¿Qué te pasa nene? ¿Tan mal te tiene esa
chica, que te la pasás fumando esa porquería todo el día? ¿Tanto la extrañás?,
le dije a mi hermano Valentín, que no paraba de observarme trabajar en mi notebook.
Tenía que entregar un diseño de ropa interior especial para la marca que
trabajo, y se me estaba quemando el bocho, porque no llegaba al resultado que
quería. Para colmo, la cuarentena lo obligó a volver a casa, ya que él se había
ido a vivir a lo de su nueva novia. El punto es que los padres de la chica son
mayores de 60 años, y tienen una infinidad de problemas respiratorios. A mi
madre le alegró la noticia. Para ella no había nada más importante que tener a
sus dos hijos en casa otra vez. Pero mi padre, que más de una vez tuvo que
sacarlo de varios apuros grosos, estaba un poco incómodo. Los intercambios de
palabras entre ellos, siempre se rozaban con una discusión, o propiciaba una
cierta tensión en el ambiente.
¡No boluda, no
fumo porro por ella! ¡Siempre fumé mariguana! ¡Vos deberías fumarte un
churrito para relajarte, y dejar esa mierda por un rato! ¡Bien que lo extrañás
al monigote ese con el que salís!, me contestó, sin quitarme los ojos de
encima, poniéndome nerviosa. Los dos estábamos en el comedor, mientras los
viejos dormían. Él, despatarrado en uno de los sillones, y yo sentada a la
mesa, con un café cada vez más tibio.
¡Ni loca nene! ¡Eso, sea como sea es una
droga, y si te pasás de mambo, te hace bosta las neuronas! ¡Y no le digas así a
Diego!, le dije, sin mirarlo, intentando poner atención en lo mío. Ni siquiera
sé por qué defendí a ese pibe, con el que apenas nos vimos tres veces. El tema
es que Valentín lo conocía del club de rugbi en el que jugaban, aunque nunca
coincidieron en un equipo. Mi hermano era malísimo hasta para el deporte.
¡Cualquier cosa, si te enroscás te hace mal!
¡El café, el chocolate, la birra, el sexo, la carne, todo guacha! ¡Me extraña
que la cerebrito de la familia no lo sepa! ¡¡Y al rubio ese le digo como quiero!,
me ninguneó, buscando hacerme reaccionar. Él siempre se vanaglorió de ser un
vago, oportunista, poco amigo del trabajo y de los libros. Pero, por otro lado
parecía querer estar en el lugar de una persona como yo, que me dedico a mi
trabajo, a mis estudios y a mi profesión de diseñadora.
De repente, en el instante que al fin mis
ideas parecían ordenarse, oigo con claridad que de su celular emergen unos
gemidos de chicas gozando. Con toda claridad, era más de una la que se
atragantaba y volvía a gemir.
¡Che pendejo, podrías respetarme un poquito!
¿Vos qué pensás? ¿Tanto extrañás a tu novia, que necesitás ver esas
chanchadas?, le dije, un poco disgustada. Para colmo, cuando giro la cara para
mirarlo, descubro que me re miraba la espalda. Esa tarde, el día estaba caluroso.
Por lo que yo andaba con un vestidito suelto, medio manchado y estirado, porque
no tenía que preocuparme por recibir a nadie.
¿Y vos, por qué no te ponés a escuchar música
con esos auriculares chetos que te regaló tu novio?, me respondió, sin bajarle
el volumen al celular, al menos por consideración.
¿Y vos, por qué no te vasa tu pieza a mirar
porno?, le dije, temiendo haber gritado muy fuerte.
¿Para qué querés que vaya a mi pieza? ¿Para ir
a espiarme, como cuando eras una pendejita mirona?, me largó con una voz tan
libidinosa como tendenciosa. En ese momento, todo lo que había guardado en lo
más recóndito de mi memoria, aquello que me habría prometido no hablar con
nadie, o siquiera recordarlo, volvió a hacerme arder cada partícula de la piel.
Éramos, somos y seremos hermanos, por siempre. Estaba convencida que lo que
pasó, fue por nuestras curiosidades, mi falta de sentido común, su necesidad de
contacto con una chica, nuestras ganas de conocer. En definitiva, los dos
quisimos. Cuando yo tenía 14 años, una tarde entré a su pieza, y lo vi
pajeándose, totalmente desnudo. Era la primera vez que veía un pito en vivo y
en directo. Supongo que, la calentura que de inmediato comenzó a mojarme toda,
me hizo cerrar la puerta con todo, acercarme a él y mirársela como a un
animalito extraño. De todas las opciones que tuve a mi disposición, elegí la de
tirarme encima de él, besarlo en la boca y refregarle mi pierna contra la pija.
Esa siesta yo tenía puesto un shortcito verde, y una musculosa celeste. A él se
le ocurrió tocarme las tetas, y eso me condujo a besarlo con más pasión que
antes, dándole mi lengua y mi saliva como si mañana no pudiera volver a besar a
ningún otro chico. Entonces, en el momento crucial de nuestros besos, sus
manoseos a mis tetas, y mi pierna sintiendo la dureza de su pene, mi madre
golpeó la puerta, y él, comenzó a eliminar su semen, presionando mi cuerpo
contra el suyo, estirando mi lengua con sus labios, y jadeando tan nervioso
como incapaz de responder al llamado de mi madre. Por suerte ella no abrió la
puerta. Pero esa tarde, una vez que me limpié el pegote que me dejó en la
pierna con una remera sucia que había debajo de su cama, nos re peleamos. No
recuerdo cuales fueron las palabras. Pero él decía que yo tenía la culpa por
haber entrado en su privacidad.
¡De eso, me parece que ya pasó mucho tiempo
nene! ¡Creí que ya lo hablamos! ¡No volvamos a sacar el tema, por favor!, le
dije, sin mucha determinación que digamos. Valentín ya había bajado el volumen,
pero las chicas seguían gritando.
¿Todavía te acordás de la siestita que
tuvimos? ¿Y de las veces que yo te pescaba colgada en la ventana de mi pieza?
¡Cómo te gustaba mirarme nenita!, me dijo, sin elevar el tono de su voz,
provocándome unas ganas de darle una cachetada tremendas.
¡Basta nene, cortala!, le dije, mostrándole
algún límite.
¡Hey hey Luna, no grites tarada, que los
viejos se van a despertar! ¡No te preocupes, que hay un montón de pornografía
para chicas! ¿Qué pasa? ¿Me vas a decir que nunca te tocaste mirando videítos
de tipos entotorándose a guachitas?, recargó mi ira con sus elucubraciones. Yo
no podía responderle. Me había sentido humillada al imaginar que mis padres me
hubiesen oído gritarle a mi hermano.
¡Yo no miro esas cosas! ¡Cortala nene, o grito
de verdad!, le dije, sintiendo que las mejillas se me ponían coloradas.
¿Qué onda con vos Luni? ¡No entiendo por qué
te subís así al caballo! ¡Dale, haceme caso nena, fumate un porrín, y bajá un
poco la ansiedad! ¡Todas las chicas miraron un video porno alguna vez! ¿Qué, me
vas a decir también que no te tirás pedos? ¿O que no te masturbás?, dijo con
cinismo, ampliando cada vez más la maléfica sonrisa de su rostro, encendiendo
otro faso.
¡Apagá eso, que después el viejo te caga a
pedo! ¡Y sí, tal vez debería fumar eso para entender las boludeces que decís!,
me salió delirarlo, aunque sin mucha convicción.
¡Yo después ventilo todo! ¡Además, no te
preocupes, que eso es asunto mío! ¡A vos no te van a decir nada, porque sos la
mimada de la familia! ¡Vos sos, la que espiaba a su hermano, colgada de la
ventana, y se quedaba mirándole la pija! ¿Te gustaba mirarme la pija Lu?, dijo
de pronto, como si fuese una bocanada de humo parlante, antes de toser por una
pitada especialmente profunda.
¡Basta Valen! ¡Sos un zarpado! ¡No aprendiste
nada!, le dije, y cerré mi computadora, sin reparar en si guardé o no los
cambios que le hice a unas plantillas. Para colmo, de un manotazo tiré la taza
de café, que rodó y se cayó sobre una silla. La taza no se rompió, pero el café
se derramó por toda la mesa. Así que, le pedí un rollo de cocina a mi hermano,
con tanta mala onda que ni siquiera atinó a levantarse.
¿Ahora me vas a decir que es culpa mía lo que
te pasó? ¡Te pusiste nerviosa nena! ¡Reconocelo! ¡Te gustaba la verga de este
zarpado!, me dijo, mientras yo limpiaba la mesa con un repasador húmedo. En ese
momento odié tomar café con azúcar.
¿Qué mierda te pasa tarado? ¡Dejá de drogarte
con esa mierda, que te hace decir pelotudeces!, le dije, esta vez gritándole
casi en la cara, haciendo que se le caiga el celular de la mano. Él parecía
disfrutar de mi enojo.
¡Eeepaa, la Lunita se enojó de verdad! ¡Guarda
che, que me vas a lastimar con tanta mala onda pendeja! ¿Me vas a pegar? ¡Dale,
vení, pegame nena!, me dijo, apenas levantándose del sillón. Pero cuando vio
que mi cuerpo retrocedía para seguir limpiando el pegote de la mesa, se sentó,
y continuó gozándome.
¡No te sale hacerte la mala conmigo Luna, y lo
sabés! ¡No fue un accidente lo que pasó en esa siesta! ¡Además, ¿Vos pensás que
yo no me daba cuenta que me re mirabas el bulto, cada vez que podías?! ¿O, que
algunas veces andabas con esas polleras re cortitas, y no te ponías bombacha?
¡Tenías una cola terrible cuando eras pendeja nena! ¡Pero yo jamás te la toqué!
¡Más bien, vos eras la que me mirabas por las tardes, cuando me pajeaba! ¡Yo,
en cambio, una sola vez entré a tu pieza!, se despachó, entre pitadas a su
porro y unos buenos tragos a su botellita de agua mineral.
¿Y qué pasó cuando entraste a mi pieza? ¿Me
hiciste algo, hijo de puta?, me nació decirle, comenzando a sentirme ahogada
entre una nueva curiosidad, unas oleadas de renovado éxtasis, y un calor que
resplandecía en mi entrepierna, por más que no lo quisiera reconocer.
¡Uoooou, te picó el bichito nena! ¿Y ahora,
quién es la desubicada?, dijo, como si exhalara un suspiro incompleto.
¡Ese vestidito todavía te queda re lindo! ¡Te
hace las tetas más exuberantes! ¡Te lo vi un montón de veces puesto, cuando
tenías 16, o 17!, agregó, cuando un silencio repentino nos atoraba sensaciones
en el pecho.
¡Callate nene, que este vestido me queda re
feo!, le dije, sonriéndole, sin saber por qué.
¡Me acuerdo que tenías uno igual, pero rosado,
cuando eras más chiquita! ¡Y que, mami te compró un pantalón de Boca, y que no
te lo sacabas ni para dormir! ¡Creo que tenías 12 años, o por ahí! ¡La de veces
que te lo habrás meado encima cuando me pedías que te cuente historias de
terror!, me recordó, con una mezcla de nostalgia y alegría.
¡Vos siempre me ridiculizabas! ¡Te gustaba
asustarme! ¡Pero no me meaba por tus historias, que eran malísimas!, le dije,
aflojando un poco cada músculo que antes amenazaba con querer golpearlo.
¡No, es cierto, te meabas por los truenos, o
si el viento era muy fuerte!, acertó a completar, mientras yo secaba la mesa,
totalmente impoluta.
¿Y te parecía gracioso eso?, le dije, abriendo
de nuevo la notebook. Ahora me costaba mirarme en sus ojos celestes.
¡No sé si gracioso! ¡Solo que, bueno,
obviamente, quería mirarte desnuda, o en bombacha! ¡Pero, vos, ni bien te
meabas corrías al baño, y te ponías a llorar, hasta que mami te escuchaba, y
como siempre, me acusabas por asustarte! ¡Y al que cagaban a pedo era a mí!,
dijo, desconcertándome. Puse la clave en la compu, y después puse agua a
calentar para prepararme otro café.
¡Perdoname hermanito! ¡No sabía que eso podía
herir tanto tu autoestima!, lo ironicé, caminando de un lado al otro del
comedor, sin saber, o mejor dicho, intentando acomodar mis ideas.
¿Y, no me vas a decir lo que hiciste cuando
entraste a mi pieza?, le pregunté mientras volvía a mi silla. Le respondí un
SMS a mi jefa, busqué el código de un color específico en internet, y revisé mi
correo para ver si tenía algún pedido, esperando la respuesta de mi hermano,
que parecía alimentarse de mi desesperación.
¡Bueno, al menos, decime por qué me querías
ver en bolas! ¡Somos hermanos Valen! ¡Eso no es normal!, le dije al fin, sin
atreverme a mirarlo ni por accidente.
¡Vamos Luna, por favor! ¡Es obvio! ¡Todos los
nenes quieren ver una chucha, y las nenas un pito! ¡Yo tenía 13, y no daba más
de la curiosidad! ¡Y vos no te hagas la gila, que te pasó lo mismo, un poco más
adelante! ¿O no?, me dijo, mientras caminaba a la cocina para apagar el agua.
Yo no se lo había pedido, pero lo dejé que me prepare el café, a pesar que no
le salía tan bien.
¡Nooo nene, estás re mal vos! ¡Yo no quería
mirarte!, intenté explicarle. Pero él me interrumpió.
¡Síii, claro, te re creo! ¡Mirá Lu, cuando
entraste, y me viste, te tiraste arriba mío, y, bueno, sabés lo que pasó!,
intentaba recrear, mientras yo lo fulminaba con la mirada para que se calle.
Eligió una taza, le puso azúcar, luego una pizca de café instantáneo, y empezó
a batirlo, al lado mío, luego de verter el agua cliente en un termo.
¡No te tortures Lu, que no estuvo mal lo que
hicimos! ¡No fue ningún pecado bebé!, dijo ni bien terminó de batir, mientras
ponía agua en la taza.
¡No me digas bebé, imbécil, que parecés un
baboso!, le dije, dándole un codazo en el brazo.
¡Guarda nena, que vas a volver a volcar el
café! ¡Y este, te va a salir caro, porque te lo preparé yo! ¿Cómo querés que te
diga? ¡Sos más chiquita que yo! ¡Sos una bebé!, me dijo, sentándose a medias en
la silla que tenía mi cartera colgada.
¡Gracias Valen, pero si me vas a preparar
café, para decirme bebé, la próxima decime, y me lo hago yo! ¡Y, claro que fue
un error, todo lo que hicimos! ¿Qué me hiciste en la pieza? ¿Me tocaste? ¿Me
miraste dormida?, le dije, quizás no tan molesta como debí haber estado. Pero
Valentín se levantó de la silla, puso sus manos inmensas sobre mi espalda casi
al descubierto, bajo mi cabello lacio atado en una cola, y me chistó, como para
tranquilizarme.
¡A ver, si te vas a quedar tranquilita, te lo
digo! ¡Sí nena, te miré dormida, te acaricié la espalda, te di besitos en la
cola, porque vos dormías destapada cuando hacía calor, y… bueno… nada, qué sé
yo!, decía, poniéndole un tinte de suspenso a cada paso que le daba a sus
palabras. Yo sentía que empezaba a prenderme fuego por dentro. No me explicaba
por qué no sentía repugnancia, o ganas de pegarle, o aquel instinto de
rechazarlo como al principio.
¿Y? ¡Decime todo nene! ¡Sos un degenerado, un
pajero de mierda! ¡Soy tu hermana boludo! ¿Nunca te pusiste a pensar en eso?,
le dije. Pero él volvía a serenarme.
¡Bueno bueno, también te bajé un par de veces
la bombacha… me toqué la pija mirándote la cola desnudita... y, bueno, creo que
solo dos veces, te puse el pito en la cara, sabiendo que dormías!, se confesó
al fin. Supongo que, impulsada por una emoción violenta, involuntaria y tan
voraz como la verdad que acababan de pronunciarme sus labios, me paré de golpe,
y él tuvo que frenar mis puñetazos contra su cara. Como yo le llego a los
hombros, era natural que sus fuerzas dominen con facilidad a las mías.
¡Uooou uoooou, quietita nena! ¿O me vas a
negar que una de esas noches abriste los ojos, cuando te puse el pito en la
boca? ¡Te gustaba hacerte la dormida nena! ¡No sé por qué no me la chupaste!,
me decía, teniéndome aferrada a su cuerpo. Mis pechos se presionaban contra su
torso, y su bulto se advertía claramente erecto entre mi abdomen en mi pubis.
Ya no pude evitar que mi hermano comience a deslizar sus manos por mi espalda,
y luego por mis nalgas.
¡Soltame nene, o grito!, le dije.
¿No querés que mejor vayamos a dormir la
siesta? ¡Te prometo que esta vez no te voy a ensuciar la piernita!, me dijo con
descaro, mientras se comía flor de cachetazo, ni bien pude liberar una de mis
manos.
¡Bueno bueno, de última, te puedo contar algún
cuento de terror! ¡Por ahí, mejoré un poco! ¡Eso sí, si te meás encima,
perdiste nena!, se atrevió a decir, apretujándome más contra su cuerpo.
¿Por qué no te vas a la mierda pendejo? ¡Estás
re drogado!, le grité. En un momento pensé que alguno de mis padres bajaba la
escalera, y sentí cierto alivio. Pero cuando miré el reloj, recién eran las
cuatro de la tarde. No hacía ni una hora que se habían ido a dormir la siesta.
¡Y, vos estás re calentita bebé! ¡Reconocelo!
¡Dale nena, hace más de un mes que vos no cogés con el monigote! ¡Yo tampoco
con la Yami! ¡Te juro que sueño que me hace un pete con el barbijo puesto! ¡Ni
los videos porno me calman! ¡No seas boluda Luna! ¡Los dos estamos calientes!
¡Como cuando éramos chiquitos! ¡Solo que, ahora sabemos diferenciar las cosas!,
decía, llevándome a un laberinto sin salida. Todavía no me explicaba cómo es
que nunca le dije a nadie que cierta noche me desperté, y el pito de mi hermano
se agitaba a centímetros de mi boca. Esa vez, encima descubrí que no tenía la
bombacha bien acomodada como siempre.
¡Pobre chica esa Yami! ¡Debe ser muy estúpida
para salir con vos, pervertido!, le dije, separándome de su cuerpo. Ni bien lo
hice, me sentí vacía por dentro, y desprotegida por fuera.
¡Como quieras pendeja! ¡Pero esas tetas no
dicen lo mismo! ¡Me encantó sentirlas duritas contra mi pecho! ¡En aquella
siesta, gemías re lindo cuando te las tocaba!, decía, retrocediendo poco a
poco, hasta el sillón. Pensé que se iba a aplastar allí de nuevo. Pero agarró
su celular, la cajita en la que guarda los fasos, y caminó unos pasos, tal vez
pensando en ir al baño. Pero yo lo intercepté, abriéndole los brazos. De modo
que tuvo que pedirme permiso.
¿Cómo estaba vestida yo en esa siesta? ¿Te
acordás?, le pregunté, con un dejo de adolescencia que me irritó por un
segundo.
¡Tenías, una bermuda, de esas que usabas para
meterte en la pile, y una remerita verde! ¡Me acuerdo que, no querías que te lo
baje, porque, me dijiste que no tenías la bombacha puesta! ¡Yo te hice
cosquillas ni bien te tiraste arriba mío, y me apoyaste la pierna de una en la
pija! ¡Ahora, dejame pasar nena!, me dijo, poniendo cara de malo al pronunciar
la última frase, endureciendo la mandíbula como cuando discutía con mi padre.
¿Y, nunca me viste la vagina? ¡Digo, esa siesta
no! ¿Pero cuando me visitabas?, le pregunté.
¡Sí nena, te la veía cuando andabas con esas
polleritas! ¡Te lo dije! ¿Me vas a dejar pasar? ¿Sí o no?, insistió. Yo le
pellizqué un brazo, y él me dio un pellizco más dulce en la cola.
¡Correte nena!, me pidió, dejando su celular
en la mesa.
¡No quiero! ¡Ahora me vas a contar todo!, le
dije, agarrándole la mano.
¡Vení conmigo a mi pieza, y te lo cuento! ¡O
mejor, dejame pasar, que tengo que hablar con la Yami!, me dijo, sabiendo
perfectamente que no era bueno mintiendo.
¿Vas a tener sexo virtual con ella? ¡Qué
bueno! ¡Al fin vas a parar de mirar chanchadas!, le dije, temblando de algo
inexplicable latiendo en mis venas.
¿Te pusiste celosa? ¿Y, vos? ¿Por qué no
aprovechás, y le hablás al monigote? ¡Por ahí, él sabe cómo convencerte de no
andar por la casa sin bombacha!, dijo, y un espasmo me cortó la respiración.
¡El muy idiota se había dado cuenta que no tenía nada bajo mi vestido!
¡Sos un tarado nene! ¡Sabelo!, le dije, aunque
ya no podía enojarme. Parecía haber perdido cada uno de mis preceptos morales.
¡Bueno, dale loquita, dejame pasar, si al
final me vas a boludear! ¡Además, los viejos ya vienen! ¿Querés que se enteren
que estamos hablando de todo esto? ¿O que el viejo sepa que andás sin bombacha?,
me dijo, manoteando su celular una vez más.
¿Por qué no me metiste la pija en la boca
Valen?, dije apresurada. No quería que se fuera, que me deje sola, ardiendo,
mojada y confundida. Pero ya no era yo la que articulaba las palabras, ni
encolumnaba las sensaciones alrededor de las hormonas de mi instinto de hembra.
¿Qué dijiste?, balbuceó, bajando la voz,
apoyando una de sus manazas en mi hombro.
¡Lo que escuchaste! ¿Por qué no lo hiciste?,
repetí, mientras él me acurrucaba en sus brazos, y me acariciaba el pelo.
¡Porque no sabía lo que hacía! ¡Aparte, éramos
hermanos, y vos eras chiquita!, me explicaba. Yo, poco a poco descendía hasta
su abdomen, dejando que mis rodillas hagan el trabajo por mí. No supe cómo
pasó, pero de repente mi boca y mis dientes le tatuaban el bóxer con besos y
mordiditas inocentes. Su bermuda había caído al suelo con el mismo silencio en
el que nos entendimos con una complicidad poco habitual en nosotros.
¡Guaaau, Lunita, Uooou, qué locooo!, decía,
agitándose poco a poco, mientras yo le acariciaba el paquete con las manos y mi
cara, ya sin una pizca de vergüenza.
¡Callate tarado, y decime por qué me espiabas
cuando dormía! ¿Nunca te zarpaste conmigo? ¿Nunca me ensuciaste con esto?, le
decía, apretándole el tronco con una mano, y frotándole mi cara en el glande,
todavía sin bajarle el calzoncillo.
¡No Luna, claro que no! ¡Ya te dije, no seas
pesada! ¡Eras chiquita! ¡Pero ahora ya tenés 22 guacha, y, por lo que veo, no
sos ninguna boluda!, me dijo, acariciándome la cabeza.
¿Sabés qué? ¡Esta boluda quiere la leche!, le
dije, sin interpretar mis emociones. Él se bajó el bóxer, y su pija renació más
gruesa y larga que antes, más venosa que cuando se la veía desde la ventana de
su pieza, cuando se masturbaba. La blandió a poca distancia de mi cara, y una
gota de presemen se estrelló en uno de mis pómulos.
¿Viste que te dije que tenías ganas? ¡Es obvio
nena, sos humana, y como tal, querés verga!, me dijo, agarrándome una mano para
que le toque el pito.
¡No me hables así, que soy tu hermana nene!,
le dije, haciéndome la ofendida. Entonces, él soltó una carcajada mientras yo
me llenaba las manos con su dureza, y los dedos con sus líquidos excitantes.
Pero de repente, me escapé del gobierno de sus intenciones, y me puse a correr
por el comedor. Él me siguió, y me apresó contra la heladera. Para su fortuna,
mi culo se le ofreció con sencillez a las frotadas que me regaló con su pija
desnuda. Intentaba acomodarla entre mis nalgas sin subirme el vestido, y luego
me apoyaba, rotándose de un lado al otro, y de arriba hacia abajo.
¿Te gusta así nena? ¿Se te calienta la colita
por esta verga guacha?, me dijo, con una forma de respirar que me cautivaba.
¡Callate cerdo! ¡La verdad, no te reconozco!
¡Estás hecho un degenerado! ¡No sé por qué volviste tan pervertido tarado!, le
dije, mientras él me tapaba la boca con sus manos. En un momento me tocó una
teta, y yo sentía que me electrocutaba por dentro.
¡Pero te re calienta esta versión mejorada de
mí! ¿O me lo vas a negar? ¡Aparte, hace un ratito dijiste que querías la
leche!, me dijo, hablándole a mi nuca, haciéndome erizar la piel como jamás lo
había sentido. No le respondí. Pero ni bien sus manos empezaron a sobarme las
tetas, volví a escaparme. Esta vez llegué a subir 4 escalones, y él no avanzó.
Tal vez temió que subiera la escalera completa y corra a contarle todo a mis
viejos. Por ahí, se persiguió, pensando que me comportaría como una histérica.
Lo cierto es que permaneció inmóvil, de pie, pero sin quitarme los ojos de
encima. Entonces, yo me subí el vestido y le mostré mi cola desnuda.
¡Todavía quiero la leche nene! ¿Me la vas a
dar?, le dije, abriendo un poco las piernas. Él avanzó unos pasos, y yo bajé
tan rápido como pude, decidida a meterme toda esa pija en la boca. Primero se
la escupí, después me la pasé por toda la cara, y luego sí la cubrí con el
calor de mi paladar sediento. Creo que gemía, porque él intentaba serenarme.
Pero jadeaba, se movía hacia los costados, y cada vez se separaba más de la
mesa en la que estaba medio apoyado, para llegar a rozarme la garganta. Nunca
había chupado una verga con tanta pasión. No me importaba tener arcadas, o que
me falte el aire por momentos, o escucharme eructar cuando me la sacaba, o
pajearla por entre mi cabello.
¡Dale guacho, dame lechita, quiero lechita de
mi hermanito degenerado! ¡Siempre esperé que vuelvas a mi pieza, para ver si
algún día me la metías en la boca!, le confiaba cada vez que su sed de más
besos, lamidas y succiones me daban una tregua. Así que, totalmente segura de
que su leche estaba cada vez más cerca de explotar en mi boca, volví a
escaparme. Pero esta vez Valentín me atrapó en la escalera. Me sentó en el
segundo escalón, me bajó la parte de arriba del vestido y colocó su pija entre
mis tetas. Él solito se sirvió de ellas, una vez que me pidió que me las
escupa. Una vez que estuvieron empapadas de mi saliva, empezó a apretarlas con
fuerza contra su pene, el que además friccionaba con energía, hasta que un
disparo, y después otro, y enseguida uno más cargado terminaron de asesinar a la
máscara que cubría mi moral desprovista de argumentos. Su semen me ensució las
tetas, la cara, el pelo, el cuello, y hasta me manchó lo que pudo del vestido.
Sus gemidos atragantados en una especie de balbuceo indescifrable, salvo por
las veces que mencionaba mi nombre, me calentaban todavía más.
¡Así Lunita, qué petera hermosa que sooooos,
toda la lechita mi amooor, tomala toda, mirame bien la vergaaaa, nenita
suciaaa!, me dijo cuando un último espasmo lo hizo sacudirse contra mi cara, y
entonces mi boca le limpió esa pija divina con toda la suavidad que la
inspiración me dictó.
Pronto, no supe cómo, mi hermano me levantaba
de un brazo. Yo ni siquiera los había escuchado. Mis viejos abrían la puerta de
su dormitorio, hablaban de la merienda y comenzaban a descender los escalones.
¡Yo todavía seguía extasiada, sentada y toda enlechada, saboreando cada
sensación que mi hermano me había regalado! Zafamos, porque él ya se había
vestido con una velocidad asombrosa. Mi viejo ni se dio cuenta que algo había
pasado entre nosotros. Pero mi madre, me miraba con cierta suspicacia. Claro
que enseguida nosotros preferimos desaparecer de la escena.
¡Ma, me llevo la compu a mi pieza! ¡Yo ya tomé
café, así que, de última, más tarde me hago un té! ¡No te preocupes! ¡Pasa que tengo
que terminar con unos diseños!, le dije a mi madre cuando nos preguntaba si
íbamos a tomar algo. Valentín, le gritó desde el baño que no quería nada por
ahora. Así que, aprovechando su ausencia, agarré mis cosas y entré a mi cuarto.
No tenía manera de volver a la realidad. Estaba shockeada, estúpida, mojada y
con olor a semen. El sabor de esa lechita todavía hacía ruidos en mis papilas
gustativas, y el pelo se me empezaba a pegotear por los restos que terminaron
en él. Así que me dispuse a buscar algo de ropa, pensando en darme una ducha.
No podía evitar sentirme sucia, humillada, violada. Pero por otro lado, tenía
los pezones calientes, la vulva empapada y un cosquilleo imposible de apagar,
que se esparcía en mi interior como una fogata. A tal punto llegaba mi
calentura, que había pensado en masturbarme. Pero, preferí abrir la notebook,
buscar al menos una bombacha y ponérmela. En eso estaba, con la bombacha en la
mano, sentada en la cama y pensando en la pija de Valentín, cuando justamente
él abre la puerta con toda la paz mundial a su favor.
¡Dice mami si no querés un poquito más de
leche!, me dijo con los ojos inmensamente sinceros, y el bulto todavía
impactante bajo su bermuda. No había tenido el recato de no mirárselo. Ya era más fuerte
que yo. Aún así, del susto no le respondí.
¿Qué hacés con eso en la mano? ¡No me digas
que te vas a poner una bombacha, para hacerte la santita!, dijo luego, cerrando
la puerta.
¡Andate
nene! ¡Basta, ya está, ya te hice lo que querías! ¡No compliquemos más las
cosas!, le dije, sin ninguna certeza ni precisión. De hecho, no podía mirarlo
mientras le hablaba.
¿Qué decís putita? ¿No eras vos la que quería
la lechita? ¿No fuiste vos la que me preguntó por qué no te di la pija en la
boca? ¡Daaaale nena, si no podés más de la calentura!, me decía luego,
habiéndome levantado de la cama de un brazo, poniéndome la bombacha en la cara.
¡Son hermosas tus bombachitas Lu! ¡Lástima que
pocas veces te las veo puestas!, me decía, ahora introduciendo alguno de sus
dedos en mi boca.
¡Me imagino lo rico que huelen cuando te las
sacás! ¡Siempre quise robarte una, pero nunca me animé! ¡Y, cuando eras
chiquita, tenían un olor a conchita re rico, aparte de un poquito de olor a
pichí!, me decía, amasándome las tetas, apoyándome el paquete en la cola y
acariciándome la cara con sus dedos babeados, los que yo le succionaba con una
felicidad que ya me goteaba por las piernas. Entonces, de pronto se agachó y me
levantó el vestido. Me mordió la cola, me dio varios chirlos en ella, me separó
los cachetes y me metió la bombacha que me había sacado entre ellos. Después
olió mi vestido, especialmente en la parte de adelante, subió a mi boca y me
besó. Hundió su lengua entre mis labios, y cuando mi lengua saboreó la suya, no
supe si odiarlo, o si pedirle que me coja así como estábamos, parados en el
medio de la pieza. Él no me daba opciones, ni me permitía actuar. Cuando quise
acordar, su boca atrapaba mis pezones para estirarlos, chuparlos, morderlos y
rozarlos con su lengua, mientras sus manos me moldeaban el culo, y su bulto se
restregaba cada vez más certero contra mi vagina, aún con mi vestido mediante.
¡Haaam, sos un mentiroso! ¡Yo no andaba con
olor a pis nenito!, le dije, sonando como una estúpida, cuando uno de sus dedos
subía y bajaba por la unión de mis nalgas, siempre por encima del vestido.
¿Cómo que no? ¿Vos te pensás que no se te
escapaban gotitas cuando te reías? ¡Dale nena! ¡Además, una vez, creo que te
pillé justito, con la mano adentro de la bombacha, en tu cama!, me dijo,
mientras me subía el vestido, y yo le cerraba las piernas para que no llegue a
tocarme la concha. No sé por qué me costaba creerle. Yo recién empecé a
masturbarme a los 16, y a esa altura, él ya no vivía en casa, porque se había
mudado a lo de mis abuelos. O, tal vez me descubrió en algún sueño húmedo, y
mis manos actuaron por sí solas esa noche.
¡Qué chamullero que sos pibito! ¡Ni ahí, yo no
hago esas chanchadas!, le decía, sintiendo sus besos colmarme el cuello, los
hombros y las gomas, mientras poco a poco su boca descendía por mi abdomen.
Cuando logró quitarme el vestido por completo, se agachó para besuquearme y
morderme las piernas, mientras sus manos comenzaban a sobarme la chucha.
¡Mirá lo mojada que estás nenita! ¡Guaaau, no
sabía que mi hermana se mojaba tanto! ¿Me dejás chuparte toda?, me dijo, y
entonces, mi pelvis pareció querer desprenderse de mis caderas, cuando se
abalanzó contra su rostro, y mi boca se abrió para decirle: ¡Síii nene, comeme
toda, sacame la lechita, que soy tan pajera como vos!
¿Viste que tenía razón? ¡Seguro que te re
colabas los dedos desde chiquita nena!, se me burló, aflautando la voz, como si
quisiera imitarme. Entonces, sus dedos abrieron mis labios vaginales, su olfato
empezó a contaminarse de mis aromas, y su lengua lamió primero los contornos de
mi vagina. Sus labios comenzaron a sorber los jugos de la superficie, y sus
dedos a rodear el orificio de mi culo, también lo suficientemente húmedo
gracias a tanto franeleo. Por momentos temía que me clavara un dedo. Pero, su
lengua se escabulló en mi vagina, y mis jugos se unieron a su saliva de una
forma tan exquisita que, no podía tragarme los gemidos.
¡Asíii, chupá neneeee, comete mi conchaaaa,
dale guachoooo, que no aguanto máaaas! ¡No me importa que seas un mentiroso, ni
un estúpido!, le decía, confundida y al borde de las lágrimas, intentando
recobrar algo de equilibrio, parada en el medio de mi cuarto, con la lengua de
mi hermano alimentándose de mis flujos. De pronto empezó a darme azotes en el
culo con sus manos, a pellizcarme las nalgas, a revolver mi vagina y a rozar mi
clítoris con su lengua, y con alguno de sus generosos dedos. También lamió mi
ombligo, y me pidió que dé la vueltita en mi propio lugar para morderme una
nalga, para olerme el culo y regalarle una escupidita.
¡Qué pendeja putita resultaste nena, mirá el
culo que tenías, acá, en casita! ¡Y encima tenés el tupé de no ponerte
bombacha! ¡Eso es de putita calienta pijas!, me decía, volviéndome a colocar
como antes para darle otros chupones a mi vulva, que no paraba de segregar
jugos.
¡No me hables así, desubicado, sos una
mierda!, le dije, arrancándole el pelo, mientras él frotaba mi clítoris, y un
río de líquidos estallaba con fuerza contra su rostro.
¡Sí, soy una mierda, y todo lo que quieras,
pero vos querías mi verga adentro de tu boquita, putona!, me decía, llevándome
a mi propia cama, sabiendo que su lengua me había hecho abrazar un orgasmo
inolvidable. De hecho, tuve un squirt terrible, porque, mientras me comía el
clítoris, hundía uno de sus dedos en mi culo. No era más de una falange la que
me entraba. Pero eso, más la lujuria que nos profesábamos, me hizo explotar de
calentura. Una vez que llegamos a la cama, me tumbó sobre ella, arrojando la
notebook, alguna ropa y unos cuadernos al suelo, y se echó encima de mi cuerpo.
¡Ahora te voy a dar la lechita nena! ¡Dale
Luna, no seas tímida, y abrite bien!, es lo último que recuerdo que me dijo,
antes de calzar su gruesa verga en mi concha para entonces comenzar a
columpiarse con un ritmo frenético sobre mis caderas. Nos comíamos la boca como
si los labios se nos fuesen a prender fuego. Él me chupaba las tetas, y yo a él
le mordía las tetillas, le arañaba la espalda y le clavaba mis uñas por donde
pudiera. Él me pedía que le escupa la cara, y yo, que me diga que era su
hermana putona. ¡Hacía tanto que no cogía, que sentía que la tenía estrechita!
Cuando se lo dije a Valen, él empezó a bombearme más fuerte.
¡Siempre quise cogerte pendejita! ¡Me re
calentabas la pija nena! ¡Asíii, escupime cerda, vamos, más puta te quiero, más
zarpada, asíii, máaas, dale, que te muerdo esas gomas! ¿El monigote te coge
así? ¿Alguno de los pibes con los que garchaste te comió las tetas como yo?, me
decía, sin parar de percutir contra mi pubis, de sacudir la cama, de lamer mi
cara completamente, y de morder mi mentón.
¿Tanto te gusta la zorrita de la Yami? ¿Te
chupa la pija esa sucia? ¿Te chupa los huevos? ¿Le pediste que te chupe el
culo? ¡Asíii pendejo, dame pijaaa, quiero pijaaa, largámela toda adentrooo, que
ni me calienta quedar embarazada, quiero que me dejes preñadita puto, asíii,
dale que no siento nada neneee, tenés un pito de neneeee, cogeme, cogeme,
cogeme todaaaa, aaaay, aaaaauch, mordeme las tetas pendejo de mierda!, me
escuchaba gritarle, sin intimidarme. Su pija parecía hacerse cada vez más
grande adentro mío, y los dos dedos que me metió en el culo no hicieron más que
emputecerme.
¡Dale pendeja, pedime la lechita, sé que
querés la lechita, toda adentro de esta conchita hermosa! ¡Me encantaba mirarte
cuando dormías, y bajarte la bombacha, y vos te re dejabas! ¡Ahí te la doy
putitaaaa, pedila zorraaaaa!, me decía mi hermano, haciendo que mi cabeza se
confunda con la almohada que golpeaba la pared, mientras un sacudón nos
convertía en leña ardiendo en la hoguera más funesta de todas. Mis talones le
aprisionaban los glúteos, su boca se devoraba una de mis tetas, nuestros jadeos
nos asfixiaban, su pija comenzaba a quedarse quietita adentro mío, pero el
peligro se acercaba. Entonces, justo cuando yo le mordía el cuello, su leche comenzó
a inundarme como un mar de lava, un viento caliente, un huracán tropical. No
quería abrir los ojos. Él me besaba, me decía chanchadas y transpiraba,
apropiándose de mis latidos, o acaso yo de los suyos. Su pene todavía adentro
de mi vagina comenzaba a perder vigor, pero su semen parecía ramificarse por
cada poro de mi cuerpo. De hecho, cuando al fin lo retiró de mi sexo, un chorro
blanco me coronó la panza y las piernas.
Cuando volvimos en sí, mi celular vibraba
arriba de la mesa de luz, y alguien golpeaba la puerta.
¡Ya voy ma! ¡Decile al Tito que ya voy, y le
pago!, se adelantó a responder Valentín, que al parecer había quedado con su
compañero de confianza en comprarle más fasos. Yo todavía no podía dejar de
comérmelo con la mirada, y con las ansias de mi concha que me pedía más.
¿Y ahora, qué me decís? ¡No sé vos, pero yo
quiero más de esta nenita!, me decía el muy turro, vistiéndose a las apuradas.
¡Sos un tarado nene!, le dije, sin poder parar
de sonreírle, oyéndome como una boludita.
¡Sí, un tarado que te sacó la calentura, y te
devolvió las ganas de sonreír! ¡Mirá, esta noche íbamos a charlar con la Yami!
¡Pero, me parece que voy a volver para mirar cómo dormís! ¿Te parece? ¡La leche
calentita hace mejor de noche, me dijeron!, me dijo, terminando de ponerse la
bermuda.
¿Y, qué te parece, si yo voy a tu pieza, y te
descubro con el pito al aire?, le dije, y él, me mostró una vez más su hermosa
pija, antes de prenderse definitivamente la bermuda.
¡Bueno, pero vení con una pollerita, sin
bombacha, con perfumito, y las tetas al aire! ¡Pero mañana te toca a vos! ¡Yo
te vengo a visitar, para darte la pija en la boca! ¡Obvio que tenés que hacerte
la dormida, y ponerte una mano adentro de la bombacha! ¡Hasta que no te tragues
todo, no me pienso ir de acá!, me dijo, y se fue de mi pieza. Desde ese día,
los dos deseamos, quizás más que nadie en el mundo, que esta cuarentena no se
termine nunca. ¡Ya no creo que pueda vivir sin la lechita de mi hermano en
todos mis agujeritos! Fin
Recordá que este, o cualquier otro relato del blog, podés pedírmelo en audiorelato, a un costo más que interesante. Consultame precios y modalidades por mail.
Este es mi correo ambarzul28@gmail.com si quisieras sugerirme o contarme tus fantasías te leeré! gracias!
Acompañame con tu colaboración!! así podré seguir haciendo lo que más amo hacer!!
Cafecito nacional de Ambarzul para mis lectores nacionales 😉
Que zarpado!! Muy excitante. Me dejó volando!! ¿Harías continuación?
ResponderEliminar¡Hola Matías! gracias por tu comentario. bueno, hay muchas historias de cuarentena, que intentaré relatarles. veremos si los hermanitos quieren seguir contándonos sus chanchadas. jejeje! ¡Besos!
EliminarMuchas gracias! Nuevo sub tanto aca en tu blog, como en tu canal!
Eliminarayyy Ambar!! Escribís maravillas, me encanta esa emoción de querer saber que nos vas a traer o como vas a escribir alguna sugerencia. Sinceramente, Muchas gracias. Que tengas lindo fin de semana!! Beso y abrazo grande! ♥♥♥
ResponderEliminar¡Hola Sasha! muchas, pero infinitas gracias por tus comentarios siempre alegres. para mí también es un gusto complacerlos. espero tus nuevas ideas. un besote, y buena semana para ti también!
EliminarME ENCANTO! Como los hermanitos se tenían ganas y esa parte donde los padres casi los descubren y la madre medio desconfía de la situación o cuando el logra llegar al orgasmo a causa de saber el "peligro" que corren si los descubren. ¿Que te parece si el pelea con su padre en medio de una cena, se enoja y ella lo consuela en la madrugada. Justo su madre va a tomar agua y los escucha? no se me ocurre que haría la madre en esa situación. obviamente si tu sientes ganas/deseo de escribir una segunda parte!
ResponderEliminarSiii y que la hermanita le deje bombachitas entre las cositas del hermano o que desayunando en familia ella lo intente masturbar con el pie. Que se ponga celosa de "Yami" le de otra cachetada para luego besarlo fuerte y morderle el labio o que el la manosee enfrente de sus padres . En fin, ame el relato ambar!! ojala tengas ganas de hacer una segunda parte!! Gracias por alégranos en este momento y te deseo una cuarentena "linda" dentro de lo que se puede.
EliminarHola Chris! Gracias por amar este relato. disfruté mucho escribiéndolo. jejeje! tendré en cuenta la continuación, y agregaré los besos, bombachitas y locuritas que sugerís! Solo, tendrás que tener un poquito de paciencia. Jejejeje! ¿Besote!
EliminarHola ámbar! Tendré toda la paciencia del mundo, muchas gracias por querer y tener en cuenta la continuidad. Por el momento voy a seguir disfrutando de todo tu blog. Saludos!
Eliminar¡Hola Chris! te agradezco. ya se vienen nuevos relatos, para que puedas disfrutar. espero tus comentarios. ¡Besote!
EliminarMi pareja me recomendó este blog y Woow! LO AMO. Con todo el respeto hacia ti, quiero confesarte que a este punto de la cuarentena ya no me excitaba con nada. Gracias a tu relato tuve un muy placentero orgasmo.
ResponderEliminar¡Hola Juanita! bueno, agradecele a tu pareja entonces, el conectarte con mi blog. me encanta que pueda alegrarte un poco la cuarentena con algo de lecturas atrevidas. gracias a ti por estar, comentar y leerme. ¿Un beso, y bienvenida!
EliminarTe he seguido desde cuando publicabas en "todorelatos", nunca me he atrevido a comentarte pero sinceramente este relato me dejo un fuego en el interior inexplicable.
ResponderEliminarGracias ámbar.
¡Hola Tami! bienvenida! y no tengas pudores al escribirme. si bien yo soy la escritora en este blog, sabrás que muchos hacen sus aportes. si vos querés leer algo en especial, no tenés más que contármelo, por aquí, o al mail. un besoteee!
EliminarUff!! que rico orgasmo tuve al imaginar todo. Increíblee
ResponderEliminarMe encanta estas canchadas, soy fan de lo que escribis
ResponderEliminarMe encanta cuando estoy en la.cama y mi hermana sale del baño con una babydoll negra transparente q yo le regale y comienza a mamarme el bicho y me mira con esa carita de puta despues la pongo en.cuatro y se lo meto por el culito y la chocha despues me vengo en la.boca de ella y se teaga mi leche
ResponderEliminar¡Guaaaaaau! Tu hermanita es tan chancha como Luna. Jejejejeje! Gracias por tus comentarios!
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