Supongo que mi fijación, esa especie de
adoración inentendible que arrastro por las bombachas sucias, se me desarrolló
cuando era niño. Mis padres trabajaban todo el día, y entre mis 14 y 16 años,
mi hermano menor y yo quedábamos al cuidado de Doña Alicia, una mujer casi tan
humilde como el pueblito en el que vivíamos. No había más de 800 habitantes
allí. Por eso no era bueno alimentar rumores acerca de ningún tema. De lo
contrario, las viejas se ocupaban de repartir el chisme a todo el poblado.
Estoy seguro que jamás intenté hacerle nada a las hijas de doña Alicia por esa
única razón. A esa edad, no es fácil obviar a dos chicas que en ocasiones se
bañaban sin inhibiciones, tal vez sin tener en cuenta las pocas comodidades que
tenían para hacerlo. No recuerdo con precisión el nombre de las muchachas, a
pesar que nos la pasábamos jugando cuando no hacíamos la tarea del colegio. La
más chiquita era insoportable. Pero la mayor, que tendría unos 18 en ese
tiempo, fue la destinataria de mis primeras pajas adolescentes, ya que la vi
bañándose desnuda infinidades de veces. Aquella casa era híper precaria,
bajita, con techo de chapa y piso de cemento, con paredes despintadas y
desprolijas. El baño no tenía ducha, ni puerta. Por eso siempre la veía bañarse
desnuda, paradita en un fuentón con agua tibia, refregarse la esponja repleta
de espuma y enjuagarse con un balde. Cuando ella me descubría embobado con su
figura mojada, solo me miraba y se reía.
Hacía flor de enchastre cuando se bañaba. Y ni
hablar su hermanita, a la que no era tan fácil encontrarla limpia. Pero la
grandecita, tenía unas tetas de pezones enormes y oscuros que me hacían
alucinar despierto. Esas tetas siempre serán mis predilectas.
Sin embargo, tuve la suerte de apropiarme de
muchas bombachas sucias de las hijas de doña Alicia. Las de la pequeña me
calentaban por el olorcito a pis que comenzaba en el elástico y se multiplicaba
en el resto de la tela. Pero las de la mayor, directamente me hacían arder de
emoción. Ahí me declaré adicto al olor a conchita impregnado en esos atuendos
de diosas calientes, a esas gotitas de pis que no pueden sostener, y a esas
manchitas de flujo marrón que las tiñe de calentura. Claro que, jamás se las
devolví, y no regresé a la casa de doña Alicia una vez que terminé el secundario.
Pero a los 21, por esas cosas de la vida, en
medio de mis estudios, algunas indecisiones económicas, ciertos fracasos
amorosos y con una abstinencia que no cabía en ningún equipaje, conocí a
Romina. Estudiaba Bellas Artes en la misma universidad en la que yo paría mi
carrera de Diseñador Gráfico. Es morocha, delgada, dueña de unos ojos marrón
avellanas que me volvieron loco ni bien su mirada se clavó en mis nervios por
invitarla a salir, de unos labios gruesos y un cutis blanco espejo. Tiene unas
tetas normales, aunque a mis amigos les parecía una chata, con dos pezones
deliciosos grandes y oscuros, como a mí me gustaban. También tenía una cola a
la que le fascinaban los chirlos. Digamos que, los primeros días de relación,
todo daba vueltas en ese idilio de enamorados. Todo se vestía de pasiones y
besos por doquier. Pero no tardé en darme cuenta que era híper celosa,
absorbente y dominante. No le gustaba que me reúna con mis amigos, que tome
cerveza si no estábamos juntos, que mire videos chanchos en el celular, que me
haga la paja las veces que no podíamos encontrarnos, ni que mire a otra chica
que no sea a ella. ¡Pobre de mí si se enteraba que alguna compañera me había
dado un beso en el cachete siquiera! Me taladraba la cabeza con sus celos, sus
inseguridades o sus miedos. A veces la comprendía. ¡Pero otras tantas quería
mandarla a la mierda!
A los dos días de habernos puesto de novios,
la señorita se metió conmigo al baño de hombres, y me empezó a franelear de una
manera que, no pude más que encomendarme a todos los diablos de mi pene y a su
erección inevitable. Apenas le dije: ¡Che, y con todos te metés en el baño para
manosearles la verga vos?!, me dio vuelta la cara de una cachetada, me arrancó
el pelo y me mordió los labios, subiendo y bajando con su mano por mi tronco
arropado con violencia, diciéndome: ¡Callate la boca taradito, que ahora tu
noviecita te va a tomar toda la lechita, así entrás al salón más calentito
conmigo perro!
¡No puedo explicar con palabras todo lo que
esa boquita depredadora construyó en mi glande! Apenas sus labios comenzaron a
succionar mi virilidad, también comenzaron sus gemidos, sus olfateadas
profundas, sus ríos de baba en el suelo y en mi bóxer, sus chupones a mis
bolas, sus mordisquitos sutiles a los costados de mi cabecita hinchada y sus
sacudidas de mi pija contra su boca, mientras decía: ¡Dame leche amor, acabame
en la boca, que quiero ir toda enlechada a la clase, y que todos se den cuenta
que tengo aliento a pija! ¡Dale guacho, largala toda que estoy re putita con
vos!
No tuve forma de descartar sus peticiones. En
parte porque me erotizaba escuchar a los otros vagos entrar y salir del baño. Y
en especial, porque esa genia del sexo oral me pervertía con su lengüita
movediza, caliente y golosa. Le acabé casi todo en la garganta, y ella me fregó
las tetas contra la pija babeada y con restos de leche, sin soltarlas de una
remerita elegante que solía usar para cursar. Esa vez me dio un beso de lengua prolongado
y se fue diciendo: ¡Nos vemos a la salida, y comemos algo!¿Sí? ¡Hoy te toca
pagar a vos!
A los 3 días, me dio un pico delante de mi
grupo de compañeros de estudio, y me apretó la verga con una mano. Todos
estábamos de pie en la galería, intentando dividir unos temas para un parcial.
Además, dijo con su arrogancia particular: ¡Hola mi bebéeee! ¡Te extrañé, y no
sabés las ganas que le tengo a esta cosita!
La miré re mal, y se me hizo la ofendida en el
acto. La disculpé con los chicos, y le dije que apenas terminara de sacar unas
fotocopias la esperaba en el bufet. Ella volvió a besarme en la boca, esta vez
mordiéndome los labios, y dijo: ¡Dale guachito, no tardes, que quiero hacerte
gozar!
¡Nunca había sentido tanto calor y vergüenza a
la vez! ¡Pero, al mismo tiempo me sentía el hombre más afortunado del mundo! No
sé qué habrán pensado los pibes. Pero no me interesaba demasiado. No quería
convertirme en un moralista aburrido, prejuicioso y abúlico como cualquier
domingo de mi pueblo.
Otra vuelta, a mi salida de un parcial,
mientras los nervios por haber rendido un oral se me aliviaban en el estómago,
Romina apareció con una amiga.
¡Hola Martín! ¿Cómo te fue?!, me dijo mientras
me apretujaba contra la pared para estamparme flor de chupón con lengua y todo.
A la misma vez su cuerpo se franeleaba contra el mío, y me fue casi imposible
no demostrar mi erección ni bien ella se me separó.
¡Aaah, perdón, no te la presenté! ¡Ella es
Analía, la chica que te dije que siempre me presta sus apuntes cuando falto!,
agregó cuando tomó distancia de mí. Pero su verborragia no tenía límites.
¡Uuuupaaa… ¿Viste lo que hacen mis besos Ani?
¡Mirá cómo se le puso al pobre! ¡Voy a tener que hacer algo me parece!, dijo
llenando de incomodidades a la chica, que se rió con falsa complicidad. Y peor
cuando añadió: ¿O, se te puso así porque le viste las tetas nene?!
Ahí sí que a la chica no le quedó otra que
saludarnos formalmente y alejarse, casi al trotecito. Romina parecía no tomar
consciencia de lo que era ubicarse. Esa vez volví a quedarme callado, pero tan
avergonzado y perplejo como siempre. Esa misma tarde, me chupó la pija en el
auto de mi viejo, el que solía pedirle los jueves y viernes, ya que esos días
los curso en doble jornada. Fue en la playa de estacionamiento de la facu. No
pudimos esperarnos más. En cuanto nos subimos, ella me agarró una mano y la
colocó adentro de su remerita. El tacto de sus pezones duritos, esa fiebre que
emanaba de sus pechos y sus apretones a mi pija hicieron que su boca y mi
glande se fundan en un irrespetuoso pete, furioso, repleto de agilidad y
saliva, cargado de besos obscenos, de lengüetazos a mi escroto y de sus
palabras morbosas.
¡Me jurás que no te calentaron las gomas de
esa putita? ¡Te gusta cómo te la chupa tu novia mi amor? ¿Me vas a enlechar
toda la boquita, en el auto de tu papi? ¿Me vas a dar la lechita a mí, y a la
putita de mi compañerita? ¡No sabés cómo coge esa culeada! ¡Tengo videítos
suyos garchando! ¡Así que, si te portás bien, te los paso!, me decía,
llevándome al mismísimo infierno de las incoherencias. Nada deseaba más que atragantarla
de semen, cuando una de mis manos logró al fin transgredir el elástico de su
jean para rozarle la conchita sobre una colaless que se le hundía entre los
labios vaginales. En cuanto sintió mis dedos merodeando en la orillita de su
sexo comenzó a chupármela con mayor velocidad, a apretar las piernas, a
empujarme la mano y a decir: ¡Pajeame perro, meteme el dedo en la concha,
tocame toda, y dame esa lecheeeee!
Esas palabras fueron suficientes para
coronarle la boquita con mi sabia hirviendo, para que sus arcadas aspiren hasta
la última partícula de mi fiebre sexual, y para que enseguida retire mi mano de
su intimidad para hacérmela oler y morder. Ella misma ahora, mientras saboreaba
mi semen haciendo algo parecido a unas gárgaras con él, se masajeaba la concha
encima del pantalón, y me decía: ¡Olete la mano… ese es el olor de tu perra, de
tu novia alzadita con vos guachito! ¡Ayer me re pajeé pensando en vos, y le
pedí a mi mamá que me chupe las tetas, mientras le contaba de vos! ¡Asíii,
chupate la mano con mi olorcito a concha perroooo!
Aquello último que dijo me había quedado
zumbando en el cerebro. Por lo tanto, una vez que se acabó encima, nos
arreglamos la ropa, nos chuponeamos y soportamos un par de bocinazos de un tipo
que quería salir del predio, emprendí el camino a mi casa. Como me ofrecí a
dejarla en la suya, y ella no me hizo problema, tuve tiempo de preguntarle cómo
era eso de su mamá, y por qué ya le había contado de mí.
¡Bueno, lo de las tetas de mi mami, ya te voy
a contar! ¡Pero de lo nuestro, no me pareció mala idea contarle! ¡Además, estoy
re loquita con vos nene!, me dijo mientras yo le metía un chicle en la boca, y
ella lamía mis dedos.
¡Es más, si te animás, cuando me dejes en
casa, bajate, y te presento a todos! ¿Querés?!, se apuró a decir, antes de que
mis preguntas tal vez lo arruinen todo. Estuve de acuerdo. Por lo que, ni bien
llegamos a su casa, me bajé con ella.
Romina vivía en un barrio complicado. Tenía
una casa humilde, bastante común y pequeña, con un auto en la entrada que se
caía a pedazos. Enseguida noté una cierta envidia de la madre en cuanto entablé
unas palabras con ella. Es que, yo tenía otra condición económica, y eso
evidentemente chocaba con la forma de vida que llevaban. La mujer me ofreció un
café y unas tostadas, las que yo acepté gustoso mientras Romi, sentada a mi
lado me rozaba la pierna con la suya y meneaba las tetas para que mis ojos se
distraigan un poco. Pero en cuanto la mujer se fue a la cocinita, Romina se
metió debajo de la mesa para fregar su cara sobre mi bulto, morderme la puntita
encima del pantalón, darle algunos golpecitos a mi pija a medida que se me
endurecía, y para al fin liberarla, poniéndola al servicio de sus lamiditas. Yo
la tironeé del pelo un par de veces para indicarle que era una locura, que su
madre podría encontrarnos y que todo sería un escándalo. Pero ella me chistaba
bajito, me chuponeaba el glande y me arañaba las piernas para que me calle.
Encima, acaso en la cúspide de mi
intranquilidad, en el clímax del riesgo que poco a poco me hacía conducir la
leche a la boca de mi novia, veo que de una piecita sale una adolescente que no
tendría más de 15 años, en bombachita y remera.
¡Hola! ¿Vos sos el nuevo novio de mi hermana,
no?!, dijo la chica mientras me marcaba un beso en la mejilla, como si quisiera
aspirármela. En ese preciso instante, Romina recibía mi colapso nervioso
convertido en semen, mientras la señora nos traía el café con las tostadas, y
la chica se tiraba en un sillón destartalado a ver la tele, como si nada. Romina
salió de debajo de la mesa sin guardarme la pija, con la boquita sucia y el
pelo revuelto, justo cuando la mujer le decía: ¡Nena, podías esperarte un
poquito! ¿No te parece? ¿Tantas ganas tenías querida?!
Romina me dio un beso en la boca, cuando el
pálido de mi cuerpo descompuesto de ira, terror y vergüenza no tenía argumentos
para mirar a la señora a los ojos, y enseguida agregó: ¡Aaah, ella es mi
hermanita Valeria! ¡Por lo que veo ya te saludó! ¡Bueno,… ¿Tomamos un café?!, y
largó una carcajada absurda, sin contexto ni realidad.
¡Dale Valeria, ponete un pantalón, y vení a
merendar con nosotros! ¡De paso conocés un poco mejor a mi novio!, dijo Romi
una vez que le puso azúcar a todos los pocillos con café. Pero la chica siguió
aplastada en el sillón.
¡Espero que no me hayas dado la leche con el
beso que te dio la enana! ¿Le viste la bombachita pajero de mierda?!, me dijo
Romina al oído mientras me mordía la oreja, y yo intentaba explicarle a su
madre que en la carrera me iba bien, que tengo algunos amigos, que toco la
guitarra y el piano, y un montón de cosas de mi vida y mi personalidad.
Claro que no se lo reconocí. Pero ese beso
baboso de la nena en mi rostro, más su olor a poca higiene, tal vez a alguna
pajita que se hizo en un momento de extrema calentura, o quizás por los días
que permanecía con la misma bombacha, hicieron que dinamite mi semen como un
disparo en la boca de mi novia. Valeria es una pendeja no muy linda de cara,
poco femenina y medio contestadora. Sus tetas eran parecidas a las de Romi,
pero más allá de que vivía acomplejada con sus caderas, tenía un culo que podía
revivir a un muerto. ¡Qué pedazo de orto tenía por Dios! Era flaquita, también
morocha, con un cutis aceitunado, y un pelo largo bastante descuidado.
Afortunadamente, aquella vez mi padre me llamó
al celu porque necesitaba el auto. Así que tuve que rechazar la invitación que
me hizo la mujer para cenar. Me dejó atónito lo que expresó Teresa cuando me
levanté encarando para la puerta.
¡Andá querido, que tu suegrita se ocupa de tu
nena, así no la tenés tan zafadita!
No sabía si prestarle atención a ese
comentario envuelto en risas. O si enojarme con Romina cuando le dijo a Valeria
en el momento en que nos saludábamos con las manos extendidas: ¡che taradita,
vos no te hagas ilusiones, que eso que ves ahí es solo mío! ¿Escuchaste? ¡Y
cambiate la bombacha pendeja!
Recién entonces me di cuenta que la pija se me
había parado con la misma ferocidad que clamaba por la boquita de mi novia. Por
eso, creo que Romina, ni bien salí de la casa, me apoyó con todo contra ese
auto inmóvil para bajarme el pantalón y mamarme la pija con unos ruiditos
insoportables, hasta que se quedó con toda mi leche, como era de esperarse.
Algunos vecinos la vieron en acción, ya que el portón estaba a medio construir.
Para colmo, antes que me suba al auto, en el último arrimón que nos dimos me
dijo: ¡ahora le voy a enseñar a mi hermanita lo que es andar con olor a lechita
en la boca!, y se fue encendida en una risotada que me arremolinaba la sangre.
Menos mal que aquella tarde no estaba su padre!
¡No sabía en qué lío me estaba metiendo! Pero
la retorcida de Romina me desquiciaba. Me tenía literalmente agarrado de los
huevos, y no quería renunciar a ella. A pesar que mis amigos me notaban
cambiado, de que discutía con mi padre para usar el auto más veces de las que
me correspondían, y de cierto bajón en mi rendimiento universitario.
A las semanas, volví a su casa, y allí conocí
a mi suegro. Antonio es un hombre común, barrigón, bastante elemental,
peronista, pelado, fumador y poco asiduo a las tareas hogareñas. Según él, los
hombres laburan en la fábrica para descansar en casa. Aquel día era domingo, y
mi suegro era muy religioso del fútbol en la radio, la siesta larga y el diario
en la cama. Por eso, apenas la mujer y Valeria levantaron la mesa, Romina abrió
un vino y el hombre saludó segundos antes de meterse en su habitación, todo fue
silencio. Apenas la música de la tele era el velo de una incierta calma.
Pronto Romina se me sentó en la falda y
comenzó a restregar su cola contra mi pija, no sin antes bajarme el pantalón.
Es decir que, todo lo que nos separaba de la piel era mi bóxer y su calza. Esa
mañana me había mostrado la cola por primera vez en el patio, y comprobé que no
tenía ropa interior.
¡Si mi macho está en mi casa, no me voy a
poner bombacha nene, así mi olor a perra alzada se expande por la casa!, me
dijo mientras nos chapábamos con lujuria contra un árbol reseco, lleno de
tierra y con un alambre en una de sus ramas, en el que colgaban la ropa mojada
al rayo del sol para secarla.
Entonces, la señora se sentó en la mesa,
mientras el franeleo de Romi sobre mi hombría no se detenía. Valeria estaba
recién levantada, con los ojos reventados de tanta computadora y con un camisón
que le quedaba re cortito. Se le re veía el calzón rosado, que encima medio se
le caía cada vez que se levantaba!
Hablábamos de temas generales. Romi se ofrecía
a preparar un budín de pan, Valeria rezongaba por la nota de una materia en la
escuela, la señora me preguntaba acerca de mi familia, yo vertía mis conocimientos
de política. Romi seguía mimoseándome el pito, la señora decía que el clima
está cada vez más raro, y Valeria cambiaba canales sin decidirse por ninguno.
Todo hasta que Romi balbuceó en mi oído: ¿te gustan las tetas de mi vieja? ¡Miráselas
bien, y clavame bien esa pija en la cola perrito!
Le apreté la muñeca para que se serene un
poco. Pero ella seguía confesándose en mi oreja.
¡No sabés qué rico es amamantarle las tetas a
mi madre! ¡A mí me deja que se las chupe, y creo que a Vale también! ¡De hecho,
cuando nació mi hermano que tiene 7, nos daba lechita a las dos en la boca! ¿Te
gustan las tetas que tiene mi ma?!, siguió conduciéndome a un paraíso de
sensaciones que no podía otra cosa que atesorar en mis testículos. Para colmo
el olor a conchita que tenía la calcita de Romina me empalaba más, y peor desde
que le toqué la entrepierna. La tenía empapada!
Teresa era una mujer gordita, con un aura pálida
ante la presencia de un marido machista pero deslucido, con el doble de tetas
de sus hijas y una cola a tono con sus caderas anchas. La verdad, no me parecía
muy sexual a simple vista. Pero ese día las tetas le asomaban por un vestido
arruinado, repleto de manchas de lavandina y con agujeritos, y eso me invitaba
a soñar, aunque sea en mi fantasía. Era muy sobreprotectora con sus hijos,
cocinaba medianamente bien, y se reía con estrépito. Aunque, se ve que se
esfuerza por ser una madre moderna. Es que, en medio de otros temas sin
importancia, tal vez observando el momento dijo de repente: ¡chicos, por qué no
se van a la pieza? ¡Vayan a darse unos besitos, a tocarse un poquito, a hacerse
mimos, y esas cositas que hacen los enamorados! ¡Vayan que los dejo! ¡Pero no
hagan mucho barullo, que se puede despertar el sargento!
Romina no titubeó. Enseguida se levantó y casi
me llevó a la arrastra a su pieza, en medio de unos manoseos. Entramos
atropellándonos todo. La luz no funcionaba, pero no hacía falta. Podíamos
reconocernos por el tacto, el olor y los sonidos. Ella me tiró en la cama, me
hizo oler la bombacha que había tenido antes de que yo llegue a su casa, me
frotó todo el culo por la cara, se bajó la calza y me pidió que la muerda en la
parte de la conchita. Entretanto, ella se servía de mi erección. Me la lamió,
me la escupió con una sed contenida que cortaba el aire, y me frotó las tetas.
Me volví loco cuando atrapó mi pija entre esos globos perfectos y se dedicó a
subir y bajar, gimiendo con la voz de una chiquita caprichosa.
¡Qué durita se te pone pendejo! ¡Pero no
largues la leche, que ahora mami te va a dar la teta, sí? ¿Querés la tetita
nene?!, dijo, antes de atragantarse con mi pija, de pegarse en el culo y de
prohibirme decirle nada. De repente se me tiró encima y me encajó esos pezones
pegoteados por mi sudor genital en la cara. No podía parar de chuparlos,
morderlos, estirarlos con los labios, de friccionarlos en mi nariz, de amasarle
esos pechos divinos, mientras ella comenzaba a introducir mi pene en su
conchita híper mojada y caliente.
¡Dale nene, tomá la teta puerco, que me
encanta que me las amamanten! ¡Mi mami me las chupa re rico! ¡No sabés lo
hermoso que fue la primera vez que me chupó las tetas mientras me pajeaba! ¡Ella
me enseñó a masturbarme pendejo, cuando yo tenía 12 años! ¡Y ahora vos me las
chupás, y me las mordés así, asíii perroooo, sacame la leche de las tetas, que
ya voy a quedar preñada para darte lechita de verdad!, decía, mientras mi
músculo ya se deslizaba en sus paredes vaginales, mis manos se aferraban a su
culo para nalguearlo y sujetarme de él, mi boca se inundaba de saliva y sus
tetas me cegaban la razón. La cama golpeaba la pared, ella gemía y yo hacía
terribles ruidos al chuponearla toda. Alguien nos golpeó la puerta y todo.
Ninguno respondió. Pero en cuanto le largué toda la leche en la concha,
prendido fuego por el frenesí de nuestra primera cogida, una inmensa conmoción
me invadió el pecho de angustia, horror y desesperanza por lo que la señora o
el hombre pudieran decirme. Obviamente las cosas no iban a tener un final
feliz!
Pero, por el contrario. La mujer nos esperaba
con el budín que había prometido Romina, y el hombre seguía preso de su siesta
infalible.
¡Se ve que la pasaron bien, no cuñadito?!,
dijo la metida de Valeria, a quien mis sentidos habían olvidado. Pero la nena
estaba intentando alcanzar un paquete de galletitas de agua de una Aracena muy
alta, en tetas, y con la bombacha casi en la mitad de sus redondas y
comestibles nalgas.
¡Callate nena, y vestite, que no estamos
solas!, dijo Romina acercándose a su madre.
¡Mami, oleme las tetas, mirá, las tengo todas
babeadas!, le dijo la descarada de mi novia, mientras la nena se metía en la
piecita, y la señora parecía querer esquivarla. Pero, sin embargo le dijo: ¡no
Romina, pará un poco, que sabés cómo se pone la mami con esas tetas, y con las
de Vale! ¡Atendé a tu novio, que parece que todavía tiene ganitas!
Pensé que estaba viviendo un sueño, una
especie de pesadilla con final anunciado. Varios cuchillos aparecerían en mi
cuello, o un incendio desgarrador, o un precipicio irregular. Pero no. todo era
real. Al punto que, asimilé las palabras de Romi y la mujer como un estallido
de verdad insondable.
¡Ma, no cierto que vos todavía me das la teta?
¿Y que vos me tocaste por primera vez?!, le preguntó Romina cuando otro café
nos enlazaba.
¡Hija, por favor, eso, bueno, eso lo hago
cuando estás solita! ¡Y lo de tocarte, sí, es cierto! ¡Es que, quise enseñarte
antes que te lastimes!, dijo la mujer, justo cuando yo miraba desencantado el
reloj. Eran las 8 de la noche, y mi padre necesitaba el auto a las 6. Saludé
con gentileza, y esta vez no pude recibirle la última peteada a mi novia, a la
que me había acostumbrado. Ese día me reventó el celular con mensajes. Decía
que ella no era importante, que me abrió las puertas de su casa, que por
atenderme no estudiaba lo necesario, que Valeria estaba más rebelde, que su
madre me extrañaba, que no me gusta cómo me chupa la pija, que seguro tengo
otra minita, y un sinfín de absurdos más. Estuvimos peleados una semana, hasta
que la calentura de mis huevos y su sexo desenfrenado volvieron a reunirse.
Esa vez fue en un bar. En mitad de la
madrugada, cuando todo parecía ser un concierto de besos, arrumacos y
palabritas lindas, me llevó al baño marcándome sus uñas en el brazo, nos
encerramos en uno de ellos, se sacó la bombacha por debajo de su pollera y me
la dio para decirme al oído: ¡tomá nene, si me amás, quiero que te hagas la
paja oliéndola, y que me dejes toda la lechita ahí! ¡Después me la pongo! ¡Quiero
ser tu perra Martín, tu novia bien alzada!
No pude reusarme, ni hacerme el distraído. Con
la calentura que me reinaba, no me fue difícil acabarle toda la leche en la
bombacha, después de olerla, mordisquearla un poco y saborear los restos de
flujo que se inscribían en la parte de su concha. Ni bien se la puso, salimos
transpirados para mezclarnos con la gente. Pero, de repente, eligió a un pibe
más o menos de mi edad. Le pidió que se agache y, mientras lo sostenía de los
pelos le ponía el pubis en la cara, diciéndole: ¡oleme guacho! ¿Tengo olor a
lechita? ¿Yo soy su novia, y tengo todo su semen en la bombacha! ¿Te gusta el
olor de una perrita enlechada?
Por suerte el flaco estaba medio empastillado,
por lo que no tuvimos problemas. Aunque se encargó de jurarle que tenía olor a
putita. Claro que no podía enojarme con ella por eso. Me ponía por encima de
todo y de todos, y por más que algo me decía que aquello no era buena señal, no
podía detenerlo.
A la semana más o menos, mientras yo la
esperaba en su cama, el primer sábado que me quedaba a dormir, apareció rozagante
y con los ojos en llamas.
¡Mirá lo que tengo chanchito! ¡Tomá, olela que
es de Vale! ¡Quiero verte la carita de perverso que ponés cuando olés la
bombachita de tu cuñada!, decía tirándose sobre mí, refregando una bombacha
rosada, húmeda y con agujeritos en la cara. Tenía olor a pichí, y eso me puso
la pija como un ladrillo. Ella lo notó, y se puso más loquita, porque empezó a
cogerme con todo, mientras decía a viva voz: ¡te gusta la pendeja, las tetas
que tiene, y ese culo hermoso! ¡Me vas a dejar por ella no? la vas a embarazar
a la nena? Te gusta su olor a concha? Viste el olor a pis que tiene esta
bombacha cerdo?!
Otra vez alguien golpeó la puerta. Pero ya era
normal que nada sucediera en cuanto el coito, las revoluciones y la adrenalina
se disolvieran como sombras espectrales.
Otras veces, Romina me cogió haciéndome oler
las medias, las remeritas y los corpiños de Valeria. Siempre era ella quien la
incluía, y me hacía fantasear con sus tetas.
¡Igual, ya le
viste la vagina no? no tiene ni un pelito, viste?!, me dijo mientras me
pedía que le parta la concha, en esa oportunidad, ella en cuatro sobre el piso
y yo abotonado a su cuerpo, percutiendo y penetrando esa conchita estrecha como
nunca, con los huevos pesados de tanta leche para mi amor.
¡Sí Martín, es verdad! ¡Cuando la Romi estuvo
internada, la vez que la operaron de apendicitis, si yo no le daba la teta no
se dormía! ¡Y eso que ya tenía 14 años! ¡Y para colmo, como la otra chinita se
ponía celosa, también ligaba un poco de teta!, me confiaba Teresa otro domingo,
un poco alegre por el vino de la sobremesa. Romina estaba sobre mis piernas, y
Valeria haciendo cosas para la escuela, en camisón. De hecho, la madre la retó
por no ponerse bombacha.
¡Mami, no cierto que si, si nosotras tenemos
que desvirgar a Pablo, vos nos dejás?!, dijo Romina apretándome el pito sin el
mínimo disimulo.
¡Sí hija, claro, pero todavía es chiquito! ¡Yo
creo que es lo mejor, antes que debute con cualquier loquita y le cague la vida
al pobrecito!, aclaró la señora. El pibe generalmente se la pasaba en lo de los
abuelos. Pero cuando estaba, casi ni se escuchaba. Un par de veces lo vi
tocarle las tetas a Valeria y a Romi. La vez que le llamé la atención, gracias
a mi mundo de ética irresoluta, Romi me dijo: ¡Dejalo amor, que está juntando
material para hacerse la pajita!
Todo lo que viví en esos 4 años era
seguramente un manjar para cualquier psiquiatra. Pero mis cabales, la lógica y
los estímulos que recibía al lado de esa degeneradita no me permitían hacerme a
un lado. La quería, pero más adoraba el clamor de su clítoris endiablado.
Varias veces cogimos en un colectivo, y fue durante los meses que mi viejo no
me prestó el auto. Una de esas veces fue mientras discutíamos. Los dos
viajábamos parados, y ella no me dejaba por nada del mundo quitarle los ojos a
las tetas de una chica vestida de colegio. Ahí empezó a celarme en voz alta,
mientras por lo bajo me decía: ¡apoyámela toda en el orto pendejo!
Yo intentaba calmarle la euforia, pero ella me
pellizcaba lo que sea o me daba una cachetada si yo renunciaba a mironear a la
pendeja, y me decía: ¡mirala bien nene, y sacá la pija! Dale pendejo, y
metémela en la conchita, que no tengo bombacha, y mi calza está agujereada!
Así lo hicimos, con toda la carga de una pelea
ridícula, mientras el micro rugía, la gente subía y bajaba, y la chica
escuchaba que nuestro enojo era por sus gomas. Nos quedamos tan calientes por
no poder acabar, que apenas nos bajamos la seguimos en el baño de una estación
de servicio. Ahí sí que se la largué toda en la argolla!
También garchamos en el cine durante la
proyección de una película, en la cama de su hermana, donde a ella se le
antojaba que escupa todo mi semen en sus sábanas, en los bares que salíamos
algún fin de semana, lo que cada vez era menos habitual, en el baño de Analía,
en la facu y en la cama de sus padres. Una vez le revolvimos el cajón de la
ropa interior a Teresa, y nos sorprendimos de la lencería picante que
atesoraba. Tenía varios portaligas, aunque no sé si solo los usaba para que no se
le caigan las medias. Pero esa vez, Romi me la chupó para que le coloree al
menos dos corpiños y una bombacha con mi acabada repentina, ya que la señora
golpeó la puerta cuando le urgió buscar un remedio.
¡Pará ma, que le estoy tomando la lechita a
Martín! ¡Ahí salimos!, dijo la muy atrevida, revelándole a mis bolas que era el
preciso segundo para liberarlo todo.
¡Dale guachito de mierda, bajame la calza y
chúpame la concha, ahora cerdo, comeme toda la calentura que me dejaste en la
facu!, me dijo un viernes, apenas llegamos a su casa. Su madre no estaba, y el
viejo seguía en la fábrica. Valeria estaba escuchando música en su cuarto. Por
eso, Romi se apoyó en la mesa y se quedó en tetas. Yo se las amamanté, y pronto
cumplí con sus designios. Le bajé la calza y la bombacha, le abrí las piernas y
empecé a nutrir mi boca con todos los jugos que fluían rabiosos de su conchita.
Hasta que, en un momento quiso que me detenga. Según ella se había hecho pis. A
mí me volvió loco saberlo, y darme cuenta que desde entonces, se me había
vuelto un vicio aquel manjar.
¡Me hice pis nene, dejame, que soy un asco!,
decía. Pero yo la apretaba a la mesa para seguir lamiéndole la vagina, para
profundizar en sus jugos, y para que se mee toda en mi boca. Fue una acabada
inolvidable. A ella le gustó tanto que, desde entonces, cada vez que podía me
decía, antes de ir al baño: ¡mi amor, voy a hacer pichí! ¡Venís?!, y acto
seguido me comía la boca con desesperación.
En su casa no tenía límites. Por ahí me
gritaba desde el patio, o la cocina, o donde estuviese: ¡amoooor, vení que me
meeeeeooo!, y entonces la veía hacer pis para después limpiarle toda la
conchita con mi lengua y hacerla acabar. También le gustaba que lama su
bombacha. Y con el tiempo, se fue animando a mearme en la ducha mientras
teníamos relaciones, o en el patio. Una vez mientras tomábamos mates, solos en
la pieza de Vale, la única que tiene televisión, empezó a hacerse pis a upa
mío, mientras lloriqueaba como un bebé, y decía: ¡quiero lechiiiitaaaa, y que
mi papi me cambie los pañaleeees, y mi mami me dé la teetaaaa!
Esa vez cogimos como nunca. Al punto que le
rompimos la cama a Valeria. Obviamente, la nena no se creyó el disparate que le
inventó su hermana. Lo dedujo todo a la perfección. Mi mente trastocada ya no
tenía en cuenta que también sus deducciones, esa cabeza pensando solo en sexo
comenzaba a excitarme.
Con el tiempo me convertí en un fanático de
sus pedos. No sé por qué extraña razón me sucedió. Siempre eso me pareció
asqueroso, hasta que cierta tarde en el patio, cuando estábamos meta
franelearnos, con mi pija durísima contra sus nalgas y nuestras lenguas
haciéndose el amor en mi boca, la desgraciada se tiró un pedo. Al principio se
puso nerviosa, incómoda, y hasta me puso carita de asco. Pero en cuanto me salió
decirle, pasado de calentura: ¡no importa guacha, cagame toda la chota si te la
aguantás!, ella descargó otro pedo ruidoso, pero esta vez sobre mi mano, la que
con sabiduría coloqué entre sus nalgas y su bombacha estirada.
Pero no todo era color de rosas. En esos
cuatro años mi vida social, personal y afectiva con amigos y familiares estaba
en vías de destrucción. Todo el tiempo que me sobraba, más el que yo mismo
fabricaba se lo ofrecía a ella, a sus perversiones y manías. Me fui aislando de
todo lo que me interesaba, y hasta se me hacía imposible rendir una materia en
la facu. En la cama nos llevábamos bárbaro. Pero todo lo demás era
insostenible. Vivíamos discutiendo por cosas que ella misma propiciaba. Sus
celos, sus acusaciones sin sentidos, reproches, enojos por cualquier cosa y su
necesidad imperiosa de controlar hasta las llamadas que me entraban al celu me
desgastaron por completo. Por eso decidí dejarla. Ella, para extorsionarme,
hasta me propuso un trío con su madre. Dijo que solo podría compartirme con
ella, o con Valeria. Pero a esas alturas todo parecía tan retorcido que no
acepté. Incluso me mandó fotos de su madre desnuda, subiéndose las tetas con
las manos y sonriendo. También un par de su hermana en bombacha, y un audio en
el que la guachita se cepillaba a un vaguito del barrio.
No volví a verla. Recuperé mi vida gracias a
la terapia y a la música. Mis amigos y yo regresamos a las pistas. Mis viejos
comprendieron mi estado de estupidez, y pude terminar mis estudios con éxito. A
pesar de eso, noche por medio le dedico una buena paja a su salud, a su
olorcito a pis, a su boquita mamadora como pocas, a las bombachas roñosas que
usaba Valeria y a las tetas suculentas de su mamita. Fin
Recordá que este, o cualquier otro relato del blog, podés pedírmelo en audiorelato, a un costo más que interesante. Consultame precios y modalidades por mail.
Este es mi correo ambarzul28@gmail.com si quisieras sugerirme o contarme tus fantasías te leeré! gracias!
Acompañame con tu colaboración!! así podré seguir haciendo lo que más amo hacer!!
Cafecito nacional de Ambarzul para mis lectores nacionales 😉
Que locura! Me alegrastre increíblemente la cuarentena. Gracias ámbar.
ResponderEliminarGracias a ti, y bienvenida a este blog!
Eliminar