Re pajerita


Me llamo Anahí, tengo 19 años, soy no vidente y vivo con mis abuelos desde mis 15. Yo lo elegí, un poco para alejarme del infierno que proponían mis padres perdidos en el alcohol, y otro tanto para disfrutar de todas las libertades que ellos me ofrecían.
Nunca fui un estorbo para ellos. Yo lavo los platos, cocino con algunos cuidados lógicos, ordeno con amor la piecita que me asignaron y les ayudo a atender el kiosquito, generalmente por la siesta, cuando el abu aprovecha a descansar, y la bruja, como él siempre nombra a la abuela se pone a tejer mirando la tele.
Hasta ahora no tuve novio, y esto supongo que es el motor de todas mis locuritas. A los 13 ya tenía unas cosquillas impacientes en el vientre que no sabía cómo calmar. Recién a los 16 me animé a descubrirme, y desde entonces no puedo parar de tocarme. Justamente, ese año estaba en el kiosko, ordenando golosinas y poniéndoles cartelitos en braille a ciertos productos. Hasta que encuentro una caja con bombachitas de goma perfumadas. Había para bebés y para adultos por los distintos tamaños. Ignoraba sus colores, pero no sus texturas. Esa siesta llovía, y muy pocos desafiaban al viento para venir a comprar. Por alguna razón mi mano tuvo que palpar mi teta derecha cuando mis dedos palpaban el envoltorio de las bombachitas, y un escalofrío me subió desde los tobillos a la nuca. Desenvolví una de ellas, intentando hacer el menor ruido posible. La olí suave, la mordí y me imaginé cómo me quedaría puesta. Después me chupé un dedo, y mientras me balbuceaba cosas como una bebota, me imaginaba gateando por el pasto del jardín de mis abuelos, tan solo vestida con una de esas bombachitas. No lo soporté más, y me saqué el pantaloncito para reemplazar mi bombacha de algodón por aquella con olor a frutilla. Pero entonces, el timbre sonó dos veces, como si fuese cualquiera de los truenos que estallaban entre los árboles de las calles. Por lo que me puse volando el pantalón y atendí. ¡Por suerte soy hábil para distinguir los bien los billetes porque, ese tipo me iba a cagar con 5 pesos!
Ahora, otra vez sola entre cajas y botellas, cerré la ventanilla y me senté en el suelo. Metí una mano bajo mi ropa, hundí uno de mis dedos repetidas veces en mi vulva sobre esa elasticidad insoportable, y con la otra mano me desprendí la blusa para tocarme las tetas, después de babearme la mano como una bebé cochina. Sentía que me mojaba demasiado, y que el sonidito de los roces me calentaba más, en especial cuando frotaba mi cola en el piso.
Otra vez el timbre sonó. Por lo que, muy a mi pesar le vendí unos chicles a un pibe y unos alfajores a una nena. Luego, en la soledad de mi espacio volví al suelo, entre las cajas de galletitas y chocolates, y se me dio por oler mi bombacha de tela, mientras en cuatro patitas me tocaba la vagina sobre la goma cada vez más caliente y húmeda. Tenía muchas ansias de sentir la dureza de una pija adentro. Quería meterme lo que fuera, pero sólo tenía mis dedos, y los aproveché. Me encantaba explorar mi sexo con velocidad, gemir bajito y que se me marque el elástico de la bombachita tensa en la muñeca por lo apretadita que me quedaba. Además, estaba obsesionada con el olor de mi sexo en mi bombacha. ¡Nunca había olido una bombacha al quitármela, y ahora no podía dejar de hacerlo!
Entonces, un vecino conocido del abuelo Rolando vino a buscar cigarrillos. La cosa es que me daba charla, y yo quería seguir con lo mío. Así que, mientras simulaba escucharlo, hice algo que me fascinó hacer  desde siempre. Solo que nunca lo había experimentado con estas bombachitas. Me hice pichí, al mismo tiempo que el tipo rezongaba porque nadie barre las veredas, y los desagües no dan abasto cuando llovía con brusquedad. Apenas el hombre se fue, me dispuse a pajearme como una loca, y la seguí en mi cama por la noche. Pensaba en los retos de mi madre cada vez que descubría que me había hecho pis, y me excitaba. No entendía por qué me calentaba mearme encima. Pero pronto comprendí que me pasaba cuando me sentía muy caliente, y en general, eran los momentos previos a masturbarme en mi cama.
A los días regresé por otra bombachita de goma, y esa vez me puse gomitas frutales y caramelos pelados entre ella y mi vagina. Me encantaba meterlos adentro, y luego sacarlos para comérmelos saboreando los jugos de mi esencia. Una vez también me pajeé con un chupete, y como estaba sin calzones y con pollerita, podía meterlo y sacarlo con cautela mientras despachaba a la gente. No recuerdo si fue esa vez, o si pasó la semana siguiente. Pero mi abuela encontró un chupete mordisqueado debajo de los estantes de los packs de gaseosas. Aunque fui descuidada, me excitó muchísimo que mi abuela lo encuentre, seguro que todavía impregnado con el olor de mi sexo, repleto de las marquitas de mis dientes. Obvio que ese misterio quedó inconcluso para todos. La culpa podía ser de un ratón, del gato del vecino, o del pequinés de los abuelos.
Pero cierta siesta mi abuelo golpeó la puerta que divide el kiosko de la galería que da al resto de la casa, en el preciso momento que yo me bajaba la bombacha para terminar con mi paja, interrumpida una y otra vez por los transeúntes, y esa vez, encima me excitaba poniéndome un serenito de vainilla en las tetas para chupármelas. Como soy muy tetona no me costaba tanto trabajo. ¡No sabía cómo hacer, ni qué decirle para que se vaya! Pero yo estaba demasiado decidida a terminar de satisfacerme. En cuanto entró, yo corrí a mi pieza para pajearme con un almohadón de peluche que suele ser mi amigo fiel en estos casos. Por suerte no pudo preguntarme nada, porque tuvo que ponerse a venderle cosas a un par de clientes. Así que, ni bien entré a mi piecita cerré la puerta con estrépito. Me descalcé, me quedé en bombacha, y justo cuando estaba por subirme a la cama sentí que alguien me abrazó con profunda determinación por la espalda. Luego que algo duro presionaba mi cola, mientras una voz conocida susurraba en mi oído como una brisa deshonesta: ¡Quietita Ani, que soy yo, Lucas! ¡Me re calentás chancha! ¡Vos creés que nadie te ve en el kiosko porque sos una cieguita calentona!
Lucas es mi primo y tiene mi edad. ¡Ni siquiera lo había escuchado llegar a la casa! Aunque no sabía cómo se las había ingeniado para descubrirme, ahora solo me importaban sus manos recorriéndome toda, sus besos desde mi cuello hasta mi cintura, y su olfato reconociendo cada cosa que mi piel guardaba para el primero que me someta a sus instintos sexuales.
¡Estás más gordita nena! ¡Me parece que comés muchas golosinas vos, y yo tengo algo rico para esa boquita!, dijo dándome unas nalgaditas.
¡Agachate pibita!, agregó luego de darme vuelta hacia donde estaba él. En cuanto le obedecí, me tocó la cara secando mis lagrimitas, supongo que de miedo y ansiedad, me abrió la boca con sus dedos y, entonces un falo de carne recubierto de serenito entró por el umbral de mis labios.
¿Te gusta Ani? ¡Lamelo todo, pasale toda la lengüita, chupalo que, lo que tenés en la boca es un pito! ¡Con eso, los varones hacemos pichí, y embarazamos a las chicas… ¿Sabías?! ¿Nunca habías tocado una pija? ¡Tocala nena, tocame la pija atorranta!, decía Lucas entrando y saliendo de mi boca, quitándomela de golpe para que la busque con mis labios y se la siga chupando, que le dé unas escupiditas y que se la toque con mis manos transpiradas por las ganas que sentía de que me bese entera. Me pasó su pene por el hueco de mis tetas, me explicó que no podía olvidarme de probar sus huevos con mi lengua, los que me fascinaron cuando logré meterlos en mi boca con su permiso, y me pidió que oculte una mano bajo mi bombacha y le diga si estaba mojada.
Apenas le dije que sí, me acostó en la cama, me la sacó, me puso algo fresco en la vulva luego de abrirme las piernas y permitir que coloque mis talones bajo mi cola. Después sentí que introducía algo en mi vagina, que lo empujaba con un dedo y que vertía más de aquella cosa fría sobre mi abdomen, mis pechos y mi vulva.
¡Qué rico olor a conchita tiene esta bombachita Ani, y a pis, y a gomitas! ¡Te puse unos caramelitos en la concha, y ahora te voy a comer todo el serenito que te puse! ¡Pero vos te vas a chupar solita las tetas! ¡Quiero ver cómo lo hacés! ¡Siempre me calentaron tus tetas! ¡Cuando tenías 14, ya eran dos tetas de muerte! ¡Ni siquiera me importaba que tuvieras olor a pis, como ahora, cerdita!, decía mi primo, sacudiendo mis estructuras, mientras me paseaba la bombacha por el rostro, y me ponía la mano sobre su pene para que se lo apriete. Entonces, sentí que su boca me recorría, rodaba por mi piel comiéndose el postrecito como un niño pobre, que su lengua lamía mi ombligo, que sus besos edificaban miles de gemiditos en mi garganta, al tiempo que mi boca estiraba y sorbía mis pezones, y su pene se chocaba con mi cuerpo, ya que él estaba en cuatro patas sobre la cama.
Cuando le tocó el turno a mi vulva, se la metió de lleno en esa boca para sostenerla con sus labios y penetrarla con su lengua, a la vez que me untaba el culo con lo que me chorreaba de serenito. Apenas los caramelos y su lengua se encontraron en el interior de mi vagina, con uno de sus dedos me estimulaba el clítoris, y su saliva me volvía loca. Además el guacho me había atado las manos a la espalda para que no pudiera tocarme, y mucho menos tocarlo a él.
¡Qué rica concha pendeja! ¡Cómo te gusta pajearte! ¡Sos muy cochina, así que tu primito te va a poner un pañal, y vos te vas a tomar la mema puerquita!, decía Lucas mientras su lengua me hacía volar. Entonces sentí un extraño impulso por defenderme, y le dije que si no me dejaba tranquila iba a gritar, y eso no era bueno para él.
¿Ah, sí? ¿Me vas a buchonear primita? ¡Bueno, vos decí lo que quieras! ¡Pero la que le roba las bombachitas de goma al abuelo sos vos! ¡Es más, debajo de esta cama tenés una cajita de bombachas! ¿Estoy en lo cierto? ¡Yo que vos me callo, y me tomo la mamadera!, me chantajeó, sabiendo que el abuelo odiaba que le saquen cosas del kiosko sin permiso. Así que opté por disfrutar del sádico de mi primo. Además, no podía engañar a nadie. ¡Estaba re alzada!
Fue increíble cuando me dio a probar uno de los caramelos que sacó de mi vulva con su cucharita de músculo y saliva. Esa lengua era sencillamente deliciosa. No entendía cómo, pero Lucas me había visto hacer chanchadas en el kiosko, y ya no sentía tanta vergüencita. Me desató las manos, me sentó en la cama y me puso un pañal bajo mi consentimiento, y con mi ayuda. Estaba frío, y eso se debía a que lo había llenado de serenito. En ese rato me hizo masticar varios chicles para luego sacármelos con su boca y pegarlos en mis tetas. Me colgó la bombacha que traía en el cuello a modo de collar, me olió la boca luego de hacerme exhalar mi aliento, y me dio un potecito de serenito con una cucharita plástica, para que me lo vaya comiendo. Pero a eso tenía que alternarlo con su pene duro, lleno de juguito y de mi baba incontrolable.
Cuando me gritó: ¡Metete las manitos adentro del pañalín gordita sucia!, Pensé que no le faltaría mucho para acabar. Pero entonces sus arremetidas fueron más intensas, porque me agarraba del pelo y sin dejarme respirar me cogía la boca con todo. Me encantaba no poder hablarle, que mis gemidos se ahoguen entre eructos y las cachetaditas que me daba, y las frotadas de mi cola en la cama como respuesta a los ensartes de mis dedos en mi flor.
Cuando me abrió un poquito el pañal, tuve la certeza de que me clavaría su pija en la concha y me desvirgaría de una buena vez y para siempre. Pero solo me olió, saboreó mi pancita enchastrada y mis manos jugosas, metió la cucharita de mi postre por entre mis nalgas y me lo acomodó para volver a mi boca de petera inexperta. Acabó adentro del pote de serenito que aún tenía la mitad, y fue luego de una chupada terrible en la que estuvo largo rato en mi garganta.
Yo solo lo oía decirme: ¡Pegate en la colita putona, tomá la mamadera prima, dale, que sos chiquita y tenés que tomar la leche, comela toda, dale, aprendé a chupar pijas cieguita chancha!
Por supuesto me azotaba el culo sobre el pañal, y me masajeaba la concha a full, mientras enseguida me comía su semen mezcladito con el postre, y él se devoraba los flujos de mi acabadita con sabor a vainilla del pañal y de  mi conchita. A pesar que mi primito no me dio masita, yo sabía que mi abuelo no me tendría contemplaciones y si se lo pidiese. No podría negarse a salvar a su nieta gordita, ciega, pajera hasta las manos y re caliente, si todo lo resolvería con un poco de sexo. ¡Desde esa noche no paré de tocarme pensando en alguna estrategia para que el vieji caiga en mis redes!    Fin

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Comentarios

  1. Acabo de descubrir tu blog y tus relatos, y aunque soy español y algunas palabras son diferentes, me calientan muchísimo. He estado ahora leyendo este último en el trabajo, y he manchado mucho el boxer de presemen. Creo que tendré que ir al baño ufff. Un besazo :)

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    1. ¡Hola Carles! Perdón por lo discontinuada de la respuesta. Espero que en algún lugar de España sigas leyendo mis relatos. Me gusta generar esas sensaciones en ustedes, los lectores. ¡Un besote!

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