Nenes traviesos


Mi nombre es Ariel. Hoy tengo 20 años, pero lo que les narraré transcurrió entre mis 14 y 16. Tomás, mi vecino del frente fue mi mejor amigo desde el pre escolar. Fuimos todo el primario juntos, donde nuestros lazos se volvieron invencibles.
Su padre Ricardo, durante un buen tiempo fue jefe de mi padre, que tenía camiones y transportaba trigo. Siempre entre ambas familias hubo mucha química. Nuestras madres se la pasaban chusmeando por la tarde, y cuidando a los niños de los ricachones de la zona por las mañanas.
Sin embargo, hace dos años nos mudamos, porque Ricardo terminó cagando a mi viejo con una suma importante de guita. Además, parece que entre los adultos había asuntos de cuernos. A los niños nunca se les permite saber las verdades, y menos opinar si es que, por casualidad dan en la tecla. Y a los adolescentes, se los considera poco inteligentes para inmiscuirse en temas que solo les compete a los adultos.
Pero los mejores días de mi vida llevan las marcas de aquel barrio, de sus calles, las travesuras, y de lo grandioso que siempre fue Tomás conmigo.
Compartíamos hasta los primeros escalofríos por las mismas chicas del cole. Jugar era toda nuestra única insignia. Hasta que la pubertad, la edad del pavo, el umbral por el que la niñez busca despedirse, la curiosidad y lo que no podíamos preguntar nos arrullaba cada vez más de cerca.
Supongo que todo empezó cuando, algunas veces en el campito hacíamos torneos de meadas, para ver quién llegaba más lejos. Habitualmente, él proponía ese juego. Y, una tarde los dos nos quedamos mirándonos el pito. Tomi lo tenía parado, y él fue quien rompió el hielo cuando refunfuñó: ¿Qué mirás tarado? ¿A vos no se te para así?!
Bajé la cabeza y me subí el pantalón avergonzado. Pero no podía dejar de mirarle la pija.
¡Dale Arucho, Contame! ¿Ya se te pone dura la verga, como a mí? ¿Ya te saltó la leche? –Insistió mientras íbamos a mi casa. Ya estaba oscureciendo.
¡Sí, a veces se me pone así, y lo de la leche, ni idea!, dije con un calor que tronaba en mis orejas. No entendía por qué aquello era tan importante, ni qué significaba. Recuerdo que le contesté así, porque no paraba de preguntarme cosas acerca de mi pija, de mis pajas, y si ya le había mirado las tetas a mi vecina Natalia, la verdulera del barrio. En ese momento teníamos 13 años, y por más que para todos los varones sea lo más natural del mundo, a mí me costaba pajearme. Me gustaba hacerlo. Pero, no lograba largar la leche como la mayoría. Solo cuando me concentraba en desnudar con la imaginación a ciertos compañeros del colegio, y mejor aún, cuando me imaginaba sus pijas. De hecho, pensaba que estaba enfermo por eso. Tenía en claro que me gustaban las chicas. Y, para colmo, ahora la pija parada de Tomás entraba y salía de mis pensamientos.
Esa tarde se quedó a dormir en casa, porque mami preparó hamburguesas. Cosa que Tomás adoraba con el alma. Así que después del pionono con crema y frutillas, mi viejo nos mandó a dormir. Ese fue el trampolín a lo que me perturbaría hasta hoy. En mi pieza solo había una cama, en la que  luego de ver una peli nos acostamos, rendidos y cansados. Era la tercera vez que veíamos rápido y furioso. Pero a mí me daba igual. Al otro día el cole nos esperaba como siempre. Por lo que no podíamos quedarnos hasta muy tarde.
Pero en la mitad de la madrugada, Tomi comenzó a moverse algo descoordinado, de una forma extraña. Siempre tuve el sueño liviano. Por lo que no me dormí hasta que todo aquello terminó. Lo escuchaba hablarse en voz baja, a modo de susurro, y a eso lo acompañaba unos chasquidos bajo las sábanas. Noté que juntaba las piernas, y que lentamente se acomodaba boca abajo, sin detener esos sonidos.
¡Así, lechita nene, todo en las tetas de la Lore!, descifré que dijo entre respiraciones apuradas. La Lore era la tetona más putita de segundo primera de nuestro colegio.
Al otro día la sábana estaba mojada con algo blanco que olía a pasto seco. La curiosidad me llevó a tocar esa sustancia, a oler la sábana, y a sumergirme en un estado de perplejidad que parecía estremecerse en mi glande. Le pregunté si se había meado, y me comí su tremenda delirada.
¡Es leche nene… perdón, me hice tres pajas anoche!, y liberó una carcajada que me irritó, mientras se me paraba la pija, y de hecho, él lo notaba. Por suerte estábamos sentados, copiando lo que escribía la profe de lengua en el pizarrón.
¡Faaaa nene, la tenés re parada!, dijo, y me la tocó con la punta de su lápiz. Después con sus dedos, y en un momento, como yo no podía recobrar las palabras, intentó meterme la mano adentro del pantalón. Pero entonces lo insulté, sin importarme si la profe me escuchaba, y decidí no hablarle hasta la salida del cole. Sin embargo, Tomás siempre supo hacer las paces, aún cuando él se enojaba conmigo por cualquier boludez. Así que a la noche vino cayó a casa, con su mejor cara de perrito mojado, acompañado de una misteriosa revista porno. Desde que le robó la primera a su tío, no paró de hacerlo. Pero nunca había traído ninguna a casa. Me la mostró apenas nos metimos en la cama en calzoncillos, lleno de entusiasmo y felicidad. Muchas veces dormimos así. Solo que, ahora algo extraño me sacudía. Mi mente recreaba su pija parada en el campito, y tenía el impulso de tocársela, tan latente como imprudente. Desde entonces, como estábamos destapados,  noté que Tomi tuvo el pito duro casi toda la noche. O al menos mientras mironeábamos la revista.
¡Che bolu, mirale la vagina a esta minita, y cómo se mete los dedos, y la verga de ese tipo! -decía señalando las fotos obscenas del papel, que se calentaba en nuestras manos.
¡La cola de esa rubia es fatal, y las tetas de la morochita, ni hablar!, decía hojeando lento con una mano, y con la otra ya estimulándose la pija por encima de su slip negro. Para colmo le quedaba apretadito, y mi mente cochina, aún sin tener elementos para hacerlo, se imaginaba cómo le quedaría enterrado en el culo.
¡dale gil, pajeate!, me increpó, y rocé mi pene en medio de un cosquilleo excitante y miedos tontos, pero por adentro de mi calzoncillo. Era la primera vez que me animaba a tocarme delante de él.
¡Dale guacho, no tengas vergüenza! O querés que te pajee yo?!, me intimidó con su pija en la mano siendo víctima de sus zarandeos. Se la vi ni bien la liberó, y cuando el elástico de su slip sonó como un látigo contra su pubis, me salpicó unas gotas de sus líquidos preseminales. Entonces terminé haciéndolo junto a él, y los dos soltamos la leche casi al mismo tiempo. No duramos nada!
¡Secate con el calzoncillo tarado!, me dijo con severidad limpiándose lo salpicado de su estallido hasta su pecho con el suyo. Cuando se lo sacó me sentí raro, y más cuando explicó: ¡Ari, voy a dormir desnudo, espero que no te joda!
Pensé que el corazón se me escaparía por los oídos, mientras me limpiaba con el calzoncillo, sintiéndome sucio, pero incapaz de llevarle la contra.  Tenía en claro que necesitaba pajearme otra vez, y lo hice, sin remordimientos,  apenas se acomodó para soñar. Así que comencé el ritual con suma cautela para no despertarlo. Lo veía desnudo, y se me antojaba pasarle la lengua por las tetillas. Ni siquiera sabía cómo se me ocurría aquello. Pero algo adentro mío me dictaba esas consignas como si las oyera murmurar en las paredes de la pieza. Era extraño saber que estaba en bolas con un nene en igual condición que yo, y recién acabadito.
Ocurre que lo desperté con un codazo en medio de mi frenesí, que no era turbulento, pero mi pija era cada vez un fierro más caliente en mis manos.
¡Hey nene, ¿Te quedaste con ganas?!, me dijo incorporándose boca arriba, luego de bostezar exageradamente.
¡La verdad, yo también estoy alzado!, prosiguió sin esperar mi respuesta.
¡A ver, cómo la tenés?!, decía mientras me la tocaba, y ponía mi mano trabajadora en su pene pegajoso.
¡Dale guacho, apretamelá y yo te pajeo, hasta que te salte la lechita otra vez!, fue todo lo que debió decir tal vez para que mi mundo se resuma en un placer inédito. A la vez que nos pajeábamos mutuamente, con él moviendo su vientre acompañando al ritmo de mi mano, me  decía: ¿Te gusta que te pajee así Ari? ¡Mirá si entra tu hermanita y nos ve! ¡Está para culearla toda esa turra, me pone la pija al palo su culito, y los dos se lo vamos a hacer! ¡Debe ser una buena chupa vergas! ¿Nunca la manoseaste vos, o la espiaste? ¿Se re pajea seguro no?!
Yo lo dejaba explayarse, mientras deliraba con mi hermana Lucrecia que tenía 17 en ese entonces, y seguía estrujándole el pito, estimulado por el arte de sus manos. Hasta que me dijo: ¡Ari, tenés toda la puntita seca, y se te fue el juguito! ¡Hacete unas gotas de pis, para que no te lastime, o te duela cuando te pajees, y escupime la mano!
Le obedecí, y en cuanto su mano con mi saliva entró en contacto con mi pito medio meado acabamos de inmediato, enchastrándonos las manos, las sábanas y la moral, cuando entretanto la leche nos arremolinaba a un sinfín de desconciertos. Los dos nos oíamos gemir como nenas. Tal vez más yo que él. Pero luego me exigió: ¡Dame un chupón pendejo!, y sin dejarme pensar me comió la boca. Creo que, si no le pegué, o ni me atreví a mandarlo a la mierda, fue porque ese beso, el tacto de su lengua en mis labios, y el de su pito entre mis manos me excitaba de una forma que no podía comprenderlo con exactitud. Esa noche me masturbé cuatro veces más durante la madrugada, cuando él dormía. Al otro día no cazaba una en el colegio, y no paraba de rozarme el pene con la lapicera, la regla o el corrector. Desde esa mañana, no nos sentamos juntos, quizás para no evidenciarnos ante nadie. Aunque, absolutamente nadie podía sospechar las chanchadas que hacíamos a escondidas. Encima, aquel mes fue tremendo, porque casi ya no podíamos dormir solos. Si Tomi no venía a casa, él me invitaba a la suya con cualquier excusa. Pero solo cuando su hermano mayor no estaba, ya que compartían el dormitorio.
Era cosa de entrar a la cama y empezar a tocarnos la pija hasta enlecharnos enteros, varias veces. Tomi se pasaba la leche por los huevos y las piernas, y pronto permití que me hiciera lo mismo. Hubo muchas pajas memorables.
Una fue mientras cada uno olía el slip del otro, y yo alucinaba cuando él me decía: ¡Che, estás re meada nenita! ¿Qué pasa? ¿Te gusta mirarme el pito?
Otra fue viendo una porno brasilera mientras sus padres jugaban a las cartas en la cocina, y otra fue un día de lluvia en el que hacíamos unas láminas para dibujo técnico.
En casa, una siesta entramos al cuarto de mi hermana y nos pajeamos oliendo sus medias, bombachitas y corpiños usados. ¡Y, el guacho hasta le encremó un topcito!
Pronto, a nuestras pajas le sucedieron algunos besos, manoseos, y, lo que más deseaba al final de cada día. Era frotar mi pija contra la de Tomi, que la tiene más grande y más gordita que yo. En el pubis tiene una mata de vellos rubios como su cabello, en los que me fascinaba derramar mi semen, y unos huevos acordes a su pedazo. Yo la tengo más chiquita pero larga, y medio curva.
En breve decidimos no esperar a la noche para sacarnos las ganas, y el riesgo de pelar la chota en cualquier lado nos convertía en héroes. Una vez nos pajeamos en el baño cepillándonos los dientes, antes de ir al cole. ¡Y mi vieja abrió la puerta para apurarnos! Creo que hasta hoy se hace la gila porque, vio cómo el pene de Tomi escupió su sabia en mis manos. ¡Ni siquiera recuerdo cómo zafamos de esa!
Otra vez, viajando en un colectivo lleno, parados y atrás de todo, me impuse a su malhumor escurriendo mi mano bajo su jogging para hacer que se acabe encima, mientras él lograba iguales resultados conmigo. Todo muy sutil y con mucha carpa. Con estos, y otros elementos, cada vez que me besaba en la boca sentía ganas de hacerme pis de la emoción, como una nena maricona. Las dos veces que me pasó, el chancho me masturbó sobre el calzoncillo meado. Por suerte ambas fueron en el baño de mi casa.
Llegó el tiempo de olernos las pijas y rozarlas con las lenguas, de compararlas, de apoyarnos la cola cuando la teníamos re dura, especialmente por las noches, y de escuchar los comentarios de los grandes.
Una vez mi tía alertó a mi madre con todos sus pronósticos, y los dos la escuchamos aterrados.
¡Susi, Ariel está todo el tiempo con ese chico… no puede ser que quieran dormir siempre juntos! ¿No te parece raro? ¡Entiendo que ya tiene 14, pero no sé… cuando quiero entrar a saludar al Arielito al cuarto me hace esperar y se escucha un revuelo bárbaro ahí adentro! ¡Viste que, con esto del bulling, qué sé yo, por ahí se pegan!
Mi madre me defendía, y cada vez que él la escuchaba decir que somos dos soles, que no dábamos trabajo para nada, y que encima éramos lindos nenes, Tomás me agarraba de un brazo y me arrinconaba contra la pared para chuparnos las lenguas, tocarnos los pitos y manosearnos el culo, especialmente él a mí.
Una tarde perdí una apuesta con Tomi, y tuve que ponerme una bombacha rosa de mi hermana, e ir al colegio y al club con ella. Al regreso todo fue una locura. Estábamos acostándonos en paños menores, planeando ver una peli chancha cuando me dijo: ¡Ari, no te saques la bombacha, que estoy re calentito!, -y se me tiró encima fregando su bulto en mis piernas para enterarme de la humedad de su slip.
¡Me acabé encima dos veces, mirándole las tetas a tu hermanita! ¡Qué perra es esa nenita por dios!, aventuró en mi oído, mientras nos acogotábamos los pitos. Hasta que me destapó, se puso en cuatro sobre la cama y me dijo: ¡Te voy a chupar la pija nenita! ¡Pero después, vos me la vas a chupar toda!
Eso fue lo último que le oí, antes que me abra las piernas, huela mi pija mordisqueándome la puntita y se la meta en la boca. Juro que el calor de sus labios y su saliva mojando cada poro de mi sexo me desquiciaba, al punto de pedirle más, que no pare y que se toque.
¡Mmm, dale putito, largá la lechona nene, que la tanga de la Lucre tiene olor a puta como tu pija!, decía entretanto yo lo pajeaba y su lengua me calentaba con sus lametazos, con las frotadas de su cara en mi verga y sus chupadas a fondo, las que me hacían sentir que mi pene no cabía en su boca de tanto crecer. Hasta que me sacó la bombacha, acercó su pija a mi cara y ajustició: ¡Chupala Lucre, dale putita, que te re meás por mi pija!, -y lo hice sin tabúes-.
En el club habíamos jugado al fútbol, por lo que su poronga embriagaba mis principios con su sudor, su sabor y su incesante desarrollo. Nunca se la vi tan parada y gordota! Se vino en seco en mi tercer lamida seria, y yo le embadurné las manos porque su bruta paja era violenta, salvaje y leal a nuestro desenfreno. ¡Me encantó que me confunda con mi hermana!
Su erección no desaparecía cuando ahora uno le chupaba la pija al otro, enfrentados y transpirados, coordinando las cogiditas que le dábamos a nuestras bocas. En efecto, cada uno saboreó el semen del otro, y disfrutamos de unos buenos azotes en el culo. Después nos re tranzamos y dormimos en bolas. Eran insoportables los arrimones de nuestras vergas que no abandonaban su rigidez contra nuestros culos. Al menos yo sentía un cosquilleo intenso cada vez que me la apoyaba, y no sabía cómo calmar semejante sensación. Al otro día mami me imploró que no me masturbe en la cama, porque, ya no había sábana que aguante.
Desde entonces nos comíamos el pito con una pasión indescifrable. Saboreábamos nuestra leche, incluso de nuestras bocas cuando eyaculábamos allí, y aunque no nos penetrábamos, teníamos muchas cosquillas en la cola. Tomi me lo confesó al fin, una mañana, mientras nos pajeábamos en el baño del colegio, con nuestras lenguas entrando y saliendo de mi boca.
Sucedió que un día Tomi me invitó a su casa para que hagamos lo de geografía. Cayó la noche, las empanadas de su madre, la tele, y más tarde una porno italiana. Ahí nos metimos en la camita, y empezamos a pajearnos como de costumbre. Hasta que cerca de las tres de la tormentosa madrugada entró Ciro, el hermano de Tomi, con un pucho en los labios, un whisky en la mano y la cara desencajada. No se anunció, ni golpeó la puerta al entrar. No era el pibe copado que mira rugbi y escucha rock nacional.
¡Qué hacen los nenitos? ¿Se están tocando la pijita?, dijo desvistiéndose, dándole un enigma a mi paciencia, cuando Tomi me pedía que lo pajee más rápido, sin hablar, pero con las convulsiones de su cuerpo en sincronía con mi lechita a punto de explotar en mi tronco. En eso Ciro elige sentarse en la cama y destaparnos.
¿A ver, cómo se pajean los cochinos? ¿Quién de los dos la tiene más grande y lechera?!, le agregó a su risa macabra. Agarró nuestras pijas una con cada mano y nos re pajeó durante un rato. Sus manos eran más grandes que las nuestras, y también más experimentadas. Cuando me apretaba el glande, punzaba el hueco de la uretra con su pulgar, o cuando deslizaba su índice de la base a la punta de la pija para que suba todo el presemen posible, sentía que la cabeza me daba vueltas de placer. Imaginé que a Tomi le pasaba lo mismo, y deseaba besarlo en la boca, saborear su lengua caliente, y sentir sus dedos pellizcándome la cola. Luego Ciro se escupió las palmas para deslizar ambos troncos con mayor fluidez, y se hincó para olernos. Amagaba con devorarnos los rojos capullitos en celo, apenas resoplando, lamiendo suave aunque respirando con agitación, y nos hizo apretarle su tremenda anaconda sobre su bóxer rojo, la que no tardó en desenvainar de una para arrodillarnos de prepo en la cama, pegarnos con ella en la cara y obligarnos a lamérsela entre los dos.
A esa altura, poco había por aceptar o rechazar. La pija de Ciro era altiva, elegante, mucho más colorada que las nuestras. Además estaba completamente depilada, caliente y húmeda. Tenía un gusto fuerte, mucho más salado que el de nuestras vergas púberes, y sus líquidos borboteaban con mayores bríos.
¿Ustedes piensan que soy boludo? ¡Los vi hace rato meando en el patio, y mirarse los gansos con cariño! ¡Son dos nenitas! ¡Sigan chupando así mariconas! ¿Quién le va a sacar el quesito a Ciro? ¿Cuál de los dos es la más nenita, maricona y come pitos? ¡Seguro que sos vos Ari, porque tenés una cola de nena que mata!, decía mientras ahora nos cogía la boca un toque a cada uno, y nos fregaba su bóxer en el culo.
Pronto se acostó en pelotas cara al cielo y nos ordenó: ¡Ahora me van a chupar todo, enterito, cada parte de mi cuerpo,  los dos, y después me los voy a coger guachitos! ¿Vamos, empiecen, y nada de hacerse pichí nenitas!
Dio tres aplausos, y mientras se pajeaba le chupamos los pies, las gambas, la panza, las tetillas para enfermarlo desde que notamos que eso lo excitaba, los huevos y hasta el culo. Entretanto le agarraba el pito a mi amiguito para pajearlo. Tomi la tenía tan dura, que costaba que la pielcita baje con facilidad.
¡Llénenme de babita pendejos! ¡Vos Ari chupame el orto, y vos pajeame asqueroso!, nos reclamaba cuando nuestras lenguas se deshacían en esfuerzos por comerlo todo. Le saltó la leche cuando Tomi le lamía las bolas y yo me atragantaba con su verga, y Ciro me nalgueaba para que no me detenga. Entonces, mientras jadeaba, recuperándose de su orgasmo profundo, quiso que ambos compartamos su esperma en un beso de lengua tiraditos en el piso, y con los pitos bien apretaditos, uno contra el otro. Después nos exigió: ¡Quiero ver quién tiene la mejor colita de los dos! ¡Así que se me ponen en cuatro arriba de la cama, y sacan el culito para atrás!
Lo hicimos, y tras soportar que nos husmee cual perrito callejero, apoyó su pija entre mis cachetes, y le pidió a Tomi que me encaje su pene hinchado en la boca, y mientras mi paladar se la lustraba enérgico, Ciro frotó y frotó, ensalivó mi ano, me comió las bolas y me abrió el orto de un pijazo duro, punzante, rockero y bestial. Se movió durante unos minutos eternos, me tironeó el pelo y empujó con enjundia para que se la siga mamando a su hermanito, además de penetrarme con más crudeza. Nunca nada en la vida me había dolido tanto. se me caían las lágrimas, pero no podía gritar porque la pija de Tomi llegaba hasta mi garganta. Tenía la sensación que me iba a morir desangrado, o que me iba a cagar encima ni bien la extraiga de mi interior, o que me daría un paro cardíaco. Sin embargo, poco a poco empecé a gozar, a querer sentirla más adentro, y a necesitar una buena boca rodeándome la verga.
¡Dale chiquito, chupale el pito a tu amigo, y abrime bien esa colita, que te doy pija putito, sos una nenita, y te emputece la pija bebota!, me gritaba impiadoso. No sé por qué, pero en cuanto empecé a mearme, un poco del dolor y otro por placer, Ciro empezó a clavármela con la fiereza de un león en celo, justo cuando Tomi me ahogaba de tanta leche, y gemía estremeciéndose.
Sentí naufragar esos chorros calientes en mi intestino por primera vez, y cómo la calma le deshinchaba la pija a Ciro adentro de mi cola abierta y con algo de sangre, y quería más. Al mismo tiempo, la leche de mi amigo me hacía toser y toser. Incluso sentí que se me salía un poco por la nariz.
Apenas Ciro retiró su ejército viril de mi culo se lo ofreció a Tomi, quien lo lamió, succionó y mordisqueó hasta lograr que el pibe se hartara de tanta reverencia. Además, su músculo estaba sensible. Yo, ya sin poder soportarlo un segundo más, le di la lechita a Ciro, que me la mamó con un dedo ilegal en mi agujero, loco de felicidad porque, según él tenía olor a pis de nene, y a los restos de su leche.
Luego Tomi y Ciro me vistieron de nena, y me obligaron a petearlos durante toda la madrugada. Yo acepté complacido. La noche siguiente me diplomé de petero de mi amigo, su hermano y también de su primo, el dueño de una verga descomunal. Así fue que me acostumbré a mirar braguetas y culos en lugar de tetas, aunque las de Lucre me motivaran especialmente.
¡Vos siempre vas a ser mi peterito preferido puta, y esa cola va a ser mía cuando yo te la quiera coger bien cogida!, sentenció Ciro la vez que se la chupé a su grupo de amigos. Eran siete machos con abstinencia, gracias al deporte de competencia que practicaban.
Cuando cumplí 18, mi familia y yo  nos mudamos lejos, y fue porque mi tía me pilló con Tomás. En realidad eso fue un año atrás, pero no tuvo el valor de delatarnos en ese momento. Yo le hacía la cola y lo pajeaba, ambos en tanga en el baño.
Descubrí que me encanta que los hombres me la den de mamar a la fuerza, que me azoten y me obliguen a lamerles el orto, que me acaben en la cara y me rompan el culito entre varios, turnándose y engrandeciendo mi autoestima de hembrita con pito.
Hoy Tomi entrega la cola con la felicidad de una vedet, o de una cabaretera. Pero ya no nos buscamos para garchar, por culpa del bochorno con la tía, y de los cagadones familiares. Ni siquiera nos escribimos ni llamamos. Realmente, me encantaba pajearlo y que me pajee, y olerlo cuando hasta se hacía pis de lo alzado que andaba en el colegio.
Hoy, fantaseo con desvirgar pendejos. Me fascinan los penes de los varones sin experiencia, siempre con los calzones llenos de restos de presemen. Lo bueno es que con Lucre a veces se la mamamos a los mismos tipos cuando salimos del boliche. Ella nunca reprimió mi condición. Creo que le gusta maquillarme, comprarme tanguitas o prestarme algunas suyas, que cojamos en el mismo telo cuando no podemos ir a casa con nuestras conquistas, o aconsejarme con los chongos para que no me enamore de cualquiera.
Cuando le dije que por lo único que me haría heterosexual sería por su par de gomas alucinantes, me dejó chupárselas en una orgía que compartimos con cinco flacos. Fue mientras uno me hacía la cola y otro me pedía la lechita en su boca. Nunca cogí con Lucre ni siento que pueda hacerlo, aunque el aroma de su conchita me pervierta en las orgías.
A la tía no la vi más, y mis viejos, desde que supieron lo mío con Tomi me crucificaron. Pero todo eso quedó atrás, lejos y fuera de rencores para mí. Mientras mi cola me siga pidiendo pija voy a hacer lo que sea para contentarla, a pesar de los murmullos a mis espaldas.      Fin

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