No sé por qué lo hice, o qué tan caliente pude estar esa noche. Pero no me arrepiento. Ni de esa noche, ni de cada jueguito que luego fui capaz de crear con mí hermana. Y todo se lo debo a la cuarentena. Si mi abuela no hubiese sido factor de riesgo para esta pandemia del orto, todo habría terminado de enviarme a una depresión galopante.
Tengo 16 años, me llamo Magali, no me gusta el colegio como a la mayoría de las chicas de mi edad, y desde que se decretó el encierro obligatorio, sentí que me cortaron las piernas. Claramente, me encanta fumar porro, tomar birra con los pibes de la escuela cuando lográbamos ratearnos, coger cuando se podía, y chupar pijas para comprarme boludeces. Nunca cobré caro, porque siempre necesito tener algo de guita. Mis viejos no me dan ni un centavo más de lo que me toca por mi mensualidad. De modo que, a mi vida ordenada, llena de aventuras, malas notas en el cole, repleta de chupones en lados ocultos de mi cuerpo, y todavía atesorando la virginidad de mi cola terrible, según todos los pibes con los que me encamé, se le vino el mundo encima, gracias a ese virus hijo de puta. Mi abuela se vino a pasar la cuarentena con nosotros, y le asignaron mi habitación para que se instale, al menos hasta que todo se calme. Mis padres me habían dado esa esperanza. Por lo tanto, no me quedó otra que compartir el cuarto con Sofía, mi hermana de 8 años. Siempre pensé que me habría encantado compartirla con mis hermanos Juan Pablo y Renzo. Al menos, en algún momento de descuido podría ver un par de pijas en vivo y en directo. Pero mi padre fue implacable.
¡De ninguna manera hija! ¡Los varones por un lado, y las chicas por el otro!, me gritó la quinta vez que le pedí piedad. Sofía era una nena tranquila, sumisa, tierna y de aspecto inocente. Ese no era el tema. Sucedía que, yo sentía que mi vida se desmoronaba al lado de una nena con la que no podía hablar de chicos, porros, de pijas grandes, de acabadas en las tetas, de drogas y boliches. Y la verdad, no me importaba que yo tampoco pudiera congeniar con sus gustos.
Los primeros días fueron aburridos, repetitivos y llenos de tarea escolar. No sólo yo tenía que hacer las mías. También tenía que ayudar a Sofía con las suyas, y si me quedaba tiempo, inventarle juegos. Eran órdenes de mi madre. Ella no podía hacerse cargo porque mi abuela demandaba demasiado tiempo, y para colmo, debía asistir a reuniones laborales por meetting con sus compas de la oficina. Mi viejo seguía haciendo viajes con el taxi, aunque siempre volvía chiflado a casa por el poco movimiento. En casa no se hablaba de otra cosa que del gobierno, los chinos, el virus, los barbijos, los nuevos casos y el protocolo. Mis hermanos, ellos siempre viven en su propio mundo. Juan Pablo ya tiene 25, y se la pasa haciendo informes para una entidad pública. Renzo es abogado con solo 23 años, y no para de trabajar para el juzgado. Así que, la que se jodía era yo. Me tocaba lidiar con la pendeja, y eso me ponía de peor humor. No podía ver siquiera un video zarpado porque ella estaba encima de mí todo el tiempo. No podía masturbarme, ni mandarle fotos de mis tetas a los pibes con los que generalmente negociaba por una mamada, porque ella no se me despegaba.
¡Magui, ¿Vamos a jugar?! ¿Querés que juguemos a las muñecas? ¿Me ayudás a dibujar estos animalitos para la escuela? ¿Qué te pasa Magui? ¿Estás enojada conmigo? ¿Estás triste porque no podés ir al colegio? ¿Extrañás a tus señoritas? ¿Querés que te preste mi osito para que te diga cosas lindas?, me atormentaba la pobre. Yo sentía que me asfixiaba, que no soportaba su vocecita infantil, y que no quería más de su compasión. Sin embargo la adoro con locura, y jamás me animé a gritarle siquiera, aunque muchas veces me sobraron ganas.
Sin embargo, a comienzos de mayo, mientras nadie tenía certezas de cómo combatir al virus, los vecinos se la pasaban vigilanteando a los que salían o entraban del súper, los profes aflojaban un poco con las tareas y mi abuela se volvía más paranoica, Sofía me encontró en un momento más que embarazoso. Entró a la habitación para avisarme que mami había preparado una tarta de manzana, cuando yo le sacaba fotos a mis tetas, aprovechando el espejo que tenemos empotrado en la pared. Me vio en shortcito, con las tetas al aire, y unos brillitos que me había colocado en los pezones. Estaba tan concentrada en enviarle las fotos a Rodrigo, uno de los adoradores de mi boquita, que ni me percaté que Sofi había entrado, casi sin hacer ruido con la puerta.
¿Qué hacés Magui? ¿Estás jugando a la modelo? ¿Puedo jugar con vos? ¡Tenés las tetas como las de mami, cuando era más joven! ¿Y esos brillitos?, empezó a decirme, mientras saltaba entusiasmada, creyendo que estaba jugando. Enseguida cerré la puerta, y le pedí que no le dijera nada a mami de lo que había visto. A cambio de su silencio, yo le prometía jugar a la modelo con ella, más tarde, o al día siguiente. Pero Sofi quería que juguemos ya, en ese preciso momento. Empezó a revolver uno de mis cajones para sacar pinturitas, espejitos y distintas hebillitas para el pelo.
¡Dejá eso ahí enana! ¡Ahora vamos a comer la tarta, y a tomar la leche! ¡Te prometo que después venimos, y jugamos! ¿Dale?, le decía, más preocupada porque no fuera a encontrar por nada del mundo mi consolador. Por suerte recordé que lo tenía en la mesa de luz. Aún así, por más que el punto débil de Sofi fuesen las tartas de mi madre, estaba convencida de querer jugar. La reté, le pedí que bajemos, y que si no me hacía caso le contaría a mami que todavía no había ordenado sus muñecas y el resto de sus juguetes.
¡Bueno, vamos, y le digo a papi que vos tenías las tetas al aire, para sacarte fotos! ¡Llegó hace un ratito!, me apuró, sabiendo que a mi viejo es mejor llevarle la corriente que ponerse a discutir con él. De modo que, me puse un top y una camiseta, bajé a buscar unas porciones de tarta, preparé una chocolatada para Sofi, y un café para mí. Cuando tuve todo listo, subí a NUESTRO cuarto con todo en una bandeja, y después que nos devoramos hasta las migas, empezamos a jugar a las modelitos. Nos hicimos trenzas en el pelo, buscamos algunos vestidos y pusimos música bien bajita para prepararnos. Sofi tenía un pantalón corto y una remerita fucsia de Rapuncel. Así que se puso un vestidito azul marino que habitualmente usaba en ocasiones especiales encima de lo que tenía puesto, y me pidió que le saque fotos. Nos pusimos a desfilar por la pieza, en una pasarela imaginaria, haciendo caritas y sonrisas frente al espejo, sacándonos fotos y agradeciéndole a todos los que nos miraban desfilar. Yo hacía la voz de una locutora cada vez que ella volvía a mostrar su vestido, sus trenzas y sandalias. Pero, luego se le antojó que la maquille. Sabía que mi madre no estaría de acuerdo. Así que, apenas le puse un poquito de labial en la boca, le hice unos detalles en los ojos, y le pegué unas uñas postizas. Ella cambió la música suave por una electrónica, y empezó a bailar arriba de su cama. Era re gracioso verla hacer cara de nena tonta, menear su cabeza como esas bobas de la tele, y mover la cadera con una seducción extraña en una nena de su edad. Me pidió que yo también desfile, y que me quite la camiseta para bailar en topcito. Se lo concedí, a la vez que me preguntaba que tanto podía divertirle ver a su hermana haciendo el ridículo. Siempre estuve lejos de toda esa frivolidad, y jamás me preocupé por negarlo.
¡Dale Magui, animate a tirar besos a la cámara! ¡Poné la boca como un piquito, y tirá besos para acá!, ¡Iuuuuujuuuu! ¡Estás re linda con esas lolas hermana!, decía Sofi, encandilándome con el flash de su celular. No me sacaba fotos. Solo hacía filmaciones graciosas, y se reía con una alegría tan irritante como sensual. Por alguna razón yo me sentía linda, sexy, y no necesariamente puta, como con mis chicos amantes del pete. Por eso hacía todo lo que me decía.
¡Dale, sacate eso, y ponete ese brillito en las tetas, como hace un rato! ¡Se te ven re monas las tetas así Magui! ¡Dale, que tu notera estrella tiene que sacarte fotos!, me decía, parada arriba de la cama, apuntándome con su celular. Entonces, me lo quité y lo arrojé a mi cama. A ella eso le copó tanto que, supongo que tuvieron que escapárseles algunas gotitas de pis de tanto que se rió. Me puse un poco de ese polvito brillante, y entonces empezó a sacarme fotos.
¡Cuando terminemos de jugar, más te vale que borres esas fotos pibita! ¿Me escuchaste?, le dije, perreando con un reggaetón que ella misma seleccionó, frotando la cola en el espejo, y recibiendo más disparos luminosos en las tetas. Ella me juró que las borraría, y luego se bajó de la cama para acercarse a mí, bajo la apariencia de otro personaje.
¡Hola señorita, soy una fans de usted! ¡Siempre quise tener las tetas como las suyas! ¿Se las puedo tocar?, me decía, saltando a mi lado, destilando una fragancia excitante cada vez que sacudía sus trencitas, y hacía una especie de reverencia.
¿Qué te pasa enana?, le dije, algo tentada por su ocurrencia.
¡Dale nena, ahora soy una fanática del público! ¡Vos tenés que enojarte conmigo!, me decía, más pícara y resuelta de lo que la hubiese imaginado. En eso, me llegó una lluvia de mensajes al whatsapp. Agarré el celular, a pesar de los reclamos de Sofía para que no pare de jugar con ella. Era Rodrigo. Había recibido las fotos de mis tetas. Me escribió una grosería tras otro, y me envió dos terribles fotos de su pija parada.
¡No doy más con esta puta cuarentena mamoncita! ¡Necesito esa boquita en mi verga, quiero que me la escupas, y te tragues toda mi leche, cerdita sucia! ¡O, si querés, le hago un rico baño de lechita a tus tetas! ¡Posta que estás para cogerte toda Magui, me dejás la verga siempre re dura después de mamármela!, eran algunas de las cosas que me escribió. Algo como una sacudida me hizo recordar que estaba jugando con Sofi, y que ella no podía ver esas fotos ni por accidente. Así que apagué el celular, mientras notaba que un calor inmenso me abrazaba la chucha. Pero, ni bien me di vuelta, vi a Sofía sin su vestido, sin su remerita de Rapuncel, y mirándose al espejo, fascinada, perdida en sus propias inocencias. Ni siquiera se alarmó cuando le pregunté qué hacía.
¡Nada Magui, me veo, y me admiro! ¡Dale, ahora me toca a mí! ¡Vos sos mi camarógrafa, y yo soy la modelo!, me dijo, volviendo a desfilar por arriba de las camas. Me gustó verla patear mi topcito al suelo. Le dije que no era necesario que se hubiera quitado la remera. Ella me dijo que si yo lo podía hacer, ella también, y no hubo más discusión. Le saqué fotos, y tal vez por primera vez me detuve a mirarla bien. Obviamente no tenía tetas. Pero unas pequeñas montañitas amanecían en su pecho, aunque claramente su cola es más apetecible. Dan ganas de mordérsela toda, por lo tierna y cachetona que la tiene. Sus trencitas, el fulgor de sus ojos celestes, su mirada provocadora gracias al papel que escogía para jugar, sus piernas gorditas por sus clases de danza en tela, y su sonrisa me estaban obnubilando un poco, y no comprendía el por qué. ¡Y para colmo, sin siquiera tomar consciencia de lo que hizo, la vi bajarse el shortcito y acostarse en la cama, una sonrisa feroz atravesando sus labios!
¡Dale Magui, ahora soy una modelo de ropa interior! ¡Sacame fotos, que después tengo que viajar a Francia! ¡Estoy re podrida de mostrarme en bolas para los tipos! ¡Yo quiero que me paguen, así me voy con todos mis novios, a comer caviar, y a gastar mis millones en cosas que no voy a usar nunca!, me decía, moviendo las piernas, ironizando a cualquiera de las boludas de la tele. Me hizo reír, pero le pedí que se vista. Estaba extrañamente excitada. ¡Ahora le miraba la cola envuelta en una bombachita rosa con puntillitas, y algo adentro de mí me impulsaba a quitársela para darle un par de nalgadas!
¡Basta Sofi, subite eso chancha!, le dije por última vez.
¡Dale Magui, y, si querés, vos podés ser modelo de ropa interior! ¡Sigamos jugando, porfiiii, daleeee, sacame fotos!, insistía en una especie de berrinche poco creíble.
¡No Sofi, yo no puedo hacer eso! ¡Yo ya soy grande para eso! ¡Dale, subite el pantalón, y borrá todas las fotos que me sacaste!, le dejé en claro mientras me ponía la camiseta sin el top, juntaba las cosas sucias en la bandeja para llevarlas a la cocina, y bajaba la música.
¡Cuando vuelva te saco todo el maquillaje! ¡Mami me va a matar si te ve así! ¡Y no quiero mirarte la bombacha otra vez! ¿Estamos?, le advertí antes de dejarla a solas y cerrarle la puerta. Cuando volví, Sofía estaba enfurruñada en seguir jugando. Pero faltaba poco para la cena, y debía quitarle todo el maquillaje antes que la descubran. Eso nos valdría un castigo a las dos.
Durante la noche, recuerdo que me hice la boluda cuando empezó a quitarse la ropa para acostarse. No sabía por qué, pero necesitaba mirarle la bombacha, o aunque sea un pedacito de esa colita pulposa. No tuve mucho éxito, y la odié por ser vergonzosa en ese momento. Una vez que la supe dormida, tuve un ratito a solas para tomarme otras fotos. Había quedado en mostrarle mis tetas bien apretadas en un topcito negro a Facundo, el novio de mi mejor amiga. La muy estúpida nunca supo que yo le mamaba la pija en los recreos que él tenía algunos manguitos para pagarme. Pero, por alguna razón no me calentaba tanto como otras veces. Generalmente, después de tomarme fotos, terminaba pajeándome como una loca, aunque tuviese que reprimir mis jadeos para no alertar a mi hermanita. Sin embargo, esa vez fue distinto. Todo lo que daba vueltas por mi cabeza, era la cola de mi hermana. Supongo que, cuando no pude más, me levanté. No entendía si tenía sed, o ganas de algo dulce, o si quería abrir la ventana por el calor que sentía, o si poner un poco de música. La cosa es que terminé hincada contra la cama de Sofi, que dormía en paz, respirando lento, con sus dos manitos debajo de la almohada. Le quité la sábana de encima, y le vi esas manzanitas preciosas, bajo la misma bombachita de la tarde. Me acerqué pensando en si sería prudente tocárselas. Me arrepentía de mis pensamientos, dudaba y me insultaba por dentro. Pero al fin posé mis manos sobre su cola, y ella no movió un solo músculo. Apenas levanté un poco su bombacha del elástico, introduje mi mano derecha debajo de ella para acariciarle la nalga en su completitud. Temía tener las manos demasiado frías para su cuerpo. Aún así ella seguía sin reaccionar. Entonces, fui valiente y acerqué mi nariz a sus redondeces. ¡El olor del perfume de su piel me embriagó aún más! Su bombacha olía a jaboncito de nena, y sus nalguitas tibias parecían despedir un halo frutal difícil de explicar. Recuerdo que palpé mi sexo, y noté mi tanga empapada. ¿Qué mierda me estaba pasando? ¿Tan retorcida se podía volver la gente por unos días de encierro? ¿Qué haría si Sofía se despertaba? Ni siquiera había pensado en una excusa para responderle por si acaso. Mientras tanto, liberé sus nalgas de la soberanía de su bombacha, llevándola al inicio de sus curvas, y me atreví a darle un beso suave en cada una. ¡En ese instante me moría de un deseo repentino por mirarle la vagina! ¿Cómo la tendría? ¿Qué haría mi hermanita en unos años con ella? ¿A cuántas pijas les daría de sus jugos, su calor y sus placeres? ¿Sería tan buena petera como yo la enana? ¿Y, sabría defender su hermosa colita tanto como yo de los alzados de los varones? Pensaba en eso, mientras le abría con mucho cuidado esos globitos de carne para deleitarme con su diminuto agujerito. Me la imaginé sentada arriba de una pija gorda, y empecé a rozarme el clítoris. Me la imaginé haciendo caca con esa colita divina encima del pecho de algún idiota fetichista, y me hundí algunos dedos en la concha. Entonces, cuando mi pensamiento la llevó a estar rodeada de pijas a punto de regarle toda la carita de leche, arrodillada en una colchoneta en el medio de un gimnasio, corrí a mi cama. Me arranqué la bombacha sin importarme el ruido que hiciera, y me masturbé con un frenesí que nunca había experimentado, mientras repetía como una insoportable: ¡Aaaay, Sofiiiii, mi chiquitita culona!
Al otro día, cuando me desperté, tuve la sensación que todo aquello no podía ser otra cosa que un sueño. Pero, poco a poco las huellas de mis actos comenzaron a mostrarme que estaba equivocada. Mi tanga yacía tirada cerca de la cómoda, mi verga de juguete estaba debajo de mi almohada, y mis dedos tenían el olor de mi conchita en su máxima expresión. De modo que, esperé a que Sofi se levante para ocultar mis pruebas, y luego bajé a desayunar. Temblaba de miedo. ¡Ojalá Sofía no tenga ni un recuerdo de lo que le hice!, pensaba recurrentemente, mientras la tostada con manteca se me atoraba en la boca.
Después del almuerzo mi madre renegó con Sofía para que se bañe. Enseguida se me ocurrió hacer un pacto con ella, para que mi madre deje de gritarle, y poner nerviosa a mi abuela.
¡Dale Sofi, andá a bañarte enana, y después jugamos a las modelitos! ¿Querés?, le dije al oído, antes que se largue a llorar por lo violento de las palabras de mi madre.
¡Sí, pero, hoy no puedo jugar Magui, porque, tengo tarea del cole, y todavía no la hice!, me dijo angustiada. Entonces, le prometí que la ayudaría con sus deberes, y después, si nos quedaba tiempo, jugábamos un rato. La enana aceptó, y mi madre no reconoció mi ayuda, como siempre. Pero ver sonreír a mi hermana me hizo sentir bien. Algo me insistía con que tenía que entrar al baño, para mirarla desnudita. Trataba de no escuchar a esos morbos extraños de mi mente, y buscaba concentrarme en la pija de Facundo, o en la de Rodrigo. Les escribí para calentarlos un poco. Pero ni siquiera eso conseguía distraerme.
Más tarde, cuando Sofi ya preparaba el escritorio de nuestra pieza, yo la veía ir y venir con su pollerita color pastel, y no soportaba la idea de no saber qué bombacha tendría puesta.
¡Sofi, creo que se te cayó una lapicera, allá, debajo de la silla! ¡Dale, agachate, y yo te digo dónde!, la engañé con la primera pavada que se me ocurrió. Ella se agachó, paseando su mirada por todo el piso, mientras yo me acercaba lentamente, para subirle la pollerita y darle un par de chirlos en la cola. Tenía una bombacha azul que varias veces había visto tirada bajo su cama. Ella comprendió que no se le había caído nada.
¡Me re engañaste Magui! ¿Por qué me querías pegar en la cola?, me decía sin parar de reírse mientras se incorporaba.
¡Porque tenés una cola re linda para darle cachetadas, o para morderla!, le decía, ahora correteándola por toda la pieza. Se subía y bajaba de las camas, se escondía atrás de un perchero repleto de camperas, se metía en el ropero, o se ocultaba bajo el escritorio para que no la atrape. Yo la seguía para hacerle cosquillas. Ese era mi objetivo original. Pero cuando al fin la atrapé, me agaché para morderle la cola por encima de la faldita, y luego por arriba de la bombacha, una vez que se la subí. Enseguida le di un par de chirlitos, sin dejar de hacerle cosquillas. Ahora su aroma me cegaba. Creo que, no sé qué habría hecho si esa nena no hubiese sido mi hermana. Eso también me confundía, ya que jamás había sentido curiosidad por una chica. ¡Y mucho menos por una nena! De modo que decidí calmarme, y comenzar a darle una mano con sus primeras cuentas para matemática. Cosa que tampoco se me hizo fácil. ¡Ahora la tenía sentada en mis piernas, invadiendo mis pulmones con su perfumito, endulzando cada cosa que decía con sus ocurrencias, y con su cola a poquita distancia de mi concha! ¡Pensaba en qué sentiría un tipo con un culito hermoso como el de Sofía frotándose en su verga, y ya estaba deseando tener una pija dura entre las piernas!
¡No Sofi, 19 más 20 no es 41! ¡Fijate bien!, le corregía, haciendo que mi vulva se pegue un poco más a su cola, mientras que mi mano izquierda buscaba escabullirse bajo su pollera. ¡Me moría de ganas por tocarle la vagina, aunque sea por arriba de la bombacha! Por lo pronto me conformaba con acariciarle las piernitas, y escuchándola reírse por las cosquillitas que sentía. Pero de repente, otro arrebato de cordura me hizo recapacitar, y preferí no quemarle la cabeza con mis calenturas. De modo que terminamos la tarea, y cada una se puso a hacer lo que quería por un rato. No faltaba mucho para la cena. Así que, yo me colgué un rato whatsappeando con los pibes, y con mi mejor amiga, mientras Sofi jugaba con la compu. Ya estaba cansada para jugar conmigo a las modelos.
A la noche, la enana cayó rendida a la cama. A eso de las 12 ya estaba soñando, cuando yo no aguantaba más las ganas de fumarme un porro. Quería un buen chorro de leche en mi cara. Extrañaba mi vida de petera, las rondas de birra y pool, los franeleos y manoseos, la música al palo y la oscuridad de la noche siendo cómplice de todo lo que no se puede contar en el día. Recibí otras fotos de pijas. Eran amigos de Rodrigo y de Facundo. Me sorprendió que mi primo Javier me escriba para contarme que alguien le había mandado fotos de mis tetas. Aunque sabía que Rodrigo estaba atrás de eso. Encima fue valiente al contarme que se hizo tres pajas con mis fotos. Entonces, caliente y extasiada como estaba, empecé a enviarle más. Me saqué fotos chupándome los dedos, lamiendo un corpiño, después otra mordiendo una lapicera, y una del contorno de mis tetas desnudas cubiertas apenas por la sábana, ya que estaba acostada. Él me envió varias de su pija hinchada bajo un bóxer blanco híper ajustado, y una de su trozo de carne siendo presionado por su mano.
¡Dale guacho, mandame un video, aunque sea cortito! ¡Quiero ver cómo te pajeás!, le escribí después de mandarle otra foto lamiendo mi bombacha. Le mentí. Le dije que me la había sacado para él, y que tenía olorcito a concha, cuando en realidad era una que agarré de mi mesa de luz. Le mandé fotos de mis pezones, de mis manos hurgando en mi entrepierna sobre la sábana, otras de mi culo al aire que me costaron una banda, y más fotos de mi lengua lamiendo el pico de una botella, un chupetín, la cucharita del té que me había preparado, y el mango de mi cepillo para el pelo. ¡Incluso me animé a lamer la puntita de mi consolador para ese pendejo pajero! En eso, entre tantas fotos que nos enviábamos, de repente tuve un error imperdonable.
¡Che Magui, ¿Esta eras vos cuando eras chiquita?! ¡Terrible orto tenías nena!, me escribió el muy estúpido. Reconocí de inmediato la foto a la que se refería. ¡Era una de la cola de mi hermana con su bombachita azul! ¡Yo misma le había sacado una fotito, mientras la perseguía!
¡No tarado! ¡Eliminá esa foto, porfi! ¡Es una foto de Sofi! ¡Yo se la saqué mientras jugábamos!, le escribí, muerta de vergüenza, pero con la concha inexplicablemente húmeda. Javier no paró de escribirle obscenidades a la cola de Sofía, y a pedirme más fotos de ella. Hasta me prometió guita si le mandaba más fotos. Le dije que lo iba a pensar, aunque por dentro me parecía una locura. En realidad, no me importaba tanto la idea de comerciar con mi hermana. Pero me excitó que Javi le mire la cola con esa bombachita infantil. ¡Me imaginaba su pija corriéndole la bombacha a mi hermana, acomodarse entre sus nalguitas y moverse hasta escupirle toda la lechita allí! Luego yo iría con mi lengua a limpiarla toda, aprovechando a morderle esa cola y a descubrir por fin la pureza de su vagina. ¡Qué caliente me estaba poniendo!
A eso de las 2 de la mañana salí de mi cama, y fui a la de Sofía. La destapé sin mucho cuidado. La enana dormía con un shortcito y una remerita de algodón. No tenía en claro lo que me proponía hacer. Pero pronto estaba sentada al lado de sus piernas, destapándola. Me sorprendió que no se haya despertado. Le acaricié la cola y le bajé el short hasta las rodillas. Recién ahí balbuceó algo incomprensible. Me detuve a mirarle los piecitos, y me dieron ganas de chupárselos. Y fue peor cuando vi que la bombachita azul se le perdía entre las nalguitas. No fui para nada prudente, y le besé ambos globitos después de acariciárselos. Entonces, Sofía bostezó, me dijo que dejara de molestarla, y abrió los ojos cuando le hice cosquillas en uno de los pies.
¡Perdón Sofi, perdón por venir a despertarte! ¡Es que, me sentí mal porque, bueno, al final no jugamos nada! ¿Querés que juguemos? ¡Si querés, te puedo sacar fotitos mostrando la cola! ¡Eso sí! ¡No tenés que contarle nada a mami, ni a nadie!, le decía mientras me acostaba a su lado, sin separar mi mano de su colita deliciosa. Ella se reía con la musicalidad de siempre, cuando yo finalmente la despojaba de su shortcito.
¡Pero Magui, es re tarde! ¿No es mejor que juguemos mañana?, me decía desperezándose del todo, encendiendo el velador de su mesa de luz luego de frotarse los ojos.
¡Sí Sofi, pero a esta hora, podés ser la modelo estrella, y sacarte fotos en bombacha, como hacen ellas! ¡De día es medio peligroso, porque, cualquiera puede entrar a nuestra pieza! ¿Entendés?, le explicaba, sin saber cómo había llegado a esas conclusiones. Lo cierto es que, en breve yo le tomaba y una y otra foto. Le pedía que se recueste de costado para tomarla de perfil. Después, que se acomode boca arriba, donde le tomé fotitos con las piernas abiertas, cruzadas o flexionadas, con las plantas de sus pies sobre el colchón. Más tarde le tomé fotos boca abajo, para no perderme detalles de esa cola magnífica. Siempre le pedía que sonría, que ponga cara de nena feliz, y que mire a la cámara con sensualidad. Ella me obedecía. Incluso se chupó los dedos, sacó la lengua y se mordió los labios en algunas tomas.
¡Bueno Sofi! ¡Creo que, bueno, habría que probar con otra bombacha! ¿Te animás? ¡Digo, así hacemos fotos con otros colores! ¿Viste que las modelos no usan solo una ropa para sacarse fotos? ¡Dale, cambiate la bombachita!, la engañaba con una facilidad que ni yo terminaba de reconocerme. Además, me excitaba hablarle de esa forma. No fue fácil que Sofi se saque la bombacha ante mi presencia. Yo le había elegido una blanca con el dibujito de un gatito en la cola. Cuando se la di, ella ya se había quitado la azul bajo sus sábanas. ¡Me perdí de mirarle la vagina desnuda! Aunque, de todos modos, en las fotos que le saqué con las piernitas abiertas, podía apreciarse al menos el bollito y la abertura sobre la tela de su bombacha, como un dibujo inconcluso.
Le saqué varias fotos con esa bombacha puesta. La mayoría, ella en cuatro patas sobre la cama. Yo, cada tanto me acercaba para bajársela un poquito más, para armar una especie de rompecabezas con cada partecita de su cola. Sofi seguía divertida, aunque no paraba de bostezar. Entonces, me acerqué a ella y le propuse descansar un ratito. Dejé mi celular en su mesa de luz, y me recosté a su lado, tapándonos con la sábana en medio de algunos chuchos de frío. Es que la temperatura había bajado de repente. Así que, la abracé para calentarle los piecitos, las piernas y la espalda. Quise hacerle cosquillas. Pero ella no tenía muchas intenciones de reírse. Es más, de a poco se iba quedando dormida. Yo, sin darme cuenta, o tal vez no fuera tan así, tenía una de mis piernas sobre la suya. De modo que mi pubis llegaba a rozar algunos trozos de su cola. Intenté no molestarla demasiado cuando me quité la camiseta que traía, y volví a acurrucarla, ahora con mis tetas desnudas sobre su remerita. Una de mis manos no se daba por vencida, y le corría muy de a poquito la bombacha hacia abajo. Su respiración cada vez más pausada contra mi cara, su perfumito, el calor que iba recobrando su piel, y el aroma que emergía de su emoción de haber sido fotografiada como una modelo, me estaban desbordando por completa. El corazón me golpeaba las costillas con apuro. Los pezones me dolían por lo duritos que se me ponían al rozarse una y otra vez con su cuerpito. Supongo que allí fue cuando se me ocurrió tocarle la carita con uno de mis pezones. De inmediato se me antojó que me los chupase. Se lo pedí en voz muy baja, sabiendo que no me escucharía porque ya estaba soñando con su mundo de modelos.
¡Chupame las tetas enanita sucia!, le dije, cuando mi pubis ya se fregaba contra su cola. Trataba que a ella solo le parezca que simplemente la mecía para relajarla un poco más. Pero su bombachita ya no le cubría la cola. Le toqué la cara con mi otro pezón, y entonces empecé a pellizcármelos. Le miré la boca, y una punzada de fuego me abrazó el clítoris. Tenía miedo de mojarla con mis flujos. No tenía noción de cómo estaba todo allí abajo, pero tenía la certeza que empezaba a mojarme. Me saqué la tanguita y se la acerqué a los labios. Sofi ni se inmutó. Pero a mí la sangre me quemaba mientras fluía por mis venas. Ahora, mi conchita rozaba directamente la colita de mi hermana. Ambas pieles desnudas, expuestas y fragantes. Tenía miedo de despertarla con mi respiración agitada.
¡Magui, quedate quieta! ¡O, yo me voy a tu cama!, me dijo de golpe, y sus palabras no me hicieron sentir culpable de nada.
¡No, usted no se va a ningún lado señorita!, le dije por decir, sabiendo que estaba media zombi para hablarme.
¡No sé nena, si te seguís moviendo, sí, me voy a tu cama!, me respondió.
¡Es que, tenés una boquita re linda! ¿Sabías?, le dije, acercando mis labios a los suyos. Ya no me importaba nada. No le di tiempo a nada. Incluso puse una de mis manos detrás de su cabeza por si se resistía, y la besé. Aquel beso sonó como el primer beso de una adolescente enamorada y caliente. Sofi sonrió, pero enseguida empezó a temblar de miedo.
¿Qué hiciste nena? ¿Me besaste en la boca? ¿Qué te pasa Magui?, me preguntaba entre asustada y confundida. ¡Todavía no se había dado cuenta que su bombacha estaba más cerca de sus rodillas que cubriendo su intimidad!
¡Tranquila enana! ¡Sólo, sólo estamos jugando! ¡Algunas modelos, hacen estas cosas para ser exitosas! ¿No viste que hay modelos que se dan besos en la boca, para después aparecer en las revistas?, le decía con uno de mis dedos sobre sus labios. Sofía se aflojó sin reparos, y dejó que yo la vuelva a besar en la boca. Pero esta vez introduje mi lengua adentro de sus labios para tocar sus dientitos, su paladar y su lengua chiquita. Su aroma parecía cambiar con cada chuic de nuestros besos. Eran besos suaves, húmedos por la saliva que ella no sabía controlar, y cada vez más relajados, una vez que nos convencimos de nuestros papeles. Era evidente que a ella le gustaba. ¡Pero a mí, la concha se me estaba prendiendo fuego! Mi pubis seguía pegado a su cola, una de mis manos le masajeaba la espalda, y la otra buscaba esconderse en el medio de sus piernitas.
¡Me gusta cómo me besás Magui! ¿Pero, esto tampoco se lo puedo contar a mami?, me preguntó de pronto, mientras yo notaba que un sudor extraño le humedecía la remerita.
¿Te la querés sacar? ¡Me parece que estás entrando en calor enana!, le dije, estirándole la remera. Ella dijo que sí, y entonces, en el momento que levantó los brazos para que yo la ayude a quitársela, exclamó: ¡Hey, pará, que se me salió la bombacha!
¡Vos no te preocupes por eso! ¡A vos casi se te sale, y yo me la saqué! ¡NO tengas vergüenza, que somos chicas! ¡Y claro que no podés contarle nada a mami!, le dije, abriendo la sábana para que me vea desnuda completamente. ¡Eso me excitó de una forma brutal! ¡No sé cómo hice para contenerme y no cachetearme la concha hasta alcanzar el orgasmo que venía reprimiendo! Todo en mi cabeza me mutilaba los pensamientos. El sabor de su boquita, el roce de mi vagina contra su cola, el aroma a shampoo de su pelo, sus temblores, sus preguntas, la saliva que me había dejado en los labios, todo me enloquecía a límites insospechables.
Así que, de repente, una vez que volvió a acurrucarse en mis brazos, empecé a comerle la boquita otra vez. Solo que ahora estaba decidida a llegar a lo que me proponía, y lo logré. Fue justo cuando mis pezones se fregaban contra sus futuras tetitas, su lengua buscaba introducirse en mis labios como yo se lo había hecho, y mi vulva le calentaba una de las piernitas. Mi mano derecha alcanzó el ángulo de sus piernas, y le atrapé la vagina. Era chiquita, gordita, suave como un terciopelo, lampiña y delicada. Me asombró que, apenas las yemas de mis dedos dieron con ella, Sofía abrió un poquito más las piernas, y se dejó besar aún más. Además de eso, se le mojaba. ¡Mi hermanita estaba sintiendo cositas con mis besos! ¡Se le mojaba la conchita, aunque no lo comprendiera!
¿Sabías que sos hermosa enana? ¿Tenés cosquillitas acá también? ¿Sabías que por acá, las nenas no solo hacen pis? ¡Me gusta tocarte la vagina nena!, le decía, ya sin poder medir el frenesí con el que mi pubis se restregaba contra su cola. Recuerdo que ella seguía buscando mi boca, abriendo las piernas, y, aunque parezca insólito, gemía bajito, como si tuviera miedo de hacerlo, cuando yo retiraba la mano de su vagina para olérmela. Después le di unos chirlos, me levanté para mirarle otra vez la colita desnuda, y la di vuelta, decidida a reconocer con mis ojos lo que mis dedos habían tocado. Ella ni se resistió. Su mirada parecía perdida en un limbo desconocido cuando le abrí las piernas.
¿Me dejás mirarte Sofi?, le dije con la mejor ternura que me salió.
¡Sí, obvio, somos hermanas!, dijo con la voz sostenida en un temblor más que entendible. Así que, yo me hinqué ante sus piernas abiertas, y observé que realmente la tenía mojada.
¡No te asustes, que, tenés la chuchita mojada porque, bueno, a todas las chicas nos gusta que nos besen! ¡Eso, produce algo que, se llama excitación! ¡Estás excitada Sofi, y por eso te mojaste!, le explicaba, cada vez que hacía una pausa. Es que, a esa altura le olía las piernas, los muslos, y al fin la vagina. No me contuve, y pegué mi nariz a su orificio para frotarla, olerla bien de cerquita, y para abrirle los labios con ella. Mi hermana temblaba, respiraba con calma, y movía los deditos de los pies, en especial cuando mis exhalaciones impactaban contra su vagina. También me animé a lamerla dos veces.
¡No seas cochina Magui! ¡Eso no se hace nena! ¡Pero, es, no sé, es re raro decirlo, pero, se siente rico!, dijo mi hermana, como si se arrepintiera de sus sentires.
¡Pasa que, tenés que secarte esto nena! ¡A mí no me da asco lamerle la vagina a mi hermana!, le decía, ya con mi lengua desatada en su sexo. Me escuchaba diciéndole esas cosas, y me calentaba todavía más. Ella no dejaba de colaborar. Incluso, cuando le saqué la bombacha se la di para que la huela, y compruebe que no se había meado. Cuando la vi oliendo su bombacha, corrí a su cuello y se lo empecé a llenar de besos, mientras una de mis manos le frotaba la vagina. Ahí sí que su cuerpo experimentó un concierto de sensaciones que le colmaban los ojos de lágrimas, la hacían reír y suspirar, y la obligaban a mover los pies como si estuviese metida en el mar. Hasta que de repente, un chorrito de jugos de su vagina me empapó la palma de la mano, mientras yo le acariciaba los labios con mi lengua. ¡No aguantaba más de la calentura! ¡Tenía que acabar de una vez! Así que, sin pensarlo, me despedí de Sofía, y me fui a mi cama, llevándome su bombacha.
¡Dale enana, dormite, que mañana seguimos jugando! ¡Ya se hizo re tarde! ¡Mañana vas a tener unas ojeras tremendas, y no vamos a poder sacarnos fotos!, le dije, luego que insistió con que sigamos jugando.
¡Bueno, pero, es que, no tengo bombacha! ¿Me das otra?, me solicitó.
¡Dormí desnudita nena, que así, vas a tener sueños más lindos! ¡Lo único, si tenés cosquillitas en la vagina, tocate! ¡Tocate la vagina Sofi, que es re lindo!, le decía desde mi cama, totalmente cubierta con la sábana. Ya me había incrustado el consolador en la concha, y tenía ante mis ojos la pantalla de mi celu. Revisé el whatsapp, y la cantidad de fotos de la pija de Javier me pusieron más puta todavía.
¡Guacho, no sabés! ¡Estoy re loquita! ¡Tengo fotos de mi hermana en bombacha! ¿Las querés?, le escribí. Ya eran las cuatro de la mañana, y no estaba segura si me contestaría. Olí la bombacha de Sofía, y el aroma de su sexo y su culito, más el jabón con el que ella misma solía lavarse la ropita interior me hacían viajar al calor de su pequeña vagina. La imaginaba desnuda, con sus deditos en la chocha, o tal vez rozándose el agujerito del culo para después olerlos, y me frotaba el clítoris con una obsesión de otro mundo.
¡Sí, las quiero! ¡Y también quiero tu boca! ¡Quiero que me saques la leche Magui! ¡Me importa un huevo que seamos primos!, leí que me escribió Javi. Sin pensarlo, le envié tres fotos de Sofi en cuatro patas, con la bombacha cada vez más corrida. Él aplaudía, me llenaba el chat de caritas con baba, y me enviaba más fotos de su pito.
¡Yo quiero esa mamadera! ¡Mirá, esta foto está re copada!, le escribí, antes de enviarle la foto en la que Sofi meneaba la cola con la bombachita entre las nalgas.
¡Boludo, te cuento algo, pero no podés hablar con nadie! ¡Si me llego a enterar que lo contaste, te corto las bolas! ¡Y sabés que soy capaz de hacerlo!, lo amenacé, totalmente inconsciente. Pensaba en confiarle todo lo que le había hecho a la enana, desde que la desperté, hasta que mi lengua había probado el gustito de su vagina. Pero, en ese momento un orgasmo inmenso, imposible de reprimir, furioso y cargado de flujos me hizo explotar. Y fue tal el grado de mi estallido que gemí fuerte, insulté y me cacheteé el culo mientras me escupía las tetas. Tiré el celular al piso, y cuando me di cuenta que estaba haciendo mucho bardo, me metí la bombacha de Sofía en la boca, a modo de mordaza. De repente comencé a sentir una vergüenza mezclada con culpa y temor. ¡No podía despertar a Sofía! ¿Qué le diría si me descubriera en esta situación? Entonces, intenté calmarme, y en el exacto momento que me retiraba la verga de juguete de la concha, escuché la voz de la enana, sin una pizca de la modorra con la que solía hablar cuando estaba media dormida.
¿Ya terminaste Magui? ¿Extrañás mucho a los chicos? ¿Por eso tenés ese pito de mentiritas?, dijo en el medio de mi deshonra. Así me sentía. Sucia, perversa, culpable de cagarle la cabeza a mi hermana, y realmente merecedora de un castigo ejemplar por parte de mis padres. Sin embargo, cuando me quité la bombacha de Sofi de la boca, solo pude decirle: ¡Sí enana, por eso uso esto! ¡Es que, mi novio y yo no podemos estar juntos, por el virus! ¡Pero ahora dormite, y ponete una bombacha si querés!
¡No Magui, es re lindo dormir sin bombacha! ¿Vos también dormís así?, me preguntó. Yo agarré mi celular del suelo, guardé mi consolador en la mesa de luz, y antes de levantarme al baño, se me ocurrió preguntarle: ¿Y vos, Cómo sabés que tengo este chiche?
¡Porque te vi un par de veces! ¡Bueno, no mucho, pero, hace unas noches atrás te escuché respirar fuerte, así, como cuando me besabas! ¡Entonces, pensando que te pasaba algo, o que estabas soñando, me levanté, y te vi con eso adentro de tu vagina!, me reveló, quizás suponiendo que la reprendería por su confesión.
¡Mañana hablamos de esto! ¿Ok? ¡Pero ahora, a dormir chiquitita!, le dije, mientras me ponía un camisón para salir al baño.
¡No, mañana no hablemos de esto Magui! ¡Vos sos grande, y yo soy una pendejita metida! ¡Esas son cosas tuyas, y yo no tengo por qué saberlas ahora! ¡Pero eso sí, mañana quiero más besitos!, me dijo enterneciéndome hasta la última gota de libertad que me quedaba. ¡No podía creer que la enana, con solo 8 añitos sea tan lista, prudente, sagaz y realista! ¡Eso también me excitaba!
Le prometí que mañana volvería a llenarle el cuello de besitos, sintiendo que nuevamente el clítoris me latía reclamando a mis dedos con fervor. Así que la dejé solita, y corrí al baño. No pude esperar a terminar de mear. Empecé a pajearme con una fiereza que nunca había alcanzado, sin importarme que alguien pudiera escucharme, o que me haya salpicado todo el camisón con mi pichí. Cuando al fin el mareo y el relax de mis músculos me vencieron, cuando mi clítoris disparó un buen chorro de flujos, mi saliva colmó todo el contorno de mis tetas, y la voz se me atragantaba entre lo inmoral y lo deliciosamente bello, busqué serenarme, y volví a la cama. Sofi ya dormía. ¡La guacha estaba boca abajo, con toda su colita desnuda deslumbrando en los ventanales, ya que los primeros rayos de sol comenzaban a descender de lo alto del cielo!
Al otro día, ni bien me despertó para avisarme que la comida ya estaba, se me tiró encima para buscar mi boca. Me sorprendió cuando descubrí que tenía dulce de leche en los labios.
¡Ahora mi boca te va a gustar un poquito más!, dijo antes de besarme con la serenidad de una mariposa. Su olor a nena era distinto. Me recordó el que yo solía tener a los 11 años, cuando empezaron a interesarme los chicos, y tuve curiosidad por la masturbación.
¡No borré ninguna de las fotos que te saqué Magui! ¡Así que, si no me das besitos en la boca todos los días, se las muestro a mami!, me decía, mientras me tocaba la nariz con la puntita de su lengua, y una de mis manos se atrevía a tocar su vagina por adentro de su pantalón cortito. ¿Cómo hago ahora para separarme de la enana? Fin
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Cafecito nacional de Ambarzul para mis lectores nacionales 😉
!uf!, que relato tan lleno de senzaciones. la verdad ambar es que realmente y sin hablar por hablar tenes magia en los dedos para deleitarnos a todos con tan maravillosas historias.
ResponderEliminar¡Hola! Es un inmenso placer escribir para quienes saben leerme con la imaginación a flor de piel. muchas gracias por tus sensaciones. Prontito habrá más. ¡un beso!
EliminarCuanto morbo...de donde sacas las ideas Ambar? Experiencias personales? Imaginacion? Deseos ocultos o sin realizar? Por supuesto tambien estaran las historias que te contaran tus seguidores, por lo menos para mi, es tan intrigante eso, como tus relatos. Saludos genia.
ResponderEliminar¡Hola hola! claro, es eso, un poquito de todo lo que mencionaste. pero desde luego que hay cosas personales. gustos, vivencias, experiencias cumplidas y otras no tanto. sin embargo, ustedes, los lectores contribuyen mucho a mis historis, desde todo punto de vista. por eso siempre les agradezco. ¡Un besote!
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