Lucía quiere aparearse


Siempre creí tener bien en claro a qué valores les presentaba mis lealtades. Sin embargo, en una casona camuflada entre algunas pocas, en un barrio humilde, de noches y días normales, yo prestaba mis servicios como empleada doméstica a la señora Norma. Ella es una mujer jubilada, que trabajó incansablemente para el estado. Puede decirse que es solidaria, amable, gentil, muy saludable pese a ser fumadora, bien instruida sobre temas variados y con muchos proyectos en mente. Tiene 63 años, una figura que pasa desapercibida entre el gentío, un rostro acostumbrado a los malos tragos de la vida, una voz jovial, un cabello entrecano abundante, y una afición por el tejido muy grande. Puede pasarse horas tejiendo para sus nietos, sobrinos, amigas, o para todo aquel que desee comprarle alguna de sus maravillosas creaciones. Es muy hábil con las agujas, casi tanto como con las palabras. Todavía vive con su hija, la del medio. Sus otros tres hijos la visitan cada vez que pueden separarse un poco de sus exitosas vidas, y eso no se da tan frecuentemente. De modo que Norma y Milena se hacen compañía, a pesar que a veces se lleven a las patadas.
Milena tiene 30 años, es artista plástica, es profesora de idiomas, toca el piano en un grupo folklórico femenino, y no tiene hijos. Aunque sí una incorregible fama de buena chica en la cama, teniendo en cuenta la cantidad de novios que le conocí en los cuatro años que hace que trabajo allí. Justamente, este era el tema que más le disgustaba a la señora Norma, quien esperaba que su hija adopte la vida de un adulto, y ya no se dedique a tener relaciones sexuales en cualquier momento del día con todo aquel que la acompañe a su habitación. Aunque, ahora me pregunto si aquello no era una pantalla en la que ocultaba sus verdaderas máscaras. ¿Por qué, si tanto le molestaba su proceder le permitía gemir, gozar y proferir obscenidades, a todo volumen, mientras yo desempeñaba mi labor? ¿Por qué la reprendía con tan poca creíble autoridad? Algunas veces la veía salir del cuarto, sudorosa, con el pelo revuelto y generosos chupones en el cuello, los ojos exultantes de un brillo especial, la voz tomada y los movimientos inconexos, generalmente escoltada por algún hombre, no mayor de 40 años, o menor de 18. Los prefería altos, perfumados y de buena contextura física. No puedo asegurar que Milena se prostituya, pero tampoco que entrega su cuerpo por puro placer.
¡No aprende más esta chinita!, se quejaba a menudo doña Norma mientras yo limpiaba los suelos de su casa, con los sonidos sexuales de Milena de fondo.
¡Te pido disculpas Fernanda! ¡La verdad, me avergüenza tanto esta situación! ¡Sé que es indigno, o por lo menos inmoral que tengas que escuchar a mi hija en sus asuntos! ¡Pero no puedo prohibírselo del todo! ¡Ella debe experimentar sus propias vivencias! ¡Siempre y cuando se cuide, y sé que lo hace, no tengo razones para alarmarme tanto!, me explicaba, una y otra vez, conforme pasaban los días, y todo se sucedía al pie de la letra. Claro que, aquello se daba una, o como máximo dos veces a la semana. Pero cuando el galán de turno abandonaba la casa, Norma exponía a Milena sin reservas, mientras yo debía limpiar su dormitorio, habitualmente con la puerta abierta.
¡Recapacitá hija… no podés pasarte la vida emperrada buscando hombres así! ¡Te comportás como una puta cualquiera, como una sexópata, una vidriera que se exhibe al mejor amante! ¡No sos sólo un par de tetas, o un culo bien parado, o un receptáculo de semen! ¡A ver si sentás cabeza de una puta vez Milena!, eran algunas de las cosas que le decía. Milena le contestaba con evasivas, insultos, amenazas o portazos. Sin embargo, al rato todo estaba bien entre ellas, como si nada grave hubiese sucedido.
Es bueno aclarar que yo trabajo en la casona de lunes a sábados, desde las 8 de la mañana a las 8 de la noche, y que no puedo quejarme del sueldo suculento que me paga doña Norma. Espero que nunca me escuche decirle doña, porque ese día habré firmado mi sentencia de muerte.
Ocurrió que la semana pasada, mientras yo regaba las plantas del esplendoroso patio, escuché que llegaron visitas. Milena me solicitó que prepare el café, porque ella estaba corrigiendo unos trabajos. Por lo tanto, acudí al llamado como siempre. No sabía que esa tarde, todas las murallas que sostenían la imagen de la señora Norma se desmoronarían ante mis ojos.
¡Bueno, te la traigo para que vos le hables! ¡Por algo sos la tía a la que todos recurrimos! ¡Pero, te juro que yo ya no sé cómo decirle las cosas! ¡Le explico que no puede andar así por la casa, que ya tiene 15 años, y bueno, vos sabés a lo que me refiero!, decía Carolina, que es la sobrina de Norma. Las dos fumaban un habano, revolvían sus cafés con estruendo, y miraban insistentes a Lucía, que es la hija  de Carolina. Es una nena de ojazos verdes, un pelo largo aunque no muy aseado, una sonrisa apagada, como si le costara horrores sonreír, y un cuerpo sin demasiados atractivos, al menos sentada a la mesa, junto a esas dos mujeres que la acusaban de algo que yo no comprendía aún. Tomaba un vaso de gaseosa con indiferencia, y respondía algunos mensajes con su celular.
¡Quedate tranquila Carola, que yo me encargo! ¡Es más, vamos a empezar desde ahora!, dijo doña Norma, quitándole el celular de las manos. Carolina no intervino, ni la contradijo. Lucía protestó, pero Norma dejó las cosas en claro.
¡Mirá Lucía, no estás en condiciones de rezongar! ¡Ahora vamos a hablar, lejos de tus hermanos, a solas, y una vez que me reconozcas ciertas cositas, por ahí te devuelvo el celular! ¿Estamos?, le dijo, acariciándole las manos con ternura, una vez que las tomó entre las suyas.
¡Yo creo que, si no la encarrilás vos, no sé quién podría hacerlo! ¡Aaaay tía, te agradezco tanto!, le confiaba Carolina, levantándose de la silla, recogiendo su cartera, las llaves de su auto y un tejido que Norma le había obsequiado. La señora la acompañó a la puerta, donde se quedaron hablando unos minutos. Me pareció que cuando se saludaron, Norma le olió exageradamente el pelo a su sobrina, que se deshacía en agradecimientos. Algo me decía que estaba a punto de vivir algo espeluznante, intenso y atroz. Pero la curiosidad palpitaba en los rincones de mi monótona vida, y sentía que al fin tendría mi recompensa a tanto aburrimiento. Aunque ignoraba de qué podía tratarse.
Cuando Norma entró a la casa, le pidió a Lucía que lleve su bolsito con su ropa al dormitorio de invitados, y que luego retorne al living.
¿Te parece que veamos una peli?, le dijo con dulzura al ver que la nena ni se movía de la silla, al parecer, perdida en sus propios pensamientos. Al fin lo consiguió.
¡Fernanda, disculpame! ¡No lo tomes a mal! ¡Pero, creo que será muy interesante que presencies la charla que voy a tener con mi sobrina nieta! ¡Digo, vos tenés una hija, y dos varones! ¡Tus chicos están con su papá esta semana! ¿Verdad?, me expresó Norma, una vez a solas en la cocina.
¡Vos, no tenés que intervenir! ¡Solo, necesito que estés! ¡Te pago lo que precises, para que puedas quedarte hasta las 9, si podés, claro!, agregó, sin esperar mi respuesta. Es una experta en manipular a las personas si se trata de concederse un capricho. Por lo tanto, acepté quedarme. Además, la paga era más que seductora.
Al rato, Lucía se sentó en el largo y mullido sillón que resplandece frente a un gran televisor, el que solo transmitía un canal de videos musicales. Enseguida apareció Milena, con un vestido escotado, un rodete en el pelo y un perfume por demás dulzón.
¿Qué pasó ma? ¿Cuál se mandó esta guacha?, preguntó con arrogancia, fulminando con la mirada a Lucía mientras se metía una magdalena entera en la boca. Se sentó al lado de la nena, me pidió que le traiga los cigarrillos, y escuchó con atención a Norma.
¡Al parecer, se anda haciendo la modelito delante de los hermanos! ¿Podés creerlo? ¡La madre me contó que se pasea en bombacha por la casa, o con vestiditos sin corpiño debajo, o bueno, por las mañanas, cuando los chicos van al colegio, anda desnuda! ¡Pero, no quiere hablarme! ¡Parece que le comieron la lengua los ratones!, expuso a la chiquita, que ni levantó la cabeza. No dio señales de que le importara ese discurso, ni de defenderse, o desmentirlo todo.
Ni bien me senté en una silla, a una distancia prudente de las mujeres, Norma volvió a tomar la palabra.
¡Mirá nena, es lógico que tus hermanos te miren! ¡En particular el más grande tal vez! ¡Tenés un culo que llama la atención, y para colmo las tetas se te han desarrollado muy bien por lo que veo! ¡Tené en cuenta que una mujer de 15 años, siempre fue codiciada y admirada! ¡Eso lo puedo entender!, le decía, tomando entre sus manos un tejido a medio camino, examinándolo sin sus anteojos, y rebuscando unas agujas largas.
¡Mile, ¿No tenías un vestido más escotado hija?!, le dijo a Milena, y ésta le sacó la lengua mientras estiraba el vestido hacia abajo, para que sus rebosantes pechos salgan a la superficie. Tenía unas tetas capaces de alimentar a una jauría de machos si se lo proponía, y a esa altura sus pezones estaban visiblemente hinchados. Lucía las miraba atónita, pero no emitía emociones.
¿Es verdad que Facundo te roza la cola? ¿Que cada vez que pasa por atrás tuyo te la pellizca, y vos no le decís absolutamente nada?, averiguó la señora, cuando Milena marcaba el pulso con sus sandalias en el suelo de un tema caribeño que sonaba en la tele. Lucía asintió muy despacio con la cabeza, y se tapó la cara con las manos.
¡No debés tener vergüenza de lo que hiciste!, le dijo Norma, tomando una de sus manitos para besársela.
¡Sí ma, puede que tengas razón! ¡Pero eso no le da derecho a pasearse en bolas por la casa, ni a su hermano a tocarle el culo cuando quiere!, replicó Milena, estirándose el vestido aún más. Todavía su cuello mostraba las marcas de su amante mañanero, y recordé con cierta excitación y repugnancia que, aquel mediodía sus sábanas estaban bañadas en semen.
¡Milena, por favor, sabés cómo son los chicos a esa edad! ¡Es natural que quieran mirar, tocar, y si en esa casa no hay adultos responsables, y se la pasan solos, todo eso se potencia! ¡Además, ¿Mirá quién habla?! ¡Yo me acuerdo que a vos te encantaba andar desnuda por la casa!, tronó la voz de la señora.
¡Pero vos Lucía, tenés que cuidarte un poco! ¡Si te gusta andar en bombachita, hacelo en tu pieza, donde nadie te vea, ni te acose!, le dijo luego a la nena, como calmándose de repente. Vi que le sobó una de sus rodillas al descubierto, ya que traía un shortcito de jean gastado, y que la nena, aún sin emitir sonidos, dio un pequeño saltito en su asiento.
¡A ver, levantá un poco los brazos, y subite la remera! ¡Necesito ver cómo te crecieron esas lolas! ¡Sabemos que el macho, si ve a una hembra pavoneándose en la casa, puede que no le importe que sea su hermana, o su hija! ¡El macho solo ve dos caderas, una vagina en la que   e meter su pene, y esperar que la semillita prenda adentro de su vientre! ¡Es la procreación misma de la naturaleza! ¡No hay que preocuparse! ¡Sé que tu madre no se ocupa de estos temas con vos! ¡Y, encima tuviste la fortuna de ser la única mujercita entre cuatro varones!, decía Norma, subiéndole ella misma la remerita, mientras Milena le levantaba los brazos, ya que Lucía no se mostraba ansiosa por colaborar. Recordé que Lucía tiene un hermano mayor de 18, el mencionado Facundo. Después sigue ella, luego Mauro de 13, Nicolás de 9, y por último un bebé que ya tendría 2 años, del que nunca memorizo su nombre.
El vestido de Milena cedía aún más, por lo que sus pechos estaban al borde de explotar  en el aire, como dos globos aerostáticos.
¡Acercate bien Mile, y mirá cómo se le desarrollaron! ¡Creo que vos, a su edad tenías más culo que tetas, igual que la bandida de tu hermana!, dijo la señora Norma, apartándose un poco de Lucía para que su tía comience a acariciarle los pechos por encima del corpiño. Pero Norma le pegó en las manos, y Lucía, automáticamente buscó cubrirse con las suyas. Además, la remera se le había quedado atascada entre el cuello y los brazos, inmovilizándola entre graciosa y grotesca. Sabía que no podía mencionar palabras, a no ser que la señora me lo pidiese, o me autorizara a decir algo que no pudiera esperar. Sin embargo, al ver a esa nena acorralada, psicológica y emocionalmente, tuve un intenso sentimiento de querer estar en su lugar. Pensaba en mi hija Celeste, que todavía no cumplía los 14, paseándose desnuda por mi casa, a la vista de sus hermanos, y por un lado, lo correcto y lo persuasivo de nuestros dogmas sociales me trituraban la garganta. Al punto que, si en ese momento la tenía cerca, le rebanaba la cara de un cachetazo por desubicada, aunque todavía no hubiese cometido tales fechorías. Pero también me excitaba al imaginarla, exhibiéndose, sonriendo con sus ojos azules, meneando la cola, o dejando que la chocolatada se le deslice por los labios hasta mojarle los pechos desnudos, y un fuego imposible de silenciar me abrazó por dentro, hasta terminar en un súbito cosquilleo en el interior de mi vulva.
¡Como te decía, el macho también mira, y se fascina con las tetas, porque es el santuario de la leche para su simiente, y de su posterior creación! ¡A ver si ponemos más atención a lo que te dice esta bruja loca!, bramó la señora Norma, arrancándome de mis tribulaciones de repente. Entonces, vi que dejó su tejido en el apoyabrazos del sillón, para dedicarse a sobarle las piernas a Lucía con tanto embeleso que, al fin logró que se le escapara un tierno gemidito.
¡Vení Mile, sacale la remera, haceme el favor! ¡Y vos calladita, que estamos entre mujeres! ¡A Fernanda ya la conocés, y que yo sepa, también es mujer! ¡Además, ella no va a decirle nada a nadie!, sentenció Norma, mientras Milena se levantaba para cumplir con su solicitud. Apenas la nena fue despojada de su remera, comenzó a poner sus brazos, o sus manos sobre su pecho, tal vez avergonzada por el corpiño que traía. Estaba bastante estirado, algo desteñido, con algunas manchas, y todavía conservaba la cara de la gata Kity en uno de sus laterales.
¡Sacá las manitos, y relajate chiquita!, oí que Norma le susurró al oído, y como por un efecto contagio impostergable, Milena se bajó su vestido sin mangas hasta la cintura. La mujer ahora exhibía sus pomelos rosados y abundantes con toda prestancia, sentada al lado de Lucía, que no evitaba mirárselas, aunque aún prefería el silencio. Milena se reía todo el tiempo, como impaciente.
¡Mirale bien las tetas a tu tía hijita! ¡Ella no está casada como tu madre, pero hay otros hombres que se las acarician con amor! ¿Me equivoco hija?, dijo la influyente Norma, estirando un brazo para tocarle una teta a Milena, que gimió sorprendida con un tímido ¿Aaaay mamiii!
Estuve a punto de levantarme para ir a buscarme un vaso de agua. Norma lo adivinó, o me leyó el pensamiento, porque de pronto me dijo: ¡Andá querida, servite lo que quieras! ¡Pero volvé, por favor!
No podía caminar de la excitación que ya reinaba en mi cuerpo. ¿Cómo podía esa mujer recta, sabia, experimentada y de buenas costumbres tener a su hija de esa manera, y a su sobrina nieta dominada a esas instancias? Cuando volví, luego de atragantarme con un poco de limonada, Norma le acariciaba ambos pechos a su hija, y Milena le masajeaba las piernas a la chiquita, que seguía con la boca cerrada, pero ya sus ojos despedían un candor inocultable.
¡Espero que vos no hayas dejado, ni permitido que Facundo te las toque! ¡Según tu madre, te acarició el culo, y te lo pellizcó! ¡Se supone que, eso no pasó una sola vez! ¿Estoy en lo cierto Lucía?, se expresó la señora Norma endureciendo el tono, en el preciso momento en que Milena le posaba sus pequeñas manos sobre sus tetas, invitándola a que se las toque.
¡Las tetas son una parte importante en las mujeres! ¡Tanto como la vagina! ¡Pero eso sí que no debe entregarse a un hermano! ¡Aunque, en civilizaciones antiguas, al macho no le importaba qué hembra estaba a disposición, si tenía que poseerla para plantarle un bebé! ¡Y, es verdad que los nenes y nenas se descubren mutuamente en lo referido a lo sexual, durante el crecimiento! ¿Vos, alguna vez le viste el pito a tus hermanos muchachita?, le decía su abuela, palpando con sus largos y arrugados dedos la tersa piel de los pechitos de la nena por adentro del corpiño. Le apretaba los pezones con sutileza, cerraba los ojos por momentos, y los abría para encontrarse con los de su hija, por para mirarle las tetas con descaro. Hasta que evidentemente no pudo soportarlo.
¡Vamos Mile, sacale el corpiño, y que se quede con los pechitos al aire! ¡A ver si entonces se digna a decirnos algo! ¡Además, está caluroso!
Milena lo hizo con una facilidad sorprendente, sin siquiera levantarse del sillón, y se lo arrojó a su madre, que lo olfateó y besó con ternura. Milena acercó su afilada nariz a los globos de Lucía, y se los olió, sin pegarse demasiado a su piel blanca como la pureza de la virginidad. ¿Y entonces, sería virgen esa preciosura? ¿Y, mi Celeste, tendría las lolas tan inmaculadas como Lucía? ¿Esperaba por todos los cielos que fuese virgen! Ese desvergonzado sentimiento me invadió lo poco que conservaba de moral, y decidí que lo mejor que podía hacer apenas me encontrara con mi niña, era hablarle de sexo. ¿O, tal vez podría traerla con la señora Norma? ¿Pero, en qué pavadas pensaba?
La señora Norma murmuraba cosas como: ¡Uuuum, olor a teta de nena… a hembrita, a tetita adolescente… claro que tu hermano te las va a querer tocar!... mientras se pasaba cada trozo del corpiño de la nena por el rostro y los labios. Hasta que se lo arrojó a Milena, y con una mirada lasciva le pidió que lo huela.
¡A ver, dame esas manitos, que te las voy a examinar! ¡No sé si sabrás, pero los hermanos, muchas veces usan las manos, como los primeros contactos sexuales! ¿Vos te tocás chiquita?, le dijo Norma, momentos antes de disponerse a lamerle los pulgares y las palmas de las manos a Lucía, quien ya no pudo reprimir un cálido ¿aaaay, uuuuuf! Milena, tras escucharla, se dio a la tarea de manosearle las tetas, pellizcándole los pezones para que chille despacito, y sobándole la pancita de vez en cuando, mientras le decía a su madre: ¿Es obvio que esta pendeja quiere aparearse mami! ¡Mirá cómo se le ponen las tetas, y cómo se calienta cuando le toco los pezoncitos!
¡Y sí Mile, tené en cuenta que vive rodeada de varones! ¡Todos esos pitos para ella, desde Facundo hasta el Nico, están atentos a esas gomas, y a su tremenda cola!, le respondió doña Norma, ahora acercándose al cuello de la nena para embriagarse con su perfume natural, el que, seguramente, invadida como estaba, debía ser tan delicioso como un potente hechizo.
¡Tu abuela te sugiere que te cuides, pero que no dejes de mostrarte! ¡Y, sé inteligente! ¡Hacelo cuando sepas que no está tu mami en la casa! ¿Alguna vez, vos te hiciste la viva, y llegaste a tocarle el pito a alguno de tus hermanos?, le dijo al oído, lamiéndole algunos dedos de la mano derecha, sobándole una piernita y revolviéndole el pelo. La nena ya se mostraba incómoda. Abría las piernas casi sin querer, arqueaba un poco la columna hacia atrás, y por momentos se olvidaba de cubrirse las tetas. ¡Pobrecita, Como tendría la conchita luego de tantos estímulos!
¡De todas maneras, vos no te hagas la otra, que también querés aparearte Milena! ¡O me vas a negar que te revolcaste con tus primos?, la acusó su madre, justo cuando Milena comenzaba a darle ruidosos besos en las tetas. La vi atrapar un pezón con sus carnosos labios, sorberlo y degustarlo con pasión, y después darle una suave mordidita para soltarlo, y luego repetir el mismo procedimiento con el otro. Hasta que, sin esperar órdenes de la señora Norma, se sentó en el piso con un sonoro impacto, y le sacó las sandalias a la nena.
¡Mirá ma, qué coqueta la pendeja! ¡Hasta se pinta las uñitas de los pies y todo!, le reveló a Norma, tomando los piecitos de Lucía para que su madre los admire, a los que no le escatimó unos abrazadores besos, especialmente a sus empeines. Luego, empezó a acariciarse las tetas con ellos, tras untarse unos buenos ríos de saliva con unas escupidas tan abundantes como ordinarias. Lucía no ponía reparos, cuando la doña se ocupaba de manosearle los senos, besuquearle el cuello, deslizar sus delicadas uñas por su espalda o sus hombros, y de abrirle la boca para deleitarse con su dentadura perfecta.
¡Vamos Mile, olele los pies! ¡Vos sabés muy bien mi chiquita, que para ser una hembra pulcra, limpia, deseada, seductora y procreable, por decirlo así, tiene que estar aseada! ¡Aunque, ciertos aromas no deben desaparecer del todo! ¿Entendés lo que te digo?, exigió la señora en medio de su explicación, y mientras su hija no dejaba un rincón a salvo de sus labios endemoniados y su lengua escurridiza, ella la hacía gemir lamiéndole el ombligo, sin dejar de sacudirle las tetas. Algunas veces le hizo cosquillas en las axilas, las que, al parecer disfrutaba mucho de olerlas.
¿Qué pasa bebota? ¿Te gusta lo que te hace la tía?, le preguntó doña Norma, cuando Milena le rozaba los talones con sus dientes, le chupaba los deditos como si quisiera desaparecerlos. En un momento logró meter un pie entero adentro de su boca. Ahora Lucía gemía, ya sin poder dominarse del todo, mientras la señora Norma le olía y babeaba las gomas, le encantaba agarrar las tetas de la nena, hacerlas saltar en sus manos y pegarse en la cara con ellas, luego de chupárselas un buen rato. Entretanto, los besos de Milena se trepaban por las pantorrillas de Lucía, habitaban detrás de sus rodillas, sobre sus blancos muslos, y también encima de su abdomen. En un momento, las bocas desaforadas de madre e hija se encontraron lamiendo la misma teta, y no titubearon en enredarse en un beso apasionado.
¡Qué putita sos Mile, tan zorra que, no podés ocultarme tus ganas de coger todo el tiempo!, oí que doña Norma le dijo, dándole un tierno masaje en la cabeza a su hija, sin separarse de los pechos babeados de la nena, que abría y cerraba la boca como para decir algo, pero no se atrevía. Solo respiraba cada vez más fuerte, tal vez inconsciente de los hilitos de baba que le rodeaban los labios.
¡Mmm, qué ricas tetas, suavecitas, ansiosas de ser mamadas, mordidas y chupadas! ¡Son las tetas más lindas que vi, y las más blancas, con dos pezones hermosos!, murmuraba doña Norma, fregando los pezones de la nena en su rostro, y dándole cachetaditas dulces a sus tetas, mientras su discípula le mordisqueaba los tobillos y le tironeaba el short hacia abajo. Pero la señora le prohibió quitárselo por el momento. Entonces, sucedió, en un inevitable arrebato del destino. La señora Norma introdujo una de sus manos adentro del short de Lucía, y al extraerla la zarandeó del pelo, diciéndole con enérgica determinación: ¿Estás húmeda nena! ¿Así te ponés cuando tus hermanos te ven? ¿O, es por la lengua de tu tía? ¿O porque te vuelve loca que te aprieten las tetas así? ¿En qué momento te paseás desnuda por la casa?
Al fin la armonía de Lucía se quebró. Tal vez por la forma en que la vieja le estrujaba los pechos, o porque ella no podía seguir resistiéndose al besuqueo de su tía por todas las porciones de su piel, a excepción de la que le ocultaba el pantaloncito. De repente, entre gemidos de un placer que también se reflejaba en sus ojos, dijo: ¡No me paseo desnuda abu… solo, solo en bombacha y corpiño!¡Y sí, les vi el pito al Facu, y a Nicolás! ¡Facundo, bue, él me lo apoya todo el tiempo en la cola! ¡Y al Nico, lo veo siempre haciéndose la paja!
La señora Norma le dio un cachetazo que se oyó en toda la casa, y Milena detuvo el besuqueo para observar cómo se le llenaban os ojos de lágrimas.
¡Ahí la tenés ma! ¡Esta nena quiere pija, que se la culeen, que le rieguen la chuchita con semen caliente!, decía Milena, habiéndose levantado del suelo para lamerle una oreja a Lucía, que lloraba en silencio, hipando y mordiéndose los labios. Recién entonces reparé que a la señorita Milena se le había caído el vestido, y que todo lo que la separaba de una inminente desnudez era una bombacha verde, que se le perdía en el culo con suma tranquilidad. Luego las tres bebieron agua. Lucía lo hizo a la fuerza, porque su tía se encargó de violentarla un poco.
¡Hay que serenarla como sea!, había dicho Norma. A esa altura, algo en mí deseaba que los labios voluptuosos de Milena me desgarren las tetas a chupones, como momentos después rodaron en las tetitas de Lucía, junto con los de su madre. Ambas bocas lamían y adoraban los mismos espacios de piel de Lucía, mientras se hablaban con unas voces tan empalagosas que, no se sabía cuál de las dos era la madre, o la hija.
¿Viste ma? ¡Tiene las tetas calientes, como yo, cuando tenía 12 o 13! ¡Necesita un pito urgente!, decía Milena, esquivando los lengüetazos furibundos de su madre.
¡Sí Mile, es verdad! ¡Las tiene tan calientes como su alma de hembra que necesita aparearse! ¡Lo único, esperemos que ésta no se revuelque con todos sus primos, o sus hermanos!, le respondió la señora, al fin atrapando los labios de su hija, y entonces las dos compartieron el fragor de sus lenguas, junto con uno de los pezones de Lucía. Pero, de repente, la señora Norma pareció apartarse de un letargo eterno y despiadadamente dulce. Manoteó a Lucía de un brazo con una mano, y del pelo con la otra, y comenzó a gritarle, mientras la zamarreaba, y Milena le escupía los pechos para luego frotar los suyos allí: ¿Cómo que te apoyó el pito? ¿Y a vos, qué te pasó en ese momento? ¿Qué sentiste? ¿Lo notaste duro contra tu cola? ¿Tenías la bombacha puesta? ¡Evidentemente, tu hermano tiene cosquillas en sus testículos, o un dolor insoportable de tanto verte semi desnuda, y te huele, porque los olores de las hembras en celo son imposibles de negar para un macho puro, adolescente y erecto! ¡Pero, lo de Nicolás es peor, porque  se está descubriendo, y si se toca el pito, es porque necesita eliminar semen! ¡Y para colmo, vos te paseás así! ¿No entendés que vos les calentás el pito a tus hermanos, mocosa? ¡Y, ahora decime con sinceridad! ¿Por qué tenés la bombacha húmeda? ¿Te gusta que tu tía te besuquee, o que la abuela juegue con tus tetas?
Lucía lloraba de nuevo en silencio, como reprimiendo agudos improperios contra su abuela.
¡Contestame guachita de mierda, o te rompo el celular contra el piso! ¿Qué sentiste cuando viste a Nicolás tocándose el pito?, le gritó la señora, retorciéndole los pezones, mientras Milena le mordía una oreja, y le frotaba con habilidad una de sus manos convertida en un puño en la entrepierna.
¡No sé abu, me gustó mirarlo!, dijo la nena, y el timbre de su voz sonó como si sufriese una terrible congestión nasal a causa de su llanto. La señora Norma recibió su confesión con un intenso resplandor asesino en los ojos.
¡Así Mile, vamos, mamale bien las tetas, y ponele bien durito esos pezones de hembra, y no dejes de frotarla ahí abajo! ¡Vas a ver Lucía, que cuando seas mamá, te va a encantar que tu bebé te las chupe!, le juraba con el rostro desencajado, a la vez que le quitaba el pantalón con lentitud, olfateando el aire y farfullando: ¡Huelo a pichí, siento, o me parece, que, alguien tiene olor a pis!
Vi que le abrió las piernas, le pegó en ellas con una regla que usa para medir sus costuras, y le pellizcó la panza, mientras agarraba y soltaba el elástico de la bombachita de Lucía para martirizarla con esos estremecedores chicotazos. Entonces, la señora y Milena se pusieron de pie. Al parecer se comunicaron con miradas porque, no las oí hablarse. Pero milena se paró a tres pasos de mi integridad, y abrió las piernas. La señora Norma se agachó y se las palpó, diciéndole: ¡Dale hija, bajate un poco la bombacha, que si vos no sos, no tenés por qué temer!
La señora olió la bombacha de Milena, apenas ella se la corrió, y no conforme con eso, le pasó la lengua a la parte donde seguro reposaba su vagina.
¡Tranquila Fernanda, que todo está bajo control! ¡Pensá en la platita que te vas a llevar para tu casa!, me dijo, dedicándome una sonrisa gentil, incorporándose lentamente del suelo. Con toda seguridad, oyó un gemidito que se fugó de mi inconsciencia, gracias al estupor que me endurecía los pezones con la bravura de un huracán infalible.
¡Bueno, digamos que tu bombacha no huele a pétalos de rosas!, le reconoció a Milena, mientras se arrodillaba pegadita a las piernas de Lucía.
¡Así que sos vos nomás! ¡Decime la verdad! ¡Vos te hiciste pis Lucía? ¡Estaba segura que vos sos la que tiene olor a pis, a calentura acumulada, a una vagina que quiere algo adentro ya!, la acusó la señora, oliéndole las piernas, la panza y la vulva, tironeándole la bombacha.
¡Bajátela hasta las rodillas nena! ¿Así te paseás ante tus hermanos, con la bombachita sucia, y con este olorcito? ¡No me extraña que te miren, te deseen, te sueñen, o se les pare el pitito, sabiendo que un animalito con la vagina fértil va y viene ante ellos por la casa! ¡A ver, abrite un poquito la chuchi con los dedos!, le indicó la señora, una vez que Lucía llevó su bombacha blanca con lunares hasta un poco después de sus rodillas, cuando Milena le ponía sus tetas en la cara para que se las babee, ya que no estaba tan convencida de chupárselas. La señorita gemía, le daba unos besos de lengua a la chiquita que la hacían temblar, y se frotaba la vulva con una vigorosidad con la que era imposible imaginarse la cantidad de jugos que la colmaban. La señora Norma balbuceó algo que ninguna de las presentes pudo comprender. Aún hincada ante la doncellez de Lucía, que ya no podía contener sus ansias de tocarse la vagina, abrirse los labios rosados y hundirse los dedos, como si acabara de descubrir la dinamita de su propio placer. Para colmo, Milena le mordía los labios y le lamía todo el rostro, cosa que a la chiquita la paralizaba. Entonces, la vieja le quitó las manos de entre sus piernas para lamerle y olerle los dedos. A partir de allí, todo parecía desvirtuarse aún más, como si ya no existiesen lazos con la moral, la confraternidad o el sentido común.
¿Alguna vez hiciste pichí delante de alguno de tus hermanos? ¿O vos viste alguno de ellos meando?, le preguntaba la abuela, dándole unos golpecitos en la vagina, pegando su nariz a su abdomen, y dejando que su serpentina lengua descienda hasta rodearle el orificio de su sexo. Estaba claro que no intentaba penetrarla por el momento.
¡Dale pendeja sucia, comeme las tetas, abrí la boquita, que te encanta que te manosee las tetas!, le decía su tía, cuando la nena se prendía a esos monumentos de carne para sorberlos, y, a juzgar por los gritos de la mujer, también morderlos.
¡Seguro que soñás con ponerte en cuatro patas para que el Nico te huela el culo, o que te arranque la bombacha, o para que acerque su pija a tu boquita! ¿Cómo tiene el pito tu hermano?, le preguntaba la señora, sin privarse de meter sus dedos en la vagina de su nieta para revolverla, pero sin llegar a tocarle el clítoris.
¡El Nico lo tiene chiquito, pero re rico! ¡Al Facu, cuando se le para se le pone re grande!, dijo al fin la nena, cuando Milena le apartó sus tetas de la cara. En ese momento sus pechos apuntaron a mis ojos, y estuve a nada de saltar de mi silla y regalarle un par de mordiscos. ¡Si yo tuviese una pija, seguro hubiese querido poseer a esa tetona insolente, o a esa chiquita sucia!
¡Sos una asquerosa, una putita inmunda! ¡Así que, es cierto que le chupaste el pito a Nicolás!, le gritó Milena, mordiéndole una teta. Lucía gritó aún más alto, pero a Norma ni le interesó su repentino dolor, ni los hilitos de sangre que esa mordida le inscribió a su seno derecho. En ese momento ella le quitaba el calzón, y lo arrojaba exactamente arriba de mi regazo.
¡Esto es simple Milena! ¡Cuando una hembra quiere procrear, la vagina cede a cualquier estímulo, se humedece, sus elásticos se aflojan, y el clítoris se le pone tieso, como preparándose para gozar! ¡Hasta el agujerito del culo siente envidia de un pene fundiéndose acá adentro!, le explicaba la señora, frotando un ovillo de lana en la vagina de Lucía, mientras yo palpaba la caliente y húmeda bombacha que antes se la protegía.
¡Seguro que al Nico le intrigó tu olor a pis, y ahora quiere mirarte la cola todo el tiempo! ¡Tu madre me contó que una vez, mientras vos dormías la siesta en tetas, lo encontró a tu hermano mirándote, con una mano adentro del pantalón! ¡Claro, para él vos te le ofrecías, con la vulva lista para que él introduzca su semen allí!, proseguía la mujer, oliendo sin reparos la vagina de la nena, y el ovillo con que se la frotaba.
¡Pero así no se hacen las cosas putita! ¡Si es cierto que te metiste el pito de Nicolás en la boca…, decía, como si hablara para sus adentros. Pero Lucía se entregó solita a las garras de esas arpías sedientas de lujuria, cuando, ya sin poder soportar más la presión de su angustia sexual vociferó: ¡Baaastaaa, no solo le chupé el pito a Nicolás! ¡Me cogí al Facu, y sentí cómo me largó la leche en la concha! ¡El sábado pasado fue la tercera vez que cogimos! ¡Y también me tomé su leche varias veces! ¿Están satisfechas ahora?
Las dos mujeres se quedaron petrificadas. Pero no duró mucho tiempo. De golpe, la señora acomodó a Lucía a la fuerza de rodillas sobre el tapizado, y tanto ella como Milena empezaron a besuquearla, pero con mordiscos y pellizcos más lacerantes cada vez.
¡Fernanda, por favor, te pido que nos devuelvas el calzón de la pendeja!, me solicitó la engreída de Milena, y no me quedó más que hacerlo. Aunque , me di el gusto de olerla un par de veces. ¡Realmente, el olor a sexo de esa nena podía traspasar a cualquier alma caritativa y revivirle cada partícula de sus más perversos placeres. Ni bien Milena la recibió de mis manos sudadas por los nervios, hija y madre se pusieron a olerla y besarla. Hasta que Milena dijo: ¿Viste mami? ¡Tiene una manchita de caca!
La señora ni se inmutó. Empezó a pedirle a la nena que muerda su propia bombacha, mientras Milena volvía a asfixiarla con sus demonios convertidos en tetas. La mujer resoplaba, gemía, a veces golpeándole el culo a su hija, y se reía de forma hilarante, maravillada con todo el flujo que le empapaba las manos, cuando le daba una especie de palmaditas en la vagina a Lucía, que ahora lloriqueaba de la excitación más inconsolable.
¡Síii, todos los varones de tu casa compiten por esta vagina! ¡Vos los ponés violentos, y ellos te la quieren profanar, penetrar, lamer! ¡Paseate siempre en bombachita y corpiño, con olor a jaboncito, con el pelo mojado, la conchita caliente, y que se te trasluzcan los pezones parados! ¡Todos esos pitos son tuyos, para tu boquita, tu vagina, y hasta para tus tetas!, decía doña norma, con un aspecto cada vez más preocupante, desconectado de la realidad y embriagador, mientras le chupaba las tetas a Lucía, y Milena le pedía que abra la boca para succionarle la lengua, aspirar de su aliento y llenarle el paladar de nuevo con sus tetas. En un momento, la señora Norma le mordió una teta a su hija, diciéndole: ¡Cómo te las voy a chupar esta noche, putona mía!
Pero entonces, una repentina calma cortó el aire a su paso. Las dos mujeres volvieron a congelarse en un suspenso que solo ellas parecían descifrar. Lucía seguía gimiendo, con un dedo en la boca, las piernas bien abiertas, y excitada por exhibir su vagina estirada al máximo. ¿Qué pensaría de mi presencia? ¿Estaría incómoda al saber que la empleada de su abuela la veía desnuda, que había olido su bombachita, y que se estaba mojando como una perra con tantas deliciosas atrocidades?
¡Bueno, basta cochina! ¡Ahora parate en el suelo, y mostranos ese culazo, esas dos manzanitas afrodisíacas que tenés!, le ordenó la señora cuando recobró su estado maléfico. No tuvo que repetírselo. Pero en cuanto la nena puso los pies en el suelo, entre las dos la amarraron por los brazos para que se pare sobre el sillón. Milena era la más preocupada por sostenerle el equilibrio. La señora, en cambio, estaba fascinada con la cola de su nieta.
¡Mirá Fernanda, por favor, no te pierdas esta cola fantástica, blanquita, sedosa, suave como la de una bebota!, me decía doña Norma, palmeándole las nalgas, haciéndose a un costado para que yo pueda verla con mayor nitidez. La vieja no se equivocaba en absoluto. Era un culo perfecto, redondeado y paradito el que se burlaba de mi calentura, a menos de un metro de mis ojos cada vez más perversos. Para colmo, la señora comenzó a abrirle las nalgas para exhibir su precioso anillo híper apretado, a acariciárselas con una emoción incontenible, murmurándole cosas como: ¿Te gusta cerdita? ¿Cómo puede ser que andes con la bombacha sucia, y con este culo como para llenarlo de mordiscos?
No tardó en comenzar a descargarle un chirlo tras otro, aumentando la cantidad por minuto, y la intensidad. Además, Milena le había puesto cinta adhesiva en los labios, luego de introducirle su bombacha adentro de la boca, para que sus gemidos queden retenidos en su garganta. Ella era la encargada de chuparle las tetas, y de alcanzarle las cosas que la señora le pidiese. Por lo tanto, pronto la vieja usó todo lo que se le antojó  para castigarle la cola a esa chiquita. Le pegó con una revista de tejidos, con otra regla más larga y gruesa, con sus agujas, con las que además le dejaba marcados un sinfín de piquetes en las piernas, y hasta con la correa de su perrito pequinés, Con la que solía sacarlo a pasear. Cuando veía que las nalgas se le enrojecían a instancias peligrosas, comenzaba a besárselas, a acariciarlas y concederles algunas palabritas cariñosas. Lucía lloraba, pero sus lágrimas perladas parecían reclamarle más azotes, más de ese dulce tormento que le inundaba la vagina. De eso me di cuenta, porque el cuero del sillón estaba tan empapado como sus piecitos de sus propios jugos vaginales.
¡Hay que purificarte este culo mi nena! ¡Esos pitos, si alguna vez quieren entrar acá, tiene que estar limpito, aunque sin ocultar sus olores originales, como tu conchita! ¿Me explico? ¡Seguro que cada vez que digo la palabra pito, la chucha se te moja un poquito más!, le decía la señora, retomando las nalgadas y los chupones que le daba a sus piernas.
¿Qué te parece Fernanda? ¿Esta cola no se merece una buena verga, entrando y saliendo, Haciéndola chillar de felicidad?, me preguntó Milena, quitándose la bombacha para luego revolearla arriba del televisor.
¡Quiero chuparle el culo mami! ¿Me dejás?, comenzó a suplicarle a la señora, que ya intentaba hundirle un dedo en el culo a Lucía. ¡Ni siquiera me dejó responderle! Aunque, no sé qué hubiese esperado que saliera de mis observaciones. Para mis adentros, pensaba que el orto de esa guacha se lo merecía todo, y me imaginé a mi hija con un pito en la cola. ¡Ya no podía más seguir soportando aquel espectáculo!
¡Claro que sí Mile! ¡Vení, y metele la lengüita!, dijo la madre, y entonces, las dos comenzaron a mordisquearle la cola, a olerla y babearla, chapoteando con sus lenguas en el canal de esos glúteos apetitosos. Indudablemente era Milena la que le revolvía la vagina, que a esas alturas sonaba como si fuese una naranja de tantos jugos, mientras la señora le rodeaba el esfínter con su lengua, se lo olía y escupía para luego volver a introducirle un dedo. De repente, Milena se separó de la chiquita para morderle los labios encima de la cinta adhesiva, antes de quitársela de un tirón. La nena escupió su bombacha, tosió en medio de una arcada más que esperable, respiró profundo, como un pez que descubría el sentido real de sus branquias, y volvió a dejarse dominar por esas hembras fatales. Pero entonces, sin que la cordura o la virtud pudieran hacer las paces con la situación que se presentaba en ese living en penumbras, se hicieron las 9 de la noche.
¡Disculpe señora Norma! ¡Mi marido ya está en mi casa, y acaba de escribirme! ¡El más chiquito de mis niños tiene fiebre! ¡Voy a tener que irme!, le dije tras leer a las corridas el mensaje que vibró en mi bolsillo, tal vez en el momento más sublime de mi fuego sexual. Pero no podía hacerle la vista gorda a lo que sea que le ocurriese a cualquiera de mis hijos. La señora Norma pareció no escucharme, porque seguía azotándole las nalgas a Lucía con una aguja, y lamiendo los dedos que Milena retiraba de esa vulva repleta de adolescencias insolentes. Sin embargo, milena me dijo: ¡Qué pena Fer, que no te quedes un poquito más! ¡Sé que vos también debés tener la chucha en llamas! ¡Cuando llegues a tu casa, decile a tu macho que querés aparearte, como esta pendeja, así te echa un buen polvo, y te coge bien!
La señora le arrancó el pelo, y la obligó a pedirme disculpas, olvidándose por un momento de la pobre Lucía, que se frotaba la vulva en el respaldo del sillón. Le dije que no hacía falta, pero acepté las palabras de la señorita Milena, que me ponía carita de perro mojado, mirándome a los ojos, con su par de tetas terroristas incitándome a arrancárselas para llevarlas conmigo. Norma me dijo que, si necesitaba algo no dude en llamarla, y entonces, se percató que la nena se estaba hundiendo un dedito en la cola, sin dejar de restregar su sexo. Eso le valió un buen chirlo, otra serie de chupada de tetas impulsada por la señorita Milena, y la exploración de 20 dedos en sus dos agujeritos más calientes. La nena no daba más. Justamente, cuando estaba recogiendo mi cartera, la oí suplicar: ¡Meteme todo en la concha tía, dale que estoy re putita!
Pero mi marido no tenía paciencia. Ya me estaba esperando en el auto. Como doña Norma sabía que me separé de él por violento, se apuró para abrirme la puerta, mientras Lucía y Milena se comían las bocas, estrujándose los pechos. Por un momento dudé en si darle un beso, o simplemente saludarla con un gesto de la mano. Pero tanto la señora como yo teníamos prisa. Ella, desde luego para seguir de cerca el estado de celo de su nieta, y la proliferación de hormonas sexuales de su hija. En cambio, yo debía ir a un hospital, con la bombacha hecha un mar de jugos vaginales, los pezones duros, y unas ganas de coger que, no había piel para sentirlas.
Al otro día no fui a trabajar. Mi gordito acusaba un empacho galopante, porque el idiota de su padre no comprende que no puede comer tantas golosinas en una tarde. Pero, al otro día, me armé de valor, y fui. Cuando llegué, la señora Norma me preparó un café, y nos pusimos a charlar de temas generales, como habitualmente sucedía, antes de ponerme con mis tareas, y ella a leer, tejer, navegar por internet, o hablar por teléfono con sus ex compañeras de trabajo. Ninguna de las dos mencionó lo sucedido. Era como si, toda aquella tertulia sexual, esos deshonestos juegos fetichistas, todos esos aromas dispersos femeninos por el aire, o la sensación de un peligro arrasador, no hubiesen existido. Sin embargo, cuando fui a la habitación de los invitados, me encontré con que el bolsito de Lucía aún estaba sobre una silla, y que mucha de su ropa andaba por el suelo. Su cama estaba vacía, y sus sábanas, la de arriba colgaba de uno de los respaldos, y la de abajo estaba desgarrada, olorosa y húmeda. Cuando se lo conté a la señora Norma, ella me respondió con toda naturalidad, mientras se preparaba una tostada: ¡Y sí mi reina, ya viste que Lucía está, en una etapa, bueno, compleja, podría ser el término! ¡Quiere sexo, y tal vez, se hizo pichí mientras se masturbaba, o, bueno, simplemente, eso puede ser su eyaculación! ¡Pero, poné a lavar sus sábanas, que yo te doy otras para que pongas!
Más tarde, la señora me mandó al cuarto de Milena. En principio, creí que ni siquiera ella sabía si estaba o no. Pero, al abrir la puerta, vi que la señorita dormía boca arriba, con los pechos desnudos, con una bombacha que le separaba los labios de la vagina, y las piernas tan abiertas como una verdad inconclusa. A su lado, totalmente desnuda, descansaba Lucía, que aún conservaba una mano de su tía sobre su vulva. En el suelo había de todo. Desde preservativos rotos, consoladores, agujas, bombachas mojadas y dos látigos con pinta de terribles, hasta latas de gaseosas y cervezas, paquetes de doritos, películas y revistas pornográficas. Evidentemente, Lucía había tenido clases magistrales de sexo con su tía. Tal vez, la señora participó de todo aquello. Lo cierto es que, cuando le informé a la señora que el cuarto estaba ocupado por semejantes creaturas, me pidió que lo limpie igual, obviando la cama, y que no las despierte. Supongo que, desde que entré otra vez, y cerré la puerta, mi cabeza no pudo serenar al fuego de mi concha perversa, y me masturbé observándolas, oliendo cada trocito de las piernas de Lucía, que dormía como un angelito, y también las tetas de Milena, tan demoníacas como exquisitas. No quería salir por nada del mundo de ese cuarto. Pero, al fin y al cabo, yo solo soy la empleada de la señora, y no tenía permitido desobedecerla. Por lo tanto, ni bien me llamó para que ponga la mesa, puesto que había preparado arroz con pollo, abandoné a esas perras, mientras mis dedos me hacían explotar el clítoris, con mi nariz pegadita a la vagina de la nena. ¡A decir verdad, la señora no se equivocaba! ¡Esa chiquita tenía olor a una hembra alzada, que solo necesita sexo para vivir!    Fin

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Comentarios

  1. Increible!! Muy buen relato

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    1. Hola Sasha! se te extrañaba! bueno, gracias por tu comentario siempre sincero. no olvides que puedo escribir más de lo que me pidas, o sugieras. ¿Un besote!

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    2. Hola ambar! Perdón por estar tan desaparecida jajaja, pero cuando no encuentro nada para aportar sinceramente no comento ni nada. Eso si, he leído cada relato y en cuanto tenga alguna idea te la voy a compartir. Siempre es un placer hacerlo ♡ ¡Un gran abrazo y beso! ¡Que tengas un excelente domingo e inicio de semana!

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    3. ¡Geeeeniaaaaaaa!

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