoy
lista mi tesorito!, me dijo meneando las caderas, nalgueándose el culo con la
otra mano y sacándome la lengua como una perrita callejera muerta de sed. Yo
embadurné el aparato con lubricante y me le subí, presa de una calentura que ya
no podía limitar. Ni bien sintió mi cuerpo contra sus nalgas, y la puntita de
mi juguetito punzando su ano, la yegua me gritó: ¡Síii preciosa, daleee, haceme
la colaaa, rompeme el culoooo!
Se echó hacia
adelante apoyando la cara y los hombros en el colchón, demostrándole total
fidelidad a mis primeras penetraditas, porque no le entró de una, a pesar que
mi pija no era tan gruesa. Podía oír el concierto de gemidos que le agolpaban
los labios, mientras me abría los hemisferios de sus carnes con sus manos, para
regalarme mayor amplitud de su oscuro túnel. Me bajé de la cama para deslizarle
toda la lengua por la zanjita, para morderle y besarle las nalgas, darle un par
de chirlos y ponerle una almohada debajo de la concha para que se frote como
una perra.
¡Ponémelaaa,
ponémela yaaa putita sucia!, me reclamó con temblores y espasmos en la voz.
Entonces regresé a tomar posiciones, y le enterré sin miramientos el chiche en
la colita, para que ahora me pida y gima con ganas.
¡Aaaaay, asíii,
rompeme todo el culoooo, asíii mi vidaaaa, quiero ser tu puta, y cuernear a mi
marido con ese chiche todo el día en mi culoooo, dame pijaaaa neeenaaaa!, me
insistía, recibiendo uno a uno mis ensartes, rasguños en su espalda, mordiscos
en su cuello y algunos dedos en su concha. Eso no era una práctica tan simple
debido a lo pesado de su cuerpo. Pero pude palpar el almohadón todo chorreado
de flujos en el momento que mis bombazos se volvían más intolerantes, profundos
y certeros. Nos sacudíamos frenéticas y desbocadas en la cama, nos decíamos
cosas irreproducibles, y al menos, ella acabó con un grito largo, estremecedor
y ronco, en el exacto momento que su celular comenzó a vibrar arriba de la mesa
de luz. No sé por qué atendió, y mucho menos por qué necesitó exponerse así.
¡Escuchame Negro,
vuelvo enseguida! ¡Pero te advierto algo! ¡Voy a llegar a casa muy caliente,
así que, fijate cómo te las vas a arreglar para soportarme en la cama!, dijo
todavía agitada, revoleada en la cama como un muñeco de trapo.
¡No sé Negro! ¡Lo
único que te pido es que esta noche te ocupes de cogerme bien cogida, o me voy
con otro! ¡Además, ya me cansé de ver tus camisas manchadas, con olor a otras
minas, y saber que te pajeás mirando porno en la computadora de tu hijo!
¡Debería darte vergüenza!, prosiguió luego, llenándome de ganas de quitarle el
celular y mandarlo a la mierda. Pero después de esas palabras, ella cortó el
llamado y apagó el celular.
¡Muñeca, me voy a
vestir, así le termino el lavadito! ¡Y, quiero que sepa que, que me hizo muy
feliz! ¡Todavía siento que estoy flotando, que quiero más de su lengua en la
concha, y de ese chiche en la cola!, se confesó con algunas lágrimas en los
ojos. Lágrimas de rabia, de impotencia, de injusticia. Pero también de placer,
de agradecimiento y de pura calentura.
¡Dale Berta! ¡No
hay problema! ¡Pero, no tenés que ponerte mal! ¡Podemos coger cuando quieras!
¡Bah, digo, si a vos, te, te gusta tener sexo con una mujer!, le dije, como
para asegurarme que la había pasado bien, y que no eran solo sensaciones mías.
¡Andá, y lavame
todas las bombachas y corpiños putita! ¡Y, otra cosita! ¿Quiero que cuando
termines, te masturbes con los guantes puestos, hasta que acabes! ¡Después,
vení para mi pieza, y si te portás bien, cogemos otra vez! ¡Aaaah, eso sí!
¡Nada de contárselo a mi mami!, le dije mientras le lamía el cuello, ambas en
calzones, borrachas de una obsesión que parecería no tener un final feliz. Pero
por ahora no nos importaba! Fin
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