Desvirgamos a la hija de la mucama


Con mi mujer siempre tuvimos una relación especial, de esas que no se estilan por estos tiempos. Somos libres, complacientes, trabajadores, románticos, muy compinches y divertidos. Sexualmente tuvimos algunas cogidas memorables, solos y con otras parejas, las que siempre tuviesen algún vínculo con uno de nosotros. Somos fantasiosos, y aunque no se nos es posible llevar a la práctica todos nuestros morbos, intentamos disfrutar a pleno cuando logramos dar con la concreción de nuestros placeres hechos realidad.
Ella tiene 28, trabaja en un local comercial de ropa femenina, es seductora por naturaleza y posee las tetas más deliciosas que tengo el honor de tocar y saborear cuando me apetece. Tiene el pelo castaño tirando a rubio, una sonrisa verdadera, unos ojos luminosos y grandes, una cola normal aunque bien puesta en el contorno de sus caderas y cintura, una boca adictiva y muchas ganas de calentar a varones y mujeres a su paso.
Me cuenta a menudo que viaja en micro del trabajo a casa, solo para ver cómo se les hincha el bulto a los adolescentes que le miran las tetas. A esa hora los pibes salen del colegio, y ella escoge aquellos colectivos en los que no entra ni un alfiler para viajar parada entre ellos. Me vuelve loco saber que con distintas excusas les muestra las gomas, les saca la lengua, se deja apoyar el culo por esos mazacotes de carne fecunda, y que les sonríe perversa cuando siente que algunas manitos le apretujan las nalgas. Su debilidad son los adolescentes. Incluso, varias veces hablamos de lo difícil que es encontrar a una nena o nene para desvirgar. Eso me daba vueltas en la cabeza, casi tanto como la idea de ella de verme con un travesti.
Siempre llegaba calentita a la hora de los mates a casa, y como yo trabajo en un consultorio odontológico solo por la mañana, la espero todas las tardes para matarnos a puro sexo. mientras ella me cuenta cómo le fue en el micro con sus travesuras.
Hace 5 meses que decidimos emplear a Susana, una mujer bastante elemental para que limpie la casa, me planche las camisas y lave los platos. Estas tareas ponían de muy malhumor a Belén, mi mujer. Por eso, creo que ese fue el mejor regalo de cumpleaños que le hice en aquel momento.
Susana no sabe leer ni escribir, no tiene idea de cómo funcionan los aparatos eléctricos que hay en nuestro hogar, se asusta con facilidad si alguna cosa se le cae, y a sus 46 años nunca fue capaz de quedarse con algo que no le perteneciera. Está arruinada por el paso del tiempo, el trabajo mal recompensado, el destrato y la humillación de gente sucia, hipócrita y sin alma. Su marido casi ya no trabaja, puesto que le lleva como 20 años y no puede más con sus dolores de espalda. Además tiene una hija en plena adolescencia. Los tres viven en una casa precaria, lo que es mucho decir. Comparten el dormitorio, y tienen una cocinita y un baño. Pasan todo tipo de necesidades. Por eso no le cobré cuando trajo a su hija a mi consultorio por un dolor insoportable. Fue difícil, ya que ella me pidió casi con lágrimas que se lo descuente de sus haberes. Le dije que no se preocupe, que yo le miraría la boca a su hija sin compromiso.
Cuando la conocí, un extraño escalofrío me recorrió la piel, pero no le di importancia. Solo tenía una carie en una muela, un diente partido y bastante placa bacteriana. Realmente me desconcertaba su aroma mientras la revisaba. Como que su cuerpo despedía una sustancia arrogante que me ponía a prueba. Me daban ganas de arrancarle la ropa y violarla ahí mismo. Pero, apenas tenía 13 años. ¡No podía hacer nada, y eso me quemaba el marote! Sus tetas desafiaban a la remerita roja que traía, tenía una colita poderosa y una mirada pícara. No comprendía por qué se movía, abriendo y cerrando las piernitas cuando esperaba en una silla a que yo complete unas planillas con sus datos personales y médicos. Suspiraba, le sudaban las manos y se mostraba nerviosa.
Le conté a Belén de la visita de Celeste, la nena de la gorda, como ella le decía a Susana. Al mencionarle que tenía olorcito a pis abrió la boca como para decir algo. Me sonrió y murmuró: ¡Che Javi, ¿No será virgen la cochina esa?!, y nos reímos juntos para pronto entrelazar nuestras lenguas en un beso feroz que nos condujo al sillón, donde fue inevitable cogernos como animales en celo.
Los días pasaron. La rutina hacía su ejercicio metódico en nuestras actividades, y en el medio falleció nuestro único perro. Algún hijo de puta lo envenenó por callejero, ladrador y por su fama de morder a las viejas.
Un sábado Susana llegó con los ojos llorosos, demacrada y con la voz propia de una angustia terrible en el pecho. Belén y yo la invitamos a desayunar con nosotros, y entonces se desahogó en grande. Su problema era Celeste, su niñita. En un descuido fatal, la madre revisó el celular de la pendeja, cuando ésta había salido de compras, y a pesar que no sabía manejarlo, había quedado seleccionado el último contacto de whatsapp. Dice que no paraba de llegarle mensajes. Se adentró en aquel contacto, y no pudo creer todo lo que vio y escuchó. Había fotos y audios. En las fotos, Celeste mostraba las tetas al aire, paraba la cola con calcitas apretadas, se chupaba un dedo, olía una tanguita, tiraba piquitos y sacaba la lengua. En otras, simulaba darle besos en la boca al único peluche que conservaba de niña. Había otras que eran las del destinatario. El fulano le enseñaba su pija en distintos estados de erección, desnuda y bajo su ropa interior, y también de cómo se la pajeaba. En los audios él le prometía su lechita por todos lados, y ella le juraba que sería su putita siempre, que se la va a mamar toda, y que no puede más de la calentura. Sumado a estos elementos, Susana venía escuchándola por las noches. Se dormía muy tarde, se hacía un ovillito bajo sus sábanas y frazadas, se movía y cuchicheaba con el bendito celular en la mano. Nos contó que la escuchaba jadear, respirar fuerte, y hacer ruiditos con la boca. Para nosotros era obvio que la nena se manoseaba la chuchita, seguramente presa de toda la conmoción que vivía al sentirse seducida por el desconocido en cuestión.
Esto se agravaba por la pésima situación escolar de la nena. Le iba mal hasta en educación física. Susana lloró, la insultó y vomitó su dolor por no poder ser una buena madre, según ella. Le dijimos que hable con su hija, pero que no la presione ni la castigue, ni le prohíba. Eso solo empeoraría las cosas, y quizás corría el riesgo de que de buenas a primeras la guacha se las tome de su casa.
Susana ni sabía quién era el pibe. Suponía que podía ser el primo de una amiguita del colegio. Pero lo que más le aterraba es que fuera a dejarla embarazada. Belén le dio el número de su ginecóloga personal para que la lleve cuanto antes, e inmediatamente le dijo: ¡Igual, si querés nosotros hablamos con ella, sin ningún compromiso! ¡Creo que necesita ayuda!
Susana se tranquilizó, y resolvió llevarla a la médica para que le hable del sexo y sus cuidados. Al menos podría evitarle un embarazo no deseado, se consoló mientras partía a su casa con las cosas un poco más encaminadas.
Al tiempo Celeste vino una mañana a casa. Quedamos con su madre que podía ayudarle a regar plantas, ordenar vitrinas o aparadores, o lo que Susana le encomendara, aunque solo los fines de semana, y siempre bajo la supervisión y responsabilidad de su madre. Eran las 10 de la mañana. Hacía un frío atroz, y la loquita vino de la calle en calcita y musculosa. ¡El saquito de hilo ordinario que traía no le tapaba un cuerno! Belén y yo habíamos estado cogiendo con los episodios de esa calentona en nuestros labios, ¡y ahora la teníamos en casa! Nos encendía imaginarla mamando pijas en el baño del colegio, perreando en el patio con su grupo de amigas, haciéndose la linda por whatsapp, y masturbándose bajo la ignorancia o la indiferencia de sus padres.
Belén hacía fiaca en la cama cuando llegaron. Así que les abrí, les di las indicaciones de lo que había por hacer, y fui a lavarme la cara para luego poner la cafetera y la tostadora. A la hora, Celeste entró en nuestro cuarto luego del llamado de Belén, que estaba sentada en la compu, apenas con un top y una bombacha negra. Ni siquiera me lo había consultado. Además, no sabía qué se proponía Belén, ni si yo debía estar allí.
¡Cele, quiero que tiendas la cama, y que ordenes todos los libros de la biblioteca! ¡Y, después, si nos da el tiempo, me ayudás con el cajón de mi ropa interior! ¿Sí?, le dijo Belén a la nena, mientras yo cerraba la puerta con llave. Entonces, supuse que ya lo habíamos planificado todo con la complicidad de nuestros pensamientos. Entonces, allí fue que Belén le rezongó, apenas levantó un papel de alfajor del suelo: ¡Mirá nena, no te hagas la inocentita con nosotros, que sabemos las chanchadas que hacés por ahí! ¿No te da vergüenza humillar a tu madre, que se rompe el traste laburando para vos?
¡¿Mi mamá les contó todo? ¡Es una pelotuda!, dijo enrarecida la nena, pero mostrándose desafiante. Belén se levantó para deshacerle la trenza del pelo, y mientras lo hacía le solicitaba de mal modo: ¡Bajate la calza, y subite la remera, ahora!
Yo no podía pronunciar palabra. Tenía la pija bajo un manto de expectativas tan impresionables como inauditas.
¡Es todo mentira eso! ¡Mi mamá está re loca!, se defendía Celeste, sin cumplir con lo que le había pedido Belén que hiciera.
¿Aah, sí? ¿Y cómo tenía la pija el pibe con el que te whatsappeabas? ¿Te tocás toda cuando tus papis duermen pajerita, y le mostraste las tetas a ese degeneradito?!, decía acaramelada mi esposa, besándole el cuello. Era notorio que Celeste no quería saber nada con exhibirse. Y menos cuando Belu le gritó: ¡Escuchame atorrantita, ¿Cómo era la pija del pibe al que calentabas? ¿Nunca viste un pene en vivo y en directo?!
Ella suspiraba nerviosa, y apretaba los labios con los besos de Belén erizándole los hombros y brazos.
¡Amor, mostrale la verga a esta nena, que para mí su madre tiene razón! ¡Para mí, tiene un olor a virgen que mata!
Me sentí incapaz de reaccionar cuando Belén, disgustada por mi inoperancia se acercó para bajarme la bermuda. La nena soltó un tímido: ¡aaay nooo!, y mi mujer regresaba con ella para intentar tocarle las tetas, aunque ella le cruzaba los brazos por encima para dificultarle el trámite.
¡¿Qué hacías que te movías tanto en el consultorio de mi marido? ¿Eeeh? ¿Y por qué te hacés la mosquita muerta si te morís de ganas de que te la pongan zorrita?!, le decía Belén, satisfecha al sentir que podía dominarla, lamiendo sus orejas, dándole golpecitos con la lengua en los labios y devorándole el cuello.
Ella solo decía: ¡Me tocaba la chocha, y me apretaba las gomas!
Creo que ni Celeste notó que, solita se bajó la calza mientras mi cielo le mordisqueaba los hombros, le babeaba el cuello con besos ruidosos y le palpaba las lolas encima de su remerita, todavía con las manchas de alguna mermelada que tal vez desayunó antes de venir.
Pronto me requirió con urgencia: ¡Vení amor, agachate y olela muy suave, que me parece que está re mojada!
Fui tras el impulso de mi corazón desbocado, y en cuanto estuve a centímetros del triángulo perfecto de sus piernas entreabiertas, la olí con delicadeza, oxigenando a mi cerebro con su fragancia pura, mientras Belén ya le devoraba las tetas con unos chupones tan obscenos como cegadores. No me resistí a tocarle la vagina sobre su tanguita, y no me importó que Belén me multara por eso. Supongo que ni se percató. Era inconmensurable ver cómo unas líneas de flujito espeso caían por sus piernas por todo lo que le generaba la chupada de tetas que Belén le regalaba. Pero la mayor producción de espesura femenina llegó cuando oí a Belén decirle: ¡Sacá esa lengüita cochina!
En ese momento hubo un chispazo de besos aventureros, frenéticos y repletos de lujuria. Se saboreaban las lenguas dentro y fuera de sus bocas, y en especial Belén le lamía y mordía los labios. Hasta que le ordenó: ¡Date vuelta, y poné las manos contra el ropero!
Belén le quitó la remera, le dio unos chirlos resonantes en la cola mientras gemía bajito, y me pidió que frote mi cara en esos glúteos generosos. Mi auto control estuvo en corto con mi rostro acolchonado en ese culo fresco, terso y tan suave como un durazno, entretanto mi esposa le besaba la espalda y le amasaba las tetas, diciéndole: ¡Así que la nenita se tocaba la concha en el consultorio, y se manoseaba las tetitas, y encima hace chanchadas por celu con un pendejo!
Celeste solo tuvo fuerzas para susurrar: ¡Síii, pero, no es con uno nomás!
Belén le dio una cachetada y le escupió la boca con alevosía. Ahí fue que su impaciencia le hizo pronunciar: ¡Abrí las piernas tilinga!
Belén le bajó la tanga, y se le antojó que yo le roce la vagina con extrema sutileza, con un fino pincel de pluma que solía usar para pintar, y que a su vez le sople el orto mientras ella le abría las nalgas. Su agujerito se estremecía, le temblaba hasta el cabello y su piel era como la corteza de un leño ardiendo. Todo hasta que a la nena se le escapó como en un murmullo: ¡quiero pija!
Belén la escuchó con mayor algarabía. La sentó en la silla de la compu y me pidió que me pajee, acercándome de a poquito a su cara. En ese interin ella le sacó la bombacha del todo, diciéndole fervorosa: ¿Te gusta chiquita? ¿Viste cómo se le para? ¡No se la toques pendeja! ¡Uuuf, cómo se te hace agua la concha mami! ¿Querés aprender a petear, como una verdadera zorra?
Solo cuando la cabecita hinchada de mi pija rozó su mejilla, Belén la dejó que me la toque. Le temblaba la mano y le costaba separar los deditos. Entretanto mi mujer lamía y olía la parte de adelante de la bombacha de la nena, y recién cuando volvía a endulzarle el oído con su saliva le dijo: ¡Tiene rico gustito tu calzón bebita, hay mucho flujito, cómo se nota que te re pajeás asquerosa!
Le aplicó otra cachetada mientras fregaba su bombacha contra sus tetas, me la sentó en las piernas, le pidió enérgica que frote su colita contra mi pija, que abra las piernas y se toque las tetas. El hormigueo de mis huevos era tan intenso que por todos los medios trataba de no eyacularle, o peor aún, de penetrarla sin medir consecuencias.
Su terrible culazo se frotaba en mi glande, y Belén parecía gozar de mi sufrimiento, apenas lamiendo mis labios. Hasta que se la llevó a la cama, le sacó las sandalitas y se puso a chuparle los piecitos mientras la piba me tocaba la pija. No sabía pajearla ni nada. Solo la apretaba. Gemía como loca, y la idea de que en breve su torpe manito estaría embadurnada de mi leche me desesperaba.
Susana llamó un par de veces a la puerta. Se ve que la necesitaba para lavar y secar los platos. Pero Belén le dijo que nos estaba ayudando a ordenar las pelis, los libros y la ropa.
¡Apenas se desocupe te la mando Susi!, fue lo último que dijo, antes de ponerle la bombachita y acostarla en la cama. La tapó y me pidió que le acerque la pija a la boca. En cuanto lo hice, Celeste comenzó a lamerla y olerla con alguna dificultad, ya que estaba boca abajo con la carita de costado. La pibita no sabía mamarla, pero el solo contacto de su aliento, su lengua diminuta y sus gemiditos me trituraban las neuronas, y se me tornaba imposible prohibirle mi leche un minuto más.
Belén entretanto le masajeaba el culo, y le decía sofocada de tanta excitación en las cuerdas vocales: ¡Dale chiquita, fregá todo ese bollito en la sábana, dejanos tu olor a sucia en la cama, y comele toda la pija a mi marido!
Su lengua lamió un par de veces mis huevos que, a esa altura me dolían con agónica intensidad, por lo que, cuando se metió mi pija en la boca la sostuve de la cabeza para cogérsela un ratito. No le entraba ni la mitad, pero mi glande podía volar en los océanos de su saliva abundante.
¡Hacete pichí si querés taradita!, le dijo Belén con una voz excesivamente perversa. Pero Celeste explicó que antes de entrar a la pieza estuvo en el baño. Por lo tanto no tenía ganas de hacer pis.
La pibita medio que se atragantaba y tosía deslizándose en el colchón, pero gemía cada vez más loquita. Belén agarraba mi pija y le pegaba con ella en su boca abierta, se la hacía oler, y hasta se la pasaba por el pelo.
Finalmente, Celeste  llegó a decir: ¡Me hice un chorrito de pis, para ustedes, y es mentira que soy virgen, se los juro!
Ese detalle lo conocíamos gracias a su madre, que alardeaba de la santidad de su hija. Yo no le creía. Pero Belén decía que sus actitudes son las de una chica pura. Mi esposa la destapó, le sacó la bombacha y comprobó que estaba mojada.
¡Es verdad amor, se meó la cochina! ¿Y ahora que querés nena? ¡Repetí conmigo… quiero veeergaaa!, le dijo Belu, y la nena repetía eso al unísono con mi mujer, quien le comió la boca, le dio otros azotes en el culo y me la sentó encima para pedirme que le clave la pija en la conchita. No fue una tarea sencilla porque la tenía re apretadita, y no le entraba ni la puntita. Mi mujer olía la sábana meada, y alucinaba entre gemidos agudos, temblores, escalofríos y orgasmos colándose dedos en la chuchi, diciéndole a la guarrita: ¡Dale nena, comete esa pija con tu concha mamita, quiero escucharte gozar, gemir, saltar y coger como una putita!
Pero a Celeste le dolía demasiado. La veíamos lagrimear y moquear con un profundo deseo de no renunciar a los saltitos de su pubis. Pero claramente le dolía. Así que, Belén se incorporó para chuparle las tetas, cuando mi pene hacía esfuerzos por instalarse en su almejita, mis manos se llenaban con sus glúteos saltarines y mis oídos con sus quejidos de placer y dolor a la vez, los que Belén buscaba atenuar con un pañuelo en su boca. Luego se sacó el topcito y franeleó sus tetas imponentes contra las de la mocosa, y entonces ahí sí mi pija le entró de golpe, toda y de un empujón que multiplicó la potencia de sus gemidos. Ahora la guacha brincaba solita y a voluntad sobre mi carne para tenerla bien adentro, al tiempo que yo sentía que algo caliente resbalaba por mis piernas. Belén tuvo que contenerse de no acabarse encima cuando me dijo que eran jugos con hilitos de sangre.
Mi pene gobernaba impetuoso a su sexo, mientras Belén le rozaba el ano con un dedo, el que ensalivaba previamente en su boca, al tiempo que le decía: ¿Viste que sos virgen boludita? ¡Te sangra la vagina mi amor!, y le comía la boca.
¿Querés sentir toda la lechita de mi macho bien adentro zorra? ¿Querés que te la llene toda?!, le decía cada vez más sacada, dándole la erección de sus pezones a su boca para que se los chupe, tironeándole el pelo y sin dejar de besarla. Yo no pude dilatarlo más, y se la largué toda en unos bombazos que la sacudieron con magníficas estampidas contra mi pubis.
No sé cómo fue que la guacha se vistió tan rápido para salir del cuarto. No debíamos despertar sospechas en Susana. Solo recuerdo que Belén no le devolvió su bombacha, y le dijo que su madre tendería nuestra cama, la que durante un tiempo conservó el aroma del cuerpito de la nena. Por lo tanto, a Celeste no le quedó otra que salir del cuarto y ponerse a disposición de su madre. Justamente, Susana nos comentó como al pasar al salir de nuestro cuarto  que las sábanas estaban sucias, pero Belén le prohibió cambiarlas cuando entró a limpiar el dormitorio. Ni siquiera supo que en el montón de ropa sucia que llevaba en sus brazos para el lavadero estaba la bombacha repleta de flujos vaginales de su propia hija.
En ese momento Belén me regresó los testículos a su lugar al confiarme que la piba toma pastillas anticonceptivas. Lo sabía, porque ambas compartían a la misma ginecóloga.
Pasaron 2 horas hasta que le pagamos a Susana, y tanto Belén como yo las vimos marcharse, como si nada hubiese pasado. ¡Si supiese la empleada que le devolvimos a su hija recién estrenadita!    Fin

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