Siempre creí tener bien en claro a qué valores
les presentaba mis lealtades. Sin embargo, en una casona camuflada entre
algunas pocas, en un barrio humilde, de noches y días normales, yo prestaba mis
servicios como empleada doméstica a la señora Norma. Ella es una mujer
jubilada, que trabajó incansablemente para el estado. Puede decirse que es
solidaria, amable, gentil, muy saludable pese a ser fumadora, bien instruida
sobre temas variados y con muchos proyectos en mente. Tiene 63 años, una figura
que pasa desapercibida entre el gentío, un rostro acostumbrado a los malos
tragos de la vida, una voz jovial, un cabello entrecano abundante, y una
afición por el tejido muy grande. Puede pasarse horas tejiendo para sus nietos,
sobrinos, amigas, o para todo aquel que desee comprarle alguna de sus
maravillosas creaciones. Es muy hábil con las agujas, casi tanto como con las
palabras. Todavía vive con su hija, la del medio. Sus otros tres hijos la visitan
cada vez que pueden separarse un poco de sus exitosas vidas, y eso no se da tan
frecuentemente. De modo que Norma y Milena se hacen compañía, a pesar que a
veces se lleven a las patadas.
Milena tiene 30 años, es artista plástica, es
profesora de idiomas, toca el piano en un grupo folklórico femenino, y no tiene
hijos. Aunque sí una incorregible fama de buena chica en la cama, teniendo en
cuenta la cantidad de novios que le conocí en los cuatro años que hace que
trabajo allí. Justamente, este era el tema que más le disgustaba a la señora
Norma, quien esperaba que su hija adopte la vida de un adulto, y ya no se
dedique a tener relaciones sexuales en cualquier momento del día con todo aquel
que la acompañe a su habitación. Aunque, ahora me pregunto si aquello no era
una pantalla en la que ocultaba sus verdaderas máscaras. ¿Por qué, si tanto le
molestaba su proceder le permitía gemir, gozar y proferir obscenidades, a todo
volumen, mientras yo desempeñaba mi labor? ¿Por qué la reprendía con tan poca
creíble autoridad? Algunas veces la veía salir del cuarto, sudorosa, con el
pelo revuelto y generosos chupones en el cuello, los ojos exultantes de un
brillo especial, la voz tomada y los movimientos inconexos, generalmente
escoltada por algún hombre, no mayor de 40 años, o menor de 18. Los prefería
altos, perfumados y de buena contextura física. No puedo asegurar que Milena se
prostituya, pero tampoco que entrega su cuerpo por puro placer.
¡No aprende más esta chinita!, se quejaba a
menudo doña Norma mientras yo limpiaba los suelos de su casa, con los sonidos
sexuales de Milena de fondo.
¡Te pido disculpas Fernanda! ¡La verdad, me
avergüenza tanto esta situación! ¡Sé que es indigno, o por lo menos inmoral que
tengas que escuchar a mi hija en sus asuntos! ¡Pero no puedo prohibírselo del
todo! ¡Ella debe experimentar sus propias vivencias! ¡Siempre y cuando se
cuide, y sé que lo hace, no tengo razones para alarmarme tanto!, me explicaba,
una y otra vez, conforme pasaban los días, y todo se sucedía al pie de la letra.
Claro que, aquello se daba una, o como máximo dos veces a la semana. Pero
cuando el galán de turno abandonaba la casa, Norma exponía a Milena sin
reservas, mientras yo debía limpiar su dormitorio, habitualmente con la puerta
abierta.
¡Recapacitá hija… no podés pasarte la vida
emperrada buscando hombres así! ¡Te comportás como una puta cualquiera, como
una sexópata, una vidriera que se exhibe al mejor amante! ¡No sos sólo un par
de tetas, o un culo bien parado, o un receptáculo de semen! ¡A ver si sentás cabeza
de una puta vez Milena!, eran algunas de las cosas que le decía. Milena le
contestaba con evasivas, insultos, amenazas o portazos. Sin embargo, al rato
todo estaba bien entre ellas, como si nada grave hubiese sucedido.
Es bueno aclarar que yo trabajo en la casona
de lunes a sábados, desde las 8 de la mañana a las 8 de la noche, y que no
puedo quejarme del sueldo suculento que me paga doña Norma. Espero que nunca me
escuche decirle doña, porque ese día habré firmado mi sentencia de muerte.
Ocurrió que la semana pasada, mientras yo
regaba las plantas del esplendoroso patio, escuché que llegaron visitas. Milena
me solicitó que prepare el café, porque ella estaba corrigiendo unos trabajos.
Por lo tanto, acudí al llamado como siempre. No sabía que esa tarde, todas las
murallas que sostenían la imagen de la señora Norma se desmoronarían ante mis
ojos.
¡Bueno, te la traigo para que vos le hables!
¡Por algo sos la tía a la que todos recurrimos! ¡Pero, te juro que yo ya no sé
cómo decirle las cosas! ¡Le explico que no puede andar así por la casa, que ya
tiene 15 años, y bueno, vos sabés a lo que me refiero!, decía Carolina, que es
la sobrina de Norma. Las dos fumaban un habano, revolvían sus cafés con
estruendo, y miraban insistentes a Lucía, que es la hija de Carolina. Es una nena de ojazos verdes, un
pelo largo aunque no muy aseado, una sonrisa apagada, como si le costara
horrores sonreír, y un cuerpo sin demasiados atractivos, al menos sentada a la
mesa, junto a esas dos mujeres que la acusaban de algo que yo no comprendía
aún. Tomaba un vaso de gaseosa con indiferencia, y respondía algunos mensajes
con su celular.
¡Quedate tranquila Carola, que yo me encargo!
¡Es más, vamos a empezar desde ahora!, dijo doña Norma, quitándole el celular
de las manos. Carolina no intervino, ni la contradijo. Lucía protestó, pero
Norma dejó las cosas en claro.
¡Mirá Lucía, no estás en condiciones de
rezongar! ¡Ahora vamos a hablar, lejos de tus hermanos, a solas, y una vez que
me reconozcas ciertas cositas, por ahí te devuelvo el celular! ¿Estamos?, le
dijo, acariciándole las manos con ternura, una vez que las tomó entre las
suyas.
¡Yo creo que, si no la encarrilás vos, no sé
quién podría hacerlo! ¡Aaaay tía, te agradezco tanto!, le confiaba Carolina,
levantándose de la silla, recogiendo su cartera, las llaves de su auto y un
tejido que Norma le había obsequiado. La señora la acompañó a la puerta, donde
se quedaron hablando unos minutos. Me pareció que cuando se saludaron, Norma le
olió exageradamente el pelo a su sobrina, que se deshacía en agradecimientos.
Algo me decía que estaba a punto de vivir algo espeluznante, intenso y atroz.
Pero la curiosidad palpitaba en los rincones de mi monótona vida, y sentía que
al fin tendría mi recompensa a tanto aburrimiento. Aunque ignoraba de qué podía
tratarse.
Cuando Norma entró a la casa, le pidió a Lucía
que lleve su bolsito con su ropa al dormitorio de invitados, y que luego
retorne al living.
¿Te parece que veamos una peli?, le dijo con
dulzura al ver que la nena ni se movía de la silla, al parecer, perdida en sus
propios pensamientos. Al fin lo consiguió.
¡Fernanda, disculpame! ¡No lo tomes a mal!
¡Pero, creo que será muy interesante que presencies la charla que voy a tener
con mi sobrina nieta! ¡Digo, vos tenés una hija, y dos varones! ¡Tus chicos
están con su papá esta semana! ¿Verdad?, me expresó Norma, una vez a solas en
la cocina.
¡Vos, no tenés que intervenir! ¡Solo, necesito
que estés! ¡Te pago lo que precises, para que puedas quedarte hasta las 9, si
podés, claro!, agregó, sin esperar mi respuesta. Es una experta en manipular a
las personas si se trata de concederse un capricho. Por lo tanto, acepté
quedarme. Además, la paga era más que seductora.
Al rato, Lucía se sentó en el largo y mullido
sillón que resplandece frente a un gran televisor, el que solo transmitía un
canal de videos musicales. Enseguida apareció Milena, con un vestido escotado,
un rodete en el pelo y un perfume por demás dulzón.
¿Qué pasó ma? ¿Cuál se mandó esta guacha?,
preguntó con arrogancia, fulminando con la mirada a Lucía mientras se metía una
magdalena entera en la boca. Se sentó al lado de la nena, me pidió que le
traiga los cigarrillos, y escuchó con atención a Norma.
¡Al parecer, se anda haciendo la modelito
delante de los hermanos! ¿Podés creerlo? ¡La madre me contó que se pasea en
bombacha por la casa, o con vestiditos sin corpiño debajo, o bueno, por las
mañanas, cuando los chicos van al colegio, anda desnuda! ¡Pero, no quiere
hablarme! ¡Parece que le comieron la lengua los ratones!, expuso a la chiquita,
que ni levantó la cabeza. No dio señales de que le importara ese discurso, ni
de defenderse, o desmentirlo todo.
Ni bien me senté en una silla, a una distancia
prudente de las mujeres, Norma volvió a tomar la palabra.
¡Mirá nena, es lógico que tus hermanos te
miren! ¡En particular el más grande tal vez! ¡Tenés un culo que llama la
atención, y para colmo las tetas se te han desarrollado muy bien por lo que
veo! ¡Tené en cuenta que una mujer de 15 años, siempre fue codiciada y
admirada! ¡Eso lo puedo entender!, le decía, tomando entre sus manos un tejido
a medio camino, examinándolo sin sus anteojos, y rebuscando unas agujas largas.
¡Mile, ¿No tenías un vestido más escotado
hija?!, le dijo a Milena, y ésta le sacó la lengua mientras estiraba el vestido
hacia abajo, para que sus rebosantes pechos salgan a la superficie. Tenía unas
tetas capaces de alimentar a una jauría de machos si se lo proponía, y a esa
altura sus pezones estaban visiblemente hinchados. Lucía las miraba atónita,
pero no emitía emociones.
¿Es verdad que Facundo te roza la cola? ¿Que
cada vez que pasa por atrás tuyo te la pellizca, y vos no le decís
absolutamente nada?, averiguó la señora, cuando Milena marcaba el pulso con sus
sandalias en el suelo de un tema caribeño que sonaba en la tele. Lucía asintió
muy despacio con la cabeza, y se tapó la cara con las manos.
¡No debés tener vergüenza de lo que hiciste!,
le dijo Norma, tomando una de sus manitos para besársela.
¡Sí ma, puede que tengas razón! ¡Pero eso no
le da derecho a pasearse en bolas por la casa, ni a su hermano a tocarle el
culo cuando quiere!, replicó Milena, estirándose el vestido aún más. Todavía su
cuello mostraba las marcas de su amante mañanero, y recordé con cierta
excitación y repugnancia que, aquel mediodía sus sábanas estaban bañadas en
semen.
¡Milena, por favor, sabés cómo son los chicos
a esa edad! ¡Es natural que quieran mirar, tocar, y si en esa casa no hay
adultos responsables, y se la pasan solos, todo eso se potencia! ¡Además, ¿Mirá
quién habla?! ¡Yo me acuerdo que a vos te encantaba andar desnuda por la casa!,
tronó la voz de la señora.
¡Pero vos Lucía, tenés que cuidarte un poco!
¡Si te gusta andar en bombachita, hacelo en tu pieza, donde nadie te vea, ni te
acose!, le dijo luego a la nena, como calmándose de repente. Vi que le sobó una
de sus rodillas al descubierto, ya que traía un shortcito de jean gastado, y
que la nena, aún sin emitir sonidos, dio un pequeño saltito en su asiento.
¡A ver, levantá un poco los brazos, y subite
la remera! ¡Necesito ver cómo te crecieron esas lolas! ¡Sabemos que el macho,
si ve a una hembra pavoneándose en la casa, puede que no le importe que sea su
hermana, o su hija! ¡El macho solo ve dos caderas, una vagina en la que e meter su pene, y esperar que la semillita
prenda adentro de su vientre! ¡Es la procreación misma de la naturaleza! ¡No
hay que preocuparse! ¡Sé que tu madre no se ocupa de estos temas con vos! ¡Y,
encima tuviste la fortuna de ser la única mujercita entre cuatro varones!,
decía Norma, subiéndole ella misma la remerita, mientras Milena le levantaba
los brazos, ya que Lucía no se mostraba ansiosa por colaborar. Recordé que
Lucía tiene un hermano mayor de 18, el mencionado Facundo. Después sigue ella,
luego Mauro de 13, Nicolás de 9, y por último un bebé que ya tendría 2 años,
del que nunca memorizo su nombre.
El vestido de Milena cedía aún más, por lo que
sus pechos estaban al borde de explotar en
el aire, como dos globos aerostáticos.
¡Acercate bien Mile, y mirá cómo se le
desarrollaron! ¡Creo que vos, a su edad tenías más culo que tetas, igual que la
bandida de tu hermana!, dijo la señora Norma, apartándose un poco de Lucía para
que su tía comience a acariciarle los pechos por encima del corpiño. Pero Norma
le pegó en las manos, y Lucía, automáticamente buscó cubrirse con las suyas.
Además, la remera se le había quedado atascada entre el cuello y los brazos,
inmovilizándola entre graciosa y grotesca. Sabía que no podía mencionar
palabras, a no ser que la señora me lo pidiese, o me autorizara a decir algo
que no pudiera esperar. Sin embargo, al ver a esa nena acorralada, psicológica
y emocionalmente, tuve un intenso sentimiento de querer estar en su lugar.
Pensaba en mi hija Celeste, que todavía no cumplía los 14, paseándose desnuda
por mi casa, a la vista de sus hermanos, y por un lado, lo correcto y lo
persuasivo de nuestros dogmas sociales me trituraban la garganta. Al punto que,
si en ese momento la tenía cerca, le rebanaba la cara de un cachetazo por
desubicada, aunque todavía no hubiese cometido tales fechorías. Pero también me
excitaba al imaginarla, exhibiéndose, sonriendo con sus ojos azules, meneando
la cola, o dejando que la chocolatada se le deslice por los labios hasta
mojarle los pechos desnudos, y un fuego imposible de silenciar me abrazó por
dentro, hasta terminar en un súbito cosquilleo en el interior de mi vulva.
¡Como te decía, el macho también mira, y se
fascina con las tetas, porque es el santuario de la leche para su simiente, y
de su posterior creación! ¡A ver si ponemos más atención a lo que te dice esta
bruja loca!, bramó la señora Norma, arrancándome de mis tribulaciones de
repente. Entonces, vi que dejó su tejido en el apoyabrazos del sillón, para
dedicarse a sobarle las piernas a Lucía con tanto embeleso que, al fin logró
que se le escapara un tierno gemidito.
¡Vení Mile, sacale la remera, haceme el favor!
¡Y vos calladita, que estamos entre mujeres! ¡A Fernanda ya la conocés, y que
yo sepa, también es mujer! ¡Además, ella no va a decirle nada a nadie!,
sentenció Norma, mientras Milena se levantaba para cumplir con su solicitud.
Apenas la nena fue despojada de su remera, comenzó a poner sus brazos, o sus
manos sobre su pecho, tal vez avergonzada por el corpiño que traía. Estaba
bastante estirado, algo desteñido, con algunas manchas, y todavía conservaba la
cara de la gata Kity en uno de sus laterales.
¡Sacá las manitos, y relajate chiquita!, oí
que Norma le susurró al oído, y como por un efecto contagio impostergable,
Milena se bajó su vestido sin mangas hasta la cintura. La mujer ahora exhibía
sus pomelos rosados y abundantes con toda prestancia, sentada al lado de Lucía,
que no evitaba mirárselas, aunque aún prefería el silencio. Milena se reía todo
el tiempo, como impaciente.
¡Mirale bien las tetas a tu tía hijita! ¡Ella
no está casada como tu madre, pero hay otros hombres que se las acarician con
amor! ¿Me equivoco hija?, dijo la influyente Norma, estirando un brazo para
tocarle una teta a Milena, que gimió sorprendida con un tímido ¿Aaaay mamiii!
Estuve a punto de levantarme para ir a
buscarme un vaso de agua. Norma lo adivinó, o me leyó el pensamiento, porque de
pronto me dijo: ¡Andá querida, servite lo que quieras! ¡Pero volvé, por favor!
No podía caminar de la excitación que ya
reinaba en mi cuerpo. ¿Cómo podía esa mujer recta, sabia, experimentada y de
buenas costumbres tener a su hija de esa manera, y a su sobrina nieta dominada
a esas instancias? Cuando volví, luego de atragantarme con un poco de limonada,
Norma le acariciaba ambos pechos a su hija, y Milena le masajeaba las piernas a
la chiquita, que seguía con la boca cerrada, pero ya sus ojos despedían un
candor inocultable.
¡Espero que vos no hayas dejado, ni permitido
que Facundo te las toque! ¡Según tu madre, te acarició el culo, y te lo
pellizcó! ¡Se supone que, eso no pasó una sola vez! ¿Estoy en lo cierto Lucía?,
se expresó la señora Norma endureciendo el tono, en el preciso momento en que
Milena le posaba sus pequeñas manos sobre sus tetas, invitándola a que se las
toque.
¡Las tetas son una parte importante en las
mujeres! ¡Tanto como la vagina! ¡Pero eso sí que no debe entregarse a un
hermano! ¡Aunque, en civilizaciones antiguas, al macho no le importaba qué
hembra estaba a disposición, si tenía que poseerla para plantarle un bebé! ¡Y,
es verdad que los nenes y nenas se descubren mutuamente en lo referido a lo
sexual, durante el crecimiento! ¿Vos, alguna vez le viste el pito a tus
hermanos muchachita?, le decía su abuela, palpando con sus largos y arrugados
dedos la tersa piel de los pechitos de la nena por adentro del corpiño. Le apretaba
los pezones con sutileza, cerraba los ojos por momentos, y los abría para
encontrarse con los de su hija, por para mirarle las tetas con descaro. Hasta
que evidentemente no pudo soportarlo.
¡Vamos Mile, sacale el corpiño, y que se quede
con los pechitos al aire! ¡A ver si entonces se digna a decirnos algo! ¡Además,
está caluroso!
Milena lo hizo con una facilidad sorprendente,
sin siquiera levantarse del sillón, y se lo arrojó a su madre, que lo olfateó y
besó con ternura. Milena acercó su afilada nariz a los globos de Lucía, y se
los olió, sin pegarse demasiado a su piel blanca como la pureza de la
virginidad. ¿Y entonces, sería virgen esa preciosura? ¿Y, mi Celeste, tendría
las lolas tan inmaculadas como Lucía? ¿Esperaba por todos los cielos que fuese
virgen! Ese desvergonzado sentimiento me invadió lo poco que conservaba de
moral, y decidí que lo mejor que podía hacer apenas me encontrara con mi niña,
era hablarle de sexo. ¿O, tal vez podría traerla con la señora Norma? ¿Pero, en
qué pavadas pensaba?
La señora Norma murmuraba cosas como: ¡Uuuum,
olor a teta de nena… a hembrita, a tetita adolescente… claro que tu hermano te
las va a querer tocar!... mientras se pasaba cada trozo del corpiño de la nena
por el rostro y los labios. Hasta que se lo arrojó a Milena, y con una mirada
lasciva le pidió que lo huela.
¡A ver, dame esas manitos, que te las voy a
examinar! ¡No sé si sabrás, pero los hermanos, muchas veces usan las manos,
como los primeros contactos sexuales! ¿Vos te tocás chiquita?, le dijo Norma, momentos
antes de disponerse a lamerle los pulgares y las palmas de las manos a Lucía,
quien ya no pudo reprimir un cálido ¿aaaay, uuuuuf! Milena, tras escucharla, se
dio a la tarea de manosearle las tetas, pellizcándole los pezones para que
chille despacito, y sobándole la pancita de vez en cuando, mientras le decía a
su madre: ¿Es obvio que esta pendeja quiere aparearse mami! ¡Mirá cómo se le
ponen las tetas, y cómo se calienta cuando le toco los pezoncitos!
¡Y sí Mile, tené en cuenta que vive rodeada de
varones! ¡Todos esos pitos para ella, desde Facundo hasta el Nico, están
atentos a esas gomas, y a su tremenda cola!, le respondió doña Norma, ahora
acercándose al cuello de la nena para embriagarse con su perfume natural, el
que, seguramente, invadida como estaba, debía ser tan delicioso como un potente
hechizo.
¡Tu abuela te sugiere que te cuides, pero que
no dejes de mostrarte! ¡Y, sé inteligente! ¡Hacelo cuando sepas que no está tu
mami en la casa! ¿Alguna vez, vos te hiciste la viva, y llegaste a tocarle el
pito a alguno de tus hermanos?, le dijo al oído, lamiéndole algunos dedos de la
mano derecha, sobándole una piernita y revolviéndole el pelo. La nena ya se
mostraba incómoda. Abría las piernas casi sin querer, arqueaba un poco la
columna hacia atrás, y por momentos se olvidaba de cubrirse las tetas.
¡Pobrecita, Como tendría la conchita luego de tantos estímulos!
¡De todas maneras, vos no te hagas la otra,
que también querés aparearte Milena! ¡O me vas a negar que te revolcaste con
tus primos?, la acusó su madre, justo cuando Milena comenzaba a darle ruidosos
besos en las tetas. La vi atrapar un pezón con sus carnosos labios, sorberlo y
degustarlo con pasión, y después darle una suave mordidita para soltarlo, y
luego repetir el mismo procedimiento con el otro. Hasta que, sin esperar
órdenes de la señora Norma, se sentó en el piso con un sonoro impacto, y le
sacó las sandalias a la nena.
¡Mirá ma, qué coqueta la pendeja! ¡Hasta se
pinta las uñitas de los pies y todo!, le reveló a Norma, tomando los piecitos
de Lucía para que su madre los admire, a los que no le escatimó unos
abrazadores besos, especialmente a sus empeines. Luego, empezó a acariciarse
las tetas con ellos, tras untarse unos buenos ríos de saliva con unas escupidas
tan abundantes como ordinarias. Lucía no ponía reparos, cuando la doña se
ocupaba de manosearle los senos, besuquearle el cuello, deslizar sus delicadas
uñas por su espalda o sus hombros, y de abrirle la boca para deleitarse con su
dentadura perfecta.
¡Vamos Mile, olele los pies! ¡Vos sabés muy
bien mi chiquita, que para ser una hembra pulcra, limpia, deseada, seductora y
procreable, por decirlo así, tiene que estar aseada! ¡Aunque, ciertos aromas no
deben desaparecer del todo! ¿Entendés lo que te digo?, exigió la señora en
medio de su explicación, y mientras su hija no dejaba un rincón a salvo de sus
labios endemoniados y su lengua escurridiza, ella la hacía gemir lamiéndole el
ombligo, sin dejar de sacudirle las tetas. Algunas veces le hizo cosquillas en
las axilas, las que, al parecer disfrutaba mucho de olerlas.
¿Qué pasa bebota? ¿Te gusta lo que te hace la
tía?, le preguntó doña Norma, cuando Milena le rozaba los talones con sus
dientes, le chupaba los deditos como si quisiera desaparecerlos. En un momento
logró meter un pie entero adentro de su boca. Ahora Lucía gemía, ya sin poder
dominarse del todo, mientras la señora Norma le olía y babeaba las gomas, le
encantaba agarrar las tetas de la nena, hacerlas saltar en sus manos y pegarse
en la cara con ellas, luego de chupárselas un buen rato. Entretanto, los besos
de Milena se trepaban por las pantorrillas de Lucía, habitaban detrás de sus
rodillas, sobre sus blancos muslos, y también encima de su abdomen. En un
momento, las bocas desaforadas de madre e hija se encontraron lamiendo la misma
teta, y no titubearon en enredarse en un beso apasionado.
¡Qué putita sos Mile, tan zorra que, no podés
ocultarme tus ganas de coger todo el tiempo!, oí que doña Norma le dijo,
dándole un tierno masaje en la cabeza a su hija, sin separarse de los pechos
babeados de la nena, que abría y cerraba la boca como para decir algo, pero no
se atrevía. Solo respiraba cada vez más fuerte, tal vez inconsciente de los
hilitos de baba que le rodeaban los labios.
¡Mmm, qué ricas tetas, suavecitas, ansiosas de
ser mamadas, mordidas y chupadas! ¡Son las tetas más lindas que vi, y las más
blancas, con dos pezones hermosos!, murmuraba doña Norma, fregando los pezones
de la nena en su rostro, y dándole cachetaditas dulces a sus tetas, mientras su
discípula le mordisqueaba los tobillos y le tironeaba el short hacia abajo. Pero
la señora le prohibió quitárselo por el momento. Entonces, sucedió, en un
inevitable arrebato del destino. La señora Norma introdujo una de sus manos
adentro del short de Lucía, y al extraerla la zarandeó del pelo, diciéndole con
enérgica determinación: ¿Estás húmeda nena! ¿Así te ponés cuando tus hermanos
te ven? ¿O, es por la lengua de tu tía? ¿O porque te vuelve loca que te
aprieten las tetas así? ¿En qué momento te paseás desnuda por la casa?
Al fin la armonía de Lucía se quebró. Tal vez
por la forma en que la vieja le estrujaba los pechos, o porque ella no podía
seguir resistiéndose al besuqueo de su tía por todas las porciones de su piel,
a excepción de la que le ocultaba el pantaloncito. De repente, entre gemidos de
un placer que también se reflejaba en sus ojos, dijo: ¡No me paseo desnuda abu…
solo, solo en bombacha y corpiño!¡Y sí, les vi el pito al Facu, y a Nicolás!
¡Facundo, bue, él me lo apoya todo el tiempo en la cola! ¡Y al Nico, lo veo siempre
haciéndose la paja!
La señora Norma le dio un cachetazo que se oyó
en toda la casa, y Milena detuvo el besuqueo para observar cómo se le llenaban
os ojos de lágrimas.
¡Ahí la tenés ma! ¡Esta nena quiere pija, que
se la culeen, que le rieguen la chuchita con semen caliente!, decía Milena,
habiéndose levantado del suelo para lamerle una oreja a Lucía, que lloraba en
silencio, hipando y mordiéndose los labios. Recién entonces reparé que a la
señorita Milena se le había caído el vestido, y que todo lo que la separaba de
una inminente desnudez era una bombacha verde, que se le perdía en el culo con
suma tranquilidad. Luego las tres bebieron agua. Lucía lo hizo a la fuerza,
porque su tía se encargó de violentarla un poco.
¡Hay que serenarla como sea!, había dicho
Norma. A esa altura, algo en mí deseaba que los labios voluptuosos de Milena me
desgarren las tetas a chupones, como momentos después rodaron en las tetitas de
Lucía, junto con los de su madre. Ambas bocas lamían y adoraban los mismos
espacios de piel de Lucía, mientras se hablaban con unas voces tan empalagosas
que, no se sabía cuál de las dos era la madre, o la hija.
¿Viste ma? ¡Tiene las tetas calientes, como
yo, cuando tenía 12 o 13! ¡Necesita un pito urgente!, decía Milena, esquivando
los lengüetazos furibundos de su madre.
¡Sí Mile, es verdad! ¡Las tiene tan calientes
como su alma de hembra que necesita aparearse! ¡Lo único, esperemos que ésta no
se revuelque con todos sus primos, o sus hermanos!, le respondió la señora, al
fin atrapando los labios de su hija, y entonces las dos compartieron el fragor
de sus lenguas, junto con uno de los pezones de Lucía. Pero, de repente, la
señora Norma pareció apartarse de un letargo eterno y despiadadamente dulce.
Manoteó a Lucía de un brazo con una mano, y del pelo con la otra, y comenzó a
gritarle, mientras la zamarreaba, y Milena le escupía los pechos para luego
frotar los suyos allí: ¿Cómo que te apoyó el pito? ¿Y a vos, qué te pasó en ese
momento? ¿Qué sentiste? ¿Lo notaste duro contra tu cola? ¿Tenías la bombacha
puesta? ¡Evidentemente, tu hermano tiene cosquillas en sus testículos, o un
dolor insoportable de tanto verte semi desnuda, y te huele, porque los olores
de las hembras en celo son imposibles de negar para un macho puro, adolescente
y erecto! ¡Pero, lo de Nicolás es peor, porque
se está descubriendo, y si se toca el pito, es porque necesita eliminar
semen! ¡Y para colmo, vos te paseás así! ¿No entendés que vos les calentás el
pito a tus hermanos, mocosa? ¡Y, ahora decime con sinceridad! ¿Por qué tenés la
bombacha húmeda? ¿Te gusta que tu tía te besuquee, o que la abuela juegue con
tus tetas?
Lucía lloraba de nuevo en silencio, como
reprimiendo agudos improperios contra su abuela.
¡Contestame guachita de mierda, o te rompo el
celular contra el piso! ¿Qué sentiste cuando viste a Nicolás tocándose el
pito?, le gritó la señora, retorciéndole los pezones, mientras Milena le mordía
una oreja, y le frotaba con habilidad una de sus manos convertida en un puño en
la entrepierna.
¡No sé abu, me gustó mirarlo!, dijo la nena, y
el timbre de su voz sonó como si sufriese una terrible congestión nasal a causa
de su llanto. La señora Norma recibió su confesión con un intenso resplandor
asesino en los ojos.
¡Así Mile, vamos, mamale bien las tetas, y
ponele bien durito esos pezones de hembra, y no dejes de frotarla ahí abajo!
¡Vas a ver Lucía, que cuando seas mamá, te va a encantar que tu bebé te las
chupe!, le juraba con el rostro desencajado, a la vez que le quitaba el
pantalón con lentitud, olfateando el aire y farfullando: ¡Huelo a pichí,
siento, o me parece, que, alguien tiene olor a pis!
Vi que le abrió las piernas, le pegó en ellas
con una regla que usa para medir sus costuras, y le pellizcó la panza, mientras
agarraba y soltaba el elástico de la bombachita de Lucía para martirizarla con
esos estremecedores chicotazos. Entonces, la señora y Milena se pusieron de
pie. Al parecer se comunicaron con miradas porque, no las oí hablarse. Pero
milena se paró a tres pasos de mi integridad, y abrió las piernas. La señora
Norma se agachó y se las palpó, diciéndole: ¡Dale hija, bajate un poco la
bombacha, que si vos no sos, no tenés por qué temer!
La señora olió la bombacha de Milena, apenas
ella se la corrió, y no conforme con eso, le pasó la lengua a la parte donde
seguro reposaba su vagina.
¡Tranquila Fernanda, que todo está bajo
control! ¡Pensá en la platita que te vas a llevar para tu casa!, me dijo,
dedicándome una sonrisa gentil, incorporándose lentamente del suelo. Con toda
seguridad, oyó un gemidito que se fugó de mi inconsciencia, gracias al estupor
que me endurecía los pezones con la bravura de un huracán infalible.
¡Bueno, digamos que tu bombacha no huele a
pétalos de rosas!, le reconoció a Milena, mientras se arrodillaba pegadita a
las piernas de Lucía.
¡Así que sos vos nomás! ¡Decime la verdad!
¡Vos te hiciste pis Lucía? ¡Estaba segura que vos sos la que tiene olor a pis,
a calentura acumulada, a una vagina que quiere algo adentro ya!, la acusó la
señora, oliéndole las piernas, la panza y la vulva, tironeándole la bombacha.
¡Bajátela hasta las rodillas nena! ¿Así te
paseás ante tus hermanos, con la bombachita sucia, y con este olorcito? ¡No me
extraña que te miren, te deseen, te sueñen, o se les pare el pitito, sabiendo
que un animalito con la vagina fértil va y viene ante ellos por la casa! ¡A
ver, abrite un poquito la chuchi con los dedos!, le indicó la señora, una vez
que Lucía llevó su bombacha blanca con lunares hasta un poco después de sus
rodillas, cuando Milena le ponía sus tetas en la cara para que se las babee, ya
que no estaba tan convencida de chupárselas. La señorita gemía, le daba unos
besos de lengua a la chiquita que la hacían temblar, y se frotaba la vulva con
una vigorosidad con la que era imposible imaginarse la cantidad de jugos que la
colmaban. La señora Norma balbuceó algo que ninguna de las presentes pudo
comprender. Aún hincada ante la doncellez de Lucía, que ya no podía contener
sus ansias de tocarse la vagina, abrirse los labios rosados y hundirse los
dedos, como si acabara de descubrir la dinamita de su propio placer. Para
colmo, Milena le mordía los labios y le lamía todo el rostro, cosa que a la
chiquita la paralizaba. Entonces, la vieja le quitó las manos de entre sus
piernas para lamerle y olerle los dedos. A partir de allí, todo parecía
desvirtuarse aún más, como si ya no existiesen lazos con la moral, la
confraternidad o el sentido común.
¿Alguna vez hiciste pichí delante de alguno de
tus hermanos? ¿O vos viste alguno de ellos meando?, le preguntaba la abuela,
dándole unos golpecitos en la vagina, pegando su nariz a su abdomen, y dejando
que su serpentina lengua descienda hasta rodearle el orificio de su sexo.
Estaba claro que no intentaba penetrarla por el momento.
¡Dale pendeja sucia, comeme las tetas, abrí la
boquita, que te encanta que te manosee las tetas!, le decía su tía, cuando la
nena se prendía a esos monumentos de carne para sorberlos, y, a juzgar por los
gritos de la mujer, también morderlos.
¡Seguro que soñás con ponerte en cuatro patas
para que el Nico te huela el culo, o que te arranque la bombacha, o para que
acerque su pija a tu boquita! ¿Cómo tiene el pito tu hermano?, le preguntaba la
señora, sin privarse de meter sus dedos en la vagina de su nieta para
revolverla, pero sin llegar a tocarle el clítoris.
¡El Nico lo tiene chiquito, pero re rico! ¡Al
Facu, cuando se le para se le pone re grande!, dijo al fin la nena, cuando
Milena le apartó sus tetas de la cara. En ese momento sus pechos apuntaron a
mis ojos, y estuve a nada de saltar de mi silla y regalarle un par de
mordiscos. ¡Si yo tuviese una pija, seguro hubiese querido poseer a esa tetona
insolente, o a esa chiquita sucia!
¡Sos una asquerosa, una putita inmunda! ¡Así
que, es cierto que le chupaste el pito a Nicolás!, le gritó Milena, mordiéndole
una teta. Lucía gritó aún más alto, pero a Norma ni le interesó su repentino
dolor, ni los hilitos de sangre que esa mordida le inscribió a su seno derecho.
En ese momento ella le quitaba el calzón, y lo arrojaba exactamente arriba de
mi regazo.
¡Esto es simple Milena! ¡Cuando una hembra
quiere procrear, la vagina cede a cualquier estímulo, se humedece, sus
elásticos se aflojan, y el clítoris se le pone tieso, como preparándose para
gozar! ¡Hasta el agujerito del culo siente envidia de un pene fundiéndose acá
adentro!, le explicaba la señora, frotando un ovillo de lana en la vagina de
Lucía, mientras yo palpaba la caliente y húmeda bombacha que antes se la
protegía.
¡Seguro que al Nico le intrigó tu olor a pis,
y ahora quiere mirarte la cola todo el tiempo! ¡Tu madre me contó que una vez,
mientras vos dormías la siesta en tetas, lo encontró a tu hermano mirándote,
con una mano adentro del pantalón! ¡Claro, para él vos te le ofrecías, con la
vulva lista para que él introduzca su semen allí!, proseguía la mujer, oliendo
sin reparos la vagina de la nena, y el ovillo con que se la frotaba.
¡Pero así no se hacen las cosas putita! ¡Si es
cierto que te metiste el pito de Nicolás en la boca…, decía, como si hablara
para sus adentros. Pero Lucía se entregó solita a las garras de esas arpías
sedientas de lujuria, cuando, ya sin poder soportar más la presión de su
angustia sexual vociferó: ¡Baaastaaa, no solo le chupé el pito a Nicolás! ¡Me
cogí al Facu, y sentí cómo me largó la leche en la concha! ¡El sábado pasado
fue la tercera vez que cogimos! ¡Y también me tomé su leche varias veces!
¿Están satisfechas ahora?
Las dos mujeres se quedaron petrificadas. Pero
no duró mucho tiempo. De golpe, la señora acomodó a Lucía a la fuerza de
rodillas sobre el tapizado, y tanto ella como Milena empezaron a besuquearla,
pero con mordiscos y pellizcos más lacerantes cada vez.
¡Fernanda, por favor, te pido que nos
devuelvas el calzón de la pendeja!, me solicitó la engreída de Milena, y no me
quedó más que hacerlo. Aunque , me di el gusto de olerla un par de veces.
¡Realmente, el olor a sexo de esa nena podía traspasar a cualquier alma
caritativa y revivirle cada partícula de sus más perversos placeres. Ni bien
Milena la recibió de mis manos sudadas por los nervios, hija y madre se pusieron
a olerla y besarla. Hasta que Milena dijo: ¿Viste mami? ¡Tiene una manchita de
caca!
La señora ni se inmutó. Empezó a pedirle a la
nena que muerda su propia bombacha, mientras Milena volvía a asfixiarla con sus
demonios convertidos en tetas. La mujer resoplaba, gemía, a veces golpeándole
el culo a su hija, y se reía de forma hilarante, maravillada con todo el flujo
que le empapaba las manos, cuando le daba una especie de palmaditas en la
vagina a Lucía, que ahora lloriqueaba de la excitación más inconsolable.
¡Síii, todos los varones de tu casa compiten
por esta vagina! ¡Vos los ponés violentos, y ellos te la quieren profanar,
penetrar, lamer! ¡Paseate siempre en bombachita y corpiño, con olor a
jaboncito, con el pelo mojado, la conchita caliente, y que se te trasluzcan los
pezones parados! ¡Todos esos pitos son tuyos, para tu boquita, tu vagina, y
hasta para tus tetas!, decía doña norma, con un aspecto cada vez más
preocupante, desconectado de la realidad y embriagador, mientras le chupaba las
tetas a Lucía, y Milena le pedía que abra la boca para succionarle la lengua,
aspirar de su aliento y llenarle el paladar de nuevo con sus tetas. En un
momento, la señora Norma le mordió una teta a su hija, diciéndole: ¡Cómo te las
voy a chupar esta noche, putona mía!
Pero entonces, una repentina calma cortó el
aire a su paso. Las dos mujeres volvieron a congelarse en un suspenso que solo
ellas parecían descifrar. Lucía seguía gimiendo, con un dedo en la boca, las
piernas bien abiertas, y excitada por exhibir su vagina estirada al máximo.
¿Qué pensaría de mi presencia? ¿Estaría incómoda al saber que la empleada de su
abuela la veía desnuda, que había olido su bombachita, y que se estaba mojando
como una perra con tantas deliciosas atrocidades?
¡Bueno, basta cochina! ¡Ahora parate en el
suelo, y mostranos ese culazo, esas dos manzanitas afrodisíacas que tenés!, le
ordenó la señora cuando recobró su estado maléfico. No tuvo que repetírselo.
Pero en cuanto la nena puso los pies en el suelo, entre las dos la amarraron
por los brazos para que se pare sobre el sillón. Milena era la más preocupada
por sostenerle el equilibrio. La señora, en cambio, estaba fascinada con la
cola de su nieta.
¡Mirá Fernanda, por favor, no te pierdas esta
cola fantástica, blanquita, sedosa, suave como la de una bebota!, me decía doña
Norma, palmeándole las nalgas, haciéndose a un costado para que yo pueda verla
con mayor nitidez. La vieja no se equivocaba en absoluto. Era un culo perfecto,
redondeado y paradito el que se burlaba de mi calentura, a menos de un metro de
mis ojos cada vez más perversos. Para colmo, la señora comenzó a abrirle las
nalgas para exhibir su precioso anillo híper apretado, a acariciárselas con una
emoción incontenible, murmurándole cosas como: ¿Te gusta cerdita? ¿Cómo puede ser
que andes con la bombacha sucia, y con este culo como para llenarlo de
mordiscos?
No tardó en comenzar a descargarle un chirlo
tras otro, aumentando la cantidad por minuto, y la intensidad. Además, Milena
le había puesto cinta adhesiva en los labios, luego de introducirle su bombacha
adentro de la boca, para que sus gemidos queden retenidos en su garganta. Ella
era la encargada de chuparle las tetas, y de alcanzarle las cosas que la señora
le pidiese. Por lo tanto, pronto la vieja usó todo lo que se le antojó para castigarle la cola a esa chiquita. Le
pegó con una revista de tejidos, con otra regla más larga y gruesa, con sus
agujas, con las que además le dejaba marcados un sinfín de piquetes en las
piernas, y hasta con la correa de su perrito pequinés, Con la que solía sacarlo
a pasear. Cuando veía que las nalgas se le enrojecían a instancias peligrosas,
comenzaba a besárselas, a acariciarlas y concederles algunas palabritas
cariñosas. Lucía lloraba, pero sus lágrimas perladas parecían reclamarle más azotes,
más de ese dulce tormento que le inundaba la vagina. De eso me di cuenta,
porque el cuero del sillón estaba tan empapado como sus piecitos de sus propios
jugos vaginales.
¡Hay que purificarte este culo mi nena! ¡Esos
pitos, si alguna vez quieren entrar acá, tiene que estar limpito, aunque sin
ocultar sus olores originales, como tu conchita! ¿Me explico? ¡Seguro que cada
vez que digo la palabra pito, la chucha se te moja un poquito más!, le decía la
señora, retomando las nalgadas y los chupones que le daba a sus piernas.
¿Qué te parece Fernanda? ¿Esta cola no se
merece una buena verga, entrando y saliendo, Haciéndola chillar de felicidad?,
me preguntó Milena, quitándose la bombacha para luego revolearla arriba del
televisor.
¡Quiero chuparle el culo mami! ¿Me dejás?,
comenzó a suplicarle a la señora, que ya intentaba hundirle un dedo en el culo
a Lucía. ¡Ni siquiera me dejó responderle! Aunque, no sé qué hubiese esperado
que saliera de mis observaciones. Para mis adentros, pensaba que el orto de esa
guacha se lo merecía todo, y me imaginé a mi hija con un pito en la cola. ¡Ya
no podía más seguir soportando aquel espectáculo!
¡Claro que sí Mile! ¡Vení, y metele la
lengüita!, dijo la madre, y entonces, las dos comenzaron a mordisquearle la
cola, a olerla y babearla, chapoteando con sus lenguas en el canal de esos
glúteos apetitosos. Indudablemente era Milena la que le revolvía la vagina, que
a esas alturas sonaba como si fuese una naranja de tantos jugos, mientras la
señora le rodeaba el esfínter con su lengua, se lo olía y escupía para luego
volver a introducirle un dedo. De repente, Milena se separó de la chiquita para
morderle los labios encima de la cinta adhesiva, antes de quitársela de un
tirón. La nena escupió su bombacha, tosió en medio de una arcada más que
esperable, respiró profundo, como un pez que descubría el sentido real de sus
branquias, y volvió a dejarse dominar por esas hembras fatales. Pero entonces, sin
que la cordura o la virtud pudieran hacer las paces con la situación que se presentaba
en ese living en penumbras, se hicieron las 9 de la noche.
¡Disculpe señora Norma! ¡Mi marido ya está en
mi casa, y acaba de escribirme! ¡El más chiquito de mis niños tiene fiebre!
¡Voy a tener que irme!, le dije tras leer a las corridas el mensaje que vibró
en mi bolsillo, tal vez en el momento más sublime de mi fuego sexual. Pero no
podía hacerle la vista gorda a lo que sea que le ocurriese a cualquiera de mis
hijos. La señora Norma pareció no escucharme, porque seguía azotándole las
nalgas a Lucía con una aguja, y lamiendo los dedos que Milena retiraba de esa
vulva repleta de adolescencias insolentes. Sin embargo, milena me dijo: ¡Qué
pena Fer, que no te quedes un poquito más! ¡Sé que vos también debés tener la
chucha en llamas! ¡Cuando llegues a tu casa, decile a tu macho que querés
aparearte, como esta pendeja, así te echa un buen polvo, y te coge bien!
La señora le arrancó el pelo, y la obligó a
pedirme disculpas, olvidándose por un momento de la pobre Lucía, que se frotaba
la vulva en el respaldo del sillón. Le dije que no hacía falta, pero acepté las
palabras de la señorita Milena, que me ponía carita de perro mojado, mirándome
a los ojos, con su par de tetas terroristas incitándome a arrancárselas para
llevarlas conmigo. Norma me dijo que, si necesitaba algo no dude en llamarla, y
entonces, se percató que la nena se estaba hundiendo un dedito en la cola, sin
dejar de restregar su sexo. Eso le valió un buen chirlo, otra serie de chupada
de tetas impulsada por la señorita Milena, y la exploración de 20 dedos en sus
dos agujeritos más calientes. La nena no daba más. Justamente, cuando estaba
recogiendo mi cartera, la oí suplicar: ¡Meteme todo en la concha tía, dale que
estoy re putita!
Pero mi marido no tenía paciencia. Ya me
estaba esperando en el auto. Como doña Norma sabía que me separé de él por
violento, se apuró para abrirme la puerta, mientras Lucía y Milena se comían
las bocas, estrujándose los pechos. Por un momento dudé en si darle un beso, o
simplemente saludarla con un gesto de la mano. Pero tanto la señora como yo
teníamos prisa. Ella, desde luego para seguir de cerca el estado de celo de su
nieta, y la proliferación de hormonas sexuales de su hija. En cambio, yo debía
ir a un hospital, con la bombacha hecha un mar de jugos vaginales, los pezones
duros, y unas ganas de coger que, no había piel para sentirlas.
Al otro día no fui a trabajar. Mi gordito
acusaba un empacho galopante, porque el idiota de su padre no comprende que no
puede comer tantas golosinas en una tarde. Pero, al otro día, me armé de valor,
y fui. Cuando llegué, la señora Norma me preparó un café, y nos pusimos a
charlar de temas generales, como habitualmente sucedía, antes de ponerme con
mis tareas, y ella a leer, tejer, navegar por internet, o hablar por teléfono
con sus ex compañeras de trabajo. Ninguna de las dos mencionó lo sucedido. Era
como si, toda aquella tertulia sexual, esos deshonestos juegos fetichistas,
todos esos aromas dispersos femeninos por el aire, o la sensación de un peligro
arrasador, no hubiesen existido. Sin embargo, cuando fui a la habitación de los
invitados, me encontré con que el bolsito de Lucía aún estaba sobre una silla,
y que mucha de su ropa andaba por el suelo. Su cama estaba vacía, y sus
sábanas, la de arriba colgaba de uno de los respaldos, y la de abajo estaba
desgarrada, olorosa y húmeda. Cuando se lo conté a la señora Norma, ella me
respondió con toda naturalidad, mientras se preparaba una tostada: ¡Y sí mi
reina, ya viste que Lucía está, en una etapa, bueno, compleja, podría ser el
término! ¡Quiere sexo, y tal vez, se hizo pichí mientras se masturbaba, o,
bueno, simplemente, eso puede ser su eyaculación! ¡Pero, poné a lavar sus
sábanas, que yo te doy otras para que pongas!
Más tarde, la señora me mandó al cuarto de
Milena. En principio, creí que ni siquiera ella sabía si estaba o no. Pero, al
abrir la puerta, vi que la señorita dormía boca arriba, con los pechos
desnudos, con una bombacha que le separaba los labios de la vagina, y las
piernas tan abiertas como una verdad inconclusa. A su lado, totalmente desnuda,
descansaba Lucía, que aún conservaba una mano de su tía sobre su vulva. En el
suelo había de todo. Desde preservativos rotos, consoladores, agujas, bombachas
mojadas y dos látigos con pinta de terribles, hasta latas de gaseosas y cervezas,
paquetes de doritos, películas y revistas pornográficas. Evidentemente, Lucía
había tenido clases magistrales de sexo con su tía. Tal vez, la señora
participó de todo aquello. Lo cierto es que, cuando le informé a la señora que
el cuarto estaba ocupado por semejantes creaturas, me pidió que lo limpie
igual, obviando la cama, y que no las despierte. Supongo que, desde que entré
otra vez, y cerré la puerta, mi cabeza no pudo serenar al fuego de mi concha
perversa, y me masturbé observándolas, oliendo cada trocito de las piernas de
Lucía, que dormía como un angelito, y también las tetas de Milena, tan
demoníacas como exquisitas. No quería salir por nada del mundo de ese cuarto.
Pero, al fin y al cabo, yo solo soy la empleada de la señora, y no tenía permitido
desobedecerla. Por lo tanto, ni bien me llamó para que ponga la mesa, puesto
que había preparado arroz con pollo, abandoné a esas perras, mientras mis dedos
me hacían explotar el clítoris, con mi nariz pegadita a la vagina de la nena.
¡A decir verdad, la señora no se equivocaba! ¡Esa chiquita tenía olor a una
hembra alzada, que solo necesita sexo para vivir! Fin
Recordá que este, o cualquier otro relato del blog, podés pedírmelo en audiorelato, a un costo más que interesante. Consultame precios y modalidades por mail.
Este es mi correo ambarzul28@gmail.com si quisieras sugerirme o contarme tus fantasías te leeré! gracias!
Acompañame con tu colaboración!! así podré seguir haciendo lo que más amo hacer!!
Cafecito nacional de Ambarzul para mis lectores nacionales 😉
Increible!! Muy buen relato
ResponderEliminarHola Sasha! se te extrañaba! bueno, gracias por tu comentario siempre sincero. no olvides que puedo escribir más de lo que me pidas, o sugieras. ¿Un besote!
EliminarHola ambar! Perdón por estar tan desaparecida jajaja, pero cuando no encuentro nada para aportar sinceramente no comento ni nada. Eso si, he leído cada relato y en cuanto tenga alguna idea te la voy a compartir. Siempre es un placer hacerlo ♡ ¡Un gran abrazo y beso! ¡Que tengas un excelente domingo e inicio de semana!
Eliminar¡Geeeeniaaaaaaa!
EliminarGenial
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