Por comprarme un corpiño

No estaba segura si quedarme remoloneando un ratito más en la cama, o salir a comprarme un maldito corpiño. Mis amigas me habían cancelado una juntada en casa, y no tenía ánimos de abandonar el aire acondicionado tan necesario en esos días. En el fondo las comprendía, porque el calor podía descomponer a cualquiera en la calle. Tampoco me apetecía vestirme, tomar el ascensor y caminar las dos cuadras que me conducen a la lencería más cercana, la única de mi absoluta confianza por la zona. Pero debía hacerlo. La semana siguiente asistiría a un casamiento, y no tenía un corpiño decente que ponerme. Entonces me armé de valor. Me puse una camisita holgada al cuerpo, me encajé una calza liviana, unas chatitas y un poco de perfume. Agarré mi bastón blanco, mi billetera, y salí. Estaba chocha por no haberme puesto bombacha. No sé, aquello me hacía sentir sexy, vulgar y deseada al mismo tiempo. Como el portero del edificio sabe que, a pesar de ser ciega me desenvuelvo por la ciudad sin inconvenientes, me saludó con amabilidad cuando me lo crucé en la puerta. Ahora ni se ofreció para ayudarme, como solía hacerlo, en ocasiones fastidiándome un poco. ¿Habría notado que la calza se me hundía en el culo? ¿Qué pensaría ese viejo malhumorado si supiera que salí del edificio sin bombacha?

Caminé bajo el tedioso sol del verano, golpeando algunas vidrieras y bicicletas con mi bastón, transpirando y canturreando nada en particular. Era un sábado despoblado, con pocos autos y poca gente. Al menos por la vereda que yo caminaba. Finalmente entré a la tienda, y me topé con el maniquí que tanto me gustaba contemplar. Era una mujer con lindos pechos, vestida con una tanga de seda re pituca, y un corpiño tan suave al tacto que, mis dedos no podían parar de tocarlo. Me recibió una musiquita tenue, un sordo cuchicheo de chicas que provenía del interior del lugar, un cálido aroma a incienso, y enseguida el frescor del aire acondicionado.

Ahí voy mi negra!, oí que me dijo la voz de Paula, la vendedora que solía atender los sábados. No sabía si me había visto, o escuchó el toc toc de mi bastón delator. De igual forma me quedé acariciando el cuerpo frío y voluptuoso del maniquí. Entonces, escuché que unos tacos se dirigían hacia mí con cierta prisa.

¡Hola Sil! ¿Cómo estás? ¡Qué coraje salir con este calor!, me decía Paula, antes de darme un ligero beso en la mejilla. Sonreía siempre que me hablaba, y eso me proporcionaba comodidad.

¿Qué andás buscando mi reina? ¡Mmmm, y qué rico perfume te pusiste! ¡Estás hecha una matadora!, me dijo ni bien se alejó unos pasos de mí. No sé por qué noté que empezaba a temblar, que me costaba hablarle, y todavía más, que necesitaba otro beso de esos labios húmedos en mi piel. Pero me serené, y le dije que necesitaba un corpiño, no muy caro pero lindo. Le expliqué lo del casamiento de mi prima y otros por menores.

¿Y vos, cuándo te vas a casar?, me dijo, luego de ponerme al tanto de algunos precios. Le dije que para casarme, primero tenía que conseguirme un novio con plata, y que se la pase comprándome helados, y tanto ella como otras chicas que andaban por la tienda se rieron gentiles. Entonces, la seguí hasta un sitio rodeado de perchitas repletas de conjuntitos de todos los tamaños, y me empezó a mostrar los corpiños que más o menos habíamos acordado mirar. Claro que las ciegas miramos a través del tacto, y a ella no necesitaba explicárselo. De hecho, tuvo que sacarme del regocijo que me otorgaba tocar una y otra bombachita mientras la esperaba.

¡Corazón, acá está lo tuyo! ¡Aunque, me parece que andás precisando alguna bombachita! ¿Puede ser?, me dijo riéndose amable.

¡Mirá, éste es el de 800 pesos! ¡Fijate que es cómodo, elástico, suave, fragante, y muuuy liviano! ¡Tiene unos lindos detalles, y no tiene transparencias, como me pediste! ¡Acá, a tu izquierda, en el mostrador, te dejo los otros dos, ordenaditos! ¡El de 900, y el de 1050 pesos! ¡Tocalos tranquila, imaginátelos puesto, y si querés, te acompaño al probador!, me dijo luego, pero sin despegarse de mi lado. Tal vez era mi fantasía. Pero presentía que se esforzaba por olerme, mientras yo palpaba los corpiños. E vez en cuando me explicaba algunos detalles de ellos, o saludaba a las chicas que entraban y salían del local. Entonces, me dijo con una voz más dulce que antes: ¡Mirá Sil, a lo mejor, por unos pesitos más te conviene comprarte el conjunto entero! ¡Las bombachas son muy lindas también, y te pueden interesar!

Le agradecí la oferta, y seguí inspeccionando los corpiños, probándomelos por encima de la ropa, sin decidirme por ninguno.

¡Dale, dame la mano, que te guío hasta el probador! Ahí te podés sacar la camisa, y probarte lo que quieras, más cómoda, que nadie te ve!, me dijo luego, a pocos centímetros de mi oreja, y eso me regaló un intenso cosquilleo en el abdomen.

¡Dale, no seas tímida, que ya nos conocemos! ¡Además, tengo experiencia con chicas ciegas! ¡Hay una nena de 13 que, siempre me pide que me quede con ella en el probador, para que le diga cómo le quedan los corpiños! ¡No sabés las bombachitas atrevidas que se compra!, me confiaba para animarme, tomándome la mano con la suya. Con la otra agarró los corpiños, y entonces no me quedó otra opción que seguirla. Caminábamos lentamente, cuando el ritmo de mi corazón me instruía lo contrario.

¡Aaah, ¿Sí?! ¿Y vienen muchas ciegas a comprar, aparte de esa nena?, le pregunté, cuando ella abría la puerta del probador.

¡Sí, vienen varias! ¡Hay dos que son lesbianas! ¡Y, otra chica ciega siempre viene con su novio! ¡No sé por qué, pero cierta tarde, me pareció que la muy chancha le hizo sexo oral a su chico, acá adentro! ¡Pero vos sos la más linda! ¡Ninguna tiene esa cola tan perfecta, que combina re bien con tus caderas, y ni hablar con tus pechos! ¡Sos armónica, seductora, y muuuy simpática!, se despachó, quizás adulándome un poco. Ni siquiera entendía por qué me confiaba esas cosas. No supe qué contestarle. Así que entré al cuartito, que no era tan pequeño como lo imaginé, y me saqué la camisa apenas ella me cerró la puerta. Al fin tenía un poco de privacidad, pensé. Pero enseguida, empecé a celar a la nena de las bombachas atrevidas, casi sin razones. Colgué mi camisa en un gancho que había en la pared, y me puse el corpiño en el pecho, para luego intentar abrochármelo por la espalda y medirlo bien. Cosa que se me dificultaba, supongo que a causa de los nervios que Paula dejó vibrando en mi pensamiento. Entonces, alguien me llamó a la puerta para avisarme que tenía una llamada al celular. Yo lo había dejado junto a mi billetera, sobre el mostrador que custodiaba la chica que cobra. Recordé que había puesto una alarma, para no olvidarme de saludar a mi tía por su cumpleaños. Estuve a punto de decirle que no se hiciera problema, cuando la puerta se abrió, y Paula en persona me traía el celular.

¡Uooou, perdón!, solo fue capaz de decir, sabiendo que me encontraba con mi propio corpiño, porque el que me estaba probando, se me había caído al piso del susto.

¡Tranquila Silvana, no te tapes, que yo también soy una mujer!, decía mientras se agachaba para recoger el corpiño.

¡Bueno, sí, pero no da que me veas las gomas!, le dije, sintiéndome observada, más allá que algo extraño me hacía flotar sobre las puntas de mis pies.

¡Tenés razón! ¡Disculpas! ¡Igual, mirá, este corpiño ya se ensució un poco, y encima yo lo pisé! ¡Mirá, hagamos una cosa!, decía mientras cerraba la puerta, y yo intentaba apagar la alarma del teléfono, hasta que al fin lo conseguí.

¡Llevate este puesto! ¡Yo te lo regalo! ¡Aceptalo por, bueno, por haberme metido así, y por mirarte las gomas sin querer! ¿Te parece? ¿Hacemos trato? ¡Si querés llevarte otro, no hay drama… pero este, es tuyo!, concluyó, posando una de sus manos sobre mi hombro desnudo. No tardó en deslizar sus dedos por mi piel, como caricias circulares, o corazones invisibles. No me salía la voz, y mis brazos parecían inútiles al intentar rechazarla, apartarla o impedirle cualquier cosa.

¡Dale, sacate este, y ponete este otro! ¡Seguro te va a quedar divino! ¡Dejame que te ayude!, me dijo, tomando sus propias decisiones al desabrocharme con habilidad el que tenía puesto. Cuando sentí las yemas de sus dedos en mi espalda, otro maremoto sacudió mis rodillas, obligándome a temblar sin consciencia ni limitaciones. Ella debió haberlo notado.

¡Dios mío nena! ¡Tu perfume me vuelve loca! ¡Te queda re bien en la piel, y eso no nos pasa a todas!, exclamó enseguida, deslizando los breteles de mi corpiño por mis brazos para quitármelo del todo.

¡Paula, ¿Qué te pasa? ¡O sea, todo bien che, pero, yo puedo sola!, me impuse a sus propósitos, aún desconocidos para mí, aunque muy evidentes en esencia. Ignoraba si a ella le gustaban las mujeres. Pero en ese momento, sus feromonas parecían confirmármelo, y temí entrar en pánico.

¡Sí amor, ya sé que podés solita! ¡Pero yo quiero ayudarte! ¡La verdad, no sé cómo hacen ustedes para estar siempre jóvenes, con el cutis hermoso, y el pelo tan vital!, decía, más para ella que para mí, al tiempo que acariciaba mi abdomen.

¡Qué hija de mil! ¡ni un royito, ni estría, ni nada! ¿Cuántos años tenés Sil?, me preguntó, justo cuando sentí que su mano cálida me sobaba la barriga, ascendiendo peligrosamente.

¡35 tengo! ¿Te acordás que los cumplí el mes pasado?, le dije, y por primera vez me oí insegura, ingrávida o confundida.

¡Mirá qué hermosos son esos melones nena! ¡Yo, que tengo dos años menos que vos, las tengo caiditas!, decía, atrapando una de mis tetas en sus manos.

¡Guaaau, qué tersura, y qué suavidad! ¿Vos te bañás en leche, como Cleopatra mi vida?, murmuraba, acercando de a poco su rostro a mi cuello, con una risita tintineándole en la garganta. No podía responderle, porque todo en mi interior mutaba de una emoción a otra. Quería dejarme acariciar, pegarle, gritar para que alguien me socorra, pedirle que me bese, y todo eso me aturdía.

¿Te ponés perfumito en las gomas vos?, repiqueteó en mi oído, antes de pasar su mano por debajo de la cola que me había hecho en el pelo. Como no esperó mi respuesta, optó por comprobarlo por sí misma. De modo que, sin más, sentí la punta de su nariz contra una de mis tetas, y luego en el surco que las junta, y más tarde en la otra. Me olió con delicadeza, tomándose el tiempo para extraer todo el aroma que me pertenecía.

¡No es bueno ponerse perfume en las lolas!, se me ocurrió expresarle, oyéndome como una nena inexperta.

¡Eso dicen! ¿Por eso le pusiste unas gotitas al corpiño? ¡Pero no te preocupes, que tus gomas no lo necesitan! ¡Tenés un olor delicioso!, decía mientras besaba con dulzura mi teta izquierda, acariciándome la otra, y encimando su cuerpo al mío.

¡No sé qué me pasa con vos Sil! ¡Pero, a vos te pasa algo parecido! ¡Mirá cómo se te endurecen los pezones! ¿Te gusta que te los chupen?, se revelaba ante mi asombro despiadado. Sin embargo, a mis labios, todo lo que se les ocurrió fue lanzar un diminuto gemido, el que ella interpretó con ilusión, exhalando su aliento tan cerca de mi rostro, que me paralicé aún más. Ella rodeó uno de mis pezones con sus labios, los que ya quería probar con los míos, en medio de una desesperación que jamás había sentido antes, y lo sorbió dulcemente. Después lo rodeó con su lengua, lo rozó con sus dientes, y lo soltó dejándole un halo de saliva en la puntita para dedicarse al otro, que lo ansiaba con impaciencia. Al mismo tiempo me acariciaba la panza y las piernas, empujándome con su cuerpo contra el espejo de la pared que tenía detrás. Noté que le temblaban las manos, y que sus caderas se pegaban a mí, mientras sus labios volvían a mi otro pezón, jadeando y respirando cada vez más fuerte. Luego fue bajando con su boca hasta mi abdomen, con unos besos chiquitos, y justo cuando alguien la llamó allá afuera para consultarle el precio de un bodi, sentí la punta de su lengua contorneando el círculo de mi ombligo. Eso me hizo gemir, y derramar un cálido fulgor de flujo por la excitación que me oprimía el pecho. Entonces, recordé con vergüenza que no traía bombacha. ¡Seguro me había mojado la calza como una tonta!

¡Basta loca, te estás re zarpando conmigo! ¡Basta que, me vas a, me voy a, es que, me dan ganas de hacer pis!, tartamudeé, esperando que al fin me suelte, sabiendo que si no se detenía, mi cuerpo no podría ofrecerle más resistencias. Aún así, hundió su lengua en mi ombligo, y luego la punta de su nariz, regalándome unas cosquillas insufribles.

¡Mirá, yo no sé mucho de esto… pero, creo que tu piel no dice lo mismo que tu boca! ¡No querés que me vaya... no te mientas hermosa!, me dijo, estrujándome una nalga, luego de gritarle a la chica que le pidió el precio: ¡No sé negriii, fijate en el cuadernooo!¡Aguantame, que estoy ayudando a Silvanaaa!

Había terminado de hablarle, en el exacto momento que volvía a subir con sus besos hacia mis tetas.

¡Estás equivocada Paula! ¡Basta, dejame ir, que, que tengo que ir a mi casa!, le supliqué. A esa altura, uno de sus dedos recorría suavemente la línea que divide mis glúteos, su boca me enamoraba los pechos con unos besos húmedos y calientes, y mi ansiedad parecía desbordarse en mi vagina. Entonces, su boca se unió a la piel de mi cuello, rodó por mi nuca cuando su mano me apartaba el cabello, y sitió mis pómulos y mentón con más besos, y unas pequeñas lamidas.

¡Sos deliciosa nena, estás para comerte toda, sabelo, y no te hagas la difícil! ¿Alguna vez, una chica te besó así mi vida?, dijo, apenas un segundo antes de zambullir su lengua en mi boca abierta, ya que había pensado en responderle, ni siquiera recuerdo qué. Lo cierto es que nunca había hecho nada con una chica. Mis relaciones fueron breves en su mayoría, y en cuanto al sexo, siempre fui aburrida, o como me tildaban mis amigas, una cagona. No me cabía eso de que alguien me chupe la chuchi, y por lo tanto nunca lo experimenté, solo por pudor. En cambio, sí fui capaz de meterme el pito de casi todos mis novios en la boca, y eso me encanta. Me hace sentir una puta, una chica sucia y puerca, una petera del montón, y una pervertida. Pero no me animaba más que a eso, y a que me penetren la concha, claro, especialmente cuando yo me siento arriba de mi presa para moverme como se me plazca.

¡Guau nena, estás preciosa, y sos muy comestible! ¡No hace falta que me respondas!, balbuceaba, mientras su boca despedazaba mis labios a besos, y nuestras lenguas libraban una batalla sin rivales ni testigos, adentro y afuera de mi boca. Al mismo tiempo, una de sus rodillas se frotaba entre mis piernas, las que se me separaban sin que mi cerebro se los ordene. Sus dedos de pronto ascendían por mi cintura, o se frotaban contra mis muslos, o me acariciaban la cara, cuando nuestros besos borboteaban en el eco del probador, y ninguna de las dos retrocedía ni un ápice.

¿Te gusta chiquita? ¿Querés más? ¡Estoy re loquita por vos! ¡Siempre me gustaron tus tetas, y te miraba la boca, o soñaba con esta cola perfecta! ¡Además, me re calienta que seas petisita, porque, sos como más tierna, y fácil de manipular! ¡NO sabés cómo te llevaría a la cama!, me decía, ahora mordiéndome los labios, para después saborearlos con su lengua. Entretanto me traía más contra su rodilla, sujetándome de la cola con una mano, mientras con la otra buscaba invadir mis muslos, transgrediendo el elástico de mi calza. En ese momento notó que tenía la marca de la calza en la pelvis, y se impresionó.

¡Gordi, esto te aprieta demasiado me parece! ¡Mirá, tenés todo marcado acá, y…, decía, interrumpiendo el obsceno besuqueo que nos enlazaba. Pero no pudo continuar hablando, pues, a ese descubrimiento le siguió otro más excitante y suculento.

¡Aaaah, bueenaaa chiquita! ¡Así que, saliste de tu casa, a comprarte lencería, y no te ponés bombacha! ¿Qué te pasó? ¡No me digas que te olvidaste de ponértela! ¿Te gusta andar sin ropa interior por la calle? ¡A mí me excita que la concha se me frote en los pantalones de gimnasia que uso cuando estoy en casa, o cuando voy al gym! ¡O que me roce el vientito cuando me pongo polleras! ¡me excita andar sin bombacha! ¡Y, por lo que veo, a vos también gordita!, me decía, llevando mi calza hasta un poquito antes de mis rodillas. Era obvio que ansiaba abrirme las piernas, y que enseguida se percató que tenía la vagina empapada. Eso  gracias a sus besos calientes, sus roces, los apretones a mis nalgas, su saliva goteando en mi cuello, y la fricción de su rodilla maldita en mi vulva.

¡Aaaay bebéeeeé, mirá cómo te mojaste! ¡Qué ingenua que sos nena! ¡Y vos pensabas que te hacías pis! ¡Estás caliente, re calentita mami!, me decía, sabiendo que mi cuerpo estaba a merced de sus encantos. Uno de sus dedos confirmaba la humedad de la superficie de mi vagina, y poco a poco se adentraba junto con otro dedo, mientras sus besos me recorrían la panza. Su otra mano me pellizcaba la cola, ahora totalmente desnuda contra el espejo.

¡Dale Sil, abrite un poquito más, y confiá en mí, que no te vas a caer! ¡Guaaau, mamina, qué rico olor a conchita tenés!, dijo, meciendo mis caderas para que mi cola se friccione en el espejo que ya estaba empapado por tanta adrenalina coronando nuestras pieles. Entonces, sin previo aviso, sentí su boca contra mi vulva. No podía ser otra cosa la que me regalara tan exquisita sensación. De pronto tuve ganas de que me la muerda toda, que le entre completa en su océano de saliva, que me la recorra con sus dedos, y que se asfixie con mi olor a hembra, a puta, y que mi calentura le queme la razón, como ella me la estaba incendiando a mí. Me olió y besó los muslos, mientras sus dedos buscaban mi clítoris, y lo encontraban con rapidez para entonces frotarlo con sutileza. Hasta que lo atrapó con sus labios, y empezó a succionarlo.

¡Te lo voy a chupar, hasta que me acabes en la boquita bebé!, me dijo antes de proceder a descargar un terremoto en mis entrañas, ni bien mi clítoris se convirtió en su golosina predilecta. Sus dedos, los de una mano, entraban y salían de mi vagina para hacerme gemir, ya sin importarme mi reputación. Los de su otra mano me abrían las nalgas para intentar hundirse en mi culo.

¡Dame todo nena, lárgame tu lechita en la boca! ¡Te juro que no me importa i te hacés pis! ¿Te gusta mi dedito en el culo?, entendí que me dijo, mientras me golpeaba el clítoris con la punta de su lengua, y después se levantó a chuponearme las tetas. En ese momento volvió a restregar su rodilla en mi vagina, ahora desnuda, mientras me hacía lamerle los dedos con los que había naufragado en mi oscuridad sexual.

¡Cómo te ponés perra!, me dijo antes de lamerme la nariz, encajarme otro beso de lengua que me desconcertó, y de olerme el pelo por enésima vez. Entonces, agarró una de mis manos y me hizo palparle las tetas. La guacha las tenía desnudas. ¡Nunca supe cuándo fue que se quitó lo que tuviese puesto arriba! Pero lo cierto es que, de golpe me agarró de la nuca y condujo mi cabeza hacia ellas.

¡Dale nena, chupame las tetas un poquito, que no serán como las tuyas, pero mirá, tocá cómo tengo los pezones, pobrecitos, de tanta calentura!, me decía, mientras mi boca reconocía su textura, buscando sus pezones como dos pistilos hinchados. Cuando empecé a mamarle uno de ellos, el movimiento de su rodilla contra mi vulva se intensificó, a tal punto que, supuse que iba a llegar al orgasmo en cualquier momento, tal vez sin poder comentárselo. Pero en ese preciso pensamiento, ella me empujó de nuevo contra el espejo, diciéndome: ¡Basta nena, que ya estás grandota para tomar la teta! ¿No te parece? ¡Escupime, dale, babeame las tetas chancha!

Claro que yo ya estaba subida a un frenesí que no me permitía detener su recorrido, ni bajarme en ninguna estación. Por lo tanto, escupí una vez, creyendo que apuntaba a sus gomas, como ella me lo había pedido. Pero evidentemente le calculé mal.

¡Acá mi amor, acá están mis tetas, escupilas sin miedo, dale!, me dijo, orientándome mejor con su mano sobre mi cabeza, que estaba a pocos centímetros de su torso. Entonces, disparé una, dos, y hasta cinco veces, hasta que Paula estuvo satisfecha.

¡Sos una cochina nena!, sentenció mientras escuchaba como que se ajustaba un cinturón. O, quizás hacía lo contrario, porque, luego oí el chapoteo de unos dedos rebuscando en una zona prohibida. ¡Seguro que la descarada se tocó la concha! Pero no pude saberlo, ni llegué a preguntárselo, porque ella, otra vez sin hacerme partícipe de sus ideas, se hincó frente a mi pubis para fregar sus tetas contra mi vagina. Primero solo las frotó, después de pasear su lengua en mi orificio, lamiéndolo como enamorada. Pero luego empezó a golpearme la concha con sus tetas, haciéndome sentir el bulto de sus pezones duros. En un momento logró juntar uno de ellos a mi clítoris, y eso la hizo delirar en un gemidito que, debió escucharse al otro lado de la puerta. Las otras pibas no podían ser tan boludas. ¿Y, si las demás sabían que Paula estaba conmigo, manoseándome, comiéndome a besos, abusando de mi integridad, y se hacían las tontas? Pero, por el contrario, eso me excitó aún peor.

¿Tus compañeras, saben que me estás toqueteando toda, putona? ¡Seguro yo no soy la primera a la que le comés la concha acá adentro!, le largué, cuando ella se escupía las tetas para seguir friccionándolas contra mi sexo, cada vez más rápido, sin olvidarse de punzar mi culo con alguno de sus dedos. De hecho, la escuchaba chupárselo y saborearlo con un tímido mmm en los labios.

¿Qué pasa gordi? ¿Te pone celosa que lo haga con otras? ¡No, las chicas no saben nada! ¡Dale nenita, acabá para mí, porfa, dame tu leche de putita!, me dijo, presionando mi ano con fuerza, casi al borde de introducir su dedo. incluso, tuve que pedirle que no lo hiciera.

¡Dale pendeja, callate la boca y largame todo, asíii bebéee, aaaay, dale perrita, mojate toda, dale que te encanta andar con la concha al aire, para que la Paula te la chupe así, mojate más, mojate toda perrita, que yo te seco con mis tetas!, decía enardecida, chupando mi botoncito de la gloria, sabiendo que mi cuerpo no podía ni quería resistirlo un segundo más. Entonces, un mareo conocido pero más audaz que cualquiera, un pinchazo en la columna, una brisa que se convertía en huracán en mi vientre comenzó a sacudirme, a conspirar con mis celos absurdos, y a desarmar todas mis defensas, en el preciso instante que mis jugos vaginales le calmaban la sed a mi vendedora favorita. Ella, se relamía besándome la concha, las piernas y la pancita, apretándome las nalgas con una desmesura comprensible, y oliéndome toda. Después me acercó sus tetas a la cara para que las huela, y ni bien le di un chuponcito a uno de sus pezones, volvió a mi vagina para frotarlas otra vez allí.

¡Cómo acabaste zorrita, por favor! ¿Te gustó? ¿Y, sabés, qué es lo mejor de todo? ¡Yo me voy a mi casa con tu olor a sexo en las tetas! ¡y, vos te volvés con la calcita mojada!, me decía, subiéndome la calza, maravillada de que aún estuviese húmeda por mis previos escapes de jugos vaginales. después me dio un beso tierno en los labios, me ayudó a ponerme el corpiño que finalmente me regaló, y la dejé que me prenda todos los botones de la camisita.

¡No sé mi vida, yo te invito, sin compromisos! ¡Es un café nomás! ¡Y bueno, si después nos excitamos besándonos, y nos pinta ir a la cama, bueno, en ese caso, yo vivo sola! ¡Es decir, que no tengo que darle explicaciones a nadie!, me decía, cuando yo todavía reconstruía los pedazos de frases que le oía, mientras me acomodaba el pelo y me secaba el sudor de la frente con un pañuelito descartable.

¡Pensalo gordita! ¡Yo no te voy a presionar! ¡Además, si no te apurás, por ahí me pongo de novia con la nena de las bombachitas sexys! ¿A vos qué te parece? ¡Seguro es re ligerita esa ciega chancha, como vos!, me dijo al oído, masajeándome la cola, activando su estrategia de darme celos otra vez. Luego nos besamos apasionadamente contra la pared del espejo, y las dos salimos del probador, fingiendo ser las mismas que siempre fuimos. ¡Nunca pensé que iba a encontrar el amor en una lencería, y en una mujer de fuego como Paula, cuando todo lo que necesitaba era un corpiño!    Fin

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