Esto transcurrió cuando yo tenía 18 años. Trabajaba
en una FM de mi ciudad, en un programa que se emitía de lunes a viernes de 21 a
23 horas.
Había concursos, dedicatorias, música
seleccionada por los oyentes, columnas informativas y publicidades. Lo normal
en una radio de fines de los 90.
Yo era el conductor del espacio junto a
Mariano, un tipo de unos 23 que ya era conocido en el oído de la gente. Pero
además estaba María Eugenia, que era la encargada de leer las cartas y atender
el teléfono, Omar, nuestro operador, efectólogo y voz en off, a Mario, que era
el que traía las últimas novedades musicales europeas del rock y del pop, y a
Mayra, que tenía su columna chimentera. Estos dos últimos solo salían al aire
dos veces por semana.
En aquellos tiempos no existía whatsapp ni los
mensajes de texto. Tampoco había muchos con computadoras en casa para escribir
mails. Por eso el público se apersonaba para traer sus cartas, o llamaba al
teléfono.
La cosa es que Eugenia tenía una hermana de 16
años que se llamaba Marisol. Ella sólo venía a la radio a preparar mates,
compartir las masitas dulces que cocinaba y a levantarse a cualquiera que le
tirara onda. Pero yo sí que me divertí con esa tetona deliciosa, de perfumes
afrodisíacos como su voz de nenita buena y con sus intenciones de jugar hasta
sentirse presionada, al punto que no le quedaba otra que dejarse seducir por
mis manos.
Como yo soy ciego, la pibita aprovechaba a calentarme
de todas las maneras que su imaginación le dictara. El público no sabía que
ella vagaba por los pasillos, el estudio y la cabina de control.
Cada vez que el programa comenzaba, ella se
sentaba en la misma silla que yo, bien pegada a mí. Me acariciaba la pierna, me
volcaba su pelo lacio en la cara o me dibujaba formas en la espalda con sus
uñas.
Una vez, apenas terminé de anunciar un tema de
Lerner, ella me giró la cara y me introdujo un caramelo de frutilla en la boca
con su lengua. Mariano se reía como admirando el ingenio de Marisol, que en
otra oportunidad, mientras hablábamos al aire con Eugenia del mal tiempo, se
atrevió a tocarme la pija sobre el jogging, y no paró de hacerlo hasta que
fuimos a la tanda. Pero, en los momentos en que todos estábamos en la cocinita
del fondo o en el control, ella no me hablaba, o lo hacía solo para preguntarme
cosas sin demasiada relevancia.
Su aliento fresco y el sonido de sus risitas
suspicaces me atormentaban día a día. No estaba enamorado de ella ni mucho
menos. Pero yo todavía era virgen, aunque ya me había tranzado a un par de
minitas en el colegio.
A veces, Marisol abría la puerta del estudio
mientras yo hablaba concentrado de temas generales, y me apoyaba sus tetas en
la espalda, me soplaba su aliento en la nuca, me lamía la oreja, me ponía sus
dedos fríos en el cuello, o me decía cosas por lo bajo. Casi nunca podía
descifrar con claridad aquellas palabras. Pero cierta vez me murmuró: ¡Ando
calentita nene, y a vos se te re para cuando me tenés cerquita! ¿Por qué te
pasa eso? ¿Te caliento mucho?
Era imposible a veces seguir el hilo de lo que
estuviésemos abordando. Todo hasta el jueves en que la muy descarada,
nuevamente compartiendo mi silla, y mientras con Mariano opinábamos acerca de
unas medidas económicas impuestas por el gobierno, tomó mi mano y la ubicó
debajo de su falda, bien juntita a su vulva y adentro de su bombachita húmeda.
No sé cuál habrá sido mi cara ante los ojos de Mariano. Agradecí que no
estuviésemos en televisión. Es que, haber tocado ese montículo de tela suave,
caliente y mojada, que ocultaba todos los misterios de su vagina en celo, fue
una sensación que me hizo perder el hilo de la conversación. La textura de su
sexo era colosal, su calor abrazaba a mis impulsos y sus piernas me apretaban
la mano para que ni se me ocurra sacarla de allí.
Cuando Omar tiró la propaganda me dijo: ¡Si
querés me la saco y te la regalo!
Mariano salió del estudio, Marisol se sentó en
mis piernas y luego de correr la silla conmigo y todo hacia atrás para
separarnos de la mesa, se sacó la bombacha, la hizo un bollito y me la dio.
Antes de irse ronroneó: ¡Olela, dale, sé que
te va a gustar!
Recordé que Omar estaba del otro lado del
vidrio, y sentí vergüenza. Estaba demasiado expuesto como para oler semejante
tesoro. Me la guardé rapidísimo en el bolsillo, y en breve abríamos el segundo
bloque del programa. Había que largar el concurso cuanto antes para enganchara
la gente.
Pero, en la tanda más larga de las 22 no pude
más y me fui al baño pensando en cumplir con lo encomendado por Marisol. Apenas
cierro la puerta escucho que alguien llama con tres golpecitos. A pesar de que
insisto con que estoy ocupado, la puerta se abre tan fatal como luego se
cierra, y junto a mí surge la presencia de Marisol. Me descubre con la partecita
de adelante de su bombachita en la nariz, y con una erección inocultable,
aunque mi pene permanece arropado.
¡Uuuupa, qué chanchito sos mi vida, mirá,
tocate el pito guacho, estás que no das más, me querés coger, no?!, me dice al
tiempo que me come la boca, presiona mi bulto y gime con su lengua intranquila.
¡Dale, mostrame la pija Diego, ahora, y si
querés te la mamo toda!, dijo con insolencia. Pero alguien golpea la puerta y
me estruja el alma a la vez que mi semen no se contiene y se me derrama en el
calzoncillo. Marisol se asusta con la idea de que la directora de la radio haya
caído sin avisar. En ocasiones lo hacía, y a veces había problemas por eso,
porque descubría que alguno de nosotros usaba el teléfono para llamar
indiscriminadamente. Pero era Mariano para alertarme de que había que salir de
nuevo al aire. Marisol no supo que esa vez me hizo acabar con el olor de su sexo
embravecido, con sus chupones obscenos y con cada suspirito que se le escapaba.
Otra noche se sacó la bombacha en la cocina,
cuando los dos tomábamos un té, mientras Mariano entrevistaba a un deportista
del fútbol local. Esa noche estaba parada a mi derecha, besándome con sorbitos
de té en la boca y con mi mano en sus tetas por encima de su corpiño. Hasta que
tuvo el tupé de decir: ¿Tenés ganas de oler mi bombacha Dieguito?
La muy hermosa me hizo tocarla mientras se la
sacaba, y ella solita la posó en mi nariz para pedirme que le exprima cada
partícula de su aroma con uno de sus dedos en mi boca. Aquella era una tanguita
sedosa, con un diseño de puntillitas y una humedad que narcotizaba mis
instintos animales.
En cuanto estuvo parada a mi lado nuevamente
me descarrilé. Le metí la mano entre las piernas para tocarle la almeja. Me dio
una cachetada haciéndose la ofendida. Pero de repente me comía la boca
repitiendo como una golondrina: ¡Pajeame, meteme los dedos, dale, tocame la
concha puerquito, si sé que estás re caliente conmigo!, y me hacía oler su
bombachita.
De pronto se sentó sobre mis piernas, y movió
su culito contra mi pija como una provocación no pactada, y solita me bajó un
poquito el pantalón para sacarla de la dictadura de mi slip, menearla entre dos
de sus dedos, pegarse en la cola levantando algo sus caderas y, para subir y
bajar rapidito el cuero tenso de mi fiebre sexual. No le acabé en la mano
porque pude controlarme. Aunque esa noche en mi cama los huevos me dolían como
nunca recuerdo que me haya pasado.
A la semana siguiente en el estudio, mientras
comentábamos los premios que teníamos para quienes pudieran responder
correctamente la consigna del día, Marisol me decía bajito al oído: ¡Dieguito,
cuando termines andá al baño así me sacás la bombachita!, y acto seguido pasó
su lengua por mi mano que descansaba en la mesa.
Mariano hizo el próximo segmento, ya que se
trataba de temas de política, y ese no era mi fuerte. Después de compartir unos
mates con Omar en la pecera, fui con el corazón listo al baño. Golpeé la puerta,
y nadie respondió al otro lado. Lo que interpreté como un buen presagio. Por lo
tanto entré, me lavé la cara y, justo cuando me estaba bajando los pantalones
para mear, Marisol resurge por entre el cortinado de una ducha que no está
habilitada. Se me cuelga de los hombros, me besa en la boca con una pasión
desmesurada, y deja que yo con mi torpeza le desabroche el corpiño, luego de
quitarle la musculosa.
¿Qué hacés pendejo? ¡Mirá si alguien quiere
entrar y nos ve!, me alertaban sus principios falsos e inexistentes. Pero yo me
doy por completo a la tarea de tomar sus tetas grandes aunque de pezones
chiquitos en mis manos para chupárselas con hambre y sed, con calentura y
admiración verdadera.
Ella gemía cada vez más acelerada, su piel
despedía ese olor peculiar a ganitas de sexo, y su boquita era un constante
revoloteo de mariposas cuando nuestras lenguas se entrelazaban.
¡Tocame, fijate cómo me mojo, me vuelve muy
puta que me chupen las tetas así, no pares, seguí así cieguito chancho!, me
dijo en lo mejor de las succiones de mis labios a sus timbrecitos duros. Yo
flotaba en un sueño real que me galardonaba con la humedad irrefrenable de la
bombachita de Marisol cuando mis dedos constataban que en eso no mentía.
En el instante en que se cansó de tantas
lamidas hasta por su cuello, cerró la tapa del inodoro, se sentó y me pidió
impaciente: ¡Sacame la tanga y chupame la concha nene!
Yo se la saqué con su ayuda, pero en cuanto le
advertí que nunca le había hecho sexo oral a una chica, primero largó una
carcajada.
Pero luego se levantó, me hizo sentarme en el
inodoro y ella se hincó para dejarme en calzoncillos. Allí decidió tomar
conocimiento de mi pija con sus manos, su olfato, sus mejillas y su boquita
amante de las golosinas, ya que se la pasó por todos lados. Cuando sentí su
lengua tuve un fuerte cosquilleo en el estómago que se propagó a mi columna
vertebral, y que fue peor cuando sus dientes rozaban mi cabecita hinchada,
llena de presemen y según ella con sabor a café. ¡Cuando se la metió toda en la
boca no sabía qué hacer! Gemí como un niño, me balanceaba hacia mis costados,
le tocaba el pelo, intentaba alcanzar sus gomas aún desnudas, le acariciaba el
rostro y olía su tanguita mojada por el desenfreno de mi lengua. Me la escupió,
lamió mis bolas y friccionó sus uñas en mi tronco grueso, me llenó de besitos
babosos y con ruido, me tranzó con el sabor de mi pija y volvió a metérsela
toda en la boca para petearme con un tentador mmmm en la garganta.
Hasta que la soltó de golpe, y mientras se me
sentaba encima decía: ¡No te voy a tomar la lechita todavía! ¡Mejor dejámela
toda en la conchita nene!
No sé cómo fue que la sabiduría condujo mi
pija a la entrada de su vagina para que ella se despache con una serie de
movimientos que me calentaban más y más. El calor de su vulva que chorreaba
flujos a granel era demasiado para mi inexperiencia, y no sabía cuánto más iba
a durar sin eyacular.
Ella saltaba, me hacía palparle las tetas, iba
de atrás hacia adelante, su cola chocaba con mi pubis implacable y sus palabras
lo decoraban todo.
¿Te gusta cómo te estoy cogiendo Dieguito? ¡Vos
sos virgen, y ya me re di cuenta, pero no importa, cogeme que me encanta tu
pija! ¿Cómo te imaginabas que era yo nene, así de trolita? ¿Con estas ganas de
cogerte nenito? ¡Siempre me calentaste, y me encanta que me huelas el cuello y
que te calienten mis tetas, daleee, dame la lechitaaaa, largala todaaa
guaaachooo!, me decía sin dejar de galopar, encendida y sin medir el volumen de
su voz. Yo se la solté toda en cuanto me juraba que si no le chupaba la concha
uno de estos días, no me hablaría más, y ella me guardó su bombacha en el
bolsillo del pantalón.
Salimos en cuanto el sudor que se nos
acumulaba en el cuerpo pudiera ceder un poco, y, ya cerca del fin del programa,
mientras dábamos los nombres de los ganadores del concurso, la pibita me decía,
siempre por lo bajo y acomodadita en el borde de mi silla: ¡Tu lechita me está
chorreando por las piernas, y ya me llega hasta las medias, cochino!
Yo volví a tener la pija dura como para
ensartarla donde sea. Pero ya no había tiempo para nada. El conductor del
programa siguiente ya esperaba su turno.
Solo que, al salir para tomarme un taxi y
entonces irme a casa, escuché a Eugenia hablando con Marisol. Nuestra compañera
le dijo con suficiencia: ¡Entonces, ¿Ya te lo moviste pendeja, y en el baño?!
Marisol la hacía callar con chistidos.
Como imaginarán, las cosas no podían quedar
así. Marisol era insaciable, y en el programa había muchas opciones para elegir.
¡No saben la cantidad de pajas que me hice esa noche con su bombachita! Fin
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Este es mi correo ambarzul28@gmail.com si quisieras sugerirme o contarme tus fantasías te leeré! gracias!
Acompañame con tu colaboración!! así podré seguir haciendo lo que más amo hacer!!
Cafecito nacional de Ambarzul para mis lectores nacionales 😉
Muy buen relato! Ojalá hagas una segunda parte!
ResponderEliminar¡Hola! dale, lo tendré en cuenta!
EliminarMe encantan tus relatos ambar! Me fascinan en especial los de incesto y lesbiana, muchas veces me asombra que tus relatos me hagan llegar al orgasmo de una manera impresionante. Incluso mejor que un ex. Espero que pronto vuelvas con más relatos!!♥️
ResponderEliminar¡Hola Julia! ¡Bienvenida a mi blog! espero que los nuevos relatos puedan satisfacerte tanto como los que ya leiste. desde luego, podés aportarme lo que quieras, por mail, o en los comentarios. cualquier idea, sugerencia, o lo que desees leer, puedo intentar escribirlo para ti. ¿Un beso!
Eliminar!que rico!, lo que pasa en esta historia es muy rico! me imagino a marisol y me caliento mucho. !segui asi ambar!
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