Digamos que, en cierto modo se lo advertí. Mi
amiga supo desde el primer momento, o al menos desde que me animé a
insinuárselo, que el bombonazo de su hijo mayor me tenía loca. Ella no me
creía. Supongo que por dentro se lo preguntaba. Pero nunca se imaginó que las
cosas fueran a terminar como finalmente sucedieron.
No tengo bien en claro cuándo fue que me
empezó a picar el bicho de la curiosidad por ese nene. Cuando iba a tomar mates
a lo de Alicia, mientras hojeábamos revistas de cosméticos, chusmeábamos de
nuestros maridos y de las madres de los compañeritos de nuestros hijos más
chicos, veía a Tiago, su hijo de 14 años desarrollarse en libertad. A veces
miraba fútbol, o cualquier otro deporte en el living, hasta que Alicia le pedía
que se vaya a su cuarto, porque nosotras teníamos que abordar temas de adultos.
Yo siempre le decía que no era para tanto, y algunas veces aflojaba. A veces lo
veía hacer ejercicios físicos en el patio, desde la ventana del comedor. Es que,
el entrenador del club al que asistía le daba una rutina diaria, y a él le
encantaba mantenerse activo y en forma. Alicia me descubría mirándolo, y me
retaba medio en broma.
¡Me vas a robar a mi nene con los ojos Sarita!
¿Viste cómo creció el guacho?, solía decirme mientras el mate iba y venía. Yo
intentaba no resultar tan obvia. Pero poco a poco, cada vez que lo miraba me lo
imaginaba en la cama, con un bóxer apretadito, con el pito parado, mirándome
las tetas mientras yo me quitaba la ropa ante sus ojos verdes que me
atravesaban como cámaras fotográficas.
¡Síii, tremendo cómo pegó el estirón! ¡Y,
decime, ¿Ese bebé todavía no tiene novia?! ¿O, al menos, te dijo si le gusta
alguna pendejita?, le pregunté esa tarde, tomando coraje de mis propios
impulsos sexuales reprimidos hasta entonces.
¡Qué sé yo Sara! ¡Vos sabés cómo son los
adolescentes! ¡Tenés que sacarles las cosas con tirabuzón para que larguen
algo! ¡Además, no le digas bebé, que es mi hijo!, dijo mientras abría un
paquete de galletitas azucaradas.
¡Vos lo decís porque te ponés celosa! ¿O me
vas a negar que te gusta que las chicas lo miren?, le pregunté, poniéndola un
poco nerviosa.
¡Callate nena, que lo que menos quiero es que se
enrosque en esos temas! ¡Es un boludo todavía para meterse con chicas, que ni
siquiera saben lavarse el pelo! ¡Además, no me parece que tenga que quemar
etapas! ¡Ahora es el momento de estudiar, hacer deportes, tener algunas
actividades de recreación, y de jugar, como cualquier chico de 14 años! ¿No te
parece?, me dijo, con ciertas dudas en el tono de su voz.
¡Sí Ali, tenés razón! ¡Pero el chico, seguro
que debe andar mirando a las chicas del colegio, o del club! ¡Ya tiene edad de
tocarse, por ejemplo!, le dije, y su cara se ensombreció un poco.
¡Sí negri, es cierto, y creo que hay una
pibita que le escribe mensajes y todo eso! ¡Y, sí, ni me hables de eso, que,
últimamente, sus sábanas son un desastre! ¡NO sé cómo hablarle! ¡Su padre no le
da ni bola! ¡Te juro que hay veces que parece que se hace pis encima de lo
húmedas que deja las sábanas! ¡Ya no sé qué hacer! ¡Yo le expliqué todo acerca
de la masturbación!, me reveló en voz baja una vez que se acercó a mi lado,
para que Tiago no pueda escucharla por nada del mundo, a pesar que el nene
hacía abdominales en el patio, y la ventana estaba entreabierta.
¿Y, sabés si mira videos chanchos?, le
pregunté. Ella se horrorizó, y me negó rotundamente que su hijo tuviera esas
conductas.
¡Aaaay, Ali, por favor! ¡Todos los nenes lo
hacen, y no es un pecado! ¡Mi hijo Damián, empezó cuando tenía 12, y jamás lo
reprendí por eso, ni me pareció una cosa tan terrible!, le expresé, un tanto
decepcionada de sus estructuras.
¿Vos me querés decir que, Damián se toca el
pito desde los 12 años? ¡Eso es una cochinada Sara! ¡Yo no lo puedo aceptar!
¿Qué tanto tienen que andar tocándose el pito? ¡Al final mi abuela tenía razón!
¡Los varones son unos asquerosos!, decía, aún sin elevar la voz, palideciendo
cada vez más los colores de su rostro, y tragando con cierta dificultad cada mordisco
que le daba a las galletitas. Incluso, hasta se ahogó cuando yo me empecé a
reír de su discurso, sin animosidad de ofenderla.
¿Y vos creés que las nenas no se tocan la
chochita? ¿Pensás que tu hija no tiene cosquillitas en la vagina, o en la cola?
¡Seguro que ella también se va a tocar cuando tenga 11, o 12! ¡Es más, tal vez
ya lo está haciendo, y vos ni lo sabés! ¡Tampoco te lo va a venir a contar!, le
dije, observando cómo sus ojos se abrían en una mezcla de espanto y absurdo
estupor.
¡No, no puede ser… las nenas no… eso,
perdoname Sara, pero, yo no creo en esas cosas! ¡Además, la Pao recién tiene 8!,
decía, sin terminar de corregirse, mientras se levantaba a poner más agua en la
pava. La veía temblando de nervios, como si yo fuese la hija del mismísimo
Satanás. De inmediato nos pusimos a mirar una revista de ropa interior, y el
tema quedó clausurado en las sensaciones de cada una. Pero yo, no dejaba de
pispiar por la ventana al nene que elongaba, trotaba, volvía a estirar y se
refrescaba, totalmente en cuero y con un shortcito que no llegaba a cubrirle
media pierna. Recuerdo que esa misma tarde, una vez que llegué a mi casa, y
hube terminado de preparar unas milanesas para esperar a mi marido, me regalé
una paja terrible en el baño de mi casa, imaginando a ese nene tocándose entre
las sábanas. ¿Cuánta lechita derramaría, si mi amiga dice que parece que se mea
encima? ¿Cómo sería la pija de ese bombonazo? ¿Qué tipo de calzoncillitos
usará? ¿Habrá perdido la virginidad con alguna putita del cole? ¿Cómo le
gustarán las minas? ¿Mirará a las mujeres más grandes? ¿Preferiría las tetas, o
el culo? ¿Yo, podría gustarle? En todo eso pensaba mientras me colaba los
dedos, y el mango de un cepillo para el pelo, totalmente mojada por lo que mis
ojos recordaban. Sabía que pasaría tiempo hasta que Alicia y yo nos encontremos
de nuevo en su casa. Por lo tanto, debía esperar para verlo, y eso no me
conformaba.
Al mes, fui a llevarle el pedido de la ropa
interior. Además ella tenía que pagarme unas cremas y unos esmaltes. Así que
volvimos a sentarnos con el mate, unas facturas y más chismes por compartirnos.
Todo estuvo normal para mi armonía, hasta que Tiago apareció en el comedor. Le
dijo a su madre que tenía que esperar a un amigo para ir a la canchita. Cuando
se acercó para darme un beso, me paralicé. Sin embargo, tuve la lucidez para
decirle: ¡Estás cada vez más churro vos nene! ¡Tené cuidado con las chicas, que
te van a querer raptar para hacerte de todo!
¡Sarita, por favor, no le digas esas cosas,
que después se la cree, y no hay quién lo pare!, dijo Alicia, y las dos nos
reímos de lo colorado que se ponía Tiago, intentando decir algo entre dientes.
Entonces, sentí que sus ojos reaccionaron ante el escote de mi blusa. No podía
ser una casualidad. No sé cómo Alicia no lo vio. De repente, las dos seguimos
hablando, mientras Tiago esperaba en el living. Hasta que sonó el timbre.
Entonces, le abrió a un chico menudito, rubio y poco interesante, agarró su
bolsito deportivo, y volvió a saludarnos. Primero le dio un beso a su madre.
Luego, se acercó a mí, y con más timidez que al principio me dijo: ¡Chau
Sarita, y Saludos al Dami!, y me dio otro beso en la mejilla.
¡Chau bebé, y haceme caso, cuidate de las
nenas malas!, le dije, bajo la acusadora mirada de Alicia, que esta vez no
sonrió.
¡No sabés Sara, está hecho un, un, un cochino!
¡Le encontré revistas con dibujos de mujeres desnudas, debajo de la cama! ¿Mirá
si la Pao las encontraba?, me dijo escandalizada, una vez que los chicos
desaparecieron del living.
¿Y qué hiciste con las revistas?, averigüé,
con una tensión impropia para mi paciencia.
¡Se las prendí fuego! ¡Supongo que estuvo
buscándolas por todos lados!, me dijo, después de putear por quemarse un dedo
con el agua del termo cuando intentó cebar un mate. Yo le dije mil veces que
tenía que comprarse uno nuevo, para aprovechar las promociones de las revistas.
¿Y pensás que está bien lo que hiciste? ¡Se va
a enojar cuando no las encuentre!, le dije. Ella no contestó, pero su cara fue
más que una respuesta para mis observaciones.
¡Alicia, tenés que dejarlo ser! ¡Es un nene,
que, bueno, es cierto que está en la edad de su desarrollo sexual! ¡Las
revistas, son solo dibujos!, intenté explicarle.
¡Disculpame Sara, pero yo no tolero esas
cosas! ¿Cómo sé que esas revistas no lo van a pervertir el día de mañana?, se
angustió de pronto.
¡Pero no seas tonta mujer! ¿Acaso, no viste
cómo ese mocoso me miró las tetas, antes de irse?, le revelé, sabiendo que tal
vez me trataría como a una degenerada.
¿Quéee? ¡Naaah, eso, perdoname Sarita, pero,
me parece que vos te imaginaste eso! ¡Tiago tiene ojos solo para el fútbol!, me
dijo, riéndose para no estallar como quizás hubiese querido.
¡Y para las revistas chanchas! ¡Vamos Alicia!
¡Tu hijo ya mira tetas, y culos! ¡Y no está mal que lo haga! ¡Yo creo que, si
querés que él confíe en vos, tenés que explicarle que, bueno, que quemaste esas
revistas porque tuviste miedo que las encuentre la Pao! ¡Pero, que, bueno, si
él las guarda con cuidado, puede tener todas las que quiera!, le sinceré.
¡Lo único que falta, es que ahora me digas que
vos le comprabas revistas porno a Damián!, me dijo, sin olvidarse de reír con
ese cinismo típico de quienes nos creen unos descarrilados del mundo.
¡Mirá Ali, Damián hoy tiene 18 años, y aunque
te parezca mentira, yo le compro los forros para que los use con su novia! ¡Yo
no le compraba revistas, pero le daba plata para que se las compre, porque
siempre supe que las tenía guardadas en el cajón de los calzones y medias! ¡Y,
también le lavé las sábanas con semen! ¡No es ninguna vergüenza mujer! ¡De
verdad, no hay de qué preocuparse!, le dije de repente, sintiendo que un
líquido espeso brotaba de mi vulva. ¡Ese nene miraba revistas de minas en
bolas! Y, para colmo, por lo visto, aquellos derrames sexuales sobre mi
bombacha parecían tener sus razones. A los 15 minutos, Tiago apareció en el
living, todo transpirado, pero con todo el bolsito deportivo empapado.
¡Nos volvimos porque se largó a llover como la
puta madre!, nos explicó mientras se quitaba las zapatillas embarradas y la
remera para secarse un poco con un toallón que su madre le había traído.
¡Tiago, ojo con la boca, que hay visitas!, le
advirtió Alicia.
¡Por mí no hay problema! ¿Y te mojaste mucho?
¿Qué pasó con el partido?, le pregunté, mirándolo cómo se secaba, sentado en
uno de los sillones.
¡Íbamos ganando nosotros 4 a 1! ¡A mi
compañero, el que vino a buscarme para ir a la canchita, todavía lo deben estar
puteando, porque se comió 3 goles! ¡Siempre fue re malo como arquero!, me
decía, a lo mejor sin darse cuenta que sus ojos se perdían en mi escote. Alicia
no se percató de ese detalle.
¡Dale hijo, sacate el pantalón que está
empapado, envolvete en el toallón, y andá a bañarte! ¡Después te preparo un
café con leche!, le dijo Alicia. Entonces, haciéndome la boluda, vi cómo Tiago
se envolvía en el toallón para quitarse el pantalón sin que ninguna de sus
partes se exponga ante mis ansiedades. Lo cual me resultaba aún más excitante.
¡Saber que bajo ese toallón solo tendría un bóxer transpirado, aumentaba el
morbo de mis ratones!
Otra tarde, a días que Tiago cumpla los 15,
fui a lo de Alicia porque había una nueva campaña de productos y cosméticos.
Ese día ella estaba media tristona, porque, al parecer hacía mucho tiempo que
no hacía el amor con su marido. Intenté convencerla de ciertas cosas. Le hablé
de los juegos previos, de recrear los momentos, de usar perfumes afrodisíacos,
ropita sugerente, de incorporar tal vez algunos masajes especiales… en fin, un
montón de alternativas. Según ella, él es un aburrido. Pero conociéndola, no
podía más que ponerme en el lugar de ese hombre. Alicia tenía aspecto de monja,
y cuando andaba en sus días felices, lucía como una ama de casa de 50 años,
cuando aún no pasaba de los 40. En eso estábamos, cuando apareció Paola con un
vaso de yogurt en la mano.
¡Mami, Tiago dice que no te olvides de
llevarle el celular! ¡Ahora le llevo esto, y la notebook para que pueda hacer
los deberes!, dijo la nena.
¡No Paola, llevale solo el yogurt, que yo le
llevo la computadora! ¡Si se te llega a caer, tu padre nos mata a las dos!,
dijo Alicia, levantándose de un solo golpe, porque, encima de todo sonó el
timbre. Alicia esperaba a un pintor que debía traerle un presupuesto, y la
lista de materiales que necesitaría para pintar todo el frente de la casa y el
patio.
¡Andá Ali, atendé al hombre, que la Pao y yo
le llevamos las cosas! ¡Total, yo no me voy a contagiar, porque ya estuve
resfriada este año!, la tranquilicé. Entonces, ni bien Alicia se puso a charlar
con el hombre, Paola y yo subimos al cuarto de Tiago. Estaba claro que esperaba
que quien entrara fuese su madre, ¡Porque el mocoso estaba en calzoncillo! Aún
así no pude evitar que Paola lo mirara en ese estado.
¡Andá Paola, que yo me encargo!, le dije a la
nena, que bajó más rápido que un huracán por las escaleras, seguro que por el
pudor de ver a su hermano en paños menores.
¡Y vos, podrías tener la calefacción más baja,
y taparte un poco! ¿No te parece? ¡Tu mamá me mandó a que te traiga la compu, y
el celu!, le dije, una vez que cerré la puerta. De inmediato el nene se cubrió
con la sábana. En ese momento, luego de acomodar las cosas en el escritorio que
tenía pegado a su cama, caminé hacia el otro lado para saludarlo con un beso.
¡Hola Sarita! ¡Gracias! ¡Espero que mi hermana
no me haya visto! ¡Si le dice a mi vieja que, bueno, viste como es!, dijo,
clavándome sus ojos en las tetas, casi sin inhibiciones.
¿Vos decís, que te haya visto en calzones?
¿Acaso vos nunca viste a tu hermana en bombacha? ¡Son hermanos Tiago! ¡No tiene
por qué avergonzarse! ¡Y vos tampoco! ¡De todos modos, vos tendrías que tener
cuidado! ¿Estás seguro que no tenés fiebre? ¿Te sentís bien?, le decía, como si
tuviera que hacer tiempo para seguir hablando con él. No podía evitar mirarlo,
comérmelo con la imaginación, sintiendo que también sus ojos buscaban ver algo
más en los pliegues de mi blusa, esta vez de color violeta.
¡Sí, me siento bien! ¡Ayer a la noche tuve un
poco de fiebre! ¡Pero, ya me siento mejor! ¡Tengo bocha de tarea del colegio,
porque mi vieja quiso que falte toda la semana, y ya es jueves!, se quejó,
mientras manoteaba su celular.
¡Bueno, ella se preocupa! ¡Es normal! ¡Pero,
no me contestaste algo! ¿Alguna vez viste a Paola en bombacha? ¿Te dio
vergüenza, o algo de eso?, le dije, sin saber por qué lo hacía. Necesitaba
investigar los puntos débiles de ese pendejo cada vez más atlético, alto y
fornido.
¡No sé, creo que sí, un montón de veces la
vi!, dijo, como sin darle demasiada atención. Sus ojos parecían seguir buscando
el blanco de mis tetas. Pero yo caminaba de un lado al otro, para dificultarle
la misión.
¡Che Tiago, ¿No querés cambiarte el
calzoncillo?! ¡Imagino que hace rato estás acostado en esta pieza! ¡No hay nada
mejor que un nene limpito! ¡Debés estar todo transpirado ahí abajo! ¿Te alcanzo
uno? ¿A dónde los guardás? ¡Obvio que no hace falta que te destapes para
cambiarte!, le dije, en un arranque de locura manifiesta, riéndome para darle
seguridad, y para que se ría también. Ahora sí que no entendía cómo había
llegado a proponerle tamaña cosa. Aún así, él con toda su inocencia a cuestas,
me indicó el cajón preciso entre varios de su cajonera, y me dijo que le
alcance cualquiera de los bóxers blancos que encontrara. Mi emoción no podía
desbordarse más en las paredes de mi sexualidad. Sabía que, mientras buscaba en
los cajones, sus ojos apuntarían directamente a mi culo. Por lo que entonces,
decidí demorarme un poco en buscar en el cajón. Sentía el vigor de su mirada, y
hasta podría jurar que el suspiro que le oí mientras buscaba, fue por lo ajustado
de mi calza negra, perdiéndose un poquito entre mis nalgas.
¡Tomá pibito! ¿Éste te parece bien?, le dije,
luego de arrojarle un bóxer blanco con la lengua de una serpiente estampada en
la parte de la cola. Él lo recibió, y asintió con la cabeza.
¡Dale nene, cambiate, sin miedos, que yo no te
voy a mirar! ¡Aunque, por si no lo sabés, yo te cambié mil veces los pañales
cuando eras chiquito!, le dije, sentada en una silla repleta de camisas en el
respaldo.
¿Posta? ¡Qué feo Sara, eso de cambiar
pañales!, decía entre ingenuo y divertido, metiendo el calzoncillo limpio bajo
su sábana.
¡No tontito, acordate que yo también soy
madre, y que cuando vos eras bebé, Damián ya tenía 3 años! ¡Así que ya tenía
experiencia en varoncitos meados!, le dije, advirtiendo que por sus
movimientos, se estaba quitando el calzoncillo. Lo hacía tan lentamente que,
podía sentir cada sonido de los elásticos, su cuerpo rozando la sábana,
acompañando al fuego de mis flujos desbordados. Entonces, supe que se estaba
poniendo el nuevo, una vez que arrojó el sucio bajo su cama, de un aventón.
¡Aaaah, sos un cochino! ¿Así que dejás los
calzones sucios ahí abajo? ¡Acordate que ya no sos un nene!, le dije,
haciéndole caritas de cómplice misterio. Él se reía animado, entre algunas
toses y estornudos.
¡Bueno Sara, igual, son calzones! ¡Y, todavía
soy un nene, según mi mamá!, dijo, cuando yo le hacía cosquillas en las plantas
de los pies, para que su risa juvenil se multiplique en el eco de su cuarto, y
en mis morbosas fantasías.
¡Sí, claro, un nene que ya le mira la cola y
las lolas a las chicas, y que, todos los días cambia un poquito su cuerpo, que
ya tiene una sombra de barba, y seguro ya elimina otras cositas, además de
pipí! ¿Me equivoco pendejito?, le decía, aumentando las cosquillas, haciendo
que se retuerza de tantas risas y escalofríos. Él no respondía, pero sus ojos
parecían flechazos al centro de mis tetas, un poco inclinadas por la posición
en que estaba sobre la cama.
¡Yo no miro esas cosas Sara, te lo juro! ¡Y,
bueno, lo otro, supongo que sí!, decía, sin poder hilar mucho que digamos sus
apreciaciones. Pero entonces, Alicia entró a la habitación, con un mate y una
cara de furia imposible de no temer.
¿Podés creer que el hijo de puta del pintor me
quiere cobrar treinta mil pesos por todo el trabajo terminado? ¡Es un chanta!
¡Yo le dije a mi marido, que los Recalde siempre hacen lo mismo! ¡Se quieren
hacer millonarios haciendo dos trabajos al año!, se descargó, mientras Tiago se
arreglaba la sábana. Yo no pude más que estar de acuerdo con ella, y tomarme el
mate para silenciar a los actos de mi cuerpo. ¡En ese momento vislumbraba que
el bulto de Tiago emergía bajo la sábana, que latía y se agrandaba ante mis
ojos lujuriosos!
¿En qué andan ustedes?, preguntó de golpe, y
Tiago, que todavía intentaba volver en sí de tantas cosquillas, le dijo que se
iba a poner a hacer la tarea. Enseguida le pidió que se lleve su calzoncillo
sucio a lavar, y, por un momento supuse que Alicia podía imaginar que yo lo vi
quitárselo. Pero eso no fue así. Ella seguía insultando al tipo, mientras
buscaba el calzón sucio de su hijo.
¡Otra vez Tiago! ¡No te lo digo más! ¡Controlá
eso, que ya sabés! ¡Ya lo hablamos! ¡No te hagas el tonto!, le dijo, y salió de
la pieza dejando la puerta abierta, invitándome a seguirla.
¿Qué es lo que tenés que controlar? ¿Te hacés
pis encima nene? ¿O, es lo que yo me imagino?, le dije bajito, poniéndole caras
raras, como si me burlara simulando una voz de pendeja tarada que, hasta a mí
me ponía de los pelos.
¡No sé qué le pasa últimamente a mi vieja!
¡Está re chapa!, balbuceó Tiago, acomodándose mejor en la almohada,
evidentemente molesto por la erección de su pene. Creo que sabía que yo se lo
miraba.
¡Dale nene, a mí no me quieras gambetear che!
¿Qué pasó? ¿Largaste lechita en el calzoncillo? ¿Es eso cochino? ¡Si fue eso,
no tenés por qué preocuparte! ¡Y tu mamá tampoco!, le dije, asegurándome que un
buen trozo de la copa de mis tetas asome por los encajes de mi corpiño. Cuando
sentí el clamor de sus ojos allí, decidí que lo mejor sería dejarlo solo,
embobado y confuso. ¿Su madre le habría hablado en los términos que yo lo hice?
¿Por qué me metí en ese asunto, que no me correspondía? ¿Qué mierda era lo que
me tenía tan alzada con ese pendejo? ¿Cómo había llegado a acabarse encima?
Porque, era obvio que eso fue lo que le pasó, a pesar que sus palabras no me lo
confirmaron. Su silencio era suficiente, pensaba mientras mateaba con Alicia en
la cocina.
Finalmente Tiago cumplió los 15. Yo no pude
asistir a la reunión familiar que organizó Alicia porque mi madre debió ser
internada de urgencia, por una insuficiencia cardíaca. Le hice llegar unos
perfumes, una billetera bastante cheta, y un pendrive de 32 Jijas. Sabía que
todo el tiempo él le pedía a mi amiga que le compre uno. Más o menos a las dos
semanas de su cumple, estuve por ir a la casa de Alicia. Pero otro contratiempo
se interpuso en mi camino. Mi marido había organizado una reunión laboral en
casa, y yo debía recibir a sus invitados. Esto significa que, recién a los dos
meses tuve contacto con Tiago. ¡Y fue de una forma inesperada!
¡Quiero morderte las gomas mamita!, decía un
mensaje de texto que me llegó a eso de las 12 del mediodía de un viernes
aburrido hasta entonces. No lo respondí.
¡Soy un admirador secreto! ¡Pero sabelo! ¡Tenés
las tetas más hermosas que vi alguna vez!, decía el próximo SMS. Como ese
número no tenía whatsapp, no podía confirmar la identidad del atrevido.
¡Soy una mujer casada caballero! ¡Así que, le
agradecería que no me moleste! ¡No tengo idea quién es usted, pero sepa que
puedo averiguarlo!, le escribí, sintiéndome de todos modos alagada por el
piropo. Tardó en contestar, pero finalmente lo hizo, como a la media hora.
¡No me importa que estés casada! ¡Yo quiero
esas tetas, y vos, seguro que debés tener ganas de probar una pija distinta!
¡Un poquito de leche fresca, de un pendejo que te admira en silencio!, decía la
insolente respuesta. Yo tenía miedo que Damián, o mis hijos más chicos
descubran mi estado de ansiedad. Pero, por otro lado, no podía evitar mojarme
toda. No entendía quién podría tener mi número. Pensé en el hijo del carnicero,
que es un pendejo baboso de unos 25 años, en el verdulero, que no para de
mirarles el culo a sus empleadas, y en el chico que suele traernos las pizzas.
Incluso se me ocurrió que pudiera ser un amigo de Damián. Pero ninguno de ellos
me cerraba del todo. Así que, directamente le pregunté quién carajo era. No me
contestó de inmediato, y cuando lo hizo, intentó sembrar el misterio.
¡Vas a tener que averiguarlo vos solita! ¡Te juro
que no puedo parar de soñar con tus tetas! ¿Te gusta que te las muerdan?, me
escribió. No podía creer que se tratara de Tiago. Pero, cuando más me hacía esa
idea en la cabeza, más creíble me parecía.
¿Qué pasó? ¿Te dejé muda mami? ¿Vos cogés
seguido con tu marido?, me escribió al notar que no obtenía mi respuesta. ¡Qué
pendejo desubicado! ¡Encima, tenía la puntería de adivinar la poca vida sexual
que venía trayendo con el negro! Entonces, se me ocurrió preguntarle, así
nomás, de un arrebato furioso: ¿Vos, por casualidad, usás un calzoncillo
blanco, con una lengua de serpiente estampada en la cola pendejo?
¡No sé de qué me estás hablando! ¡Pero supongo
que eso no importa ahora!, escribió, tras unos largos minutos inconclusos. Mis
corazonadas habitualmente no fallaban, y ese no podía ser otro que el hijo de
mi amiga.
¡Escuchame una cosa pendejito! ¡No sé cómo
conseguiste mi número! ¡Pero supongo que lo apuntaste del celular de tu mamá!
¡Me parece que voy a tener unas palabras con ella! ¡Yo que vos, tendría más
cuidado! ¡Soy una mujer casada, y podés traerme muchos problemas!, le respondí
a un mensaje obsceno, en el que resaltaba una vez más lo lindo que le parecían
mis tetas, y las pajas que le había dedicado en su cama.
¡Basta Tiago, o ahora mismo hablo con tu
madre!, le puse, con el celular tiritando de emoción en mis dedos entumecidos.
¡Al final, ese nenito tenía los huevos para escribirme esas chanchadas, y la
pelotuda de la madre que lo subestimaba una y otra vez!
¡Por favor Sara! ¡Disculpas! ¡Pensé que era el
celular de Paola, una compañera de la escuela! ¡Te prometo que la próxima me
fijo bien el número, antes de mandar estos mensajes!, me escribió, luego de
llamarme tres veces. Por supuesto, yo no lo atendía, a propósito.
¿Ah sí? ¿Y esa tal Paola está casada, y va a
tu colegio? ¿Y cómo cuernos llegaste a tener mi número? ¡Vamos pibito! ¡Conmigo
no te hagas el vivo! ¡Reconocé que estás caliente! ¡No sé si pueda perdonarte
la cantidad de cochinadas que me escribiste! ¡Pero te prometo una cosa! ¡Ya lo
vamos a hablar personalmente!, le escribí con una sola mano, bajo todas las
dificultades posibles, ya que con la otra mano me sobaba las tetas por debajo
del corpiño. Además, friccionaba mi culo y mi almeja contra la silla de la
cocina en la que estaba sentada. Sentía todos los líquidos de mi sexualidad
empapándome la bombacha y la calza, y no me importaba en lo más mínimo.
Al día siguiente, le inventé un problema
familiar a Alicia, para tener una excusa y poder visitarla. Al parecer, para el
cretino de su esposo, si no hay una verdadera razón para que una amiga visite a
su mujer, esta no tendría por qué hacerlo. Pero por suerte, ese día el tipo no
estaba. Entonces, una vez que me tomé un licuado de frutas con Alicia, en el
living de su casa, contándole ciertos por menores de un conflicto inexistente,
le pregunté por Tiago.
¡Nada, la verdad, pensaba que, bueno, como no
lo visité para su cumple, por lo de mi mamá, por ahí, podíamos ir a tomar un
helado! ¿Me lo prestás un ratito?, le dije. Al principio Alicia pareció
interesada. Seguro que ella pensó que mi invitación la incluía.
¿Vos decís, llevarte a mi hijo a tomar un
helado? ¡Qué raro Sarita! ¡Digo, no sé, creo que, nunca tuviste esa
consideración con él! ¡Aparte, ya le regalaste cosas re lindas, y caras!, me dijo
sin pensárselo, mirándome como a un bicho raro.
¿Pero qué tiene de malo? ¡Yo podría ser su
tía! ¡Vamos Ali, por dios! ¡No sé qué estarás pensando! ¡La de veces que cuidé
de él cuando era chiquito! ¡Si le habré limpiado los mocos a ese grandulón!, le
dije, como para suavizar el efecto de mi invitación inesperada para ella.
¡Bueno, sí, claro que es cierto! ¡Y no pienso
mal de vos, tarada! ¡Solo que, nada, me pareció raro, nada más!, me dijo, y se
puso a preparar otro vaso de licuado.
¿Che, y sigue haciendo cochinadas en su cama?,
le pregunté, muerta de curiosidad. Claro que a un volumen bajo, para no ponerla
impaciente.
¡Sí nena, sigue ensuciando las sábanas! ¡Te
juro que ya no sé qué hacer! ¡Me da una vergüenza terrible!, se expresó, y una
vez más volvimos a charlar de sus preocupaciones.
Al rato, Tiago apareció en el living. Había
bajado las escaleras tan silenciosamente que ninguna de las dos se había
percatado de su presencia. Cuando lo vi mejor, lo descubrí descalzo, con un
short como para meterse en la pileta, y una musculosa re fachera de Los Pumas.
¡Aaah, hola Tiaguín! ¡No te escuché bajar!, le
dije, y el mocoso se levantó a saludarme. Claro que esta vez fue mucho más frío
que en oportunidades anteriores.
¿Hiciste los deberes hijo?, le preguntó
Alicia, y mientras él le respondía que sí, yo lo examinaba. Estaba un poco más
alto que la última vez que lo vi, y con varias marcas de granitos mal curados
en la frente. Pero no me importaba. También le divisé un aroma distinto, el de
un nene que necesita comenzar a diplomarse de hombrecito.
¡Tiago, hablé con tu madre, y ella no tiene
problemas! ¡Te invito a tomar un helado! ¿Querés?, le largué sin más, luego de
preguntarle si le habían gustado mis regalos. Él se mostró confundido. Parecía
buscar alguna excusa para librarse de mí. Pero mi mirada acusadora lo hostigaba
para que obedezca. Sabía que si no lo hacía, yo le contaba todo a su madre, y
entonces tendría problemas serios. De modo que, a la media hora, los dos
caminábamos por una vereda plagada de gente, bajo un calor intenso.
¿A qué heladería vamos?, me preguntó cuando ya
habíamos caminado unas 15 cuadras.
¡Yo que vos, sigo caminando, y me callo la
boca, pendejito atrevido!, le dije, acercándome a su espalda para susurrarle en
la nuca. Tenía bien en claro que ese nenito no pensaba en darse a la fuga por
nada del mundo.
Entonces, llegamos a un edificio, en el que
una amiga tenía un departamento. Solo lo usaba cuando ella, o alguien de su
familia venían de Uruguay a Buenos Aires. Ambos tuvimos la suerte que yo soy la
cuidadora de las llaves. Una vez que llegamos a la puerta, tuve que empujar a
Tiago de las nalgas para que ingrese al edificio. Estaba muy oscuro en el
interior, pese al sol que todavía calentaba el asfalto allá afuera.
¿No íbamos a tomar un helado?, me dijo, y su
voz retumbó en el eco del edificio despoblado.
¡Sí corazón, después vamos! ¡Pero ahora, me
tenés que aclarar algunas cositas!, le decía, apretujándolo con mis tetas
contra su espalda en la fría pared, después de llamar al ascensor. Ahí percibí
sus nervios, la incertidumbre de su cuerpo, y lo vulnerable de su estado de
ánimo.
Cuando el ascensor traqueteó por última vez,
abrí la puerta, y volví a empujar al pibito a su interior. Yo subí con él,
cerré las puertas y presioné el tercer piso. En ese momento, me desprendí los
dos primeros botones de mi blusa celeste, y me dejé caer sobre su cuerpo.
Debido a mi altura, y a su estirón, mis tetas le quedaron a nada de su rostro.
¿Así que te gustan mis gomas nene? ¿Alguna vez
mordiste una teta vos?, le decía, conduciendo mi mano a su bulto, el que
finalmente atrapé. Se lo sobé, sintiendo cómo se le endurecía, y cómo se le
escapaban algunos gemidos intrépidos de los labios, entre palabras sueltas
como: ¡No, es que, yo no quería, perdón, es que, yo no quise!
¡Aaaah, ¿Ahora te hacés el buenito, el
inocente?! ¡Tocame las tetas guacho, que yo te voy a tocar esta pija, todo lo
que quiera! ¿Me escuchaste?, le dije, bajándole el pantalón, más para ponerlo
nervioso que para otra cosa. Pero lo cierto es que me apropié de su pija
envuelta en un calzoncillo violeta, y seguí sobándosela despacito, muerta de
ganas de arrodillarme para chupársela.
¡Dale, arreglate la ropa, que llegamos!, le
dije ni bien el ascensor se sacudió al tocar el tercer piso. Él se había
animado a palparme las gomas, pero sus manos todavía temblaban como hojas
arrancadas por un otoño siniestro. Yo bajé primero, y tuve que llamarlo dos
veces para que reaccione, y me siga los pasos. Una vez que abrí la puerta del
departamento de mi amiga, encendí las luces y abrí una ventana para combatir un
poco el olor a encierro que por un momento nos quitó el placer de respirar,
agarré al mocoso y lo senté a la fuerza en uno de los sillones.
¡Te quedás ahí, hasta que yo te lo ordene
pendejo! ¡Y nada de preguntar!, le decía, mientras abría una botella de
gaseosa, la que había colocado en la heladera por la mañana, además de otras
cositas para comer y tomar. Yo me abrí una latita de cerveza.
¡A ver a ver! ¡Primero, explicame, cómo es eso
que sabés que yo tengo problemas con mi marido!, le decía, mientras le ponía en
las manos un vaso de coca, y me quitaba los zapatos. Obviamente, Tiago no
respondió.
¡Muy bien! ¡Entonces, contame cómo conseguiste
mi número! ¡O, al menos, decime si tu mamá sabe que lo tenés!, le pregunté,
desprendiéndome la blusa por completo, antes de arrojarla al suelo. Mi corpiño
con encajes ahora le iluminaba los ojitos, y parecía que hablar le costaría
mucho esfuerzo.
¡No, ella no sabe que lo tengo! ¡Yo se, o sea,
yo me lo copié de una agenda personal que ella tiene!, respondió al fin.
¡Mirá qué bien, qué inteligente resultó ser el
nene! ¿Y Paola? ¿Esa chica existe? ¿Te gusta una tal Paola?, le pregunté luego
de beber unos buenos sorbos de cerveza, para controlar un poco al desborde de
mariposas que me estrujaba el vientre. Él sonrió con picardía.
¡Debe existir alguna Paola en la escuela!
¡Pero a mí no me gusta ninguna Paola!, me aclaró, sin dejar de golpear sus
talones en el sillón.
¡Y, decime, ¿Seguís dejando los calzoncillos
con lechita debajo de tu cama?! ¡A tu mami, me parece que mucho no le gusta
eso!, le pregunté, ahora sí logrando que se ponga colorado. No me respondió,
pero casi se le cae el vaso de gaseosa de la mano.
¿No tenés calor Tiago? ¡Sacate esa remera, que
debe estar empapada de la transpiración!, le dije, levantándome para quitársela
yo misma. Él parecía incapaz de oponerse a nada. Por eso, una vez que su
musculosa cayó al suelo, me acerqué, y le pregunté al oído: ¿Todavía seguís
soñando con morderme las gomas?, al mismo tiempo que le manoteaba el pedazo por
adentro de su bermuda.
¡Decime otra cosa nenito! ¿Vos, sos virgen?
¿Alguna chica te entregó la conchita bebé?, le decía, sintiendo cómo su rostro
se frotaba contra mis tetas. Tiago suspiraba, temblaba más que antes, y no
sabía qué hacer con sus manos, aunque estaba claro que quería manosearme.
¡Hacé lo que tengas ganas de hacer nene!
¿Querés tocarme el culo? ¿O las tetas? ¡Pero, no te olvides de responder mis
preguntas!, le dije, comenzando a rodar con mi boca por su cuello, en medio de
unos besos chiquitos, casi sin ruido al principio. A medida que su pija crecía
entre mis manos, todavía bajo su bóxer, mis besos aumentaban su tamaño, su
intensidad y el largo del recorrido, ya que ahora también le besaba los hombros.
Él se retorcía de placer, y el calor que emergía de sus huevos era cada vez más
ardiente.
¡No, todavía, yo no estuve con una chica!,
dijo con todo el pesar de haber hecho algo malo, mientras mi lengua le rozaba
una oreja, y mi garganta le gemí suavecito.
¿Y no te parece que sos un poco agrandadito,
mirando a las señoras más grandes, en lugar de mirar a las nenas de tu edad?,
le decía, mordisqueándole el mentón, cada vez más cerca de su boca. Pero
todavía no iba a darle ese premio. Entonces, le quité las zapatillas, y empecé
a acariciarle esas piernas atléticas y fuertes, mientras mi boca empezaba a
besarle el abdomen, subiendo hasta su torso para lamerle los pezones. ¡Cuando
le mordí uno, jurándole que me lo iba a comer a mordiscones, gimió sin
limitarse, mientras su pija se ensanchaba un poco más! Sabía que su
inexperiencia, en breve lo iba a llevar a irse en leche, y él ni se daría
cuenta tal vez. Así que, le mordí la otra tetilla, y le pedí que se ponga de
pie. Le costó recobrar el equilibrio, con la frente cada vez más surcada de
sudor y adrenalina. Me arrodillé en el suelo, me desprendí el corpiño y se lo
arrojé en la cara.
¡Olelo puerquito, olelo todo, y babealo,
mordelo, chupalo, hacele lo que quieras!, le decía, moviéndole las tetas,
mientras le miraba el pito como un chorizo caliente, envuelto en ese bóxer
apestado de jugos seminales.
¡Vení para acá pendejo mal educado!, le dije,
trayéndolo hacia mí de sus nalgas, luego de mirarlo un buen rato oliendo y
babeando mi corpiño. Le bajé el bóxer un poco con las manos y otro con la boca,
y su pito saltó al aire, salpicándome la cara con algunas gotas de sus líquidos
pegajosos. De inmediato supe que si me lo metía en la boca, probaría su lechita
sin ninguna restricción. Así que, opté por pegar su pubis contra mi torso, para
que su pija se ubique entre mis tetas, y entonces empezar a moverme para
friccionarnos, frotarnos y sentirnos como los dos lo deseábamos fervientemente.
¡Uuuuf, qué rico, esa cosita dura entre mis
tetas! ¿Te calientan mucho mis tetas bebote?, le decía, mientras nos mecíamos
para refregarnos, mientras yo le abría y cerraba las nalgas, se las pellizcaba,
y de vez en cuando les propinaba algún chirlo. Él gemía, haciendo visible la
cantidad de saliva que se le acumulaba en los labios.
De repente balbuceó algo como: ¡Síii, me
vuelven loco, pero, no puedo, no aguanto más!
¡Tranquilo bebé, largala toda, regame las
tetas con tu lechita, vamos nene, ensúciame toda, dale, que mis tetas ahora son
como tus calzones, acabame toda esa lechita caliente!, le decía, escupiéndole
un poco la cabecita de la verga, apretándosela con mis tetas, apurando los
movimientos de mis frotadas. Tiago parecía que se iba a desarmar por lo torpe
de sus reacciones. Pero finalmente, luego de que uno de mis dedos estuvo a
punto de rozarle el agujerito de la cola, un estruendo seminal empezó a
encremarme las tetas, a descender por el hueco que las une para mojarme el
abdomen, la calza y la alfombra de mi amiga. Sus jadeos tímidos se le
aprisionaban en la garganta. Por eso yo le di una nalgada, diciéndole que no se
reprima, que diga lo que quiera, y que deje que le salte toda la leche.
Realmente, ese mocoso tenía un tambo de semen para ofrecerle a mis tetas.
¡Mirá bebé, mirá cómo me dejaste las tetas!
¡Me las ensuciaste todas! ¿Qué vas a hacer con ellas ahora? ¿Las vas a tirar
debajo de tu cama, como a tus calzoncillos?, le decía, acariciándole la pija,
que no abandonaba del todo su tamaño, aunque si su rigidez. Él no respondía. No
le quedaban fuerzas para nada más que para admirar mis tetas bañadas con su
leche.
¿Y ahora, me vas a decir por qué todavía no le
mostraste esta pija a ninguna chica?, le decía, bebiendo otros sorbos de
cerveza, mientras Tiago se acomodaba en el sillón.
¡No sé, creo que, que no se dio! ¡Bueno, es
que, nadie tiene las tetas que vos tenés!, dijo al fin, entre agitado y
relajado. Yo me senté a su lado, y luego de quitarle el bóxer de los tobillos,
lo olí ante sus ojos muertos de asombro.
¡Me encanta el olor de los varones! ¡Siempre
quise oler los calzones de otro nene que no sea mi hijo! ¡Por supuesto que
Damián no sabe que alguna vez lo hice! ¡Y tenés prohibido contarle alguna vez!,
lo amenacé, mientras le pasaba la lengua a la parte que le coincide a su verga.
Tiago sonrió, me examinó completamente, y suspiró cuando le agarré el pito con
una mano, mientras mi boca comenzaba a besuquearle la cara.
¡Tengo que tener cuidado con los besos,
porque, si llegás a tu casa con chupones en el cuello, tu madre va a saber que
estuviste con una chica!, le decía, cuando le mordisqueaba una oreja,
sacudiéndole el pito de un lado al otro, notando que volvía a endurecerse como
una roca.
¡Qué rápido se te vuelve a parar chiquito! ¿Te
pajeás mucho en la cama nene? ¿Te gusta pajearte, pensando en mis tetas?, le
decía, acariciándolo con mis dedos y uñas, para que sus escalofríos lo hagan
delirar de un placer que seguro nunca imaginó. Al fin llegué a sus labios, y
después de acariciárselos con mi lengua, se los abrí con la puntita, y atrapé
la suya. Nuestras lenguas, y la frotación de mis dientes contra sus labios nos
condujeron a un frenesí que fue imposible de detener.
¡Quiero que esa pija salga y entre todo el
tiempo de mi concha, pendejito mirón!, le decía, mordiéndole los labios,
pajeándole el pito con las dos manos. El intercambio de saliva que nos
proporcionábamos parecía enlazarnos más que cualquier vínculo de amantes
desbocados. Entonces, me hinqué a sus pies, y de un solo zarpazo me introduje
ese trozo de músculo tieso en la boca. Esa vez sí que gimió con todas sus
ansias. Estuve mamándosela un buen rato. Se la escupía y olía. La metía y
sacaba de mi boca para fregarla contra mi cara, y la sostenía con una de mis
manos para pegarme con ella en la boca entreabierta. Le besuqueé los huevos, y
hasta me los metí uno por uno en la boca. Pero, como es natural, los nenes
producen tanta lechita que, una vez más supe cuándo estaba cerca de
ofrecérmela. De modo que, empecé a gemirle para apropiarme de cada gotita,
mientras se la ordeñaba: ¡Asíii bebéee, dame la mamadera, daleee, que quiero
lechita de un nene pajero, un nenito que le mira las tetas a las señoras! ¡Dale
guachitoooo, largala toda, adentro de mi boquitaaaa! ¡Dale, que acá no está tu
mamita para retarte, ni va a entrar tu hermanita para mirarte el pito!
Su semen se convirtió enseguida en un río
blanco y espeso, el que colapsó a mi paladar para comenzar a fluir por todo mi
rostro. En breve, varios hilos de semen rodeaban mi cuello, mentón y senos, y
las arcadas que ese guachito me regaló al agarrarme del pelo para llevar su
pija hasta lo que pudiera de mi garganta, me emputeció aún más. Por eso, así
como estaba, me levanté con una agilidad que ya no me recordaba, me tiré encima
de su cuerpo sudado, y comencé a comerle la boca, la nariz y toda la cara, con
todo su semen disperso por todo mi rostro, y con una buena porción
burbujeándome en la boca. Mis lamidas lo colmaron por completo, y él no parecía
ni asqueado ni nada.
¿Te gusta que te bese con tu lechita en la
boca? ¡Me encanta tu leche pajerito, porque estás re alzado, todo el tiempo!
¡Decime que estás calentito nene!, me escuchaba decirle, mientras me quitaba la
calza, y no paraba de besarlo con toda la obscenidad que había en mi
repertorio. Me encantaba pasarle la lengua a lo largo por sus labios
entreabiertos, y metérsela en la boca para saborear su paladar, sus dientes y
muelas, su lengua agitada y su aliento dulce por la coca cola. Él, a esa altura
ya me tocaba el culo, y más desde que me quité la calza.
¡Mirame la bombacha pendejo! ¡Mirá lo mojada
que estoy, por tu culpa, pendejito de mierda!, le dije, prohibiéndole tocarme
por un segundo.
¿Nunca viste una concha de cerca vos?, le
decía, amagando con bajarme la bombacha roja que traía.
¡Sí, pero solo fue la de mi hermana!, dijo
resuelto, sin perderse detalle de mis movimientos.
¡Así que le viste la chuchi a tu hermana!
¡Bueno, pero esta, es la concha de una mujer, y no la de una nenita como ella!
¡Vení, acercate, así me ayudás a bajarme la bombacha!, le dije, poniéndolo en
el mejor de los apuros para un varón de su edad, supongo.
¡Igual, según tu mamá, tenés varias revistitas
chanchas! ¡Ahí sí que tenés conchas, tetas y culos para mirar!, le dije, cuando
al fin se decidió a levantarse del sillón. Pero no me respondió. Enseguida sus
manos se aferraron a los elásticos de mi tanga, y la deslizaron hacia abajo,
ahora sin tantos temblores. Me sorprendió sentir el vapor de su respiración a
milímetros de mi vulva.
¿Te gusta? ¿Qué pasa bebé? ¿Tenés ganas de
chuparla?, le dije. Quizás no fue una buena idea distraerlo de su propósito, ya
que después de eso volvió a ser el nene dubitativo y temeroso del principio.
Entonces, lo cacé del pelo y lo obligué a frotar su carita de nene contra mi
vagina, y cuando empecé a notar que mis jugos se descontrolaban, lo levanté de
los hombros para ponerlo de pie. Le manoteé la verga y le dije: ¡Todavía sos
chiquito para chupar conchas bebé! ¡Pero, a lo mejor, si te portás bien, me la
podés meter toda ahí adentro! ¿Qué te parece?
Él se mostró aturdido. Pero con varias líneas
de flujo en su rostro. Aún así, cuando recuperó el habla, me dijo, mientras yo
le pajeaba la pija: ¡Sara, perdón, pero, tengo ganas de hacer pis!
Yo ni lo dudé. Me alejé de su cuerpo, me senté
en una silla y se lo pedí.
¡Dale, Hacé pis ahí nomás, porque no tengo la
llave del baño! ¡Hacele pichí a la alfombra de mi amiga, como un perrito
alzado! ¡Después, le diré que entró algún gato por la ventana! ¡O, bueno, ya
veremos!, le decía, mientras veía cómo le costaba concentrarse para eliminar
los primeros chorros de orina. Es que la tenía muy dura, paradita y elevada el
pobrecito! ¡Y encima, una loca desquiciada, en tetas y en conchita lo miraba
hacer pipí! Pero cuando al fin terminó, y el alivio de su vejiga se materializó
en un suspiro, lo llevé a la pieza desordenada de mi amiga. La cama no tenía
sábanas, y el colchón tenía algunas quemaduras de cigarrillo en la superficie.
Aún así, le pedí a Tiago que se siente, mientras le ponía mis tetas en la cara,
para que su boca sedienta me las chupe con todo su potencial de macho.
¡Dale nene, quiero que te pajees, quiero ver
cómo te pajeás por mis tetas! ¡Mordelas puerquito, chupame los pezones,
mordelos y succionalos pendejito!, le decía, oyendo las maniobras que se hacía
en la pija, disfrutando de sus mordidas, lamidas y chupadas, y de vez en cuando
encajándole un flor de beso en los labios. Hasta que no lo soporté. Empujé su
torso contra la cama, le subí los pies, le escupí la pija, le froté un buen
rato mis tetas mordisqueadas contra su falo, y me subí, decidida y al borde de
la locura a su pubis. No hubo mucho que hacer ni bien su glande se desplazó por
el orificio de mi vagina. Yo empecé a cabalgarlo, a saltar entre despacito y
fuerte, controlando el ritmo para hacerlo desear, y escupiéndome las tetas para
que sus ojos se llenen de mis perversiones, ya que había quedado enfrentadita a
él. De paso, también le escupía la cara. Él parecía que se iba a deshacer
adentro mío. Su pija aumentaba su tamaño, su temperatura y tenacidad, mientras
mis jugos hacían que mi clítoris se frote con mayor vehemencia en su virilidad.
Le pedí que me deje el culo rojo de tantos azotes, que me pellizque y me diga
que soy su puta, que me jure que siempre sería su puta calentona. Él me lo
juraba, levantaba un poquito sus caderas para llenarme la concha de pija, y
gemía haciendo notorios los cambios repentinos en su voz juvenil.
¿Ya te viene la lechita bebé? ¿Querés acabar?
¿Eeee? ¡Decime si te falta mucho pendejo! ¡Quiero que me la dejes ahíii, que me
la largues todaaaa, como cuando estás en tu camitaaaa, pendejito pajero!
¡Quiero sentirla todaaa, bien calentita, asíii, aaaay, así guacho, dame verga,
asíiiii pendejitoooo!, le decía, cuando nuestros cuerpos destilaban tantas
emociones, aromas, fulgores y sonrisas, que ninguno de los dos quería que ese
momento tenga un final. Pero, de repente, sentí que su glande se movía como una
viborita en el interior de mi vagina, y que un líquido caliente, fragante y
pesado empezaba a darle la bienvenida a un orgasmo que también me eclipsó por
completo. De hecho, en ese éxtasis divino, le rasguñé la cara, mientras me
frotaba totalmente enloquecida contra su pubis. No recordaba haber aullado
tanto como con ese nene virgen. No es que su pija sea una cosa monumental. Pero
sus tal vez 16 centímetros tenían la pasión, el fuego y la fortaleza de
satisfacerme como yo quería. ¡Además, me volvía loca saber que yo era la que le
estaba enseñando a coger! Él seguía babeándose con mis tetas, con su pija
todavía en la oscuridad de mi vulva, achicándose poco a poco, aunque sin dejar
de expulsar más leche con cada espasmo que conciliaba. Entonces, una vez que la
respiración volvía a oxigenarnos los pulmones con tranquilidad, exhaustos por
la alegría de habernos devorado como nos lo merecíamos, empecé a levantarme
lentamente de su cuerpo, colmado de mis olores, mis marcas y nuestro candor
compartido.
¡La verdad, si fuera por mí, seguiríamos
cogiendo toda la tarde pendejito! ¡Pero tenemos que ir a tu casa! ¡Sabés cómo
es tu mamá de hincha!, le dije, paseándome la lengua por los labios, poniéndome
la bombacha, dejándolo que me observe con total libertad.
¡Pero, ¿No nos podemos quedar un ratito más?!,
dijo, y su voz se asemejó a la de un nene que no quiere bajarse de los autitos
chocadores.
¡No Tiago, dale, levantate, que tenemos que
irnos! ¿Te traigo la ropa?, le dije, una vez que me empecé a poner la calza.
¡Yo, quiero probar tu concha Sara!, me dijo,
sorprendiéndome una vez más. Lo miré con suspicacia, y le dije: ¡Mirá nene, hay
muchas cosas que tenés que aprender! ¡Pero tampoco te abuses de mí! ¡Supongo
que conocerás a muchas chicas a lo largo de tu vida, y seguro que, alguna te
dejará que le chupes la conchita!
Tiago pareció decepcionarse, mientras se ponía
el calzoncillo.
¡Espero que ninguna se entere que te gusta
hacer pis en las alfombras!, le dije, para hacerlo reír, y de paso, comprobar
que su estado anímico seguía intacto. Entonces, una vez que estuvimos vestidos,
me dijo: ¡Yo no quiero a otra chica! ¡A mí, me gustan tus gomas, y tu cola!
¡Bueno Tiago, pero tené en cuenta que yo te
doblo la edad, y un poco más también! ¡Además, estoy casada! ¡Vos sos un nene
todavía para entender estas cosas! ¡Yo, solo, quise darte un regalo!, le dije
mientras esperábamos el ascensor. Algo me recordaba que, si dormís con niños,
lo más posible es que amaneciera meada. Entonces, intenté explicarle las cosas
de otro modo. Pero él me dijo: ¡Bueno Sara, pero, esto puede ser un secreto! ¡Ni
siquiera mi vieja se tiene que enterar! ¡Yo no voy a decir nada! ¡Aparte, tu
marido no ya no te hace las cosas que te gustan! ¡Te escuché un par de veces
hablando con mi vieja! ¡Sé que él ni siquiera te mira desnuda!
Le di una cachetada, cuando ya estábamos
bajando en el ascensor, por desubicado.
Sin embargo, acto seguido le paré la cola, indicándole que quería que me
la apoye ahí mismo.
¡Ta' bien bebé, si vos lo querés así, así lo
vamos a hacer! ¡Hay que planificar nuestros encuentros con cuidado! ¡Yo me
ocupo de eso! ¡Vos, solo concentrate en el colegio, y tratá de no ensuciar
tanto tus sábanas, así te guardás la lechita para mí! ¡Pero ahora, apoyámela
toda en el culo! ¿Te imaginás metiéndome ese pito en el culo? ¿Te gustaría?, le
dije, antes de abrir las puertitas del ascensor. Entonces, a segundos de
bajarnos, nos comimos a besos, ni bien le prometí que lo llevaría a tomar un
helado, antes de dejarlo en su casa. ¡Espero que la tonta de su madre no se
haya dado cuenta que su pequeño bebé de 15 años, estuvo regalándole su lechita
a su mejor amiga! Fin
Recordá que este, o cualquier otro relato del blog, podés pedírmelo en audiorelato, a un costo más que interesante. Consultame precios y modalidades por mail.
Este es mi correo ambarzul28@gmail.com si quisieras sugerirme o contarme tus fantasías te leeré! gracias!
Acompañame con tu colaboración!! así podré seguir haciendo lo que más amo hacer!!
Cafecito nacional de Ambarzul para mis lectores nacionales 😉
MUY CALIENTE RELATO, COMO SIEMPRE AMBAR. ME ENCANTÓ
ResponderEliminarMuchas gracias. espero que sigas leyendo. ¡Un beso!
EliminarExcelente relato, me encanta esta tematica, si por ahi la mujer protagonista pudira desvirgar a uno un par de años menor, mejor
ResponderEliminar¡Hola José! Bueno, por ahora la historia termina aquí. pero puede haber otra mujer que desvirgue a otros nenes. te invito a construir una historia, para que yo la lleve a un relato erótico. ¿Te gustaría? ¡Besos!
EliminarAhhh. Quiero una segunda parte y leer todas las cochinadas que le enseñas a hacer a ese nene. A mi me comieron los pezones y gemí contenido por que su mama estaba cerca... la de enchastres que me hizo esa nena reprimida. Me idéntifico muuuucho y quiero mas. Querida Ambar.
ResponderEliminar¡Hooolaaa! bueno bueno, no tenía pensado escribir una continuación. pero cada vez lo pongo más a consideración. estaría bueno escribir sobre esa experiencia tuya, si lo querés. cualquier cosa, si te interesa que materialice tu experiencia con esa nena reprimida en un relato, podés escribirme al mail. ¿Dale? ¡Te espero!
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