Mi nombre es Maitena, tengo 22 años, estudio
agronomía y hace cuatro meses que salgo con Nicolás. Nos conocimos en el subte.
En realidad, el muy zarpado estaba dele apoyarme su carpa en la cola mientras
yo disfrutaba de buena música con mis auriculares nuevos. Al principio creí que
el pobre no podía con los apretujes de los inadaptados de siempre, y que su
estabilidad no tenía alternativa. Pero pronto sentí que movía su pubis hacia un
costado y al otro, que su miembro se endurecía, su respiración se aceleraba y
que lo pegaba más a mi culo.
Me di vuelta y lo miré re mal, casi
obligándolo a separarse de mí. Pero luego de un par de estaciones, y ya con más
gente histérica en el vagón, su bulto volvió a tomar posición de mi trasero
bien redondito, parado y orgulloso bajo mi jean ajustado. Esa vez no tuve
opción. Cuando sentí un pellizco en una de mis nalgas lo encaré y le di una
cachetada.
El flaco me dijo con cara libidinosa: ¡Me
encanta que las chicas bonitas me peguen como señal de que les gusta que la
apoyen en el subte! ¡Te apuesto lo que quieras a que tenés la bombacha empapada, preciosa! ¡Todas se mojan
cuando las apoyan! ¿O no?
No se equivocaba, pero tampoco quería que lo
sepa. No pude enojarme con él. No me había tratado mal. En ese momento mi
cuerpo y mente comprendieron que tenía el toque de caballerosidad y de hombre
animal que necesitaba oír.
Todo se dio porque los planetas se suscribían
a nuestro deseo, y ese mismo día, después de un café, de una charlita en una
plazoleta y de acompañarlo a comprar cuerdas para su guitarra eléctrica,
terminamos en mi casa. Le hice un pete ni bien entramos, y el guacho me comió
la concha apenas me tuvo sentadita en la mesa, solo en corpiño y bombacha. No
hicimos el amor porque mi vieja estaba a punto de llegar del súper.
A los dos días nos pusimos de novios. ¡Con él
las cosas iban geniales! Enseguida pegó buena onda con mi hermano y mis amigas.
A mí mamá le parecía un dulce. Mi viejo nunca opinaba acerca de mi vida, por lo
tanto, mucho no me importaba. Pero hasta él opinó que Nicolás fue lo más
decente que presenté a la familia.
Nico no tenía hermanos, y sus padres vivían en
España desde que consiguieron empleo allí. Por lo que él vivía con su tía
Teresa. Tardé en conocerla, y cuando eso sucedió pensé hasta en terminar
nuestra relación.
Sucedió una tarde en la que el calor ponía de
malhumor hasta a los heladeros. Fuimos a tomar unos mates a la casa de Nico, y
en el camino se le ocurrió agasajarme por la noche con una carne al horno con
papas. Yo le aclaré que lo iba a sorprender con el postre, ya que lo haría con
mis propias manos.
Cuando llegamos a la casa parecía que no había
nadie. Puse la pava, preparé el mate con café como nos gusta, hice unas
tostadas y, justo cuando estaba llevando la bandeja con todo para la mesa, una
mujer de unos 45 años con un vestido corto, rubia, de ojos profundamente negros
y de voz nasal sorprendió a mi tranquilidad, y desde entonces, todo se volvió
tenso.
¡Vos sos la nueva novia de Nicolás! ¿No
chirusita?!, me dijo incomodándome. Me miraba con una suficiencia que no me
agradaba del todo.
¡A ver a ver, dejá eso, y mostrame bien cómo
sos chiquita! ¿Cómo te llamás?!, agregó impaciente.
¡Soy Maitena, señora, un gusto!, balbuceé sin
saber si estrecharle una mano o darle un beso.
¡Subite la remerita nena! ¡Quiero ver cómo son
las tetas con las que se divierte mi sobrino!, dijo tras aclararse la garganta.
Maldije que Nicolás se haya ido a comprar la carne y algunos vinos tan
temprano.
Permanecí inmóvil, inexpresiva, confusa. No
pude impedirle que ella misma suba mi remera, que palpe mis tetas encima del
corpiño, que me huela el cuello, que se atreva a rozarlo con la punta de su
lengua, y que diga en mi oído como si fuese un consuelo a mi incertidumbre:
¡Olés bien pendeja! ¡Usás ricos perfumes, y caros! ¡Además, ese cuellito está
para comérselo todo!
Algo de esa mujer cínica, invasora y pérfida
me gustaba. Pero se estaba aprovechando de mi estado de shock, y no entendía
por qué yo lo permitía.
¡Dale Maitena, agachate un poquito… sin
miedos! ¡Ahora, se me antoja mirarte el culo zorrita!, me impuso desde lo más
sincero de sus pasiones. No pensé en desobedecerle, aunque no me esperé que su
pesada mano me nalguee el culo unas cinco veces, mientras su otra mano me
sujetaba la espalda para que no me incorpore, y mi mente se preguntaba por qué
Nicolás nunca me dijo que su tía acuñaba tales perversiones. Todo había pasado
tan rápido, que ni siquiera pensé en resistirme.
¡Te gustan los chirlos bebota? ¿Nicolás te toca
como a vos te gusta? ¿Y, vos le comés la verga hasta tragarte su lechita?!, me
preguntaba mientras me daba uno y otro chirlo.
¡Señora, con todo respeto… me parece que no
corresponde que, usted…!quise decirle. Pero a ella no le importó dejarme
terminar.
¿Qué? ¿Cómo decís? ¿No corresponde dijiste
guacha? ¡A mí me parece que sí, porque vos te vas a coger a mi sobrino, y yo
tengo que saber quién sos realmente! ¡Así que ahora desprendete el jean, y
mostrame la bombacha!, me exigió como una madre molesta por el desacato de su
hija.
No recuerdo si fueron mis dedos tensos, o los
suyos, tan largos como manchados por el cigarro los que desprendieron los
botones de mi pantalón para que sus ojos admiren apenas los contornos de mi
bombacha roja. Seguido de eso me pidió que me descalce, y entonces fuimos hasta
el amplio sillón que había en una sala repleta de bibliotecas hasta el orto de
libros interesantes. Encendió un sahumerio, luego de empujarme sobre el sillón
de cuero reluciente, cerró la puerta que daba al patio y tomó mis pies
descalzos en sus manos, luego de untarlas con un aceite incoloro. Masajeó mis
plantas, talones y empeines, y se entretuvo separando uno a uno mis deditos
para resoplar entre ellos. Tenía cosquillas, pero era más fuerte el relax de
sus masajes, el sonido de sus suspiros y el calor que me invadía desde algún
recóndito sitio de mis fantasías.
Cuando su lengua tocó mis dedos me estremecí,
gemí avergonzándome por gozar tan rico, y debí abrir las piernas para tocarme
la chuchita sobre el pantalón. La mujer me pegó en la mano diciendo: ¡Nada de
eso asquerosa! ¡No te toques pajerita!
Esa lengua, y el milagro de su saliva en mi
piel me calentaba como nunca, y deseaba con todas mis fuerzas que muerda mis
dedos, que me lama las piernas por completo, que me chupe las tetas, que me
saque la bombacha y me mire desnudita. No comprendía lo que pasaba. Solo
disfrutaba de lo que sus manos y boca le hacían a mis pequeños pies.
¿Te gusta lo que te hace la Tere bebé? ¡Ahora
sacate el pantalón, la remera y el corpiño, vamos!, me dijo en el exacto
momento en el que se oía la puerta y el agitar de unas llaves.
¡ Nico! ¡Acá estamos con la chirusita de tu
novia! ¡Es una preciosura la mocosa! ¡Huele rico, usa ropita elegante, es media
vergonzosa, y al parecer gime de una forma muy agradable! ¡Vas a poder procrear
de una hermosa manera con esta hembrita!, le gritó a su sobrino impidiéndole a
mi cuerpo cualquier movimiento.
Nicolás entró directo a la heladera sin
mirarme, con los brazos cargados. Guardó todo, se quitó los zapatos y la
camisa, y sin escuchar que mi voz inoperante le exigía explicaciones, me hizo
tocarle la pija hinchada como nunca se la había visto, por encima de su bóxer
blanco, a la vez que Teresa me besaba las piernas. Enseguida la tela se le
calentaba y empapaba por sus juguitos deliciosos, y tuve ganas de mamársela,
sin importarme lo que esa mujer me prohibiese o no. Le bajé el calzoncillo y
estiré mi boca para llegar a su glande. Pero él acortó distancias cuando su tía
le dijo: ¡Vamos, dale la mamadera a esa chiquita, que creo que estaba ansiosa
por que llegaras! ¡Le encanta la leche! ¿No Niquito?!
Ahí se la empecé a succionar en el nombre del
morbo que me emputecía. Le lamí las bolas, lo pajeé con dedicación, le abría
bien la garganta para que me la coja hasta hacerme alcanzar un par de arcadas
que se me trasmutaron en eructos obscenos, y le escupí la pija con una
violencia que raras veces nacía de mis entrañas. La mujer ya palpaba mi vagina
por debajo de mi bombachita, me olía y fregaba su rostro en mi sexo con uno de
sus dedos haciendo sonar el cúmulo de flujos que fabricaba mi clítoris.
¡Dale Nico, largale la lechita, que después
quiero ver cómo le das pija por esta conchita de nena inocente que tiene!,
decía Teresa ya con su lengua recorriendo mis labios vaginales por fuera,
resistiéndose a sacarme la bombacha.
La leche de mi novio inundó mis papilas
gustativas con suficiencia, apenas le dije con su pito entre los dientes: ¡Acabame
guachito, dale la lechita a tu perra! ¡Sos un hijo de puta! ¡Pero ya me vas a
explicar, pajero de mierda!
En cuanto la mujer vio mi rostro pálido y
pegajoso por las gotas de semen que no llegué a tragarme, me sacó la bombacha y
me lo limpió con ella, mientras Nicolás me abría las piernas para olerme la
conchita.
Pronto la mujer se dio a la tarea de lamerme
las tetas cuando la lengua de su sobrino se encallaba en mi vulva, y su pulgar
friccionaba con sabiduría mi botón incandescente. ¡Menos mal que no lo hizo por
mucho tiempo, porque temía mearle la cara con mi orgasmo cada vez más próximo a
desequilibrarme! ¡A veces me pasaba que, si la intensidad de mis explosiones me
superaba, me hacía pichí como una grandísima boluda!
Entonces, sin saber bien bajo qué
instrucciones, mi cuerpo danzaba arriba de las piernas de mi novio, con su pija
instaladísima en mi concha. La mujer me pegaba en la cola y me chupaba las
tetas con exquisitas estiradas a mis pezones, gimiendo de lujuria. Nico me
bombeaba alternando velocidades y roces, pidiéndome que saque la lengua y que
gima, y me preguntaba si la tía me había caído bien.
¡Dale pendejo, largale la leche, toda adentro,
llenala toda, que después quiero chuparle la conchita con tu leche mi amor!,
dijo la muy impune, retorcida y depravada mujer. Cuando empecé a clavarle las
uñas en la espalda, y su tía le daba sus tetas para que se las chupe, sentí que
su pija comenzaba a deshacerse de sus litros de semen para que mi conchita los
reciba antojadiza y expectante.
Teresa quiso saborearlo luego de que se
hubiera mezclado con mis jugos, y lo hizo tras despegarme del cuerpo de mi
novio. Me sentó en una silla con las piernitas abiertas, y su lengua entró y
salió, aspiró, lamió, acarició y frotó mi clítoris, la oscuridad de mi vagina y
hasta el agujerito de mi culo, mientras Nico alistaba todo para ponerse a
cocinar, luego de prender el horno.
¡Espero que te haya gustado tu bienvenida
cachorrita! ¡A mí me encantó tu olor a mujercita sexy, el olorcito de tu
bombachita cuando se te calienta la argolla, y esas tetas como para morderlas
todo el día!, dijo Teresa, a la vez que me ayudaba a vestirme. Claro que ahora
yo lucía una bata transparente, y sin ropa interior debajo. Ella se quedó solo
con su vestido corto, y Nicolás en bóxer.
El bocadito para esos dos perversos era yo, y
de momento no quería resignarme a seguir siéndolo. Desde entonces, la tía de
Nicolás tiene libertades para toquetearme, chuparme y olerme lo que desee
mientras mi novio y yo hacemos el amor. Le fascina que cojamos en su cama, que
cenemos desnudos junto a ella, que mi novio me atragante con su pija al tiempo
que ella se masturba, y lamerme las tetas luego de embadurnármelas con algún
licor de café o chocolate.
Me encanta cómo me come la concha esa boca carnosa y siempre pintada de un rojo furioso! Todavía está esperando a que le demos la noticia. ¡No puede aguantarlo más, y quiere ser testigo el día que le entregue la colita a mi novio! Fin
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Este es mi correo ambarzul28@gmail.com si quisieras sugerirme o contarme tus fantasías te leeré! gracias!
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Cafecito nacional de Ambarzul para mis lectores nacionales 😉
!que rico!, tremendo trio!. que lindo es poder deleitarse con estas maravillas que pueden hacer las letras. que ricos orgasmos habras tenido ambar al imaginar todo eso.
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