Mi nombre es Santiago, tengo 25 años y,
últimamente estoy viviendo una etapa de fuertes decisiones, de cambios
profundos, de fines y principios de ciclos. Trato de tomarlos con naturalidad,
aunque este mundo sea demasiado exigente.
Me recibí hace unos meses de técnico en
informática, conseguí un laburo tranquilo en un call center, tengo más tiempo para juntarme con mis amigos, y
me alejé un poco de los dramas familiares que pisotean al cerebro de cuanta
persona entre a mi casa. También decidí cortar la relación con mi novia, por
motivos varios que no vienen al caso. Puedo resumirlo en que Estefanía era muy posesiva,
celosa sin razones, poco compañera y controladora. Y no es que yo tuviera algo
que esconderle. Me hacía un planteo por cualquier cosa. Tenía prohibido tener
amigas si estaba con ella, aunque le aclaré mil veces que son mis amigas de
toda la vida.
Cuando venía a mi casa, que por suerte era
cada tanto, me sacaba plata de los cajones sin avisarme. Siempre la visitaba yo
a su casa, para que no empiece con las excusas del micro, de que no tiene qué
ponerse, o que se le hacía tarde para trabajar al otro día. Me revisaba el
celular, le molestaba que fume y tome cerveza, que posteara cosas graciosas en
el facebook, o que le diera un beso mientras tomábamos mate.
En cuestiones de sexo, solo fue ardiente y
pasional en los primeros días de noviazgo. Luego, había veces que no quería
saber nada. No me la chupaba, ni me dejaba que se la chupe, ni que le acabe en
otro sitio que no sea en su conchita, y usando forro, y odiaba que le lama los
pezones mientras cogíamos. ¡Olvidate de pedirle la cola, acabarle en las tetas
o en la cara! Encima se compraba de todo, menos ropa interior. Siempre usaba
bombachas estiradas, gastadas, con las costuras vencidas, o agujeros en la cola.
Fueron 3 años de constante sufrimiento, y por
más que atesoraba la esperanza de que con 22 años madurase un poco, no hubo
caso. Para colmo, había rumores de que me estaba cagando con otro. Ni siquiera
quise averiguarlo, y corté por lo sano. No fue sencillo para nada. La invité a
un café con la decisión en los bolsillos, y se lo dije todo sin anestesia. Por
alguna razón los dos nos aferrábamos a continuar, sabiendo que ya era imposible
darnos paz. Pero al fin terminamos.
El tema es que, Estefanía tiene una hermana
cuatro años menor que ella. La piba es timidona, de carácter podrido con sus
padres, simple para vestirse, habla rápido, en general se la ve en pantalones
cortitos y remeras colorinches, hace ruido cuando come, se la pasa usando
auriculares al palo y, aún no termina el secundario.
La conocí al mes de salir con Estefi, como a
toda su familia. En ese momento era una guacha que ya portaba unas lindas
gomas, aunque a mis ojos le caían más que bien su sonrisa auténtica y sus
perfumes frutales. No llega al metro sesenta y cinco, tiene ojos marrones, es
algo rellenita y posee unas piernas
morenas, ya que le fascina tomar sol. Casi no hablaba con ella. Apenas
si nos saludábamos a veces, y de pasadas. Enseguida noté que es híper mañosa,
que había que andarle atrás para que se ponga las medias o las zapatillas, y
que no le ponía ni media onda al estudio.
Yo me quedé a dormir muchas veces en la casa
de mis suegros. Solo que, estaba prohibido tener relaciones. Particularmente,
porque Estefanía y Pilar, a la que le decían Pipi, compartían el dormitorio.
Así todo, esperábamos a que la petisa se duerma, y entonces la lujuria de mis
manos empezaba a navegar bajo la ropita de mi novia, y allí, en la oscuridad
del silencio nos dábamos masa. Claro que eso fue más que nada al principio.
Yo sospeché algo, porque la Pipi, siempre que
Estefi se estaba duchando, o iba de compras, o por lo que sea que nos
quedábamos un momento asolas, me miraba distinto. A veces me tiraba migas de
pan, pasaba por detrás de mí y me soplaba la nuca, me sacaba el celu o el
control de la tele si me veía distraído, me salpicaba agua con sus manos recién
lavadas, o me pisaba con sus pies descalzos diciendo que fue sin querer. Pero
yo la veía como a una nena, y además era mi cuñada. Por esto, no voy a negar
que un par de noches soñé que me la re contra culeaba arriba de la mesa de su
casa, y delante de su madre, quien lamentablemente es ciega. Tampoco que, una
tarde esperé a que saliera de ducharse para entrar al baño, palpitando por ver
si encontraba alguna ropita de ella. Esa vez me re pajeé oliendo el corpiñito y
la bombachita que había terminado de usar, la que yacía en el lavatorio. Es
más, me la llevé a mi casa para seguir con mi plan nocturno de dedicarle una y
otra paja.
Hasta aquí todo lo sentía como a una travesura
adolescente y punto. Pero unos días antes de mi ruptura con Estefi, la piba me
envió un sms al celu que me dejó perplejo. Éste rezaba: ¡Santi, yo no sé si es
cierto que mi hermana te caga, pero dejala a la mierda… no te valora, te trata
mal y, ni siquiera se viste linda para vos… si querés encamarte conmigo, todo
bien cuñadito! ¡Jejeje! ¡Naaaa, era chiste!
De inmediato el aroma de su intimidad en la
prenda que aún guardaba recobró fuerzas en mis sentidos. Recordé que, un par de
veces en las que me quedé, la Pipi me tiraba sus medias, su remera o su corpiño
a la cama de una plaza, en la que dormíamos con Estefi. Aprovechaba cuando ella
iba al baño, o salía a tomar algo, o justo la llamaba alguien al celu. Para mí
lo hacía como una gracia, porque siempre se reía burlesca, sabiendo que no me
gusta el olor de la ropa sucia. Así todo, nunca me atreví a mirarla desnuda. Me
escondía bajo las sábanas, o miraba para el otro lado si es que decidía
cambiarse, y yo estaba acostado allí.
Ni le respondí aquel mensaje. Cuando nos vimos
me lo echó en cara, y se hizo la ofendida. De hecho, me hablaba lo justo y
necesario. Al tiempo me envió otro que decía: ¡Sorry Santi, yo solo quería
prevenirte… mi hermana está loca, y vos ni siquiera me das las gracias… así que
fuiste nene, suerte!
Ese me dejó aún más atónito. La llamé para
saber qué carajo le pasaba. Me atendía, pero jugaba a la mudita. Solo respiraba
y chasqueaba la lengua, además de reírse cuando yo le hablaba. Eso, sin contar
todas las veces que silbaba, y a continuación cortaba la llamada.
Entonces, a dos días del fin de mi romance con
Estefi, fui a su casa. Me abrió la Pipi, y me hizo pasar al living, sabiendo
que tenía que esperar a su hermana.
¡La tuya se fue a lo de una amiga, y no sé si
vendrá temprano!, dijo mientras bajaba el volumen de la tele. Entonces,
aproveché a preguntarle a qué venía su tono indiferente, los sms chistosos, y
las dos fotitos que me envió por whatsapp en las que estaba acostadita con las
gomas al aire. El resto de su cuerpo se mostraba bajo sus sábanas. No me
respondió con palabras. Se me acercó ni bien me senté en el sillón más amplio,
me acarició la entrepierna haciendo irreversible la erección de mi pene y se quitó
la musculosa. No tenía corpiño, y estaba descalza.
¡Sos un tonto si no te das cuenta!, dijo con
la voz en un hilo, y me puso las tetas en la cara.
¡Chupalas nene, dale, si yo sé que mi
hermanita y vos no cogen hace bocha, y no quiero saber cómo hacés para no
cagarla con otra!, concluyó ahora entre algunos suspiros. No lo hice, porque
creí que todavía conservaba algo de recato. Pero sí se las manoseé, y le toqué
los pezones apenas con las yemas de los dedos. Gimió cuando le di un beso en la
pancita, y se me despegó por un momento para encender un cigarrillo. Se me
sentó encima, y mientras me tiraba el humo del pucho en la cara movía de un
lado al otro su colita bandida contra mi verga arropada, me arrancaba los
pelitos del brazo, y suspiraba cada tanto. Me juró que no cuando le pregunté si
su madre, que todavía era mi suegra estaba en la casa. Entonces me animé a
bajarle el shortcito hasta las rodillas. ¡Ni se resistió la pendeja!
Ahora sí me dediqué a chuparle las tetas, a
manosearle el culo con deseo, y creo que fui yo el que le agarró una manito
para hundirla bajo el calor de mi bóxer húmedo de tanta calentura. Ella me
pajeó un instante, y justo cuando apoyaba sus labios en los míos, oímos unos
pasos.
Era un chancleteo pesado el que se acercaba a
nosotros, acompañado del toc toc de un bastón rudimentario. Mi suegra se
levantaba de su siesta. La Pipi me había mentido con todo el desparpajo natural
en ella.
¡Mami, vino Santiago, y como la Estefi no
está, le pedí que me explique unas cosas de biología!, dijo la muy descarada,
mintiendo una vez más y burlándose de la ceguera de su madre, puesto que no se
acomodaba la ropa, y encima me había sacado la pija afuera del bóxer y el
pantalón. Claro que yo no podía declararme inocente, porque tampoco hice nada
para detenerla, ni para guardar mi miembro.
La señora me saludó con un beso, me ofreció
unos mates y quiso que hagamos la supuesta tarea en la cocina con ella, para no
dejarla sola. Entonces, no tuve otra alternativa que seguirle el juego a la
Pipi.
Enseguida yo estaba sentado en la esquina de
la mesa, y la Pipi a mi derecha, sin dejar de manotearme el pito, ni yo de
intentar introducirle un dedito en la vagina. Pero se me hacía complicado desde
mi posición, y ella no colaboraba. Tenía la bombacha re mojada, los pezones
erectos y la piel tan caliente como mis huevos. Pero en la mesa estaban
desparramados sus carpetas y libros, y yo debía simular que le explicaba el
funcionamiento del sistema nervioso.
Tomé algunos mates y comí una tostada con
mermelada. Por suerte mi suegra, más que alguna pregunta aislada no nos
interrumpía. Ella escuchaba un programa en la radio como si nada.
En un momento la Pipi se sacó el short, se me
sentó arriba y colocó mi pene entre los cachetitos de su cola sedosa y su
bombachita para moverse y dar unos saltitos. Para no acabarle ahí mismo,
desviaba mis ojos a la cara arrugada de la mujer, intentando deserotizarme.
Hasta que se me ocurrió decir que necesitaba pasar al baño. Los ojos de la Pipi
se iluminaron. Apenas me levanté y di unos pasos, ella dijo que iría al
dormitorio a buscar una regla. Yo la seguí en realidad, y cuando entramos la
empujé sobre su cama llena de ropa, y como quedó sentadita le acerqué la pija a
la boca. Ya no era necesario ningún protocolo. Esa guacha quería pija.
¡Eeepaaa, ¿Mi cuñadito quiere que le tome la
lechita?!, fue lo que pudo pronunciar a duras penas, antes de tenerla casi
enterita en la boca. Me la mamó con tanto ruidito, arcadas y jadeos que me fue
imposible no eyacular como un conejo en su garganta. Además, sabía que ella
estaba tan alzada que haría lo que le pidiese. Pero decidí volver a la cocina y
dejarla calentita, al menos por un rato. En cuanto la mujer me habló de un
triple femicidio en Floresta, yo trataba de acotar algo para seguirle la
charla, aunque con mucha dificultad, ya que la Pipi se había refugiado debajo
de la mesa para frotar su cara en mi bulto primero, y luego para darle unos
chupones a mi verga nuevamente afuera de mis ropas.
Cuando la mujer se percató de que su hija
andaba por el suelo bajo su mantel floreado, quiso saber qué andaba buscando, y
la muy zorra dijo que se le había caído un anillito. Entonces la mujer se
levantó con toda la modorra, cargó más agua hirviendo en el termo, guardó unas
gaseosas en la heladera, sacó unas verduras, arregló el mate y volvió a su
silla.
En ese tiempo la Pipi me masajeó la verga con
sus piecitos sentada bajo la mesa. Yo la veía que se colaba un dedo en la
conchita, y que se quería sacar la bombacha. Yo la persuadí de que no lo
hiciera, y entonces salió apurada diciendo que encontró su anillo. En ese
segundo, sin darme tiempo a procesarlo siquiera, se me tiró encima, me resopló
su aliento fresco de mi leche en la cara, lamió mi nariz y me pajeó rapidito
con una de sus manos, con la que no me metía sus dedos sucios en la boca.
Quería que se los muerda. Claro que me lo pedía con gestos. También me ponía
las tetas en la cara para que se las lama. Incluso se ponía mermelada en los
pezones.
El noticiero y el pronóstico del tiempo tenían
embelesada a mi suegra cuando, de repente no quise desatender a mis instintos.
Me acomodé a la Pipi como para que me abrace con las piernas, le entre corrí la
bombacha y le ensarté la pija en su conchita resbalosa, con algunos pelitos y súper
estrechita.
Nos movíamos despacito. Más bien yo controlaba
las envestidas para no advertir a la mujer, a pesar de los quejidos de la silla
destartalada en la que estábamos sentados. Sentía sus paredes vaginales
apretándome la chota, cómo sus líquidos me empapaban los huevos y los esfuerzos
que hacía para no gemir, y eso me excitaba más.
El top de la radio indicó que eran las siete y
media cuando sus pulsaciones se consumaban en una cogida silenciosa. En eso la
mujer averiguó cómo estaban mis padres, qué fue de mi abuela y sus dolencias
intestinales, y no sé qué más. La Pipi aprovechó la oportunidad para sentarse
sobre mí, pero esta vez dándome la espalda, y ya sin su bombachita. La tenía
desnuda encima de mí, con mi pene creciendo aún más adentro de su concha
perpetua, ahora presa de sus movimientos cortitos, de sus refregadas y de las
palabritas que farfullaba en mi oído.
¡Dame pija nene, desquitate conmigo, mirá si
mi mami te viera cogiendo con su hijita, dame lechita, acabame todo adentro
pendejo, si la Estefi ni te la chupa! ¡Me encantaría que esa sucia entre ahora,
y me vea comiéndote la pija con mi concha!, decía lamiendo mi oreja. Realmente
me fue imposible no obedecer a sus mandatos. Ocurrió justo cuando ella quiso
levantarse, en el exacto segundo en el que le arrebaté la bombacha de la mano y
se la metí enterita en la boca. Le germiné el útero con un chorro más suculento
que el anterior en su boquita en la pieza, y no pude silenciar un pequeño
jadeo. Tuve que decirle a la mujer que me dolía un poco la panza cuando me
preguntó si me pasaba algo al escucharme. Mientras tanto, la guacha me hacía
meterle los dedos en la vagina para luego lamerlos impregnados con la leche que
le regalé.
Cuando sonó el timbre la Pipi salió corriendo
a su habitación. Por suerte se trataba de un amigo de mi suegra, y no de Estefi
o de su marido. Ese era mi momento para marcharme. No encontraría una mejor
ocasión para huir. Me despedí de la señora, que enseguida dialogaba con el
hombre con mucho entusiasmo, y salí a la calle con una calentura tremenda. No
podía sacarme de la cabeza lo que la Pipi me contó mientras cogíamos.
Supuestamente, antes que conmigo, solo había tenido relaciones dos veces, y con
el mismo pibe.
Luego de eso vinieron las citas, los adioses y
despedidas con mi novia. Entretanto, su hermanita me consolaba con el sexo más
perverso y audaz que reinaba en su vulva deliciosa. Cogimos muchas veces más,
pero ya no delante de su madre, sino en telos aislados, en la casa de una amiga
de ella, en mi casa, y en un descampado, una tarde lluviosa. ¡Hasta una vuelta
se animó a chuparme la verga en una placita! Me encanta garchar con mi ex
cuñadita, ¡y a ella la vuelve loca que, antes de acabar le diga el nombre de su
hermana! Fin
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