Mi hermano me avisó que, a eso de las 2,
cuando yo llegara a su casa para trabajar con el contrapiso del patio, era muy
probable que me atienda Mayra, su hija menor. Su esposa trabajaba, y Omar, su
hijo más grande cursaba abogacía en Lomas. Mi hermano tenía planeado construir
una habitación en el fondo de su casa para Omar, que recientemente se había
puesto de novio, y vaya a saber por qué razón, la piba quedó embarazada. Eso
generó cierta conmoción en ambas familias, ya que no hacía ni tres meses que
salían.
¡Los padres de la chica quieren que se haga un
aborto!, me había dicho sollozando mi cuñada anteayer, mientras tomábamos unos
mates. Ella también estaba resuelta a apoyarlos, brindarles ayuda y contención.
A Mayra, en cambio, parecía que todo le chupaba un huevo. Yo siempre le sugerí
a mi hermano que sea más riguroso con ella. a mi juicio, gozaba de beneficios
que no se merecía, puesto que siempre se llevaba mil materias, tenía un pésimo
comportamiento, además de una reputación de rapidita que asombraba para sus 15
años, y les robaba plata a sus abuelos. Fumaba porro a escondidas con los pibes
del barrio, y no colaboraba en nada con su madre, o con el orden de la casa.
Pero yo no la trataba como los demás. Jamás le demostraba temor por hacerla
enojar, ni indiferencia, ni idolatría como alguna de sus primas, entre quienes
se contaba mi hija Emilia.
Finalmente llegué a las 2, y tuve que golpear
la puerta como si fuese un policía, porque tenía el reggaetón al palo.
¡Toqué el timbre un montón de veces! ¿No lo
escuchaste?, le dije una vez que me abrió, sin siquiera saludarme. Estaba en
patas, con un short que le estrangulaba el orto, y una remera que no podía con
el peso de su hermoso par de tetas. Estaba despeinada, agitada, y con
dificultades para dejar de mover las caderas.
¡Perdón tío, estaba perreando un poco! ¡Pasa
que el finde no salí al boliche, y tenía ganas de tirarme unos pasos!, me dijo
sofocada, híper ventilando, una vez que bajó considerablemente el volumen.
Hasta que se aplastó en un sillón a beber agua de una botellita, dejando que se
le moje la remera con las gotitas que se le caían del mentón.
¡Y, seguro alguna te mandaste para no salir!,
le dije implacable, pero ella no movió ni una pestaña.
¡Y decime una cosita! ¿Vos no pensás en tus
vecinos? ¡Digo, porque es la hora de la siesta!, le dije, sabiendo que no me
iba a contestar. Sin embargo replicó: ¿Y a mí qué me importa? ¡Ayer, el viejo
borracho de al lado se puso a martillar toda la tarde, y ni siquiera vino a
pedir disculpas! ¡Aparte, esta es mi casa!
No le di bola, porque no tenía ganas de
empezar a discutir con ella desde temprano.
¡Voy al patio, a trabajar con el contrapiso!
¡Te aclaro que voy a hacer ruido!, le dije mientras dejaba mi celular y las
llaves de mi auto arriba de la mesa.
¡Sí, ya sé que tenés que hacerle la pieza al
gil de mi hermanito, y a la putona esa! ¡Flor de viva resultó! ¡Era obvio que
se iba a dejar hacer un pibe! ¡Y encima mi hermano, que es un salame, y no
puede vivir sin una concha, bueno!, se descargó, como arrancándose un entripado
que la arañaba por dentro.
¡No hables así de tu hermano! ¡Aparte, ¿Qué te
hizo esa pobre chica?!, le dije, sorprendido por sus declaraciones.
¡Yo hablo como quiero! ¡Mi hermano es un
boludo! ¡Y esa, de pobre no tiene nada! ¡Se hace la pobrecita para pasarla
bien! ¡Andá a saber si el guacho es de Omar, o de algún otro! ¡Es muy puta la
Sole tío! ¡Te lo digo porque la conozco!, me confió endureciendo cada vez más
su mirada.
¡Bueno, todo lo que quieras! ¡Pero esa chica
ahora va a ser tu cuñada!, intenté suavizar su enojo, no del todo fundamentado,
o al menos para mí.
¡Además, para hablar de los demás, primero hay
que aprender a mirarse para adentro! ¿O vos creés que yo no me entero de
ciertas cositas tuyas?, agregué antes de irme al patio. No le di tiempo de
contestarme, aunque me gritaba cosas desde adentro, tales como: ¿A ver, qué
sabés de mí? ¡Que yo sepa no quedé preñada por una calentura! ¡Dale, vení acá,
y decí todo lo que tengas para decirme, cagón!
Sabía que si le daba lugar, no la iba a cortar
más, y yo tenía que ponerme a picar el suelo, a mezclar cemento y a nivelar
para que todo quede lo más parejo posible. Así que, ni bien volvió a subir la
música, me puse manos a la obra. En el fondo, sentía unas tremendas ganas de
darle una cachetada contundente. No entendía por qué, pero quería borrarle esa
carita de autosuficiencia, esa sonrisa burlona, y convertírsela en un río de
lágrimas suplicantes. Yo no me considero un tipo violento, ni mucho menos. Pero
esa pendeja provocaba algo en mí que me impulsaba a querer pararle el carro a
como dé lugar. En un momento pensé que, si era verdad que Mayra conocía a
Soledad, la novia de Omar, tal vez ambas compartían los mismos antecedentes, y
me sentí mal por el pibe, y su futuro hijo.
Ya había empezado a romper el piso viejo y mal
hecho que pertenecía a un antiguo lavadero, cuando una sed insoportable me
obligó a entrar a la cocina por un poco de agua. No se la iba a pedir a mi
sobrina, porque me la habría traído cuando se le antojara. Entonces, mientras
me preparaba agua con hielo en una jarra, la vi bailando en el medio del
living, con las tetas al aire y con su celular en la mano. Evidentemente se estaba
filmando, o sacándose fotos.
¡ahí la tenés a la bailarina! ¿Te parece
bonito lo que estás haciendo?, le grité por encima de la música, y ella se
tapaba los oídos, como acentuando que ni le importaba escucharme.
¡Ya le voy a contar a tu padre, que te sacás
fotos en tetas, para mandárselas a vaya a saber quién! ¡Y después hablás de la
Sole!, insistí, ya con la jarra en la mano para llevármela al patio. Pero Mayra
bajó la música y se defendió caminando hacia mí.
¿Y qué sabés si me estoy sacando fotos? ¿Y si
son para mí, o para mi novio? ¡Vos no tenés ni idea! ¡Y no me compares con esa
turrita!, me gritaba, como si estuviese a punto de transformarse en un demonio.
¡Andá para adentro nena, haceme el favor, y
por lo menos, tapate las gomas si me vas a venir a increpar, y querés que te
tome en serio!, le largué, y le cerré la puerta en la cara. Sabía que no tenía
que reaccionar, y que además, no sería capaz de contarle nada al bobo de mi
hermano. Entonces la oí que me gritaba desde la ventana: ¡Pero bien que me las
miraste! ¡Sos un chancho tío, me re miraste las tetas cuando bailaba! ¿Te creés
que soy boluda? ¡Dale, decile lo que quieras a mi viejo, y yo le digo que vos
te re baboseaste con mis tetas! ¿También se las mirás así a la Emi?
Eso había sido demasiado. Me habría quedado en
el molde si no hubiese metido el dedo en la llaga.
¡Cerrá el culo pendeja, y lávate la boca antes
de hablar de mi hija! ¡Emilia es una chica educada, de buenas costumbres, y que
yo sepa no se pasea en pelotas por la casa!, le grité, antes que cierre la
ventana con un estrépito innecesario, mientras me retrucaba: ¡Aaay, síii,
seguro que la pobre Emi todavía no cogió! ¡No sabés nada de mi prima!
No pude responderle. En parte porque no debía
ponerme a su altura. Pero inevitablemente me costó mucho concentrarme luego,
mientras preparaba la mezcla y limpiaba
las cucharas. Mi hermano siempre fue muy descuidado con sus herramientas en
general. ¿qué habrá querido decirme mi sobrina? ¿Qué cosas hizo Emilia, que yo
no estaba enterado? ¿Sería verdad que ya tuvo sexo? ¡Seguro que Mayra estuvo
implicada, ya sea presentándole chicos, o incitándola a cometer actos sexuales!
¡A lo mejor no pasó más de un pete! ¿Pero en qué pensaba? ¿Eso, acaso ya no era
muchísimo para una nena de 14 años? entonces, la rabia empezaba a potenciarse
en mi desconocimiento, y todo lo que quería era que Mayra me confiese todo, ya
que habíamos llegado hasta acá. Pero entonces me serené. Claramente, lo que
buscaba la muy perversa era provocarme. No sabía bien por qué, pero podía leer
sus intenciones. Por eso decidí no darle vueltas al asunto, y ponerme a
preparar las carpetas sobre las que luego había que pegar los cerámicos.
Hasta que, más o menos a la hora, Mayra
apareció en el patio, con un fuentón lleno de ropa recién lavada para colgar.
¡Aaah, mirá vos! ¡No sabía que se te daba por
lavar la ropa!, la deliré con todas mis ganas.
¡Sí, obvio que sé lavar la ropa! ¡Pero el
lavarropas lo hace mejor! ¡Yo sirvo para otras cosas más interesantes!, me
respondió con un broche en la boca, agachadita, seleccionando al parecer la
ropa más chica para colgarla primero. Ahí reparé que tenía puesta una pollera
azul que no le cubría los muslos. Todavía seguía descalza y en tetas. Cuando se
incorporó, vi que colgó tres corpiños, unas medias y tres tangas, una más
diminuta que la otra, y todas de color rojo.
¿Así que, para cosas más interesantes! ¡Me
imagino que sí, si sos capaz de ponerte eso! ¡La verdad, creo que sería mejor
no usar nada en lugar de esa porquería!, le dije, señalándole las tanguitas que
había colgado, cuando ella sacudía unas remeritas.
¡Y sí, a veces no uso! ¡Pero eso, a vos no te
importa, se supone! ¡Y dejá de mirarme las tetas!, me contestó altanera y
arrogante, fiel a su estilo. No me había dado cuenta que me turbé un instante,
admirando esos globos de carne tan perfectos, blancos y puros, y a la vez tan
contrastantes con el resto de su personalidad.
¡Si no querés que te las mire, tapate querida!
¡Además, no estás sola, por si no te cayó la ficha!, le dije, intimidado y
reducido a una sensación extraña, ya que Mayra se acercaba al sitio en el que
yo alisaba el suelo para añadirle la mezcla, sobre el el ladrillo picado. Es
que la soga de la ropa llegaba hasta allí, y ella tenía que colgar unos
pantalones de gimnasia.
¡Esta es mi casa, y ando como quiero! ¡Si no
te gusta, no me mirás y ya fue! ¡Claro, pero, lo que pasa es que a vos te gusta
mirarle las gomas a las guachas! ¡Solo que, como soy tu sobrina, te hacés el
moralista!, observó, tal vez acertando
con sus conclusiones. Pero no iba a darle méritos, ni el regocijo de concederle
la razón.
¡No sé qué pavadas estás diciendo nena! ¡Pero
te estás pasando de viva conmigo!, le dije, sintiendo que la verga comenzaba a
contradecir mi postura, reaccionando a los estímulos de esa pendeja indomable
en apariencia.
¡Y ojo con pisar ahí, que el suelo tiene
cemento fresco!, agregué antes que me conteste, señalándole el trozo de suelo
que acababa de rellenar.
¿A dónde? ¿Y Tío, qué pasa si lo piso? ¿Me
dejás pisarlo con toda la pata tío?, empezó a decirme, adoptando la voz de una
nena odiosa, moviendo su pie a pocos centímetros de la zona. Incluso llegó a
tocarlo con sus dedos.
¡No seas boluda Mayra, que podés dañarte la
piel! ¡El cemento quema! ¡No sé quién te manda a andar descalza!, le grité para
evitarle un peligro mayor. Lo que menos necesitaba, era tener líos con mi
hermano. En ese preciso momento, como yo estaba detrás de ella, gracias al
viento que le mecía la pollera, y al ángulo de su pierna doblada con la que
intentaba cagarme el trabajo, vi que sus nalgas relucían desnudas, audaces y
totalmente dignas de varios mordiscos en su completud. Eran unos bollos
hermosos, tersos y amables, los que hicieron que mi glande se enardezca de una
felicidad que no me correspondía, y sin embargo la tenía al alcance de la mano.
Pero justo cuando iba a hablarle, sin saber siquiera qué iba a decirle, la
pendeja manoteó el fuentón vacío y entró a la casa.
¡Si querés te traigo un poco de agua fría,
porque la jarrita seguro que ya está caliente con el sol que hay!, alcanzó a
sugerirme antes de cerrar la puerta. No sonó a que quisiera solidarizarse con
mi situación, pero se lo agradecí. De todos modos tardó en regresar con una
botella de agua fría. Ni se tomó la molestia de dármela en la mano. Simplemente
la dejó arriba de un caballete, y se prendió un pucho.
¿No sos muy chiquita para andar fumando vos?,
le dije tras observarla un buen rato, habiéndome hidratado un poco.
¡Bue, parece que para vos soy chiquita para
todo!, protestó como si la hubiese tratado de tonta.
¡Bueno, las pibas de tu edad no fuman, ni se
hacen las loquitas por ahí, ni toman cerveza!, le expuse mis pareceres,
mientras su rostro se desfiguraba levemente.
¿Quién te dijo que yo me hago la loquita por
ahí? ¿Y de dónde sacaste que tomo birra? ¡A mí me pinta el fernet, o el vodka
con naranja! ¡La birra es para los giles como mi hermano, y los maricones!, se
defendió, dándome aún más información de sus gustos, y posibles aventuras.
Fumaba con una sensualidad que nunca me hubiese imaginado en ella, que aún
exhibía sus tetas desnudas, su abdomen perfecto con un arito en el ombligo, y
su largo cabello rubio en una trenza.
¿Y a vos te parece divertido tomarte todo eso?
¡Si yo fuera tu padre, a la primera que me llegás en pedo a la casa, no salís
ni a comprar papas!, le dije, rellenando otra porción de suelo, pensando en que
me iban a faltar escombros para terminar esa misma tarde.
¡Uuuh, pobre Emi, lo que le espera! ¡Le voy a
tener que comprar un pito de juguete, para que por lo menos tenga con qué
entretenerse!, dijo con una carcajada excesivamente hilarante.
¿Te das cuenta que en lo único que pensás es
en el sexo? ¡Y después me preguntás cómo me entero que te hacés la loca!, le
dije, notando que el pantalón me presionaba los testículos como zapallos de
tanto fabricar semen.
¡Claro, como si la Emi no pensara en pijas
todo el tiempo!, murmuró, como si lo dijese al pasar. Sus palabras parecieron
inyectarme un incendio abrazador por todo el cuerpo.
¿Otra vez hablando de Emilia? ¡Si vas a decir
algo, largalo todo de una vez!, le dije, quizás con cierta violencia, porque,
en un descuido me había apretado un dedo con la manija del balde con que
preparaba la mezcla. Pero Mayra volvió a meterse en la casa, dejando la estela
de su perfume barato en el aire, y el eco de sus palabras, que tal vez se
proponían ser hirientes: ¡Vos no entendés nada tío! ¡Sos un castrador, chapado
a la antigua! ¡Por eso no sabés nada, y das pena! ¡Te falta pegarle a la tía, y
listo!
Tuve la intención de llamarla, y que se atreva
a decirme eso mismo, pero mirándome a la cara. Pero mi mente desfilaba de nuevo
en los adentros de su pollera, junto a esas nalgas de ensueño, bien redonditas,
y algo en mi pecho parecía ronronear dulcemente. Hasta que, luego de unos
largos minutos, Mayra salió de nuevo al patio con más ropa para colgar. No nos hablamos
durante todo el tiempo que estuvo tendiendo ropa, ni tampoco cuando se prendió
un porro, una vez que hubo terminado.
¡Ya sé! ¡Seguro le vas a contar a mi viejo que
estoy fumándome un porro!, dijo de pronto, tras carraspear su garganta.
¡Mirá nena, yo solo vine a trabajar, y punto!¡
Tus cosas, o lo que hagas, la verdad, me importa un carajo! ¡Tus padres son
responsables de vos, aunque no parezca!, empecé a desarrollar mi defensa. pero
ella me paró en seco.
¡Sí, claro… salvo cuando se trata de mirarme el
culo, o las tetas! ¡Eso sí parece que te importa!, dijo sin más, bailoteando la
grasada que sonaba adentro del living, con el porro en una mano, y una de sus
tetas en la otra. No sé por qué se la apretaba, pero lo cierto es que su pezón
resplandecía en el sol de la siesta que, poco a poco amenazaba con nublarse.
Como no le contesté, siguió con sus análisis.
¿Viste que tengo razón? ¡No decís nada, porque
te gusta mirarme! ¡Nadie puede resistirse a un par de tetas al aire, tan
fáciles de manosear! ¡Además, ya vi que se te paró la verga! ¡Eso no me lo
podés negar! ¡Pero quedate tranquilo, que yo no te voy a buchonear con mi
viejo! ¡No le voy a decir que me miraste las tetas toda la tarde, y que me
retaste por tener la música fuerte! ¡Por ahí, quién sabe! ¡A lo mejor mi viejo
también le mira las tetas a la Emi! ¡Cada vez las tiene más lindas mi primita!,
decía sin dejar de bailar, al borde de pisar lo que había nivelado.
¡Callate guacha de mierda! ¡No podés hablarle
así a un adulto! ¡Una palabra más, y te arranco la cabeza de una patada!, le
grité, intentando contenerme para no levantarme y darle un chirlo, o revolearle
lo que tuviera en la mano.
¡Aaaay, qué miedo… síii, seguro me vas a
pegar, como hacen los machos que no tienen cerebro! ¡O peor… a lo mejor me querés
violar para hacerme callar a la fuerza!, dijo, después de toser tras otra
pitada de su porro, y en mi mente su voz se acaramelaba más, como la de una
putita seduciendo a un tipo para que le pague un trago en el cabaret.
¡Tenés unas ganas de violarme que no podés
más! ¡Se te nota en los ojitos tío! ¡Dale, hacelo, si lo estás deseando! ¡Te apuesto
lo que quieras que estás pensando en tirarte arriba mío, para violarme toda!
¡Lo que pasa que, como soy tu sobrina, no te animás! ¡Pero tengo concha, tetas
y culo, como la Emi!
Mientras hablaba, se subía y bajaba la pollera
con un dedo, abriendo las piernas con una cínica sensualidad, sin olvidarse de
jugar con su teta. Entonces, mareado por la actitud desafiante de sus palabras,
las calumnias a mi hija, y por saberla sin bombacha, fértil y entregada,
gracias a los efectos del porro, me levanté como un tornado furioso para
empezar a corretearla por el casa, ya que ella había escogido ese método.
¡Vení acá guachita de mierda, que si tu padre
nunca te dio un chirlo, yo te lo voy a dar!, le decía confundido, corriendo a
las zancadas por el patio. Pero ella se había metido en el galpón, y luego se
escapó por la ventana para quedar del otro lado del patio.
¡Haaam! ¡Qué me vas a dar vos! ¡Vení tío,
atrapame, dale, y cogeme si te la bancás! ¡Se re nota que me querés coger!,
repicaba, sin parar de correr, tropezándose con lo que sea, al igual que yo. Vi
que me sacó la lengua, y que me hizo fuckyou un par de veces. entonces,
entramos a la casa. Ella saltó por los sillones, y yo estuve a punto de
apresarla. De hecho, la manoteé de la pollera, tironeándosela un poco hacia
abajo. Ella suspiró, pero se me zafó con mucha facilidad. Se metió debajo de la
mesa, y desde allí, no sé cómo hizo, pero entró en alguna de las habitaciones
para volver a saltar al patio desde otra ventana. Esta vez ya no contó con
tanta suerte, porque yo la atrapé, justo cuando pensaba en escurrirse nuevamente. La apreté contra la
pared que colinda con la parrilla de los asados domingueros. Y le pisé los pies
con los míos, para que no se le ocurra escaparse.
¡Te agarré guachita salvaje! ¡Sos un
animalito! ¡Mirate un poco, ni siquiera te ponés bombacha, y andás en pata,
fumando esa cagada! ¡Mirá el culo que tenés, y esas tetas de putona! ¡No podés
andar desnuda delante de un adulto!, le decía manoseándola a mi antojo,
subiéndole la pollera para besuquearle las piernas, morderle la panza y pasarle
la lengua por la concha, la que mostraba una suave mata de vellos delicados,
húmedos y fragantes. Nunca mi lengua se había topado con un sabor tan salvaje,
original, excitante y prohibido. Le recorrí el orificio de la vagina,
abriéndole las piernas a lo bruto, babeándole un poco la pollera, y me sentí
gravemente enfermo con el aroma que descendía de ella, junto con sus gotitas de
hembra alzada. Su olor también era afrodisíaco, impactante.
¡Mirá cómo estás de mojada, atorranta!
¡Debería darte vergüenza ser tan putona con tu tío!, le decía, subiendo
lentamente con mi boca, hasta que se encontrara con sus pechos. No sé en qué
momento me bajé pantalón y calzoncillo, o si ella fue quien lo hizo por mí.
Noté que, mientras mis labios le despedazaban las tetas a chupones, Mayra se
aferraba con sus uñas a mi cintura, arañándome para que la suelte, aunque todavía
conmocionada por mi osadía de haberla atrapado. ¡Y eso que era difícil hacerla
cerrar el pico!
¿Y, ahora que tenés para decir? ¡Te atrapé
guachita! ¡Ahora, decime todo lo que sabés de mi hija, o te muerdo los
pezones!, le dije, en un momento, sujetándole el cabello con una mano, y con
uno de sus pezones entre mis dientes, presionándolo lo suficiente como para que
se sienta amenazada. Lo mejor de todo es que le daba terror que le tocara el
pelo con las manos sucias de barro y cemento.
¿Qué querés que te diga? ¿Por qué no se lo
preguntás vos, cómo se tragó toda la lechita del Facu, y de su compañero de
curso?, dijo con la voz como en un nudo de agonías, ya que ahora la apretaba
con el cuerpo contra la pared, y le sostenía un doloroso pellizco en una de sus
apetitosas nalgas. De inmediato le di una cachetada, cuya consecuencia fue
el surgimiento de silenciosas lágrimas
mojándole las pestañas y los pómulos. Pero no me importó nada. La obligué a
arrodillarse en el suelo, y blandí varias veces mi pija contra su cara, repitiéndole:
¿Esto te gusta a vos, no putita? ¿Vos sí que sabés chupar pijas, no?
¡Síiii, como la petera de la Emilia!, dijo, un
microsegundo antes de atragantarse por primera vez con mi miembro. Se la
ensarté sin más, de sopetón, sin darle tiempo a nada, para demostrarle quién
era el que mandaba entonces.
¡Hablá, ahora que tenés la boquita ocupada!
¡Sos una pendeja engreída! ¡Tu padre debió llenarte el culo de moretones! ¿Qué
mierda tenés que hablar de tu prima, y de Facundo? ¡Hablás mal hasta de tu
cuñada, que está embarazada!, le decía, asegurándome de que su cabeza permanezca
firme junto a la pared, para que mi pija se deslice por su paladar, hasta
alcanzar la orilla de la garganta la guacha se retorcía, hacía arcadas y
morisquetas, se babeaba con abundancias y me daba puñetazos en las costillas.
Pero la adrenalina que me gobernaba no me permitía sentir dolores, ni
contemplaciones. Le estaba cogiendo la boca con desmesura, marcándole mis dedos
en las tetas, apretándole el naso para que le cueste respirar, insultándola de
vez en cuando, enredándole el cabello y restregándole el pubis en la cara. Y lo
peor, o lo mejor de todo es que Mayra había dejado de resistirse.
¡Posta que la Emi se la mete toda en la boca,
como yo!, llegó a decir, antes de comenzar a chuparme los huevos. Si se negaba,
le retorcía un pezón, o le pisaba los pies para hacerle doler. Por lo tanto,
mientras su lengua me maquillaba las bolas con su saliva y esas lamiditas
expertas, sus manitos me pajeaban la verga, la que por el momento había
decidido no rendirse a explotar en semen, como la de un puberto.
¡Callate cochina, y chupame bien las bolas,
que eso te sale perfecto, porque sos una sucia, una cualquiera!, le gritaba,
metiéndole mis dedos en la boca. De hecho, pude atrapar su lengua entre ellos,
y cuando se la estiré algunos centímetros, sentí el filo de sus dientes
manchados por el pucho. Eso me llevó a pedirle que me muerda el escroto, sin
dejar de apretarme la chota. Hasta que no me fue posible conservar la calma.
Así que, la levanté eufórico de los hombros, y volví a mamarle las tetas
mientras con que con dos dedos le revolvía su fuente sexual inundada de jugos,
para luego hacérselos chupar. El sabor de sus pechitos diabólicos me derrotaba
peligrosamente p.ero el vaivén de su respiración nerviosa, sus gemidos
apretados, en especial cuando simulaba garcharle la chucha con dos dedos,
amentando velocidad y profundidad, me descontrolaron por completo. Su pollero
ya se impregnaba de sus aromas y
humedades, su cuerpo temblaba, y ya no quedaban ni rastros de esa pendeja
arrogante, desubicada y pedante.
¿Así te gustaría meterle los dedos a la Emi,
cuando está dormida? ¿Te gusta mirarle el culo y las tetas? ¿Viste que siempre
se le entierra la calza en el orto? ¡Ella, tampoco se pone bombacha algunas
veces, como yo, y vos ni te das cuenta!, volvió a la carga, cuando yo le
mordisqueaba el cuello palmoteándole la chucha, presagiando que tal vez su
orgasmo andaba merodeando por sus entrañas.
¿Otra vez guachita? ¡No aprendés más vos! ¡Te
pedí que no hables más de Emilia! ¡Mirate un poco vos en el espejo! ¡Yo sé que
te encamaste con el kiosquero de acá al frente, y ese tipo podría ser tu padre!
¡Si tenés pensado convertirte en una puta barata, no quiero verte cerca de
Emilia! ¿Me escuchaste?, le grité retorciéndole una oreja, chuponeándole el
cuello, como para que se estremezca aún más.
¿Vos decís que la puedo contagiar? ¡No me
hagas reír! ¡Si ella quiere culear, es porque también le grita la aconcha de
calentura como a mí!, se despachó, recobrando arrestos de su risa macabra.
Entonces, le subí la pollera sin ningún cuidado, manoteé la cuchara de albañil
que había dejado en el suelo, y la amenacé con partírsela en la cabeza. Pero
tuve una mejor idea.
¡Date vuelta pendeja, ya me cansaste, vamos!,
le solicité, sin esperar resultados inmediatos. De modo que yo mismo la hice
girar sobre sus pies para deleitarme con esas nalgas tan angelicales como
merecedoras de los peores castigos. A eso último me volqué, precipitado por su
descaro y sus vanidades.
¡Tirá la colita para atrás!, le ordené, y ni
bien arqueó un poquito la espalda, le di un azote con la mano, y luego con la
cuchara. Ella gimió, pero no dio señales de abatimiento. Entonces, le di un
nuevo azote con las manos, otro más con la cuchara, y más palmadas y
cucharazos, cada vez más consecutivos, intensos y estruendosos. El revote de
esa blanca piel en mis manos, y el rojo vivo que comenzaba a surcarle esas
manzanitas, me liberaban a instancias comprometidas.
¿Te duele putona? ¿Ahora también te grita la
concha de calentura? ¿Vas a aprender a no meterte con la gente? ¿Vas a dejar
tranquila a Emilia? ¿No habrás sido vos la que le comió la pija a tu primo
Facundo?, le decía sin detener los azotes, agregándole algunos pellizcos y
lengüetazos a su espalda tan sedosa como sus piernas.
¡Tu hija es una putita como yo!, terminó por
concluir, cuando le arranqué un mechón de pelo. En ese preciso instante empecé
a restregarle la dureza de mi carne encendida en el culo, mientras alguno de
mis dedos le escarbaban la vulva en busca de su tesoro sagrado. Apenas lo
encontré se lo froté, ya habiendo colocado mi glande entre sus cachetitos
calientes por el castigo que le prodigué, tuvo que morderse los labios para no
gritar de placer, o felicidad.
¡Si me vas a coger, cogeme ya puto!, me dijo
luego de algunos jadeos, mientras mi otra mano se ocupaba de ordeñarle las
tetas.
¿Qué me dijiste? ¿putona sucia?, le grité en
la cara, luego de darle una nueva cachetada.
¡Garchame toda, culeame si te la aguantás!,
dijo como podía, puesto que yo le encajaba mis dedos en la boca. La humedad de
su vagina ya eran gotas de flujo que se le deslizaban por las piernas, y los
pezones se le endurecían más al notar la punta de mi pija contra su esfínter
anal. Por eso, sin más preámbulos, le separé un poquito las nalgas, y en un
solo empujón se la enterré en ese culito infartante. Ella gritó, escupió el
suelo, y me dijo: ¡Más adentro guacho,
culeame fuerte!, mientras mi cuerpo se hamacaba intentando perforarle el orto,
más de lo que ya lo tenía. Me sorprendí que lo tuviera tan abierto, a pesar que
conocía de sobra su reputación. Además mis dedos lograban friccionarle ll
clítoris, y eso, sumado a los mordiscos que le tatuaba en la nuca, hacía que
sus músculos se relajen para que mi pija la penetre sin piedad.
¡Cogé asíii putoooo, dame pijaaa, asíii,
haceme bien la colita asíii, aaay, daleee, rompeme toda!, gemía ella entre
sacudones, escalofríos, tensiones, y con el culo cada vez más abierto.
¡Se ve que ya lo entregaste un par de veces
mamita! ¿A quién fue? ¿Al kiosquero? ¿O a tu profesor del gimnasio? ¿Sabías que
ese es conocido mío? ¡El otro día me dijo que vos te hacés la putita cuando vas
a su gimnasio!, la expuse, sintiendo que por poco le encajaría hasta mis huevos
adentro del culo. Sus tetas se apretaban contra la despintada pared, sus
piernas parecían querer abandonar su cuerpo, y sus labios se colmaban de saliva
y jadeos. Pero no le respondió a mis investigaciones. Sin embargo, cuando la alcé en mis brazos teniéndola empaladita
del culo, la escuché suplicarme que se la meta más adentro, y que le muerda el
cuello. De modo que lo hice, presionándola aún con más tenacidad contra la
pared, sirviéndome de los jugos de su concha. Hasta que, totalmente convencido
que no podía aguardar un segundo más, se la retiré de ese túnel majestuoso y
negro, y la arrodillé para que me la huela, la lama y le obsequie algunos
besitos. Pero ella solo me la escupió, y se la refregó brevemente en las tetas.
¡La quiero en la concha tío, porfi, echame la
lechita en la concha!, me dijo en una mezcla de sollozo y súplica, dándole a
mis manos el privilegio de amasarle esas tetas otra vez. Entonces, volví a
empujarla contra la pared, aunque ahora mirándola de frente, y sin que me lo
pidiera dos veces, se la calcé con precisión en la vagina. El calor de su sexo
era todavía más perpetuo que el fuego de su boca, y su canal vaginal, más
estrecho que su culo magnífico.
¿Así que vos cogés más por el culo putona?, le
dije, mordiéndole los labios, dándole pija y pija, levantándole de a poquito
las piernas hasta llevarlas a mi cintura, donde finalmente se aferraron para
soportar los bombazos de mi virilidad.
¡Obvio tío, siempre me cogen más por la cola!
¡Si estoy así de puta, no puedo pensar en cuidarme! ¡Por eso, ahora quiero toda
la lechita en la concha!, descifré que me dijo entre jadeos, escupidas por
cualquier lado, y mordiscos a esas tetas, cuando mi verga se hinchaba y
asfixiaba en sus jugos, tocando varias veces el tope de su sexo.
¡Y sí, al profe del gimnasio le hice algunos
petes… pero no hice más que eso!, confesó finalmente, mientras el sudor nos
enlazaba en ese patio despoblado, ahora sin sol. Entonces, un estruendo seminal
me sacudió, y ella parecía abrirse la vagina con la mente, para que cada uno de
mis espermatozoides la fecunde por completo. Presioné su cuerpito ardiendo como
una braza para descargar toda mi leche en su interior, mientras sus piernas me
atenazaban la cintura con una admirable agilidad, y ella me pedía que le muerda
los labios.
¡Meteme un dedo en el culo tíooo!, dijo un
segundo antes de acabar, y regarme todo el pubis con sus líquidos de hembra. Yo
lo hice, y eso colaboró para que su orgasmo se multiplique en sus ojos
extraviados, en su clítoris y en sus tremendos gemiditos ensordecedores por
momento. Estuvimos un tiempo así, agitados, respirando fuerte, oyendo los
latidos de nuestros corazones, el movimiento de nuestros pulmones extasiados, y
oliendo el candor que nos contaminaba la piel. Sus tetas ardían contra mi torso
desnudo, su pollera se empapaba de semen y jugos vaginales, y las fuerzas que
nos habían impulsado a cometer semejante locura bajaba la guardia poco a poco,
irreversiblemente. Sentía cómo mi pija volvía a su estado natural,
desprendiéndose de la conchita de mi sobrina, como si temiera el después, o la
realidad inminente, o lo inexplicable por resolver. Entonces, poco a poco
fuimos recuperando el conocimiento, o la cordura. Todavía no eran las cinco de
la tarde. Mayra caminaba como si sus pies reptaran por el suelo del patio, con
las tetas moreteadas, la pollera manchada, y con un olor a sexo fatal en la
piel, al que era prudente huirle, antes de reincidir.
¡Andá a lavarte nena, o date un baño, y
después venite para acá, así hablamos de esto! ¡No sé qué me pasó!, le dije
subiéndome el pantalón, apostado en la pared. Estaba angustiado, asqueado de mí
mismo. ¿Cómo llegué a violar a mi sobrina así?
¡Tranqui tío, que yo me hago cargo de todo lo
que hice! ¡Y no te pasó nada! ¡Yo te busqué, y vos te calentaste! ¡Yo todavía
sigo re caliente! ¡Pero no te voy a pedir que me cojas otra vez! ¡Me encantó
cómo me lo hiciste! ¡Sos un groso haciendo la cola! ¡Ojalá, otro día podamos
coger otra vez!, me dijo tapándose la cara con las manos, esta vez con una
sinceridad que nunca antes le había reconocido.
¡Y, lo de la Emi, es mentira todo lo que te
dije! ¡Ya sé que nunca le harías nada! ¡Y que no le pegás a la tía! ¡Ella,
bueno, sí es cierto que chupó un par de pitos! ¡Pero no hizo otra cosa! ¡Y, ni
se te ocurra decirle que te lo conté! ¡Si lo hacés, no me volvés a chupar una
teta nunca más!, me dijo acercándose lentamente a mi cuerpo, hasta posar una de
sus manos en mi bulto.
¡Me encantó tu pija tío, tenerla toda adentro
de la cola, y después, largándome toda esa lechita en la chuchi!, me dijo
entonces, como un sutil ronroneo, lamiéndome el lóbulo de la oreja y separando
las piernas para que le acaricie esos duraznitos primaverales.
¡Perdoná por haberte pegado así!, le sinceré,
en medio de un torbellino de sentimientos. No sabía si sentirme estúpido, hijo
de puta, un ganador o una basura de persona.
¡Eso fue lo que más me calentó, que me pegues!
¡Hay veces que hago enojar a mi viejo por boludeces, y, cuando me pega, te juro
que, no sé por qué me pasa, pero me excito mucho, a veces tanto que, termino
haciéndome pis encima!, me confió, liberando mi pija nuevamente erecta del encierro
de mi ropa.
¡Creo que, mis viejos todavía no van a llegar…
y como mañana tenés que volver a trabajar, bueno, a lo mejor, te pinta
perseguirme por la casa!, me dijo, y se echó a correr por el patio, una vez que
se quitó la pollera, y se puso una tanguita lila recién lavada. Fin
Recordá que este, o cualquier otro relato del blog, podés pedírmelo en audiorelato, a un costo más que interesante. Consultame precios y modalidades por mail.
Este es mi correo ambarzul28@gmail.com si quisieras sugerirme o contarme tus fantasías te leeré! gracias!
Acompañame con tu colaboración!! así podré seguir haciendo lo que más amo hacer!!
Cafecito nacional de Ambarzul para mis lectores nacionales 😉
Ambar, deberías escribir un relato interracial. Los hombres blancos a veces tenemos la fantasía de que un fortachón negro de vuelta a nuestras mujeres como medias, y nosotros ahí, viéndolo todo, sumisos.
ResponderEliminarHola! sería un gusto escribir un relato así! lo tendré en cuenta! Gracias por la idea!
ResponderEliminarAmbar, hola. este relato está muy bueno, cuantas hay como Maira, estaría muy bueno que puedas escribir algo sobre esta cuarentena que nos toca atravezar.
ResponderEliminarestoy trabajando en ello. hay una muy buena idea de uno de los lectores. espero poder llevarla a cabo!
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