Mi hija me hizo cornuda


Tuvieron que pasar diez años para desenmascarar a mi hija. Hoy tiene 30, una familia con dos niños preciosos, ambos de distinto padre, y un marido complaciente capaz de perdonarle todo. Ivana siempre le fue infiel, y ninguno de los dos parece querer cargar con tales injusticias. Mi hermana siempre me recomendó mantenerme al margen de las cuestiones maritales de mi hija, y como siempre estuve de acuerdo, jamás intercedí.
Yo tengo 57, vivo sola por elección, y recién hoy me adjudico el valor de tener amigas, salir a tomar algo con algún pretendiente ocasional, manejar un automóvil, fumar mariguana, pasarme un poco de la raya con los tragos fuertes y vestirme como se me plazca. Esto desde que mi esposo me dejó por la argolluda que nos limpiaba la casa. Esa tilinguita siempre le calentó la pija. A propósito venía con unos escotes impresionantes, muy pintarrajeada, con jeans ajustados o polleritas re cortas, y todo para que los ojos de Miguel le saquen radiografías a su cuerpo escultural. Yo no era ninguna pelotuda. Pero no podía culparlo. Primero porque no tenía pruebas, y segundo, porque nuestro bien estar económico me lo impedía. Soy una de las mujeres que prefirió ser infeliz, a cambio de ciertos lujos, beneficios, comodidades y vacaciones.
Cecilia realmente era una preciosura, aunque tuviese una carita de puta barata impresionante. Tenía 19 cuando la empleamos, y jamás hubo un inconveniente. Nunca nos faltó nada. Se destacaba en el planchado, en el orden de los aparadores y vitrinas, en la delicadeza con la que combinaba los manteles, y en el cariño que le profesaba a mis plantas.
Ivana tenía su edad en ese momento. Por lo que no fue difícil que se conectaran más que bien. Un par de veces hasta salieron a bailar juntas y todo.
Lo increíble de esta historia es que, al fin las pruebas llegaron a mis manos, claro que con un retardo importante. Quizás cuando todo ya debería estar sepultado, podrido, resquebrajado en la propia absolución que solo da el olvido. Hace unos días me puse a ordenar el antiguo cuarto de mi hija, porque llegaba al país una vieja amiga mía, que hace años vivía en España. Por supuesto que no podía dejarla que gaste dinero en hoteles teniendo espacio en casa. Además venía sola, y no por mucho tiempo. Honestamente, creo que la traje con el pensamiento. Tenía muchas ganas de verla.
Aquel cuarto parecía un santuario de cachivaches, juegos de mesa, libros, vestidos, zapatos, maquillaje, frascos de perfumes vacíos y calzones por todos lados. Hubo que ventilarlo todo, limpiar, aspirar las alfombras, colgar ropa, guardar algunos libros y otros descartarlos. En fin, debía poner en condiciones ese dormitorio para recibir a Lucrecia. Pero, sucedió que no pude continuar luego de abrir uno de los cajones de un ropero inmenso, apolillado yen clenque. Allí encontré una caja forrada en papel plateado, llena de corazones, chatita y larga. Parecía una caja de chocolates importados. De esos que mi marido solía traernos de sus viajes por el mundo. La sacudí para averiguar el contenido. No pesaba mucho. Algo me inducía a querer abrirla, acto que jamás hice con las cosas personales de Ivana. Pero definitivamente la abrí.
Enseguida sentí que la sangre se me volvía hiel, que la saliva se evaporaba de mi boca, y que un nudo en el estómago me ensombrecía hasta los huesos. Había muchas hojitas, quizás 25 o 30, como las de un anotador pequeño. La primera que leí decía: ¡Papi, a la Ceci le re calentás… estaría bueno que te hagas el boludo y le toques el culo… vos sabrás con qué excusa, pero me dijo que ya vio cómo se te para la pija cuando le mirás las tetas! ¡Y, por lo que me pediste que te averigüe, no es virgen ni ahí! ¡Era obvio! ¿No te parece?  Te quiere mucho, tu nena!
La segunda hojita expresaba: ¡Sos un capo viejo, ya la tenés casi! ¡Pero la idea de que ayer venga sin bombacha fue mía… así que, vamos a ver que me das a cambio! ¡Che, y contame! ¿Llegaste a tocarle la vulvita, o solo la cola? ¡Por lo que sé, parece que se la re pellizcaste! ¡Creo que todavía le duele un poco!
No podía creerle a mis ojos envueltos en odio y terror. Tuve que sentarme porque una fuerte revolución de ira se ramificaba en mi cuerpo. Pero me armé de valor, y seguí leyendo la tercer paginita.
¡Yo le dije que se depile a la cochina pa, pero dice que nunca lo hizo, y que tiene miedo! ¡Pero no te preocupes, que yo la llevo esta tarde a lo de Alicia, mi depiladora personal! ¡Le va a quedar como a mí, que tengo la colita como la de una bebé! ¡Y sí, comprale lo que quieras, porque, entre nosotros, solo tiene tres bombachitas! ¡Pobrecita! ¿No papi?
La cuarta estaba escrita con otra letra, y en color negro. Entonces, cuando leí noté que los recados de Ivana eran azules. Además, yo le reconocía la caligrafía a mi marido. Era odiosamente parecida a la de Ivana. Sentí una oleada de tristeza cuando recordé que yo le enseñé a leer, a conjugar sus primeras palabras, y a dibujar, a esa guacha pervertida.
¡Ivi, por favor, decile a la Ceci que se suba a una silla y que saque las telas de araña del garaje! ¡Yo ahora voy para allá! ¡Me muero de ganas de mirarle la cola con esa tanguita roja que trajo!
Mi pulso cardíaco, la migraña que me hostiga hace años y los calambres que padezco en las rodillas se intensificaban, mientras seguía leyendo.
¡Papi, la Ceci te espera en tu pieza, y apurate que no sé cuánto más pueda entretener a mami! ¡Te adelanto que no tiene corpiñito! ¡Te ama mucho, tu hijita!
Imaginar a mi marido revolcándose en mi cama con esa roñosa me asqueó por completo. Sentí un escozor en todo el cuerpo, una acidez estomacal que solo tengo cuando me paso de mambo con el picante, y una sed de venganza que no me cabía en el pecho. Pero era peor saber que la niña diez de mi hija lo sabía todo, y se burlaba de mí.
¡Ivana, necesito que hables con la Ceci! ¡Explicale que quiero pedirle perdón de verdad, y aclarale que no me molestó en absoluto que se haya hecho pis mientras me hacía sexo oral en la terraza! ¡Yo sé que puedo confiar en vos! ¡Supongo que, eso le pasó, por la calentura que tenía! ¡Escribime cualquier cosa! ¡Te amo, guachita preciosa!
El hijo de puta, o la muy desvergonzada y mal parida idearon un sistema para cartearse, siendo cómplices de que me engañaban, ¡sabiendo que yo mantenía también a la conchuda esa!
¡Pa, ponete las pilas! ¡Vos sabés que a veces las chicas no queremos una cogidita así nomás! ¡Chupale las tetas, manoseala toda, pajeala, no sé, viste! ¡Entiendo que a veces no hay tiempo, pero si te la fifás rapidito la dejás más calentita, y después la loca quiere tocarme, y hacerme cositas! ¡Cogela bien porque, se va a buscar otro pito la nena! ¡Ese es mi consejo!
Mi hija le daba clases de cómo satisfacer a una zorra como esa. Cuál de los dos más impuros, cagadores y promiscuos!
¡Mi amor, ¿Esta noche podré usar tu pieza para estar con la Chechu?! ¡Ella dice que después lava tus sábanas! ¡Mami hoy se junta con sus amigas en casa! ¡Así que ni me va a registrar!
Todo para ellos era aprovechable, como una puesta en marcha del pecado, a mis espaldas y en nuestra propia casa. Mi enojo comenzaba a tornarse irreflexivo. Sentía que tenía la bombacha húmeda, que me latían los labios de la concha, y que un hormigueo extraño me tintineaba en el culo, mientras no podía dejar de leer.
¡Mi amor, me encantó que nos veas tener sexo! ¡Tengo que confesarte que cuando acabé en la boquita de la Ceci, fue porque te vi las tetas desnudas! ¡Me sorprendiste guacha! ¡Ese no era el trato! ¡Vos vestidita siempre! ¿Te acordás? ¡Jajaja! ¡Tuve todas las ganas de mamarte esas gomas!
Increíblemente, me topé con la continuidad de ese mensaje.
¡Uy papi! ¿Y te gustaron? ¡Si hubiese sido por mí me arrancaba la tanga y te la tiraba en la cara! ¡A mí me encantó verte la pija! ¡Hacía mucho que no te la veía! ¡Y por otro lado, hace mucho que no me das la lechita!
Definitivamente mi cabeza explotó. Si mi hija estuviese frente a mí, seguro terminaba en la morgue, y yo presa. La putita se cogió al padre, o viceversa, y todo era cada vez peor! Quería quemarme los ojos con una vela, suponer que me estaba volviendo loca, que se me aproximaba algún brote psicótico por mis frustraciones, o justificarlo de algún modo. Pero la letra era tan fría y real como la traición que congelaba mis pulmones. Además, era cierto. La zorra tenía unas tetas imposibles de no admirar, hasta por las mujeres.
¡Papiiii, estamos con la Ceci en tu escritorio, comiéndonos a besos, y en bombacha, como lo pediste! ¡Más te vale que la primera lechita sea para tu chiquitita meona! ¿Estás listo?
Miguel siempre le decía así, porque cuando se la llevaba a andar a caballos a la estancia de su tío, por alguna razón Ivana se hacía pis en plena cabalgata.
¡Papi, te dejé una bombachita en el bolsillo! ¡Ojo en la oficina, que no se te caiga! ¡Está media mojada, porque me masturbé toda la noche soñando con tu verga preciosa! ¡Además quería decirte que la Ceci quiere pija! ¡Necesita plata para salir al boliche conmigo mañana!
Afuera el viento se oía desgarrador, cuando yo ya estaba descalza, en tetas y a punto de quitarme el palazo, imaginándolo todo, más caliente que una pava.
¡Dale Ivana, levantate… vení al patio, que la Ceci hoy no vino a trabajar! ¡Quiero la boquita de mi chiquita golosa! ¿Vos querés la mamadera de papi? ¡Venite así, como estés!
Mi hija seguro le succionó la verga hasta privarle el último resabio de semen, y eso me encendía más el clítoris y los movimientos dedales que me hacía en la argolla, ya sin saber si me ofuscaba o me excitaba como una perra en tiempos de apareamiento.
¡Mi vida, tenemos que lograrlo! ¡Quiero cogerte toda en la cama de mami! ¡Me volvés loquito! ¡Me da mucho morbo pensar en cogerte ahí! ¡Decile a la Ceci que se sume por favor. ¡Yo ya le pedí a la abuela que hable con mamá para que mañana la acompañe a terapia. ¡Ahí podemos hacerlo! ¿Qué pensás?
Yo no podía ni tenía tiempo para sospechas. Mi marido fue un buen amante conmigo, aunque evidentemente con Cecilia y su hija también.
¡Paaaa, estoy por bañarme! ¡Vení ya, echame un buen polvito que no aguanto más! ¡Me duele la concha de tanto necesitar tu pija rica! ¡No sabés el olor a pito que tengo en la boca! ¡Hace un ratito le hice un pete a un amigo!
No había lugar para la danza de mis tripas envenenadas. No quería otra cosa más que masturbarme. Encontré algunos calzones de Ivana de cuando era niña, y otros de su adolescencia. Los frotaba con severidad en mi concha, los mordía y los babeaba, me cacheteaba las mejillas con ellos y me los introducía en la vagina. Uno de ellos todavía conservaba el aroma de su sexo.
¡Ivana, ya cogimos con mamá, y ya se quedó dormida! ¡Esperame que paso a buscar a la Ceci por su cuarto y voy! ¡Dejate solo la bombachita por dios!
No tenía noción del tiempo ni del clima. Estaba reunida con la materia de mi cuerpo, buscando un orgasmo que se demoraba entre las hojitas perversas que leía.
¡Papi, fue genial cómo le acabaste en las tetas a la Chechu! ¡Yo le lamí toda la leche apenas te fuiste! ¿Y, a que no sabés qué pasó? ¡La chancha se hizo pis lamiéndome la conchita! ¡Te la re perdiste viejooo!
Aquello podría ser un sueño, o una realidad paralela en la que yo ordenaba un cuartucho asqueroso, y mi otro yo se empeñaba en aferrarse a una vida sexual que no le era propia? Yo sería Ivana o Cecilia?
¡Vengan ahora nenitas! ¡Las espero en el auto! ¡Estoy en el garaje! ¡Que Ceci tenga la misma ropita de ayer, y vos mi amor vení con ganas de chuparme mucho la pija! ¿Dale?
Tenía miles de preguntas, pero solo podía responderme con más paja, con más frotadas a mis pezones y más papeles groseros, los que no entendí por qué permanecían en pie, evidenciando tamaños desencantos.
¡Che papi, te aclaro por las dudas que ya corté con mi novio, y que con él no pasó nada! ¡Solo una vez le mamé la verga en el baño! ¡El loco es un dormilón en cosas de sexo! ¡Así que no me hagas escenitas de celos tonto, y vení a mi pieza con la pija paradita para mí! ¡Dale que la Ceci está conmigo! ¡Mirate un par de videítos chanchos y vení!
Mis articulaciones crujían indefensas, mis gemidos no le obedecían a la sensatez y mi sangre parecía un remolino de viento desbocado en mis venas. Encima de todo la guachita de mierda le daba explicaciones, él acudía a sus llamados de gata en celo, y tenían a la mocosa fregapisos como cómplice, testigo y parte activa de sus encuentros.
¡Nena, ayer fui el hombre más feliz del mundo! ¡Me siento orgulloso de haber estrenado esa colita apretadita, suave, comestible y nalgueable! ¡Además me encantó entrar y salir con mi pija muy despacito mientras le comía la conchita a la Ceci! ¡Es una clara señal de madurez el que no te hayas enojado. ¡El sexo es solo sexo mi vida, y sé que lo vivís así! ¡Eso sí, decile a la Ceci que sus flujos son el paraíso!
A mí nunca me hizo sexo oral el desgraciado. Sin embargo, si yo no se la chupaba no era una buena amante en la cama. No me disgustaba hacerlo, pero hubiese preferido que me devuelva atenciones.
¡Ivana, no preguntes nada mi cielo, y no me escribas más, al menos por ahora! ¡Tu madre me encontró en la cama con Cecilia! ¡Esos fueron los gritos que escuchaste seguramente! ¡Le estaba rompiendo el culo, y la pelotuda gimió tan fuerte que mami la escuchó, a pesar de las pastillas que le puse en la gaseosa para dormir! ¡Me voy a tener que ir mi chiquita! ¡Pero, supongo que será por un tiempo! ¡A la Ceci, lo más probable es que la despida tu madre!
Eso parte de la historia se dio exactamente así. En un momento, mientras dormía, tuve un calambre en una de mis piernas. Entonces, cuando empecé a masajearme la zona para que desaparezca, oí unos alaridos que provenían de algún sitio de la casa. No podía ser otra cosa que los gritos de una hembra cogiendo. Primero pensé que Miguel estaba viendo una porno. Tal vez se quedó dormido con la tele prendida. Pensé en el horror que le causaría a Ivana escuchar esas miserias, y me levanté, con la idea de apagar el televisor. Los ojos me pesaban, y el calambre aún me dolía impertinente. Pero la tele del living estaba apagada. Miguel tampoco había dejado sus rastros allí. Sin embargo, los gemidos no cesaban. Finalmente, los encontré en el escritorio, a él encima de ella, los dos a cuatro patas sobre la alfombra. La verga de Miguel le desfloraba el culo a esa inmunda mujercita con acento de putita villera. Pero ahora, en la actualidad, mi clítoris estaba hinchado, duro y caliente. Los labios de la concha se me abrían como para que entren todos mis dedos, y un torrente de líquidos espesos comenzó a multiplicarse como una lava indomable. Pero todavía quedaban algunas notas, y un par de fotitos.
¡Cómo que le hiciste la cola a la sucia esa! ¡No escuché gritos ni nada. ¡Pero vos no te podés ir con esa poronga deliciosa! ¿Quién me va a dar la lechita todas las mañanas? ¿Y en las noches, mientras hago pichí sentada en el inodoro, como tanto te gusta?
Respecto de las fotos, había como 5 de mi marido y su pito parado, otras tantas del culo entangado de la Ceci, subida arriba de una silla limpiando los estantes altos, algunas de sus tetas, y un montón de Ivana totalmente desnudita.
¡Papi, porfi, no te vayas, que no doy más de calentura! ¡Antes de irte hagamos el amor! ¡La Ceci está acá, escondida en el ropero y, parece que está re cagada de miedo! ¡Vení ahora y cogenos a las dos!
Mi orgasmo llegó en el momento en el que imaginé a Miguel cogiéndose a su hija, y lamiendo todo lo que pudiera del cuerpo prostituíble de Cecilia. Acabé como una perra, y hasta me meé encima en el final de mi explosión, como si fuese la coda de una sinfonía a toda orquesta. No entendía nada. Pensé que al incorporarme del suelo tras caerme por el poco aguante de mis piernas a tanta calentura contenida, aquella caja desaparecería de mi vista para convertirse en puro polvo del cosmos. Pero las hojitas y las fotos seguían tangibles, manchadas de culpa y odio ante mis ojos desdichados. Era cierto que yo tomaba pastillas para dormir. Por lo que, creo que mi intuición se vio afectada e incapaz de darse cuenta de algo. Además yo jamás entraba al cuarto de Ivana. Miguel y yo trabajábamos mucho, y solo nos reuníamos a cenar como familia.
A Cecilia no la volví a ver, aunque no le formalicé acusaciones drásticas ni la llevé a juicio.
Ahora entiendo la rebeldía de Ivana cuando supo que su padre nos abandonaba, y por qué nunca se ponía de mi lado. Desde entonces, cada vez que pienso que hoy, a sus 30 años, ella y su padre se matan garchando en algún hotelucho, no puedo hacer otra cosa que pajearme como una adolescente.   Fin

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Comentarios

  1. Ambar está bueno este relato, está cargado de mucho morvo como me gusta.

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