Mi esposa no es una desfachatada, ni le hace
falta mostrarse como una putita por la calle para que todos los tipos la miren
con algo más que un simple deseo. Sé que la admiran por sus deliciosas facciones,
por sus largas piernas y su buen par de tetas. Pero, su mirada es una
invitación a lo sugerente. Solo que yo suponía que ella no lo notaba. Pero las
mujeres parecen usar todas sus armas cuando se trata de destacar, seducir,
competir, o superarse a sí mismas.
Resulta que cierto día llegó del colegio en
que se desempeña como docente, y mientras preparaba café me dijo: ¡Gordo, no
aguanto más, y te lo tengo que contar! ¡Tuve que viajar parada en el micro, y,
bueno… nada… un tipo me re apoyó su verga re dura en el culo! ¡Estaba
llenísimo! ¡No te voy a negar que lo dejé, que me encantó que se mueva,
sentirla en la zanjita mientras se le ponía más al palo! ¡Pero ni le hablé, ni
lo miré, ni nada!
No me nació en absoluto enojarme con ella, ni
regañarla, ni hacer el papel de celoso. Solo, continué escuchándola. No
entendía por qué la ambivalencia de mis pensamientos llegaba al punto tal de
hacer que se me parara la pija, sin que yo pudiera controlarlo.
¡Recién a dos cuadras de bajarme, una pendeja
me dio su asiento, y ahí, cuando me senté, noté que tenía la bombacha empapada!
¿Te das cuenta gordo? ¡Me acabé encima mientras ese degenerado me apoyaba!
Acto seguido se me tiró encima, me comió la
boca y me empezó a manotear el ganso con unas ganas y un estilo que, me obligó
a tomar las riendas del asunto. Le bajé la calza y la bombacha, comprobando que
no me había mentido ni en una coma, la recosté boca arriba sobre la mesa y me
dispuse a comerle esa conchita brillante de tantos jugos, afuera y adentro de
su canal glorioso. Sabía mucho más apetitoso que otras veces. Estaba en su
punto culmine. Al punto tal que en cuanto di con su clítoris mi lengua
consustanció aquella descarga eléctrica y se bebió todo su orgasmo hecho jugos.
Para colmo, yo también sentía la viscosidad de mis propios líquidos seminales
en el bóxer, y eso me ponía más al palo todavía.
Apenas se levantó de la mesa, con el corazón
acelerado y las piernas en estado de gracia, le pegué en la cola como a una
nena malcriada y le dije: ¡La próxima vez que quieras hacer chanchadas, venís y
me lo contás! ¿Escuchaste pendeja? ¡Si voy a ser un cornudo, al menos quiero
saber cuándo!
Ella se hacía la que le dolía, pero me pedía
más chirlitos. Naturalmente después de ese episodio terminamos revolcándonos en
la cama. Fue un encuentro fuerte, plagado de chupones, mordidas en nuestros
cuellos, nalgadas y frotadas, respiraciones alocadas y miles de palabras
sucias, las que nos condujeron a tres polvazos épicos, inolvidables y hasta
graciosos, porque, en mi última descarga sobre sus tetas, yo me doblé el pie al
perder el equilibrio de tanta adrenalina acumulada. Ella estaba arrodillada en
la cama, y yo parado junto a ella, meta darle vergazos en las tetas, mientras
ella se las escupía y gemía cada vez que me lamía el glande.
Los días pasaban, y todo hacía suponer que
aquello solo quedaría en una experiencia aislada, como cualquier otra. Pero una
tarde de junio, cerca de mi cumpleaños, Daniela llegó con los ojos repletos de
luminosidades causadas por la lujuria. Yo la conocía, y su mirada no sabía
ocultar cuando entre sus piernas había un festival de jugos esperando ser
devorados.
¡Gordito, no sabés lo que me pasó!, empezó a
contarme luego de comerme la boca de un beso y dejar sus carpetas y su maletín
en el sillón.
¡Creo, que un pendejo se acabó encima de tanto
frotarme su pijita en el orto! ¡Esta vez yo me le puse en frente… el guacho no
tendría más de 15, y venía de gimnasia! Estaba re transpirado! ¡Apenas el bondi
frenó medio a lo bruto, porque casi se la pone a un ciclista, el pibe empezó a
apoyarme con todo, y se re frotaba! ¡Lo loco es que, cuando se bajaron unas personas,
yo le dije que se siente, que yo no tenía drama en viajar parada! ¡Pero él me
dijo que mejor me siente yo! ¡Desde donde estaba, te juro que cuando le vi el
bulto, tenía todo el pantalón de gimnasia húmedo!
Estalló en una carcajada mientras se quitaba
la camperita, y después empezó a gritar que la soltara cuando la acorralé entre
la heladera y la mesada para manosearla entera. Claro que gritaba haciéndose la
histérica. Sabía que ese jueguito me ponía más desquiciado.
¿Y no se te dio por tocarle el pito al pendejo
guacha? ¿Así que se acabó el nenito, y eso te re calentó no? ¿Te mojaste toda
otra vez putita?!, le decía mientras mis dedos confirmaban la abundancia de
flujos en su culote gris.
No hubo mucho más preámbulos. Así como estaba
me bajé el pantalón y le enterré la verga sin miramientos en la conchita, para
que gima y me muerda los labios, para que sus tetas se friccionen en mi pecho y
para que mis manos le castiguen ese culo provocador, imposible de omitir hasta
por ciertas mujeres. De hecho, mi mejor amiga me confió en una oportunidad que
sueña con el culo de mi esposa.
Ese día por la noche volvimos a coger, y en la
antesala del coito nos fuimos calentando con todo lo que ella vivía en el
colectivo. En un momento le sugerí que si algún tipo le manosea el culo o se lo
apoya con la chota, que se deje, y que si lo deseaba profundamente, que le
tantee el pedazo, que lo pajee sobre la ropa si se animaba, y que no se olvide
jamás de contármelo. Ella dijo que un día probaría ir al colegio sin bombacha,
para que las calzas que estila ponerse se le metan sin ninguna barrera en el
culo.
Otra tarde llegó radiante, más caliente que
una pipa y, ya en la puerta nomás se había quedado en corpiño. Cuando se me
acercó me dijo: ¡Bajate el pantalón, que quiero chuparte la pija! ¡Dale, y te
cuento todo mientras me preparás la lechita de esa pija rica!
No iba oponerme a su petición. Me senté en la
silla y ella se quedó en bombacha, sin decir una palabra.
¿Qué pasó mi vida? ¿Qué hizo mi chanchona
hoy?!, le dije, pero ella me privó de seguir cuestionando. Se arrodilló y,
luego de un par de lamidas a mis piernas expectantes como todo mi ser, empezó a
hablar.
¡Había dos pibes, al parecer de la
universidad, parados, hablando de política y qué sé yo… yo estaba sentada, pero
como había un viejo parado le cedí el asiento, y me paré pegadita a ellos! ¡No
me daban mucha bola al principio… pero cuando empecé a pasarme la lengua por
los labios, cuando medio me bajé un poquito la calza y me hice la boluda, como
que perdía el equilibrio, ahí me re miraron las tetas! ¡De repente estaba entre
ellos!
A esa altura su boca comenzaba a rodear mi
glande, a dejar que mis huevos se nutran con sus ríos de saliva, que su lengua
recorra mi tronco y mis piernas, y que sus palabritas empiecen a entrecortarse
por lo álgido y libidinoso de su mamadita.
¡Yo le tiraba la colita para atrás a uno de
ellos, y ese me empezó a amasar las nalgas,… hasta me la pellizcó! ¡Pero, la
onda es que, que, también le tiré un poquito el pubis hacia adelante al otro! ¡Gordi,
en un momento, uno me apoyaba su pija en el culo, y el otro, me la refregaba en
la conchita! ¡Se las toqué, a los dos, como me lo pediste el otro día! ¡El que
estaba adelante la tenía hecha un termo! ¡El otro no era la gran cosa! ¡Uno me
preguntó cuánto le cobraba para cogerme, él y su amigo! ¡Yo me hice la re
pelotuda! ¡Les dije: ¡apoyámela toda y callate, acabate encima si querés! ¡Y el
que estaba atrás, me re metió la mano adentro de la calza! ¡Hasta me subió la
tanga para arriba y todo! ¡Los dos se llenaron las bolas de leche mi amor! ¡Se
re acabaron los guachitos, y te juro, que mi concha, pedía pija como una loca! ¡En
un momento creí que me había hecho pipí de lo mojada que estaba! ¡Aunque, creo
que se re cagaron cuando les mostré el anillo!
No pude seguir escuchándola. Por más que sus
palabras eran las culpables del éxodo generoso de semen que la obligó a hacer
unas gárgaras insoportablemente perversas. La imaginaba rodeada de esas pijas a
punto de reventar de leche, y quería verla cogiendo con ellos. Había soñado un
par de noches que ella le chupaba la pija al nene que volvía de educación
física, y una de esas noches la desperté para que me la chupe. Claro que, se lo
retribuí con una buena chupada de concha mientras ella se daba una ducha
reparadora, antes de salir para la escuela, ya que entre pitos y flautas se
habían hecho las 6 y algo, y ella generalmente se levanta a las 6 en punto para
desayunar conmigo..
Un sábado por la mañana, que son los días que
yo me quedo en casa, porque dejo a mi hermano como encargado de la carpintería,
ella vuelve del súper mercado preocupada, porque se había olvidado de comprar
alimento para el perro y un par de cosillas más. Me ofrecí para ir yo, o para
acompañarla a un negocio un poco más cerca. A mis dos opciones les dijo que no,
y salió al súper nuevamente. A la hora ya estaba en casa, y llegó en su estado
de apareamiento, con un olor a sexo que no le cabía en la ropa, alterada y casi
ciega de tan caliente.
¡Dani, qué pasó turrita? ¿Qué anduviste
haciendo por ahí?!, investigué con la impaciencia perfumando a mi tranquilidad.
Ella, dejó la bolsa de alimento y otra que tenía unas pequeñeces en el sillón,
me dio un chupón en el cuello y me puso las manos en la cara.
¡Olé nene, dale, y adiviná a qué huelen las manos
de tu mujercita calentona!, me decía modulando su vocecita lujuriosa.
¡Qué hiciste Daniela? ¡Ese es tu olor a
concha!, le dije con conocimiento de causas, ya que me fascina el olor de mi
hembra, y más cuando está en celo.
¡Sí mi gordito, me masturbé en el colectivo,
después de que un tipo me re apoyó la pija en el culo! ¡Perdoname mi cielo,
pero esta vez yo le pedí que lo haga! ¡Yo estaba paradita agarrada de uno de
los pasamanos del techo, y el tipo arrancó de una! Le dije: ¡dale, apoyámela
toda en el culo, y movete como si te estuvieses pajeando! ¡Me calentó mucho que
se prenda, y, esta vez, le pedí que me palpe la concha encima del pantalón! ¡No
acabé en ese instante porque el tipo se tenía que bajar, y al parecer iba con
una nena de unos 5 años! ¡Entonces, cuando se bajó me senté atrás de todo, me
metí las manos debajo de la bombachita y me re pajeé! ¡No daba más gordito, y
ahora quiero verga, quiero mucha pija mi amor!
Su confesión no podía ser más excitante. No
hacía falta que me lo pidiera. Mi poronga mostraba indicios de querer
penetrarla toda, y entonces, la desnudé con violencia. Cuando tomé contacto con
su tanguita, se la refregué por toda la cara, le di unas cachetadas mientras le
gritaba: ¡Sos una putita barata, pajerita, y bien sucia nena!, le colaba dedos
en la vagina, la que parecía un pantano de sabias y feromonas vivaces. Ahí
nomás, en el piso la acosté boca abajo, le di unas buenas nalgadas para que se
porte más mal en el colectivo, para que haga todas las cochinadas que quiera, y
recién después de que su boca le dio una lamidita a mi glande, me le trepé para
darle duro por la conchita. Su cuerpo se deslizaba por el piso encerado, producto
de las envestidas de mi carne, y sus tetas eran dos primores ardiendo en mis
manos. Cuando mi leche se derramó toda adentro de ella, se levantó con la
euforia de un tornado y me pidió que le chupe la concha, que atrape todo lo que
pueda de mi semen con mi boca, y que luego nos besemos para compartirlo. ¡Eso
me voló definitivamente la tapa de los sesos!
Transcurrió un largo mes sin aventuras, ni
jueguitos ni sexo entre nosotros, porque, en el medio hubo mucho trabajo en la
casa, ya que estábamos ampliando el living y reformando un poco el baño.
Pero, un lunes exageradamente caluroso para
ser la mitad del invierno, mi esposa apareció a eso de las 8 de la noche, con
una sonrisa suspicaz, con la picardía que su fiebre sexual deposita en su mirada
cuando quiere sexo, y deseosa de beber algo fresco. Había llegado dos horas más
tarde de lo habitual, pero seguro tendría algo que contarme.
Le preparo un exprimido de pomelo y se lo dejo
en la mesa, mientras la veo quitarse la blusita y los zapatos.
¡¡Vení mi amor! ¡Bajame el pantalón y mirame
bien!, dijo de repente, inapelable y transparente. En cuanto deslizo su
pantalón hacia sus rodillas me explica que pasó por la casa de una amiga, y que
después se tomó el micro. Mi corazón se aceleraba como esperando algo nuevo de
sus morbos ocultos.
¡Bajalo todo gordi, dale! ¿Querés que te
cuente, o querés adivinar vos lo que tengo en la bombachita? ¡Tu mujercita hoy
se portó muy mal me parece!, dijo, sabiendo cómo utilizar los ecos de su voz,
los matices de su mirada y cómo acentuar aquello de la expectativa. Tenía la
bombacha llena de semen en la parte de la cola. Pero esperé a que ella lo
confirmara. Me hacía el tonto, haciéndole creer que no sabía lo que era esa
cosa pegajosa.
¡Es semen gordito, muuuucha lechita! ¡Dale,
acercate y oleme! ¡Tengo olor a pija! ¡Lo que pasó fue, que, me hice la loquita
con otro pendejo, supongo que no mayor de 17! ¡Me le paré adelante y le froté
la cola en la pija, de una, sin inhibirme! ¡Le dije: ¡quiero pija nenito! ¡Y,
el pibe reaccionó… se le puso dura al toque! ¡Pero, no aguanté más! ¡Le metí
mano por todos lados, y en especial adentro del bóxer! ¡Es más, a él le agarré
la mano y se la metí un ratito por adentro de mi bombacha! ¡Cuando le dije al
oído: ¡colame los deditos asquerosito!, me dijo que no aguantaba más! ¡Entonces,
yo me bajé un poquito el pantalón, le saqué el pito afuera de la ropa y le dije
que me amase el culo por adentro de la bombacha! ¡No sé cómo hizo el pibe, pero
es un capo! En tres o cuatro apoyadas frenéticas, acabó toda su lechita en mi
bombacha!
Estaba estupefacto. No sabía si mandarla a la
mierda por trola, si cogerla ahí mismo arriba de los productos, si acompañarla
con cualquier excusa a un colectivo para que haga lo mismo y me enseñe su
increíble bagaje de seducción, o si hacerle la cola en el patio para que los
vecinos la oigan gritar como una putita cualquiera. El olor a semen de ese
pendejo casual me gustaba casi tanto como su exposición de los hechos, y quería
que me chupe la pija.
Lo hizo, luego de enroscar su bombacha negra
encremada en el tronco de mi pija hinchada. Le pedí que se apure porque los
huevos me dolían a instancias inimaginables. Mi esposa se entusiasmó, y no paró
de tragársela toda, de lamer mis bolas, de ir y venir con su lengua hasta
rozarme el culo, de darse chotazos en la cara cuando su boca necesitaba una
tregua, y de insistir con otras fantasías.
¡Mi amor, quiero que tu hermano me apoye toda
la pija en el orto, en la carpintería, mientras vos me cogés la conchita! ¡Quiero
que los dos me hagan pis como si yo fuese una perrita callejera, que me muerdan
las tetas, que me hagan sentir lo dura que se las pongo, quiero cogerme a tu
hermano adelante tuyo gordi!, decía ya sin ningún atisbo de moral, la que me
juró amor eterno y fidelidad ante la iglesia, mientras me hacía un flor de
pete.
¡Quiero que a partir de mañana, mientras
escribís en el pizarrón para que los guachos lean, te bajes un poquito la
calcita, y que te vean la bombacha, o el culo si no tenés puesto nada!, le dije
mientras le acababa todo en la boca, y lograba hacerla eructar como siempre me
fascinó de las peteritas. Sabía que ella da clases en un secundario, y que allí
los adolescentes viven a pajas como si fuese el combustible vital de sus días.
Me motivaba demasiado imaginarme entre ellos, o soñar con que mi esposa les
apoya el culo en la cara a los pendejos durante sus correcciones, o que les
mira los bultos, o que les apoya el culo en ellos. Claro que no le iba a
conceder la fantasía de encamarse con mi hermano, o al menos por ahora. Pero la
idea de cogerla entre dos en mi laburo me rondaba como un ángel asesino.
Ayer vino del colegio directo a buscarme. Yo
estaba en el patio reparando unas mesas de jardín, entre algunos mates y con la
radio de fondo.
¡Mi amor, dejá eso y vení!, dijo mostrándome
los cachetes de su cola al desnudo, solo con el elástico de su calza
impidiéndome ver la continuación de esas redondeces magníficas.
¡Fuiste sin bombachita al cole Dani? ¡Y los
pibes estaban como locos me imagino!, le largué cada vez más impresionado. Pero
su confesión fue mucho más práctica, valerosa, casi tan imposible de digerir
como la calentura que poco a poco fue invadiendo desde mis testículos hasta mi
cerebro inútil.
¡Sí gordito, pero, a la vuelta, me lo encontré
a tu hermano! ¡Antes de que lo sepas por él, te lo digo yo! ¡Se subió al micro
cerca de donde me subí, y no lo resistí! ¡Le toqué la pija mientras él hablaba
con un compañero, y me llevó atrás de todo! ¡Era un mundo de gente, lleno hasta
la manija! ¡Ahí, atrás de todo, le mimoseé la verga con el culo, pero, no pude,
y le pedí que me la frote en la conchita! ¡El guacho me daba golpecitos con su
bulto cada vez más duro, como si me estuviese cogiendo, y me re acabé, como una
nena! ¡Mirá, ahí en la calcita está todo el flujo, y hasta algunas gotitas de
pis! ¡Soy re puta mi amor! ¡Pensá lo que quieras de mí, pero me encanta
regalarme así en el colectivo! ¡Aunque, vos tenés una pija más rica y gordita
que la de mi cuñadito! Fin
Recordá que este, o cualquier otro relato del blog, podés pedírmelo en audiorelato, a un costo más que interesante. Consultame precios y modalidades por mail.
Este es mi correo ambarzul28@gmail.com si quisieras sugerirme o contarme tus fantasías te leeré! gracias!
Acompañame con tu colaboración!! así podré seguir haciendo lo que más amo hacer!!
Cafecito nacional de Ambarzul para mis lectores nacionales 😉
Este relato definitivamente terminó con todos mis argumentos que supuestamente tengo para poder intentar definir la palabra cordura. genial increiblemente caliente. rico rico rico este relato.
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