Guachito pijón


Mi nombre es Germán, y no me arrepiento de haber sido uno de los más pajeros del barrio, con toda certeza. Hoy tengo 22 años, y todavía no defino mi sexualidad como quisiera. La paso bien con chicas y chicos. No me drogo ni me bandeo con el alcohol, pero me gusta tomar buenos vinos. Estudio profesorado de educación física, y trabajo como cadete de un estudio contable por las mañanas. Sin embargo, por más que mi vida trascienda en algún futuro, y todo lo que deseo se cumpla algún día, jamás me voy a olvidar de Alexis, el guachito pijón de mi colegio.

Cuando yo tenía 13, nada disfrutaba más en la vida que llegar a casa y pajearme. Me encantaba hacerlo en las tardes, cuando llegaba de hacer gimnasia. Ni siquiera me duchaba. Entraba directamente a mi pieza, me quedaba en calzoncillos y me sentaba en la cama. Me gustaba tener el pito transpirado, el calzón empapado de sudor, y recrear todo lo que pudiera del bulto de Alexis. Él tenía 16, y era un excelente arquero. Generalmente, cada vez que se hacían torneos colegiales de fútbol, el profesor nos hacía ir al club lunes y jueves, entre las 3 y las 6 de la tarde. Era el único momento en que todos los varones de la escuela, de primer año a quinto, estábamos todos juntos. Recuerdo que no me pasaba lo mismo con otro chico. Cuando lo veía, mis ojos se iban derechito a su entrepierna. Es que, tal vez por lo apretado que usaba los shores, o por lo prominente de su miembro. Pero, lo cierto es que siempre se le marcaba bien. Incluso, si lo miraba detenidamente, podía observar el dibujo de sus huevos. Claro que en esa edad no tenía noción de tamaño, medidas, o cosas por el estilo. Pero, por alguna razón me parecía que ese chico debía tener un pito más grande que el mío. Había noches que soñaba que lo seguía al baño, o que me lo encontraba meando en alguno de los árboles que había rumbo a la escuela, en un descampado. Otras veces, me lo imaginaba masturbándose en su cama, con los ojos llenos de pornografía. Me quedaba un rato pensando en cómo y dónde se sacaría la leche, y sentía que la verga se me paraba sola. Entonces, me pajeaba, generalmente hasta acabarme encima. Después sí tomaba una ducha. Por las noches era peor. Me encantaba fregar el pito desnudo en la sábana, con el calzoncillo apretándome los huevos. La parte de atrás, rozaba mi culo con un cierto cosquilleo que me atraía. Entonces, me babeaba la mano para tocarme la verga, y luego la frotaba con todo contra la sábana, siempre boca abajo, y habiendo eliminado algunas gotitas de pis, o presemen. En ese tiempo no sabía de qué se trataba con exactitud. Pero lo cierto es que acababa por lo menos unas 4 o 5 veces, casi siempre pensando en el pito de Alexis. Aunque no quería convencerme de aquello.

Una tarde, después que jugamos al fútbol, el pibe me increpó cuando nos quedamos solos en el vestuario.

¡Che nene! Terrible gol me hiciste recién! ¡Felicitaciones! ¿Siempre le pegás así en los tiros libres? ¿O fue de pedo?, me dijo, mientras se ponía desodorante. Ya tenía el pelo mojado, los anteojos para el sol puestos y su mochila en los hombros, como para irse. Yo le había hecho un gol de tiro libre, y nuestro equipo se quedó con una victoria aplastante. ¿5 a 1! ¡Ni yo lo podía creer!

¡No, más o menos, bah, creo que fue suerte! ¡Igual, vos sos un tremendo arquero! ¡Las sacás todas!, le dije, sin ánimo de exagerar. Pero él lo tomó como el orto.

¿Me estás delirando pendejo? ¡Ta bien que ganaron! ¡Pero tampoco te hagas el gracioso, porque te la pongo!, me dijo, arrugando los puños y el ceño con un disgusto que podía comprender, porque nuestro equipo, que era horrible le había ganado al suyo.

¡No, si yo, posta que te lo digo de verdad! ¡Te vi sacar pelotas dificilísimas! ¡Bueno, siempre se puede tener un mal día, supongo!, le dije, pensando en que, a lo mejor no debía seguir hablando. Alexis se sacó los anteojos, me agarró de un brazo y me arrinconó contra la pared, acercando uno de sus puños a mi nariz, mientras me decía: ¡Cuchame pendejo, más te vale que no te agrandes, porque te hago mierda! ¿Entendiste?

Al mismo tiempo que me amenazaba, su pubis y rodillas se clavaban en mis piernas y abdomen. Por lo que me sentí imposibilitado de defenderme. Le dije que se quede tranquilo, que realmente lo estaba alagando de verdad, y él me soltó, sin omitir zarandearme un poco de la remera, para demostrarme su poder de dominar al que quisiera.

En el partido siguiente, nuestro equipo volvió a enfrentarse al suyo. Pero yo no jugué de titular. Entré recién a los 15 minutos del segundo tiempo, y ya perdíamos 2 a 0. Mientras yo estaba en el banco de suplentes, no podía evitar mirarlo, con su buzo rojo y sus atajadas monumentales, con una sensación extraña en el estómago. No sabía si él me miraba. Lo más seguro es que ni me registrara. Yo era un boludito que apenas le pegaba bien a la pelota, porque después, no recuperaba, ni era bueno con los pases, ni cabeceaba con fuerza. Pero cuando entré, a uno de mis compas le cometieron un penal, y yo fui a patearlo. El corazón me galopaba adentro del pecho, como si quisiera contarme un secreto que no podía esperar para mañana. Alexis me miraba acomodarme, poner la pelota en el piso y calcular el tiro. Yo, o al menos mis ojos se iban solos a su bulto. De a ratos algo me impulsaba a correr hasta él para bajarle el pantalón. Pero, finalmente rematé, y fue un gol al ángulo. El pibe me miró re mal, y encima me comí la bardeada de mi equipo por no festejar el gol. Y para empeorar las cosas, hubo un nuevo tiro libre. Me tocó pegarle a mí, y al pibe se le escapó por entre los guantes. No solo habíamos empatado. Además, el defensor más gordo y torpe de ellos, se había ido expulsado por cometerme una falta, ¿Y ya tenía amarilla! Alexis tenía los ojos rojos de ira, y sus gestos para con sus defensores daban miedo. Y cuando todo el mundo pensaba que nada peor podía pasarles, el otro de sus centrales convirtió un gol en contra, en un centro con mucho efecto de nuestro enganche. Ganamos 3 a 2, cuando ya estaban festejando antes de tiempo. Nuestro profe no lo podía creer. ¡Estaba tan loco de contento que nos alzó un rato a cada uno, en una especie de vuelta olímpica.

A eso de las 6 y pico de la tarde, cuando ya caminaba rumbo a mi casa, Alexis me alcanzó. No parecía enojado. Más bien, su aspecto era el de no poder entender lo que pasó.

¡Che pendejo, ¿Ahora también me vas a decir que soy buen arquero?!, me dijo, luego de tocarme el hombro.

¡Sí, ni hablar! ¡Antes de, bueno, del penal y todo eso, sacaste tres pelotas que iban adentro!, le dije, preparándome para correr si mi respuesta no lo satisfacía.

¿Y vos tenés 13 años? ¿Por qué no jugaste de entrada?, me dijo de repente, empezando a caminar detrás de mí.

¡Sí, tengo 13! ¡Y, no jugué de arranque, porque, el profe no quiso! ¡Bueno, viste que ellos arman los equipos!, le dije.

¿Y tenés novia? ¡Digo, porque si le pegás así de bien, varias guachas te deben admirar!, me dijo, mientras observaba que las luces de una patrulla se acercaba. Evidentemente buscaban a alguien, porque enseguida un móvil policial pasó por al lado nuestro, salpicándonos con el barro de la calle.

¡No, no tengo novia, y, bueno, por ahora, prefiero no tener!, le largué, mientras el motor del móvil rugía, y se alejaba.

¡Pero debés vivir a pajas me imagino! ¿Ya te salta la leche?, me preguntó, y entonces sí mi cuerpo empezó a incendiarse por dentro. No sabía qué contestarle. Ni siquiera lo conocía. Además, yo no era de hablar de esas cosas ni con mis amigos. Entonces, como no le respondí volvió a insistir.

¡Bueno, mirá, todo bien, pero, prefiero no hablar de eso!, le dije. Entonces, él se pegó a mí, deteniendo mis pasos con una zancadilla, y me pellizcó el culo.

¡Me parecía nene! ¡A vos, por ahí no te gustan las chicas! ¡Un amigo me dijo que no parabas de mirarme en el partido! ¡Y yo te vi mirarme cuando estabas por patear el penal! ¿Me mirabas la verga?, me dijo, agravando la voz, y afirmando su bulto contra mi cola. En vez de gritarle que nada ansiaba más en el mundo que mirarle la pija, salí corriendo, y él no pudo seguirme, porque, vaya a saber de dónde, apareció un amigote suyo, y se pusieron a fumar un cigarrillo. Eso me dio tiempo de llegar a mi casa con mayor seguridad, sabiéndolo distraído. Cuando llegué, ni siquiera saludé a mi madre. Entré a mi pieza, cerré con llave luego de pedirles que no me molesten, porque tenía que terminar algo para el colegio, y me saqué toda la ropa, menos el calzoncillo. Me metí a la cama, empecé a frotar mi pija en el colchón, a separarme las nalgas y a recordar cómo el bulto de ese atrevido se había apretado contra mi cola. Sentía que los huevos se me calentaban, que el glande me pedía más y más frotadas, además de un poco de saliva, y que mi culo necesitaba algo más. Supongo que por eso empecé a friccionar mi ano sobre el calzoncillo. Ni siquiera me di cuenta cómo llegué a darme tremendos chirlos en la cola, con el pito cada vez más duro contra la sábana. Cuando me escuché gimiendo, opté por morder la almohada. Hasta que un lechazo imprudente, salvaje, y caudaloso me salpicó hasta las tetillas. Me encantaba estar desnudo, bañado en mi propia leche, saboreando los roces de ese pendejo, recordando el pellizco que me marcó en la nalga derecha. Noté que me había roto el calzoncillo por la misma fuerza de mis manos al buscar enterrármelo bien en el culo. Por lo pronto, ni bien me lo quité, lo tiré al tachito de la basura de mi cuarto. Entonces, una vez que me incorporé, contemplando mi pene como el de un nene de 13 años, aunque pegoteado de semen, me sentí vacío. No sabía cómo contactarme con Alexis, ni bajo qué pretexto. Después de todo, él me odiaba por romper su invicto de arquero. Además, para él, y gracias a mi cobarde decisión de salir corriendo, a mí me gustaban los varones. ¡Y encima algún tarado le buchoneó que lo había mirado mucho durante el partido!

A la semana nos encontramos en el bufet del colegio. En realidad, él me encontró, y se puso en la fila, detrás de mí. Pensé que no me iba a dirigir la palabra.

¡Hey Germi, ¿Todo bien?! ¿Qué onda?, me dijo, ofreciéndome un trago de su gaseosa.

¡Todo bien! ¿Jugás mañana?, le pregunté, ya que se nos avecinaban otro  partidos. Solo que ahora no nos enfrentaríamos.

¡No, mañana me voy a lo de mis abuelos! ¡Creo que me va a reemplazar el Rodri, el grandote de rastas! ¿Y vos?, me decía, mientras la fila avanzaba, y él parecía querer apoyarse en mi espalda. Cosa que no era sencilla, porque yo medía un metro 53, y él no menos de un metro 75.

¡Ni idea, el profe todavía no confirma la lista! ¡Bueno, creo que me toca comprar!, le dije, un poco para sacármelo de encima.

¡Buenísimo! ¡Che, ¿Y ya encontraste alguna pibita? ¡Mirá que acá son todas re putitas! ¡Digo, porque tenés que descargar toda esa leche guachín! ¡Así vas a jugar más livianito!, me dijo sin importarle que la señora del bufet lo escuche, una vez que yo le pedí dos alfajores y unas galletitas.

¡Alexis, por favor, no seas desubicado! ¿Cómo le vas a decir eso a un nene de 13 años? ¡Medí tus palabras, o hablo con el director!, dijo la señora, poniéndome más incómodo que Alexis, mientras me cobraba.

¡Hey doña, usted sabe que todos los varones se masturban, y las guachas también! ¡Así que no se haga la otra!, dijo Alexis, y se fue lentamente, sin escuchar la reprimenda de la mujer. Yo no podía moverme. Tardé en reaccionar que en menos de un minuto el timbre sonaría con toda su rabia para conducirnos a las aulas.

Pero luego del próximo recreo, yo tenía práctica de laboratorio. Por alguna razón, fui a la sala de informática para llevarle un trabajo a la profe, que ya no lo estaba entregando en término, y me lo encontré. Alexis tenía una cara un tanto pálida, destilaba olor a cigarrillo, y parecía preocupado.

¡Me parece que hoy me rajan nene! ¡Así que, ya no vas a tener al mejor arquero de la escuela!, me dijo, con el mismo tono agrandado de siempre.

¿Qué te pasó?, le pregunté, sin mirarlo demasiado.

¿Qué carajo te importa? ¡Vos sos un nene de 13 años, que se clava mil pajas por día en su cama, y ensucia las sábanas! ¡Ya te lo dijo doña Mirta!, me respondió, haciéndome sentir un estúpido.

¡Bueno, andá a cagar nene!, le dije, sin pensarlo. Después de todo tenía razón. ¿Acaso me importaba lo que le pasara? ¡Yo solo soñaba con su pito, y todavía no comprendía las razones!

La profesora de informática salió cuando golpeé la puerta. Yo le di el pendrive. Ella lo recibió, me dijo que lo corregiría lo más rápido posible, porque había que cerrar las notas del trimestre, y le dedicó una mirada violenta a Alexis.

¡Bueno Alexis, y usted, ya sabe! ¡Supongo que la suspensión momentánea lo hará recapacitar!, le espetó luego, haciéndome testigo de un tema que no me incumbía. La profesora cerró la sala de un portazo, y Alexis estuvo a punto de decirle algo.

¡Me agarraron fumando en el baño, y garchando con una pendeja!, me confesó al fin, una vez que los dos estuvimos de espaldas contra la pared.

¿Y cómo fue? ¡O sea, que, alguien tuvo que haber sabido que estabas con una chica! ¡Viste que acá, la preceptora no es de revisar los baños si nadie le dice que hay bardo!, le dije, aturdido por lo fuerte que sonaron mis palabras en el silencio de la galería desierta.

¡Vos no sabés nada nene, porque no andás cogiendo por ahí! ¡Vos vas al baño a mear nada más! ¡Pero no fumás porros, ni andás a los chupones con las pibas, ni los pibes, y no te inyectás como los boludos de quinto!, me reveló, acercándose un poco a mí, pero sin ninguna ofensa corporal, o de algún otro tipo.

¿Viste? ¡Hasta para eso sos un capo! ¡Re groso! ¡Hasta estuviste con una chica, y todo! ¿Es tu novia?, le dije, mirándome las zapatillas. En ese momento, como él revisaba su celular por si su padre le enviaba alguna reprimenda escrita, o lo llamaba, aproveché a mirarle el bulto. ¡Por dios! ¡Tenía el pito re parado, al punto que la remera se le levantaba!

¡No gil! ¡Esa turra no es la novia de nadie! ¡Es una pendeja re petera de segundo! ¡Por ahí la conocés! ¡Es una coloradita, que, creo que se llama Antonella! ¡Y, nada de capo ni esa gilada! ¡Acaban de suspenderme, por si no escuchaste a la vieja esa! ¡Mis padres me van a re contra cagar a pedo!, me dijo, un tanto ofuscado, en el exacto momento que se guardaba el celular en el bolcillo. Ahí fue que se acomodó el pito de una forma tan sorprendente que, me fue inevitable no mirarlo. ¡El guacho se metió la mano adentro del pantalón para arreglarse el bóxer! ¡Hasta llegué a ver que era de color negro!

¡No sabés boludo, encima la guacha no pudo hacerme acabar! ¿Nunca te dolieron las bolas de tanto acumular leche? ¡Justo, en lo mejor del pete, apareció Robledo, la de matemáticas, y el director! ¡Encima la muy forra me acusó, de que yo la induje a petearme, y a fumar en el baño!, me dijo, todavía con la mano adentro del pantalón.

¡Sacate la mano de ahí, que si alguien llega a pasar por acá, te van a volver a llamar la atención!, le advertí, entre impresionado y perplejo.

¿Llamar la atención? ¡Ya estoy suspendido nene! ¡Y me re duelen las bolas! ¿A vos no te pasó? ¡Encima, la nena la chupa re bien!, me confidenció, meciéndose de un lado al otro, dejando que se le caiga un hilo de baba de la boca.

¡Che, posta, es re injusto que te hayan rajado por eso! ¡Yo pensé que te la estabas, o sea, que se la metías por la vagina, o algo así!, le dije, y él se echó a reír con tantas ganas que creí que cualquier profesor podría salir para amedrentarnos.

¡Obviamente no sabés nada nene! ¡Ya se la había metido por la concha! ¡Pero después, la loquita, como no toma pastillas, quiso que le acabe en la boca! ¡Para que no le haga un bebito! ¿Entendés?, me dijo, mientras sin saber por qué los dos caminábamos con rumbo al baño. De hecho, yo caí en la cuenta de lo que hacía cuando me dijo: ¿Vos también te vas a pajear?

¡No, yo, voy a hacer pichí, y salgo!, le dije, con la voz empequeñecida como la de un niño. No era cierto que necesitaba mear. Pero aún así le seguía los pasos. Entonces, cuando estuvimos frente al baño, por alguna razón entramos al baño de chicas.

¡Son más cómodos, porque estos tienen inodoro!, dijo, una vez que los dos estuvimos adentro. Yo abrí un grifo para mojarme un poco la cara.

¿Todavía no measte, y ya te lavás las manos?, me decía él, mientras entraba a un cubículo, luego de dejar su celular y sus auriculares en la mesada. No le respondí. Más bien me reí por toda respuesta, y entré al cubículo que estaba a la derecha del suyo.

¿Y vos, te culeaste a una nena? ¡Seguro que sí! ¡A mí no me engañás guachito!, me dijo, haciendo que el eco del techo alto multiplique las vanidades de su voz.

¡No, ni ahí! ¡Ni siquiera un pete!, le dije avergonzado, pero orgulloso de que no me hayan expulsado por probar lo que, según mis viejos, son cosas de adultos.

¿Y no querés cogerte a la colorada esa? ¿O a la Noelia de tercero? ¿Viste las gomas terribles que tiene? ¿O a la sol? ¡Esa es la más trola de cuarto! ¡Es más, es mi compañera! ¡Si querés, te la presento! ¡No sabés cómo la chupa! ¡Te hace hablar la pija en japonés esa guacha!, decía, mientras lo escuchaba agitarse, moverse y tratar de no jadear. Yo me había quedado inmóvil frente al inodoro, con el pantalón en los tobillos, el calzoncillo cerca de las rodillas, con el pito duro en la mano, y un montón de cosquillitas en la panza.

¿Y nene? ¿Ya measte?, me dijo de pronto, supongo que preocupado por el silencio que hubo luego de que le dije: ¡A la Sol la vi, y es re linda!

Pero de golpe, sin siquiera poder ponerme en guardia, siento que la puerta que había tras de mí se abre, y que pasada la brisa de mi sorpresa, Alexis se materializa junto a mi figura más asustada que nunca.

¿Querés que te ayude a hacer pis? ¿O te estabas pajeando guacho?, me decía, acariciándome las nalgas totalmente desnudas.

¡Chee, posta, tenés una cola re linda para ser un nene! ¡Creo que, hasta mejor que la de Antonella! ¿Te lo dijeron? ¡Guaaau, y por lo que veo, parece que no vas a poder mear! ¡Tenés el pito parado nene!, me decía luego, atrapando toda mi cola entre sus manos, bajando del todo mi calzoncillo con uno de sus pies, y llegando a rozarme el pito con algunos dedos.

¡Dale, dejame pajearte guacho, y vos me pajeás la verga! ¿Me la querés mirar bien de cerquita?, me dijo, y su voz pareció ofrecerme la única oportunidad del mundo. No sé cómo, ni si lo pensé, o se me escapó de la garganta. Pero le dije: ¿sí, quiero verte la pija!

Él se sorprendió. De hecho, sus ojos se ausentaron de aquella mirada turbia, maliciosa y pícara por un instante. Pero enseguida, sin recibir ninguna resistencia por mi parte, sus manos me empujaron los hombros hacia abajo, y entonces descubrí que todo lo que separaba a su pija de mis ojos era su bóxer negro.

¡Dale nene, bajalo, y tocame la pija! ¡Seguro te va a gustar!, me dijo en medio de un suspiro con sonido de saliva en su boca. No esperé a que me lo repita. Se lo bajé, temeroso y cagado en las patas, pero con una confianza que me desconocía. Entonces, su verga, unos más o menos 18 centímetros de carne venosa, gruesa en el glande, y un poco menos en el tronco, surgió ante mis fantasías, como si el mismo Dios hubiese bajado a la tierra para que mis manos lo acaricien. Por lo tanto, se la toqué, la acaricié y rodeé con mis dedos.

¿Te gusta putita? ¡A mí me parecías medio rarito bebé! ¡Te gusta mirar bultos, pijas, vergas paradas!, me decía, intentando juntar mi cabeza a su pubis. Pero yo no se lo hacía tan fácil. No podía dejar de tocarle el pito y los huevos. Cuando me llevé el glande a la nariz, su olor me puso tan al palo que, sentía que mi propio pene segregaba tanto presemen que, por un momento temí estar eyaculándome encima. Así que saqué la lengua, le olí los huevos, y empecé a lamerle el glande.

¡Uuuuh, guau bebéeee, gemí como una nena guachito, dale pendejo, abrí bien esa boquita de petera que tenés! ¿A ver, cómo abre la boquita la nena de los tiros libres?, me desafiaba, cuando su glande era atrapado por mis labios en forma de anillo, para ser succionado sin la menor experiencia, pero con todas las ganas del mundo. La saliva se me acumulaba en la boca, y me chorreaba por las comisuras. De a poco mi lengua se amigaba más y más con la temperatura de su verga, con la elasticidad de su piel y los aromas de sus jugos. Además él me apretujaba la cabeza contra su pubis, y, no sé bien en qué momento comenzó a moverse, como si quisiera cogerme literalmente la garganta. Jadeaba y me pedía más mamada, besos y saliva. Todo hasta que me levantó un poco del cuello y otro de una axila. Me nalgueó el culo, me puso contra la pared y me re apoyó toda su pija babeada en las nalgas primero, y luego entre ellas.

¿Nunca te metiste un dedo en el culo mientras te pajeabas? ¡Está re zarpado  guacho! ¡Tenés que probarlo!, me decía, mientras salpicaba todo su presemen entre mis glúteos al pajearse el glande con unos ruiditos que, me tentaban a querer seguir chupándoselo. Yo me escuché gemir, y él no se perdió ese detalle.

¡Te re cabe nene, te gusta el pito en la cola! ¿Te gustaría que te lo llene de pija? ¿Sabías que gemís como una nena calentita?, me dijo, y de repente una de sus manos empezó a estimularme la verga, y la otra me pellizcaba una de las tetillas, sin retirar su pene de los rincones de mis nalgas.

Entonces, de repente me sentó encima de él, que ya se había acomodado en el inodoro, el que cerró con estrépito, y me pidió que empiece a saltar contra su pija. No tenía forma de escapar, ya que su fuerza duplicaba a la mía. Además, mientras mi cola impactaba una y otra vez contra esa pija cada vez más dura y amenazante, él me pajeaba rapidito, pidiéndome de vez en cuando que le escupa la mano. Yo no podía creer lo que me estaba pasando. En un momento nos detuvimos de golpe, porque escuchamos ruidos. Entonces, tuve que gritar: ¡Ocupadooo!, con la mejor voz de nena que me saliese, ya que una chica quiso entrar en nuestro cubículo. La escuchamos entrar al de al lado, hacer pis, luego lavarse las manos, gritarle a la preceptora que ya se sentía mejor de la panza, y por último dar un portazo más que contundente.

¡Muuuy bien guachitoooo! ¡Zafamos, gracias a tu talento de imitar a las nenas! ¿Escuchaste cómo hizo pis la pendejita?, murmuraba Alexis en mi nuca, mientras volvía a sacudirme para que mi cola bien redondita y cachetona, según él, retome sus brincos contra su pija, que aún no abandonaba su rigidez.

¡Asíiii guachitaaa, putita culona, sos re linda guachitaaaa, y encima tenés pitito! ¿Te gusta pajearte a la noche bebé?, me decía, cuando el golpeteo de nuestros cuerpos comenzaba a incriminarnos cada vez más. Por eso, supongo que en un momento él me levantó de un empujón, me agarró el pito con una mano, y mientras me rozaba el ano con los dedos de la otra, empezó a pajearme, a darme golpecitos en el pito, a tocarme los huevos luego de escupirse su bendita mano, y a olerme la panza. Además, sin previo aviso me dio un chupón en el ombligo, y me mordió la puntita del pito. Entonces, a medida que los dedos que rozaban mi ano comenzaron a violentarse, al punto que uno de ellos logró hacerme doler un poquito cuando tal vez media falange me lo penetró, empecé a estremecerme de una locura desconocida. No tuve tiempo de anunciárselo. Mi semen salió disparado de mi pene como un látigo furioso, y mientras yo jadeaba entre asustado y caliente, su mano se embadurnaba de mis líquidos. Él me miraba con una alegría que nunca le había visto antes. Entonces, cuando aún mi pija seguía vomitando semen, Alexis me hizo arrodillarme, me pidió que abra la boca, o de lo contrario le diría a toda la escuela que era un putito, y me acercó su pija a la boca. No tuve mucho que hacer. Ni bien su glande se sintió reconfortado por mis labios, su pubis se impulsó hacia adelante como un toro embravecido, y su leche hasta se me escapó por la nariz cuando su orgasmo la detonó casi toda adentro de mi boca.

¡Ahí la tenés putitaaa, toda la lechita para voooos, culoncita hermosaaaa, guachita putaaaa!, me gritaba mientras acababa y acababa, incluso afuera de mi boca, ensuciándome el buzo y la remera. Cuando al fin le sirvió sus últimas gotas a mi lengua, me dio unos cuantos pijazos en la cara, mientras se le empezaba a encoger, ingrávida y exultante, y me levantó una vez más de los brazos.

¡Dale nene, subite la ropita, que tenemos que irnos! ¡No querrás que la vieja gorda esa te expulse también! ¿No?, me decía, acariciándome la cola, mirándome la boca con insistencia. Todavía tenía restos de su leche rodeándome los labios.

¿Qué pasó nene? ¿Querés decirme algo?, me preguntó, como adivinando mis verdaderas intenciones.

¡Tenés una verga re linda!, le dije, totalmente fuera de mí, sin importarme nada en absoluto.

¿Ah sí? ¿Y, te gustó tomarme la lechita?, replicó, agarrándome una mano para que le toque el pito.

¡Síii, me encantó! ¡Bueno, cuando vuelvas a la escuela, te la quiero chupar otra vez!, le dije. Él me dio un cachetazo que todavía le duele a mi orgullo. Me bajó el pantalón y colocó su pija entre mi cola y mi calzoncillo. No sé cómo hizo, pero derramó unas gotas de pis allí, y luego de cortar el chorro, siguió meando en el inodoro que antes había sido nuestro sostén sexual.

¡Andate nene, antes que me arrepienta, y me crea de verdad que sos una nena, y te rompa el culo!, me dijo. Yo, analicé mi situación. Debía ir a mi clase de laboratorio. Quise decirle algo, pero no se me ocurrió qué. Así que, me fui con el calzoncillo mojado, con el sabor de su leche en los labios, y algunas gotitas brillando en mi buzo, más alzado que nunca, con la cola repleta de cosquillas, y esperando volver a encontrármelo alguna vez. Pero evidentemente sus padres decidieron retirarlo del colegio. La acusación de haber abusado de la coloradita había sido muy seria, y sus padres eran personas influyentes.

Más allá de todo, a pesar de no poder localizar a mi guachito pijón, tuve otras experiencias con chicos. Y no quise esperar demasiado. Pronto en el colegio se corrió la bola que me gustaban los varones, y fui sometido a muchas cosas, buenas y no tanto. Pero, en el fondo de mi alma, ansío la pija de Alexis, sus modos, sus dedos en mi culo, los besos de lengua que nunca nos dimos, y la forma que tenía de pajearme. ¡Todavía no entiendo por qué me fui del baño sin entregarle la cola!     Fin

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