Catalina y Diana se llevan 3 años de diferencia. No puedo decir que quiera más a una que a la otra. Según mi hermana, ninguna madre quiere a sus hijos por igual. Pero mis hijas siempre fueron dos soles incapaces de romper mi amor puro, leal y sin condicionamientos, hacia las dos por igual. Las dos son buenas chicas, aunque cada una más aplicada en lo que les gusta. Cati ama el inglés y los desfiles de moda. En cambio, Diana se desvive por jugar al fútbol. En la tele no mira otra cosa que deportes en general, y partidos repetidos. Entre ellas, se llevan como suelen hacerlo dos hermanas que comparten el cuarto. Catalina se pone de los pelos cuando su hermana menor deja la habitación hecha un desastre. Todavía no consigo que Diana, a pesar de sus 14 años, deje sus bombachas y medias sucias en el cesto de la ropa, y no debajo de su cama. A Catalina le daba apuros entrar con alguna amiga allí, y encontrar el desorden que ella no propiciaba. Por eso discutían a menudo. Además, Diana estaba Harta que Cati le coma las frutas que ella guardaba en la heladera. Pero, digamos que por lo demás, no daban trabajo.
Entonces, apareció la cuarentena, la pandemia,
los cuidados, prevenciones y noticias. Nosotras tres, (teniendo en cuenta que
yo me separé hace 5 años de mi marido), no teníamos problemas en atrincherarnos
en casa. Pero allí fue donde afloraron todas las pasiones. El encierro
convirtió a mis hijas en dos fusibles a punto de estallar por cualquier cosa.
Se peleaban por todo. Si una de ellas miraba la tele, a la otra le molestaba.
Si Cati usaba la compu, a Diana se le antojaba usarla en el mismo momento. Si
Diana abría la ventana porque tenía calor, la otra iba y se la cerraba, aunque
no tuviera frío. Se insultaban por nada. Hasta por miradas que cada una
interpretaba de la otra como intimidante. Esto último era raro, porque ninguna
de las dos era boca sucia. Para colmo, como nadie venía a la casa, las dos
optaron por andar cada vez más livianas de ropa. Ya para mediados de abril, era
normal ver a Cati en culote y corpiño, y a Diana con las gomas al aire, y con
alguna bombacha dividiéndole ese paraíso de cola que tiene en dos cie los prohibidos. ¡Las dos me salieron culonas,
y Cati con unas tetas preciosas!
Ya en los inicios de un mayo cargado de
incertidumbres, se habían convertido en dos pendejas insoportables. Cosas como:
¿Qué me mirás conchuda? ¿Vas a empezar a no parecerte a un animalito? ¿Querés
que te preste mis pinturas, así dejás de verte como un varón? ¿Te debo algo
tarada?, salían de la boca de Catalina, en lugar de un tierno buen día. Diana
no se quedaba atrás. De hecho, era más ordinaria que Cati.
¡Callate negra boludita, que te hacés la
linda, solo porque sos rubia! ¡¡Si no tuvieras esas tetas, no te miraría ningún
flaco! ¡Y yo, para que sepas, soy mucho más linda que bosque sos una
caracúlica!, solía decirle Diana, a cada ofensa de su hermana. Aunque no
importaba quien empezara con las provocaciones. Una siempre tenía una respuesta
acorde para la otra. Yo las retaba, desde luego. Les pedía encarecidamente que no
se traten así, y a menudo les preguntaba qué diablos les pasaba, ya que jamás
se habían tratado así. Generalmente se calmaban, y me pedían perdón, como dos
gatitas asustadas. Pero yo quería que se disculpen entre ellas, y eso, a veces
era un poco más difícil. Compartimos algunos almuerzos, en los que yo les
hablaba a cada una por separado, porque entre ellas ni se miraban. Para mí era
tan incómodo como frustrante intentar que limen sus asperezas. Pero, por otro
lado, ellas solas debían aprender a convivir.
Una tarde, tuve que frenar a Cati, porque la
corría a Diana por toda la casa, obligándola a oler una bombachita negra,
evidente mente sucia, que la misma Diana había dejado tirada en algún lugar de
la pieza.
¡Te lo dijimos miles de veces con mami nenita!
¡Aprendé a lavarte la bombacha al menos, si la vas a dejar revoleada debajo de
la cama! ¡Dale guacha, vení acá, así te das cuenta que yo no tengo por qué
soportar tus olores!, le decía, sin dejar de perseguirla, sacudiendo esa
bombacha a poca distancia de su cara. Era gracioso verlas corretearse, en
especial porque las tetas de Catalina se mecían como dos pomelos rosados, y La
cola de Diana relucía blanca y turgente bajo el vestidito fucsia que llevaba.
Pero tuve que intervenir cuando al fin Catalina hizo que Diana se cayera al
suelo tras hacerle la trava, y entonces estuvo un rato asfixiándola con su
bombacha.
¡Basta Catalina, cortala vos también! ¡Esas no
son formas de enseñar! ¡Deberías saberlo! ¡Y vos, dejá de insultarla, y tené en
cuenta que la pieza es de las dos!, les decía, mientras Diana se quejaba por
haberse doblado el tobillo, insultando a su hermana como ya se le había hecho
costumbre, y Catalina le pedía que se calle, metiéndole la bombacha en la boca.
Esa vez no tuve otra que castigarlas. A Diana
le tocó levantar la mesa de la cena, lavar los platos, secarlos y guardarlos.
Sabía que no le gustaban para nada las tareas domésticas. A Catalina la mandé a
limpiar el patio. Lo que significaba regar las plantas, levantar las cacas del
perro, poner en condiciones su comedero y bebedero, y bajar toda la ropa
colgada que estuviera seca. A ella no le gustaba ensuciarse las manos, ni
siquiera con comida. ¡Hasta comía las empanadas con cubiertos!
Al día siguiente, sobre la hora de la siesta,
las escuché hablando en la cocina. Yo estaba en el patio, meta limpiar unas
sillas de plástico manchadas con pintura, plagadas de tierra y mal tiempo.
Catalina se pintaba las uñas, y Diana miraba un partido, comiéndose un helado a
cucharadas.
¡No sé nena, yo no me fijo en esas cosas! ¿Por
qué a todas nos tiene que interesar el pedazo de un chabón? ¡No somos un par de
agujeros, solamente!, decía Cati, como aburrida del tema.
¡Yo no digo eso! ¡Solo digo que Mariano tiene
una flor de pija! ¡No sé cómo todavía sigue solo! ¡Cualquiera querría que ese
bombonazo se la coja!, decía Diana con la boca llena, haciendo ruido con la
cuchara.
¡Porque no todas las pibas pueden mirar lo que
tiene ese tarado entre las piernas! ¿Y vos, cómo sabés eso?, le preguntó
Catalina, después de pedirle que baje un poco la voz, por si yo las escuchaba.
¡Lo sé, porque, se cogió a tres de mis
compañeras del club! ¡A una de ellas le acabó todo en las tetas! ¡Una de ellas,
Romina, me mandó unas fotos de su vergota! ¿Vos te las imaginás? ¡Digo, ¿Esas
tetas que tenés, todas bañadas con la leche de Marian?! ¡Uuuuy, síiii, todas
llenas de leche del vecinitoooo! ¡Se te hace agua la boquita nena! ¡A mí no me
podés mentir!, decía Diana, burlándose, jugando con la tranquilidad de su
hermana.
¡Callate tarada, y pará un poco con eso de mis
tetas! ¡Hace días que te veo cómo me las mirás!, le respondió Cati, moviendo la
silla en la que estaba sentada con su cuerpo, a modo de protesta. Diana tardó
en preparar una respuesta.
¡Haaam, malísimo nena! ¡Yo no te miro las gomas!
¡Pasa que, últimamente vos andás todo el día en tetas!, le largó al fin,
segundos antes que sonara el timbre. Ninguna fue a atender la puerta.
¡Y vos, te la pasás en bombacha, o ni siquiera
te ponés, y te dejás esos vestiditos que ni te tapan! ¡Ya creciste pibita, por
si no lo notaste!, le decía Catalina, mostrándole las uñas pintadas, supongo
que para preguntarle si le gustaba cómo se las había dejado, ya que siempre se
dibujaba pequeños detalles.
¡Sí nena, te quedan re lindas! ¡Y vos,
entonces, dejá de mirarme el culo! ¡Yo también me doy cuenta que me mirás!, le
dijo Diana, con cierto recelo.
¿Y cómo no querés que te lo mire? ¡Aparte, ya
que estamos, basta de tocarte a la noche! ¡Estoy cansada de hacerme la dormida!
¡Te escucho nena! ¿Sabés?, la reprendió Cati, sin dejar de mirarla. A esa
altura yo estaba casi apoyada en el ventanal, sin olvidarme de hacer ruidos con
la silla, para que no sospechen que las escuchaba.
¡Bueno nena! ¿Qué querés que haga? ¡Es la
única pieza que tenemos! ¡Además, vos deberías hacerlo! ¡Así te cambia ese
humor de perros que tenés! ¡Pajeate nena, y no me rompas las bolas!, le
respondió Diana, levantándose de la mesa. Cati le revoleó un repasador, y Diana
la cuchara con la que antes comía el helado. Ninguna de las dos le acertó a la
otra. Pero a Cati se le cayó un esmalte, y eso la puso furiosa.
¡Ahora vos me lo pagás tarada! ¡Por tu culpa
se me rompió mi color favorito!, le gritó cuando Diana ya caminaba para la
pieza o el baño. Después de eso las escuché gritonearse adentro del cuarto, a
donde ya no podía verlas. En mi cabeza todo daba vueltas como un festival de
emociones. ¡Mi hija le había visto la pija a Mariano, que es el hijo del
verdulero del barrio! ¡Y sabía que tres de sus compañeras de fútbol habían
tenido sexo con él! ¡Y, encima se masturbaba, al parecer muchas noches
seguidas! Era obvio que tenía que hablar de sexo con Diana. Pero, ella nunca
dejaba que abordemos esos temas.
Esa misma tarde, a eso de las 7, tuve que ir a
despertarlas. No quería que hagan demasiados desarreglos con los horarios.
Además, tenían que terminar trabajos para el colegio. Golpeé la puerta del
cuarto, pero nadie me contestó. Incluso les dije que había preparado unas
tostadas. Entonces, abrí para llamarlas personalmente. Ahí las encontré. Diana
estaba acostada en su cama, con el vestidito corrido, descalza y bostezando.
Catalina estaba echada sobre ella, apoyándole las tetas en el pecho, con el
culo al aire.
¿Qué hacen ustedes dos? ¿No me escuchaban que
las llamaba?, les grité, o tal vez a mí me pareció que mi voz sonó muy fuerte.
Cati se sobresaltó, y Diana no mostró la mínima expresión de asombro.
¡Nada ma, le estaba sacando unos puntitos
negros a Diana! ¿Viste cómo tiene la frente? ¡Ya le saqué tres!, respondió Cati
mientras se separaba de su hermana. Diana se sonreía. Algo no me cerraba del
todo. Pero al menos Cati tenía entre sus manos un pomito de crema para el acné.
¡Bueno, vamos, dejen de andar medio en bolas,
y a merendar, que tienen que terminar cosas!, les dije, interpretando que nada
extraño podía existir entre ellas.
¿Por qué me tengo que vestir ma? ¡Dale, si
somos mujeres las tres!, dijo Diana, levantándose de la cama.
¡Sí, pero yo no ando mostrando todo! ¡Y ponete
una bombacha Diana, por favor!, le dije, con cierto fastidio.
¡Pero vos sos nuestra madre! ¡Aunque, a mí no
me jodería que andes en ropa interior ma!, dijo Catalina. No le respondí. Creo
que las miré con suficiencia mientras se me escapaba un bufido.
Al rato las tres tomábamos un café con leche,
con tostadas y distintas mermeladas frutales. Observé que Diana le miraba los
pechos a Catalina, que ahora tenía un topcito. También que cada vez que Diana
se levantaba para lo que fuera, Catalina le miraba la cola. Como siempre, Diana
no me hizo caso, por lo que seguía con su vestidito de modal, exhibiendo su
tremenda cola sin bombacha. Pero aún así, me costaba comprender que aquella
escena en la pieza, y las miradas que se regalaban tuvieran otras intenciones.
A eso de las nueve, Diana estaba sentada en la
compu, explicándole a su hermana con sus modos que todavía le faltaba para
terminar un práctico de biología. Pero de repente, mientras yo completaba unos
crucigramas de una revista en la mesa de la cocina, escuché a Catalina
exponerla con todo su encono.
¡Síii, se re nota que te falta mucho! ¡Dejá de
mirar videos de pijas! ¡Sos una pendeja desubicada!, le dijo, zamarreándola de
un brazo.
¿Y qué? ¡Vos también mirás videos de pijas!
¡Claro, pasa que vos los ves en tu celular! ¡Pero yo no tengo tarada!, le
contestó Diana. En ese momento llegué a ver que en la pantalla de la compu se
proyectaba la imagen de un tipo negro, que le daba de su pija a una rusa que se
la comía toda.
¡Chicaaaas, por favor! ¿Todavía no aprenden a
compartir? ¡Diana, dejá de mirar porquerías!, dije, sin la mínima convicción,
clavando la punta de la lapicera en la revista. Entonces, empezaron a empujarse
y a gritarse. Catalina buscaba que Diana se caiga de la silla, y la pequeña le
arrancaba el pelo a su hermana. Ni siquiera escuchaban mis súplicas. De repente
se corrían por la casa, Catalina intentando pegarle, y Diana sacándole la lengua,
insultándola y chocándose lo que se le cruzara.
¡Sos una cagona nena! ¡No te la aguantás! ¡Así
que ahora cagaste! ¡Yo voy a usar la computadora! ¡Y te voy a borrar todo el
historial! ¡Y cuando te agarre, te voy a romper la cara! ¿Me escuchaste?, le
gritaba Cati a Diana, que estaba escondida debajo de la mesa.
¡Catalina, cortala, y andá a hacer lo que
tenés que hacer!, le grité, y entonces todo pareció serenarse. Al menos por un
rato. Es que, cuando Diana salió de su escondite, después de tomar un vaso de
gaseosa, se acercó a Cati, que ya estaba escribiendo en la compu, y le escupió
la cara. Eso terminó de enfurecer a Catalina, que enseguida se levantó, y fue
más rápida que Diana. La agarró antes que se perdiera al otro lado de la puerta del patio, le dio una cachetada, y le
subió el vestido para darle tres nalgadas ardorosas. Diana se puso a llorar
mientras corría a su habitación. Ninguna de las dos quiso explicarme nada.
Diana no me dejó entrar a la pieza, y Cati se enfrascó en su trabajo para
inglés. Esa noche decidí no cocinarles. Les grité que hasta que no reconsideren
sus actitudes, comportamientos y el lugar de cada una, se terminaron todos los
caprichitos.
Al día siguiente aparecí en la cocina un poco
más tarde. Me sentía cansada de lidiar con las crisis de mis hijas. Por otro
lado, tenía ganas de remolonear en la cama. Incluso había pensado en
masturbarme. No podía más de la calentura. Para colmo, cuando llegué a la
cocina, Catalina y diana desayunaban charlando como si nada. ¡Las quería matar!
Así que, ahora la enojada con ellas era yo. Pero en el fondo, lo más importante
es que volvían a estar bien. Tan bien que, luego, mientras Diana leía algo para
historia, Catalina, que estaba sentada a su lado le acariciaba la pierna. Diana
estaba en bombacha, como siempre.
¿Qué le hacés a tu hermana Cati? ¡Ojo, que no
quiero volver a escucharlas pelearse!, les advertí, por si acaso.
¡Nada ma, ahora parece que la pendejita se va
a portar bien conmigo!, dijo Cati, irritando un poco a Diana.
¡Yo no soy una pendejita!, se defendió Diana,
y siguió leyendo. Al rato, mientras me ponía a ordenar las vitrinas de la casa,
descubrí que Cati se había sentado en frente de Diana, y que sus pies no
estaban en el suelo. Me hice la boluda, y miré hacia abajo. ¡Uno de los pies de
Cati le acariciaba una pierna a Diana, y el otro parecía frotarle suavemente la
vulva! Sabía que si le hablaba, probablemente dejaría de actuar así. Por lo
tanto, seguí en mi rol de estúpida, y entonces divisé que los dedos de Cati
trataban de correrle la bombacha a Diana. Ella no paraba de leer, aunque
tampoco de mirarle las tetas a Cati, que las tenía desnudas.
¡Catalina, si no estás haciendo nada, andá y
ponete algo! ¡No quiero verte más en tetas! ¡Y lo mismo para vos Diana! ¡Cuando
termines de leer, vas y te ponés un pantalón, o algo!, les dije, intentando
sorprenderlas. Cati rezongó, pero se levantó de la silla. Diana seguía leyendo,
sin darse cuenta que yo la miraba tocarse la vagina. Su bombacha azul le cubría
el dorso de la mano, y sus ojos parecían cerrados ante las páginas del libro de
historia. Aún así no tuve el valor para detenerla. ¡Mi hija se estaba pajeando
adelante mío!
¡Diana, hoy te lavé las sábanas, y, te cuento
que, tenían olor a pis! ¿Qué te pasó?, le dije de repente, acercándome a ella,
que no me esperaba.
¡No sé ma, qué raro! ¡Pude haber tenido algún
sueño chancho!, me respondió levantándose de la mesa, una vez que cerró el
libro. Encima de hacerse la graciosa, me sonreía con un sarcasmo que no le era
propio. Se dirigió a su pieza, y entonces aproveché para usar la aspiradora,
cosa que ponía nerviosa a Catalina. ¿Mi hija ya tendría sueños mojados?
Luego del almuerzo, Diana se puso a ver un
partido viejo de un equipo alemán contra el Real Madrid. Catalina tenía los
auriculares puestos, rabiando porque el relato del partido se le filtraba en
sus canciones de Bruno Mars. Le pidió unas tres veces que baje un poco el
volumen, pero Diana se le reía, y ni le contestaba. Cati pareció contar hasta
diez, y antes de mandarla a la mierda, o de irse al patio, por ejemplo, le
dijo: ¡Yo no entiendo por qué tenés que ver partidos viejos! ¡Ya sabés el
resultado y todo! ¡Encima, te la pasás mirándoles el culo, y los bultos a los
jugadores, que encima, la mayoría son horribles! ¡Estás re alzada nena!
Diana se rió aún con más ganas, y le sacó la
lengua.
¡Obvio Cati, si están re ricos esos tipos! ¡Vos
no entendés una chota de jugadores! ¡Aparte, me encantaría jugar ahí, entre
ellos! ¿Sabés cómo les bajaría los pantalones, y me prendería a mamarles las
vergas?, se reveló Diana, metiéndose un dedo en la nariz.
Yo las
chisté para que no empiecen a pelearse, y seguí lavando los platos.
¡Además, como si alguno de ellos se fijaría en
vos! ¡Primero ponete más crema en esos granitos, lavate las bombachas y las
medias, y aprendé a no eructar cada vez que tomás coca! ¡Sos una grasa nena!,
le dijo Cati, amagando con levantarse del sillón. Pero Diana le apretó una
pierna y le arrancó los auriculares. Cati reaccionó, y le dio una cachetada.
¡Por lo menos yo no le mando fotos de las
tetas a nadie!, le gritó, mientras Cati se frotaba la mejilla, dispuesta a
contestarle. Pero, al parecer, se dieron cuenta que yo estaba cerca de ellas, y
buscaron otro motivo para hablar. Sin embargo, no pude ignorar el momento. Ni
bien terminé de lavar los cubiertos, me dirigí hacia a ellas y le pregunté
directamente a Cati, mirándola a los ojos: ¿Es cierto eso Catalina? ¿Te sacás
fotos para enviárselas a alguien?
Cati evidenció sus nervios hamacándose en el
sillón. Pero cuando habló lo hizo con determinación.
¡Obvio que no ma! ¡Yo no soy ninguna puta!,
replicó, mientras Diana se reía, y puteaba a Ronaldo.
¡Yo nunca dije que fueras una puta! ¡Solo, que
no me parece que le estés enviando fotos íntimas a ningún chico!, acentué,
tratando de calmar la situación.
¡Pero lo hace ma, casi todas las noches se
saca fotitos!, volvió a acusarla su hermana. Cati quiso golpearla. En sus ojos
había una furia imposible de ocultar. Pero yo la frené a tiempo.
¡Dame tu celular Catalina! ¡Quiero ver si es
verdad lo que dice tu hermana!, me impuse a sus berrinches, palabras por lo
bajo y amenazas absurdas a Diana.
¡Bueeeenooo buenooo, tomáaa, acá lo tenés! ¡Es
cierto que me saqué fotos! ¡Pero solo se las mandé a la Lurdes! ¡Es porque ella
me quería comprar un corpiño, de esos que vende la tía!, se excusó, con un nudo
en la garganta inusual en ella. No me cerraba que estuviese mandándole fotos de
sus tetas a su prima. Pero, tampoco me pareció algo descabellado. Con los
adolescentes nunca se sabe, pensaba, mientras les decía que no quería
escucharlas discutir más, ni verlas tratarse mal, ni golpearse.
¡Escúchenme bien! ¡Ahora me voy a dormir la
siesta! ¡Diana, vos me bajás el volumen del televisor, y cuando termine el
partido, te ponés una bombacha como la gente! ¡Hace dos días que tenés la misma
bombacha! ¡Y vos Catalina, dejá de provocar a tu hermana! ¡Vos sos la más
grande, y deberías dar el ejemplo! ¡No quiero volver a enterarme que te sacás
fotitos desnuda! ¡Y no me interrumpan cuando les hablo! ¡No quiero tener que
venir por otra peleíta! ¿Me escucharon bien? ¡Al mínimo ruido, puteada, o
cualquier grito que escuche, me van a conocer enojada, como nunca!, les dije,
sobreponiéndome a sus disculpas, reproches, excusas y promesas de que se van a
portar bien. Me levanté del suelo, donde prácticamente me había hincado para
hablarles, y me fui a la pieza. Cerré la puerta con fuerza, para demostrarles
que estaba verdaderamente indignada, y además, para darles la privacidad que
seguro necesitaban para reconciliar las cosas.
Una vez tendida en mi cama, en ropa interior,
con el corazón palpitando en mis sienes como una comparsa, me sentí extraña. Ver
a mis hijas semidesnudas todo el tiempo, a Diana con la misma bombacha, saber
que Cati se saca fotos desnuda para enviárselas a vaya a saber quién, y el
recuerdo del aroma de las sábanas de Diana, todo eso daba vueltas en mi
vientre. Consideré que tenía la vagina repleta de flujos, y que necesitaba
masturbarme urgentemente. Pero, una corazonada, de esas que tenía de vez en
cuando, me impulsó a dirigirme a la puerta de mi pieza. La abrí, sin hacer
ruido con el picaporte. Caminé en silencio hasta la puerta del baño, desde
donde se podía ver perfectamente el sillón en el que las dos todavía
permanecían discutiendo, solo que en voz baja. La tele estaba muteada.
Entonces, las escuché escupirse, y decirse cosas.
¡Vos sos una buchona de mierda!, decía Cati
todo el tiempo.
¡Y vos una mugrienta, una sucia, una culeadita
que en lo único que piensa es en tocarse la concha!, le decía Diana, esquivando
las cachetadas que Cati le prometía. Entre tanto, Cati le escupía la boca a
Diana, y ella hacía lo propio con su hermana, solo que en general apuntaba a
sus tetas.
¿Te gustaría tener las tetas como las mías
conchuda?, le decía Cati, pellizcándole la pierna. Diana se quejaba, y volvía a
escupirla. Cati le estiraba la bombacha de los elásticos y se la escupía,
diciéndole desaforada: ¡Al menos ahora la vas a tener más sucia, y no te va a
quedar otra que sacártela!
No entendía que les pasaba. Pero después, una
vez que varias escupidas caían en el pelo, el abdomen o las tetas de Cati, o en
la cara, los pies y la bombacha de Diana, las dos se tiraron en el sillón
donde, al parecer se pegaban. Lo claro es que se arrancaban los pelos, se
mordían las orejas y se pellizcaban. Como estaban tan encarnizadas con tamaño
espectáculo, no escucharon mis pies descalzos acercándose a ellas. Enseguida
las separé, manoteándolas de un brazo. Esta vez sí que se sorprendieron.
¿Qué mierda les pasa a ustedes? ¿Son animales
para comportarse así?, les decía, mientras las zarandeaba del pelo. A Cati se
le llenaron los ojos de lágrimas. Diana derramó unos chorritos de pis en el
sillón antes de levantarse y quedarse de pie, inmóvil ante mis ojos cegados por
la rabia.
¡Explíquenme a qué carajo estaban jugando! ¿Por
qué se escupían así? ¡Mirate el pelo Catalina! ¡Lo tenés hecho un asco! ¡Y vos
Diana, debería darte vergüenza! ¡Las vi cómo se escupían!, las increpaba,
intentando que alguna de las dos me hable.
¡Estábamos jugando ma!, dijo Diana al fin.
¿Y les parece bien jugar a hacerse daño? ¡Mirá
los moretones que tenés en las piernas vos nena!, le decía, indicándole a Cati
los pellizcos que tenía por todos lados, pero fundamentalmente arriba de las
rodillas.
¿Y a vos nena? ¿Lo único que se te ocurre
hacer cuando te reto es mearte encima?, le grité a Diana. Entonces, las llevé
de un brazo al lavadero. Una a cada uno de mis lados, para evitarles más
contacto visual o físico.
¡Vamos, primero vos Catalina, le sacás la
bombacha a tu hermana, y se la lavás!, le ordené a Catalina, que quiso
desobedecerme. Pero yo me apropié de su celular, y le prometí no devolvérselo
hasta que cumpla mis órdenes. Así que lo hizo. Diana se dejó sacar la bombacha,
y luego Cati la lavó en la bacha, mientras Diana debía limpiarle a
regañadientes todas las escupidas que tenía en las tetas con una esponja
enjabonada. Yo las supervisaba para que ni se les ocurra mirarse. Las dos
respiraban multiplicando bronca, pero ninguna dijo una sola palabra.
¡Ahora, estrujás la bombacha de tu hermana, y
la colgás afuera! ¡Y sin chistar!, le dije una vez que Cati terminó de lavarla,
mientras yo le quitaba la esponja a Diana. Cuando Cati nos dejó a solas, le
levanté la pollerita y le di un chirlo que hasta hoy me arde en la mano,
acusándola de sucia, de mala hermana, y de todo lo que se me ocurría en el
momento.
¡Ahora te metés a bañar, y nada de rezongarme!
¡Ustedes no aprenden más! ¡Voy a tener que apelar a la mano dura para que me
entiendan!, le dije a Diana, mientras salíamos del lavadero. Ella totalmente
desnuda. Justamente, en el camino nos cruzamos con Catalina, que seguía en
tetas. Ninguna de las dos evitó mirarse con algo de ira. Pero Cati volvió a
mirarle la cola a Diana, y ella las tetas a su hermana. Ya no podían ser
alucinaciones mías. Pero tampoco debía ser tan directa al preguntárselos.
Luego, las tres tomamos unos mates, casi sin
hablarnos. Diana tenía un vestidito de entre casa, el pelo mojado apretado en
una toalla, por primera vez en un mes y medio, se había puesto unas ojotas en
los pies. Cati, ahora lucía sus preciosas gomas en el escote de otro vestido mucho
más elegante, lleno de brillitos y detalles. Supongo que entre ellas no se
miraban porque yo las acechaba. En un momento, cuando Cati le dio el mate a
Diana, me pareció que le tomó la mano con demasiada delicadeza como para estar
enojadas.
Más tarde las dos se pusieron con sus tareas
escolares, y luego, mientras yo preparaba la cena, Diana se fue a su
habitación, y Catalina usó la compu para hacer unas impresiones. Después
comimos unos fideos con tuco, y tuvimos una charla en la que las dos se
disculparon. Yo les hablé de la importancia de estar unidas, fuertes y
amistosas. Les expliqué que ciertos juegos no son para nenas de su edad, y que
me preocupaba que se llevaran tan mal de repente, cuando antes nunca lo habían hecho. De modo que, una
vez que me prometieron que se iban a comportar, las ayudé a levantar la mesa, y
me fui a recostar. Se me partía la cabeza. Además, quería dejarlas solas porque
iban a ver una película coreana. Por las dudas, hice lo mismo que durante la
siesta. Cerré la puerta a propósito con un exagerado portazo, cosa que tuvieran
la certeza que cerré. Entonces, apenas mi cuerpo cayó sobre mi colchón, empecé
a pensar en todo lo que había vivido. ¿Qué les pasaba a mis hijas? ¿Tan mala
madre era yo que no era capaz de comprenderlas, o interpretarlas? ¿Por qué se
escupían de esa manera? ¿Por qué Cati dijo que estaban jugando, y qué clase de
juegos era ese? En todo eso pensaba, cuando las tetas de Cati, la imagen de
ella sacándole la bombacha a su hermana para luego lavarla, la cola de Diana
bajo esa pollerita húmeda por el susto en el sillón, y el recuerdo de las
charlas que les había escuchado, aturdían lo poco de sentido común que me
quedaba. Supongo que pasó una hora, hasta que no lo pude soportar más. De
pronto tuve una sed que me secaba hasta el aire que respiraba. Ya me había
masturbado, y para el secreto de mis perversiones, me puse a imaginar a mis
hijas totalmente desnudas. Fantaseaba que les chupaba las tetas a las dos por
igual, y que mis manos le castigaban la cola a Diana. Recuerdo que me saqué la
bombacha para ponerme una seca, ya que la que tenía terminó desbordada de mí
misma, que me puse un camisón y abrí la puerta de mi cuarto, pensando en ir a
la heladera en busca de una cervecita. Pero la tele no se oía. En lugar de eso,
las voces de mis hijas, un poco más risueñas que de costumbres se entrelazaban
en una charla más que caliente. Por lo que me quedé a escucharlas.
¡Dale Cati, no es lo que vos pensás! ¡No podés
ser tan cerrada nena!, le decía Diana, evidentemente con algo en la boca. Cati
también masticaba algo, al parecer más crocante.
¡No nena, vos estás re chapa! ¡Somos hermanas!
¿Además vos qué sabés de eso?, le retrucaba Cati, buscando algo en el sillón.
¡Lo cierto es que vos estás calentita! ¡Yo te
vi pajeándote nena!, le dijo Diana, haciéndose la superada por tener semejante
información en su contra.
¡Bajá la voz idiota! ¡Si mami te escucha
estamos al horno! ¡Pero ya te dije! ¡No necesito tu ayuda! ¡Todo lo que quiero,
es una pija! ¡Y que yo sepa, vos no tenés pito nena!, le dijo Catalina
procurando hablar en susurros, pero el tenor de sus palabras era más inmediato
que su recato.
¿Y quién te dijo que es necesaria una pija
para tener placer? ¡Y mami no nos escucha desde acá boba!, le dijo Diana,
endulzando aún más su voz de futbolera, haciendo suspirar a Cati. Rápidamente
entendí por qué, al acercarme un poco al dintel de la puerta del comedor, donde
había una cortina ocultando mi figura, supongo que a esas alturas convertida en
cenizas de un incendio voraz. Las manos de Diana le acariciaban las tetas a su
hermana. Las dos estaban en bombacha. Cati con un culote azul, y Diana con una
bedetina violeta.
¡Yo vi cómo la Yésica masturbaba a dos chicas
en el vestuario! ¡Y, bueno, a mí, me comió la concha! ¡NO sabés qué rico que se
siente cuando una chica sabe usar tan bien su lengua!, dijo Diana, y mis
pulsaciones amenazaron con delatarme de lo fuerte que galopaban en mis venas.
¡Sos una tarada Diana! ¡No te creo! ¡A vos
nadie te la chupó, y no podés haber visto eso! ¡Sos una pendejita todavía para
saber esas cosas!, le decía Catalina, poniéndole play a la peli que de pronto
se oyó re fuerte en el silencio de la noche. Pero Diana le quitó el control
remoto, y volvió a pausarla.
¡Seré una pendejita, pero en el fútbol
femenino hay muchas lesbianas! ¿Sabías? ¡Aaaah, cierto, que las modelitos como
vos solo miran a los tipos lindos y de plata!, se le burló Diana, subiendo una
de sus rodillas encima de las piernas de Cati, que no se resistió. Durante un
tiempo no se hablaron.
¿Qué vas a hacer? ¿Me vas a enseñar a besar?
¡Se ve que en el vestuario aprendés más que en casa! ¿Ahí no te enseñan a lavarte
la bombacha, o a no eructar, o a no meterte los dedos en la nariz?, decía
Catalina, al parecer decidida a seguir enumerándole cosas. Pero de pronto se
interrumpió, porque los labios de Diana se estrellaron contra uno de los
pezones de su hermana, y empezaron a sorberlo.
¡Aaay, así hija de puta, chupame así!, dijo
Cati, en un repentino cambio de personalidad que jamás le había conocido. Fue
inmediato. Cuando la boca de Diana se alimentaba de todo el contorno de su teta
derecha, Cati empezó a sujetarla del pelo, deseando que no deje de succionarla.
¿Cómo era, todo eso que decías? ¿Qué pasaría
si yo tuviera un pito abajo de la bombacha? ¡Me pedirías que te coja toda,
putita! ¿Quién era la pendejita?, le dijo Diana, aún con la boca ocupada con trozos
de la teta de su hermana, que gemía suavecito, intentando no manifestarse del
todo.
¡Callate tarada, y seguí chupando, comeme las
tetas!, le dijo Cati, luego de pegarle un chirlo en la nalga que no tenía
apoyada en el sillón. Diana continuó babeándole esa teta y después la otra.
Cati solo suspiraba, le acariciaba la cara y le enredaba el pelo, apretando sus
ojos en una calentura que seguro le oprimía el pecho. Incluso le metía los
dedos en la boca a Diana, que se los chupaba y mordía.
¡Te juro que en la siesta, si mami no
aparecía, no iba a parar hasta chupártela!, dijo Diana, luego de morderle un
dedo y hacerla chillar. Esa confesión le valió un buen tirón de pelo, y
entonces Diana abandonó su rol de lactante. Le agarró la cara a su hermana, y
tras mirarla un largo rato a los ojos, le escupió las tetas para apoyar las
suyas contra las de ella, y comenzó a morderle los labios con un desenfreno que
a Cati la enloquecía. Además, Diana se movía hacia arriba y abajo para
garantizar la fricción esperada a esos globos de carne. Algo hacían con sus
manos, pero no llegaba a verlo con claridad. Era obvio que las manos de Diana
buscaban tocar el sexo de Cati. Ella prefería pegarle en el culo a Diana, que
ya estaba casi encima de su hermana.
¡Dale, escupime la cara guacha! ¡Pero esperá
un ratito viciosa!, le solicitó de repente Catalina, que al parecer intentaba
sacar la mano de Diana de entre sus piernas. Entonces, las dos empezaron a
escupirse como en la siesta. Solo que entretanto se besaban. Especialmente
Diana le pasaba la lengua por toda la cara a Cati, que en un momento le agarró
una pierna a su hermana para colocarla entre las suyas. Ahí comenzó una especie
de frotación que, no podía tratarse de otra cosa que de la vulva de Cati contra
la pierna de Diana.
¡Sacate todo nena!, le decía la pequeña, que
otra vez volvía a mamarle los pezones, pero sin olvidarse de frotar su pierna
allí. Cati la nalgueaba, y Diana se frotaba más rápido. Habían cesado las
escupidas, pero no los besos obscenos, ni las mordiditas que se daban en el cuello.
Yo, entretanto sentía que la bombacha se me
deslizaba por las piernas, y que dos dedos comenzaban a penetrar mi vagina
totalmente expuesta. Estaba parada contra la pared, sin palabras para decirles,
ni reprimendas que impartirles. Todo lo que quería ver, era todo lo que quizás
les había prohibido. ¿Pero, cómo podía ser? ¿Mis propias hijas se estaban
tocando, besando, lamiendo, saboreando y recorriendo adelante mío? ¿O todo era
un maldito sueño, o un efecto secundario de los ansiolíticos que consumo todas
las noches?
¿Vos tuviste sexo con chicas, putita? ¿Por qué
tuviste que entrar al baño tarada? ¡¿Vos pensás que la única que se puede
pajear en nuestra pieza sos vos?, le reprochaba Cati. Pero Diana no la
escuchaba. Seguía comiéndole el cuello a chupones, frotando su pierna en su
sexo, soportando los pellizcos de Cati en sus nalguitas, las que ahora se
iluminaban por la luz del televisor, de vez en cuando le estiraba un pezón con
sus labios. El sillón empezaba a sacudirse, y Cati se aferraba cada vez más a
Diana, a sus frotadas, sus movimientos y a su cuerpo.
¡Quedate ahí nena, daleee, asíiii, aaay,
mordeme una teta, dale guacha, asíii, lameme todaaaa, tomáaa pajeraaa, aaaay!,
decía Cati, zarandeando a su hermana con una energía que parecía surgir de lo
más profundo de sus ansias. Diana gritó, y de inmediato Cati le tapó la boca,
mientras seguía jadeando.
¡Sacate la bombacha nena, dale, ahora!, le
dijo sin más Cati, cuando de a poco Diana se despegaba de su cuerpo. Una vez
que estuvo solita, parada sobre la alfombra, se miró la pierna colorada de
tantas frotadas.
¡Me mojaste toda nena!, murmuró Diana,
mientras Cati se bajaba la bombacha y se acariciaba la vagina.
¡Dale tarada, sacate la bombacha!, volvió a
repetirle Cati. Pero Diana se arrodilló frente a las piernas de Cati, se las
empezó a besar, y en menos de lo que imaginé para una nena de su edad, le bajó
la bombacha para ocultar su rostro contra la vulva de Catalina.¿
Querés que te enseñe, o no?, le dijo de
repente. Cati no le contestó, pero condujo su cabeza lo más próximo que pudo a
su pubis. Pero de repente, cuando pensé que Cati disfrutaría de algunos besitos
en su vagina, tomó a Diana de los hombros, obligándola a ponerse de pie, y fundió
sus labios en los de ella, mientras le bajaba la bombacha.
¿No entendés que quiero tu bombacha? ¡Hace
días que no puedo dejar de mirarte la cola, ni de mirarte cuando dormís desnuda
nena!, le decía Cati, mientras sus besos se intensificaban. Entonces,
finalmente, Cati se quedó parada, con una pierna sobre el sillón, y con la
bombacha de Diana contra su rostro. Diana volvió a hincarse ante el sexo de su
hermana, y aunque esta vez no pude ver lo que pasó, las palabras de Cati me lo
subtitulaban con un impresionante realismo.
¡Así nena, me encanta, seguí, máaas, comeme
toda la conchitaaa, uuuuuf, qué ricoooo! ¿Así te lo hizo la Yesi? ¡Ahora la
quiero conocer a esa perra! ¡Asíiii suciaaa, cómo me calienta estooo!, decía
Cati cuando la lengua de Diana, invisible para mis ojos, se nutría de todos los
jugos de la conchita de Catalina. No lo veía, pero los ruiditos de la
efervescencia de esos flujos no tenían paz, y la lengua de Diana tampoco.
¡Pará nena, no seas atrevida! ¡Eso noooo,
heeeey, pará cerditaaaaa!, la escuché decir, mientras la veía tambalearse. Yo también
estaba deseando la lengüita de mi hija en la concha.
¡Tranquila nena, que te va a poner loquita!
¿Nunca le entregaste la cola a un chico? ¡Esto va a ser más suave!, dijo Diana,
que no paraba de chupar, tragar, toser, saborearse y gemir en la penumbra de la
noche. Una vez más supe lo que Diana le hacía a su hermana.
¡UUuuuuf, qué ricoooo, asíiii asquerosa,
chupame el culoooo, asíii, tocame toda la conchitaa, así, asíii, asíiii, aaaay,
dioooos, parece que me voy a mear, asíii, putita, qué rica lengua tenés
pputitaaaa, me encanta, pero meteme los deditos, asíiii, aaaayaaaaa, uuuuuf,
aaaauch, comeme todo el culo pendejaaaa!, decía Catalina, aún sin elevar
demasiado la voz, pero frotándose las tetas con la bombacha de Diana,
lamiéndola de vez en cuando, abriéndose las nalgas con una mano y tironeándole
el pelo a Diana. Mi pequeña obrera seguía lamiendo a su hermana, que poco a
poco comenzaba a desplomarse en el sillón, rendida, exhausta, incapaz de
respirar con mayor ferocidad. Una vez que el orgasmo la atrapó, Diana se sentó
al lado de Cati, con una mano entre sus piernas. Cati tomó su rostro y le dio
un beso de lengua imposible de olvidar, especialmente por el estruendo con el
que estalló.
¡Tomá tu bombacha nena! ¡Me excita tu olor!
¡Nunca pensé que te lo iba a decir!, le decía Catalina, mirándola profundamente
a los ojos. Diana seguía tocándose la vagina, expresando claramente que ella
aún no había acabado. Pero su hermana no le prestó atención.
¿Le habías chupado el culo a una chica?, le
preguntó Cati, intentando recuperar el aliento.
¡No, vos sos la primera que me deja chuparle
el culo! ¡Dale Cati, tocame!, le pidió. Pero Catalina no la escuchaba.
¿Y la concha? ¡No es la primera vez que chupás
una concha!, averiguó, cuando Diana abría sus piernas para frotarse la bombacha
en la vagina.
¡Sí, conchitas, ya había chupado!, le dijo, y
esta vez se aseguró de brindarse su propio placer. De repente, se subió a las
piernas de su hermana y empezó a fregar su concha en una de ellas, como si
estuviese a caballito.
¡Dale forra, pegame en el culo, pero bien
fuerte, asíiiii! ¡Dale hija de puta, que yo hasta te chupé el culo nena!, le
pedía, lamiéndole los pezones una vez más, sin dejar de restregarse. Catalina
empezó a azotarle el culo, a escupirle la cara y a mordisquearle las tetas.
Pero no parecía obtener el mismo placer que Diana reflejaba en sus ojos cuando
se devoraba a su hermana.
¡Te gusta chupar culos, nenita sucia,
pajerita, asíii, acabá perritaaaaa, dale que mami no nos escucha! ¡Hacete pis
si querés, como cuando te masturbás a la noche!, le decía Cati, pellizcándole
los pezones. A Diana le dolían, pero el placer le encendía los ojos como
luciérnagas detenidas en el tiempo. Por eso, justo cuando yo creía que me
derrumbaría de la excitación, Diana empezó a saltar sobre la pierna de su
hermana, a buscar su boca para besarla, a pedirle más nalgadas en el culo y a
gemir cada vez más aturdida de sí misma. Al mismo tiempo se oía el cúmulo de
jugos descendiendo de su vagina. Claro que, lo que no me imaginaba era que Diana
se iba a hacer pichí. Eso pareció excitar a Cati, que empezó a besarla más
fuerte, a lamerle hasta los ojos y a decirle más cositas chanchas que no
llegaba a oír desde mi posición.
Tuve muchas opciones. Supongo que todas
pasaron por mi mente en un segundo imperdonable de locura. Pero, ni bien las
escuché recuperarse, acomodarse en el sillón, y hacer de cuentas que seguían
llevándose como perra y gata, me subí la bombacha y volví a mi cuarto. Tenía la
sensación que si me acostaba, tal vez, me despertaría en una realidad distinta,
y comprendería al fin que todo había sido un sueño. Pero antes de acostarme,
volví a escucharlas hablar, aunque ahora más fuerte.
¡Te dije que no Cati, no es pis! ¡Pasa que yo acabo mucho! ¡No sé cómo es
que se llama, pero a muchas chicas les pasa!, decía Diana, sin parar de
caminar. Al parecer se correteaban lo más en silencio que pudieran, para no
despertarme.
¡Nooo nenitaaa, vos te hacés pichí todavía,
porque sos una cerdita! ¡Te encanta lamer culitos y conchitas! ¡Reconocé que
eso no es normal! ¡Estás enferma nena!, le decía Cati, persiguiéndola. En ese
momento, preferí salir de mi pieza, y enfrentarlas.
¿Qué pasa acá? ¿Otra vez ustedes dos?, les
dije. Las dos se pararon en seco, justo al lado de la mesa.
¡Nada ma, solo, es que, ella empezó… pero
estamos jugando… posta que esta vez yo no hice nada!, se entrelazaban sus voces
llenas de culpa. Cati ya tenía su culote y una remera celeste. Diana estaba
desnuda.
¿Y, vos, por qué estás en bola?, le pregunté
directamente a Diana, sabiendo que no me diría la verdad.
¡Pasa que, bueno, como nos andábamos
corriendo, creo, que, de tanto reírme, me hice pis! ¡Perdón ma!, dijo al fin, cubriendo
por completo a su hermana
¡Bueno, basta! ¡Ya es muy tarde para que anden
jodiendo! ¡Vos Cati, te vas a tu cama! ¡Mañana entre las dos me arreglan todo
el despelote que hicieron en el comedor! ¡Y, vos Diana, hoy vas a dormir
conmigo! ¿Estamos?, les dije. Cati sonrió. Supongo que porque estaba segura que
iba a castigar a su hermana. Por eso, una vez que se fue a la cama, yo le
agarré la mano a Diana, y me la llevé a mi habitación. Una vez adentro, cerré
la puerta, me quité el camisón y apagué mi celular. Diana se sentó en mi cama,
como esperando mi orden para acostarse, o al menos para saber de qué lado debía
hacerlo. Pero en lugar de eso, la empujé para que su espalda impacte en el
colchón, le abrí las piernas y le olí la vagina, sin importarme que mi nariz
toque su piel húmeda, caliente y brillante.
¡Vos no te hiciste pichí Diana! ¡A mí no me
podés mentir! ¡Lo que te pasa, es que estás alzada! ¿A vos te gusta que te
escupan?, le dije, antes de escupirle la panza, y de desatar varios látigos de
saliva contra su vagina. Su olor era delicioso.
¡Vi todo lo que pasó chiquita! ¡No tenés que
hacerte la tonta! ¡Ya sabés! ¡Si no querés que hable con tu padre de esto, me
vas a tener que hacer todo lo que le hiciste a tu hermanita! ¿Te gustó chuparle
la concha, y lamerle el orto?, le decía, mientras sus ojos se iluminaban al
mirarme las tetas. Ahora la que dominaba era yo, y no iba a permitirle que me
desobedezca. Fin
Recordá que este, o cualquier otro relato del blog, podés pedírmelo en audiorelato, a un costo más que interesante. Consultame precios y modalidades por mail.
Este es mi correo ambarzul28@gmail.com si quisieras sugerirme o contarme tus fantasías te leeré! gracias!
Acompañame con tu colaboración!! así podré seguir haciendo lo que más amo hacer!!
Cafecito nacional de Ambarzul para mis lectores nacionales 😉
!uf!, cati, diana, la madre. que ricas nenitas, !lo unico que hace este blog es bolarme la cabeza!. que rica historia!. espero se pueda llegar a continuar, me interesaria saber que es lo que ocurriria entre diana y su madre. gracias ambarzul por todo esto.
ResponderEliminarCreo que a mí también me gustaría. jejeje! pero, creo que lo dejaremos a la imaginación, al menos por ahora! ¡Un Beso!
EliminarQue rico todo lo que escribís ámbar
ResponderEliminargraciaaaaaas!
Eliminarexcelente Ambar, me gustaría saber q pasa después y me gustaria escucharte en un audiorelato.
ResponderEliminarsabes que soy uno de tus fans y me bolas el bocho.
genia