Por malcriada


¡Mi papá es un auténtico degenerado! Hace todo lo posible todo el tiempo para estar solo en la casa y mirar películas porno. Yo ya sé que sus favoritas son las de peteras ardientes, todas aquellas en las que hay brasileñas o asiáticas. Muchas veces lo vi de casualidad, o por pura lujuria personal.

Me encantaba entrar a su dormitorio con cualquier excusa y sorprenderlo con la mano en la pija y los ojos clavados en la pantalla, y entonces disfrutaba mucho de su cara de poca capacidad para explicarme que todo estaba bien, que golpee antes de entrar y esas cosas. A mi edad, ver a un hombre pajeándose no era algo tan sencillo. La cosa es que, siempre que yo llegaba del colegio, él me esperaba para almorzar. Yo era una chica rebelde, contestadora, pésima alumna, en especial en las materias exactas, y la verdad, tenía serios problemas para bañarme con continuidad. Mi madre es empleada cama adentro de una familia de guita, hace por lo menos tres años, y solo está en casa los fines de semana. Por lo tanto, mi padre y yo estábamos acostumbrados a convivir y a soportarnos.

Una tarde, apenas llegué de gimnasia, me encontré a mi viejo tomando mates viendo una película chancha. La tele estaba muteada, pero sus ojos ni siquiera advirtieron mi presencia. No hasta que le toqué el hombro parada detrás de su silla preferida. El tema fue que, al rato salgo de bañarme, y totalmente segura de que mi padre había salido a comprar unas verduras, me paseo un rato por la casa en toallón, y apenas con una tanga blanca. Cuando llega, yo justo estaba abriendo la heladera, intentando aplacar mi sed con algún juguito. Pero él me toma de los hombros, sorprendiéndome por su inesperada aparición, y mientras siento que el toallón comienza a descender por mi cintura, él pega su cara a la mía para decirme con su voz grave: ¡Mirá guachita, así, esto no puede seguir… no podés andar medio desnuda por la casa cuando se te antoje!
Tuve una reacción inesperada en mí, ya que yo suelo ser una mal educada. Sin embargo, siempre respeté la autoridad de mi viejo. Tenía en claro, por algún motivo, que estaba en desventaja para retrucarle. Aún así le dije: ¿Y vos, qué me decís? ¡Si te la pasás mirando películas de putitas mamando pijas! ¡Es más, te apuesto lo que quieras que ahora la tenés re dura por la peli que viste hace un rato! ¡Seguro que mami no lo sabe!
Mi viejo me dio vuelta la cara de una cachetada. No conforme con eso, me colocó un chirlo ardoroso en la cola ni bien el toallón cayó al piso definitivamente, y me exigió vestirme de inmediato.
Aquello quedó allí nomás. Pero cierto mediodía en el que yo dejaba mi mochila en el sillón dispuesta a poner la mesa para almorzar con mi viejo, él se me aparece detrás de mí, justo cuando estoy poniendo los vasos, y me dice con serenidad: ¿Cómo te fue en el cole hoy bebé? ¡Me parece que bastante bien, porque veo que no te pusiste bombachita!
Eso era algo que hacía con habitualidad. Pero ser descubierta por mi padre me participó una excitación que nunca había sentido. No sé qué le dije. Solo que unos minutos después yo estaba parada sobre el sillón, ofreciéndole mis nalgas a sus manos y mis olores a su olfato de perrito callejero. Él estaba sentado, por lo que tenía todas las facilidades para levantarme la pollerita a su gusto, y para acariciarme lo que se propusiese, como quería.
Momentos después, su dedo rozaba mi vagina flujosa como nunca, y mi cola se restregaba contra su pija hinchada, tanto que parecía que fuese de hierro.
¡Quedate quietita pendeja, y ni se te ocurra gritar… me vuelve loco saber que vas al colegio sin bombacha, que todos te miran el orto, que tu conchita anda al aire entre tanto guacherío, y que tu padre no puede tocarte! ¡Eso es injusto pendeja! ¡Sos una malcriada, y tu madre tiene la culpa! ¡Pero a partir de ahora todo eso se terminó! ¡Vamos, a la mesa!, me ordenó luego de besarme el cuello, tocarme las tetas sobre la camisita de colegio, de luchar para llegar a robarle un beso a mi boca que se resistía de pura histeriqueada, y de seguir entrando y saliendo con su dedo de mi conchita, el que lamía y saboreaba extasiado. Pensé que me dejaría con toda la calentura para disponernos a comer las milanesas que preparó. Pero el guacho me tiró sobre la mesa como en cuatro, es decir, con los pies en el suelo y las manos junto con el torso en la mesa. Me quitó la falda, frotó con urgencia su pene todavía arropado sobre mi cola, y me advirtió: ¡Más te vale que no te hagas la vivita conmigo guacha! ¡Ya es hora de que te dé un buen chaschás en la colita cochina. Y hacele caso a tu madre! ¡No podés tener tantas bombachas sucias debajo de tu cama, roñosa!
En ese instante se las ingenió para chuparme las tetas, mientras me juraba que yo soy más linda y putita que las actrices de las pelis que mira. Me hizo tocarle la pija con una mano, me pidió que se la amase un poquito, y en cuanto lo escuché gemir medio por lo bajo se acomodó tras de mí para pajearse bien pegadito a la intersección de mis glúteos generosos. Me dio algunos azotes con su mano y con su verga cada vez más empalada, me hizo un sendero de saliva en la espalda de tantos besos ruidosos, me abrió las piernas y se agachó para olerme. Pensé que me mandaría a la pieza de una al descubrir que tenía la conchita todavía caliente por un polvito que me eché con el hermano de mi mejor amiga en el colegio. Pero solo le obsequió a su lengua y al tacto de sus dedos todo el calor que se acumulaba en el interior de mi vulva empapada, latente, sensible y tan caliente como los lametazos de mi padre en mi sexo. Le gustaba mi aroma, porque me lo remarcaba todo el tiempo con suspiros profundos. ¡Y eso que no le conté que me fascina coger sin forro!
Pronto, cuando se reincorpora, y sin darme tiempo a nada siento que su glande penetra el umbral de mi conchita, y entonces su cuerpo comienza a chocarse con el mío para entrar con esa pija en mi intimidad, haciéndome gemir, babearme como una cerda inmunda, estirarme los pezones con una mano y pedirle más.
¡Dame pija papiiii, dale que mami no se va a enterar… aunque seguro que te gustaría que esté acá, y que me chupe las tetas, mientras vos te la cogés no? ¡Cómo gime la guacha cuando te la cogés pa, muchas veces los escuché! ¡Dame la lechita pa, no seas malo, metémela toda que siempre voy a ser tu nenita malcriada!, le decía al borde de la emoción y las lágrimas por las sensaciones imposibles de definir. Es que esa verga paterna le daba a mis instintos de hembra un sinfín de orgasmos deliciosos!
¿Querés la leche en la conchita, o en la boca pendejita, como cuando se la mamás a tu novio? ¡Yo también te vi peteando guachita de mierda, y me volvió
loco!, me sorprendió mi padre al descubrirme,  pues, yo no lo había visto observarme nunca. No llegué a contestarle. Aunque me emputecía todavía más el hecho de saberme sorprendida con la pija de mi ex en la boca. Recordé cómo había sido esa tarde, y que yo lo peteaba apenas con un corpiño con encajes, y una tanga roja. Quise preguntarle si me vio tragándome la leche de Andrés. Pero pronto un terremoto de huracanes y cataclismos me llenó la concha de un torrente de leche incesante. ¡Parecía que no se le terminaba nunca! ¡Hasta le alcanzó para darme un poquito en la boca y todo!
Ese día almorzamos juntos en medio de una nueva perspectiva. Algo nos movilizaba de otra forma. Yo estaba en tetas, con la pollera empapada de todo el
semen que me chorreaba de la vagina, descalza y despeinada. Él estaba en bóxer, con la mirada petrificada en mis pezones, con temblores en el cuerpo como
agradeciéndole a mi voluntad por haberme cogido, con la pija otra vez renaciendo para volver a las ganas de encender el fuego de la pasión, y con la boca llena de promesas y disculpas. Sin embargo, esa misma siesta la seguimos en su cuarto. ¡Nunca había fantaseado en convertirme en la puta de mi padre! Pero desde entonces, no había noche que no soñara con que me rompía el culo mientras mi madre preparaba la cena, o mientras me lavaba los dientes para ir al colegio, o al llegar de gimnasia, sin importarle el sudor de mi cuerpo.
Desde entonces el pajero de mi padre me coge casi todos los días apenas llego del cole. Me huele la ropa, el pelo y la bombacha, si es que llevo, para saber si hice el amor con algún pendejo. Me pega bajo mis aceptaciones cuando encuentra evidencias de mi puterío, y me garcha como me lo merezco. ¡Le fascina que vuelva a casa con olor a semen, con chupones en el cuello, o con algunas mordidas marcadas en las tetas! ¡Lo bueno es que ya casi no mira porno, gracias a mi seducción provocándolo todo el tiempo!
El tema es que también cogemos cuando mi madre está en la casa. Todavía no pasó nada. Pero no sé qué será de nosotros si alguna noche ella se levanta y lo sorprende en mi cuarto, con su pija danzando en mi boquita, ¡o con mi conchita a punto de quedar preñada por la adicción que le genera su lechita siempre calentita para mí!   Fin

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